LA LEY DEL PROGRESO

PERE SOLER

En nuestro deseo de ofrecerles, junto con las obras de los autores ya consagrados, las de aquellos que recién empiezan ahora, he aquí a un nuevo autor español. Pere Soler pertenece a la novísima generación literaria española. Él mismo reconoce estar enormemente influenciado por la narrativa de Borges y Cortázar, y su tema preferido —por no decir básico— es el condicionamiento humano, bajo todos sus aspectos. Lleva escritos una treintena de relatos, ensayos y libros, aunque hasta ahora no se haya decidido a presentarlos a ningún editor, pues según él esta es aún su etapa de preparación. El presente es el primer relato que ofrece al público.

ilustrado por JORDI CANELLES

I

Él seguramente tuvo que pensar:

—¿Cómo puede ser la ficción el motivo de mi existencia?

De Duss dijeron que sentía como el verdadero «HOMBRE DEL FUTURO» (el que pasó la guerra atómica). Sin embargo, nadie más autorizado que Duss para afirmar que ese hombre nunca existió.

EL HOMBRE DEL FUTURO —se dijo— es solamente una palabra carente de sentido. Duss tenía sus motivos para creer que el hombre siempre fue y estuvo concebido para ser «EL DEL FUTURO». Desde el día en que la evolución rigió y se convirtió en posible ley. (Pero el hombre no quiso ser «EL DEL FUTURO», Duss lo supo.)

De lo que sí iba a convencerse fue de la calidad de esta mal llamada evolución.

Podía estar mal encaminada, podía ser él un elemento sin proyección, sin utilidad. Si eso fuese cierto:

—¿Por qué nacer entonces? Venir al mundo no reportaría ningún provecho.

Duss quiso conocer su papel dentro de la vida. Ya que nacer significaba la más sagrada de las funciones, la responsabilidad más alta. Y en la actualidad las cosas no iban bien. Ese mundo no era el suyo:

¿Por qué nacer entonces? No valía la pena.

Pudo y contempló los grandes edificios. La perspectiva de los grandes descubrimientos. A todo se le llamaba progreso.

Soplando pudo reunir en un globo todos los motivos de vida (los de este progreso). La esfera se hacía enorme y, dentro de su transparente envoltura, veía rápidos a los automóviles, funcionaban las cadenas de la T. V., y los cohetes cumplían la función de termómetros del mundo moderno.

  

II

—PREPAREN LOS PROYECTILES 4B CABEZA ATÓMICA —gritaba una voz autoritaria.

La cuenta hacia atrás empezaba:

Diez

nueve

ocho

siete...

Todo estaba dentro de la grandiosa esfera del progreso. Todo sucedía y se daba como inevitable.

Duss contemplaba todas estas escenas. Nunca sabría donde estaba en aquellos momentos. Podía estar dentro de un vientre de mujer después de ocho meses de fecundación, o quizás dentro de un tubo de ensayo, o en «una cuna biológica» a punto de nacer artificialmente, como en el mundo de Huxley o Anatoli Dnieprov.

La realidad restaba importancia a las suposiciones.

De nada iba a servir analizar estos pareceres. Las posibilidades, las normas, las leyes que hasta ahora habían regido seguían dando números.

...seis

cinco

cuatro...

Él seguía libre para nacer o no nacer. Tenía derecho a su propia existencia. A su propio destino.

Se encontró con las calles repletas de gentes encaminadas a sus diarios quehaceres. Para ellos, la vida era rutina. Nunca pensaron en la importancia que tenía. Se encontró atraído por la gravitación y por ese astro al que denominaban sol y antiguamente Dios. Dijeron que les daba calor y que les alumbraba.

Duss intentó convencerse de que no estaba condicionado ni determinado por lo anterior (esa obsesión de los psicólogos).

Ahora.

EL PELIGRO ATÓMICO ESTABA A PUNTO DE DAR SU DEFINITIVO GOLPE.

En tales momentos se dio cuenta de que incluso antes de nacer estaba condicionado y determinado por causas ajenas a su voluntad. No pudo horrorizarse. Ni detenerlo. Ni siquiera manifestarse.

No preguntó entonces a los autores de ciencia ficción que le pronosticasen el fin.

No necesitaba a la fantasía.

Duss estaba fuera de cualquier peligro. No podía aprobar lo que estaba sucediendo. No era lo mejor, ni lo bueno, ni lo justo.

Tampoco preguntó al hombre religioso ni al teólogo.

No quería que le diesen categoría de espíritu divino o enviado de Dios. Todo pasaba de frente. Un fugaz recorrido bastaba para comprender lo que se escondía detrás del muro.

Si, después de la guerra atómica, la radioactividad escribiese un libro, diría que Duss no murió. Pero mentiría.

Duss tenía que pensar:

QUE ESTABA EN PLENO DERECHO DE ACEPTAR O DESECHAR EL MUNDO QUE IBA A VIVIR.

Mas tal posibilidad quedaba denegada. No podía.

EL PELIGRO ATÓMICO ESTABA A PUNTO DE DAR SU DEFINITIVO GOLPE.

...tres

dos...

Aunque nada le retenía ni obligaba, DUSS PERDÍA SU LIBERTAD.

Ahora observaba la rutina diaria. La repetición de las causas.

un día

otro día

un mes

un año de los que ni siquiera tenía derecho a escoger, vivir o desechar.

No pudieron venir esos religiosos y decirle:

—Has de pensar en tu salvación. Y para ello has de hacer esto y aquello. Normas.

No pudieron venir los amigos y decirle: —Confía en nosotros, que te ayudaremos a resolver tus problemas.

No pudieron venir los científicos y decirle:

—Déjanos que te estudiemos. Tal vez lleguemos a conclusiones muy interesantes para el progreso.

Nadie podía acercarse a Duss ya que éste no existía. Ni siquiera formando parte de un átomo.

Duss era nada, simplemente nada. Pero hablaba con el mundo. Con este mundo que estaba a punto de perderse.

Tenía un derecho que no estaba establecido. Ni regulado. Ni estructurado por nadie más que por él.

Fuera biología. Fuera naturaleza. Fuera casualidad. Fuera ciencia. DUSS VIVÍA SU PROPIA INUTILIDAD.

...uno...

LA GUERRA ATÓMICA ESTABA A PUNTO DE ESTALLAR.

Y en la mente de un periodista existía aún la esperanza de escribir en la primera página del New York Times:

¡¡¡¡¡SENSACIONAL!!!!!

POR FIN LA AUTÉNTICA LIBERTAD, LA VERDADERA.

ACTUALMENTE UN HOMBRE LA VIVE. LEAN EL REPORTAJE MÁS REVELADOR DE LA HISTORIA.

...cero.

LA DESTRUCCIÓN FUE TOTAL Y DEFINITIVA.

Ahora todos los hombres se llamaban Duss, y sabían que incluso antes de nacer estaban condicionados por este mal llamado progreso.

© 1968, Pere Soler y Nueva Dimensión.