CAPÍTULO II
Sajarano estaba drogado en su dormitorio. Etzwane se quedó en el vestíbulo. ¿Qué hacer con el cuerpo de Jurjin? No lo sabía. No era conveniente ordenar a los sirvientes que lo sacaran de allí. Que se quedara donde estaba, al menos hasta que hubiese organizado las cosas. ¡Pobre Jurjin! ¡Qué desperdicio de belleza y vitalidad! Ya no podía acumular más furia contra Sajarano; aquella emoción le parecía anticuada. Evidentemente, Sajarano estaba loco.
Y ahora, la proclamación. Etzwane regresó a la sala de radio, donde escribió lo que consideró un mensaje sucinto y enfático. Después, manipuló los mandos tal y como le dijera Sajarano. Apretó el botón correspondiente a la Oficina de Proclamaciones. La luz púrpura se encendió. Etzwane habló.
—El Anomo ordena la difusión de la siguiente proclamación por todo Shant:
»“En respuesta a la peligrosa presencia de los roguskhoi entre nosotros, el Anomo proclama un estado de emergencia que entrará en vigor inmediatamente.
»”Durante varios años, el Anomo ha intentado negociar con los invasores sobre la base de una persuasión pacífica. Tales esfuerzos han fracasado. Ahora, tenemos que actuar con todas las fuerzas de nuestra nación. Los roguskhoi serán exterminados o rechazados hacia Palasedra.
»”Los roguskhoi muestran un deseo antinatural por el placer, a causa del cual han sufrido muchas mujeres. Con objeto de minimizar otros episodios de este tipo, el Anomo ordena a todas las mujeres abandonen los cantones que se encuentran junto a las tierras salvajes. Las mujeres tienen que dirigirse hacia los cantones marítimos, donde las autoridades prepararán alojamientos seguros y cómodos.
»”Al mismo tiempo, las autoridades de cada cantón organizarán una milicia de hombres capaces, hasta alcanzar por lo menos un hombre por cada cien individuos de población. Se enviarán posteriormente más órdenes en relación con este particular. Sin embargo, las autoridades cantonales deben iniciar inmediatamente el reclutamiento. No será tolerado ningún retraso.
»”El Anomo emitirá posteriores proclamaciones en el momento oportuno. Mi ayudante ejecutivo será Gastel Etzwane. Él se encargará de coordinar las fuerzas separadas y hablará con mi voz. Deberá ser obedecido en todos los aspectos.”
Etzwane llamó después al discriminador jefe de Garwiy y leyó la proclamación, añadiendo:
—Gastel Etzwane deberá ser obedecido como si se tratara del propio Anomo. ¿Está claro?
—Gastel Etzwane —contestó la voz del discriminador jefe—, encontrará una cooperación total. Si se me permite, Excelencia, debo decirte que esta política será muy bien recibida en todo Shant. ¡Nos agrada que pases a la acción!
—No soy yo —declaró Etzwane—, sino el pueblo de Shant el que pasará a la acción. Yo únicamente dirijo los esfuerzos. ¡Yo solo no podría hacer nada!
—Naturalmente, así es —fue la respuesta—. ¿Hay algunas otras instrucciones?
—Sí. Quiero que los técnicos más capaces de Garwiy se reúnan mañana al mediodía en las Oficinas de la Corporación, con objeto de deliberar sobre armas y producción de armamento.
—Me ocuparé de que así sea.
—Eso es todo por el momento.
Etzwane exploró el palacio de Sershan. El personal le observó con recelo, murmurando y haciéndose preguntas. Etzwane nunca se imaginó que pudiera existir tanta elegancia. Descubrió riquezas acumuladas durante miles de años: columnas de cristal, con símbolos de plata incrustados; salas de un azul pálido que se abrían a otras salas de un viejo rosado; paredes enteras trabajadas con vitran[3], muebles y porcelanas del pasado, magníficas alfombras de Meseach y de Cansume, y un juego de distorsionadas máscaras de oro, robadas con gran riesgo del interior de Caraz.
Aquel palacio, reflexionó Etzwane, podría ser suyo si lo deseaba. Era absurdo que Gastel Etzwane, casualmente engendrado por el músico Dystar y por Eathre, del Rhododendron Way, llegara a ser efectivamente el Anomo de Shant. ¿Pero por qué no admitir la situación?
Etzwane se encogió melancólicamente de hombros. Durante su juventud había conocido las calamidades; cada uno de los florines que podía ahorrar representaba una pequeña parte de los mil quinientos que costaba la libertad de su madre. Y ahora, toda la riqueza de Shant estaba a sus pies. No había nadie que se lo impidiera… ¿Pero qué hacer con el cuerpo que aún estaba en la sala matinal?
Llegó a la biblioteca y se sentó a reflexionar. Sajarano no parecía un malvado, sino una figura de perdición. ¿Por qué no se había podido expresar con toda franqueza? ¿Por qué no habían podido trabajar juntos? Etzwane recordó las circunstancias en que se vio obligado a drogarle. Pero no le podía mantener drogado indefinidamente. Por otra parte, no podía confiar en él en ninguna otra condición… excepto muerto.
Etzwane hizo una mueca. Suspiraba porque Ifness estuviera allí. Al menos a él nunca parecían faltarle los recursos. Durante la ausencia de Ifness, daría la bienvenida a cualquier clase de aliado.
Siempre le quedaban Frolitz y su compañía. Una idea ridícula que Etzwane rechazó inmediatamente… ¿Pero quién más quedaba? Dos nombres surgieron en su mente: Dystar, su padre, y Jerd Finnerack.
En el fondo, sabía muy poco de los dos. Dystar ni siquiera conocía su existencia. A pesar de ello, Etzwane había escuchado la música de su padre y había tenido pruebas de cómo era su interior. En cuanto a Finnerack, sólo recordaba a un joven robusto, con un rostro moreno y decidido, y el pelo rubio. Finnerack fue amable con el desesperado y abandonado Gastel Etzwane; le animó a intentar escapar de Angwin Junction, una isla en el aire. ¿Qué habría sido de Jerd Finnerack?
Etzwane regresó a la sala de radio. Llamó a la oficina del discriminador jefe y pidió que se solicitara a la oficina de globos información sobre Jerd Finnerack.
Echó después un vistazo a Sajarano, que se encontraba echado, hundido en el profundo sueño de la droga. Abandonó el dormitorio y pidió un mensajero, al que envió a la posada de Fontenay, donde debía encontrarse con Frolitz para conducirle al palacio de Sershan.
Al cabo de un buen rato, llegó Frolitz, con un aspecto truculento y al mismo tiempo receloso. Al ver a Etzwane, se detuvo y echó la cabeza hacia atrás, con una expresión de sospecha.
—Vamos, vamos —le dijo Etzwane, quien tras despedir al mensajero introdujo a Frolitz en el gran salón—. Siéntate. ¿Quieres tomar una taza de té?
—Desde luego —contestó Frolitz—. ¿Vas a explicarme la razón de tu presencia aquí?
—Se trata de un cúmulo de circunstancias —contestó Etzwane—. Como ya sabes, sometí recientemente una petición de quinientos florines al Anomo.
—Eso ya lo sé. Creo que fue una tontería por tu parte.
—No del todo. El Anomo ha llegado a compartir mis puntos de vista. En consecuencia, me ha pedido que le ayude en lo que será una gran campaña contra los roguskhoi.
—¿Tú? —preguntó Frolitz, con una expresión de asombro—. ¿Gastel Etzwane, el músico? ¿Qué clase de fantasía es ésa?
—No se trata de ninguna fantasía. Alguien tiene que hacerse cargo de esas tareas. Yo estuve de acuerdo. Además, ofrecí tus servicios, como voluntario, para la misma causa.
El mentón de Frolitz se adelantó aún más. Después, sus ojos adquirieron un brillo sardónico.
—¡Claro! Es precisamente lo que se necesita para barrer por completo a los roguskhoi: ¡el viejo Frolitz y su salvaje compañía! Yo mismo me tendría que haber dado cuenta de eso.
—Nos encontramos en una situación extraordinaria —dijo Etzwane—. Por eso, sólo necesitas aceptar la evidencia que te proporcionan tus sentidos.
Frolitz hizo una señal de aprobación con la cabeza.
—Estamos sentados como estetas en un palacio extraordinariamente lujoso. ¿Qué sigue después?
—Es todo tal y como te he dicho desde el principio. Tenemos que ayudar al Anomo.
Frolitz examinó el rostro de Etzwane con una expresión de sospecha aún mayor.
—Aquí hay algo que se tiene que aclarar antes de pasar a cualquier otra consideración: yo no soy un guerrero; soy demasiado viejo para luchar.
—Ni tú ni yo tendremos que empuñar una espada —observó Etzwane—. Nuestros deberes van a tener que ser algo así como clandestinos y, naturalmente, provechosos.
—¿En qué sentido y hasta qué punto?
—Nos encontramos ahora en el palacio de Sershan —dijo Etzwane—. Vamos a trasladar aquí nuestra residencia: tú, yo y toda la compañía. Seremos alimentados y alojados como estetas. Nuestras obligaciones son simples, pero antes de seguir, quisiera conocer tu opinión al respecto.
Frolitz se pasó la mano por la cabeza, enmarañándose el poco pelo gris que le quedaba.
—Has hablado de provecho. Eso no es propio del antiguo Gastel Etzwane, que guardaba cada florín como si se tratara de las reliquias de un santo. Todo lo demás, tiene el aspecto de ser una alucinación.
—Estamos aquí, sentados, en el palacio de Sershan. ¿Es eso una alucinación? Creo que no. La proposición es inesperada, lo sé. Pero, como sabes muy bien, pueden suceder cosas extrañas.
—¡Cierto! El músico lleva una vida asombrosa… Desde luego, no tengo ninguna objeción a habitar en el palacio de Sershan, mientras sus ocupantes lo permitan. Supongo que no será ésta la idea que tienes de una broma…, ver al viejo Frolitz conducido como prisionero a la isla de los Picapedreros, a pesar de mis continuas protestas de inocencia.
—No se trata de nada de eso, te lo juro. ¿Qué me dices de la compañía?
—¿Van a desperdiciar una oportunidad como ésta? ¿Cuáles serían entonces nuestras obligaciones…, suponiendo que la cuestión no sea una trampa?
—Se trata de una situación muy peculiar —observó Etzwane—. El Anomo quiere que Sajarano de Sershan sea mantenido bajo observación continua. Para ser exactos, Sajarano ha de ser mantenido bajo arresto domiciliario. Ésa debe ser nuestra función.
—Ahora me siento acosado por otro temor —gruñó Frolitz—. Si el Anomo empieza a utilizar a los músicos como carceleros, puede llegar un momento en que decida utilizar a los carceleros como músicos.
—El asunto no llegará tan lejos —aseguró Etzwane—. Esencialmente, se me ha ordenado reclutar a unas pocas personas en las que pueda tener plena confianza; en quienes primero pensé fue en los componentes de la compañía. Como ya he dicho, todos nosotros seremos bien pagados. De hecho, puedo requisar nuevos instrumentos para todos: los mejores cuernos, khitanes con bisagras de bronce, boquillas de plata, todo lo que necesitemos o deseemos, sin ningún problema de gastos.
—¿Puedes conseguir todo eso? —preguntó Frolitz, volviendo a adelantar su mandíbula.
—Sí, puedo hacerlo.
—En tal caso, puedes contar con la cooperación de toda la compañía. En realidad, hace tiempo que necesitábamos un largo período de descanso.
Sajarano ocupó unas habitaciones alta situadas en una torre de cristal de perla ubicada en la parte de atrás del palacio. Etzwane le encontró cómodamente sentado sobre un sofá de satén verde, manipulando un maravilloso juego de piezas de marfil pertenecientes a un rompecabezas. Tenía una expresión de cansancio en el rostro; su piel mostraba el color y la textura del papel viejo. Su saludo fue reservado y evitó encontrarse con la mirada de Etzwane.
—Hemos actuado —dijo Etzwane—. Ahora, la fuerza de Shant está empeñada contra los roguskhoi.
—Espero que puedas resolver los problemas con la misma facilidad con que los creas —observó Sajarano con sequedad.
Etzwane se sentó en una silla de madera blanca, frente a Sajarano, y preguntó:
—¿No has cambiado tus puntos de vista?
—¿Cuando esos puntos de vista son la consecuencia de un profundo estudio durante una serie de años? Claro que no.
—Sin embargo, supongo que estarás de acuerdo en desistir de emprender acciones contrarias.
—El poder es tuyo —contestó Sajarano—. Ahora, yo tengo que obedecer.
—Eso mismo dijiste antes —observó Etzwane—, y después trataste de envenenarme.
—Sólo podía hacer lo que me dictaba mi conciencia —dijo Sajarano, encogiéndose desinteresadamente de hombros.
—Vaya… ¿Y qué te dicta ahora?
—Nada. He conocido la tragedia y mi único deseo es vivir retirado.
—Eso podrás hacerlo —dijo Etzwane—. Durante un breve período de tiempo, mientras se van ordenando los acontecimientos, una compañía de músicos con la que estoy asociado se encargará de asegurar tu retiro. Es la mínima inconveniencia que te puedo imponer. Espero que la aceptes con buen ánimo.
—Mientras no ensayen o den rienda suelta a una destructiva algarabía…
Etzwane se quedó mirando por la ventana, hacia los bosques de Ushkadel.
—¿Cómo podemos eliminar el cuerpo que hay en la habitación matinal?
—Aprieta ese botón —contestó Sajarano en voz baja—. Vendrá Aganthe.
El mayordomo no tardó en aparecer.
—En la sala matinal encontrarás un cuerpo —le dijo Sajarano—. Entiérralo, húndelo en el Sualle, dispón de él como quieras, pero con toda discreción. Después, limpia bien la sala.
Aganthe asintió y se marchó. Sajarano se volvió hacia Etzwane.
—¿Quieres alguna otra cosa?
—Necesitaré disponer del dinero público. ¿Qué procedimiento debo seguir para conseguirlo?
Los labios de Sajarano se apretaron, con una expresión de amargada complacencia. Dejó las piezas de marfil a un lado y dijo:
—Sígueme.
Descendieron al estudio privado de Sajarano, donde él se quedó meditando un instante. Por un momento, Etzwane se preguntó si no estaría intentando tenderle otra trampa, por lo que se metió la mano en la bolsa de modo que el otro se diera cuenta de sus movimientos. Sajarano se encogió ligeramente de hombros, como eliminando con ello cualquier idea que pudiera haber penetrado en su mente. Extrajo un paquete de vales de un armario. Recelosamente, Etzwane se acercó, con un dedo sobre el botón amarillo. Pero la actitud desafiante de Sajarano había desaparecido.
—Tu política es demasiado atrevida para mí —murmuró Sajarano—. Quizá sea correcta. Quizá lo que me ha sucedido es que he enterrado la cabeza en la arena… A veces, me siento como si hubiese estado viviendo un sueño.
Con voz apagada, instruyó a Etzwane sobre la utilización de los vales.
—No quisiera que hubiese ningún malentendido entre nosotros —dijo después Etzwane—. No debes abandonar este palacio, tampoco debes utilizar la radio, enviar a los sirvientes a hacer recados y recibir amigos. No pretendemos causarte ninguna molestia, siempre que no provoques nuestras sospechas.
Después, Etzwane hizo venir a Frolitz y se lo presentó a Sajarano. Frolitz habló con una zumbona cordialidad.
—Para mí, éste es un trabajo con el que estoy muy poco familiarizado. Confío en que nuestras relaciones serán tranquilas.
—Así lo serán por mi parte —dijo Sajarano con un tono de voz amargo—. Bien, ¿qué más necesitáis?
—Por el momento, nada más.
El Banco de Shant pagó la cantidad de veinte mil florines sin plantear ninguna cuestión ni formalidad. Etzwane nunca imaginó poder llegar a controlar tanto dinero.
La función del dinero radicaba en su utilización. En un comercio cercano, Etzwane seleccionó las ropas que le parecían más en consonancia con su nuevo papel: una rica chaqueta de terciopelo púrpura y verde, pantalones de color verde oscuro, una capa de terciopelo negro con forro de un verde pálido, los botas más elegantes que encontró… Se observó en el gran espejo de humo de carbón del comercio, comparando a este espléndido y joven patricio con el Gastel Etzwane de otros tiempos, que nunca gastaba un florín en nada que no fuera una necesidad urgente.
La Corporación Estética se encontraba en el Jurisdiccionario, una vasta construcción de cristal púrpura verde y azul situada en la parte posterior de la plaza de la Corporación. Los dos primeros pisos fueron construidos durante la época del Pandamon Medio; los otros cuatro pisos, las seis torres y las once cúpulas diez años antes de la Cuarta Guerra Palasedra, y, casi por un milagro, se libraron de los grandes bombardeos.
Etzwane se dirigió al despacho de Aun Sharah, discriminador jefe de Garwiy, en el segundo piso del Jurisdiccionario.
—Anúnciame, por favor —le dijo a un empleado—. Soy Gastel Etzwane.
El mismo Aun Sharah salió a recibirle. Era un hombre elegante, con una tupida mata de pelo plateado, una nariz delgada y aquilina, y una boca grande y semisonriente. Llevaba una de las túnicas más simples, de color gris oscuro, adornada únicamente con un par de pequeñas charreteras plateadas; unas ropas tan distinguidas, a pesar de todo, que Etzwane se preguntó si sus propias ropas no parecerían demasiado suntuosas en comparación.
El discriminador jefe inspeccionó a Etzwane con una mal disimulada curiosidad.
—Ven a mis habitaciones, si te parece bien.
Penetraron en un gran despacho, de techo elevado, desde el que se dominaba la plaza de la Corporación. Al igual que las ropas de Aun Sharah, los muebles de su despacho eran simples, pero elegantes. Aun Sharah le indicó una silla y él mismo se sentó en un sofá situado en uno de los ángulos del despacho. Etzwane le envidió la facilidad con que sabía comportarse. Aun Sharah no mostraba timidez. Toda su atención, al menos así lo parecía, se fijó en Etzwane, quien no pudo disfrutar de tal ventaja.
—Ya debes conocer la nueva situación —empezó a decir Etzwane—. El Anomo ha decidido dirigir todo el poder de Shant contra los roguskhoi.
—Algo tardíamente —murmuró Aun Sharah.
Etzwane consideró aquella observación como un tanto despreocupada.
—Sea como fuere —añadió—, ahora tenemos que armarnos. En este aspecto el Anomo me ha nombrado su representante ejecutivo. Hablo con su voz.
—¿No es extraño? —preguntó Aun Sharah reclinándose sobre el sofá—. Hace apenas un día un tal Gastel Etzwane fue objeto de una operación de búsqueda oficial. Supongo que eres la misma persona.
Etzwane observó al discriminador jefe con una estudiada frialdad.
—El Anomo me buscó y me encontró. Puse en su conocimiento ciertos hechos y él ha reaccionado como ya sabes.
—¡Muy bien hecho! Ésa es al menos mi opinión —dijo Aun Sharah—. ¿Me permites que te pregunte cuáles eran esos «hechos»?
—La certidumbre matemática de un desastre a menos que presentáramos batalla inmediata. ¿Has organizado la reunión de técnicos?
—Se están llevando a cabo los arreglos pertinentes. ¿Con cuántas personas deseas consultar?
Etzwane observó fijamente al discriminador jefe, que parecía sentirse muy tranquilo y relajado. El rostro de Etzwane reflejó una expresión de perplejidad.
—¿Acaso el Anomo no te ha enviado una orden específica?
—Creo que dejó el número como algo indefinido.
—En tal caso, reúne a las autoridades más experimentadas y consideradas; de entre ellas, podremos elegir a un presidente o director de investigación. También quisiera que tú estuvieses cerca. Nuestro primer objetivo consiste en reunir un cuerpo de hombres capaces, que tendrá la misión de poner en práctica la política del Anomo.
Aun Sharah asintió con un lento y pensativo movimiento de cabeza.
—¿Qué progreso se ha hecho ya en ese sentido? —preguntó.
Etzwane empezó a sentir que aquella mirada casual conocía u ocultaba demasiadas cosas, pero contestó:
—No demasiado. Aún se están discutiendo los nombres… En relación con Jerd Finnerack, ¿cuál es la información que poseemos de él?
Aun Sharah cogió una hoja de papel y leyó:
—Jerd Finnerack: un empleado contratado en el sistema de globos. Nacido en el pueblo de Isperio, en la región oriental de Morningshore. Su padre, un cultivador de bayas, utilizó la persona del niño como garantía contra un préstamo; al no poder cumplir con sus obligaciones, el niño fue incautado. Finnerack ha demostrado ser un trabajador reacio. En cierta ocasión, soltó criminalmente un globo de la estación de Angwin Junction, lo que provocó grandes daños a la empresa. Estos costes fueron añadidos al importe de su rescate. Ahora trabaja en el Campo Tres, en el cantón de Glaiy; una instalación para trabajadores recalcitrantes. Su rescate es actualmente de algo más de dos mil florines —extendió el papel a Etzwane y preguntó—: ¿Puedo preguntarte por qué estás interesado en Jerd Finnerack?
—Comprendo tu natural interés —contestó Etzwane, aún más rígidamente—. Sin embargo, el Anomo insiste en que mantenga la mayor discreción. Y pasando a otra cuestión: el Anomo ha ordenado la evacuación de las mujeres hacia los cantones marítimos. Se deben minimizar los incidentes desagradables. Deben nombrarse por lo menos seis monitores en cada cantón, con objeto de tomar nota de las quejas y de los detalles de la operación, para acciones subsiguientes. Quiero que nombres oficiales competentes y los instales cuanto antes en los lugares adecuados.
—La medida es esencial —observó Aun Sharah, mostrándose de acuerdo—. Enviaré a hombres de mi propio equipo para que organicen los grupos.
—En ese caso, dejo el asunto en tus manos.
Etzwane abandonó el despacho del discriminador jefe. En general, las cosas habían ido bastante bien. Sin duda alguna, la serena expresión de Aun Sharah ocultaba toda una serie de inteligentes preguntas, que podían o no hacerle llegar a desconfiar. Más que nunca, Etzwane sintió la necesidad de contar con un aliado en quien pudiera tener completa confianza. Estando solo, su posición resultaba bastante precaria.
Regresó al palacio de Sershan dando un rodeo. Por un momento, pensó que alguien podría seguirle, pero cuando pasó por el portal de Pomegranate y esperó en la penumbra, detrás de una columna, nadie apareció tras él; y cuando continuó su camino, el trayecto que había recorrido parecía estar solitario.