Juego de niños
Child's Play
Uno de los tópicos favoritos de la Ciencia Ficción es el viaje del tiempo, cuyas paradojas proporcionan algunos de los mejores momentos de la misma. El arte del escritor es mantener una perfecta lógica mientras produce una historia entretenida y llena de significado. Otro tema es el artefacto procedente del futuro y sus efectos sobre un individuo del presente, igualmente difícil de conducir de modo convincente. El autor ha triunfado brillantemente, por lo menos así lo pensamos, en esta festiva aunque siniestra historia.
Después de que el repartidor de la agencia dio a la puerta un imprevisible golpe, Sam Weber decidió trasladar la amplia jaula bajo la bombilla de su cuarto. Era muy cómodo para el mensajero soltar:
—Lo siento. Nosotros no enviamos los paquetes, sólo los entregamos, señor.
Tenía que haber alguna juiciosa explicación.
Con un gruñido que comenzó como un reflejo anticipador y finalizó con una nota de desagradable sorpresa, Sam empujó el cajón el trecho suficiente. Era bastante pesado. Se preguntó cómo el repartidor había podido subir los tres tramos de escaleras.
Se quedó perplejo ante la deslumbrante tarjeta que contenía su nombre y dirección, así como la frase: «Felices Pascuas 2353».
¿Una broma? No conocía a nadie que creyese divertido enviar una tarjeta fechada en el futuro, con una anticipación de cuatrocientos años. A menos que uno de sus comediantes compañeros de la facultad de Derecho, quisiera significar su opinión de cuando Weber llegase a defender su primer caso. Aun así...
Las letras tenían una extraña forma, una especie de rayas verdes en lugar de trazos. Y la tarjeta era una lámina de oro.
Sam decidió que resultaba realmente interesante. Dejó la tarjeta a un lado y arrancó el ligero material del envoltorio. Luego se detuvo.
La caja no tenía tapadera, no había hendiduras en los lados ni ningún asidero a la vista.
Parecía ser una masa cúbica y sólida de una materia color marrón. Aunque resultaba positivo que algo sonase dentro cuando la había movido.
Asió las esquinas y se esforzó en tirar, gruñendo, hasta que se alzó. Después la dejó caer en el suelo.
—Bueno —se dijo filosóficamente—. No es el regalo. Es el principio implicado.
Gran parte de sus regalos aún estaban sin agradecer con expresivas notas. Tenía que encontrar algo especial para tía Maggie. Sus corbatas eran el puro horror cubista, pero esta Navidad no le había enviado ni siquiera un pañuelo. Todos sus centavos se habían ido en el broche de Tina. Dadas las circunstancias no se había atrevido con un anillo...
Se dio la vuelta para encaminarse a su cama, a quien le había designado el adicional servicio de mesa de escritorio y de silla. Después atizó un puntapié al cajón y gritó desconsoladamente:
—Bien, si no te quieres abrir, no te abras...
Como si le hubiese dolido el puntapié, la caja se abrió. En la parte superior apareció un corte que se abrió rápidamente y se dobló hacia abajo y hacia los lados como una maleta. Sam se golpeó la frente y dirigió una rápida plegaria agradeciendo todo lo bueno que envía el Divino Padre. A continuación recordó lo que había dicho.
—¡ Ciérrate! —sugirió.
La caja se cerró y se quedó tan lisa como el trasero de un niño.
—¡Ábrete!
La caja se abrió.
Sam decidió que quizás demasiado. Se inclinó y miró su contenido.
El interior era un enloquecedor montón de estanterías sobre el que descansaban unas redomas llenas de líquidos azules, tarros llenos de sólidos rojos y tubos que exhibían colores amarillos, verdes, naranja», malvas y otros más que los ojos de Sam no podían abarcar. En el fondo había siete piezas de unos intrincados aparatos, como si hubiesen sido reunidas allí por unos radio-amateurs. También se encontraba un libro.
Sam cogió el libro y advirtió asombrado que, aunque todas sus páginas eran metálicas, resultaba más ligero que cualquier libro que había sopesado.
Puso el libro encima de la cama y se sentó. Después respiró profundamente y lo abrió en la primera página.
- ¡Puff! —exclamó, exhalando el aire que había inspirado. En unas letras demenciales, a rayas verdes, leyó:
«Construya-un-Hombre-Serie 3. Esta serie está proyectada solamente para uso de niños entre las edades de once y trece años. El equipo, mucho más avanzado que Construya-un-Hombre Series 1 y 2, capacitará a los niños comprendidos en esas edades para construir y montar adultos humanos completos, siguiendo un perfecto orden de trabajo. Los niños más atrasados también pueden construir bebés y maniquíes de los primeros juegos. Se proporcionan dos desmontadores para que la serie pueda ser utilizada una y otra vez con todo provecho. Lo mismo que para las Series 1 y 2 se aconseja la ayuda de un censor en todo desarme. Los repuestos y partes adicionales se pueden adquirir en The Bild-a-Man Company, 928 Diagonal Level, Glunt City, Ohio. Recuerde, solamente con un Construya-un-Hombre puede construir un hombre.»
Weber cerró con fuerza sus ojos. ¿Cuál era el argumento de la película que había visto la noche pasada? Un argumento de terror. Y también unas fotografías terroríficas. El color muy bueno. ¿Cuánto podrá ganar un director a la semana? ¿Y el cámara? ¿Quinientos? ¿Mil?
Abrió sus ojos con cautela. La caja seguía siendo un cubo aplastado en el centro de su habitación. El libro todavía estaba en su temblorosa mano. Y la página decía lo mismo.
«Solamente con Construya-un-Hombre puede construir un hombre.»
—¡Que el Cielo asista a un joven abogado neurótico en una época como ésta!
En la página siguiente aparecía una lista de precios para «repuestos y partes adicionales». Cosas como un litro de hemoglobina y tres gramos de enzimas surtidas se ofrecían a la venta en términos de un dólar cincuenta y tres dólares cuarenta y cinco. Una nota en el fondo del cajón advertía del Juego Serie 4: «El estremecimiento de construir su primera vida marciana.»
En letra pequeña se leía Patente 2348.
La tercera página era una tabla de materias. Sam se agarró al borde del colchón con una mano sudada y leyó:
CAPÍTULO I. Un jardín de bioquímica para el niño.
CAPÍTULO II. Fabricar cosas sencillas con vida, en casa y fuera de ella.
CAPÍTULO III. Maniquíes y lo que les obliga a hacer el trabajo del mundo.
CAPÍTULO IV. Bebés y otros pequeños humanos.
CAPÍTULO V. Gemelos para cada ocasión, proporciónese un gemelo a sí misino y a sus amigos.
CAPÍTULO VI. Lo que usted necesita para construir un hombre.
CAPÍTULO VII. Completando al hombre.
CAPÍTULO VIII. Desarmando al hombre.
CAPÍTULO IX. Nuevos tipos de vida para sus momentos de ocio.
Sam dejó caer el libro dentro de la caja y corrió al espejo. Su cara seguía siendo la misma, un poco como yeso descolorido, pero fundamentalmente la misma. No se había desdoblado en dos, ni se había convertido en un maniquí, ni tampoco había inventado un nuevo tipo de vida para sus momentos de ocio. Todo seguía en el mejor de los mundos.
Con todo cuidado se esforzó para que sus ojos volviesen a ocupar la adecuada posición en sus cuencas.
«Querida tía Maggie —comenzó a escribir con fervor—, tus corbatas fueron el más hermoso regalo de estas Navidades. Mi único pesar es que...»
Mi único pesar es que sólo puedo darte mi vida por regalo de Pascuas. ¿Quién podría haberse dejado ir de tales fantasías para gastar un bromazo? ¿Lew Knigh? Incluso Lew debía tener algún respeto por la institución navideña en su insensible cuerpo... Además Lew no tenía ni cerebro ni paciencia para un trabajo tan complicado.
¿Tina? Tina tenía el sutil talento de la complicación, de acuerdo. Pero Tina, aunque poseía una deliciosa abundancia de todo tipo de atributos físicos, carecía lamentablemente del hueso de la alegría.
Sam sacó el envoltorio y lo acarició. El perfume de Tina parecía estar adherido a la superficie.
La tarjeta metálica aparentaba haber crecido y le deslumbraba desde el suelo. La cogió y le dio la vuelta.
Nada más que la lisa superficie de oro. Estaba seguro de que era oro. Su padre había sido joyero. El verdadero valor de la lámina refutaba la posibilidad de una broma. Además... ¿Dónde estábamos?
«Felices Pascuas 2353». ¿Qué sería de la humanidad dentro de cuatrocientos años? ¿Viajaría hacia las estrellas o aún más lejos, hacia destinos inimaginables? ¿Utilizando pequeños maniquíes para realizar el trabajo de máquinas y robots? ¿Proporcionando niños con...?
Quizás había otra tarjeta o alguna nota dentro de la caja. Weber se inclinó para remover su contenido. Sus ojos advirtieron un gran tarro pardusco con una etiqueta pegada en su superficie: «Preparación de neurona deshidratada, solamente para construcciones humanas.»
Retrocedió y gritó:
—¡Ciérrate!
La cosa se cerró. Weber suspiró su alivio y decidió irse a la cama.
Lamentó, mientras se desnudaba, no haber pensado en preguntar al repartidor el nombre de su firma. El conocer la red de reparto que desempeñaba el servicio podría serle útil para descubrir el origen de la espeluznante broma.
—Aunque en realidad —repitió mientras se caía de sueño—, no se trata del regalo. Se trata del motivo... ¡Felices Pascuas a mí!
Al día siguiente, cuando Lew Knight entró garbosamente con sus «Buenos días, asesor», Sam esperó la primera astuta alusión para echarse encima. Lew no era un hombre que ocultase su humor detrás de un tonel. Pero Lew enterró su nariz en el The New York State Supplement y la mantuvo allí toda la mañana. Los otros cinco jóvenes abogados de la oficina pública parecían demasiado fastidiados o demasiado ocupados para tener un «Construya-un-Hombre» sobre sus conciencias. Nada de risitas burlonas, miradas encubiertas ni preguntas capciosas.
Tina apareció a las diez en punto, semejando una chica de calendario sorprendida con la ropa puesta. —Buenos días, asesores... —dijo.
Cada cual a su manera, de acuerdo con las peculiares secreciones glandulares que estaba elaborando en aquel momento, contestó con alegría, con una bobada o con una simple réplica. Lew Knight dijo la bobada. Sam Weber se mostró radiante,
Tina recogió todo y analizó la situación mientras sacudía su melena. Sus conclusiones evidentemente implicaban marcada inclinación por el despacho de Lew Knight y preguntó qué tenía para ella aquella mañana.
Sam se hundió salvajemente en On Torts, de Hackleworth. Teóricamente Tina era la secretaria de los siete hombres, además de operadora del cuadro de distribución y recepcionista. Actualmente, la real ejecución de sus obligaciones la comprometía diariamente nada más que a escribir a máquina el nombre y la dirección de dos sobres y acaso una carta para ser introducida dentro. Una vez a la semana tenía que hacer un pensativo resumen que nunca llegaba a suponer un escrutinio judicial. Por lo tanto Tina guardaba una hermosa colección de revistas de modas en el primer cajón de su mesa de escritorio y un laboratorio completo de cosméticos en los otros dos. Invertiría un tercio de su trabajo diario en el tocador de señoras, intercambiando precios e informaciones de existencias con las otras secretarias. Dedicaba religiosamente los otros dos tercios al abogado que en el momento de su llegada a la oficina parecía encontrarse con mejor talante masculino. Su paga era pequeña pero su vida estaba llena.
Justo antes del almuerzo se aproximó casualmente con el correo de la mañana.
—No creo que vayamos a estar demasiado ocupados esta mañana, asesor... —comenzó a decir la joven.
—Pues está equivocada, señorita Hill —la informó Sam con un deje de irritación que esperaba le sentara bien—. He estado esperando que usted terminase sus compromisos sociales para poder descender a lo que normalmente se consideran negocios...
Se asustó como una gatita desamparada.
—¡Pero hoy no es lunes! Somerset & Ojack sólo envía su material los lunes...
Sam echó humo ante el recuerdo de que si no fuese por el ganapán legal que recibía una vez a la semana de Somerset & Ojack, sería un abogado tan sólo de nombre, por no decir de espíritu.
—Tengo una carta, señorita Hill —replicó con firmeza—. De forma que reúna los materiales necesarios y comenzaremos.
Tina regresó en un abrir y cerrar de ojos con el block de taquigrafía y lápices.
—Encabezamiento normal, fecha de hoy —comenzó a decir Sam—. Dirigida a la Cámara de Comercio, Glunt City, Ohio. Caballeros:
»Quisiera que me informaran si tienen registrada una firma que lleva el nombre de Bild-a-Man Company, o una firma de nombre similar. También estoy interesado en cualquier firma que utilizando el citado nombre haya dado a conocer sus intenciones de unirse a esa comunidad. Esta investigación la hago de manera informal a petición de un cliente que está interesado en un producto de esa organización cuya dirección ha extraviado.
»La firma y después esta P.D.: Mi cliente tiene también curiosidad por conocer las posibilidades comerciales de una calle llamada Diagonal Avenue o Diagonal Level. Cualquier dato sobre esa dirección y las organizaciones actualmente situadas será grandemente apreciado.»
Tina le miró con sus ojos azules abiertos de par en par.
—¡Oh!, Sam... —susurró, ignorando las formalidades que el joven había introducido—. ¡Oh!, Sam, tiene otro cliente... Lo que me alegro. Parecía un poco siniestro, pero de una forma tan distinguida que estoy segura.,.
—¿Qué? ¿Quién parecía un poco siniestro?
—¡Oh! Su nuevo cliente... —Sam tuvo la inconfortable sensación de que la joven había estado a punto de añadir «estúpido»—. Cuando llegué esta mañana estaba hablando con el ascensorista ese terrible hombre alto, ya mayor, vestido con un largo abrigo negro... Se volvió hacia mí, quiero decir el ascensorista, y dijo: «Esa es la secretaria del señor Weber. Podrá decirle todo lo que quiera saber.» Entonces comenzó a parpadear, lo que pienso suponía una descortesía, ya sabe, examinándome. Después, ese hombre se me quedó mirando con dureza y me sentí incómoda. Por fin se marchó murmurando: «Personalidades o dislocadas o rapaces. Nadie normal. Nadie equilibrado.» Lo que tampoco creo que fuese muy cortés y pienso debe saberlo, si se trata de su nuevo cliente...
Se sentó y respiró profundamente.
Un hombre viejo, alto y siniestro con un largo abrigo negro, sonde— t ando al ascensorista acerca de él. Difícilmente un asunto de negocios, i No guardaba esqueletos en su armario personal. ¿Estará conectado con su poco corriente regalo de Pascua? Sam se interrogaba mentalmente.
—... Pero es mi tía predilecta... ¿sabe? —estaba diciendo Tina—. j Y llegó de una forma tan inesperada...
La chica estaba explicando algo sobre su cita de Navidad. Sam sintió una acometida de afecto hacia ella, mientras la joven se inclinaba hacia delante.
—¡No importa! —le dijo—. Sé que no puede remediar romper la cita. Estaba un poco molesto cuando me llamó para disculparse, pero ya pasó. Sam nunca guarda rencor a una chica preciosa... Todo el mundo lo sabe. ¿Y qué hay sobre el almuerzo?
—¿El almuerzo? —gesticuló distraídamente—. Prometí a Lew, quiero decir al señor Knight, que comería con él. Pero no creo que le importe que también venga usted...
—¡Estupendo! Iremos.;.
Esto le sentaría a Lew como una cucharada de su propia medicina.
Lew Knight acogió el asunto de una multitud, en lugar de una pareja para almorzar, tan mal como Sam esperaba que lo hiciera. Desafortunadamente, Lew fue capaz de describir detalles de su futuro caso, así como los probables honorarios y posibles distinciones que le iba a reportar. Después de uno o dos intentos de atraer el interés, tratando de volver a meter a Somerset & Ojack en la conversación, Sam se sumergió en sus fantasías. Inmediatamente Lew dejó de jugar a Rosenthal contra Rosenthal y acaparó toda la atención de Tina.
Fuera del restaurante la nieve se decoloraba en aguanieve. La mayoría de las tiendas estaban retirando sus despliegues navideños. Sam advirtió juegos de construcciones para niños, aureolados con oropeles y abrillantados con nieve artificial. Construir una radio, un velero, un aeroplano. Pero «Sólo con Construya-un-Hombre puede...»
—Me voy a casa— anunció de repente—. Acabo de recordar algo importante. Si sucede algo, llámenme allí...
Se dijo a sí mismo que le estaba dejando el campo libre a Lew mientras entraba en el metro. Pero la amarga verdad era que el campo estaba tan libre cuando él se encontraba presente como cuando no lo estaba. En la Universidad a Lew Knight se le conocía por «el Lobo». Desde que había advertido que Tina poseía las correctas proporciones de sustancia para rellenar un vestido, las probabilidades de Sam eran equivalentes a colocar una pica en Flandes.
Por ejemplo, hoy Tina no llevaba puesto su broche. En cambio su dedo meñique de la mano derecha lucía un desconocido y brillante anillo.
Sam filosofó: «Alguien lo consiguió. Alguien no lo consiguió. Yo no lo conseguí.»
Pero habría sido estupendo haberlo intentado con Tina.
Cuando abrió la puerta de su habitación se quedó sorprendido ante la cama deshecha, diciéndose con cansado estoicismo que la camarera no había ido. ¡Aquello no había sucedido antes! Naturalmente... Jamás había dejado cerrada su habitación.
La criada debió haber pensado que deseaba intimidad.
Y quizás la deseaba.
Las corbatas de tía Maggie yacían obscenamente a los pies de la cama. Las arrojó dentro del armario mientras se quitaba el sombrero y la chaqueta. Después fue hacia el lavabo y se lavó las manos lentamente. Se dio la vuelta en redondo.
Allí estaba. Por fin el voluminoso bulto cúbico que había estado acechando tranquilamente en un ángulo de su campo de visión, aparecía descaradamente frente a él. Allí estaba e indudablemente contenía toda la extraña colección que recordaba.
—¡Ábrete! —dijo, y la caja se abrió.
El libro estaba en el fondo del cajón y se mantenía abierto por las hojas metálicas que contenían las tablas de materias. Casi se encontraba encima de un extraño aparato. Sam agarró ambas cosas.
Dejó a un lado el libro y observó que el aparato consistía en una especie de prismáticos soportados por una rosca y un tubo de adaptación, colocados sobre una plancha verde y plana. Le dio la vuelta. La parte inferior llevaba unas letras escritas de la misma forma rayada que las del libro. Combinación Microscopio electrónico y banco de trabajo.
Cuidadosamente colocó el aparato en el suelo. Uno por uno removió los demás artículos, desde el Biocalibrador Júnior hasta el Vitalizador Instantáneo. Respetuosamente colocó contra la caja, en cinco hileras multicolores, los frascos de linfa y los tarros de cartílago básico. Las paredes del receptáculo estaban cubiertas de láminas increíblemente delgadas y arrugadas. Una ligera presión a lo largo de sus bordes, las ensanchaba para construir el bosquejo de órganos humanos tridimensionales, cuya forma y tamaño variaban pellizcando alguna parte de su superficie. En realidad eran moldes.
¡Toda una colección! Si en aquello existía algo sólidamente científico, la caja podría significar una inimaginable riqueza. O una publicidad muy útil. O, ¡bueno!, significaría algo...
¡Si existía algo sólidamente científico en aquello!
Sam se dejó caer en la cama y abrió «Un jardín de bioquímica para el niño».
A las nueve de aquella noche se agachó al lado de la combinación microscopio electrónico y banco de trabajo y comenzó a abrir determinadas botellitas. A las nueve cuarenta y siete, Sam Weber construyó su primera cosa sencilla con vida.
No era mucho, si usted toma como modelo el primer capítulo del Génesis. Sólo una forma primitiva color marrón, vista en el campo del microscopio, que comió tímidamente encima de un trozo de galleta, sacó hacia adelante unas cuantas esporas y murió al cabo de veinte minutos. Pero había sido obra suya. Había construido una forma de vida específica para comer los constitutivos de una galleta específica. No podría sobrevivir en ninguna parte.
Se fue a cenar con la intención de beber. Sin embargo, después de un poco de alcohol, el sentimiento de deísmo lo apresó de nuevo y regresó a su habitación.
Aquella noche no volvió a experimentar el gozo de la forma marrón, aunque construyó una molécula gigante y todo un montón de virus filtrantes.
Al día siguiente llamó a su oficina desde el drugstore de la esquina donde solía desayunar.
—Estaré en casa todo el día —le dijo a Tina.
La muchacha se quedó un poco confundida. De forma que fue Lew Knight quien cogió de nuevo el teléfono:
—¡Eh, asesor! ¿Está buscando clientela en la vecindad? Creo que un famoso ladrón trae en jaque a la policía, ya pasaron por aquí dos ambulancias. ¡Cuidado!
—Ya... Lo pondré sobreaviso cuando aparezca...
El fin de semana estaba casi encima, así que decidió tomarse libre también el otro día. Realmente no tenía ningún trabajo hasta el lunes, cuando el Somerset & Ojack producía su solitario huevo.
Antes de volver a su habitación compró un ejemplar de un moderno bacteriólogo. Era divertido construir, con aprovechamiento, criaturas unicelulares cuyo verdadero lugar en el esquema de la clasificación era tema de polémica entre los científicos actuales. Naturalmente, el manual Bild-a-Man daba simplemente unos cuantos ejemplos y reglas generales. Pero con las descripciones de bacteriología, el mundo era su ostra.
Lo que suponía una idea. Hizo unas cuantas ostras. Los caparazones no eran lo bastante duros y no podía apurar su valor hasta el punto de comérselas, pero indudablemente eran bivalvas. Si ponía cuidado para perfeccionar su técnica, resolvería el problema de la comida.
El manual resultaba bastante fácil de seguir y venía profusamente ilustrado con fotografías que aumentaban de tamaño según se iba abriendo la página. Se daba por supuesto muy poco, las explicaciones complicadas iban seguidas de otras más sencillas. Sólo las alusiones resultaban a veces oscuras: «Este es el principio utilizado en los juguetes fanerógamos.» «Cuando sus dientes estén próximos a cariarse o sangrantes, piense en la Bacterium cyanogenum y en la humilde parte que juega.» «Si usted tiene un maniquí rubiculartn su casa, no necesita molestarse con el capitulo sobre maniquíes.»
Después de una breve búsqueda, Sam se quedó convencido de que, a pesar de todo lo que ahora tenia en su apartamento, no poseía un maniquí rubicular y encontró completamente justificado examinar el capítulo sobre los maniquíes. Había conquistado por completo la sensación de ser papá jugando con el tren de su. hijito. Había hecho ya más de lo soñado por los mejores biólogos para las generaciones venideras. ¿Le quedaría aún algún problema por resolver?
«No olvide que los maniquíes se construyen con un propósito y sólo con uno.»
Sam lo prometió.
«Bien sean maniquíes enfermeros, sastres, impresores, etc., se construyen con vistas a la manipulación de un oficio dado. Cuando usted fabrica un maniquí que es capaz de cumplir más de una función comete un crimen tan serio como para ser castigado con una amonestación pública.»
«Para construir un maniquí elemental...»
Era muy difícil. Gastó tres horas desarrollando monstruosidades y volviendo a empezar. Hasta el domingo por la tarde el maniquí no estuvo completo, o mejor dicho, incompleto.
Tenía unos brazos largos, aunque por un error uno era ligeramente más largo que el otro, una cabeza sin cara y un tronco. Sin piernas. Ni ojos, ni oídos, ni órganos de reproducción. Estaba tendido encama y murmuraba por el borde rojo de una boca que se suponía servía a la vez para el ingreso y la excreción de la comida. Hacía ondear sus largos brazos, diseñados para alguna simple operación aún no inventada, moviéndolos en lentos círculos.
Sam, observándolo, decidió que la vida podía ser tan repugnante como una letrina en campo abierto y en pleno verano.
Tenía que desarmarlo. Su longitud, casi tres pies desde los dedos sin huesos hasta el tronco como un saco, prohibía el uso de un desmontador pequeño, con el cual se había deshecho de las ostras y de la miscelánea de pequeñas creaciones. Sin embargo, el desmontador grande llevaba una nota de un color amarillo brillante: «Para ser usado tan sólo bajo la directa supervisión de un censor. Acuda fórmula A76 o desestabilice su idem.»
La fórmula A76 venía a ser tanto como un maniquí electrónico y Sam decidió que su idem ya era suficientemente inestable, gracias. Tenía que arreglárselas sin un censor. Probablemente el desmontador grande se utilizaría según los mismos principios que el pequeño.
Lo empalmó a un poste de la cama y ajustó el foco. Apretó el conmutador situado en la parte lisa de abajo.
Cinco minutos más tarde el maniquí era un revoltijo brillante y viscoso encima de su cama.
Mientras limpiaba su habitación, Sam se convenció de que el desmontador grande requería la supervisión de un censor. Por lo menos de un determinado tipo de conservador. Rescató como pudo los constitutivos de la criatura sin piernas, aunque dudaba que siguiese utilizando el juego por lo menos en los próximos cincuenta años. Ciertamente no se le volvería a ocurrir hacer uso del desmontador. Mucho menos espectacular y desagradable seria empujar toda la cosa dentro de una picadora de carne y darle a la manivela mientras se trituraba.
Cuando cerró la puerta detrás de sí para ir a una agradable francachela, hizo una nota mental para recordar que tenía que comprar sábanas nuevas al día siguiente. Aquella noche le tocaba dormir en el suelo.
Con los puños hundidos en las particularidades del asunto Somerset & Ojack, Sam era consciente de las miradas fijas de Lew Knight y de los asombrados ojos de Tina clavados en él. ¡Si llegasen a saber! Estaba radiante. Claro que Tina probablemente se limitaría a decir que era «maravilloso», y Lew Knight haría alguna broma del tipo «¡Eh! ¡El jovencito Frankenstein en persona!»
Aunque después de reflexionar sobre ello Lew probablemente se sacaría de la manga algún método para copiar, en tamaño reducido, los contenidos de la serie Construya-un-Hombre y explotarla comercialmente. Por el contrario él... Bueno, había muchas otras cosas más que se podían hacer con el artilugio. Montones de cosas.
—¡Eh, asesor! —Lew Knight estaba inclinado en la esquina de su mesa de escritorio—. ¿Cómo nos tomamos unos fines de semana tan largos? Quizás no gane mucho dinero con las leyes, ¿pero le parecería correcto a un asociado mío vender suscripciones de revistas en las horas extra?
Sam cerró mentalmente los oídos contra la voz de rueda de esmeril.
—Estuve escribiendo un libro.
—¿Un libro de leyes? ¿ Weber en bancarrota?
—No, uno juvenil. Lew Knight, El Tonto de Neanderthal.
—No se va a vender. El título carece de impacto. Algo como Caballeros, bribones y cabezotas[7] es lo que compra el público estos días. Tina me dijo que ustedes dos tuvieron una especie de malentendido sobre la Noche Vieja y creo que no le importará si yo la llevo por usted... Ella dice que no le importa, pero es que no quiero que lo tome a mal... Especialmente porque he reservado una mesa en Cigale'sf¡ donde normalmente hay menos tumulto por Noche Vieja que en el Automat.
—No me importa.
—Bueno —contesta Knight aprobadoramente, mientras se aleja—. Hablando de todo un poco, gané ese caso. También unos buenos honorarios por el juicio. Gracias por preguntar...
Tina también quiso saber si tenía que hacer alguna objeción por el nuevo arreglo. Traía el correo. Volvió a decir que no. ¿Dónde había pasado todos aquellos días? Había estado ocupado, muy ocupado. Algo enteramente nuevo. Algo importante.
Tina se le quedó mirando mientras apartaba ofrecimientos de automóviles usados, sin garantía, por tener un cuarto de millón de millas de rodaje, pensando al mismo tiempo que todavía le faltaba por pagar la mitad de la matrícula del último año de la Facultad de Derecho. ¿Con qué iba a pagar?
Apareció una carta que no era ni factura ni anuncio. El corazón de Sam perdió momentáneamente su interés en el monótono latir al que estaba acostumbrado, mientras miró el extraño matasellos: Glunt City, Ohio.
«Apreciado señor:
En el momento presente no existe ninguna firma en Glunt City que lleve ningún nombre similar a Bild-a-Man Company ni tenemos noticia de que tal organización planee unirse a nuestra comunidad. Tampoco tenemos ninguna vía pública llamada Diagonal. Nuestras calles de norte a sur llevan nombres de tribus indias, mientras que nuestras avenidas este-oeste están señaladas numéricamente con múltiplos de cinco.
Glunt City es una jurisdicción residencial restringida. Pretendemos conservarla así. Aquí sólo se permiten pequeños comercios y establecimientos públicos. Si usted está interesado en construir una casa en Glunt City y puede suministrar pruebas de ser blanco, cristiano y tener antepasados anglosajones por ambos lados de su familia, durante quince generaciones, estaremos encantados de proporcionarle más información.
THOMAS H. PLANTAOENET, Mayor
P. D.: En el exterior de los límites de la City se está construyendo un campo de aterrizaje para propietarios de jets y de aeroplanos privados.»
Y así estaban las cosas. No conseguiría repuestos ni ninguno de los frascos o botellas, aunque tuviese que perder un dólar o dos en la transacción. Seria mejor que economizase el material y lo conservase el mayor tiempo posible. ¡Pero nada de desmontadores!
Quizás la— Bild-a-Man Company comenzase a manufacturar en Glunt City en alguna época del futuro, cuando se hubiese desarrollado una metrópolis industrial, a pesar de los constreñidos deseos de sus restringidos ciudadanos... O su paquete se habría deslizado de un sendero diferente de la corriente del tiempo humano. Quizás las dos cosas tuviesen un origen común, dada la utilización del idioma inglés. Y también pudiera ser muy probable que existiera un determinado propósito en el hecho de que fuera él quien lo hubiese recibido, beneficioso o de otro tipo...
Tina había estado haciendo una pregunta. Sam liberó su mente de la especulación sin forma y la consideró, teniendo en cuenta sus rasgos más adversos.
—Si todavía te agrado para salir en Noche Vieja, todo lo que tengo que hacer es decirle a Lew que mi madre tiene todos los síntomas de ir a darle su cólico biliar y que tengo que quedarme en casa. Después, usted podía comprarle más baratas las reservas en Cigale's.
—Muchas gracias, Tina, pero honestamente, ahora no tengo dinero disponible. Lew y usted hacen una pareja mucho más lógica...
Lew Knight no habría hecho eso. Lew cortaba gargantas con desenfadado deleite. Pero a Tina parecía irle el tipo de Lew.
¿Por qué? Hasta que Lew había comenzado a levantar la ceja cada vez que entraba en juego Tina, Sam había tenido la vía libre. El resto de la oficina había aceptado el hecho y se apartaba de su camino. No se trataba tan sólo de que Lew tuviese más éxito y un bienestar financiero. Era que Lew había decidido que deseaba a Tina y trataba de conseguirla.
La cosa dolía. Tina no era especial. No era una compañera culta, ni una pareja intelectual. Pero le gustaba. Deseaba estar con ella. Era la mujer que quería, acertada o equivocadamente, hubiese o no unas bases sólidas para sus relaciones. Recordaba que sus padres, antes del accidente ferroviario que lo había dejado huérfano, habían sido terriblemente felices juntos, aunque eran teóricamente incompatibles.
Todavía seguía admirándose del hecho la noche siguiente, mientras pasaba las páginas de «Haga un gemelo para sí mismo o para sus amigos». Sería interesante construir una gemela de Tina.
«Una para mí y otra para Lew.»
La única sombra era la horrible posibilidad de un error. Su maniquí no había salido perfecto. Sus brazos tenían una longitud igual. Era espantoso pensar en una Tina físicamente desequilibrada, que jamás se atrevería a desarmar, cojeando extrañamente toda su vida.
A continuación el libro anunciaba: «El gemelo que usted construya, aunque se le asemeje en todos los detalles obvios, no tiene por qué gozar de su lenta y precavida madurez. O no será tan estable mentalmente, o mucho menos capaz de enfrentarse con las situaciones poco usuales, o más dado a la neurosis. Solamente un duplicador de la carne profesional, utilizando el equipo más delicado, puede construir una copia exacta de una personalidad humana. Las suyas serán capaces de vivir y de reproducirse, pero no podrán ser aceptadas como un miembro de la sociedad válido y responsable.»
Bien, podía correr el albur. Una poca inestabilidad apenas se advertiría en Tina. Incluso sería deseable.
Había una dificultad. Abrió la puerta, ocultando la visión de la caja con su cuerpo. Su patrona.
—Su puerta ha estado cerrada toda la semana pasada, señor Weber. Por eso la camarera no ha podido limpiar el cuarto. Pensamos que no quería a nadie dentro.
—Sí —salió al vestíbulo cerrando su puerta—. Estoy haciendo en casa un trabajo jurídico altamente importante...
—¡Oh!
Presintió la curiosidad asesina y cambió de tema. —¿Por qué ese plumaje brillante, señora Lipanti? ¿Una fiesta de Noche Vieja?
La casera alisó su vestido negro lleno de puntillas. —Sí... Mi hermana y su esposo llegaron hoy de Springfield y salimos a cenar fuera. Sólo... sólo que la chica que se suponía iba a venir a cuidar su bebé telefoneó para decir que no se encontraba bien. Así que supongo que no saldremos. A menos que alguien, quiero decir, a menos que encontremos a alguien que se quiera hacer cargo de él.
Su voz se hacía lejana y se llenaba de embarazo al darse cuenta del favor que inconscientemente estaba pidiendo.
Bueno, después de todo no iba a hacer nada aquella noche. Y la mujer se había mostrado de lo más amable las veces que él había operado sobre las bases de «naturalmente tendré el resto del alquiler dentro de un día o dos...» Pero, ¿por qué cada uno de los dos mil millones de seres humanos de la tierra, cuando están en posesión de un muerto, se lo largan automáticamente a Sam Weber?
A continuación recordó el Capítulo IV sobre «Bebés y otros pequeños humanos». Desde la noche que había separado las partes constituyentes del maniquí había estado recorriendo el manual como un ejercicio del intelecto. No se sentía con fuerzas para cometer un error sobre un ser humano pequeño. Pero fabricar un gemelo no parecía muy difícil.
Aunque si llegaba a hacerlo juraba por Gog y por Magog, por el físico Esculapio y por el doctor Kildare, que no lo iba a desarmar. Tenía que haber otros medios a disposición de uno en una noche oscura dentro de una gran ciudad. Pensaría en algo.
—Me encantará vigilar al bebé durante unas cuantas horas —dijo y echó a andar por el vestíbulo para anticiparse a la protesta cortés de la casera—. No tengo nada que hacer esta noche. Ni se le ocurra mencionarlo, señora Lipanti. Me encantará...
En la habitación de la casera, su hermana, muy nerviosa, le su-
—No suele armar jaleo más que un poco antes de dormirse, pero si lo mece rápidamente se le pasará enseguida. No dura mucho...
—Lo moveré con la suficiente rapidez —aseguró a la madre.
Cuando se dirigían hacia la puerta, la casera se detuvo.
—¿Le dije lo del hombre que estuvo preguntando por usted esta tarde?
¿Otra vez?
—¿Una especie de anciano alto con un abrigo largo negro?
—Con la forma más terrible de mirarle a una a la cara y hablando como sin respiración... ¿Lo conoce?
—No exactamente. ¿Qué quería?
—Bien. Preguntó si vivía aquí un Sam Weaber que era abogado y que se había pasado la mayor parte del tiempo en su habitación durante la semana pasada... Le dije que teníamos un Sam Weber, su nombre es Sam, ¿verdad?, que respondía a esa descripción, pero que el último Weaber que habíamos tenido se había mudado hacía un año. Entonces me miró de una forma extraña y murmuró: «Weaber, Weber, pudieron haber cometido un error», y se marchó sin decir adiós y sin excusarse. No era lo que yo llamaría un hombre cortés...
Pensativamente Sam se acercó al niño. ¡Era extraño que se hubiera formado una fotografía mental tan aguda de aquel hombre! Posiblemente a causa de que las dos mujeres que le habían encontrado se habían quedado muy impresionadas, aunque oyendo sus historias se explicaba tal impresión.
Dudaba que existiera alguna equivocación. El hombre le había estado buscando precisamente a él las dos ocasiones. Su conocimiento de las vacaciones que se había tomado Sam la semana pasada así lo probaba. Parecía como si no estuviese interesado en encontrarle hasta que su identidad quedase establecida sin la mínima sombra de duda. A eso se le podía llamar una mente legal.
Era seguro que todo el asunto se centraba alrededor del juego «Construya-un-Hombre». Todas las investigaciones habían comenzado a partir de que el regalo procedente del año 2353 había sido entregado y de que Sam había comenzado a utilizarlo.
Pero hasta que el tipo del abrigo largo negro pusiese personalmente las manos sobre Sam Weber y le plantease la cuestión, no podía hacer nada.
Corrió a su habitación para buscar su biocalibrador júnior.
Colocó el manual abierto contra el borde de la cama y maniobró el instrumento para comprobar todo su poder escudriñador. El niño gorgoteaba ligeramente mientras el calibrador rodaba con lentitud sobre su gordezuelo— cuerpo y una cinta de metal se desovillaba de una ranura, según el manual, para una descripción fisiológica detallada.
Y fue detallada. Sam se quedó boquiabierto cuando la cinta, corriendo a través del objetivo ampliador, daba una información sobre el niño por la que un pediatra hubiese hipotecado tres veces su alma inmortal. Capacidad del tiroides, calidad de los cromosomas y contenido cerebral. Todo revelado con claros datos para los propósitos de la construcción. Porcentaje de expansión del cráneo por minuto para las próximas diez horas, porcentaje de transformación del cartílago y cambios en las secreciones hormonales en movimiento y en reposo.
Era como una fotografía. Como estar planeando los reglamentos internos de un niño.
Sam dejó al niño después de una asombrada contemplación de su ombligo y se fue a su cuarto. Con la cinta metálica como guía pellizcó secciones de los moldes para conseguir las formas requeridas. A continuación, aun antes de que fuese consciente de ello, estaba construyendo un pequeño ser humano.
Estaba loco por lo fácil que le resultaba su trabajo. Evidentemente había adquirido destreza en aquel oficio. El maniquí le había costado más trabajo. El asunto de la duplicación y el estar actuando con la guía de una cinta de informaciones simplificaba el problema.
El niño adquirió forma bajo sus ojos.
Acabó justo hora y media después de haber tomado sus primeras medidas. Estaba todo excepto el vitalizador.
Al llegar a este punto hizo una pausa. El panorama desagradable del desmontaje le detuvo por un momento, pero lo ahuyentó. Tenía que comprobar lo bien que había realizado su obra. Si aquel niño podía respirar, ¿de qué seria capaz? Además no podía mantenerlo en una condición inanimada durante largo tiempo sin correr el riesgo de arruinar su trabajo y los materiales.
Comenzó a aplicar el vitalizador.
El niño se estremeció y comenzó a chillar tenuemente. Sam regresó de nuevo al cuarto de la casera y cogió un pañal de lienzo blanco que le habían dejado sobre la cama para una emergencia. También buscó sábanas limpias.
Después de conseguir lo necesario hizo los oportunos arreglos a su bebé y se lo quedó mirando un buen rato. En cierto sentido era papá. Se sintió orgulloso.
Era una perfecta criatura, luminosa, redonda y llena de salud.
—Logré hacer un gemelo... —se dijo feliz.
Todos los detalles eran correctos. Los dos lados de la cara con la misma inexactitud y la duplicación de la comida del niño original en el mismo punto de digestión. El mismo pelo, los mismos ojos, ¿o no era así? Sam se inclinó sobre el niño. Juraría que el otro era rubio. Aquel niño tenía el pelo oscuro y parecía todavía más oscuro según lo iba mirando.
Agarró al niño con una mano y al biocalibrador con la otra.
Se dirigió a la habitación de la casera y colocó a los dos niños juntos encima de la cama. No había duda. Uno era rubio y el otro, su plagio, era definitivamente moreno.
El biocalibrador mostró otras diferencias: un pulso ligeramente más rápido en su modelo. Un contenido de sangre más bajo. Una capacidad cerebral por minutos más alta aunque su contenido era el mismo. Y la adrenalina y las secreciones biliares completamente desiguales.
Había que añadir otro error. Su niño podría ser una especie superior o una inferior, pero no había hecho una copia auténtica. De momento no había forma de saber si el niño que había hecho crecería hasta llegar a una madurez humana. El otro podía hacerlo.
¿Por qué? Había seguido las instrucciones al pie de la letra y había consultado la cinta metálica del calibrador a cada paso. Y el resultado era ese. ¿Habría esperado demasiado para comenzar a vitalizarlo?
¿Era cuestión de poca práctica?
Al llegar la medianoche su reloj le dio un aviso. Sería necesario borrar todas las evidencias antes de que las hermanas Lipanti regresaran a casa. Sam consideró rápidamente las posibilidades.
A los pocos momentos volvía de su habitación con un viejo mantel y una caja de cartón. Envolvió al niño en el mantel, vagamente feliz de que la temperatura hubiera aumentado aquella noche y después lo colocó en la caja.
El niño gorgoteo al ^zar. El original de la cama hizo «gu» como respuesta. Sam se deslizó a la calle.
Un hombre y una mujer borrachos se acercaban vacilantes haciendo sonar unas trompetas. La gente gritaba «Feliz Año Nuevo» a quien pasaba a su altura, mientras Sam caminaba las tres manzanas necesarias.
Cuando doblaba a la izquierda vio un cartel: «Inclusa». Había una luz en un lado de la puerta. Oportuna. ¡ Aquella era una gran ciudad!
Sam se resguardó en la sombra de un callejón durante un momento, mientras se le ocurrió una nueva idea. Tenía que parecer auténtico. Sacó un lapicero de su bolsillo y garabateó en un lado de la caja:
«Por favor, cuiden de mi hijito. Soy soltera.»
A continuación, depositó la caja en un peldaño de la escalera y apoyó un dedo sobre el timbre hasta que oyó pasos dentro.-Ya había cruzado la calle y volvía a encontrarse en el callejón cuando salió una enfermera.
Hasta que estuvo en las proximidades de su casa no recordó lo del ombligo. ¡No! Había construido al niño sin ombligo... Su vientre estaba completamente liso. ¡Esos eran los resultados de la prisa! ¡Manufactura vulgar!
¡Menudo revuelo se iba a armar en la inclusa cuando desenvolvieran al pequeño! ¿Cómo se lo explicarían?
Sam se golpeó la frente.
—¡Miguel Ángel y yo! Él añade un ombligo... Yo lo olvido.
A excepción de un gruñido ocasional, la oficina estaba relativamente tranquila aquel segundo día del nuevo año.
Estaba llegando a las últimas páginas de su intrigante libro, cuando fue sacado de su ensimismamiento por el torpe movimiento de dos personas cerca de su mesa. Sus ojos se apartaron con pesar del manual. «Nuevos Tipos de Vida para Sus Momentos de Ocio» eran realmente fascinantes.
Tina y Lew Knight.
Sam asimilo el hecho de que ninguno de los dos se Inclinaba sobre su despacho.
Tina usaba el anillo que había recibido por Pascua en el tercer dedo de su mano izquierda. Lew estaba haciendo experimentos para conseguir un aspecto avergonzado y evidentemente lo encontraba difícil.
—¡Oh, Sam! La noche pasada, Lew... Sam, queremos que sea el primero... Quiero decir que no se lleve una sorpresa... Porque yo casi... Naturalmente pensamos que resultaría un poco dificultoso... Sam, nos vamos, quiero decir que esperamos...
—Casarnos... —concluyó Lew Knight.
Por primera vez desde que Sam lo conocía le pareció inseguro y suspicaz, como un hombre que acaba de descubrir un pulpo en el jugo de naranja del desayuno.
—Adoraría la manera con que Lew me lo propuso —decía Tina—. Tan indirectamente y con tanta timidez. Después le dije que creí que estaba hablando de algo completamente diferente. Me costó trabajo comprenderlo, ¿verdad, cariño?
—¿Hum? ¡oh!, sí, te costó trabajo comprenderme —Lew estaba mirando a su antiguo rival—, Sam, ¿se ha sorprendido mucho?
—¡Oh, no! No fue ninguna sorpresa. Encajan tan bien los dos que lo supe desde un principio... —Sam les felicitó consciente de las miradas indagadoras de Tina—. Y ahora, excúseme, tengo que ocuparme de algo inmediatamente. Una especie de regalo de boda.
Lew estaba desconcertado.
—Un regalo de boda... ¿Tan pronto?
—Ciertamente que-no... —dijo Tina—. No resulta fácil encontrar la cosa adecuada. Y especialmente un amigo como Sam, naturalmente, quiere un regalo distinto...
Sam decidió que ya había visto bastante. Cogió el manual y su abrigo y traspasó la puerta.
En el momento que pisaba los escalones de piedra roja de la casa de huéspedes, había llegado a la conclusión de que el golpe, aunque doloroso, no había alcanzado su corazón. De hecho estaba casi divertido ante el recuerdo de la cara de Lew Knight, cuando su patrona se sacó de la manga:
—Ese hombre volvió de nuevo hoy, señor Weber. Quería verle...
—¿Qué hombre? ¿El tipo viejo y alto?
La señora Lipanti asintió, cruzando placenteramente sus brazos sobre su pecho.
—¡Qué persona tan desagradable! Cuando le dije que usted no estaba insistió para que le dejara entrar en su habitación. Le dije que no podía hacerlo sin su permiso y me miró como a punto de matarme Nunca creí en el ojo del diablo... Aunque siempre supe que donde hay humo tiene que haber fuego, pero si existe tal cosa como un ojo del diablo, ese hombre lo tiene...
—¿Va a volver?
—Sí. Me preguntó cuándo solía volver a casa y le dije que sobre las ocho, imaginándome que si no quería encontrarse con él le daría tiempo a cambiarse de ropa y salir antes de que llegase. Y, señor Weber, perdóneme que le diga esto, pero creo que no debe encontrarse con él...
—Gracias. Pero cuando venga a las ocho, hágalo pasar. Si es la persona que yo pienso, estoy en posesión ilegal de algo suyo. Quiero saber dónde tal propiedad tiene su origen.
Ya en su habitación, dejó a un lado cuidadosamente el manual y le dijo a la caja que se abriera. El calibrador júnior no era demasiado abultado y un periódico podría ocultarlo. A los pocos minutos regresaba a la parte alta de la ciudad con un paquete de forma extraña bajo el brazo.
Estudió si todavía seguía queriendo duplicar a Tina. Sí, a despecho de todo. Todavía era la mujer que deseaba más que a ninguna de las que había conocido. Si el original se casaba con Lew, la réplica no tendría otra elección que él. Sólo que la réplica podía tener las características de Tina en el momento en que habían sido tomadas las medidas y quizás insistiese también en casarse con Lew.
Tal cosa redundaría en una situación de locos. Pero aún se encontraba a muchas millas de distancia de tal azar. Incluso podría resultar divertido...
La posibilidad de un error era más fastidiosa. La Tina fabricada podría salir descentrada en un gran número de formas. Los rojos podrían ocupar el lugar de los rosas, como los colores de una fotografía reproducidos de manera imperfecta. También podría llegar a digerir su propio estómago con el transcurso del tiempo y sería muy probable que los rasgos de una extraña e incurable demencia estuviesen implícitos en su modelo, para despertarse cuando un profundo y mutuo afecto hubiese florecido y dado fruto. Después de todo no era gran cosa como fabricante de gemelos y mimeógrafo humano. Los errores cometidos con el sobrino de la señora Lipanti habían demostrado su estadio de aficionado.
Sam sabía que no seria capaz de desmantelar a Tina si se demostraba defectuosa. Aparte de los caballerescos conceptos y de la casi supersticiosa reverencia por el sexo femenino que había almacenado desde su niñez, existía el invencible horror que sentía ante la idea de que un objeto de su pertenencia sufriese el mismo proceso de desintegración que, bueno, el maniquí. Pero si olvidaba algo esencial en su construcción, ¿qué otro recurso cabría?
Solución: nada debía ser descuidado. Sam sonrió amargamente mientras el antiguo ascensor subía a su oficina. Si tuviese un poco más de tiempo para practicar con una persona cuyas reacciones conociese tan exactamente que cualquier desviación de lo normal resultase obvia al momento... Pero aquel hombre extraño regresaría por la noche y si lo que quería estaba relacionado con los juegos «Bild-a-Man», los experimentos de Sam serían cortados de raíz. ¿Cómo iba a encontrar a una persona así? Tenía pocos amigos y no demasiado íntimos. Y para que el experimento fuese valedero, tenía que tratarse de algo que conociese tan bien como a si mismo.
Él mismo.
—Piso, señor...
El ascensorista lo miraba en son de reproche. El salto de alegría de Sam había originado una espasmódica detención tres pulgadas por debajo del nivel del piso, cosa que no le había sucedido al ascensorista desde aquel día en que por primera vez se había hecho cargo de los controles.
¿ Y por qué no él mismo? Conocía sus propios atributos mejor que los de Tina. Cualquier inestabilidad mental por parte de so yo reproducido sería detectada antes de que alcanzase el punto de la psicosis o de algo peor. Y lo más hermoso es que no sentiría ningún remordimiento al desarmar un Sam superfluo. Muy al contrario. Lo horroroso de la situación sería continuar una existencia con una personalidad duplicada. Deshacerse de su doble seria un alivio.
El fabricar un gemelo de sí mismo le proporcionaría la práctica suficiente en un medio familiar. Ideal. Tenía que tomar notas con todo cuidado de forma que si algo resultase equivocado pudiera saber dónde, para evitar volver a caer en lo mismo al hacer a su personal Tina.
Quizás el vejestorio no estuviese interesado en el juego. Y si lo es» taba, Sam podía seguir el consejo de su patrona y no estar en casa cuando preguntara por él. Todo lo veía color de rosa.
Lew Knight contempló el instrumento en las manos de Sam.
—¿Qué demonios es eso? Parece una cortadora de césped
—Es... ¡Hum! Una especie de artilugio para medir. Proporciona la forma correcta de una cosa y otra, de esto y de aquello... No seré capaz de proporcionarles el regalo de boda que tengo en mente, a menos que conozca su forma exacta. Tina, ¿le importaría pasar al vestíbulo?
—No... —miró con aire de duda al artilugio—. ¿Hace daño?
Sam le aseguró que no hacía ningún daño.
—Sólo quiero guardar el secreto hasta después de la ceremonia... Me refiero a que no lo sepa Lew.
Se animó ante tal declaración y precedió a Sam a través de la puerta.
—¡Eh, asesor! —uno de los abogados llamó a Lew mientras salían—. ¡Eh, asesor, no se lo permita! Sam dice siempre que la posesión marca nueve puntos... Jamás se la devolverá.
Lew se echó a reír, tolerante, y se inclinó sobre su trabajo.
—Ahora quiero que vaya al servicio de señoras —explicó Sam a una Tina completamente confundida—. Estaré vigilando fuera y diré a las otras habituales que no se puede utilizar. Si otra mujer está dentro, espere hasta que salga. Luego, desnúdese...
—¡Que me desnude! —exclamó Tina boquiabierta.
Sam asintió. A continuación, detenidamente, haciendo hincapié en cada detalle significativo de la operación, le dijo cómo tenía que utilizar el biocalibrador júnior. Cómo debía tener cuidado al dar al conmutador y poner la cinta en movimiento. Y también cómo debería cubrir cada pulgada externa de su cuerpo...
—Con este brazo podrá llevar el aparato a lo largo de su espalda... No haga ahora más preguntas. Apresúrese.
Tina volvió al cabo de quince minutos, ajustándose su vestido y estudiando la cinta con el ceño fruncido.
—Esto es la cosa más extraña... Según el carrete mi contenido de yodo es...
Sam le arrancó rápidamente el calibrador.
—No lo piense más. Se trata de una especie de código. Sólo me dice la forma y la cantidad de lo que quiero. La volverá loca el regalo cuando lo vea.
—Estoy segura... —se inclinó sobre él cuando examinaba la cinta para estar seguro de que la joven había aplicado el instrumento de forma correcta—. ¿Sabe, Sam? Siempre me di cuenta qué su gusto era perfecto... Quiero que venga a visitarnos con frecuencia cuando estemos casados. ¡Se le ocurren unas ideas tan estupendas! Lew es demasiado... demasiado hombre de negocios, ¿no le parece? Quiero decir
que eso es necesario para el éxito y demás, pero el éxito no es nada. Me refiero a que también se necesita cultura. Usted me ayudará a mantener mi cultura, ¿no es verdad, Sam?
—Claro... —contestó vagamente Sam.
La cripta era completa. Ahora, a comenzar.
—Todo lo que yo pueda hacer, encantado en ayudar... —siguió diciendo mecánicamente.
Corrió hacia el ascensor y se dio cuenta de la forma desamparada con que Tina le observaba. Se sintió obligado a decir:
—Lo siento Tina, tengo que irme. No se preocupe. Lew y usted serán muy felices juntos. Y se va a quedar encantada con este regalo de boda.
Ya de vuelta en su habitación, vació la máquina y se desnudó. En pocos momentos tenía otra cinta sobre su cuerpo. Le habría gustado considerarlo durante un rato, pero el estar próximo a la meta le hacía volverse impaciente. Cerró la puerta, limpió apresuradamente su cuarto de la basura acumulada, recordando gruñir fastidiado al ver las corbatas de la tía Maggie y ordenó a la caja que se abriera. Estaba listo para comenzar.
Primero el agua. Con el elevado porcentaje de agua necesario para el cuerpo humano, especialmente en el caso de un adulto, tenía que empezar por reuniría. Había comprado varias cacerolas y con un solo grifo le llevaría algún tiempo llenarlas todas.
Mientras colocaba el primer cacharro bajo el chorro del agua, Sam se preguntó repentinamente si sus impurezas químicas afectarían al producto. ¡Por supuesto que sí! Los niños del año 2353, con toda seguridad, tomarían diariamente H2O absolutamente pura. El manual no mencionaba el tema, ¿cómo saber qué tipo de agua sería válido? Bueno, herviría el contenido de los cacharros en su hornillo. Cuando hiciese a Tina trataría de conseguir agua completamente pura.
Un tanto más que se había marcado al hacer primero un simulacro de Sam.
Mientras esperaba a que el agua hirviese ordenó sus provisiones, colocándolas en unas posiciones más manejables. Estaban bajando. Aquel niño se había llevado cierta cantidad de ingredientes útiles. Había sido un fallo no haber encontrado una forma limpia de desarmarlo. Aquello significaba que no existía ningún argumento en favor de permitir que la réplica de sí mismo continuase viviendo. Si había existido quedaba invalidado. Tenía que preocuparse de contar con suficientes elementos para conseguir una Tina II (¿O una Tina primera?)
Recorrió los capítulos VI, VII y VIII sobre los ingredientes, acabado y desmontaje de un hombre. Los había leído varias veces con anterioridad, pero quería hacer una revisión en el último minuto.
La constante referencia a la inestabilidad mental lo transtornaba un poco.
«Los humanos construidos con este juego, en el mejor de los casos, mostrarán las tendencias supersticiosas y los impulsos neuróticos del tipo de hombre medieval. En líneas generales no son normales, hay que tener gran cuidado de no considerarlos como tales.»
En el caso de Tina no supondría mucha diferencia. Y eso era lo que realmente importaba.
Cuando acabó de ajustar los moldes a las formas adecuadas, se dio prisa en llevar el vitalizador a la cama. Entonces, muy lentamente y con repetidas ojeadas al manual, comenzó a duplicar a Sam Weber. Aprendió más sobre sus limitaciones y capacidades físicas en las dos horas siguientes que ningún hombre creado, desde el día en que un indiscernible primate había investigado las posibilidades de la locomoción sobre la tierra solamente con sus extremidades inferiores.
¡Cosa extraña! No experimentó ningún tipo de exaltación. Era como construir por primera vez un radio receptor. Juego de niños.
Cuando acabó, la mayor parte de los frascos y tarros estaban vacíos. Los moldes húmedos estaban ya acomodados dentro de la caja, todavía con sus diseños tridimensionales. El manual yacía abandonado en el suelo.
Sam Weber estaba de pie junto a la cama, mirando a Sam Weber que se encontraba tendido en ella.
Lo único que faltaba era el vitalizador. No debía esperar demasiado o podrían aparecer imperfecciones y repetirse los errores del bebé. Ahuyentó una nauseabunda sensación de irrealidad, se aseguró de que el desmontador grande estaba a su alcance y puso en movimiento el vitalizador.
El hombre que estaba encima de la cama tosió. Se agitó. Se sentó.
—¡Puff! —dijo—. ¡Un éxito! ¡Algo muy bueno si soy yo quien lo digo!.
Entonces saltó de la cama y se apoderó del desmontador. Dio unos tirones para descentrarlo, lo arrojó al suelo y lo pisoteó hasta dejarlo sin forma.
—¡No quiero una espada de Damocles colgando sobre mi cabeza! —informó a Sam que lo miraba con la boca de una cuarta—. Aunque pensándolo bien, debí haberlo usado con usted...
Sam se acercó al colchón y se sentó. Su mente se quedó paralizada y sufrió como un colapso. Había quedado tan concienciado por la desvalidez del maniquí que jamás había soñado con la posibilidad de que su duplicado entrase en la vida con tal entusiasmo. Tendría que haberlo pensado. Era un hombre totalmente adulto, creado en un momento de completa actividad física y mental.
—¡Mala cosa! —dijo por fin con voz ronca—. Usted es inestable. No puede ser admitido en una sociedad normal.
—¿Soy inestable? —preguntó su imagen—. ¡Mire quién fue a hablar! El tipo que se está portando como un bobalicón a lo largo de su vida adulta, que quiere casarse con una adornada y vanidosa colección de impulsos biológicos, que le obligarían a ponerse de rodillas ante ella, y que no tienda suficiente sensibilidad que tendría cualquiera para apretar los botones adecuados...
—¡Deje el nombre de Tina fuera de la cuestión! —le dijo Sam, sintiéndose claramente incómodo ante la teatralidad de la frase.
Su doble le miró y se echó a reír.
—De acuerdo, lo dejaré. ¡Pero no a su cuerpo! Ahora, míreme, Sam o Weber o como quiera que le llame, puede vivir su vida y yo viviré la mía. Incluso no seré abogado si eso le hace feliz. Pero por lo que se refiere a Tina, ahora que no hay ingredientes para hacer una copia, que hablando de todo un poco era una podrida idea escapista, tengo lo bastante de sus gustos y de sus aversiones para quererla de mala manera. Y la puedo conseguir, cosa que usted no puede. Carece de la necesaria perspicacia.
Sam se puso en pie y dobló los puños. Después vio que el otro era completamente del mismo tamaño y ligeramente más seguro de su situación. No era cosa de pelearse, lo que podría acabar en un empate en el mejor de los casos. Decidió razonar.
—De acuerdo con el manual... —comenzó a decir—. Usted está predispuesto a la neurosis...
—¡El manual! El manual está escrito para niños de aquí a cuatro siglos, con una selectiva crianza y una educación científica tras ellos. Personalmente, creo que soy un...
Dieron dos golpecitos en la puerta.
—Señor Weber...
—Sí —contestaron los dos a la vez.
Fuera, la casera carraspeó y comenzó a hablar con voz insegura.
—Ese caballero está en la puerta de la calle. Quiere verle. ¿Le digo que está dentro?
—No, no estoy en casa —contestó el doble.
—Dígale que salí hace media hora —repuso Sam, exactamente en el mismo momento.
Se produjo otro profundo carraspeo, casi un hipo y se oyó el sonido de unos apresurados pasos.
—Esa es una forma diestra de manejar la situación... —explotó el facsímil de Sam—. ¿No podía haber cerrado la boca? Probablemente la pobre mujer está a punto de sufrir un desmayo...
—Olvida que es mi habitación y que usted es sólo un experimento que salió equivocado... —le dijo Sam acaloradamente—. Tengo más derecho, en realidad todo el derecho de... ¡Eh! ¿Pero qué va a hacer?
El otro había abierto el armario y se estaba introduciendo en un par de pantalones.
—¡ Vistiéndome! Usted puede andar por ahí desnudo si lo encuentra excitante, pero yo quiero parecer respetable.
—Me desnudé para tomar mis medidas... O sus medidas. Esos son mis trajes y ésta es mi habitación...
—Mire, tómelo con calma. No lo conseguirá probar ante un jurado. No me haga entrar en ese cliché de lo que es suyo es mío, etc...
Unos pesados pasos resonaron a través del vestíbulo. Se detuvieron fuera de la habitación. A su alrededor, parecieron entrechocarse unos címbalos y se produjo una pavorosa sensación de insoportable calor. A continuación, ambos oyeron como unos distantes y agudos ecos. Las paredes, que habían comenzado a temblar, dejaron de estremecerse. Hubo un silencio y un olor a madera quemada. Sam y su doble giraron a tiempo de ver a un hombre anciano y alto, de aspecto terrible, vestido con un abrigo largo y negro, traspasar los humeantes restos de la puerta. Demasiado alto para el marco, no se agachó para entrar. Más bien escondió su cabeza dentro de su abrigo y la volvió a sacar de nuevo. Sam y su doble se colocaron juntos.
Sus ojos, con un iris de un negro brillante sin nada de blanco, estaban ahondados profundamente en la sombra de su cabeza. Le recordaron a Sam el disco explorador del biocalibrador: tomaban medidas, deducían. Calculaban en lugar de ver.
—Temí que llegaría demasiado tarde —soltó por fin en un tono sobrenatural y deslizante—. Señor Weber, ¡ya se ha duplicado a sí mismo! Naturalmente, haciendo reajustes necesarios y desagradables. Y su doble ha destruido el desmontador. ¡Mala cosa! Tendré que hacerlo manualmente. ¡Un trabajo feo! —se adentró más en la habitación hasta que casi podían respirar su miedo sobre él.
Continuó:
—Este asunto ya trastornó cuatro programas principales, pero tenemos que movernos dentro de rutinas culturales aceptadas de antemano, y estar absolutamente seguros de la identidad del receptor antes de retirar el juego. Naturalmente, el desmayo de la señora Lipanti estimuló las medidas de emergencia...
El duplicado aclaró su garganta:
—Usted es...
—No exactamente humano. Un humilde sirviente civil de la manufactura de precisión. Soy censor para todo el oblongo veintinueve... Verá, su juego estaba ideado para los niños thregander, que están en un campamento de este oblongo. Uno de los threganders, que tiene un gráfico Weber, pidió el juego a través del cronódromo, que, en un ensayo de lo supernormal, lo desestabilizó sin un duplicador de la carne. Por consiguiente, usted recibió el paquete en su lugar. Desafortunadamente, la inestabilidad resultó tan completa que nos vimos forzados a localizarle por métodos indirectos.
El censor hizo una pausa y el doble de Sam amarró sus pantalones nerviosamente. Sam se dio cuenta que no tenía nada, ni una hoja de higuera para cubrir su desnudez. Se sintió como un tipo en el Jardín del Edén intentando construir una causa lógica para comerse la manzana. Consideró malhumorado cuánta ropa sería necesaria a los juegos Bild-a-Man para construir un hombre.
—Teníamos que recuperar el juego, por supuesto —continuó diciendo el incisivo trueno—. Y también reajustar las discrepancias que hubiera originado. Una vez aclarado el asunto se le permitiría a su vida seguir su progresión normal: Mientras tanto, el problema consiste en saber quién de ustedes es el Sam Weber original.
—Soy yo... —emitieron ambos en voz temblorosa, mirándose.
—¡Dificultades! —rugió el anciano y suspiró como un viento del ártico—. ¡Siempre tengo dificultades! ¿Por qué nunca me toca un caso sencillo...?
—Escuche... —comenzó a decir el doble—, el original será...
—Menos inestable y más equilibrado emocionalmente que la réplica —interrumpió Sam—. Según parece...
—Usted debería ser capaz de decir la diferencia... —concluyó el otro casi sin respiración—. Por lo que ve y ha visto en nosotros, ¿es que no puede decidir cuál es el miembro más válido para la sociedad?
«¡Este tipo está intentando desplegar una confianza patética!», pensó Sam Weber. ¿Es que no sabe que lucha contra alguien que realmente puede discernir las diferencias mentales? No se trata de un psiquiatra chapucero del momento actual. Es una criatura capaz de ver a través de lo externo, la coherencia de la personalidad que existe detrás.
—Naturalmente que puedo. Esperen un momento —los estudió cuidadosamente, mientras sus ojos vagaban con sosiego por sus cuerpos.
Sam y su doble esperaban, inquietos, en medio de un silencio que martilleaba.
—Sí —dijo por fin el anciano—. Sí. Perfectamente.
Caminó hacia delante.
De su cuerpo se disparó un brazo largo.
Y comenzó a desarmar a Sam Weber.
—Pero escuche... —empezó a decir Weber con un alarido que se volvió grito y murió en un líquido burbujeante. Sólo se oía un murmullo.
—Será mejor para su cordura que no mire... —sugirió el censor.
El duplicado expulsó el aire lentamente, se dio la vuelta y comenzó a abrocharse una camisa. Detrás el murmullo continuaba, ascendiendo y cayendo en picado.
—Verá —los acentos deslizantes y atronadores prosiguieron—. No es que temamos dejarle el regalo, se trata del principio que implica. Su civilización no está preparada para ello. ¿Comprende?
—Perfectamente— contestó el falso Weber, anudándose una de las corbatas de tía Maggie. Precisamente la azul y roja.