Un cuento de choque
SUEÑOS DE CRISTAL
MARCIAL SOUTO
Marcial Souto, que acaba de regresar recientemente de los Estados Unidos, donde ha tenido ocasión de conocer a los principales autores de ciencia ficción de aquel país, es uno de nuestros más activos colaboradores. Sin embargo, hasta ahora no se había decidido a enviarnos ningún relato, ignoramos aún por qué razón. A la espera de que lo haga, he aquí, como anticipo, su particular versión de lo que debe ser un «cuento de choque».
Una casa abandonada.
Vieja. Oscura. Los marcos de las ventanas son cáscaras y los vidrios han caído.
Dentro, todo está en silencio. De vez en cuando, una hoja que entra empujada por el viento es copiada por un espejo. Luego cae y queda allí, esperando otras.
El espejo copiahojas cuelga del centro de una pared y es el único ser vivo en la casa. Es grande y ya casi ha olvidado cómo son los hombres. El hilo que lo sostiene está cada día más débil.
Hubo un tiempo en que los hombres y las mujeres se detenían frente a él. Entonces copiaba con avidez y por las noches, cuando todos dormían, bajaba a ensayar formas de quienes se habían mirado en él. Caminaba por el cuarto probando sus piernas copiadas, y a veces, asomando por la ventana su cabeza de hombre o mujer, veía los árboles y las casas más allá. Nunca se atrevía a salir.
Y al oír el menor ruido, corría a la pared y se colocaba en su marco. Hasta la próxima oportunidad.
Pero ahora ya no podía hacerlo más. Sus recuerdos eran borrosos y no podía reproducirlos correctamente. La última vez en intentarlo, las piernas y la forma del cuerpo fueron tan imperfectas que se cayó al suelo. Tuvo que buscar en su memoria la vaga imagen de un gato para llegar, ayudado por sus cuatro patas, hasta la pared.
Hombres. Hombres. Hombres. Ya no los podré copiar más. Los he olvidado. Estoy olvidando todo. Estoy olvidando todo. Estoy olvidando… ¿quién soy?
Se rompió el hilo.
Una vuelta en el aire. Cara al techo.
Veintitrés pedazos.
Una muerte…
… y veintitrés vidas nuevas. Sin recuerdos.
Llegó la primavera y el viento secó todos los rincones y puso susurros verdes en los árboles.
Un día, el sol llevó una mariposa a la ventana.
Entró en la sombra, dio varias vueltas torpemente, y al fin sobrevoló el desastre. De él fueron saliendo una, tres, ocho, veinte. Veintitrés mariposas.
Aletearon hasta la ventana y salieron al brillante día, libres.
Tintineantes sus colores, sin producir sombras.
© 1968, Marcial Souto y Nueva Dimensión.