III
En el puente, Grettir examinó pantalla exterior de proa, había estrellas. El espacio estaba colmado por una luz tan gris y apagada como la de un incierto amanecer en la Tierra. Y el resplandor, a una distancia aún indeterminada, aparecía un número de esferas.
La esfera que quedaba detrás de ellos, a una distancia que se podía estimar en cincuenta kilómetros, tenía casi la forma de la Luna de la Tierra, con relación a la nave. Su superficie era tan lisa y tan gris como una pelota de plomo.
Darl pronunció un código binario en su tablero de control de muñeca y la esfera de la pantalla de estrellas pareció dispararse hacia ellos. Recorrió la pantalla hasta que Darl cambió la línea de perspectiva. Estaban observando aproximadamente a 20 grados de arco del borde de la esfera.
—¡Aquí está! —exclamó Darl—. Orbita alrededor de la grande...
Un pequeño objeto flotaba alrededor del borde de la esfera y parecía lanzarse sobre ellos. Creció y se convirtió en otra esfera más pequeña y también de color gris.
Darl hizo una pausa y a continuación comentó:
—Nosotros, es decir la nave, salimos de esa esfera pequeña. Fuera de ella. A través de su corteza...
—¿Quiere usted decir que hemos estado dentro? —preguntó Grettir—. ¿Y que ahora estamos fuera?
—Sí, señor... ¡Exactamente! —Darl carraspeó y añadió—: ¡Oh, oh, señor!
Alrededor de la esfera más grande, ligeramente encima del plano de la órbita de la esfera pequeña, pero dentro de su curso en una órbita interior, se movía otro objeto. Por lo menos cincuenta veces más grande que el globo pequeño. El objeto alcanzó al globo y los dos desaparecieron juntos alrededor de la curva de la esfera principal.
—¡El cuerpo de la Wellington! —exclamó Grettir— Se desvió de la pantalla, dio un paso y volvió a gritar de nuevo—. ¡No es correcto! Debería estar arrastrándose detrás de nosotros o por lo menos paralela a nosotros, quizá saliéndose en una esquina pero moviéndose en nuestra misma dirección...
La cara de Grettir expresaba todo su asombro. Hizo una pausa y volvió a hablar:
—¡Pero ha sido apresada por la esfera grande! ¡Y está en órbita! ¡Y su tamaño es gigantesco! ¡No tiene sentido! ¡No debería ser!
—¡Nada debería ser...! comentó Wang.
—¡Retrocedamos! —dijo Grettir—. Establezcamos una órbita alrededor de la principal, en el mismo plano que la secundaria pero más lejos, aproximadamente a kilómetro y medio de distancia.
Darl no dijo nada pero su cara expresaba claramente: «¿Y entonces qué?»
Grettir se preguntó si la joven tenía el mismo pensamiento que él. Las caras de los otros que estaban en el puente reflejaba la duda. El miedo estaba escondido pero rezumaba fuera. Podía oler las burbujas podridas. ¿También tenían sospechas?
—¿Qué atracción ejerce la esfera principal sobre la nave? —preguntó a Wang.
—No existe ninguna influencia detectable, señor. El Sleipnir parece tener una carga neutra, ni positiva ni negativa en relación con ninguna de las esferas. Ni tampoco con el cuerpo de la Wellington.
Grettir se sintió ligeramente aliviado. Sus pensamientos habían sido tan salvajes que no había sido capaz de considerarlos más que como fantasías histéricas. Pero la contestación de Wang demostraba que la idea de Grettir también había sido suya. En lugar de contestar en términos de fuerza de gravitación, había hablado como si la nave fuese una partícula subatómica.
¿Pero si la nave no había sido afectada por la esfera principal, por qué el cadáver de la señora Wellington padeció la atracción?
—¿Nuestra velocidad en relación con la principal? —quiso saber Grettir.
—Cortamos la aceleración tan pronto como volvimos a conectar los cables, señor —contestó Wang—. Eso fue inmediatamente después de que saliéramos a este espacio. No aplicamos retropropulsión. Nuestra velocidad, según se indica por potencia de consumo, es diez megaparsecs por minuto. La que, por lo menos, señalan los instrumentos... Pero nuestro radar, que debería ser totalmente inefectivo a esa velocidad, indica cincuenta kilómetros por minuto en relación con la esfera grande.
Wang se recostó en su asiento, como si esperase que Grettir explotase de incredulidad. Grettir encendió otro cigarro. Esta vez sus manos temblaban. Expulsó una bocanada de humo y dijo:
—Obviamente, estamos operando bajo diferentes leyes que no tienen vigor aquí fuera...
Wang suspiró ligeramente.
—¿De forma que también usted piensa así, capitán? Sí, diferentes leyes... Lo que quiere decir que cada vez que realizamos un movimiento a través de este espacio, no podemos saber cuál será el resultado. ¿Puedo preguntar lo que planea hacer, sir?
Con esta pregunta, que Wang jamás se hubiera atrevido a formular
antes, aunque sin duda lo hubiera pensado, Grettir supo que el piloto compartía su ansiedad. El cordón umbilical se había roto y Wang estaba herido y sangrante por dentro. ¿Iría también a flotar en un vacío gris? ¡Desposeído como ningún ser humano lo había estado?
Se requería un tipo especial de hombre o de mujer para aceptar perderse, ya procedente de la Tierra o de su planeta de origen, para discurrir entre las estrellas tan lejos que el sol naciente ni siquiera era un débil resplandor. También se requerían especiales condiciones para el tipo especial de hombre o de mujer. Tenía que creer, en lo más profundo de su inconsciente, que aquella nave, era una pieza de la Madre Tierra. Tenía que creerlo. Si no se haría pedazos.
Se podía conseguir. Muchos lo lograban. Por miles. Pero ni esos temerarios viajeros estaban preparados para un absoluto divorcio del universo.
Grettir padeció el miedo al vacío. El vacío se enroscaba en su interior, como una serpiente gris, como un resquicio en la nada. Vacío. Envolvente. ¿Y qué sucedería cuando dejara de enroscarse?
¿Y qué pasaría con la tripulación cuando fuera informada, como debía serlo, de la total disociación?
Solamente había un medio de mantener sus mentes alejadas de que se les soltasen las amarras. Deberían creer que podrían regresar al mundo. Lo mismo que él, también debía creerlo.
—¡Tocar de oído! —dijo de pronto Grettir.
—¿Qué? ¿Señor?
—¡Tocar de oído! —repitió Grettir más fuertemente de lo que pretendía—. Simplemente estaba respondiendo a su pregunta. ¿Ha olvidado que me preguntó qué pensaba hacer?
—¡Oh, no, señor! —contestó Wang—. Sólo estaba pensando...
—Mantenga su mente en el trabajo —ordenó Grettir.
A continuación le dijo a Darl que se haría cargo de la situación. Pronunció el código para activar el todos-apostaderos. Un sonido ascendente-descendente se produjo en cada camarote del Sleipnir y todas las pantallas emitieron una señal a cuadros grises y negros. A continuación, los avisos visuales y sonoros se apagaron y el capitán habló.
Habló durante dos minutos. Los hombres del puente daban la impresión de que las luces se habían apagado en sus cerebros. Era casi imposible aferrar el concepto del propio ser de uno fuera de su universo. Como resultaba difícil pensar que su amplio cosmos originario era sólo un «electrón» alrededor del núcleo de un «átomo». Si lo que el capitán decía era verdad (¿cómo podría serlo?), la nave estaba en el espació entre los superátomos de una supermolécula de un superuniverso.
Aunque sabían que el Sleipnir había viajado bajo los efectos de casi 300.000 veces la rapidez de la luz, no podían abarcar el concepto con los dedos de sus mentes. Se volvía humo y se escapaba.
Se emplearon diez minutos, hora de la nave, en girar y completar las maniobras que colocaban al Sleipnir en una órbita paralela pero exterior a la esfera secundaria, o, como pensaba de ella Grettir, «nuestro universo». Cedió su asiento a Darl y comenzó a recorrer el puente de arriba abajo, mientras vigilaba la pantalla de las estrellas.
Si los hombres estaban experimentando el efecto de la desviación, lo mantenían bajo control. Su capitán les había dicho que estaban retrocediendo, no que estaban haciendo un intento de reingreso. Habían soportado mucho con él y jamás les había fallado. Con esa confianza, podían soportar la agonía de la disolución.
Cuando el Sleipnir se estableció paralelamente a la esfera secundaria, el cuerpo de la Wellington volvía a doblar alrededor de la esfera principal y pasaba la pequeña esfera y la nave. Los brazos de su montañoso cuerpo estaban rígidamente extendidos a ambos lados y sus piernas completamente desplegadas. A la luz gris, su piel tenía un color negro azulado a causa de la ruptura de las venas y de las arterias. Su pelo rojo, enrollado en un moño, parecía negro. Sus ojos, cada uno de los cuales era más grande que el puente del Sleipnir, estaban abiertos, hinchados por coágulos de sangre negra. Sus labios aparecían retirados hacia atrás en una mueca y sus dientes eran como ranuras de puertas manchadas de hollín.
Siempre en rotación, dejó atrás la esfera y la nave.
Wang informó que había tres «sombras» en la superficie de la esfera principal. Marchaban al mismo paso que el cadáver y la esfera secundaria y la nave. Al amplificarse en la pantalla del mamparo del puente, cada «sombra» se convirtió en la silueta de cada uno de los tres cuerpos en órbita. Las sombras solamente tenían un matiz más oscuro que la superficie y estaban originadas por un pliegue cambiante de la corteza de la principal. La superficie sobresalía a lo largo de los bordes de las sombras y formaba una depresión poco profunda dentro de los mismos.
Si la sombra del Sleipnir era una verdadera indicación de la forma del navío, el Sleipnir había perdido su apariencia de aguja y era un huso grueso en ambos extremos y estrecho en el centro.
Cuando el cadáver de la señora Wellington pasó por la esfera pequeña y por la nave, su sombra o «impresión» se invirtió. Donde había
estado la cabeza de la sombra, ahora estaban los pies, y viceversa.
Desapareció al doblar la curva de la esfera principal y, al regresar por el otro lado, su sombra volvía a tener su «verdadero» reflejo. Permaneció así hasta que volvió a dejar atrás el globo secundario, después de lo cual la sombra se invirtió una vez más.
Grettir había sido informado de que en el espacio no parecía existir absolutamente materia aparte de las esferas. No había ningún átomo o partícula detectable. Por otra parte, a despecho de la carencia de radiación, la temperatura del casco y de diez metros al otro lado del casco, fluctuaba más o menos entre los setenta y los veinte grados Fahrenheit.