Capítulo 23

Miércoles, 18 de agosto de 1999, 4:10 AM

Bloque de edificios Harmony

Chicago, Illinois

El enorme estudio lleva prácticamente dos años sin sufrir cambio alguno. Hubo una investigación policial cuando se denunció la desaparición del artista que vivía y trabajaba aquí. Aquel artista, un joven llamado Gary Pennington, nunca apareció, pero el caso sigue abierto en los archivos del Departamento de Policía de Chicago.

Deberían haberse tomado medidas para cerrar el estudio e incluso confiscar las obras de su interior a fin de saldar las numerosas deudas contrechas por el escultor. Los prestamistas alabaron aquella propuesta ya que, escasos meses antes de su desaparición, Pennington había participado en una exhibición a tres bandas en una reputada galería sita en la Magnificent Mile de Chicago. Sus obras acapararon los mayores elogios, pese a lo cual ofertó muy pocas a los compradores. El escultor afirmaba que, a excepción de algunas piezas anteriores que no eran dignas de ponerse a la venta, las obras exhibidas eran las únicas de las que disponía.

Detractores, rivales y astutos inversores declararon que aquella ajustada oferta no era sino un movimiento calculado con el fin de encarecer el precio de su arte. Bueno, el escultor pudo demostrar su sinceridad o, al menos, si existían otras obras completas, no las ocultaba en su estudio. Debían de estar escondidas a conciencia, de ser ése el caso, puesto que fueron muchos los aficionados a desentrañar secretos que intentaron dar con el rastro de los escondrijos en potencia.

El caso es que sus primeras obras ofrecían una calidad muy superior a la que Pennington había dejado entrever, y existía una cantidad ingente de ellas, tanta que los deudores habían salido incluso debajo de las piedras.

Hasta que un benefactor anónimo salió al paso y saldó hasta el último dólar de la deuda, incluyendo uno o dos espurios, contrecha por Pennington. El mismo benefactor continuó pagando el alquiler, incluso después de que los acreedores acordaran un dramático aumento del mismo; una táctica que ni siquiera consiguió que el anónimo patrón saliera de entre las sombras para imponer una demanda ni buscar otro recurso.

Así quedó la situación hasta la fecha. Eso fue en esencia lo que el más bien callado observador le contó a Anatole en varias de sus visitas a este lugar, tan elevado sobre los demás edificios vecinos de su fachada oriental que se podía permitir una respetable vista del lago Michigan, el cual incluso desde la altura del piso veinticinco se extendía hasta el horizonte al norte, al este y al sur. Durante el día lo atestaban las embarcaciones, e incluso durante la noche podía apreciarse el intermitente sendero que delimitaban en el agua los botes y veleros reformados para ejercer de restaurantes flotantes.

Pese al constante recital de los hechos que el observador volvía a subrayar en su cabeza, Anatole daba pocos indicios, a juzgar por lo que se podía apreciar a simple vista, de avanzar en su comprensión de lo que había acontecido aquí el veintiocho de junio de mil novecientos noventa y siete. Al menos, no del modo que esperaban el observador o su señor. Había sido una apuesta, una desesperada súplica de información que, aun en el caso de recibir respuesta, le resultaría ininteligible a cualquiera que no fuera Malkavian y operase en la misma frecuencia de onda que el Profeta de la Gehena.

El hecho de que este Malkavian fuera el apodado profeta era razón suficiente para observarlo, y al señor del observador le parecía que, siempre y cuando esto se llevara a cabo de forma sutil, y en tanto en cuanto los esfuerzos se concentraran en anotar y descifrar los barruntos del demente, el visionario bien podría utilizarse para los fines que exigía el clan.

Por suerte, el observador poseía una asombrosa habilidad para evitar que lo detectaran e insinuarse en los pensamientos y mentes de los demás. Aquellos que ya adolecieran de un precario asidero en la realidad constituían, como era fácil de prever, un blanco fácil para esta táctica.

Los dos hombres se encontraban sentados en silencio dentro de los confines del estudio artístico. Anatole había ocupado su asiento en la zona de trabajo, la porción de aquel sitio hacia la que había gravitado de inmediato y que parecía renuente a abandonar. Había habido breves incursiones en las demás zonas del espacio, tales como el rincón dispuesto para el almacenaje de obras dejadas a medio terminar durante dos años, así como a las habitaciones habitables, entre las que se contaban un pequeño dormitorio, un aseo y un recibidor, todo ello amueblado con absoluta adustez.

Incluso ahora, tan distanciado en apariencia del resto del mundo y olvidado el hábito de la conversación, los ojos de Anatole resplandecían con una llama temible. La única pista que sugería que el vampiro no se había sumido en un estado catatónico profundo era el hecho de que se había descalzado para encajar las sandalias en las manos, con las que frotaba las suelas siguiendo un trazado circular.

Cosa curiosa, el observador presentaba un aspecto muy similar, al menos en lo que a emotividad se refiere. Desprendía una aparente serenidad que lo había llevado a permanecer varias horas meditando acerca de cada palabra y registrando hasta el último movimiento de Anatole, lo que implicaba que el observador llevaba días sin moverse, salvo para garabatear uno o dos apuntes en el transcurso de muchas, muchas horas.

Anatole no aguardó a que nadie lo exhortara a resguardarse de la proximidad del amanecer. Motu propio, el profeta se incorporó y abandonó el estudio para dirigirse sin más dilación al manido ascensor. Desde allí al almacén sólo restaba un corto paseo.

El observador le pisaba los talones y, por duodécimo día consecutivo, dejó caer un papel doblado con toda meticulosidad en el buzón que se erguía en la esquina de la calle. Esperaba con todas sus fuerzas que se estuviese utilizando toda la información que se preocupaba de enviar. Antes de la misión, se había acordado de que no habría contacto con el exterior a menos que fuese absolutamente necesario ya que, aunque el observador podía permanecer escondido y a salvo, cualquier otro agente podría crear una situación demasiado compleja de ocultar al Malkavian.

El observador exhaló un suspiro y se reclinó en una cama próxima a la elegida por Anatole. El profeta pareció dormirse de inmediato. Aunque existían apoyos mecánicos para aquellas ocasiones en las que Anatole pudiera despertarse antes que el observador, éste permanecía despierto y alerta. Hasta que el sol no hubo dejado tan atrás la línea del horizonte que parecía como si un gran peso lo aplastara, el observador no se permitió entregarse al descanso diurno.

Proyecto Persuasión

Informe nº 12

El sujeto mantuvo su comportamiento de los últimos días: es decir, nada más que sentarse y frotar las sandalias. Las coordenadas de su posición vuelven a variar ligeramente, aunque parece que no guarda relevancia alguna. Por si la información demostrara ser de alguna utilidad (y ya que es mi deber), he registrado las variaciones del rozamiento de las sandalias como ya comenzara a hacer en el informe nº 10. p.e. cuando pasó a seguir un movimiento circular.

Resulta obvio que el Proyecto Persuasión alberga pocas probabilidades de éxito, aunque mis exhortaciones a dirigirnos a Atlanta no han conseguido respuesta. Parece que el sujeto sigue "oyéndome", pero ha dejado de responder.

El tiempo empleado por el sujeto en trivialidades me ha permitido reflexionar acerca de mis días de observación e intentar componer una imagen con los retazos de los diversos comentarios que ha pronunciado. Una inquietante idea que sigo considerando es la de que el sujeto puede, en ocasiones, "asumir un papel" sin más. Por lo general, este papel sería el del "joven brujo". Esto es algo que no puedo verificar (puede que no exista modo alguno de verificar algo así), pero sospecho que cuando ha asumido tal papel, las incoherencias del sujeto describen algún tipo de imagen alegórica procedente de algún tipo de acontecimiento de la vida, del "joven brujo". Por ejemplo, este asunto de la "gárgola" que bien podría se nuestro difunto. En un par de ocasiones (sobre todo la noche antes de que comenzara este periodo de aparente meditación, el sujeto ha "creado una gárgola" en su "laboratorio". ¿El fallecido, en un estudio? No puedo asegurarlo, aunque son varias los comentarios que subrayo tanto en éste como en anteriores informes los que el prestan cierta credibilidad a esta teoría.

Proseguiré con esta tarea, claro está, hasta que decidan ponerse en contacto conmigo según los medios ya acordados.

A vuestro servicio.

+-------+

|   ©   |

|       |

|   ©   |

+-------+

| ©   © |

|   ©   |

| ©   © |

+-------+