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Si leyeseis este trozo en el original, en lugar de leerlo en esta débil traducción, le compararíais a la descripción de la pereza en El atril.
Baste con esto muy honradamente para los poetas ingleses. Ya os he dicho una palabrita de sus filósofos. En lo tocante a buenos historiadores, no les conozco ninguno todavía; ha sido preciso que un francés les escribiese su historia. Quizá el genio inglés, que es frío o impetuoso, no ha captado todavía esa elocuencia ingenua y ese aire noble y sencillo de la historia; quizá el espíritu partidista, que enturbia la vista, ha desacreditado a todos sus historiadores: la mitad de la nación es siempre enemiga de la otra. He encontrado gentes que me han asegurado que Milord Malborough era un cobarde y que el Sr. Pope era un tonto, como, en Francia, algunos jesuítas encuentran que Pascal era mezquino y algunos jansenistas dicen que el padre Bourdalouse no era más que un charlatán. María Estuardo es una santa heroína para los jacobistas; para los otros, es una desenfrenada, adúltera y homicida: de este modo en Inglaterra hay libelos pero no historia. Es cierto que hay en la actualidad un Sr. Gordon, excelente traductor de Tácito, muy capaz de escribir la historia de su país, pero el Sr. Rapin de Thoyras se le ha adelantado. En resumen, me parece que los ingleses no tienen tan buenos historiadores como nosotros, que no tienen verdaderas tragedias, que tienen comedias encantadoras, trozos de poesía admirables y filósofos que deberían ser los preceptores del género humano.
Los ingleses se han aprovechado mucho de las obras de nuestra lengua; deberíamos a nuestra vez tomar algo de ellos, después de haberles prestado; los ingleses y nosotros hemos llegado después de los italianos, que en todo han sido nuestros maestros y a los que hemos superado en alguna cosa. No sé a cuál de las tres naciones habría que dar la preferencia; pero ¡dichoso quien sabe apreciar sus diferentes méritos!