Trieste 68: ¿un festival de ciencia ficción?
El festival de cine de ciencia ficción de Trieste era hasta hoy el certamen mundial más importante de esta especialidad, por el simple hecho de ser el único existente. Por ello, nuestra atención no podía dejar de posarse en él. Rémi-Maure, conocido periodista francés especializado en temas fantásticos y de ciencia ficción, gran amigo y colaborador nuestro, y asistente a la última edición de este Festival, nos cuenta en este artículo sus impresiones sobre el mismo, y su juicio de periodista, crítico y fan.
Hace ahora siete años que se celebra el Festival de Trieste, y hace sólo algunos meses que ha sido reconocido oficialmente por la Federación Mundial de Productores. Aunque tardía, esta distinción es un notable acontecimiento para una manifestación que tiene, ante todo, un carácter netamente popular, incluso turístico.
Cada año, en efecto, durante una semana, desde las nueve hasta medianoche, cientos de espectadores afluyen al escenario grandioso del castillo medieval de San Giusto para asistir a las proyecciones. Estas tienen lugar al aire libre, y no hay nada de sorprendente en que, entre la asistencia, la masa de los no iniciados aventaje en mucho a la de periodistas y aficionados. Es preciso señalar que, en Italia, el período julio-agosto ve nacer una pléyade de festivales de todas clases organizados con miras a los turistas y a los que disfrutan sus vacaciones, y que el Festival Internacional del Film de Ciencia Ficción es uno entre tantos otros.
Tal es la óptica bajo la cual se presenta esta manifestación, y que explica tanto sus fracasos como sus éxitos. Y tal es el espíritu con el cual ha hecho su entrada en el panorama de las grandes manifestaciones cinematográficas internacionales.
Los cortometrajes
El Festival fue abierto el 6 de julio con una serie de cortometrajes: veintiséis en total. Este número puede sorprender; en parte se explica por el hecho de que, hasta ahora, la Federación Mundial de Productores no reconocía más que los premios concedidos a esta categoría; y sobre todo, porque desde hace cuatro años los organizadores se encuentran con tremendas dificultades no solamente para encontrar films más largos, sino simplemente para que sean de ciencia ficción. Es por ello que, al lado de un número relativamente menguado de medio y largometrajes pertenecientes al género, son programados films claramente fantásticos, e incluso documentales, películas experimentales, inclasificables y Dios sabe qué.
De acuerdo, el público no es tan exigente —el jurado tampoco, por otro lado—; pero cuando, sobre veintiséis cortometrajes, sólo dos rozan la ciencia ficción y tres el género fantástico, no puede uno sorprenderse de la poca audiencia del Festival en el mundo de la ciencia ficción. Dicho esto, hay que añadir que son muy dignos de notar reportajes como los de la N.A.S.A., los dibujos animados yugoslavos o incluso ese homenaje a Abel Gance firmado por Nelly Kaplan, pero ¡qué programa para un festival que se llama de ciencia ficción!
El más interesante de los films que nos conciernen es, sin duda, Ultra, je t’aime (Ultra, te amo), del belga Patrick Ledoux. Realizado sobre un relato de Jean Ray titulado «Un tour de cochon», nos cuenta la experiencia de pesadilla de un vivo que se despierta en el infierno, en este caso una habitación herméticamente cerrada tapizada enteramente de periódicos; en esta habitación está su esposa, que murió quemada viva, la cual no para de tararear una canción estúpida (Ultra, je t’aime), mientras que su madre cuece un guiso infecto en un hornillo apagado que, sin embargo, calienta. Ella le dice que sentía nostalgia de él y que ha tenido la idea de atraerle hasta allí. Finalmente, después de algunas explicaciones con el «Empleado del Gas», ambos regresan con los vivos. Pero él vuelve la cabeza y ella desaparece...
Viola, de Dunstan Pereira.
Hay algo kafkiano en este film que, creemos, le hubiera gustado al viejo escritor gantés tanto por su humor como por sus interesantes hallazgos, tales como traducir la obsesión de un personaje con una canción que resuena en su cabeza. El resultado está ahí: pocos medios, muchas ideas, un buen tratamiento... una pequeña obra maestra.
Siempre en el campo del humor, es preciso señalar un film polaco en color de Stanislas Lenartowicz, Upior (El vampiro), extraído del relato homónimo de A. K. Tolstoi. Este cortometraje, cuyo título es suficientemente explícito, está lleno de excelentes escenas, como aquella en que una mujer maligna aprovecha el ardor de su galán para atraerlo hasta su casa y entregarlo atado de pies y manos a los vampiros. Es preciso ver entonces el rostro de estos últimos fundiéndose sobre el de su jugosa víctima, y el de su víctima cuando estos se ceban con su sangre. Y la conclusión de esta parodia de film vampiresco no es menos hilarante, cuando el pobre hombre es apresado por dos sastres venidos a tomar las medidas de su ataúd antes de enrolarlo en su hermandad. Una agradable diversión, a la que sólo hay que poner un reparo: el que la versión original no llevara subtítulos.
Pasemos rápidamente sobre La cage de pierre (La jaula de piedra), de Pierre Zucca, que utiliza el tema de la casa dotada de vida. Bizonyos Jostatok (Ciertas profecías), merece un poco más de atención: se trata de un film de dibujos animados húngaro, de Otto Foky, que cuenta las peripecias de microscópicos extraterrestres sobre una mesa de restaurante y sus conclusiones sobre nuestra civilización. En fin, detengámonos sobre un notable dibujo animado de Michael Waddel: Neverwhere (Ninguna parte), que se inspira hasta la sátira en la serie marciana de Edgar Rice Burroughs. Es de hecho un extracto del tema central de sus novelas de anticipación: un terrestre afrontando mil peligros por el amor de una Princesa alienígena. Una pequeña variación, sin embargo: ¡cuando ella no le necesita más, lo devuelve villanamente a su planeta!
Los medio y largometrajes
El primero de los largometrajes que inauguró el festival tiene de particular el que, siendo producido e interpretado por americanos, está dirigido por japoneses. Esta es con todo su única originalidad, ya que Battle beyond the Stars (Batalla más allá de las estrellas) es un film de una rara ineptitud y de una extrema vulgaridad, utilizando los temas más usados. Se trata de la destrucción de un planetoide que amenaza a la Tierra, de la contaminación de un satélite artificial por los monstruos venidos de dicho planetoide, y de la destrucción final del satélite en cuestión. Dentro de todo esto se desarrolla una opaca intriga amorosa... y eso es todo. En cuanto a los monstruos, su aparición desencadena la hilaridad. No hay en absoluto en este film de décimo orden el menor asomo de realismo. En 1935 hubiera podido tal vez obtener algún éxito. Gracias a Dios, los tiempos han cambiado.
Battle beyond the Stars, de Kinji Fukasaku
Inútil decir que, después de una rociada semejante, experimentamos alguna inquietud ante la proyección de Ebirah, film japonés de Jan Fukuda. Pues bien, fue una sorpresa, casi una revelación. Conocíamos ya Godzilla y sus compañeros, pero verles bailar el twist y jugar a la pelota con una especie de bogavante gigante valía el viaje; y además, volvimos a encontrar a Mothra, una especie de polilla gigantesca. Dicho esto, no hace falta pregonarla como una obra maestra; el guión es todo lo que puede haber de más exiguo e inconsistente; los trucajes mismos no son siempre demasiado convincentes. En resumidas cuentas, es esta seguramente una película destinada a la juventud y sin otra pretensión que la moralista.
Sin embargo, emana de ella un encanto y una frescura que parecían hasta hoy atributo exclusivo de las producciones del genio Walt Disney. Y es que hay en este film una voluntad de desmixtificar y de acabar con el mito de los supermonstruos de la pantalla, haciendo de ellos los protagonistas de una fábula humorística; ya que el feroz Godzilla toma la figura de un valiente perrito apenas un poco devastador, y finalmente es él quien tiene el papel de bueno. Y es preciso creer que esto es precisamente lo que gustó al público, a juzgar por la ovación que saludó el fin de la proyección. Ojalá sea lo mismo para los próximos films de la serie.
No abandonamos el tema del humor, ya que Francia presentó una obra de Henri Lanoë titulada Ne jouez pas avec les martiens (No juguéis con los marcianos). Film irritante, pertenece, hay que decir tanto lo bueno como lo malo, al género de aquellos que, como Alphaville (premiado en el IV Festival) o Fahrenheit 451, han suscitado la polémica de los medios cinematográficos pero no han aportado absolutamente nada a la ciencia ficción. Los anglosajones llaman a esto «mainstream sf», o dicho de otra manera, la ciencia ficción despojada de todo espíritu de ciencia ficción. Es decir, que juzgar esta obra desde el punto de vista general es hallarla encantadora, divertida, llena de ingenio; así, la actitud del público de Trieste y de la asociación de periodistas de Friuli y Venezia Giulia le concedió un Premio especial. Pero gran número de aficionados no pueden por menos que encontrarla completamente estúpida, anticuada, llena de vulgaridades y sin originalidad; algunos verían en ella incluso una sátira involuntaria de la mala ciencia ficción. ¿Entonces?
Ne jouez pas avec les martiens, de Henri Lanoë.
Renunciando a dos críticas distintas, para el profano y para el aficionado, examinemos ante todo la parte técnica. Este film tiene su origen en una oscura novela de Michel Labry titulada «Les sextuplés de Locqmaria» (Los sextillizos de Locqmaria); notemos de paso que explota el mismo tema que «The Midwich’s Cuckoos» (Los cucús de Midwich), de John Wyndham, llevada también al cine bajo el título de Village of the Damned (El pueblo de los condenados). La acción se desarrolla en un rincón perdido de Bretaña donde se han producido contactos entre extraterrestres o «indígenas»; de uno de ellos y de una terrestre han nacido sextillizos, lo cual da pretexto a una serie da situaciones de carácter humorístico. Finalmente, la situación es regularizada y el padre llevará a su nueva familia a su platillo volante. Por lo demás, el film ha sido rodado en Bretaña y el realizador ha sabido sacar partido con un raro acierto que llega incluso hasta la sátira de los paisajes y de los caracteres humanos y sociales de la región; el reparto es más que decente, con actores como Pierre Dac, Jean Rochefort y André Vallardy. ¿Pero qué hay que pensar de las escenas en que los marcianos juegan al paso, cantan cancioncillas libertinas y se emborrachan con alcohol de coucoucou? ¿Qué pensar, en fin, de su campo de fuerzas, de su traductora automática de bolsillo y del hecho que, en su planeta, un beso sea suficiente para ser padre? No, realmente, profanos y aficionados se pondrán difícilmente de acuerdo sobre un tal film. Y no es sorprendente con esta media ciencia ficción que es el «mainstream sf».
En un orden de ideas más acorde con la ciencia ficción, el festival presentó tres mediometrajes concebidos para la televisión. Uno de ellos, de la serie Out of the Unknown (Hacia lo desconocido), producido por la BBC, fue realmente un nuevo hallazgo, ya que el año pasado un film de esta serie titulado The machine stops (La máquina se detiene), se llevó un Premio. Beachhead (Cabeza de playa), de James C. Jones, no ha obtenido por lo contrario la menor distinción, y es sorprendente, ya que vale tanto como el predecesor. Extraído de un relato de Clifford D. Simak titulado «You’ll never go home again» (Jamás volveréis a casa), este film es en realidad una pieza dramática; tiene por tema la tentativa fallida de establecimiento de una base permanente en un mundo aparentemente amigo. Volvemos a hallar aquellos robots tan humanos y aquel tema de la soledad tan queridos al autor americano, y que el cineasta ha cuidado al máximo; pese al tono estático, tenemos derecho a momentos de una gran intensidad dramática como la escena final en que la tripulación, bloqueada definitivamente en el planeta, escucha las últimas y desfallecientes notas del himno terrestre. En fin, como habitualmente en esta serie, los decorados y el reparto son impecables. Deploremos solamente que aún no haya atravesado las fronteras del Reino Unido.
En cuanto a los demás mediometrajes, forman ambos parte de esta serie titulada Raumpatrouille (Patrulla espacial), difundida por las cadenas de televisión alemana, francesa y sueca. Esta coproducción germanofrancesa, debida a Theo Mezger, cuenta actualmente con catorce episodios. Se trata de un space-opera que tiene por subtítulo «Las aventuras fantásticas de la astronave Orion», y por leit-motiv la victoria del individualismo, del corazón y del valor sobre el militarismo, el conservadurismo y la burocracia. Planet ausser Kurs (Planeta fuera de órbita) cuenta la destrucción de un astro dirigido intencionalmente contra la Tierra. Raumfalle (Trampa espacial) utiliza el tema del planeta-prisión. No insistiremos más sobre esta serie que hubiera podido ser una obra maestra si no hubiera existido la enorme desproporción entre los decorados excepcionalmente cuidados y la poca consistencia de los argumentos.
Con la contribución rusa a este festival, se nos ha dado a ver una ciencia ficción de otro género completamente distinto. Pasaremos rápidamente sobre Eto svat’ Robert (Se llamaba Robert), de I. Olscvangher; se trata de la historia de un robot de apariencia humana que, a cada una de sus tentativas de conducirse como un hombre, acumula torpeza sobre torpeza. Es más bien una comedia musical y una fábula científica que un film de ciencia ficción propiamente dicho, pero gusta tanto a los aficionados como a los no iniciados; el humor se adueña del film, y el buen doctor Isaac Asimov se sentiría encantado con él. En fin, el actor Oleg Strizhenov ha recibido el Asteroide de Plata concedido al mejor actor por su notable interpretación del robot.
Pero el film más esperado era sin duda Tumannoct’ Andromedy (La nebulosa de Andrómeda), de Eugeni Scerstobitov, que, vista la coyuntura, se presentaba como la respuesta soviética a 2001: A Space Odyssey, respuesta a repetir, ya que comprende cuatro episodios de metraje normal de los cuales el último se encuentra aún en curso de rodaje. Nosotros no vimos más que el primero, el cual corresponde muy fielmente a los seis primeros capítulos de la obra maestra homónima de Ivan Efremov.
«Ustedes, que viven en el primer siglo de la Era Comunista...». Para qué negarlo, algunos sufrieron un tic nervioso ante tal preámbulo, y hubo incluso alguna protesta entre la asistencia: tenía, sin embargo, el mérito de dar inmediatamente el tono al film, el cual se desarrolla sobre dos escenarios: en la Tierra y en el Cosmos. En la Tierra, es la Era del Gran Anillo, tiempo utópico en el que cada uno se consagra a los demás y halla su felicidad en un trabajo libremente consentido; los sistemas estelares se envían mensajes y astronaves. En el cosmos, una de estas astronaves, la Tantra, es atraída por una estrella de hierro y debe posarse sobre uno de sus planetas; allá, la tripulación se enfrenta a una especie de medusas gigantes y encuentra una nave venida de Andrómeda antes de regresar a la Tierra.
Es imposible juzgar completamente una obra tal por un simple fragmento. Se la ha considerado mejor que 2001: A Space Odyssey. De hecho, el film de Stanley Kubrick alcanza lo sublime por lo gratuito, la imprecisión, la poesía y la falta de diálogos antes que por sus grandiosos decorados. En su homólogo ruso, igualmente, el cineasta ha tenido grandes miras pero los decorados y los trucajes son lo más tangible que hay; los diálogos superabundantes, sin caer, sin embargo, en la prolijidad de Raumpatrouille, la poesía, son un soporte de la acción, todo está explicado y nada se ha dejado de lado; queda la propaganda, que no estaba más que implícita en la novela. Es seguramente un film hecho para impresionar a la mayor gente posible (comprendidos los aficionados) y que debería alcanzar lo que Raumpatrouille ha frustrado; hay seguramente muchas cosas extrañas para un espectador occidental, tales como ciertas escenas pomposas o algunos decorados, pero sus cualidades podían pasar difícilmente desapercibidas, incluso a los ojos del jurado que le ha concedido un Premio especial por la calidad de sus efectos especiales y de sus trucajes.
Tumannoct’ Andromedy, de Evgheni Scerstobitov.
Como oposición al space-opera, es Londres el teatro del film de Michael Reeves titulado The sorcerers (Los magos). El relato está centrado en el invento de un viejo profesor (Boris Karloff) y de su mujer (Catherine Lacey), que les permite imponer telepáticamente su voluntad a un sujeto (Ian Ogilvy) y de experimentar a distancia sus sensaciones. Todo termina cuando el abuso de este poder provoca la muerte del sujeto y por contragolpe la de los experimentadores.
Este film inglés se ha llevado el Asteroide de Oro, que es la distinción máxima del Festival, y a Catherine Lacey le ha sido concedido el Asteroide de Plata destinado a la mejor actriz; en fin, Boris Karloff ha recibido la medalla de oro de la dirección del festival «por su talento, que hace de él uno de los pilares del cine fantástico». En consecuencia, un film bien acogido. Sin embargo, es flagrante la deshonestidad del director, que ha hecho descansar sobre estos actores consagrados todo el peso del film sin proveer para ello el menor esfuerzo; es, en efecto, decepcionante que Michael Reeves (que es doblemente culpable, ya que es también el autor del guión) no haya aprovechado la ocasión para abandonar un poco los caminos trillados. En otras palabras, el director no se halla a la altura de los actores, y si éstos han podido hacer olvidar su falta total de audacia y de originalidad, la desproporción resulta enorme, ya que no podían hacer todo su trabajo. Todo el mérito, pues, les pertenece, pero es lamentable que hayan malgastado así su talento.
Otro film muy apreciado y muy original. Ja, spraveld nost (Yo, la justicia), del checo Zbynek Brynych, tiene por tema las actuaciones de un grupo de nazis que, habiendo salvado a Hitler y preparado la puesta en escena de su muerte, han tomado la tarea de hacerle pagar caros sus errores y lo torturan de todas las maneras. En la conferencia que dio Zbynek Brynych, y ante la pregunta «¿Cree usted que su film es de ciencia ficción?», respondió: «Fue seleccionado por la dirección del festival». Es inútil decirlo, es una elección bien singular y, pese a lo interesante que sea, este film no tiene ningún contacto con el género que nos concierne. Se repartió el Premio especial del jurado con Tumannoct’ Andromedy, pero esto es un contrasentido.
Terminaremos este repaso de los films con la retrospectiva que, este año, fue relativamente interesante. Vimos de nuevo con placer Der Golem (El Golem), de Paul Wegener y Alraune (La Mandrágora), de Henrik Gallen, con Brigitte Helm. Boris Karloff fue la vedette con The bride of Frankenstein (La novia de Frankenstein), de James Whale, y The black cat (El gato negro), de Edgar G. Ulmer. The Cat People (El pueblo de los gatos), de Jacques Tourneur, no había envejecido, pero no podemos decir lo mismo de The Phantom of the Opera (El fantasma de la Opera), de Rupert Julian, y The Queen of Spade (La reina de espadas), de Thorold Dickinson. En fin, señalemos la insólita presencia de The pit and the pendule (El pozo y el péndulo), de Edward Abraham, ya que data de 1962.
Boris Karloff, premio especial en Trieste.
¿Qué decir más? Hubiéramos deseado ver en este festival films como 2001: A Space Odyssey, de Stanley Kubrick, Barbarella, de Dino de Laurentiis o incluso Je t’aime, Je t’aime, de Alain Resnais, pero parece que los grandes productores occidentales se obstinan en menospreciar Trieste. Afortunadamente, para hacer contrapeso, sus colegas de los países del Este no han cesado nunca de enviar su contribución, tanto en calidad como en cantidad, ya que sus tres largometrajes han sido todos ellos premiados este año. Esta participación no cesa de aumentar desde hace algunos años, aunque, si la carencia occidental continúa, hay que prevenir que no monopolice el festival. Esta es una primera conclusión.
El segundo punto importante sobre el cual conviene llamar la atención es la tendencia al humor que se ha manifestado claramente este año, y esto no solamente en una buena parte de los cortometrajes, sino también con Ebirah, Ne jouez pas avec les martiens y Eto svat’ Robert. Este es un aspecto poco explotado del género, y si bien no da forzosamente excelente resultado, el filón merece ser ahondado.
En fin, llegamos al aspecto negativo, aquel que, desde hace tres años, mina el Festival; la parte cada vez menos importante que corresponde a la ciencia ficción. ¿Cómo, entre los films presentados, existen algunos que no tienen más que una relación lejana o no la tienen en absoluto con este género? Hemos hablado de la dificultad de procurarse el material necesario, pero existe también el hecho de que el Festival está organizado por personas muy competentes en el campo cinematográfico, pero muy mal informadas en el de la ciencia ficción y, lo que es más, en el de los films de ciencia ficción. Incluso el jurado no estaba demasiado mejor informado, aparte una o dos personalidades. En estas condiciones, Trieste amenaza convertirse en receptor de todo lo que el cine produce de extraño y de informe.
Para concluir, el festival de este año fue muy interesante. Pero, ¿podemos hablar realmente de un festival de ciencia ficción?
RÉMI-MAURE