No le gustaba este mundo del futuro, ¡oh, no le gustaba!, a nuestro viejo amigo John Hemingway London Rockne Knivel Dickey Wayne. No era lo bastante arriesgado. Había sido conductor de coches de carreras en el pasado (antes de quedar hibernado), y no podía soportar los vehículos que le protegían en las colisiones de frente, ni las carreteras que no le permitían chocar con algo. Tampoco le gustaban los progresos médicos que habían hecho casi imposible morirse de cualquier cosa (excepto a una edad muy avanzada), ni los deportes que se practicaban por diversión o para conservar la salud (pero nunca por ansia de peligro). Tampoco era posible ser mejor que los demás en cualquier cosa. O, mejor dicho, se podía ser, ¿pero a quién le importaba? Quería ir a realizar prospecciones en las profundidades del océano, viajar en planeador, escalar montañas, luchar contra los caimanes, cazar leones, escribir novelas e incluso hacer cosas peores. Así es que se dirigió a un parlamento compuesto por los hombres y mujeres de sangre fría que le habían resucitado de las cámaras criogénicas de otros tiempos, y plantándose ante ellos con las piernas muy abiertas (aunque apoyándose más en la que tenía los pernos de plata), dijo en voz muy alta:
—¡EL HOMBRE NO ES HOMBRE SIN EL RIESGO!
Después, añadió, aún con mayor fuerza:
—¡LA HUMANIDAD, LA IDENTIDAD, HASTA LA MISMA VIDA… EXIGEN LA PRUEBA CONSTANTE DEL PELIGRO!
—¡Oh, querido! —le dijeron ellos.
Sus ojos se pusieron muy redondos. Estuvieron musitando algo, muy preocupados, entre ellos. Él pensó que debía obsequiarles con una buena muestra de su fuerte temperamento (de la clase que solía emplear cuando se encontraba ante las cámaras de la televisión), pero no fue necesario. Ellos discutieron tranquilamente. Se pusieron las manos sobre los rostros. Después, dijeron que a la mayor parte de la gente descongelada de su período de hibernación parecía gustarle mucho este mundo. Dijeron que en realidad, y después de todo, sobre gustos no había nada escrito.
Pero finalmente convinieron: «Muy bien; correrá usted su riesgo.»
Y le inocularon la peste bubónica.