SOBRE EL TIEMPO Y TEXAS
WILLIAM F. NOLAN
Se ha escrito y se ha hablado mucho sobre máquinas del tiempo, túneles del tiempo y puertas del tiempo. Aquí, el escritor William F. Nolan —al que ustedes conocen ya por «El pequeño mundo de Lewis Stillman», publicada en esta misma revista— da un toque de humor y amenidad a un tema que, habitualmente, suele estar lleno de complicaciones y paradojas.
—De un solo tiro —declaró el Profesor C. Cydwick Ohms, exhalando una tenue nubecilla de humo de su pipa y meciéndose sobre sus talones—, quiero resolver el problema más grande con que se enfrenta hoy en día la humanidad. Los viajes espaciales, que en su mejor momento no dejaron de ser un sueño infantil, fallaron miserablemente. El colonizar el árido Polo es un asunto enrevesado y sin porvenir. Y resulta imposible hacer cumplir su obligatoriedad al Programa Obligatorio de Control de Natalidad. La superpoblación continúa siendo la espina que más honda tenemos clavada. Caballeros… —hizo una pausa para contemplar cara a cara a cada uno de los periodistas y fotógrafos allí reunidos—… tan solo hay una respuesta.
—¿La aniquilación en masa? —interrogó un aprendiz de periodista.
—¡Vamos, muchacho! ¡Claro que no! —se indignó el Profesor—. La respuesta es: ¡EL TIEMPO!
—¿El tiempo?
—Exactamente —afirmó Ohms. Apartó con un dramático floreo una cortina de terciopelo rojo, con lo que dejó al descubierto una alta estructura de brillante metal—. ¡Como ustedes pueden ver!
—¡Hey! ¿Qué demonios es esa cosa? —exclamó el aprendiz.
—¡Esa cosa —replicó el Profesor con acidez—, es la Puerta del Tiempo de C. Cydwick Ohms!
—¡Caramba, una Máquina del Tiempo!
—¡No, no! ¡Por favor, muchacho! Una Máquina del Tiempo, en su acepción popular, es imposible. ¡Locuras! Sin embargo… —el Profesor golpeó la pipa para expulsar la ceniza—. Por una serie, matemáticamente precisa, de infinitos cálculos, he desarrollado la extraordinaria Puerta del Tiempo de C. Cydwick Ohms. Ábranla, den tan solo un paso y… ¡al Pasado!
—Pero ¿cuándo en el pasado, Profe?
Ohms sonrió con superioridad al círculo de rostros expectantes.
—Caballeros, ¡tras esa puerta se extiende el ilimitado y gigantesco Suroeste norteamericano! ¡La suficiente tierra como para absorber los sobrantes de población de la Tierra así de fácilmente! —chasqueó los dedos—. Estoy hablando, caballeros, de Texas en 1890.
—¿Y qué ocurrirá si los texanos protestan?
—No tienen elección. La Puerta del Tiempo funciona estrictamente en un solo sentido. Me preocupé de eso. Será totalmente imposible para cualquiera en 1890 regresar a nuestro mundo del 2063. Y ahora… ¡el Pasado espera!
Descartó sus vestiduras profesionales. Bajo ellas, Cydwick Ohms llevaba puesto un extraño y antiguo atavío: botas negras de montar, brillantes y adornadas con plata; un ancho cinturón cuajado de pedrería, con una inmensa hebilla que ceñía unos pantalones de lana; una camisa a cuadros de colores chillones, cerrada en el cuello por un pañuelo de fulgurante color rojo. Se encasquetó alegremente un sombrero vaquero, y dio un paso hacia la Puerta del Tiempo.
Asiendo una manija de marfil, la movió hacia arriba. La gran puerta metálica se movió lentamente hacia atrás.
—El tiempo —dijo simplemente Cydwick Ohms, señalando hacia la grisácea nada, más allá de la puerta.
Los periodistas y fotógrafos se abalanzaron hacia adelante, con las cámaras y los cuadernos de notas a punto.
—¿Qué ocurrirá si la puerta se cierra después de que usted haya partido? —preguntó uno de ellos.
—Un temor sin fundamento, muchacho —aseguró Ohms—. Me he preocupado para que la Puerta nunca pueda cerrarse. Y ahora… adiós, caballeros. O, para decirlo en el lenguaje de la época: So long, hombres.
Ohms hizo una profunda reverencia, dio un tirón final a su sombrero y avanzó un solo paso al frente.
Se quedó quieto, parpadeando. Entonces maldijo, golpeó a la inamovible barrera gris con los puños cerrados y retrocedió, jadeante, hasta su escritorio.
—¡He fallado! —sollozó en voz baja—. ¡La Puerta del Tiempo de C. Cydwick Ohms es una chapuza! —y hundió la cabeza entre sus trémulas manos.
Murmurando entre sí con disgusto, los periodistas y fotógrafos empezaron a salir del laboratorio.
De repente, el profesor alzó la cabeza.
—¡Escuchen! —avisó.
Un profundo retumbar, debilitado por la distancia, surgía de la densidad gris de la Puerta del Tiempo. Por encima de este sonido se podían oír débiles gritos y alaridos. Los ruidos crecían… convirtiéndose de una multitud de tambores batientes a un rugiente mar de truenos.
Dando alaridos, los periodistas y fotógrafos se lanzaron escaleras abajo.
«¡Ah, otro complicado problema por resolver!», pensó el Profesor Cydwick Ohms, saltando con cierta dificultad a lomos de uno de los tres mil cuernilargos texanos que entraban en estampida en el laboratorio.
Título original:
OF TIME AND TEXAS
© 1956, King-Size Publications Inc., by arrangement by Forrest J Ackerman.
Traducción de B. Samarbete