Segunda carta. Sobre los cuáqueros

Tal fue más o menos la conversación que tuve con este hombre singular; pero tuve ocasión de sorprenderme mucho más cuando, el domingo siguiente, me llevó a la iglesia de los cuáqueros. Tiene varias capillas en Londres; aquélla a la que yo iba estaba cerca de ese famoso pilar llamado el Monumento6. Estaban ya reunidos cuando entré con mi guía. Había alrededor de cuatrocientos hombres en la iglesia, y trescientas mujeres: las mujeres se ocultaban el rostro con su abanico; los hombres estaban cubiertos con sus anchos sombreros; todos estaban sentados, todos en un profundo silencio. Pasé entre ellos sin que ni uno levantase los ojos hacia mí. Este silencio duró un cuarto de hora. Al fin, uno de ellos se levantó, se quitó su sombrero, y, después de ciertas muecas y ciertos suspiros, profirió, mitad con la boca y mitad con la nariz, un galimatías que él creía sacado del Evangelio, en el que ni él ni nadie entendía nada. Cuando ese contorsionista7 hubo acabado su precioso monólogo, y la asamblea se hubo separado completamente edificada y completamente estúpida, pregunté a mi hombre por qué los más sabios de entre ellos soportan semejantes tonterías. «Estamos obligados a tolerarlas, me dijo, porque no podemos saber si un hombre que se levanta para hablar estará inspirado por el espíritu o por la locura; en la duda, lo escuchamos todo pacientemente, permitimos hablar incluso a las mujeres. A veces dos o tres de nuestras devotas se encuentran inspiradas a la vez, y entonces se arma un buen jaleo en la casa del Señor. —¿Entonces no tenéis sacerdotes?, le dije. —No, amigo mío, me dijo el cuáquero, y nos encontramos muy bien así. No quiera Dios que nos atrevamos a ordenar a alguien recibir al Espíritu Santo el domingo, con exclusión de los restantes fieles. Gracias al Cielo, somos los únicos en la tierra que no tenemos sacerdotes. ¿Quisieras quitarnos una distinción tan feliz? ¿Por qué entregaríamos nuestro hijo a nodrizas mercenarias, cuando tenemos leche que darle? Esas mercenarias dominarían pronto en casa y oprimirían a la madre y al hijo. Dios ha dicho: Habéis recibido gratis, dad gratis8. ¿Vamos después de esta frase a mercadear con el Evangelio, a vender al Espíritu Santo, y hacer de una asamblea de cristianos una tienda de mercaderes? Nosotros no damos dinero a hombres vestidos de negro por asistir a nuestros pobres, enterrar a nuestros muertos, predicar a los fieles; esos santos empleos nos son demasiado queridos para descargarlos sobre otros.

—Pero, ¿cómo podéis discernir, insistí, si es el Espíritu de Dios el que os anima en vuestros discursos? — Cualquiera, dijo él, que niegue a Dios para que lo ilumine, y que anuncie las verdades evangélicas que sienta, ése puede estar seguro de que Dios le inspira.» Entonces me abrumó con citas de la Escritura que demostraban, según él, que no hay cristianismo sin una revelación inmediata, y añadió estas palabras notables: «Cuando haces mover uno de tus miembros, ¿acaso es tu propia fuerza la que lo mueve? No, sin duda, pues ese miembro tiene frecuentemente movimientos involuntarios. Es, pues, quien ha creado tu cuerpo el que mueve ese cuerpo de tierra. Y las ideas que recibe tu alma, ¿eres tú quien las forma? Aún menos, pues vienen pese a ti. Es pues el Creador de tu alma quien te da tus ideas; pero, como ha dejado a tu corazón libertad, da a tu espíritu las ideas que tu corazón merece; vives en Dios, actúas, piensas en Dios; no tienes, pues, más que abrir los ojos a esa luz que ilumina a todos los hombres; entonces verás la verdad, y la harás ver9. —¡Eh, aquí tenemos al padre Malebranche puro y nudo!, grité yo. —Conozco a tu Malebranche, dijo él; era un poco cuáquero, pero no lo bastante». Estas son las cosas más importantes que he aprendido en lo tocante a la doctrina de los cuáqueros. En la próxima carta tendréis su historia, que encontraréis aún más singular que su doctrina.

Cartas filosóficas
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017_split_000.xhtml
sec_0017_split_001.xhtml
sec_0018_split_000.xhtml
sec_0018_split_001.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021_split_000.xhtml
sec_0021_split_001.xhtml
sec_0021_split_002.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023_split_000.xhtml
sec_0023_split_001.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025_split_000.xhtml
sec_0025_split_001.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_034.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_035.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_036.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_037.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_039.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_040.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_041.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_042.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_043.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_044.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_045.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_046.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_047.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_048.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_049.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_050.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_051.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_052.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_053.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_054.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_055.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_056.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_057.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_058.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_059.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_060.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_061.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_062.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_063.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_064.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_065.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_066.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_067.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_068.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_069.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_070.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_071.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_072.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_073.xhtml