Compasión confiada vs. violencia temerosa
«¿Quién fue prójimo del hombre herido por los malhechores mientras bajaba de Jerusalén a Jericó», preguntó Jesús al escriba que le preguntaba qué había de hacer para alcanzar la vida o para salvar este mundo. «El que tuvo misericordia de él», le respondió acertadamente el escriba. «Pues vete y haz tú lo mismo», le dijo Jesús (Lc 10, 25-37).
¿Cómo salvaremos este mundo o cómo lo sanaremos? ¿Cómo lo haremos habitable para todas las criaturas, de modo que toda la tierra proclame la gloria de Dios? No será con el poder del Dinero, sino con la compasión del samaritano.
El neoliberalismo, versión acabada y globalizada del capitalismo en la era postindustrial y financiera, se presenta como programa ideal para el mejor mundo posible, incluso casi para el mejor mundo imaginable. Su principio teórico es la libertad del mercado. Su clave práctica es la mano oculta del mercado. El mercado, por sí mismo, busca y encentra solución para todos los conflictos. No faltaron filósofos que pregonaron que habíamos alcanzado el fin de la historia, pues ya no cabía esperar nada mejor. Y no faltaron teólogos que, como hiciera antiguamente Eusebio de Cesarea con el imperio de Constantino, celebraron el capitalismo neoliberal de Occidente como la realización definitiva del Reino de Dios en el mundo, a pesar de que 1.000 millones de seres humanos vivían y morían de hambre en el planeta. No sé si hoy, viendo cómo se hunden países enteros y se rescatan bancos insolventes, y viendo cómo los bancos rescatados expulsan de sus casas a familias insolventes, o viendo cómo se quitan la vida quienes no pueden pagar la hipoteca, seguirán sosteniendo que éste es el mejor mundo posible, que éste es el Reino de Dios en la tierra… Sería increíble que fueran todavía tan optimistas (o tan pesimistas, no sé).
Hoy, Jesús no sería ciertamente tan optimista o tan pesimista. A los países hundidos en la miseria y a los países rescatados, es decir, vendidos al Mercado, a los millones de parados, a los cientos de miles de desahuciados… los vería como vio al leproso del camino o a la multitud hambrienta: «Los vio y tuvo compasión».
El Mercado financiero no tiene ojos para el dolor ni entrañas de compasión. Y lo fía todo al desarrollo de la producción y al beneficio. El Mercado es un poder sin misericordia, un poder frío e insensible. Y extiende en todo el planeta un paisaje desolado sin ojos ni entrañas. Y, en el fondo, todo es causa del miedo. Seguro que Jesús saldría hoy a la calle y a las plazas a gritar: «¡No! No es éste el mundo que Dios sueña en el corazón del universo, en el corazón de nuestro planeta, en el corazón de todas los seres, en el corazón de los corazones humanos. Hagamos que despierte y florezca en el mundo el sueño de Dios: el sueño de la bondad feliz, el sueño de la felicidad samaritana. Y solo la compasión lo conseguirá. Y solo de la confianza brotará la compasión».
Jesús creía en el poder de la compasión samaritana. No creía en el poder del Mercado, ni en el poder de las armas, ni en el poder del castigo. Nunca creyó en el poder de la violencia, en una época en que muchos se dejaban tentar, incluso entre sus discípulas y discípulos más próximos. Y tuvo mucho cuidado en dejarlo claro. Pero tuvo mucho cuidado, sobre todo, en desarrollar estrategias para evitar que sus discípulas y discípulos cayeran en la tentación de la violencia.
La estrategia fundamental consistió en infundirles una profunda confianza. La confianza en Dios, la confianza en la bondad, la confianza en sí mismos, la confianza en el otro, incluso en el enemigo. «Confiad. No temáis. No os angustiéis por lo excesivo de la tarea. Dios lo hará, aunque parezca imposible. Dios lo hará en vosotros, como la semilla en el corazón de la tierra, la semilla que brota y crece, que florece y fructifica. No temáis. Mirad las flores del campo: Dios las viste. Mirad los pájaros del cielo; Dios los alimenta. Dios lo hará. Vosotros podréis hacerlo como Dios, con paciencia, con confianza. Con misericordia y compasión, pues Dios es misericordia y compasión».
Jesús quiso infundir a sus seguidoras y seguidores, a todo el pueblo sencillo, una fe profunda en que ellos, tan pobres, podían ser perfectos como Dios. ¿Qué es Dios? Flujo universal e inagotable de bondad compasiva y feliz. Jesús quiso convencerles profundamente de que podían ser misericordiosos como Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos, que no mira a nadie como malo, sino como herido que necesita curación y no castigo. Jesús quiso hacerles creer profundamente en el poder de la compasión y de la bondad. «Nadie es malo –vino a decirles Jesús–. Ni siquiera Herodes y los romanos. Lo que pasa es que tienen dentro al demonio. El demonio es el único malo, y a esos que miráis como malos debéis librarlos del influjo del demonio por el poder de la bondad».
Cuando Jesús habla de «demonio», no debemos entender un personaje espiritual, invisible y perverso, con entidad independiente, aunque Jesús seguramente lo imaginaba así. «Demonio» es un nombre o una imagen personal de ese poder impersonal que hiere y oprime, esa fuerza ciega y sin compasión que se adhiere a las estructuras y también a los corazones. Jesús creía que existía el demonio como ente espiritual maligno, pero lo fundamental no era para él la existencia de tal demonio, sino su función. Y su función es, de alguna forma, desactivar la violencia de sus seguidores desplazándola del corazón de las personas. Jesús venía, pues, a decir: «No miréis a nadie como malo; creed en su bondad, y curad sus heridas y sus errores. Liberad de la maldad a los malos a fuerza de bien».
De ninguna manera significa esto que haya que consentir que los agentes de injusticia sigan con su práctica injusta, que los corruptos y delincuentes sigan delinquiendo, que los especuladores sigan especulando. Es preciso transformar el mundo transformando los corazones, y transformar los corazones transformando las estructuras. Pero la estrategia de Jesús no es el poder insensible de los poderosos, y tampoco la agresión violenta de los pobres. El poder y la violencia vienen del miedo. La estrategia de Jesús es la confianza en Dios a pesar de todo, y Dios es el poder de la bondad o de la compasión samaritana para todos los heridos, justos o injustos, y en esa fe en el poder de la mirada misericordiosa y de las entrañas de compasión se funda la esperanza activa que construye otro mundo en este mundo.