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Es en esos trozos sueltos donde los trágicos ingleses han destacado hasta ahora; sus piezas, casi todas bárbaras, desprovistas de buen gusto, de orden, de verosimilitud, tienen fogonazos asombrosos en medio de esa noche. El estilo es demasiado ampuloso, demasiado fuera de lo natural, demasiado copiado de los escritores hebreos, tan llenos de- la hinchazón asiática; pero también hay que confesar que los zancos del estilo figurado, sobre los que la lengua inglesa está encaramada, elevan también el espíritu bien alto, aunque con una marcha irregular.
El primer inglés que ha hecho una pieza razonable y escrita de comienzo a fin con elegancia es el ilustre Sr. Addison. Su Catón de Utica es una obra maestra por la dicción y por la belleza de los versos. El papel de Catón está para mi gusto muy por encima del de Cornelio en el Pompeyo de Corneille, pues Catón es grande sin hinchazón, y Cornelio, que por otra parte no es un personaje necesario, se encamina a veces al galimatías. El Catón del Sr. Addison me parece el más hermoso personaje que haya sobre ningún teatro, pero los otros papeles de la pieza no responden, y esta obra tan bien escrita está desfigurada por una intriga fría de amor, que extiende sobre la pieza una languidez que la mata.
La costumbre de introducir el amor a trancas y barrancas en las obras dramáticas pasó de París a Londres hacia el año 1660, con nuestras cintas y nuestras pelucas. Las mujeres, que preparan los espectáculos, como aquí, no quieren soportar que se les hable de otra cosa que de amor. El sabio Addison tuvo la blanda complacencia de plegar la severidad de su carácter a las costumbres de su tiempo, y estropeó una obra maestra por haber querido gustar.
Después de él, las piezas se han hecho más regulares, la gente más difícil, los autores más correctos y menos audaces. He visto piezas nuevas muy sensatas, pero frías. Parece que los ingleses no hayan estado hechos hasta ahora más que para producir bellezas irregulares. Los monstruos brillantes de Shakespeare gustan mil veces más que la sensatez moderna. El genio poético de los ingleses se parece hasta ahora a un árbol frondoso plantado por la naturaleza, echando al azar mil ramas y creciendo desigualmente y con fuerza; se mueve, si queréis forzar su naturaleza y podarle como un árbol de los jardines de Marly.