IV

Después de tres órbitas, Grettir supo que la nave había disminuido de tamaño considerablemente. O que la esfera pequeña había aumentado. O bien que ambos cambios se habían producido. Además, en la pantalla visual, la esfera secundaria aparecía de forma distinta y se había convertido en un grueso disco en la primera circunvalación de la nave para establecer su órbita.

Grettir estaba tratando de encajar todo aquello y pensando en llamar a Van Voorden, el jefe del equipo físico, cuando el cadáver de la Wellington terminó de dar otra vuelta alrededor de la esfera principal. El cuerpo alcanzó a los otros satélites y por un momento la esfera principal, la secundaria y el Sleipnir estuvieron alineados, como ensartados en una invisible cuerda.

De repente, la secundaria y el cadáver saltaron una hacia el otro. Cesaron de moverse cuando se encontraban montados un cuarto de kilómetro. La esfera secundaria volvió a cobrar su forma globular tan pronto como consiguió su nueva órbita. Los brazos y las piernas de la señora Wellington, durante este cambio de posición, se movieron como si hubiese vuelto a vivir. Sus brazos se cruzaron sobre su pecho y sus piernas se encogieron de forma que sus muslos estaban contra su estómago.

Grettir llamó a Van Voorden. El físico dijo:

—En esta parte de la nave hasta el paje de escoba, si es que lo tenemos, sabe lo mucho que estoy haciendo sobre lo que sucede o lo que se puede esperar... Los datos, tal cual se presentan, son demasiado inadecuados y confusos. Sólo puedo sugerir que se produjo un intercambio de energía entre la Wellington y la secundaria.

—¿Un salto de cuantos? Si eso es así, ¿por qué la nave no ha experimentado una pérdida o una ganancia?

Darl intervino:

—Perdón, sir. Lo hizo. Hubo una pérdida de cincuenta megakilovatios en cero coma ocho segundos.

Van Voorden añadió:

—Quizás el Sleipnir disminuyó en tamaño relativo al decrecer su velocidad. O puede ser que la velocidad no tenga nada que ver con la cuestión o sólo parcialmente... Quizás el cambio en las relaciones mutuas espaciales entre cuerpos origine otras mutaciones. Por lo que se refiere a forma, tamaño y transferencia de energía... No lo sé, ¿cuál es ahora el tamaño del cadáver de la mujer con relación a la nave?

—Las medidas del radar señalan que es ochenta y tres veces más grande. Está aumentando o nosotros disminuimos...

Los ojos de Van Voorden se abrieron de par en par. Grettir le dio las gracias y cortó la comunicación. Ordenó que el Sleipnir se colocase exactamente en la misma órbita de la esfera secundaria, pero diez dekámetros delante.

Van Voorden volvió a llamar:

—El salto tuvo lugar cuando estábamos en línea con los otros tres cuerpos. Puede ser que el Sleipner actúe en cierto modo como catalizador geométrico bajo determinadas condiciones. Naturalmente, es sólo una analogía...

Wang alimentó verbalmente la orden en el computador de su tablero de control de muñeca. El Sleipnir estuvo pronto trepidando delante de la esfera. El radar informó que la nave y la secundaria tenían ahora el mismo tamaño. El cadáver volvía a regresar de su vuelta alrededor de la esfera principal y seguía teniendo el mismo tamaño relativo que antes.

Grettir ordenó que el buque girase en redondo, de forma que la proa quedase mirando a la esfera. Realizado esto, redujo la velocidad. El retropropulsor los frenó mientras las tracciones laterales reajustaron las fuerzas para mantener la nave en la misma órbita. Como la esfera primaria no ejercía ningún tipo de atracción sobre el Sleipnir, la nave tenía que permanecer en órbita por medio de un constante reequilibrio de tracciones. La esfera, ahora hinchada como un globo, avanzaba lentamente hacia la nave.

—El radar indica que estamos haciendo veintiséis coma seis dekámetros por segundo en relación con la esfera primaria —dijo Wang—. El colador de energía indica que marchamos a veinticinco mil veces la velocidad de la luz. Dicho sea de paso, esto no guarda proporción con nuestra velocidad al abandonar nuestro mundo.

—Más frenaje —ordenó Grettir—. Reducir a quince dekámetros. La esfera engrosada llenó la pantalla y Grettir, involuntariamente braceó por el impacto, aunque estaba tan lejos de esperarlo que no se había atado a su asiento. No había habido el menor choque cuando la nave se había abierto camino a través de la «piel» del universo.

Le habían hablado de la distorsión del buque cuando abandonaron el universo, por eso no se sorprendió demasiado. Sin embargo, no pudo evitar sentirse temeroso y aturdido cuando la parte frontal del puente aumentó bruscamente y a continuación se rizó. Pantalla, mamparos, cubierta y tripulación se agitaron como si estuviesen mecidos por un fuerte viento. Grettir sintió como si estuviesen siendo plegados en mil diferentes ángulos al mismo tiempo.

Entonces Wang gritó y los demás repitieron su grito. Wang se alzó de su asiento y colocó sus manos ante él. Grettir, que estaba detrás y hacia un lado, se quedó helado al ver docenas de pequeños objetos, del tamaño de luciérnagas, brillando y deslizándose a través de la pantalla de estrellas y del mamparo, y dirigiéndose hacia él. Salió de su parálisis a tiempo de librarse de una menuda bola de resplandeciente blancura. Pero otra golpeó su frente y le obligó a emitir un quejido.

Una astilla de los cuerpos pasó a su lado. Algunas eran blancas, otras azules, grises y también de color topacio. Estaban por todos los niveles, encima de su cabeza, a la altura de su cintura y alguna rozaba el puente. Se agachó para dejar pasar a dos y cuando lo hizo, vio a Nagy, el oficial de comunicaciones, inclinarse y vomitar. La sustancia se disparaba de su boca y alcanzó uno de los pequeños brillos, apagándolo con un chisporroteo de humo.

Entonces, la parte de proa del puente recobró su solidez y la consistencia de su forma. Ya no circulaban más objetos ardientes.

Grettir se volvió para ver los mamparos de popa del puente que temblaban en el despertar de la onda. También ellos recuperaron la normalidad. Grettir voceó el código de «emergencia» y pudo hacerse cargo del control de Wang, que estaba gritando de dolor. Dirigió la nave para que cambiase su curso hacia una dirección «vertical ascendente». No se produjo la sensación de subida a causa del campo-g artificial reajustado dentro de la nave. De repente, la parte de proa del puente volvió a sufrir una distorsión y la ondulación alcanzó la textura del barco y también a su tripulación.

La pantalla de estrellas, que no había estado mostrando nada más

que la oscuridad del espacio, brilló con unas cuantas estrellas, desplazando hacia una esquina a la esfera gris grande y a la luz crepuscular. Grettir, luchando contra el dolor de su frente y contra la náusea, dio otra orden. Transcurrieron posiblemente unos treinta segundos y después el Sleipnir comenzó el giro que le haría retroceder a una órbita paralela a la esfera secundaria.

Grettir, al darse cuenta de lo que estaba sucediendo inmediatamente después de ser quemado, había hecho retroceder al Sleipnir fuera del universo. Hizo un llamamiento a los guardamarines y al doctor Wills y después ayudó a Wang en su asiento. Había un olor a carne y pelo quemado en el puente, que el sistema de aire acondicionado aún no había conseguido extraer. La cara y las manos de Wang estaban quemadas en cinco o seis lugares y parte de su tosco y largo pelo, en el lado derecho de su cabeza, aparecía quemado.

Tres guardamarines y el doctor Wills llegaron corriendo por el puente. El doctor comenzó a aplicar una gelatina de pseudoproteína en la frente de Grettir, pero el capitán le ordenó que primero cuidase de Wang. Wills trabajó rápidamente y a continuación, después de extender la gelatina sobre las quemaduras de Wang y de colocar un vendaje de piel falsa sobre las llagas, trató al capitán. Tan pronto como colocaron la gelatina en su frente, Grettir sintió que su dolor se disipaba.

—Tercer grado —dijo Wills—. Fue una suerte que esas cosas, o lo que sean, no fuesen más grandes.

Grettir recogió su cigarro, que había caído en la cubierta cuando había visto a los objetos dispararse hacia él. El cigarro seguía encendido. A su lado yacía una brasa, inmediatamente ennegrecida. La recogió cautelosamente. Sintió calor pero pudo sostenerla sin demasiada incomodidad.

Grettir extendió su mano, con la palma hacia arriba, de forma que el doctor pudo ver la partícula de materia negra en ella. Era casi más pequeña que cuando flotaba en el puente a través de los momentáneamente «abiertos» intersticios de las moléculas que componían el casco del buque y los mamparos.

—Esto es una galaxia... —susurró.

El doctor Wills no comprendió nada.

—Una galaxia de nuestro universo —añadió Grettir.

Wills palideció y tragó saliva.

—¿Quiere usted decir?

Grettir asintió.

Wills dijo:

—Espero... que no del nuestro... ¡Una galaxia de la Tierra!

—Lo dudo... —contestó Grettir—. Estamos sobre el borde de los campos de estrellas más remotos, es decir, los que quedan más cerca de la «piel» de nuestro universo. Pero si continuamos marchando...

Wills movió su cabeza. Billones de estrellas, posiblemente millones de habitables y por lo tanto habitados planetas, estaban en aquella pequeña bola de fuego, ahora fría y colapsada. Trillones de seres sensibles y un número inimaginable de animales habían muerto cuando su mundo colisionó con la frente de Grettir.

Wang, informado de la verdadera causa de sus quemaduras, cayó enfermo de nuevo. Grettier ordenó que lo llevasen a la enfermería y que le sustituyese Gómez. Van Voorden entró en el puente. Dijo:

—Supongo que nuestro principal objetivo tiene que ser el regreso. ¿Pero no podemos hacer una tentativa para penetrar en el núcleo de la esfera principal? ¿Habrá usted comprobado que un asombroso...?

Grettir le interrumpió:

—Lo he comprobado. Pero nuestro combustible supletorio es pequeño, muy pequeño. Quiero decir, si tenemos que recorrer un largo camino para poder volver a la base, después de retroceder a través de la «piel». Puede resultar demasiado largo... No me atrevo a aumentar la velocidad durante el regreso a causa de nuestro tamaño. Podría ser peligroso... No me quiero cepillar más galaxias. Dios sabe los problemas psicológicos que nos van a atormentar cuando la culpabilidad nos asalte. Ahora mismo estamos como entumecidos... ¡No! ¡No vamos a hacer ninguna exploración!

—¡Pero puede que no nos sean permitidas futuras investigaciones! —exclamó Van Voorden—. Resulta demasiado peligroso para el universo autorizar las exploraciones de naves como la nuestra...

—Exactamente —contestó Grettir—. Simpatizo con su deseo de científico, pero la seguridad de la nave y de la tripulación es lo primero. Además, creo que si ordeno una exploración tendré un motín en las manos. Y no puedo reprochárselo a mis hombres. Dígame, Van Voorden, ¿no tiene una sensación de disociación...?

Van Voorden asintió y dijo:

—Pero estoy dispuesto a luchar contra ella. Hay tanto...

-Tanto que descubrir... —terminó Grettir—. Estoy de acuerdo. Pero las autoridades tienen que determinar si eso puede ser realizable...

Grettir lo despidió. Van Voorden se alejó. Pero no daba la impresión de un gran descontento. Grettir pensó que, secretamente, se

sentía aliviado por la decisión del capitán. Van Voorden había hecho su protesta por amor a la ciencia. Pero como ser humano, deseaba ardientemente volver «al hogar».