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«¿Cuál era el mundo real —se preguntaba Kinderman—, el mundo del más allá o el mundo en el que él vivía?». Ambos se habían interpenetrado. Silenciosos soles chocaban en ambos.

—Debe de haber sido un buen golpe para usted —murmuró Riley.

El sacerdote y el detective estaban solos en el cementerio, mirando el ataúd del hombre que hubiera podido ser Karras. Habían terminado los rezos y los hombres se quedaron solos con la aurora y sus pensamientos y la tierra silenciosa.

Kinderman alzó su mirada a Riley. El sacerdote estaba a su lado.

—¿Por qué lo dice?

—Porque le ha perdido usted dos veces.

Kinderman permaneció callado un momento, fija la mirada que después volvió para el ataúd.

—No era él —explicó el detective con suavidad. Sacudió la cabeza—. Nunca lo fue.

Riley alzó la cabeza para mirarle.

—¿Puedo invitarle a un trago?

—No haría ningún daño.