«Todos ustedes, los zombies...»

All You Zombies

Solipsismo es la teoría de que nada existe fuera del yo. Es una posición filosófica que tiene profundas implicaciones políticas y sociales, y que puede ser un concepto terrorífico en las manos de un escritor experto como Robert A. Heinlein.

2217 Hora Zona V (Este) 7 de noviembre de 1970-NYC-Pop's Place.

Estaba catando un oloroso brandy cuando entró la madre soltera. Anoté la hora, las 10 y 17 minutos de la noche, zona cinco u hora este, 7 de noviembre de 1970. Los agentes del tiempo siempre hacen mención de la hora y de la fecha. Nosotros deberíamos hacer lo mismo.

La madre soltera era un hombre de veinticinco años, no más alto que yo, con las facciones aniñadas y un temperamento quisquilloso. No me gustó su aspecto. Jamás me había gustado, pero era un mozo y yo estaba aquí para reclutarlo, era mi muchacho. Le dediqué mi mejor sonrisa de barman.

Quizá soy demasiado crítico. No era amanerado. Su mote le venía de que cuando algún curioso le preguntaba cuál era su conducta, decía: «Soy una madre soltera».

Si se sintiese menos culpable habría añadido: «A cuatro centavos la palabra. Escribo historias testimoniales».

Si se sintiese sucio, habría esperado a que alguien sacase partido de su situación. Tenía un estilo letal de pelear, como un policía hembra, razón por la que lo necesitaba. Y no la única.

Llevaba una carga encima y su cara mostraba que despreciaba a la gente más de lo normal. Silenciosamente le serví una carga doble de Old Underwear y dejé la botella. Bebió y serví otro.

Pregunté:

—¿Cómo marcha el juego de la madre soltera?

Sus dedos apretaron el vaso y pareció a punto de tirármelo. Palpé la zapa debajo de la barra. En una manipulación transitoria uno intenta imaginárselo todo, pero se dan muchos factores en los que jamás se deben correr riesgos.

Le vi relajarse ese pequeño porcentaje que te enseñan a observar en la escuela de entrenamiento del departamento. Dije:

—Lo siento. Sólo preguntaba cómo van los negocios. ¿Hace? O cómo está el tiempo...

Me serví una copa y me incliné hacia él confidencialmente.

—En realidad usted escribe unas buenas historias. Conozco algunas. Tiene unas pinceladas asombrosas para reflejar el ángulo de la mujer...

Era un desliz que tenía que arriesgar. Jamás había admitido que utilizaba seudónimos. Pero estaba lo suficientemente recalentado para captar sólo lo último.

—i El ángulo de la mujer...! —repitió con un bufido—. ¡Ya...! Conozco eso... Tengo que conocerlo.

—¿Sí? —dije con aire de duda—. ¿Hermanas?

—No. No me creería si se lo contase...

—Bueno, bueno... —respondí suavemente—. Los taberneros y los psiquiatras aprenden que nada hay tan fuerte como la verdad. Porque hijo... si usted oyera las historias que yo oigo... Bien, se volvería rico. ¡Increíble!

—¡Usted no sabe lo que significa «increíble»!

—¿De veras? Nada me asombra. Siempre he oído algo peor.

Volvió a resoplar.

—¿Quiere apostar el resto de la botella?

—Apuesto una botella entera.

Coloqué una encima de la barra.

—Bien...

Hice señas al otro barman para que se encargase de la tarea. Estábamos en el extremo final de la barra, un espacio unipersonal que yo mantenía privado colocando los aperitivos encima. Unos cuantos estaban en el otro extremo observando los combates y alguien estaba haciendo sonar el jukebox. Estábamos en un lugar tan privado como una cama.

—¡O.K.! —dijo el joven—. Comenzaré... Soy un bastardo.

—Aquí no hacemos distinciones —le contesté.

—Quiero decir... —levantó la voz—. Mis padres no estaban casados.

—Sigo sin hacer distinciones —insistí—. Los míos tampoco...

—Cuando... —se detuvo y me dedicó la primera mirada encantadora que le vi—. ¿Quiere decir que...?

—Sí. Un mil por ciento bastardo —y añadí—: En efecto, en mi familia nadie se casó jamás. Todos bastardos.

Como me miraba se lo enseñé.

—¡Oh, esto! Parece un anillo de boda. Lo utilizo para alejar a las mujeres. Es una antigüedad que yo compré en 1985 a un compañero agente. Lo consiguió en la Creta precristiana. «El gusano Ouroboros...» La Serpiente Mundo que se come su propio rabo, eternamente sin fin. Un símbolo de la gran paradoja.

Se lo quedó mirando.

—Si realmente es un bastardo, sabe cómo se siente uno... Cuando era una muchachita...

—¡Uf...! —exclamé—. ¿Oigo correctamente?

—¡Quién está contando la historia? Cuando era una muchachita... Mire, ¿no ha oído hablar de Christine Jorgenson? ¿O de Roberta Cowell?

—¡Ah! ¿Casos de cambio de sexo? No intentará decirme...

—Si me interrumpe no seguiré hablando... Fui una expósita, me dejaron en un orfanato de Cleveland en 1945, cuando tenía un mes. Cuando era una muchachita, envidiaba a los niños con padres. Después, cuando aprendí cosas acerca del sexo y créame, Pop, en un orfanato se aprende rápidamente...

—Lo sé...

—Me hice la solemne promesa de que cualquier niño mío tendría un padre y una madre. Esto me mantuvo «pura», lo que era un récord en aquella vecindad. Tuve que aprender a luchar para conseguirlo. Entonces me hice mayor y me di cuenta de que tenía muy pocas probabilidades de llegar a casarme algún día, por la misma razón que nunca me habían adoptado. Tenía cara de caballo y los dientes salientes, era plana de pecho y mi pelo se mantenía lacio...

—No parece peor que yo.

—¿Ya quién le importa el aspecto de un tabernero? ¿O de un escritor? Pero a la gente le gusta adoptar pequeños sonrosados, de ojos azules y rubios cabellos rizosos, aunque sean deficientes mentales. Más tarde, los chicos querían senos protuberantes, una linda cara y ese estilo «oh, qué maravilloso aire de macho tienes...» —se encogió de hombros—. No podía competir. Así que decidí unirme a las WENCHES[2].

—¿Cómo?

—Cuerpo Nacional de Emergencia de Mujeres, Sección Hospitalidad y Entretenimiento, que ahora llaman Ángeles Espaciales, Grupo de Enfermeras Auxiliares de las Legiones Extraterrestres.

Conocía ambos términos porque una vez tuve que inventariarlos. Nosotros utilizamos un tercer nombre. Se trata de la élite del cuerpo de servicio militar: Orden Hospitalaria de Mujeres Refortalecedoras y Animadoras de los Hombres Espaciales. El cambio de vocabulario es el peor obstáculo a la hora de los saltos. ¿Saben que «estación de servicio» significó en un tiempo dispensario de fracciones de petróleo? Pues en una cita durante la Era de Churchill, una mujer me dijo: «Encuéntrame en la estación de servicio de la próxima puerta». Pues no se trataba de una «estación de servicio», porque si no no habría dentro una cama.

El muchacho continuó:

—Eso fue cuando se admitió que no podían enviar hombres al espacio, durante meses y años, sin aliviar su tensión. ¿Recuerda cómo gritaron los puritanos? Eso aumentó mis probabilidades, porque escaseaban las voluntarias. Una gálata tenía que ser respetable, preferentemente virgen, mentalmente por encima del término medio y emocionalmente estable. Pero la mayoría de las voluntarias eran antiguas engatusadoras o neuróticas que estallarían a los diez días de estar fuera de la Tierra. Así que no necesitaba el buen aspecto, si me aceptaban, me arreglarían los dientes salidos, me ondularían el pelo, me enseñarían a caminar y a bailar, así como a escuchar a un hombre amablemente y todo lo demás. Incluso recurrirían a la cirugía plástica si era necesario. Nada es lo bastante bueno para nuestros muchachos. Mejor aún, se aseguran de que no te vas a quedar embarazada durante tu alistamiento y casi puedes tener la certeza de casarte al final de tu enredo. Lo.mismo ocurre hoy con las angels, conocen el lenguaje.

Se detuvo un momento y siguió con su historia:

—Cuando tenía dieciocho años trabajé como «ayuda de madres». Esa familia en realidad quería una sirvienta barata, pero no me importaba porque no podía alistarme hasta los veintiún años. Trabajaba en la casa y acudía a la escuela nocturna, con la intención de perfeccionar mis conocimientos de máquina y taquigrafía, pero asistiendo a clases de estilo y estética para tener más oportunidades de alistarme. Entonces encontré a ese ciudadano adulador con sus billetes de cien dólares —puso mala cara—. Ahora el malo tenía una mina de billetes de cien dólares. Me los enseñó una noche y me dijo que eran para ayudarme. Pero yo no quise. Me gustaba. Era el primer hombre que me encontraba linda y era amable conmigo sin intentar jugarretas. Dejé la escuela nocturna para verle con frecuencia. Fue la época más feliz de mi vida. Una noche en el parque comenzó el juego...

Se detuvo. Le dije:

—¿Y entonces?

—¡Y entonces, nada! No le volví a ver... Me llevó a casa y me dijo que me quería. Me besó, me dio las buenas noches y nunca volvió —me miró furioso—. Si pudiera encontrarle, lo mataría...

—Bien... —dije amablemente—. Sé cómo se siente. Pero matarlo, sólo por hacer lo que viene naturalmente... ¡Hum! ¿No le parece demasiado? Un poco fuerte...

—¡Hum! ¿Y qué cree que debía hacerle?

—Bastante... Quizás merezca que le parta los brazos por haberse aprovechado de usted, pero...

—¡Merece algo peor! Espere a oírlo todo. No dije nada a nadie y decidí que aquello era lo mejor. Realmente yo no lo amaba y probablemente jamás amaría a nadie. Tenía más deseos que nunca de unirme a las wenches. No estaba descalificada, ya que no insistían en la necesidad de ser virgen. Me consolé. Solamente cuando mis faldas comenzaron a quedarme tirantes me di cuenta...

—¿Embarazada?

—¡Me inflé como un globo! Esos avaros con los que yo vivía lo ignoraron mientras pude trabajar, luego me dieron una patada y en el orfanato no quisieron recogerme. Aterricé en una sala de caridad rodeada por otras barrigudas y esperé que llegase mi hora. Una noche me encontré en una mesa de operaciones con una enfermera que me decía: «¡Relájese! ¡Ahora respire profundamente!»

—Me desperté en la cama, paralizada del tórax para abajo. Mi cirujano entró:

«¿Cómo se siente?»

«Como una momia.»

«Naturalmente. La hemos vendado como si lo fuera y la hemos drogado para adormecerla. Se pondrá bien, pero una cesárea no es un rasguño...»

«¡Una cesárea! ¿Es que perdí al bebé?»

«¡Oh, no, su bebé está estupendamente!»

«¡Ah...! ¿Es niño o niña?»

«Una saludable pequeña... Cinco libras y tres onzas.»

—Me relajé. Tener un bebé es algo... Me dije a mí misma que me iría a cualquier parte y antepondría un «señora» a mi nombre, dejando creer a la niña que su papá había muerto. ¡Mi hija no conocería un orfanato! El cirujano seguía hablando:

«Dígame, humm... —evitaba llamarme por el nombre— ¿nunca ha pensado que su organización glandular era rara?»

«¡Por supuesto que no! ¿Cómo? ¿A dónde quiere ir a parar?»

«Le daré esto en una sola dosis, después una inyección que le permitirá adormecer sus nervios. Seguro que está nerviosa...»

«¿Por qué?»

«¿Quizá ha oído hablar de ese físico escocés que fue mujer hasta los treinta y cinco años, después se operó y se convirtió en un hombre, clínica y legalmente? Se casó. ¡Todo perfecto!»

«¿Y eso qué tiene que ver conmigo?»

«Pues lo que le decía... Usted es un hombre.»

—Intenté sentarme: «¿Cómo?»

«Tómelo con tranquilidad. Cuando la abrí, me encontré con un revoltijo. Mandé a buscar al jefe del equipo de cirugía mientras extraía al bebé. Después de inspeccionarla en la mesa de operaciones, trabajamos durante horas para salvar lo que se podía. Tenía dos clases completas de órganos, ambas inmaduras, pero con los órganos de hembra lo bastante desarrollados para tener un niño. No podían volver a ser utilizados, así que los sacamos y arreglamos las cosas para que usted se pueda desenvolver adecuadamente como un hombre. No se preocupe. Es joven y sus huesos se reajustarán. Vigilaremos su equilibrio glandular y haremos de usted un buen mozo...»

—Comencé a gritar: «¿Y qué pasará con mi bebé?»

«Bueno. Usted no puede criarlo, no tiene leche bastante para un gatito. Si yo fuese usted, la pondría en adopción...»

«¡No!»

«La elección es suya, usted es su madre... Bueno, su padre. Pero ahora no se preocupe de nada. Primero nos encargaremos de usted.»

—Al día siguiente me dejaron ver a la niña y a partir de entonces, la vi diariamente, para intentar acostumbrarme a ella. Nunca había visto a un recién nacido y mi hijita parecía un mono color naranja. Mis sentimientos cambiaron a la fría determinación de hacer lo correcto con ella. Pero cuatro semanas después mi decisión no significaba nada...

—¿Cómo?

—¡Me la arrebataron!

—¿Que la robaron?

La madre soltera casi chocó con la botella que teníamos sobre la barra.

—¡ La raptaron! ¡Se la llevaron del nido del hospital...! —respiró fuerte— ¿Cuánto debe soportar un hombre para llegar hasta el final?

—Bastante... —asentí—. Deje que le sirva otro trago. ¿Alguna pista?-Nada que la policía pudiese encontrar. Alguien vino a verla, diciendo que era su tío. Mientras la enfermera volvió la espalda, se largó con la niña.

—¿Descripción?

—Sólo un hombre, con una cara en forma de cara como la de usted o la mía —arrugó el entrecejo—. Pero yo creo que fue el padre de mi hija. La enfermera jura que era un hombre mayor, pero posiblemente estaba maquillado. ¿Quién podría robar a mi niña? Las mujeres sin hijos suelen hacer estas cosas, pero, ¿dónde oyó que lo hiciera un hombre?

—¿Qué le sucedió después a usted?

—Once meses más en ese horrible lugar y tres operaciones. A los cuatro meses comenzó a crecerme la barba y antes de salir, ya me afeitaba regularmente... Y ya no tuve más dudas de que era un hombre —se echó a reír nerviosamente—. Siempre estaba mirando los escotes de las enfermeras.

—Bueno —dije—. Por lo que parece, salió bien de apuros. Ahora está aquí, es un hombre normal que gana dinero y no tiene ningún tipo de transtorno. Además, la vida de una mujer no es nada fácil... Se me quedó mirando: —¡Cuánto sabe usted de esto!

—¿Le parece?

—¿Oyó la expresión «mujer arruinada»?

—Mua... Hace años. Hoy no significa demasiado.

—Yo estaba tan arruinada como una mujer puede estarlo. Aquel tipo me arruinó de verdad. Ya no era una mujer... y no sabía cómo ser un hombre...

—Ejercitando... Supongo.

—No se puede figurar... No me refiero a aprender cómo tiene uno que vestirse o cómo no entrar en el cuarto de aseo que no corresponde... Esas cosas las aprendí en el hospital. ¿Pero cómo vivir? ¿Con qué trabajo salir adelante? Demonios... No sabía ni conducir un automóvil. No tenía un oficio. No podía hacer trabajos manuales, mis cicatrices estaban muy recientes... Le odié por haberme arruinado para las wenches, pero no supe hasta qué punto más que cuando intenté entrar en el Cuerpo Espacial. Una mirada a mi vientre y me señalaron inútil para el servicio militar. El oficial médico me dedicó su tiempo sólo por curiosidad. Había oído mencionar mi caso.

Se detuvo un momento y luego continuó:

—Así que cambié de nombre y vine a Nueva York. Salí adelante como cocinero en una freiduría, luego alquilé una máquina de escribir y traté de abrirme paso como mecanógrafo por horas. ¡Qué risa! En cuatro meses mecanografié cuatro cartas y un manuscrito. El manuscrito era para Real Life Tale[3], un desecho de papel, pero el tonto que lo escribió lo vendió. Eso me dio una idea. Compré un montón de revistas del género testimonial y las estudié —quería parecer cínico—. Ahora ya conoce cómo conseguí el auténtico ángulo de la mujer, a través de la historia de una madre soltera... La única versión que no he vendido. La única verdadera. ¿Me gané la botella?

La empujé hacia su lado. Yo mismo estaba confuso, pero tenía que hacer un trabajo. Dije:

—Hijo, ¿todavía quiere poner las manos encima de ese fulano?

Sus ojos brillaron con una luz fiera.

—¡Conténgase! —le aconsejé—. ¿No querrá matarlo?

Se echó a reír groseramente:

—¡ Compruébelo!

—Tómelo con tranquilidad. Sé más sobre el asunto de lo que usted piensa. Puedo ayudarle. Sé dónde está...

Me echó las manos por encima de la barra.

—¿Dónde está?

Dije lentamente:

—Suelte mi camisa, hijito... O aterrizará en el paseo y le diremos a la poli que está borracho —le enseñé la zapa.

Me soltó.

—Lo siento. Pero, ¿dónde está? —me miró—. ¿Y cómo sabe tanto?

—Todo a su tiempo. Existen registros. Registros del hospital, registros del orfanato y registros médicos... La directora de su orfanato era la señora Fetherage, ¿correcto? Le ayudaba la señora Gruenstein, ¿no? Su nombre de chica era Jane, ¿es así? Y usted no me dijo nada de esto, ¿verdad?

Lo tenía desconcertado y un tanto asustado.

—¿Qué es esto? ¿Intenta buscarme dificultades?

—De verdad que no. Le deseo prosperidad. Puedo colocar a ese tipo en su regazo. Le hará lo que crea conveniente y le garantizo que lo conseguirá. Pero no pienso que vaya a matarlo. Hay que ser muy duro para eso y usted no es duro. No lo suficiente. Se echó hacia un lado.

—¡Corte el rollo! ¿Dónde está?

Le serví otra copa. Estaba bebido, pero la ira lo contrapesaba.

—No tan de prisa. Yo voy a hacer algo por usted y usted hará algo por mí... —¿El qué?

—No le gusta su trabajo. ¿Qué diría de una paga elevada, trabajo seguro, porcentaje de gastos sin límite, ser su propio jefe en su tarea y una gran variedad de aventuras? Me miró.

—Diría: «no me meta pajaritos en la cabeza». Déjelo, Pop, no existe tal trabajo.

—Bueno, mírelo de esta forma. Yo se lo entrego y hace lo que quiera con él, después prueba mi trabajo. Si no es como le digo, no lo sujetaré...

Se tambaleaba. Había sido la última copa.

—¿Cuándo me lo va a entregar? —dijo arrastrando la voz y tendió la mano— es un trato.

—Bien. ¡Trato hecho! ¡Ahora mismo!

Hice una seña a mi ayudante para que vigilase los dos extremos de la barra y anoté la hora. Las 23.00. Comencé a manipular en la trampilla de debajo de la barra.

De pronto la juke-box empezó a sonar. La canción era «Yo soy mi propio abuelo». El mecánico tenía orden de cargarla con música americana y clásica porque yo no podía soportar la de 1970, pero no sabía que esa grabación figuraba en la colección. Grité a mi ayudante:

—¡Cierra eso y devuelve el dinero al cliente! —añadí después—. Voy a la bodega, vuelvo en un momento.

Bajé las escaleras que conducían al sótano seguido de mi madre soltera. Después de un pasillo había una puerta de acero de la que sólo teníamos la llave el encargado diurno y yo. A continuación se veía otra puerta que daba a un cuarto interior de la que solamente yo poseía la llave.

Entramos allí.

La madre soltera miró a su alrededor parpadeando. Las paredes no tenían ventanas.

—¿Dónde está?

—Todo seguido.

Abrí una caja, lo único que había en el cuarto. Era un USFF Coordinates Transformer Field Kit[4], serie 1992, mod. II. Una belleza, sin partes móviles, con un peso de veintitrés kilos completamente cargada y con una forma para poder pasar por una maleta. Precisamente la había ajustado a comienzos de la mañana. Todo lo que tenía que hacer era retirar la rejilla de metal que limitaba el campo de transformación.

Cosa que hice.

—¿Qué es eso? —preguntó la madre soltera.

—La máquina del tiempo —y sacudí la rejilla sobre nosotros.

—¡Eh! —gritó y retrocedió.

Existe una técnica para esto. La rejilla tiene que ser agitada de forma que el sujeto retroceda instintivamente, entonces usted cierra la malla de metal con los dos completamente dentro. De otra forma, podría dejar detrás la suela de los zapatos o una parte del pie, o arrancar un trozo del pavimento. Todo es cuestión de maña. Algunos agentes engañan al sujeto para que se introduzca. Yo les digo la verdad y aprovecho ese instante de posterior asombro para soltar el conmutador. Lo que también hice.

1030-VI-3 de Abril de 1963-Cleveland, Ohio-Apex Bldg[5].

—¡Eh! —repitió—. ¡Quite esa condenada cosa!

—Lo siento —me disculpé y seguí adelante. Embutí la rejilla en la caja y la cerré—. Usted dijo que quería encontrarlo.

—Pero... ¡ Acaba de decirme que se trata de la máquina del tiempo!

Le señalé una ventana.

—¿Le parece que estamos en noviembre? ¿O en Nueva York?

Mientras él se estaba embobando con recientes brotes y tiempo primaverales, volví a abrir la caja, saqué un paquete de billetes de cien dólares y comprobé que los números y las firmas eran compatibles con 1963. Al Departamento del Tiempo no le importa lo que usted gasta (no les cuesta nada), pero no les gustan los anacronismos innecesarios. Demasiadas equivocaciones y una corte marcial general le puede exiliar por un año a un período asqueroso, pongamos al año 1974, con su estricto racionamiento y su trabajo forzado. Jamás cometo tales equivocaciones. El dinero era perfecto.

El joven se dio la vuelta y preguntó:

—¿Qué sucede?

—Aquí está. Salga al exterior y agárrelo. Tome dinero para gastos —le mostré el fajo y añadí—. Salde su cuenta, después yo le recogeré.

Los billetes de cien dólares tienen un hipnótico efecto sobre una persona que no está acostumbrada a ellos. Los estaba manoseando con incredulidad cuando lo deposité en el vestíbulo y lo cerré. El siguiente salto era fácil, un pequeño cambio en la época.

1700-VI-10 de Marzo de 1964-Cleveland, Ohio-Apex Bldg.

Había una nota debajo de la puerta diciendo que mi alquiler expiraba la próxima semana. Por lo demás, el cuarto tenía el mismo aspecto que un momento antes. Fuera, los árboles estaban desnudos y amenazaba nevada. Me apresuré, deteniéndome sólo para recoger dinero corriente, una chaqueta, el sombrero y un abrigo que había dejado allí cuando alquilé el cuarto. Tomé un taxi y fui al hospital. Tuve que soportar veinte minutos en el nido, esperando el momento propicio para raptar al bebé sin que se diesen cuenta. Regresamos al Edificio Apex. Sincronizar este dial fue más comprometido, porque el edificio no existía en 1945. Pero ya lo había calculado de antemano.

0100-VI-20 de Septiembre de 1945-Cleveland, Ohio-Skyview Motel.

Equipo de campo[6], la niña y yo llegamos a un motel fuera de la ciudad. Con anterioridad me había registrado como «Gregory Johnson, Warren, Ohio», de forma que entramos en un cuarto con cortinas echadas, ventanas cerradas y puertas encerrojadas, así como con el pavimento despejado para permitir circular las ondas mientras la máquina busca. Se puede conseguir un feo chichón a causa de una silla colocada donde no debería estar. Por supuesto que el chichón no lo causa la silla, sino el retroceso del campo.

No hubo dificultades. Jane estaba durmiendo profundamente. La llevé afuera, la coloqué en una caja de ultramarinos sobre el asiento de un automóvil que había conseguido antes y la conduje al orfanato. La abandoné en los escalones, conduje dos manzanas más hasta una «estación de servicio» (del tipo productos del petróleo) y telefoneé al orfanato, volviendo a pasar frente a él a tiempo de ver cómo metían la caja dentro. Seguí conduciendo y abandoné el automóvil cerca del motel. Caminé hacia él y salté al Edificio Apex, en 1963.

2200-V1-24 de Abril de 1963-Cleveland, Ohio-Apex Bldg.

Había calculado la hora estupendamente. La exactitud del tiempo depende del lapso, excepto para regresar a cero. Si yo estaba en lo cierto, Jane iba a descubrir en el parque esta noche balsámica y primaveral, que no era una muchacha tan «circunspecta» como había pensado. Alquilé un taxi hasta la casa de aquellos avaros y tuve al chófer esperando en una esquina, mientras yo vigilaba en las sombras.

Ahora acababa de distinguirlos bajando la calle, rodeándose la cintura con los brazos. El hombre la subió al porche y le dio las buenas noches con un largo beso muy trabajado, más largo de lo que yo suponía. Después ella se fue y él siguió su camino, alejándose. Me puse a su altura y enganché un brazo al suyo.

—Esto es todo, hijo —anuncié tranquilamente—. Regresaré para recogerte...

- ¡Usted...! —casi gritó él y contuvo la respiración.

—Yo. Ahora sabe quién es él. Y después de que lo medite, sabrá quién es usted... Y si se esfuerza en pensar, descubrirá quién es el bebé y quién soy yo...

No me contestó, estaba terriblemente agitado. Es un choque haber comprobado que usted no puede resistir seducirse a sí mismo. Lo recogí en el Apex Building y volvimos a saltar.

2300-VIII-12 de Agosto de 1985-Base al pie de las Rocosas

Desperté al sargento de servicio, le mostré mi DI y le dije que acostase a mi compañero con una píldora de la felicidad y lo recluíase a la mañana siguiente. El sargento parecía avinagrado, pero el rango es el rango, sin tener en consideración la época. Hizo lo que yo le dije, pensando sin duda que la próxima vez que nos encontrásemos quizás yo fuese el sargento y él el coronel. Lo que en nuestro cuerpo puede muy bien suceder.

—¿Qué nombre? —preguntó.

Se lo transcribí. El sargento alzó las cejas.

—De forma que igual, ¿eh? ¡Hum!...

—Ocúpese tan sólo de su trabajo, sargento —me volví hacia mi compañero—. Hijo, se acabaron sus penalidades. Está a punto de comenzar el mejor trabajo que un hombre puede desempeñar. Y lo hará bien. Lo sé...

—¡Ya lo comprobará! —asintió el sargento—. Míreme a mí, nací en 1917, y todavía estoy por aquí, joven y disfrutando de la vida.

Regresé al cuarto de salto y preparé todo para el cero, seleccionado con anterioridad.

2301-V-7 de Noviembre de 1970-NYC-Pop's Place

Salí de la bodega llevando un Drambuie de cinco años para descontar el minuto que me había ido. Mi ayudante estaba argumentando con el cliente que había estado tocando «Yo soy mi propio abuelo». Le dije:

—Deje que lo toque, después desenchufe.

Estaba muy cansado.

Es trabajoso, pero alguien tiene que hacerlo y es muy duro reclutar en los últimos años, desde la «equivocación» de 1972. ¿Pueden pensar en una fuente mejor que recoger gente caída, allí donde está, y darle buena paga, trabajo interesante aunque peligroso y una causa necesaria? Todo el mundo sabe ahora por qué fracasó la Guerra Fiasco de 1963. La bomba con el número de Nueva York encima no funcionó y otras cien cosas más no marcharon cómo habían sido planeadas. Todo fue coordinado por mis iguales.

Pero no la equivocación de 1972. Esa no fue culpa nuestra y no puede ser anulada. No hay que resolver ninguna paradoja. Una cosa es o no es, ahora y para siempre, amén. Pero no se volverá a repetir. Una orden fechada en 1992 adquiere prioridad algún año.

Cerré cinco minutos antes, dejando una carta en la caja registradora en la que decía a mi encargado diurno que aceptaba su ofrecimiento de compra, así que vería a mi abogado y me marcharía a tomarme unas largas vacaciones. El departamento recibiría o no el pago, pero allí querían que las cosas quedasen claras. Volví al cuarto trasero del sótano y salté hacia 1993.

2200-VII-12 de Enero de 1993-Al pie de las Rocosas, Anexo Cuartel General del Tiempo DOL.

Cambié impresiones con el oficial de servicio y fui a mis dependencias con la intención de dormir una semana. Había traído la botella que habíamos apostado (después de todo, la gané) y bebí un trago antes de escribir mi informe. Sabía mal y me pregunté por qué siempre había bebido Oíd Underwear. Pero era mejor que nada. No me gustaba volverme sobrio. Pienso demasiado. Pero tampoco había acertado con la botella. Otra gente tenía serpientes. Yo tengo gente.

Redacté mi informe; catorce reclutamientos todos bien acogidos por el Departamento Psicológico, contando el mío propio, que sabía había sido bien recibido. Estaba aquí, ¿no era así? Después escribí una petición de traslado a operaciones. Me sentía enfermo de reclutar. Dejé caer ambas tarjetas por la ranura y me dirigí a la cama.

Mis ojos cayeron sobre «Los Estatutos del Tiempo», colgados encima de mi cama:

Jamás hacer ayer lo que deberá ser hecho mañana.

Si al final tienes éxito, no lo vuelvas a intentar.

Un cosido en el tiempo evita nueve billones.

Una paradoja puede ser paralogizada.

Es al principio cuando piensas.

Los antepasados son sólo gente.

También Júpiter inclina la cabeza afirmativamente.

No me inspiraron de la forma que lo habían hecho cuando fui reclutado. Treinta subjetivos años de saltos de tiempo desgastan. Me desvestí y cuando quedé en cueros miré mi vientre. Una cesárea deja una gran cicatriz pero ahora soy tan velludo que apenas se advierte a menos que se la busque.

Entonces contemplé el anillo de mi dedo.

La serpiente que come su propio rabo, eternamente... Sé de dónde vengo, pero, ¿de dónde vienen todos ustedes, los zombies?

Sentí que me amenazaba la jaqueca, pero los polvos contra la jaqueca son algo que no quiero tomar. Lo hice una vez y ustedes se alejaron.

De forma que me arrastré hasta la cama y apagué la luz En realidad, ustedes no están aquí. Aquí no hay nadie más que yo, Jane, sola en la oscuridad.

¡He fracasado terriblemente!