23
La verdad, toda la verdad
Me despierto con los nervios instalados en el estómago. No pasa ni una milésima de segundo entre el momento en que abro los ojos y la toma de consciencia de que hoy es el día. El gran día. El día en que, al fin, Tyler se liberará de sus fantasmas conmigo. Ya ni siquiera es mi prioridad que nuestra relación pueda avanzar, que al fin me toque, me bese y me permita colarme en su alma de esa manera que solo se consigue cuando dos personas enamoradas alcanzan la comunión a través del sexo. Cuando se derriten uno en brazos del otro, cuando las piernas se entrelazan bajo una sábana que sobra, cuando los sonidos se convierten en jadeos, en gruñidos, en gemidos. Lo deseo. Lo deseo como no he deseado nada en toda mi vida, pero lo quiero demasiado como para pensar solo en eso. Pienso en él, en la necesidad de que se libere. En que se borre para siempre de su ceño esa arruga y de su mirada esa crispación de dolor que se le ha formado todos estos días mientras me dejaba colarme en su pasado.
No voy a negar que le he dado muchas vueltas a qué le pudo ocurrir, qué puede ser eso tan duro que lo ha mantenido años apartado de las mujeres. Después de haber demostrado que mis habilidades deductivas son lamentables con todo aquel asunto de la impotencia, casi preferiría no haber intentado sacar conclusiones, pero he sido incapaz de impedir que mi cerebro se echara a volar. He pensado en cicatrices horribles sobre su cuerpo, he pensado en traumas con ese accidente que le provoquen pesadillas, he pensado en mil escenarios horribles que pudieran haber hecho huir a su exnovia. Y el caso es que, sea cual sea la situación, no pienso más que en besar unas cicatrices que no sé si existen, en abrazarlo si esas pesadillas aparecieran o en borrar cualquier rastro de una mujer que pudo ser un día su gran amor, pero dejó de merecer ese puesto cuando lo abandonó.
El calor aprieta en Nueva York, nada que ver con el día de ayer en Canadá, así que decido ponerme un vestidito flojo, de color verde esmeralda, con escote recto, que me deja los hombros y buena parte del escote al aire. Sonrío al pensar en toda la autoestima que me ha devuelto Tyler; hace un año, ni habría soñado con ponerme algo así para ir a algún lugar diferente a una playa discreta. Pasear con los hombros (y una buena parte de las piernas) al aire, por el lugar más concurrido del mundo, es algo que no pensé que estuviera en mi guion. Completo el look con unas sandalias cómodas de cuero, a juego con el bolso, porque no tengo ni idea de qué planes tiene Ty para hoy, así que mejor ir cómoda.
Salgo por la boca de metro de Times Square cuando faltan cinco minutos para las doce de la mañana. Tardo un segundo en orientarme para encontrar el Hard Rock Café, pero, en cuanto lo hago, y aun estando rodeados por una horda de turistas, neoyorquinos y figuras variopintas que no tendrían cabida en otro lugar, mi mirada se engancha a unos ojos azules que podría reconocer ya en cualquier lugar.
Tyler está impresionante, con un pantalón vaquero clarito y un jersey de verano gris oscuro con el cuello un poco dado de sí. Toda su cara se convierte en una enorme sonrisa cuando me ve, y siento que las mariposas que nunca pensé que volverían a despertar se montan una orgía en mi interior.
—Estás preciosa. —Cuando nos encontramos, él coge mis manos y me da un único beso en la mejilla. No sé por qué, pero ese saludo me produce una sensación de familiaridad mucho mayor que si nos hubiéramos dejado llevar por la pasión, como otras veces. Es un momento de contención para ambos, un compás de espera hacia lo que ojalá sea el comienzo de algo increíble—. ¿Vamos?
Me coge la mano y paseamos por Times Square como dos turistas más. Como siempre, dejo que él marque el ritmo. Otro gallo cantaría si las circunstancias fueran diferentes, pero es su momento e, igual que él respetó mi necesidad de contarle mis traumas a mi ritmo, ahora me toca a mí tener paciencia.
—Uno de los primeros reportajes que hice cuando entré en Millenyal consistía en preguntarles a cien personas de entre veinte y treinta años cuál era el sueño de su vida —me suelta de repente, sin que acabe de entender a dónde quiere llegar—. Escuché de todo. Recorrer todos los países del mundo, ganar un millón de dólares antes de cumplir los treinta, conocer a los One Direction… —Se nos escapa la risa, pero su rictus se vuelve serio de repente—. La respuesta más bonita no la escuché durante los días que pasé elaborando aquel artículo, sino unos cuantos años después. Cuando oí a una chica decir que soñaba con que la besaran en medio de Times Square.
No me da tiempo a responder porque una de sus manos se cuela entre mi melena y nuestros labios se atraen como si estuvieran imantados. Nos besamos con calma, con pasión, con… con amor, supongo. Tyler deja un beso breve sobre mi frente antes de separarse de mí, y hasta ese detalle hace que el corazón amenace con explotarme dentro del pecho.
Caminamos cogidos de la mano hasta los escalones rojos que presiden la plaza y, aunque nos tenemos que hacer un hueco en medio de un montón de gente que ha decidido pasar allí esta soleada mañana de sábado, a mí –y estoy segura de que también a Tyler–, nos parece que estamos solos en el mundo. Solo nosotros. Juntos. La perfección.
—Antes… —Ty se aclara un poco la voz y vuelvo a notar ese nerviosismo que ya reconozco en sus ojos—. Antes de contarte todo, solo quiero decirte que… Bueno, que muchísimas gracias por haber tenido tanta paciencia conmigo, por haber…
—Shhhh. —Lo hago callar, poniendo dos dedos sobre sus labios.
—Vale. —Se le escapa una sonrisa y asiente con la cabeza—. Y también quería decirte que no te sientas obligada a nada, que, por favor, si quieres marcharte porque no puedes soportar…
—Tyler. —Me pongo seria y atraigo de inmediato su atención—. Basta ya. No me voy a ir a ninguna parte. Cuéntame lo que me quieras contar. O no lo hagas. Pero no pongas más excusas.
Me mira un momento, en silencio, y vuelve a asentir, esta vez con una cara a medio camino entre el dolor y la resignación.
—Estuve horas atrapado dentro del coche. Siete horas, me dijeron más tarde. Fue un infierno, Holly, un verdadero infierno. No sabía si Annie estaba viva o muerta y, además, no paraba de revivir en mi cabeza el accidente: los faros del coche que se nos echaba encima, las vueltas de campana, Annie emitiendo un gemido desgarrador justo antes de quedarse inconsciente… No me podía creer que aquel fuera el último sonido que escucharía de ella. Ahora pienso en todas las lesiones que tuve y me parece increíble no recordar el dolor, pero… lo cierto es que no lo sentía. La mente humana es una cosa muy loca, ¿no crees? Tenía medio cuerpo roto y solo me dolía el alma.
»Los bomberos estuvieron horas intentando sacarme del coche. La pierna izquierda se me había quedado atrapada entre el asiento y la puerta. Cuando al fin lo consiguieron y vi el estado en el que estaba…
Lo miro, y veo que tiene la frente perlada de sudor, a pesar de que corre una brisa fresca. Deja caer la cabeza entre las palmas de sus manos y yo poso mi mano sobre su rodilla. Al fin lo he entendido, pero quiero que él lo diga, a ver si así se da cuenta de lo inútiles que son sus miedos, de la locura que es pensar que algo así me haría huir.
—¿Sí?
—Sabía que iba a perder la pierna. Se lo pregunté a uno de los sanitarios de la ambulancia y, aunque no me respondió directamente, lo vi en sus ojos. Entré en el hospital directo a quirófano y salí de allí pocas horas después, sin la mitad de la pierna izquierda.
—Lo siento mucho, Ty. Muchísimo.
—Me importó una mierda. —Me sorprende con sus palabras, con su vehemencia—. Holly, no sabía si mi hermana estaba viva o muerta. ¿Cómo me iba a importar algo más que eso? Viví seis semanas en el infierno. Annie se moría en la UCI, y yo ni siquiera podía levantarme de la cama. Además de lo… de lo de la pierna… me había roto una clavícula, varias costillas, el tobillo de la otra pierna… Estaba hecho un asco, vamos.
»Y, cuando Annie despertó, siguió importándome una mierda lo mío. Solo importaba su recuperación, que estuviera bien, que pudiera volver a andar, a hablar, a ser ella. Mi situación no se podía ni comparar a la de ella. Y a mí siempre me ha importado mucho más ella que yo.
—¿Fue dura la recuperación? La tuya, me refiero —le pregunto, creo que porque necesito que él sepa que no me importa nada, y que estaré feliz si decide compartir conmigo todo su dolor. Cargarlo al cincuenta por ciento sobre los hombros de los dos.
—Bueno… hubo momentos duros. Pero, en general, no. La verdad es que no. Por supuesto, fue un shock darme cuenta de todo a la vez. De que tendría que volver a aprender a andar, de que mi cuerpo había cambiado para siempre sin remedio y, sobre todo, de que el fútbol se había acabado. Pero todo lo de Annie seguía siendo más importante. Cuando mi cuerpo empezó a curarse, me centré en la rehabilitación. Me adapté más o menos rápido a la prótesis, y en un año estaba caminando sin ayuda, haciendo vida normal.
—No sé si lo que voy a decir es una locura, pero… no se te ve demasiado traumatizado con lo que te ocurrió. No sé. Me cuesta entender, Ty.
—Es que no estoy traumatizado. En serio, nunca lo he estado. En la vida, a veces, te ocurren cosas que dimensionan todo lo demás. En mi caso, fueron las lesiones de Annie. Y supongo que, en cierto modo, también mi pasado familiar. Mi madre se tuvo que enfrentar a la muerte del amor de su vida cuando era poco más que una adolescente con dos bebés recién nacidos. Mi hermana trabajaba cuatro horas seguidas en el centro de rehabilitación solo para ser capaz de coger un lápiz con su mano izquierda. Lo mío… me parecía una chorrada, de verdad.
»Lo del fútbol dolió, claro, pero me informé sobre opciones y encontré el equipo del que te hablé el otro día. Vi a gente que estaba mucho más jodida que yo hacer cosas increíbles. Exmilitares que habían perdido las piernas en Irak y corrían maratones. Gente que caminaba sin problemas a pesar de que sus lesiones eran mucho peores que las mías. Yo solo había perdido una pierna y por debajo de la rodilla; podría hacer una vida normal a poco que me lo propusiera. Y, al fin y al cabo, jugar en la NFL tampoco era una vida normal. Creo que ahí me di cuenta de que ni siquiera había sido mi sueño. Solo aquello a lo que había estado destinado desde niño por el simple hecho de que se me daba bien jugar al fútbol.
—¿Entonces? ¿Qué es lo que te llevó a esta situación?
—Donna… —Resopla sonoramente y veo cómo su gesto cambia al dolor más profundo—. ¿Sabes? Durante aquellas horas interminables en el hospital, no pensé en ella como un problema. Quiero decir… Tenía muchas cosas de las que preocuparme. La principal, que Annie viviera. Pero también informarme de cómo volver a andar, de si podría practicar deporte en el futuro, de ser independiente… No pensé que tuviera que pensar en mi vida amorosa, la verdad. ¡Vamos! ¡Éramos Donna y yo! Jamás nos separaríamos, ¿no? —Se le escapa una sonrisa amarga.
»Estuvo a mi lado en el hospital, cada día. Se portó… como supongo que se portaría cualquier novia en su situación. Me cuidaba, se turnaba con mi madre para hacerme compañía… Mientras permanecimos en Ohio, fue una más de la familia. Allí hice la mayor parte de mi rehabilitación. Era más sencillo, con la ayuda de mi madre. Además, no quería separarme de Annie tan pronto. Sabía que ella me necesitaba más que nunca. Mi idea siempre fue regresar a Nueva York cuando estuviera preparado para mi vida normal. Para mi nueva vida normal.
»Ahí empezaron los problemas. Ella estaba… rara. Sí, creo que ese es el mejor adjetivo. Muy sonriente y muy cariñosa, pero a años luz de mí. Es difícil de explicar si no lo has vivido. Y el problema real fue cuando… cuando… —Hace una pausa eterna—. No puedo, Holly.
—Sí puedes, Ty. —No quiero presionarlo, pero… Vale, quizá sí quiero presionarlo.
—Yo quería volver a… Joder. Qué raro se me hace decirte esto a ti. Vamos, que quería volver a acostarme con ella. Me había pasado meses postrado en una cama, luego centrado en volver a andar… Volví a casa, mi novia estaba allí y yo no soy de piedra. Me apetecía.
»Noté que ella siempre me rehuía. Cuando me quise dar cuenta, hacía un año que no nos acostábamos. Empecé a fijarme en detalles que me habían pasado desapercibidos hasta entonces: nunca estaba en la habitación cuando yo me desnudaba, evitaba meterse en la cama hasta que sabía que yo me había dormido. Una noche… Yo… Es difícil, Holly…
—Ya lo sé, mi vida. —Le digo, sin pararme a pensar en cómo me he dirigido a él—. Ya lo sé.
—La visión no es agradable, ¿sabes? Tengo muchas cicatrices y, bueno, eso… Es feo. Pero, joder… era yo. No pensé que a Donna le importara…
—¿Te dejó?
—Fue más que eso. Fue… Una noche, salió corriendo de la cama. Se escondió en el cuarto de baño y, cuando llegué allí, a la pata coja, como un gilipollas… no fue capaz ni de mirarme. Me dijo cosas horribles. Supongo que se las había estado guardando dentro muchos meses. Que le daba asco, que tenía miedo a vomitar si me miraba… —Su voz se va apagando, muy poco a poco, como si se estuviera quedando sin batería.
—Pero ¿qué dices?
—Lo siento, Holly. No puedo.
—¿Qué es lo que no puedes?
—No quiero que me veas.
—Ty… no —le suplico, porque sé que va a huir de mí, a replegarse. Como cuando quiso alejarse de mí antes de la Super Bowl, como cuando me rechazó en su despacho, como el día que le pedí que fuéramos a la playa juntos.
—Lo siento. Necesito… necesito estar solo.
Lo veo marcharse y no hago nada por retenerlo. En apenas una hora, he vivido el mejor beso de mi vida, la confesión más sorprendente, más desgarradora, he visto romperse al hombre al que quiero y lo he dejado marchar porque necesita lamerse esta herida a solas. Es mi última concesión, pienso, mientras sigo sentada en esas escaleras de Times Square, con la mirada perdida entre los turistas.
Entiendo el pozo en el que ha pasado años Tyler. Lo entiendo porque, de un día para otro, pasó de ser la persona que lo tenía todo a perder lo que hasta entonces había constituido el centro de su mundo: el fútbol, a su novia, casi a su hermana. Y entiendo, quizá mejor que nadie, lo que es pasar años sintiendo asco por uno mismo o, mejor dicho, envuelto en el pánico de que los demás lo sientan. Pero se acabó. Ty ha hecho un esfuerzo por salir de ese pozo y, aunque él va a ser el mayor beneficiado por haberse liberado de sus secretos, no se me olvida que lo ha hecho por mí. Porque me quiere. Y porque lo quiero.
Con una sonrisa triste en la cara, tomo la decisión de hacer algo que puede salir fatal. Iré a buscar a Tyler al pozo, y lo sacaré de allí a empujones.