Se celebró en Sitges (Barcelona), del 28 de septiembre al 4 de octubre de 1968, bajo el patrocinio del Ilmo. Ayuntamiento y del Sindicato Local de Hostelería, y organizada por «Sitges Foto Film», la Primera Semana de Cine Fantástico, tal como anunciábamos en nuestro número anterior. El equipo de Nueva Dimensión, compuesto por Sebastián Martínez, Domingo Santos y Luis Vigil, se desplazó hasta allí para asistir a su celebración en nombre de la revista, uniéndoseles también José Luis Garci y José Luis. M. Montalbán, llegados desde Madrid enviados por sus respectivas revistas. La reseña de esta Semana que les ofrecemos a continuación ha sido así compuesta tras reunir en un solo conjunto las distintas impresiones y juicios de todos ellos. Hay que hacer también una mención especial para José Luis M. Montalbán, que ha tenido la paciencia de confeccionar además todas las fichas técnicas de los films exhibidos y recopilar las ilustraciones que acompañan al mismo.
Para hacer un examen justo e imparcial de lo que fue la Primera Semana de Cine Fantástico de Sitges hay que hacer primero una serie de puntualizaciones. En primer lugar, hay que tener presente el hecho de que ha sido la primera: esto es algo fundamental, y sirve para explicar y justificar en parte una serie de fallos y deficiencias que, de otra manera, hubieran sido lamentables e incluso inadmisibles. En segundo lugar, la precipitación de toda su organización: su propio director técnico, Antonio Cervera, nos dijo que la Semana se había preparado con apenas dos meses de antelación. Estos dos extremos deben tenerse muy en cuenta a la hora de hacer un juicio crítico, para no caer en una apreciación errónea.
Por otro lado, la Primera Semana de Cine Fantástico de Sitges tuvo dos grandes alicientes: el ser la primera Semana de este género que se haya realizado en España, y el ser también la primera en el mundo en reunir, bajo un único criterio, las tres especialidades, tan hermanadas entre sí, de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror.
El material
A esta Primera Semana de Cine Fantástico concurrieron treinta películas, pertenecientes a nueve distintas nacionalidades. De ellas, doce eran estreno absoluto en España, mientras que las otras dieciocho eran ya conocidas del público español, algunas de ellas en fechas muy recientes. Y ahí entramos en el primer gran fallo que puede imputársele a la Semana: el que un destacado tanto por ciento de las películas hubieran sido ya proyectadas muy recientemente en España en explotación comercial, mientras que otras —gran parte de las retrospectivas— habían sido pasadas, muy recientemente, por Televisión Española.
De las treinta películas presentadas, dos habían sido rodadas especialmente para la televisión, y otras tres eran cortometrajes, prescindiendo, naturalmente, de las de la sección retrospectiva, cuyo metraje suele ser inferior a los largometrajes actuales. Todas ellas fueron presentadas en versión original, a excepción de Alphaville y las retrospectivas pertenecientes al realismo alemán, y todas ellas, excepto dos, sin subtítulos. Todo el material retrospectivo provenía de la Filmoteca Nacional.
La retrospectiva
Vamos a examinar más detenidamente este material. La Semana empezó con la proyección de tres cortos de Méliès: El mago, Viaje a través de lo Imposible y A la conquista del Polo. Inútil hablar de ellos: Méliès es lo suficientemente Méliès como para no necesitar ser analizado, y el conjunto de su producción, con sus maquetas, sus decorados y sus trucajes, son admirados aún hoy en día. Sólo un detalle digno de ser notado en su obra: pese a ser el primer cineasta en dedicarse a la ciencia ficción, su confianza en las máquinas construidas por el hombre debía ser a todas luces muy escasa: en casi todas sus películas, sus ingenios mecánicos terminan siempre estrellándose contra algo.

Méliès con todos los honores: «A la conquista del Polo».
El Golem, Metrópolis, El gabinete del doctor Caligari, Nosferatu, son también lo suficientemente conocidas en España, a excepción quizá de El Golem, la menos prodigada de todas ellas. Sus constantes pases en todos los cine clubs, incluso su reciente pase a través de la segunda cadena de Televisión Española, hacen innecesario un comentario detallado. Sería inútil hablar del retorcimiento de los escenarios de El gabinete del doctor Caligari, de lo que significa Metrópolis dentro de la ciencia ficción en general, del nacimiento, a través de Nosferatu, de todo un mito de vampirismo. Un detalle muy de agradecer: excepto Nosferatu, todas las demás copias exhibidas se hallaban en un estado impecable, cosa poco usual en estos casos.

El más perfecto de los Golems: el propio Paul Wegener.
Münchhausen (en español «Las aventuras del Barón de Munchhausen»), que aunque más moderna puede encuadrarse también dentro de esta retrospectiva, merece un comentario aparte. Rodada por Joseph von Baky en 1943, a mayor gloria de la raza germánica —tal vez por mandato de Goebbels—, representa uno de los más gigantescos esfuerzos realizados nunca por la industria cinematográfica alemana. Es un fabuloso alarde en todos los conceptos: grandes movimientos de masas, decorados enormes, trucos, maquetas, sobreimpresiones… La película, sin embargo, es en su conjunto morosa, pesada, de una lentitud exasperante, como si von Baky se hubiera visto embebido por tantos medios puestos a su disposición y se hubiera recreado en ellos. Es, además, una cinta pura y exclusivamente de propaganda nazi rodada en Agfacolor: su protagonista, rubio, de ojos claros, valiente, capaz de todo, es el ideal perfecto de la raza aria tal como la quería Hitler, de la raza escogida que tenía que dominar a todo el mundo.

Nosferatu, el padre de todos los vampiros.

La mujer robot de «Metrópolis»: una reencarnación, en femenino, del mito de Frankenstein.
La película tiene sin embargo grandes momentos, y una técnica general que, si bien hoy ya superada, hace que el verla sea aún, y pese al tedio general, un auténtico placer, por lo que hay que aplaudir su elección.

«Munchhausen» 1943.
La otra retrospectiva
Hubo también otra retrospectiva, que creemos interesante analizar separada de la anterior, por constituir un núcleo aparte y bien definido: nos referimos a la correspondiente a los «años dorados» del cine de terror norteamericano, cuando Hollywood era aún una potencia y Boris Karloff uno de los mayores ídolos de la cinematografía mundial. Tres películas fueron presentadas en la Semana como representación de esta segunda retrospectiva: The devil doll (Muñecos infernales), de Tod Browning, nos ofrece una creación magistral de Lyonel Barrymore en el papel de una anciana, digno de figurar en todas las antologías sobre cine, y posee una técnica cinematográfica en el empleo de decorados gigantes y sobreimpresión y mezcla de imágenes de distintos tamaños aún no superada hoy en día. House of Frankenstein (La casa de Frankenstein), en cambio, representó una gran decepción: una película más de la serie de Frankenstein, rodada en los tiempos de gran éxito del monstruo, y con todos los personajes clásicos reunidos en una especie de gran festival; Frankenstein, el Hombre Lobo, Drácula…, todo ello dentro de un guión y una realización que no aportan nada nuevo a la filmografía de terror.
The bride of Frankenstein (La novia de Frankenstein) es en cambio, al igual que The devil doll, una pieza antológica, desde la interpretación de Boris Karloff en un Frankenstein que ya habla (y aquí tenemos que agradecer el que la película estuviera en su versión original, lo que nos permitió el placer de escuchar la voz original del monstruo) hasta la de Elsa Lanchester que, en una actuación brevísima al final de la cinta —aparte su actuación como Mary Shelley en el prólogo— nos da una lección magistral de interpretación. Por lo demás, la cinta, que se inicia allí donde terminaba la primera, sigue en todos sus detalles los caminos trazados por Frankenstein (repuesta, ésta última, recientemente en España con todos los honores), superándola incluso en muchos detalles.
La aportación rusa
La noche de la inauguración de la Semana se proyectó, junto con los cortos de Méliès, la cinta rusa Aélita, una de las más esperadas, ya que tratándose en rigor de una retrospectiva (la película data de 1924), constituía al mismo tiempo un riguroso estreno en España. Ello hizo que en torno a ella se creara un clima de expectación que se palpaba en el aire, acrecentado por el hecho de ser la película que inauguraba oficialmente la Semana.

«Aélita», la revolución comunista en Marte.
Sin embargo, su proyección defraudó lamentablemente. Aélita es una intriga político-social-amorosa que se desarrolla entre la Tierra y Marte, y en la que Aélita, reina de Marte, posee un aparato —especie de televisor de muy largo alcance— a través del cual puede ver la vida y los problemas de otros planetas, en este caso la Tierra, y más concretamente del Ingeniero, que está construyendo —en Rusia, naturalmente— una nave para ir a Marte. La situación se complica cuando Aélita se enamora del Ingeniero, y cuando éste arriba a Marte, donde se está fraguando una revolución… que no es más que la transposición marciana de la revolución rusa, hoz y martillo incluidos… y que, naturalmente, triunfa.
La película tiene sus momentos brillantes, y es evidentemente una buena película, como lo demuestra el éxito que obtuvo mundialmente desde su estreno y el hecho de ser considerada un clásico. No obstante, en Sitges no fue apreciada. No pudo serlo, y ello fue debido a una sencilla razón: la película, muda, estaba plagada de rótulos explicativos de la acción… y estos rótulos se hallaban escritos en ruso.
Y entramos aquí en el segundo gran fallo imputable a la Semana: el que casi todas las películas se proyectaran en versión original sin subtítulos. Ello representa, para la persona que no domine el idioma original (y es mucho pedirle a los asistentes que sepan al mismo tiempo el francés, el inglés, el italiano, el polaco y el ruso) un gran inconveniente. Agravado en este caso por el hecho de que los rótulos, que permanecían sus buenos diez segundos en la pantalla, cortaban a cada momento el ritmo de la acción, dejándonos absortos ante una serie de caracteres cirílicos que nadie se había preocupado en traducir. Aélita decepcionó, y evidentemente ésta fue una de las principales causas de la decepción. Más tarde sugerimos al director técnico de la Semana que tal vez hubiera sido conveniente cortar estos rótulos de la cinta, a fin de conseguir al menos una unidad en la acción, a lo que nos respondió que él personalmente, por razones de ética, no había permitido que se efectuara ningún corte por ningún concepto en ninguna de las películas que se habían recibido para la Semana, postura que por otro lado no merece más que aplausos por nuestra parte… aunque en esta ocasión nos fastidiara bastante.
Lo mismo hemos de decir en lo que respecta a Volshebnaia Lampa Alladina (La lámpara maravillosa de Aladino), a la que hay que añadir el inconveniente de ser una película de factura reciente… y hablada. «Aladino» es, en realidad, una película destinada a la juventud, filmada en horrendos colores —que nos recuerdan aquel fotocolor de las primeras producciones españolas de comienzos de los años cincuenta— y con una escasez de medios inadmisible cuando se pretende hacer, como en este caso, una película de gran espectáculo. Tal vez tenga sus méritos (¿quizá en el diálogo?), pero pese a todo no podemos considerarla adecuada para una Semana de Cine Fantástico. Cabe preguntarnos: ¿acaso en Rusia, donde se realizan películas fantásticas y de ciencia ficción de verdadera valía —basta ver para ello la aportación anual que hacen al festival de Trieste—, no tenían para enviarnos nada mejor que esto?
Vampiros y monstruos de ciencia ficción
La aportación inglesa estuvo compuesta por cuatro películas, de las que vamos a dejar aparte la de Polanski, que trataremos al final, para referirnos de momento únicamente a las otras tres. La primera de ellas, Devils of Darkness (Demonios de la oscuridad) merece poco comentario: película clase «B», destinada al consumo de un público de masas, versa sobre un tema archiconocido, el de los vampiros, al que no aporta nada nuevo. Hay, ciertamente, un buen oficio por parte de su director. Lance Comfort, y un buen uso del efectismo. Por lo demás, la historia de esa extraña secta de vampiros que pintan cuadros, celebran «happenings», se reúnen bajo una cripta y parecen más bien una logia, no termina de convencernos, pese al buen empleo del color, de las luces, de las pausas… de todos los convencionales elementos del género.
Las otras dos, en cambio, sí merecen amplio comentario. Ambas pertenecen a un mismo director, Terence Fisher, ya conocido del público español por varias otras películas. Terence Fisher es un hombre del que podemos esperar ya de antemano el que no va a darnos una película genial, pero del que sabemos también que no va a defraudarnos nunca. Encasillado dentro del cine de intriga, terror y ciencia ficción, se mueve a sus anchas en él, secundado casi siempre por alguno de esos dos actores también encasillados que son Christopher Lee y Peter Cushing, cuando no por los dos juntos.
Las dos películas presentadas en la Semana pertenecen, ambas, al género de ciencia ficción. Night of the big heat (La noche del gran calor) es una película de planteamiento modesto, pero en la que se han aprovechado al máximo todos los medios, en una muestra de lo que un director hábil, con un sólido oficio y conociendo perfectamente a sus dos «viejos» actores —Lee y Cushing— puede hacer con unos pocos elementos clave: a) una historia sentimental; b) una sucesión de hechos extraños que, desde el comienzo, mantienen el interés del espectador; c) la creación de un personaje «sospechoso», d) un clima de tensión agobiante, en este caso el calor; y e) localización en una pequeña área, a poder ser incomunicada del resto del mundo.
Aquí esta área es una pequeña isla en la que en pleno invierno, inexplicablemente, el termómetro empieza a subir hasta hacer estallar las botellas de cerveza. Los habitantes del lugar no saben lo que ocurre, intentan comprender… De pronto, algunos empiezan a morir, uno tras otro, de una forma desconocida, sembrando la ansiedad y el terror en el resto. Al final se sabe lo que ocurre: en los alrededores han caído unos extraños seres provenientes del espacio, unos seres que se alimentan de energía, por lo que atacan a todo lo que la produce: los faros de un coche, una estación de radar, incluso una linterna… afectando, naturalmente, a los hombres que están en las proximidades de estos objetos y lugares. Los protagonistas de la cinta se van viendo acorralados: cada vez más, hasta que al final, en el momento límite de la situación, viene la salvación en la forma de una lluvia bienhechora que destruye a los monstruos…
La película está correctamente realizada, con una perfecta gradación del suspense, característica principal de todas las películas de Fisher. Paralelamente a la acción, se desarrolla una intriga amorosa en la forma del clásico triángulo, intriga dotada de una abundante carga de erotismo. La película desciende sin embargo de tono al final, con su solución a lo «deus ex machina», que aparece como un poco forzada a los ojos del espectador, aunque ello no sea óbice para que la película sea, en toda su extensión, una muy estimable película.
Island of terror (La isla del terror) pertenece también al género de ciencia ficción, entremezclado con el de terror, y constituye la mejor obra de Fisher que hemos visto hasta la fecha, e indudablemente la mejor en su género de la Semana. En ella, Fisher crea desde su comienzo un clima tan angustioso y horrendo, que hace que su obra sea una de las muestras más excepcionales del actual cine de terror.

«La isla del terror»: Los silicates se reproducen.
En un laboratorio donde se experimenta sobre el cáncer, se crea accidentalmente una célula mutante que dotada de vida propia, se subdivide y escapa. Estas células —los «silicates»— se alimentan de sustancias aptas para su metabolismo que hallan abundantemente en los cuerpos de los animales… y del hombre, por supuesto. Así, estas células atacan a los seres humanos y los despojan por absorción de todos sus huesos, con lo que las víctimas aparecen con el aspecto de unos globos deshinchados, fofos, sólo piel y carne. Cuando se les oprime el rostro, los brazos, el vientre, se hunden como si fueran de caucho. Con estas imágenes, con estos cadáveres, empieza Fisher a aterrorizar. Estamos aquí también en una isla, la isla de Petri, en la costa irlandesa. Y la comunicación, siendo necesaria, va a ser difícil. La aparición por primera vez de una de las «cosas» es inolvidable: una de ellas —una masa viscosa de medio metro de diámetro, con una cabeza larga y fina que más bien parece un tentáculo o el cuerpo de una serpiente cobra— devora a un hombre y después, segregando unos jugos, se escinde y se convierte en dos criaturas, en una escena donde se mezclan dosificadamente la atracción y la repugnancia… Desde estas bases, Fisher inicia su escalada de tensión. Cuando algún personaje sale al exterior, hay siempre una intranquilidad total. Hay una escena impresionante en la que las «cosas» van avanzando a docenas por el bosque, mientras un grupo de hombres intenta detenerlas con todas las armas a su alcance: rifles, dinamita, improvisadas bombas incendiarias… Entonces, en un cierto momento, una de las «cosas» salta desde un árbol sobre uno de los cazadores, y el escalofrío pasa de la pantalla a los espectadores cuando éstos se dan cuenta de que los protagonistas están rodeados de árboles, y que encima de cada uno de ellos puede haber alguno de aquellos monstruos…
Los últimos veinte minutos de la cinta, cuando los supervivientes se encierran en un local, acorralados por las «cosas», y empiezan a ver como éstas van rodeando la casa, se suben al techo, empiezan a romper con sus cabezas-tentáculo los cristales de las ventanas y de las claraboyas y empiezan a saltar al interior, mientras los acorralados hombres tienen como única esperanza de salvación los isótopos radiactivos que han inoculado al ganado de la isla en la espera de que, al ser devorados por los «silicates», se los transmitan y los aniquilen, es realmente magistral, y recuerda al mejor Hitchcock de «Los pájaros» por las excelencias de su montaje.
Terence Fisher ha medido este film con una minuciosidad milimétrica, sin que falte ni siquiera el último y cruel «gag» final, inesperado y demoledor, y qué nos da constancia de una alucinante verdad del film; si esto llegara a pasar… Film maestro, debe figurar como la mejor obra realizada hasta ahora por Terence Fisher, y una de las mejores del actual cine de ciencia ficción y terror.
Italia, o el festival Mario Bava
La aportación italiana a la Semana no nos trajo nada nuevo, ya que toda ella se había exhibido recientemente en España en explotación comercial. Dos películas de coproducción con nuestra patria y una enteramente italiana fueron el balance de esta aportación. La maldición de los Karstein (título italiano La cripta e l’incubo), pasada en su versión española, es una correcta pero fría realización de Camillo Mastrocinque, un director que nunca ha realizado nada destacado pero sí ha tocado todos los temas posibles. Con una actuación gris y apagada de un Christopher Lee desconocido, y unos actores y actrices secundarios carentes de la más mínima expresión, la película nos desarrolla un tema que no aporta nada nuevo al cine de terror, con un final que todo el mundo espera desde el principio.
Las otras dos películas pertenecen a un mismo director: Mario Bava. Este director fue antes un magnífico cámara, y de ahí que todas sus obras posean un esteticismo, a veces bastante efectista, que las hace sobresalir de las restantes obras de otros directores, principalmente por la importancia que le concede a la puesta en escena. Su primera película presentada en la Semana, Terror en el espacio (Título italiano Terrore nello spazio) es también un coproducción italo-española, perteneciente de lleno al género ciencia ficción. Rodada enteramente en estudios, tiene bastantes puntos de contacto con el conocido «Forbidden Planet», en la que evidentemente está inspirada. A través de una correcta puesta en escena, y mediante unas maquetas magníficamente realizadas, nos narra una historia interesante, con algunos detalles extremadamente brillantes, como la parte que se refiere al hallazgo de la antigua nave abandonada y los restos de sus gigantescos tripulantes. Algunos fallos ambientales y de guión —aquel lago de fuego que hay que atravesar saltando de piedra en piedra, por ejemplo— y una cierta truculencia característica en este director, no empañan en absoluto la calidad general de la obra. Como tampoco lo hace el único gran reparo que formalmente puede oponérsele a la película: su misma motivación, el que todo ocurra porque se estropee un deflector de meteoritos no más grande que una máquina de escribir, y del que la gigantesca nave no lleva ningún repuesto. Película interesante como ensayo de buen cine de ciencia ficción, tiene una calidad ambiental que no tienen gran parte de las películas de procedencia estadounidense.

Un buen cine de ciencia ficción de procedencia europea: «Terror en el espacio».
I tre volti della paura (Las tres caras del miedo) vino también de explotación comercial, aunque fue presentada en su versión original italiana. La película se compone de tres historias yuxtapuestas, basadas respectivamente en tres relatos de Chejov, Tolstoi y Poe, y presentadas por Boris Karloff, que es a la vez protagonista de la segunda de ellas.
La primera historia, «El teléfono», es una magnífica práctica de dirección, realizada en un solo decorado —el interior de una habitación— y con sólo tres personajes y un teléfono, y a través de la cual Bava nos demuestra su habilidad y la extensa gama de sus recursos.
Más importante, y sin tanto artificio, es «Los Vurdalaks», historia en la que flota un romanticismo casi mágico, que unido al terror compone una mezcla de una calidad extraña y excelente. Las escenas del niño llamando a su madre en medio de la noche tienen un patetismo (que se pierde en la versión española) sólo comparable a las de las ruinas de la iglesia abandonada, con unos toques de color que dan una visión insólita de lo que es el terror centroeuropeo, hasta hoy sólo «visto» en la literatura.
El tercer relato, «La gota de agua», es una auténtica lección de montaje y, hasta hoy, lo más valioso que ha hecho Bava. El ritmo, medido con una precisión de cronómetro, da a través de las imágenes una aceleración constante que desemboca en un inevitable final. Poe se sentiría evidentemente satisfecho de esta magistral adaptación: cada efecto, cada gesto, cada ruido, van encaminados hacia una finalidad concreta, la creación de un clima que sólo se desata al final, en un desenlace brusco y sobrecogedor.

«La gota de agua»: un Bava de la mejor calidad.
Y un detalle digno de ser anotado aquí: cuando la vimos en su versión comercial española, observamos que la despedida de Boris Karloff, al final de la cinta, resultaba tras todo lo demás absurda, incluso francamente mal realizada en una película así. Aquí, en su versión original, tuvimos la sorpresa de comprobar el motivo de ello: puesto que Bava nos ofrece con ella un «tour de force» y, tras el clímax de «La gota de agua», da un salto brusco del terror a la farsa presentándonos, con la despedida de Boris Karloff, y mediante un calculado travelling, toda la comparserfa que rodea la cinta: a Boris Karloff montado sobre un caballo de cartón, un enorme ventilador, unos tramoyistas que pasan una y otra vez junto a él sosteniendo en alto unas ramas… Este detalle, por supuesto, ha sido «sabiamente» cortado por algún distribuidor «listo» en su versión española. Y nos preguntamos: ¿Es que acaso no existe ninguna ley que defienda a los directores contra estos abusos de lesa propiedad intelectual, hechos a sus espaldas y sin su consentimiento?
Francia: unos buenos cortometrajes
La aportación de Francia fue realmente mínima, si tenemos en cuenta que la película de mayor envergadura de las presentadas, Alphaville, se halla aún en explotación en España, y la copia que se pasó no era ni siquiera la original, sino una horrenda copia harta de dar vueltas y vueltas por los cines de barrio, y por lo tanto en pésimo estado. A pesar de ello, hay que admirar una vez más la intelectualmente enrevesada cinta de Goddard con un Eddie Constantine que, pese a ser el mismo de siempre, nos parece distinto, y con una base argumental sólida: la lucha y la victoria del hombre y del amor sobre la lógica y el materialismo, personificados por un lado por Lemmy Caution (Eddie Constantine) y Natacha (Anna Karina), y por el otro por la propia y deshumanizada Alphaville, con su cerebro motor Alpha 60. Película llena de hallazgos, como la declaración de amor de Lemmy a Natacha, con la cámara rodeando constantemente a Anna Karina, como queriendo abrazarla con su objetivo, como la escena de las ejecuciones, como las entrevistas de Lemmy con Alpha 60…
Y de Francia nos llegaron también tres cortometrajes: el primero de ellos, Vampirisme (Vampirismo), es original de un buen amigo nuestro, Patrice Duvic, y es un reportaje satírico sobre la vida de los vampiros hecho con mucho humor, una gran dosis de ingenio y un gran sentido crítico de la vida actual: una película corta, en fin, como la que desearíamos poder ver muchas.

«Vampirisme»: Un estupendo e irónico cortometraje sobre un tema clásico.
Insomne (Insomnio), de Pierre Etaix, pasada recientemente en España en salas comerciales, es también otro toque al tema del vampirismo visto desde el lado del humor: las imaginaciones de un hombre que, vencido por el insomnio, se deja arrastrar por la lectura de una novela de vampiros. Llena de magníficos y originales hallazgos, lo único que decepciona un poco tal vez sea su final, por lo previsible.
Finalmente, Le puits et le pendule (El pozo y el péndulo), de Alexandre Astruc (que asistió personalmente a la proyección), basada en la obra homónima de Poe, y realizada especialmente para la televisión francesa, sigue al pie de la letra el texto literario original; tan al pie de la letra, que nos atreveríamos a afirmar que es una transcripción en imágenes del relato de Poe, palabra a palabra, incluso en sus más ínfimos detalles. Magníficas imágenes por otro lado, a través de una formidable ambientación, de un buen juego de luces, de un montaje obsesivo, y de una magistral interpretación de Maurice Ronet como único protagonista. Todo lo cual hace que la cinta posea en su conjunto un clima impresionante, agobiador, digno del relato del cual ha sido extraída.
El triste y desgraciado papel de España
España, pese a ser el país organizador de la Semana, estuvo pésimamente representada en la misma, no exactamente por la calidad de las películas, sino más bien por las circunstancias que las rodearon.
La primera de ellas, Los invasores del espacio, es una triste muestra del cine infantil que NO se debería hacer. Guillermo Ziener, su director, surgido de las filas de la Escuela Oficial de Cine, se ha visto obligado a realizar una cinta de encargo, surgida indudablemente como consecuencia de la «fiebre de cine infantil» provocada hace unos años, y de la que aún no nos hemos librado. La cinta nos cuenta la historia de la llegada de unos malvados marcianos que inmovilizan a toda la población de la Tierra para ocuparla, y de una pareja de niños que, escapados de la inmovilidad por causas fortuitas, salvan con su decisión y su arrojo a toda la humanidad. Todo ello tratado a través de un guión insostenible y a veces ridículo, con una interpretación endeble, y con un trucaje que nos recordó los episodios de Diego Valor retransmitidos por Televisión Española en los heroicos tiempos de sus comienzos, cuando los programas se realizaban con cuatro pesetas y treinta céntimos. Película de misérrimo presupuesto y de aún más misérrimos resultados, su inclusión en esta Semana debiera haber sido lo último que se hiciera.
El caso de La llamada, de Javier Setó, es muy distinto. Película de tan escaso presupuesto como la anterior, es sin embargo una película honrada, que nos plantea un tema poco tratado en el cine español, el de la precognición, la muerte y la reencarnación, a través de unos elementos fantástico-terroríficos que no precisan de monstruos ni de engendros al uso para cumplir su objetivo.

Emilio Gutiérrez Caba y Dianik Zurakowska ruedan «La llamada».
Tratada con una técnica realista, buscando sus efectos a través de la historia misma, tiene sin embargo un único y fundamental defecto: el de un guión, una interpretación y sobre todo unos diálogos muy por debajo de las ambiciones del tema y de la cinta en sí, y que hacen que los momentos realmente logrados de la misma —como la fantástica cena familiar en casa de los padres de Dominique (Dianik Zurakowska, que fue la invitada de honor de la Semana)— queden por debajo de su valor real.
Sin embargo, lo peor de esta película fueron las circunstancias que rodearon su exhibición en la Semana. Pese a todos sus posibles defectos, pocos o muchos, La llamada tiene un gran valor que le confiere, por sí mismo, un desusado interés: el de ser la primera película española que ha sido filmada en plan cooperativo, es decir, aportando sus distintos elementos constitutivos tanto el capital como el trabajo necesarios, y sin mayor beneficio que los derivados posteriormente de su explotación comercial. Y, paradójicamente, la película ha sido efectivamente distribuida comercialmente en todo el mundo… menos en España, donde ningún distribuidor se ha atrevido a adquirir, por miedo, los derechos.
Pues bien; la exhibición de la película en la Semana fue una verdadera odisea. Y ahí nos enfrentamos con otro de los grandes fallos, éste no de la Semana en sí, sino de una parte del público asistente, y del que uno de nuestros lectores habla encendidamente en otro lugar de esta revista. Unos llamémosles críticos cinematográficos —al menos así nos fueron señalados— acudieron a la Semana con la clara intención de boicotearla, como lo demostraron más tarde con sus injustificadamente acerbas crónicas remitidas a sus respectivos periódicos. Pero parecían tener además una animadversión especial contra Javier Setó, que asistió a la presentación de su película, y contra la protagonista de la misma, Dianik Zurakowska, ya que apenas iniciarse la película empezaron a «hablar, gritar, patalear, silbar, gruñir y rebuznar» (usamos las palabras de nuestro exaltado lector por considerarlas las más expresivas) de una manera totalmente impropia para unos críticos que asisten a un certamen cinematográfico, y no dejando de hacerlo ya por el resto de la película, pese a las protestas de un sector del público. Sinceramente, lamentamos inmensamente de su calidad de invitados de la Semana impidiera a los organizadores de la misma el echarlos de la sala, pero confiamos en que no serán invitados en la próxima edición.
Una película española más —un cortometraje— llegó a la semana: El viejecito, de Manolo Summers. Esta película, de media hora de duración, es el ejercicio de prácticas de dirección que realizó dicho director en la Escuela Oficial de Cinematografía, y podríamos catalogarla dentro de un cine humorístico-realista-fantástico, tan del gusto de Summers. La trama es muy sencilla: un viejecito, en los umbrales de la muerte, recibe la visita de la parca, y antes de morirse definitivamente pide a su ángel de la guarda —un simple funcionario del cielo, como se define éste a sí mismo— que le permita ir a dar un paseo por la ciudad, tras lo cual ambos suben definitivamente al autobús que va al cielo. Película deliciosa, a la que no puede reprocharse ninguna de sus ligeras imperfecciones, inevitables en una película de prácticas, reivindicó un poco al hasta entonces malparado cine español.
Y tuvimos que lamentar el que no se proyectara también la cinta «El parque de juegos», de Pedro Olea, también película de práctica de dirección, basada en uno de los más famosos relatos de Bradbury, y de la que no hemos oído más que elogios.
Awatar, o la película que nadie entendió
Tal vez en homenaje a la invitada de honor de la semana, la actriz polaca afincada en España Dianik Zurakowska, que se pasó la Semana yendo aburrida de un lado para otro y asistiendo a TODAS las proyecciones, se proyectó una cinta polaca, Awatar, rodada originalmente para la televisión. Creemos que tal vez fuera una cinta interesante, ya que ganó un premio en el festival de Montecarlo en 1966. Y decimos «creemos» porque la verdad es que no nos enteramos de nada de lo que se decía en la pantalla. Un folleto explicativo dado por los organizadores nos contaba más o menos su argumento: un hombre enamorado de la mujer de un amigo suyo logra, mediante la colaboración de un misterioso doctor, el que éste efectúe un «traspaso de almas» entre el protagonista y su amigo. Sin embargo, tampoco en estas nuevas circunstancias logra el amor de su ídolo, ya que ella, notando cambiado de pronto a su esposo, lo rehuye. Convencido al fin de la imposibilidad de su amor, pide al doctor que vuelva a hacer el cambio; pero éste, harto por otro lado de su viejo y gastado cuerpo, hace esta vez un triple cambio: y el protagonista se despertará en el achacoso cuerpo del doctor…

«Awatar»: más que polaco, chino…
Éste es el argumento, a través del que reconocemos la adaptación en imágenes de un relato de Teófilo Gautier: no podemos decir nada más. La película está resuelta a través de un fluido y constante diálogo, que indudablemente es la salsa de todo el film; un diálogo que, por supuesto, es en polaco… y sin subtítulos. Al final de la proyección, creemos que toda la asistencia envidiaba a Dianik Zurakowska; ella era la única que había entendido algo de lo que se había dicho en la pantalla.
Japón: monstruos y una joya
Del Japón nos llegaron dos películas, las únicas subtituladas (afortunadamente) de la Semana. La primera de ellas, King Kong no gyakushû (que fue presentada con el título inglés de «King Kong escapes», y con subtítulos en inglés), es una típica película de monstruos de las que tan aficionados son los japoneses. Es curioso constatar a este respecto como los japoneses se han habituado tanto a sus monstruos particulares (Godzilla, Rodan, etc.) que ya no necesitan justificarlos con ninguna explosión atómica, sino que surgen por sí mismos, como si siempre hubieran estado allí, y el espectador los acepta como si tal cosa. Es curioso también observar como cada casa productora japonesa tiene su monstruo particular patentado, y hace cambalache de él con otras productoras, a base de te dejo éste a ti, mañana me dejas tú el tuyo a mí para enfrentarlo con el mío y el de al lado, pasado mañana se lo dejaremos ambos a éste, y todos tan tranquilos. En las películas de este tipo es frecuente ver el rótulo: «El monstruo equis aparece en esta película por cortesía de la productora zeta…», como antes se hacía con los grandes actores que tenían firmado contrato en exclusiva con una productora determinada cuando actuaban en una película de otra. Y es que esto son los monstruos japoneses en la actualidad: grandes actores, que causan la admiración de un determinado sector de público.
En esta película, todas las concesiones al uso se encuentran reunidas. King Kong (cortesía de RKO Radio) vive tranquilamente en su isla, donde lucha con un tyrannosaurus rex y contra una serpiente marina que están allí porque Dios lo ha querido; los protagonistas hablan de él como si hablaran del gato del vecino, y no se inmutan ante su presencia más que si se hallaran ante un perro un poco ladrador. Hay los convencionalismos de siempre: la potencia secreta que lucha a favor del mal con medios modernos y poderosísimos (invención ésta de la serie James Bond, extendida mundialmente), el traidor de opereta, etc. Dos hechos dignos de mención: el que la protagonista de la cinta sea una occidental, más bien feúcha y mala actriz, pero por la que los japoneses de la cinta se pirran, mientras que la mala de turno es una japonesita-bombón a la que ningún productor de estas latitudes vacilaría en ofrecerle un papel superestelar en cualquiera de sus películas, pero a la que sus compatriotas apenas hacen caso (el exotismo actúa también a la inversa), y la presencia de un delicioso King Kong mecánico, el Mechani-Kong, que es, realmente, el personaje más interesante y más logrado de la cinta.
Por otro lado, Japón nos ha hecho llegar —con subtítulos en francés— una verdadera joya del cine fantástico, sólo comparable con otra joya también japonesa exhibida recientemente en las salas de Arte y Ensayo de España, «Kwaidan». Kuroneko —que debía representar a su país en el malogrado festival de Cannes de este año— nos narra la historia de dos mujeres que, en el marco del Japón medieval, son violadas y muertas por una guerrilla. Vueltas a la vida más tarde por medios diabólicos, juran vengarse matando a todos los samurai de la provincia: la hija los atrae con sus encantos hasta su casa, donde, al tiempo que les hace el amor, los mata destrozándoles la garganta a dentelladas, mientras la madre, en otra pieza, realiza el encantamiento diabólico a través de una ritual danza simbólica. El eje de la película se halla en el momento en que el marido de la hija, nombrado samurai gracias a sus hazañas en la guerra recibe la orden de destruir a los fantasmas que asolan la región, y debe enfrentarse con las que fueron su esposa y su madre.

«Kuroneko», un fantasy de la mejor ley.
El tratamiento que Kaneto Shindo da a su película lo revela como un director de una sorprendente sensibilidad. A través de una bellísima fotografía en blanco y negro, Shindo nos cuenta su historia de una forma cautivadora, enervante. Toda la fantástica poesía de las antiguas leyendas orientales se encuentra en cada escena, en cada plano. La belleza plástica del film alcanza su cénit en las escenas de amor entre ambos esposos, en las que se nos ofrece, de una manera muy pocas veces lograda en el cine, toda la intensidad de una pasión amorosa a través de los elementos más mínimos.
Film programado ya para esta temporada en España, en la modalidad de Arte y Ensayo, sólo nos queda esperar unos meses más para tener el placer de volver a verlo…
Polanski vs. los vampiros
Y hemos dejado a propósito para el final a Polanski y su Fearless vampire killers (Los intrépidos asesinos de vampiros), titulada en español El baile de los vampiros —título tomado indudablemente de su versión francesa— ya que esta película fue la que cerró la Semana. Había en torno a ella una gran expectación, tanto por lo que de ella se había dicho como por la personalidad de su director, así como por el hecho de presentarse éste por primera vez al público en la doble faceta de director y actor. El tema de la película es simple: el tratamiento, a través del humor, del tema de los vampiros. La trama, en su esquema, también: un profesor y su ayudante van a Ucrania con el fin de probar la existencia de los vampiros y terminar con ellos. A partir de esta arranque, el humor, el buen humor inglés, se halla en cada escena. No es el humor fácil basado en los juegos de palabras, sino el humor que surge de las situaciones mismas. Unos tipos magníficamente perfilados (el profesor que nos recuerda a Einstein, su ayudante —Polanski— idiota, el posadero vampiro que se ríe de los crucifijos porque él es judío, el cadavérico conde que muestra ostensiblemente sus colmillos cada vez que sonríe, su afeminado hijo intentando seducir al ayudante del profesor…). Polanski, en su película, ha querido, sin embargo, ser fiel al mito del vampiro en su forma más pura, y ha empleado el mismo escenario, el ambiente, los trajes, que le sirvieran a Murnau para su Nosferatu, en un indudable homenaje al gran autor. Y quizá éste sea el único defecto —leve defecto— que pueda ponerse a la cinta: el que, al querer ser tan fiel a la historia, su objetivo desmitificador quede un poco velado, convirtiéndose la película en un simple film de humor sobre vampiros. Tal vez un tratamiento menos formal, más atrevido, a lo Lester, resolviendo las situaciones por el absurdo en lugar de ir a buscar la lógica, hubiera favorecido más al contexto de la película.

Los alegres vampiros de Polanski.
Con todo. El baile de los vampiros es una película dignísima de tener en cuenta, y esperamos que llegue pronto a España en explotación comercial. Como clausura de la Semana de Cine Fantástico, fue lo más acertado que se pudo escoger, y dio el más adecuado broche de oro al certamen.
Y las películas que no llegaron
Al margen de las películas proyectadas, hemos de hablar también de las películas que no se proyectaron. En realidad, y éste es un reproche importante que debemos formular a la Semana, aunque sea un reproche orientativo, la organización dejó a este respecto bastante que desear, aunque la culpa no deba achacarse totalmente a sus organizadores.
Realmente, muy pocas sesiones empezaron exactamente a la hora prevista, y muchas sí media hora más tarde. Por otro lado, hubo frecuentes cambios de proyecciones de acuerdo con el programa previsto, unas justificables, otras no tanto. Metrópolis, por ejemplo, no llegó a tiempo el día indicado, y fue proyectada otro día, tras la sesión normal. La película de Astruc El pozo y el péndulo llegó en su copia para televisión, es decir, en dos bandas independientes, una de sonido y otra de imagen, de forma que era totalmente imposible proyectarla en el local. Y el enorme interés de los organizadores de la Semana quedó en este caso palpablemente demostrado, ya que para poder ofrecerla al público se encargó, a costa de la Semana y especialmente para ella, una copia en unos laboratorios de Barcelona, y así pudo al final ser proyectada pese a todo.
Pero la ausencia más lamentable fue la de las películas de Buñuel, su antológico Chien andalou y su más moderno El ángel exterminador. Estas dos películas debían ser proyectadas el mismo día, por lo que se hablaba ya de un «festival Buñuel» dentro de la Semana, y muchas personas acudieron especialmente este día con el único fin de verlas. Pues bien, las películas no llegaron. Pese a haberse pedido unas nuevas copias cuando se supo que las primeras no iban a llegar, pese a los continuos desplazamientos, telegramas y conferencias telefónicas puestos… no llegaron. Y mucha gente se sintió defraudada.
¿Puede esto imputarse a una mala organización de la Semana? El interés de los organizadores para que todo fuera sobre ruedas quedó patentemente demostrado en varias ocasiones —con la película de Astruc, por ejemplo— por lo que podemos afirmar que ellos fueron quienes más sintieron todas estas anomalías. El problema fue solamente uno: el poco tiempo. La premura con que se organizó toda la Semana hizo que las películas llegaran siempre en el último minuto. Era frecuente ver como, horas antes de la proyección de una determinada película, ésta no había llegado aún al aeropuerto, por lo que el temor de que no llegara a tiempo para la proyección era constante.
Y esto nos lleva a justificar también en parte otro de los reproches que debemos formular a la Semana, al que se notaran grandes altibajos en la calidad de las películas programadas. Las películas presentadas fueron escogidas un poco «de oídas», y pasadas en la Semana sin haber sido vistas previamente por los organizadores. Esto, que puede ser disculpable en un primer certamen organizado con tan poco tiempo, no lo será indudablemente en las próximas ediciones, por lo que la programación del año próximo deberá ser mucho más cuidada.
Éste fue también el origen de que la mayoría de las películas, sin subtitular, llegaran al público de forma ininteligible, hecho al que se añadió al que se estropeara la máquina multicopista en medio mismo de la Semana, impidiendo en algunas sesiones entregar al público folletos explicativos. Como detalle que avala lo dicho, citaremos que, unos pocos días antes de la inauguración de la Semana, ninguno de sus organizadores sabía aún si las películas rusas iban a llegar en versión original o subtituladas en algún otro idioma.
Macián y el «Tecnofantasy»
Queremos acabar esta revisión de las películas exhibidas con la presentación que se hizo en la Semana del nuevo sistema cinematográfico de Francisco Macián «tecnofantasy». Consiste este sistema en el aprovechamiento de la mezcla de dibujo e imagen, pero no en la forma clásica que han empleado ya otros varios realizadores, sino tratando el conjunto tanto en la mesa de dibujo como en el laboratorio, a fin de conseguir sorprendentes efectos: foto quemada, negativos, tonalidades especiales de color… Como muestra de este nuevo sistema, fueron proyectados un par de breves fragmentos de la reciente película del conjunto musical Los Bravos «Dame un poco de amor» —película que, por otra parte suprimiendo precisamente estos dos fragmentos, no tiene nada más que sea digno de mención—, donde se han empleado, sobre todo en las secuencias finales de la cinta, todas las posibilidades actuales de este procedimiento.
Tal vez sea demasiado pronto para juzgar este método; se encuentra aún en embrión, e indudablemente necesita aún perfeccionarse mucho para alcanzar sus máximos efectos. Sin embargo, sí podemos afirmar ya que ofrece suficientes garantías de interés como para augurarle un brillante porvenir, y a tal efecto precisamente se halla actualmente en los Estados Unidos el propio Macián, a fin de tratar este asunto con los técnicos y productores yankis, a cuyo regreso nos ha prometido hablarnos más extensamente, para estas mismas páginas, de su sistema.
Al margen de la Semana
Dejando al margen la filmografía en sí, hemos de hablar también un poco de la Semana en sí misma y de todo este complejo mundo que suele rodear un certamen de esta naturaleza. En primer lugar, ¿cómo fue su éxito de público? Evidentemente, no podemos decir que fuera excesivamente lisonjero; el local donde se proyectaban las películas, no demasiado adecuado por cierto para tal fin (el alcalde de Sitges nos habló para futuras ediciones de un proyectado palacio de festivales), no llegó a llenarse nunca; el sector de la crítica brilló, en una buena parte, por su ausencia, y parte de la representación que acudió más hubiera valido que se quedara en su casa. Lo cierto es que una buena parte del público de cada día, lo pudimos comprobar, estaba formado por los turistas que se hallaban en Sitges, y que acudían cuando se presentaba una película originaria de su país, tal vez por el simple deseo de escuchar cine hablado en su propio idioma; y en las fechas en que se realizó la semana la afluencia turística había menguado ya bastante.
¿Cuál fue la causa de esta relativamente escasa asistencia? Tal vez el alejamiento de Sitges (más de treinta kilómetros de Barcelona) y su mala carretera de acceso (las cuestas de Garraf son mundialmente odiadas por todos los automovilistas). Tal vez la decepcionante programación de los primeros días (Aélita, La lámpara maravillosa de Aladino, Los demonios de la oscuridad, Münchhausen, Los invasores del espacio, La maldición de los Karstein… la programación más floja, dentro de los primeros tres días). Esto desanimó a muchos y les hizo abandonar (conocemos varios casos en los que los asistentes no volvieron ya a partir del tercer día, perdiéndose así lo mejor de la Semana). Quizá influyó también la informalidad de algunas sesiones, los fallos de algunas películas… La organización, deslavazada en sí misma, fruto de la precipitación, la sensación de inseguridad e improvisación que respiraba toda la Semana…
La Semana y la prensa
La Semana no tuvo tampoco demasiada suerte con la prensa. Dejando aparte los incidentes de La llamada, lamentables desde todos los ángulos, lo cierto es que, si bien antes de la Semana hubo por parte de toda la prensa nacional una buena campaña de promoción, una vez concluida esta muy pocos periódicos hablaron de ella y, de los que lo hicieron, muy pocos también presentaron un juicio imparcial y honesto.
Durante la Semana, entre los actos marginales a las proyecciones, los organizadores celebraron una cena-coloquio con toda la prensa destacada en Sitges, con la intención de organizar un intercambio de impresiones sobre la Semana; sin embargo, dejando aparte el poco interés que un cierto número de estos representantes demostraba por la Semana en sí, el posible coloquio fue malogrado desde un principio de la cena por una primera estúpida, inoportuna e intempestiva pregunta, que además no tenía nada que ver con la Semana en sí, y que acabó de apagar los pocos deseos de entablar coloquio de los asistentes.
Por nuestra parte, sin embargo, e independientemente de los actos de la Semana en sí, realizamos una «rueda de prensa» informal entre nuestro equipo —el único representante de la prensa especializada dentro del marco de la Semana— y su director técnico, Antonio Cervera. En este coloquio se trató entre otras cosas de la posible definición y alcance del género ciencia ficción-fantasía-terror, de las posibilidades futuras de la Semana, de su proyección nacional e internacional, de los planes existentes para las próximas ediciones… de todo lo cual se extrajeron algunas conclusiones realmente interesantes.

Una «rueda de prensa» informal…
Es digno de hacer notar también a este respecto el libro de Antonio Cervera «Índice analítico del Cine Fantástico», que fue editado especialmente para esta Semana y que fue entregado a los asistentes a la misma, así como el «poster» editado especialmente para la ocasión, con fines publicitarios, por Ediciones Géminis, y obra de nuestro director artístico Enrique Torres.
En la parte negativa, hay que apuntar, en la hoja de fallos de la Semana el que no dispusiera de un archivo de fotos de las películas presentadas para uso de la prensa, lo que ha motivado por otro lado que tuviéramos que revolver toda nuestra documentación al respecto a fin de poder ilustrar este artículo.
Conclusiones
Después de todo ello, ¿qué conclusiones pueden extraerse de la celebración de la Primera Semana de Cine Fantástico de Sitges? Para un espectador normal, es indudable que la Semana puede ser definida como un certamen interesante pero no brillante, hecho con honestidad y muy pocos medios, no totalmente logrado, muy ambicioso y demasiado precipitado. Pero, como hemos dicho al principio, todo esto hay que verlo enfocándolo dentro de una característica principal: el hecho de que es el primero. La Primera Semana de Cine Fantástico de Sitges tiene, por sobre todos sus defectos, una gran virtud: LA DE SER EL PRIMER CERTAMEN DE ESTA NATURALEZA QUE SE REALIZA EN NUESTRA PATRIA. Solamente por ello, merece todo el aliento que se le pueda dar.

El terror se hizo poster en Sitges, de la mano de Enrique Torres.
Pero esto no quiere decir que por el hecho de ser el único certamen de este tipo existente en España debamos aceptar y admitir todo lo que en él ocurra. Estamos hablando del Primero. El año próximo, en ediciones sucesivas, fallos que ahora son admisibles e incluso disculpables no podrán ser aceptados. Versiones sin subtitular, cambios de programación, ausencias, no pueden tolerarse cuando existe todo un año para la preparación.
Creemos que, en sucesivas ediciones, será preciso tener en cuenta unas normas muy estrictas: en ellas se encuentra la base de un éxito o de un fracaso total. En primer lugar, será preciso cuidar mucho de la selección y distribución de toda la programación. Desgraciadamente, la dualidad es muy difícil, y generalmente las personas que saben mucho de cine saben muy poco de fantasía, terror y ciencia ficción, y viceversa. Es preciso por lo tanto una estrecha colaboración entre varios elementos, si no se quiere caer en el peligro que se está observando en Trieste: el que la comisión organizadora, muy enterada en cuestiones de cine, no sabe casi nada de cine de ciencia ficción. Nueva Dimensión sugirió al director de la Semana, en la mencionada «rueda de prensa» informal, la posibilidad y la conveniencia de crear una comisión asesora que, independientemente de dicho director de la Semana pero en estrecha relación y colaboración con él, le auxilie en la selección y búsqueda de las películas más convenientes. Así podrían suprimirse errores como el de este año en el que disponiéndose de ambas películas, se programara la mediocre House of Frankenstein en detrimento de la antológica The bride of Frankenstein, que sólo pudimos ver, y gracias a nuestras gestiones, al fallar —no hay mal que por bien no venga— Buñuel.

El equipo de Nueva Dimensión en la cena de gala de Sitges. De izquierda a derecha: José Luis Garci, Luis Vigil, José Luis M. Montalbán, Domingo Santos, Berit Sandberg y Sebastián Martínez.
La selección es algo importantísimo, vital. Detalles como evitar películas que ya han sido pasadas en explotación comercial o van a serlo inminentemente, eludir la retrospectiva de films demasiado conocidos —por muy antológicos que sean— para ir a buscar aquellos de los que todo el mundo ha oído hablar pero casi nadie ha podido ver; existen cientos de ellos, y podríamos citar, sólo como ejemplo, películas como Haxan, de Christensen, Paris qui dort, de Clair, London after midnight y Freaks, de Browning, The student von Prag, de Rye, Orlacs Hande, de Wiene, Things to come, de Cameron Menzies, 1984, de Anderson, y otras muchas que harían una lista interminable. Y no digamos las actuales, desde Barbarella hasta La nebulosa de Andrómeda, pasando por los cientos y cientos de films que se ruedan anualmente en todo el mundo, y entre los cuales hay siempre obras maestras, dignas de ser presentadas en cualquier festival internacional dándole, además, un prestigio y una solvencia reconocidos mundialmente.
Esto como elementos básicos. Luego, existen ya detalles de organización misma: el traer cada año un film al menos de impacto, que cause sensación entre el público con solo anunciarlo —este año fue Polanski, el año próximo habrá de repetirse con otro—; el traer también como invitado de honor a una figura dentro de la especialidad— este año debían ser Christopher Lee y Terence Fisher, pero fallaron a última hora; el año próximo podrían ser Boris Karloff, Barbara Steele o el propio Polanski—; el hallar un local digno y adecuado; el evitar incidentes como los de este año; el conseguir una ayuda económica que le permita desenvolverse con mayor libertad; el convertirlo, si es preciso —y esto sería realmente interesante— en Festival…
Éstas son tan solo algunas puntualizaciones generales. Nueva Dimensión ofreció, y reitera desde estas páginas, toda su colaboración y ayuda para la organización de la Segunda Semana. De momento, como aficionados y como críticos, nuestra conclusión de la Primera solo puede ser una: es un certamen que DEBE continuar. El año próximo será el momento de dictaminar si nuestras esperanzas han sido o no fundadas.
