Introducción

Antes de decir nada en esta dolorosa e inquietante situación que vivimos, siento que debo pedir perdón. Siento que debo pedir perdón y permiso a quienes han perdido el trabajo, han sido arrojados de su casa, deben sostener su vida y su familia con 500 euros. Debo pedir perdón y permiso a quienes les han robado la dignidad, aunque, a decir verdad, son aquellos que les han robado la dignidad los que la han perdido realmente.

No serán sobre todo las palabras, por cálidas y convencidas que puedan ser, las que nos sacarán de esta angustiosa crisis. Pero también necesitamos la palabra, especialmente la palabra de Jesús, aquellas palabras llenas de luz y de consuelo, de gracia y liberación, que él proclamó hace dos mil años al otro lado de este mar Mediterráneo, con toda su historia de paz y de guerra. Siguen teniendo toda su actualidad. Son palabras certeras que desenmascaran la raíz primera de esta crisis planetaria, que es la codicia, y trazan el horizonte de otro mundo necesario y posible, realmente libre, humano, fraterno.

No son tiempos para el pesimismo y la resignación. «Levántate y anda, ponte en camino», dijo Jesús al paralítico que yacía al borde del camino. Y a los pobres campesinos y pescadores, a todos los oprimidos y condenados les dijo: «Dichosos vosotros, pues Dios está con vosotros. Vosotros poseéis el poder de la justicia y de la bondad para transformar el mundo, para construir un futuro nuevo». Y les enseñó el camino: sencillez libre, humildad valiente, bondad feliz, compasión transformadora.

Recogeré y glosaré algunas afirmaciones de Jesús, verdaderas antítesis de esta absurda lógica del capitalismo que nos ha traído hasta donde estamos. Lo que dijo para aquella sociedad herida de hace dos mil años puede valer también para nosotros, puede inspirarnos y animarnos a soñar despiertos y adelantar otro mundo, otra economía, otra política. Un mundo en que todas las criaturas puedan respirar.