Óbolo de la viuda vs. donativo del rico
He estado tentado de escribir en el epígrafe: «El óbolo de la viuda frente al donativo de Amancio Ortega». Los medios de comunicación divulgaron con pompa, como corresponde, los 20 millones dados a Cáritas por el dueño de Zara, una de las fortunas más grandes del mundo. El márketing del donativo forma parte del negocio. La Conferencia Espiscopal Española, por su parte, acaba de anunciar también que dona 6 a Cáritas. Mejor que no lo hubiera anunciado. En primer lugar, porque Jesús enseñó que, «cuando damos limosna, la mano izquierda no debe saber lo que hace la derecha» (Mt 6,3). Y en segundo lugar, porque ante semejante anuncio a cualquiera se le ocurren dos preguntas molestas. La primera pregunta es: ¿Tanto dinero tiene la Conferencia Episcopal? Y la segunda pregunta es: ¿Qué hizo con ese dinero el año pasado, y el anterior?
Yo no sé si Cáritas debió aceptar o no ese donativo. Lo que sé es que los pobres no pueden hacer donativos, sino a lo sumo una insignificante limosna que habrá de quedar en el más absoluto anonimato, por pudor de quien lo da y por ceguera del que no ve, nosotros mismos. Pero también sabemos que Jesús tuvo ojos para ver cómo una pobre viuda echaba en los cepillos del Templo dos moneditas de cobre, la moneda más pequeña del tiempo. Jesús lo vio y no lo calló, y una vez más invirtió la lógica del mundo y de la religión.
«Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie». Para Jesús no es importante la cantidad, sino la generosidad. Y para Jesús no es importante el Templo, sino la misericordia. Y Jesús ve –hay que tener ojos para ver– en esta pobre viuda el sacramento de Dios, el signo del Reino y de su lógica.
«Os lo aseguro –nos volvería a decir Jesús–. No es el esplendor y los grandes sacrificios ofrecidos en este templo lo que da gloria a Dios, lo que glorifica la vida, lo que humaniza al ser humano, lo que transforma las estructuras, lo que crea futuro, lo que recrea el mundo. Es el óbolo de esta pobre viuda el que revela la gloria de Dios o de la vida. Esta pobre viuda ha dado su vida, y ése es el misterio último de la Realidad, dar, darse, y de este misterio renace el mundo cada vez. El gran Capital y sus grandes donativos no transformarán el corazón y el mundo. Es la bondad y la generosidad anónima de los pobres los que ya lo están transformando, y en ellos aparece la gloria de Dios».