DIALOGO DE MUTANTES

Cuento de choque

FORREST J ACKERMAN

Forrest J Ackerman, además de un excelente, amigo, corresponsal en USA y colaborador de Nueva Dimensión, es el agente literario de A. E. Van Vogt, entre otros autores, el editor de las famosas revistas «Famous Monsters of Filmland», «Monster world», «Spacemen», «Exciting science-fiction», «Eerie stories», y una de las personalidades más destacadísimas de Hollywood.

No podíamos dejar de publicar pues una de sus historias, y nos honra el que sea él precisamente el que inaugure este nuevo apartado dentro de nuestra revista. Este es su cuento de choque.

Cabezadoble meditaba sobre el viejo problema.

—¿Cree usted —reflexionó en voz alta, con el extraño ceceo que era herencia de su lengua hendida— que el Hombre pueda haber creado a los mutantes a su propia imagen?

Su recién conocido de la última hora crepuscular no profirió opinión alguna.

La segunda cabeza del mutante arqueó su cuello hacia adelante desde la pared de la cueva en la que reposaba. Con el chillido característico de su doble lengua, discutió:

—Pero, ¿si el hijo del Hombre, Adán, nos creó a todos con la bomba Adámica...!

—No creo en esa historia de la creación por la bomba —tartamudeó negativamente su otra cabeza—. ¿Y usted, forastero?

Tampoco ahora respondió el forastero, aunque debido a la oscuridad reinante en la caverna no se podía ver el motivo de su mutismo.

La lengua chillona declaró:

—¡Pero, para que el Hombre hubiera hecho al mutante a su propia imagen, tendría que haber sido un polimorfo! Parte de Él tendría que haber sido bicéfalo, como nosotros, y parte como nuestras hermanas Siamesas; parte como el pequeño Bolarodante y parte como el Octobrazos que conocimos la semana pasada; parte como Ciempiés y parte como nuestro primo Serpentón. ¡Y entonces habría sido un monstruo! ¿No está de acuerdo, forastero?

En las profundidades oscuras de la cueva, el forastero se agitó pero no pronunció sonido alguno. De esta forma, aquella discusión filosófica de finales de la última decena del siglo veinte llegó a su término, por exhaución.

Entonces, lentamente, como temerosos de lo que pudieran revelar, los débiles rayos lunares penetraron en la cueva. La luz trémula se movió vacilante a lo largo del cuerpo deforme de Cabezadoble y finalmente, con reluctancia, iluminó toda la figura del mutante. ¿Fue una ilusión, o la cara del Hombre de la Luna palideció? En la Tierra ya no quedaba ningún hombre para comprobarlo.

Continuó el lento progreso de los rayos hasta que fue también visible el segundo mutante. Entonces, se hizo evidente el porqué el forastero no había hablado.

Mejor será decirlo de esta manera: de haber estado allí un hombre con ojos para ver, hubiera sido evidente el por qué. Continuó siendo un misterio para Cabezadoble porque, aunque tenía más ojos de los que le tocaban, seis para ser exactos, todos ellos eran de un blanco albino, óvalos de carne gelatinosa, sin pupilas, que no servían para nada. Cabezadoble era ciego de nacimiento.

Y el forastero... bueno, se mantenía en silencio porque...

Los mutantes, saben, tienen un proverbio: Mas valen dos cabezas que ninguna...

© 1950, Forrest J Ackerman.