CAPÍTULO XV
El canciller extendió el mapa sobre la roca e hizo un gesto hacia las tinieblas que precedían al amanecer.
—Allí está el Engh. Desde aquí tiene el aspecto de un desfiladero o un barranco. De hecho, las montañas encierran una vega estéril, como se puede ver en el mapa —el canciller señaló el lugar con una afilada uña—. El planeador nos ha desembarcado aquí; ahora nos encontramos en este punto, sobre el valle del río Zek. Las tropas se han desplegado en aquel bosque; en estos momentos estarán avanzando.
—¿Y qué hacen los roguskhoi? —preguntó Etzwane.
—La fuerza principal ha abandonado el gran Pantano de Sal y se está aproximando ahora. Las avanzadillas ya han penetrado en el valle del Engh, aunque no las hemos molestado —escudriñó el cielo de amanecer y añadió—: No hay viento para sostener a los Dragones Negros; nuestro reconocimiento es incompleto. Aún no se me ha informado de los planes de batalla.
Los tres soles comenzaron a iluminar el cielo; el valle se llenó de una luz violeta; el río Zek mostraba una serie de destellos coloreados.
—Allí aparecen las avanzadillas —observó Finnerack, señalando hacia un punto—. ¿Por qué no les atacáis por el flanco?
—Yo no soy el que dirige la batalla —contestó el canciller—. No puedo ofrecerte una opinión. Apartaos, no conviene que seamos observados.
Algunas patrullas de reconocimiento avanzaron lentamente por el valle; detrás de ellas, en la distancia, se pudo observar una masa negra que avanzaba como una marea incontenible.
En el cinturón del canciller sonó el pitido de un instrumento. Se lo llevó al oído y después escudriñó el cielo. Volvió a colocarse el instrumento en el cinturón.
Los roguskhoi se aproximaron, formando gruesas y largas columnas. Sus rostros miraban con fijeza, y eran inexpresivos. A los lados marchaban los jefes, con sus mallas pectorales.
El instrumento del canciller volvió a sonar y esta vez escuchó muy atentamente; después dijo:
—No hay alteraciones en el plan.
Volvió a colocarse la radio en el cinturón y se quedó mirando en silencio hacia el Engh. Después, dijo:
—Anoche, la nave espacial regresó al Engh. Ahora está esperando allí. Únicamente podemos suponer cuáles son sus propósitos.
—¿Puedes darnos alguna explicación sobre esto? —le preguntó Mialambre a Ifness con un acento sardónico.
—Sí —contestó Ifness—, te la puedo dar. ¿Qué aspecto tiene la nave espacial? —preguntó, dirigiéndose al canciller—. ¿Han desembarcado hombres? ¿Cuál es su insignia, si es que tiene alguna?
—Me han dicho que la nave es un enorme disco redondo. Sus puertas están abiertas y tiene rampas que llegan hasta el suelo. Nadie ha abandonado la nave. Nuestras vanguardias atacan ahora la retaguardia de la columna.
A sus oídos llegó una sucesión irregular de explosiones. Los jefes de los roguskhoi fueron de un lado a otro y después dieron órdenes cortantes; gruñendo y gritando, los roguskhoi se dividieron para formar escuadrones de combate. Ahora se podía observar toda la longitud de la columna. Los guerreros adultos marchaban en vanguardia y retaguardia; el centro estaba ocupado por guerreros jóvenes, niños y quizá un centenar de aturdidas y ojerosas mujeres.
Desde el bosque escucharon el sonido de un cuerno. Las fuerzas de Palasedra avanzaron.
Etzwane quedó perplejo. Había esperado ver a unos guerreros gigantes capaces de enfrentarse cuerpo a cuerpo contra los roguskhoi; pero los hombres de las tropas de Palasedra eran como él mismo, aunque tenían los hombros inmensamente anchos y el pecho hundido, con unos brazos que casi llegaban al suelo. Las cabezas eran muy cortas, los ojos miraban desde debajo de unos cascos negros, y parecía como si lo hicieran en dos direcciones distintas. Llevaban pantalones de color ocre, charreteras de fibra y chaquetas; en cuanto a su armamento, portaban sables, hachas de mango corto, pequeños escudos y rifles de dardos.
Los palasedranos se abalanzaron hacia adelante, al trote. Los roguskhoi se detuvieron, desconcertados. Los jefes gritaron sus órdenes y las escuadras volvieron a formarse. Los palasedranos se detuvieron y los dos ejércitos quedaron frente a frente, a unos cien metros de distancia.
—Una curiosa confrontación —musitó Ifness—. Cada solución al problema ofrece ventajas… Ogros contra duendes. Creo que la capacidad de las armas es equivalente. Evidentemente, el curso de la acción será decidido por la táctica y la agilidad.
Los jefes de los roguskhoi dieron unas repentinas órdenes. Abandonando a las mujeres y a los niños, los guerreros roguskhoi echaron a correr, con un pesado trote, hacia el Engh. Los palasedranos también echaron a correr, a su lado, en dirección convergente, y los ejércitos se encontraron, no frente a frente, sino lado contra lado. Los roguskhoi lanzaban fuertes tajos con sus armas y los palasedranos saltaban contra sus filas para volver a salir inmediatamente. Disparaban ocasionalmente sus dardos contra los ojos de los roguskhoi y, cuando se les presentaba la ocasión, bloqueaban las piernas de algún roguskhoi vulnerable, con objeto de hacerle caer. Las cimitarras hacían su trabajo y el camino no tardó en quedar lleno de brazos, piernas, cabezas y torsos; la sangre roja se mezclaba con la negra.
La batalla alcanzó la zona de entrada al valle del Engh. Allí, un segundo ejército palasedrano se descolgó de las rocas. Los roguskhoi continuaron su avance, tratando de penetrar en el valle por la fuerza de las armas. Detrás de ellos quedaban las mujeres y los niños. Aquéllas fueron víctimas de la histeria. Recogieron las armas abandonadas y se lanzaron gritando contra los desvalidos diablillos, llenas de un maníaco placer.
Los guerreros roguskhoi habían llegado al fondo del Engh. Allí, disponiendo de mayor espacio para su agilidad, los palasedranos fueron mucho más efectivos.
Primero Finnerack, y después Ifness y Etzwane, seguidos más tarde de Mialambre y el mismo canciller, se asomaron sobre un risco de escasa altura para mirar hacia abajo, a una zona irregular y plana de poco más de medio kilómetro cuadrado de diámetro, salpicada de pedruscos y rocas sueltas. En el centro de esta zona se encontraba la nave espacial: era un hemisferio plano de metal marrón, de unos setenta metros de diámetro.
—¿Qué clase de nave espacial es ésa? —le preguntó Etzwane a Ifness.
—No lo sé —contestó Ifness, que sacó su cámara e hizo una serie de fotografías.
Tres segmentos laterales de la nave estaban abiertos. De pie, junto a las aberturas, Etzwane creyó ver a unas criaturas antropomórficas, o quizá fueran hombres; no podía estar seguro a causa de las sombras.
La batalla se recrudeció en el Engh y los roguskhoi, paso a paso, se fueron acercando hacia la nave espacial, con los jefes en la vanguardia, como si los demás trataran de protegerles de los amenazadores palasedranos.
De pronto, Finnerack lanzó un gruñido de angustia y se lanzó corriendo hacia adelante, colina abajo.
—¡Finnerack! —gritó Etzwane—. ¿Adónde vas?
Finnerack no le hizo ningún caso y siguió corriendo. Etzwane se lanzó tras él.
—¡Finnerack! ¡Regresa! ¿Estás loco?
Finnerack siguió corriendo, con los brazos extendidos hacia la nave espacial. Sus ojos estaban muy abiertos y abultados, aunque él no parecía darse cuenta; dio un tropezón y Etzwane le alcanzó. Le agarró por las ropas y Finnerack le empujó, tratando de apartarle de su camino.
—¿Pero qué estás haciendo? ¿Te has vuelto loco?
Finnerack gruñó, se agitó y luchó; lanzó sus codos contra el rostro de Etzwane.
Ifness llegó hasta ellos y golpeó con fuerza a Finnerack, que cayó sin sentido al suelo.
—Rápido, o nos matarán desde la nave —dijo Ifness.
Mialambre, que también había acudido, cogió a Finnerack por los brazos ayudado por Ifness, mientras Etzwane le sostenía por las piernas; le llevaron a la sombra de unos árboles. Utilizando las propias ropas de Finnerack, Etzwane le ató las muñecas y los tobillos.
En el Engh, los palasedranos, mostrando una gran cautela ante la nave espacial, se retiraron. Los jefes roguskhoi y unos cien guerreros que habían conseguido abrirse paso subieron las rampas de la nave. Las puertas se cerraron inmediatamente. Como si fuera una lámpara incandescente, la nave lanzó a su alrededor una luminiscencia plateada. Después, emitiendo un chirrido áspero, se elevó en el cielo y no tardó en desaparecer.
Los roguskhoi que aún quedaban en el valle se movieron lentamente hacia el lugar ocupado anteriormente por la nave espacial; allí formaron en círculo y fueron rápidamente acorralados. Los jefes se habían marchado en la nave; de la horda que invadiera y casi venciera a Shant, habían sobrevivido menos de mil.
Los palasedranos, que habían retrocedido, formaron un par de líneas a la derecha y a la izquierda de los roguskhoi; se quedaron quietos, en espera de órdenes. Durante diez minutos, los dos ejércitos se contemplaron mutuamente, con soberbia, pero sin mostrar ninguna señal de hostilidad; después, los palasedranos retrocedieron hacia el borde de Engh y se retiraron. Los roguskhoi permanecieron en el centro del valle.
El canciller hizo una señal a los hombres de Shant.
—Ahora, adoptaremos nuestra estrategia original. Los roguskhoi están atrapados en el valle y nunca podrán escapar de ahí. Hasta vuestro loco de ojos azules debe admitir que los roguskhoi son criaturas extrañas que no proceden de este mundo.
—En cuanto a eso, nunca ha existido la menor duda —observó Ifness—. El propósito de la incursión sigue siendo un misterio. Si el plan consistía en llevar a cabo una conquista convencional, ¿por qué sólo se armó a los roguskhoi con cimitarras? ¿Es que unas gentes que vuelan por el espacio no pueden concebir unas armas mejores? Parece algo irracional, al menos considerado superficialmente.
—Está claro que nos consideraron con ligereza —dijo el canciller—. O quizá sólo quisieron probarnos. Si es así, les hemos dado una buena lección.
—Todas esas conjeturas son razonables —dijo Ifness—. Sin embargo, aún tenemos que enterarnos de muchas cosas. Algunos de los jefes roguskhoi han muerto. Sugiero que envíes esos cuerpos a alguno de vuestros laboratorios médicos para realizar allí investigaciones en las que me gustaría participar.
—Ese esfuerzo no es necesario —contestó el canciller, haciendo un gesto brusco.
Ifness llevó aparte al canciller y habló con él con tranquilidad durante un momento. Al final, con un gruñido, terminó por mostrarse de acuerdo con las proposiciones de Ifness.