¡MALDITO MATASELLADO!
O UNA TARDE EN LA OFICINA POSTAL CENTRAL
FANZINE
PAUL WYSZKOWSKI
—Sí —dijo mi querido amigo Googelhamm, que dirige todo un departamento en la Oficina Postal Central—; me encantará enseñarte mi departamento.
—Verás —le expliqué—, he oído hablar tanto acerca del moderno equipo que tenéis instalado en la Oficina, seleccionadoras automáticas de cartas y todos esos cacharros, y ya sabes cuan interesado estoy en toda la maquinaria moderna…
—Sí, claro —dijo—. Sé que la visita te resultará muy interesante. ¿Te vendría bien mañana por la tarde?
Me iba bien, y por lo tanto aquella tarde entré en la Oficina Postal Central, con el gusanillo de la impaciencia agitándose en mi estómago. Era un edificio enorme y majestuoso, la roca sobre la cual estaba edificado todo el Sistema Postal. Feroces y enormes leones de sólido bronce guardaban sus tremendos portalones. En su interior, mis ojos se encontraron con una visión de columnas de mármol blanco y negro, candelabros de brillante cristal suspendidos de techos incrustados en oro y gigantescas urnas de bronce delicadamente situadas en el centro de cada una de las ventanas, las cuales tenían quince metros de altura. Me dirigí hasta el mostrador de mármol negro y, con una voz reverentemente apagada, solicité ver a mi amigo Googelhamm. Al sonido de su nombre, fui admitido al sancta sanctorum al Otro Lado del mostrador de mármol negro, y guiado hacia su lujosamente alfombrada oficina.
—¡Ah, ahí estás! —dijo, recibiéndome efusivamente y levantándose de detrás de su escritorio de caoba—. ¡Estupendo! Empezaremos la visita ahora mismo.
—A propósito —le interrumpí—, nunca he sabido exactamente de qué departamento eres jefe.
—¿No lo sabes? —Googelhamm no lo podía creer—. ¡Mi departamento tal vez sea el más excitante, el más dramático y ciertamente el más moderno de todos los departamentos de la Oficina Postal!
—¿Y cuál es? —le pregunté, acuciado por la curiosidad.
—El de Manipulación de Paquetes, naturalmente —dijo orgulloso, mientras entrábamos en una vasta sala brillantemente iluminada, repleta de extrañas máquinas de tipo muy moderno—. Aquí está el lugar, amigo mío.
—¿El de Manipulación de Paquetes?
—Correcto —exclamó—. Aquí está la gloria del trabajo postal, el departamento más fascinante. Todos quieren trabajar en él. Nunca hemos tenido problemas de carencia de personal.
Contemplé asombrado y perplejo la variedad de máquinas que nos rodeaban, no sabiendo por cual comenzar. Googelhamm acudió en mi ayuda.
—Veo que estás interesado en esta máquina. Es el resultado de nuestras propias investigaciones. No es tan espectacular como algunas de las otras, pero fueron necesarios siete años de estudios y pruebas para ponerla a punto. Es una Dobladora de Fotografías y Discos. Antiguamente acostumbrábamos a doblar los discos y las fotografías manualmente, por lo que teníamos que sacarlos de sus rígidos estuches protectores para lograrlo hacer correctamente. Ahora doblamos cuatro mil discos diarios, con estuche y todo, a tan solo una fracción del antiguo coste por unidad.
—Muy interesante —comenté.
—Aquí —Googelhamm me llevó hasta una gran máquina que tenía una noria que introducía centenares de paquetes en su interior a medida que le iban llegando por una cadena sin fin—, aquí tenemos un Seleccionador de Paquetes. Esta máquina selecciona los paquetes de acuerdo con sus etiquetas. Los que llevan la etiqueta «Vidrio» son desviados a esta sección, los etiquetados «Frágil» a esta otra, los «Trátese con Cuidado» vienen aquí, y a este otro lugar llegan los paquetes que llevan las tres etiquetas. Éstos sí que son realmente manipulados —dijo malignamente.
—¿Qué ocurre con los paquetes que no llevan ninguna etiqueta? —pregunté.
—¡Oh!, esos tan solo reciben el tratamiento rutinario en la máquina de la Coz y Golpazo que está allí. Principalmente estamos interesados en los paquetes susceptibles a recibir daños, aunque consideramos que cualquier objeto normalmente indestructible nos ofrece un reto. Incidentalmente —señaló hacia una ancha puerta que daba a un sótano oscuro, húmedo y polvoriento—, allí es donde almacenamos todos los paquetes etiquetados «Perecedero», durante un mes o más si es necesario. Pero continuemos viendo el resto de las máquinas.
—Aquí —señaló una estructura semejante a una torre que se alzaba altivamente hacia el techo—, manipulamos los paquetes etiquetados «Vidrio». Si te acercas verás que hay un pozo de una profundidad de cinco pisos situado justo debajo de la torre. Esta cinta lleva los paquetes a lo alto de la torre, desde donde caen hasta el duro fondo de cemento del pozo. Normalmente basta con una sola caída. No obstante, algunos paquetes extraordinariamente bien embalados resisten este tratamiento directo, por lo que son enviados a aquella otra máquina junto con todos los que llevan la etiqueta «Frágil».
La máquina a la cual nos acercábamos ahora me recordaba a un cruce entre un martillo-pilón y una prensa hidráulica.
—En realidad —continuó Googelhamm—, ésta es una prensa de fundición modificada que compramos de segunda mano a la U.S. Steel. Se coloca aquí el paquete —colocó un pequeño paquete de aspecto enfermizo en la plataforma de la máquina—; entonces apretamos el botón, y ¡blam! —la prensa accionó con un tremendo estrépito, elevándose luego de nuevo. Googelhamm tomó una rasqueta de una mesa situada cerca de la máquina y raspó los restos del paquete, introduciéndolos en el interior de un sobre—. Ahora lo sellamos con la indicación «Dañado en tránsito», y ya está. Podemos manipular casi un centenar de kilos de paquetes simultáneamente.
Lancé un débil silbido de admiración.
—Ahora nos acercamos a mi orgullo y alegría —anunció Googelhamm. Me llevó hasta una ancha y larga máquina que recordaba a la rotativa de un periódico o a una prensa de papel.
—Ésta —señaló Googelhamm con una floritura de la mano—, es la máquina que maneja los paquetes etiquetados «Trátese con cuidado». La llamamos El Monstruo —acarició afectuosamente un engranaje de la máquina.
—¿El Monstruo? —repetí, intrigado.
—Sí, ¿no te parece apropiado? —dijo maliciosamente—. Los paquetes entran por ese extremo y salen por este otro. En el trayecto… bueno, vayamos a lo largo de la máquina y te lo iré diciendo por orden. Primero, los paquetes pasan a través de unas mandíbulas prensadoras, luego por el taladrador, más tarde por el cortador y eliminador de ataduras, y luego caen a este tanque lleno del mejor barro del Mississippi. Después son lavados en un baño de ácido sulfúrico y secados en este horno a 500 °C. Por fin estos martillos neumáticos aplican los matasellos y lo que queda sale por aquí.
—Diabólico —admití—. Nada puede sobrevivir a esta máquina.
—Temo que te equivoques, amigo mío —Googelhamm agitó la cabeza tristemente—. Aún estamos lejos de la perfección. Tal vez no lo creas, pero han habido paquetes que han resistido tercamente a todos nuestros esfuerzos.
—¡No!
—Triste, pero cierto. Pero estamos trabajando en ello. —Se animó, me tomó por el brazo y me llevó hacia un recinto acristalado situado en un ángulo del lugar—. Aquí —dijo, haciendo una pausa ante la puerta de cristal esmerilado decorada con el ominoso letrero de: «Prohibida la Entrada al Personal No Autorizado»—, aquí está nuestro laboratorio de investigaciones.
Abrió la puerta y entramos.
Mi primera impresión fue de brillante cristalería de laboratorio y acero inoxidable por todas partes. Cuatro hombres de digno aspecto ataviados con batas de laboratorio estaban conversando animadamente cerca de un extraño artefacto.
—Perdón, señores —interrumpió Googelhamm. Su discusión cesó, y se quedaron contemplándome con severas miradas. Googelhamm me presentó—. Y estos son los doctores Pfink, Gnoozle, Schlock y Katzenfiddlefanger. Interrumpimos su conversación, señores. ¿Podemos participar en ella?
—Segurro —dijo el Dr. Schlock—. Nosotrros estarr pensando en un paquete prroblema. —Indicó un paquete esférico que obviamente había pasado por El Monstruo, pero que milagrosamente había conservado su forma casi íntegra.
—¿Qué es? —preguntó Googelhamm.
—Porr lo que saberr, se trrata de una bola de juego de bolos —contestó el Dr. Schlock, agitando su cabeza como asombrado.
—Pero señores —Googelhamm empleó un tono de dolorosa sorpresa—, nos hemos encontrado en otros casos con estas bolas. Creí que había un procedimiento standard para ellas.
—Lo haberr, lo haberr —admitió el Dr. Schlock—. Nosotrros ponerr un carrtucho de dinamita en uno de los agujerros, y esto acostumbrrarr a despedazarrlas. Perro esta serr diferrente.
—Tan solo puedo ver una solución —intervino el Dr. Pfink—. Necesitamos un pequeño reactor atómico. De cualquier manera, antes o después tendremos que instalar uno.
—No, no —protestó el Dr. Gnoozle—. Por principio me opongo al uso de la energía atómica con fines destructivos. Lo que necesitamos es un cañón de gran calibre y alta velocidad…
—¡Tonterías! —gritó el Dr. Katzenfiddlefanger, y se reanudó la discusión. Googelhamm me llevó discretamente hacia afuera, dejado solos a los científicos.
—Ahí está nuestro futuro —dijo solemnemente, mientras cerraba la puerta de cristal esmerilado—. Ahí está el camino hacia una cada vez mejor Manipulación de Paquetes.
Regresamos a su oficina en un silencio ensimismado.
Título original:
THE HOLLY CANCELLATION! or An Afternoon at the Central Post Office
© 1967, Ergo Sum.
Traducción de B. Samarbete
Una vez se definió al Canadá como el «compañero silencioso» de los Estados Unidos, y en cierta manera la imagen nos da bastante idea de la relación entre estos dos vecinos, de los que el coloso yanqui acapara las miradas del mundo, dejando un tanto a la sombra a los otros países del subcontinente norteamericano.
En lo que se refiere al fandom, el canadiense ha sufrido también un poco por este hecho innegable; y es por ello por lo que el fandom del Canadá ha crecido, hasta cierto punto, como una extensión del estadounidense.
A pesar de ello, las publicaciones amateurs, los fanzines, de ese país conservan un cierto sabor especial, una corrección de forma y un interés por lo trascendente que las vincula más a sus congéneres europeas, a las británicas en especial, que a las estadounidenses.
Y sobre todo ello, lo que parece ser un aspecto distintivo de los fanzines canadienses es su calidad; una calidad objetiva en los relatos que, a veces, como en el caso del que nos ocupa no va acompaña necesariamente de un alarde tipográfico, sino que, en unas sencillas hojas multicopiadas, hallamos una obra digna de figurar en cualquier revista profesional.
Ése fue el caso de Solo por diversión, de Janet Fox, aparecida en nuestro número uno, procedente del fanzine canadiense Riverside Quarterly. Y éste es el caso de la presente narración, cuyo origen fue el fanzine, también canadiense, Ergo Sum, cuyo editor es precisamente el autor de la misma… cosa muy frecuente en estos casos.