10
LA LECCIÓN DE TIRO CON ARCO
Lian esperaba a Gansuj bajo el envolvente abrazo del sauce. Las pequeñas hojas no la ocultaban por completo, pero la cobertura de sus ramas era suficiente para darle una cierta sensación de seguridad. Además, las sombras se iban alargando... Suspiró y se sacudió algunas hojitas del pelo lamentando su decisión de dejarlo suelto. Le había dicho que se reuniera con ella otra vez antes del anochecer, y ahora el sol estaba peligrosamente próximo a desaparecer tras el palacio. Se suponía que ella no debía estar allí; no sin compañía.
El jardín aún apestaba a sangre. Los jardineros seguían trabajando en un macizo de flores cuando llegó, y se apresuró a pasar de largo lanzándoles una mirada fugaz, pero autoritaria, que esperaba que les indicara que tenían que mirar hacia otro lugar. Además, no habría querido ver tan de cerca lo que estaban haciendo.
Algo había muerto sobre ese macizo. Había oído a uno de los sirvientes chinos que el plato principal del banquete había sido cazado solo unas horas antes. En ese jardín. Había muerto justo ahí. Un breve escalofrío recorrió todo su cuerpo. «No hay mejor lugar para aprender a luchar», dijo para sí.
Lian había insistido para que la criada le diera detalles, y ella le había hecho un relato muy satisfactorio. Todo el mundo hablaba del joven guerrero y su arco. Lian no se había atrevido a preguntar a la criada por la reacción de Munojoi; aunque le habría gustado escuchar toda la historia, ya sabía qué podía esperar: Munojoi estaría aún más en guardia contra el intruso enviado por el hermano mayor del gran kan. Ahora la tarea de Lian sería todavía más difícil. Gansuj tenía razón por la mañana: estaba preocupada por él. Lian suspiró aliviada cuando lo vio y agitó las ramas del sauce para llamar su atención.
Gansuj se acercó y separó las ramas con cuidado.
—¿Por qué estás escondida aquí? —Levantó una ceja—. Si estás intentando parecer un bonito dibujo, no te molestes. No soy tan sofisticado. —Parecía más cómodo, contento por cómo había ido el día.
—No tengo libertad para moverme por el palacio de noche como tú —replicó ella.
—Ah. —Él miró por encima del hombro y luego se acercó dejando que las ramas lo cubrieran también—. En ese caso supongo que debería ofrecerte protección...
Ella puso la mano sobre su pecho y lo detuvo.
—Deberías —dijo—. Enseñándome. —Sonrió por la expresión de Gansuj. Estaba claro que él pensaba que había otros planes para esa noche—. ¿Te acuerdas? Hicimos un trato. Yo te ayudo, tú me enseñas a luchar.
Gansuj frunció el ceño mientras miraba la mano apoyada en su pecho.
—Sí —aseveró—. Lo hicimos.
Lian estaba contenta de que no intentara negar la existencia del trato. Ella no había vuelto a sacarlo a colación desde aquel primer día en el baño. Había sido una proposición peligrosa, que podría haberla llevado a la muerte si Gansuj hubiera tenido una forma de ser menos flexible. Pero el maestro Chucai dijo que el joven prometía, que parecía capaz de pensar por sí mismo y que confiaba en las decisiones que tomaba. Mientras confiara en ella, ella podría confiar en él; mientras contara con esa confianza, había varias habilidades que podía disponerse a aprender.
Ella no iba a quedarse allí para siempre.
—Pero no estarías pensando en practicar vestida así, ¿verdad? —Gansuj señaló sus ropas de seda verde, mucho más finas que las que llevaba al comienzo del día—. Recógete el pelo al menos.
Ella se lo recogió despacio, consciente de que él la observaba, y lo enroscó en un moño.
—¿Qué? —preguntó él con una cierta irritación en la voz.
—Me hace falta algo para mantenerlo en su sitio —se justificó ella.
Exasperado, él sujetó una rama del sauce y rompió un trozo largo. Arrancó todas las hojas deslizando rápidamente la otra mano por ella y le ofreció el palo.
—¿Te servirá esto?
Ella sonrió y cogió la rama que le ofrecía. La colocó en su sitio sin decir una palabra. Gansuj la observó.
—Eres demasiado pequeña —comentó, y mientras ella tomaba aliento para su objeción, él continuó—. Hasta que tengas un poco más de musculatura, dudo que puedas vencer a alguien en una lucha cuerpo a cuerpo; si llegas a ese punto no tendrás posibilidad de ganar. Tenemos que intentar otra cosa. —Gansuj salió de debajo del árbol e inspeccionó el jardín con la mirada—. Sí —dijo al ver un par de guardias—. Espera aquí.
Antes de que ella pudiera quejarse, se marchó apresuradamente. Llamó a los guardias, que lo vieron y se acercaron juntos, con la cabeza inclinada hacia Gansuj mientras él se lanzaba a explicarles una complicada historia. Con cierta curiosidad, Lian avanzó unos pasos para ver de qué estaban hablando los tres hombres, y cuando Gansuj hizo una pausa y los dos guardias miraron en su dirección, Lian se dio cuenta de que se había puesto totalmente a la vista.
Los guardias rieron y uno de ellos entregó a Gansuj su arco y su aljaba y luego palmeó al joven en la espalda. Saludándolos con el arco, Gansuj volvió rápidamente a donde estaba Lian.
—Vamos —dijo, dándole la aljaba para que la llevara—. Vayamos cerca del muro. Allí tendremos menos distracciones. —Miró hacia atrás por encima del hombro y saludó con la mano a los guardias que se alejaban por el sendero.
—¿Qué les has dicho? —Lian quería enterarse.
—Son jevtuul —explicó Gansuj.
—Sí, lo sé. —Los jevtuul eran la guardia de noche imperial, los que protegían al kagan mientras dormía—. ¿Qué les has dicho?
—Munojoi es un torguud. Un guardia de día. —Mostró una gran sonrisa—. Tú lo has dicho: a la gente de la corte le gusta hablar. Ya se ha corrido la voz.
Ella se quedó mirándolo, sorprendida por lo que estaba oyendo. Gansuj se encogió de hombros malinterpretando su mirada.
—Les he dicho que quería enseñarte mi arco, pero como lo había dejado en mi habitación estaba a punto de quedar mal con una hermosa mujer. Les he preguntado si podían prestarme uno. —Sopesó el arma—. Han quedado muy contentos de poder ayudarme.
Gansuj aminoró el paso para mirar a su alrededor el espacio abierto al que habían salido.
—Además —comentó—, nos dejarán en paz pensando que estamos...
Lian asintió haciendo un esfuerzo por no sonreír.
—Dedicados a una lección de tiro con arco —dijo acabando la frase por él mientras levantaba una ceja. «Sí —pensó—, el maestro Chucai tenía razón. Este joven promete».
Gansuj se sonrojó. Cogió la aljaba de la mano de Lian y le dio el arco.
—Pruébalo —dijo con brusquedad, avergonzado por fin.
Lian levantó el arma y la cogió por la empuñadura con la mano izquierda. Tensó la cuerda y la soltó con un débil tañido.
—Así no. —Gansuj se colocó detrás de ella y tocó sus hombros con suavidad, abriéndolos hacia atrás, ajustando su postura—. Brazo bien estirado. Apunta al blanco con tu nudillo. Ahora ténsalo paralelo a tu cuerpo. —Le tiró del codo hacia atrás lentamente, guiando su brazo—. Lo mismo con esta mano, el nudillo hacia el blanco.
El cuerpo de Lian se giró ligeramente bajo su guía hasta que apuntó a un grupo de álamos cuyos pálidos troncos reflejaban un brillo difuso con la luz del atardecer. Él retrocedió un paso; ella soltó la cuerda y sintió una diferencia en el movimiento.
—Lo noto —comentó.
—Muy bien —dijo Gansuj—. Prueba unas cuantas veces más, pero sin soltar la cuerda. Trabaja solamente el movimiento de tensar la cuerda con suavidad.
Lian cambió la posición de sus pies y sacudió los hombros para aflojarlos. Inspiró profundamente y levantó el arco como Gansuj le había enseñado. Doblando sus dos primeros dedos sobre la cuerda, utilizó la espalda y los hombros para tensar la cuerda, esta vez un poco más. Le habría gustado ver la expresión de Gansuj, pero no podía mirar en su dirección; perdería el control de lo que estaba haciendo si se desconcentraba tanto. Contenta de poder tensar el arco, se relajó, repitió el ejercicio dos veces más y dejó caer los brazos. Le ardían los bíceps.
—Bien hecho —dijo Gansuj—. Te has hecho a ello con mucha naturalidad.
Lian se mantuvo en silencio mientras cogía una de las flechas de la aljaba que sostenía Gansuj. Este le sujetó la mano antes de que llegara a sacarla.
—Cuidado, están afiladas.
—No soy una cría. —Su tono fue tan petulante que solo le faltó dar un pisotón en el suelo y amenazar con montar una escena.
—Intenta solamente no herir esas manos tan suaves —dijo Gansuj, dispuesto a pincharla un poco más—. Coloca la flecha aquí. —Dejó la aljaba y se acercó con la intención de mostrárselo más directamente—. Sujeta el extremo así. ¿Ves?
Tensó el arco con un movimiento suave. Daba fe de su diferencia de tamaño el hecho de que pudiera sujetar el arco alrededor de ella y tensarlo casi sin llegar a tocarla. Casi. Tras un instante, cuando ambos reconocieron en silencio su mutua proximidad, él destensó el arco y se apartó.
—Te toca —dijo.
Lian sujetó el arco con firmeza e intentó tensarlo con la flecha, pero la tensa cuerda casi no se movió. La combinación de sujetar el arco con tensar la cuerda estaba frustrando su esfuerzo. Gansuj estaba en lo cierto. Ya había tensado un arco antes, pero este estaba mucho más duro que los otros que había utilizado. Había hecho que pareciera muy fácil. Con decisión, cuadró los hombros y, doblando dos dedos sobre la cuerda y la flecha, consiguió tensar el arco la mitad que Gansuj.
—Bien —comento él—. Ahora tira a aquel árbol. —Señaló uno de los álamos a los que había estado apuntando antes.
Ella soltó la flecha con un gruñido. Esta se desvió bastante hacia la derecha y desapareció con un ruido apagado en el interior de un denso arbusto. Le ardían las yemas de los dedos por el roce con la cuerda áspera. Las miró esperando ver sangre y se sorprendió al ver que no había.
—Debería haberte dicho que aguantases la respiración para apuntar —dijo Gansuj.
—No eres muy buen maestro —observó ella, avergonzada por haber fallado por completo.
—¿No parloteabas hace unos días acerca de la paciencia en uno de esos rollos que me has estado leyendo? —preguntó él.
Ella sonrió cuando se agachó y cogió otra flecha de la aljaba que habían dejado en el suelo.
—No he dicho que me rinda. —Colocó la flecha en su lugar y tensó la cuerda intentando recordar todo lo que se suponía que debía hacer. Gansuj trató de guiarla con las manos sobre sus brazos, y ella se sacudió para apartarlo—. Preferiría probar sin tu ayuda.
Intentó no pensar en que él la estaba mirando. «¡Aguanta la respiración!», pensó en el último segundo. Su mano derecha se abrió y la flecha salió disparada del arco, voló por el jardín y se clavó recta en el tronco de un álamo.
—Eso es —dijo ella—. Un tiro perfecto.
Gansuj se encogió de hombros.
—No ha estado mal. ¿Puedes hacerlo otra vez?
Ella le lanzó una mirada asesina y se agachó para coger otra flecha.
—¿Cómo fue la caza? —Intentaba mantener su tono despreocupado.
—Bien.
Lo miró.
—¿Bien?
Él ignoró su entonación.
—Sí, fue bien. —Cuando ella se plantó frente a él con una ceja levantada y un puño sobre la cadera, una expresión de desconcierto pasó por el rostro de Gansuj—. Ah. —Cayó en la cuenta—. Gracias por darme ánimos. Me ayudaste mucho. —Señaló con un movimiento de cabeza hacia el arco y la flecha que ella sostenía—. Ahora coloca esa flecha y veamos si el anterior tiro fue solo una cuestión de suerte.
—¿Suerte? —dijo ella sin moverse. «¿Es eso todo lo que me vas a decir?», fue lo que transmitió con la posición de su cabeza, y ante su falta de respuesta, se volvió con un vuelo de faldas—. Te voy a enseñar lo que es suerte.
Lian afirmó los hombros y tensó la cuerda igual que antes. Aún le resultaba muy difícil tensarla mucho, pero el movimiento le parecía un poco más fácil, un poco más natural. Esta vez incluso se acordó de contener la respiración. La cuerda emitió un tañido flojo y la flecha se clavó en el árbol poco más de un palmo por debajo de la primera.
—No era suerte —reconoció Gansuj—. Entonces vamos a intentar algo un poco más avanzado, ¿de acuerdo?
—¿No dirías que ese ha sido un buen tiro? —preguntó ella.
Gansuj meditó brevemente la cuestión.
—Yo diría que ha sido un buen tiro —dijo— para alguien que dispara a un blanco inmóvil a corta distancia en condiciones casi ideales. —Miró el silencioso jardín que los rodeaba—. Pero nunca se me ha presentado un tiro como ese cazando... y mucho menos en una batalla.
No iba a haber manera con él. Lian suspiró.
—Entonces, ¿qué me harías hacer? —preguntó.
—¿Quieres decir en esto del tiro con arco? —Sonrió.
Lian le dedicó una mirada gélida. Gansuj perdió poco a poco la sonrisa y carraspeó.
—Te haría repetir el mismo disparo mientras caminas. —Cogió la aljaba y se la ofreció. Solo quedaban tres flechas.
—¿Caminando? —preguntó Lian.
Gansuj asintió.
Lian cogió la flecha y la colocó en su lugar sin mirar. Comenzó hacia su derecha, pero no tardó en darse cuenta de que perdería de vista el blanco después de unos pocos pasos porque pasaría tras unos setos recortados. Cambió sin más y levantó el arco con el nudillo apuntando al árbol. Incluso a paso lento, su nudillo se negaba a mantenerse alineado con el blanco (no solo se balanceaba arriba y abajo, sino también de izquierda a derecha). Intentó predecir cuándo estaría sobre el blanco y soltó la flecha, que cayó al suelo frente a ella apenas a un cuerpo de distancia y rebotó en la hierba.
Gansuj le ofreció otra flecha.
—Esta vez no mires tu nudillo; mira el blanco.
Lian cogió la flecha que le ofrecía y la colocó rápidamente en el arco. Él sabía de qué hablaba y ella debería prestarle atención, pero la calma de Gansuj la estaba irritando. Tensó el arco y, mientras caminaba hacia su derecha, soltó la flecha casi de inmediato. Había estado tirando a ciegas, intentando solamente acabar con las flechas para poder concluir la lección. La flecha dio vueltas sobre sí misma y desapareció con un traqueteo entre las ramas inferiores del árbol.
—¡No está mal! —exclamó él para gran sorpresa de Lian.
—Te burlas de mí —dijo ella.
Él negó con la cabeza.
—Has dejado de pensar en lo que estabas haciendo. Eso es una gran parte del arte de tirar bien. Y también es lo más difícil de enseñar. —Gansuj volvió a sonreír.
Lian no sabía si esa gran sonrisa casi permanente de Gansuj estaba empezando a ser irritante o adorable. Quizá las dos cosas.
—Me mentiste —dijo mientras sostenía el arco con ambas manos.
—¿Cuándo? —preguntó él.
—Cuando dije que no eras muy buen maestro.
Gansuj se encogió de hombros.
—No te corregí —dijo—, pero tampoco me dijiste tú que ya habías manejado un arco antes.
Cogió la última flecha de la aljaba y alargó la mano pidiendo el arco. Su sonrisa había desaparecido y era imposible interpretar su expresión. Lian le pasó el arco.
—Ese árbol no —dijo tragando saliva. No tenía ni idea de cuáles eran sus intenciones y pensó que lo mejor sería intentar cambiarlas. ¿Había ido demasiado lejos? La confianza tenía que ser mutua—. Eso es demasiado fácil para ti.
—Escoge un árbol, pues —dijo él describiendo un semicírculo con la mano para indicarle que tenía todo el jardín para escoger.
Lian miró a su alrededor y se fijó en un arbolito a unos diez cuerpos de distancia.
—El abedul joven aquel, junto al muro —dijo señalando en esa dirección.
Gansuj se volvió bruscamente y se alejó de ella a paso ligero. Durante unos instantes, Lian creyó haber cometido un terrible error, y cuando él se volvió y comenzó a correr hacia ella estuvo segura de haberlo hecho. La distancia que los separaba se reducía sin que Gansuj diera indicación alguna de ir a parar; de hecho, cada vez iba más deprisa.
—¡Gansuj! —Lian se tiró sobre la hierba.
Este saltó por encima, con el arco levantado y tenso y la flecha preparada. Lian oyó el tañido de la cuerda. En el mismo lugar en que ella había caído torpemente sobre su cadera, él dobló el cuello y rodó por la hierba tres pasos por delante.
—¿Estás bien? —Se acercó a ella como si nada hubiera sucedido.
Ella aceptó su mano porque quería levantarse de la hierba lo antes posible. La sujetó con firmeza y, cuando tiró de ella, la levantó como volando. Sus cuerpos quedaron unidos, y sus caras, a unos dedos de distancia.
—¿Has acertado en tu blanco? —preguntó ella con la intención de que se volviera y mirase, a pesar de que no quería que se moviera.
No lo hizo.
—No lo sé. ¿Le he dado?
Lian puso los ojos en blanco y no consiguió contener la risa. La gran sonrisa de Gansuj volvió, aún mayor que antes. Ella lo apartó bruscamente.
—El árbol, Gansuj. ¿Has acertado en el abedul?
Gansuj fingió sorpresa.
—¿Se suponía que tenía que tirar a un árbol?
Ella se fijó. El sol ya estaba al otro lado del palacio y todo el muro estaba cubierto de sombras. Aún podía ver el delgado abedul, pero no podía distinguir si la flecha había dado en el blanco. Empezó a caminar hacia él y Gansuj se unió a ella.
—Bonita caída —comentó él—. Pero tendrás que practicar más.
Lian lo fulminó con la mirada.
—¡Hablo en serio! —protestó Gansuj—. Saber caer es una habilidad importante en el combate cuerpo a cuerpo. Ya lo verás.
—Lo estoy deseando —contestó Lian con sarcasmo, pero sin poder evitar reconocer el estremecimiento de su cuerpo ante la sola idea de tener tal relación con ese hombre.
Preocupada, se detuvo en seco frente al abedul y tardó en distinguir la flecha clavada hasta un cuarto de su longitud. Sin hacer comentarios, Gansuj empezó a sacar la flecha poco a poco.
—Gansuj, de... deberías ha... haber... —dijo tartamudeando.
Gansuj la miró sin dejar de liberar la flecha del árbol.
Ella le devolvió la mirada y volvió a comenzar.
—¿Por qué no disparaste con la ballesta como te pidió Ogodei Kan?
El semblante de Gansuj se ensombreció y decidió concentrarse un rato en la tarea de desclavar la flecha antes de contestar.
—Hay una diferencia entre una cacería —respondió mientras la flecha acababa de salir del árbol— y una matanza.
—Mataste a tu ciervo con un arco —dijo ella.
—Sí —afirmó él—. Con el arco de mi padre. Y Ogodei apreció el significado de mi elección. —Dejó caer la flecha dentro de la aljaba—. Cuando acabó la cacería, dimos un breve paseo j untos por el jardín. Me contó una historia de una cacería con su padre, el gran kan, cuando estaban juntos de campaña.
Lian estaba sorprendida. La criada había olvidado mencionar el momento en privado de los dos hombres.
—Excelente, Gansuj. Eso supera mis expectativas. Estás resultando un buen estudiante.
Volvieron sobre sus pasos hasta la alameda.
—Tengo que serlo —dijo Gansuj mientras paseaban—. Puede que haya impresionado al kagan, pero me temo que he hecho crecer la enemistad de Munojoi.
—Cualquier esfuerzo que dediques a ganarte la amistad de Munojoi no solo será inútil, también será peligroso —le advirtió Lian—. Es más inteligente que concentres tu energía en el kagan.
Gansuj asintió con gesto pensativo.
—Creo que tienes razón. —Llegaron al árbol que tenía clavadas las flechas de Lian y las sacó con un diestro giro de la mano izquierda—. Suficiente tiro con arco por esta noche —dijo cambiando de asunto—. ¿Qué tal algunas nociones preliminares del cuerpo a cuerpo...?
Lian arqueó una ceja.
—Creo que este rato de tiro con arco me ha cansado.
Gansuj rió. A ella le gustaba su risa, grave y profunda. Cuando reía, sus ojos casi desaparecían; una risa muy parecida a la de su propio padre.
—La próxima vez, entonces —dijo él. Se colgó el arco en bandolera y señaló el sendero que conducía a la zona de la servidumbre—. Al menos deja que te acompañe hasta tu habitación.
Ella aceptó su ofrecimiento y guardó en su interior la fantasía de avanzar en el contacto físico con él.
El sol se había puesto y la actividad del palacio estaba cambiando a la propia de la noche. Se oían voces que llegaban desde el edificio principal, y sirvientes que llevaban platos sucios y montones de manteles limpios pasaron presurosos alrededor de Gansuj mientras él caminaba sin prisas hacia su habitación. Se hizo a un lado para dejar paso a un grupo de concubinas, que pasaron junto a él como deslizándose sin esfuerzo con pasos minúsculos, con la cabeza elegantemente peinada inclinada en un gesto de educado respeto; tras de sí dejaron una estela de aroma de flores. Fuera, en la penumbra, había grupos de jevtuul con capas oscuras patrullando los terrenos del palacio.
Cerca de la entrada del jardín, Gansuj se encontró con una figura imponente y familiar. Se inclinó respetuosamente ante ella.
—Maestro Chucai, buenas noches.
El consejero jefe de Ogodei respondió con una ligera inclinación de cabeza.
—Espero que tengas una buena noche. —Su vestido y su barba eran manchas oscuras en la penumbra que hacían que el hombre pareciera una aparición, una cabeza flotante que venía a perseguirlo.
—Así es —contestó Gansuj—. Solo estaba buscando un poco de aire fresco. Esta primera hora del anochecer es excelente para eso.
—¿Has continuado con tus lecturas? —Chucai sonrió—. O quizá debería decir: ¿ha seguido Lian leyéndote?
—Sí. Es una joven con talento, hasta donde son capaces las chinas —respondió Gansuj—. Los rollos son aburridos, pero ella mantiene mis ojos entretenidos, sin duda.
Chucai le dirigió una mirada penetrante.
—He oído comentarios sobre la cacería de hoy —dijo.
Gansuj asintió y esperó a que continuase.
—Karakórum es distinto de cualquier otro lugar del imperio. Nos transforma, ¿no crees? —Chucai frunció los labios—. No, eso no es correcto. Nos revela.
Gansuj se encogió de hombros, sobre todo para ocultar el escalofrío que le había recorrido la espalda al oír las palabras del maestro Chucai. Un sonido de rotura que se produjo tras ellos le ahorró la contestación. Se volvió y durante un momento fue incapaz de determinar el origen del ruido, pero luego vio la teja rota en el suelo. Con el pulso desbocado, levantó la mirada hacia el tejado del palacio y un movimiento llamó su atención.
—¡Intruso! —gritó Chucai tras él.
«Un asesino —pensó Gansuj—. Está aquí para matar al kagan».
—¡Guardias! —Chucai seguía dando la alarma.
La silueta ya había desaparecido y Gansuj miró nerviosamente a su alrededor buscando algún indicio de la jevtuul.
«Demasiado tarde —pensó. Salió corriendo en dirección a la parte trasera del palacio, la dirección en que le pareció que iba la silueta—. Para cuando lleguen los guardias, se habrá ido».
Le tocaba atrapar al asesino.