CAPÍTULO VI
Estimulado por las dudas y la inquietud, Etzwane decidió no pasar por los cantones occidentales más alejados y regresar de inmediato a Garwiy. Había permanecido ausente más tiempo del pretendido. En Garwiy, los acontecimientos se desarrollaban con mayor rapidez que en cualquier otra parte de Shant.
Etzwane y Finnerack partieron de Maschein en un barco fluvial. Una vez llegados a Brassei Junction, subieron a bordo del globo Aramaad. Los vientos Sualles habían desaparecido, y ahora, los vientos Schellflower les procuraron un excelente viaje. Navegaron hacia el norte, a una velocidad constante de poco más de noventa kilómetros por hora. A primeras horas de la tarde descendieron por el Valle del Silencio, pasaron sobre Jardeen Gap y cinco minutos más tarde descendían en la estación de Garwiy.
La ciudad de Garwiy era mucho más encantadora durante el crepúsculo, con la baja luz de los tres soles reflejándose en los cristales de los capiteles, generando color en pródigas cantidades. Los reflejos saturados de color procedían de todas direcciones, de los altos y de los bajos, de y a través de los bloques de cristal, de las bombillas, llaves de bóveda y ornamentos tallados, de entre y alrededor de las balaustradas de los elevados balcones, de los arcos y contrafuertes, de las volutas de cristal y de las columnas prismáticas. Eran colores tan variados como púrpuras puros que encantaban a la mente; límpidos verdes, oscuros y ricos; verdes-agua, verdes-hoja, esmeraldas, azules fuertes y ligeros, azules marinos y todo el rango de los azules medios; reflejos de carmesíes; sombras interiores de luz que no pueden ser nombradas; sobre las superficies cercanas se percibía la lujuria del tiempo; las películas metálicas de color ocre… Etzwane compró un periódico en un quiosco. Los colores negro, ocre y marrón atrajeron inmediatamente su mirada, y leyó:
«Noticias impresionantes de Marestiy. La milicia y una banda de roguskhoi se han enzarzado en un combate. Los salvajes invasores, tras haber producido grandes daños en el cantón de Shkoriy, que ahora se encuentra completamente bajo su control, enviaron una partida de exploración hacia el norte. Al llegar a la frontera, un grupo de combate de Marestiy les negó decididamente el paso y se inició así una batalla. Aunque sus enemigos eran muy superiores en número, los locos brutos rojos avanzaron. Los hombres de Marestiy dispararon sus flechas, matando o al menos dejando fuera de combate a un cierto número de enemigos. Los demás, sin embargo, siguieron presionando sin dar ningún respiro. La milicia de Marestiy adoptó entonces una táctica flexible y retrocedió hacia el bosque, desde donde sus flechas y armas arrojadizas incendiarias contuvieron el avance de los roguskhoi. Pero los traicioneros salvajes devolvieron las armas arrojadizas incendiarias, con el propósito de prender fuego al bosque, lo que consiguieron, obligando a la milicia a retroceder y salir a campo abierto. Allí, fueron atacados por otra banda de salvajes, reunida para satisfacer exclusivamente sus deseos de sangre. La milicia sufrió muchas bajas, pero los supervivientes han decidido buscar una gran venganza cuando el Anomo les proporcione potencia. Todos están seguros de que las detestables criaturas serán derrotadas y expulsadas.»
Etzwane le mostró el informe a Finnerack, que lo leyó con un semidespectivo interés. Mientras tanto, la atención de Etzwane se dirigió hacia un recuadro, rodeado de azul pálido y púrpura, en el que se expresaba un juicio sagaz:
«Se presentan aquí las observaciones de Mialambre:Octagon, el respetado alto arbitro de Wale:
»Los años transcurridos durante e inmediatamente después de la Cuarta Guerra Palasedra, fueron decisivos; durante esa época se fraguó el espíritu del héroe Viana Paizafiume, que ha sido correctamente llamado el progenitor del moderno Shant. La Guerra de los Cien Años fue indudablemente una derivación de su política. Sin embargo, y a pesar de todo su horror, este siglo parece ahora una sombra en el agua. Paizafiume creó la terrible autoridad del Anomo y, como corolario lógico, impuso el empleo del collar codificado. Se trata de un sistema hermoso en su simplicidad: un rigor inequívoco se cierne sobre la responsabilidad, la economía, la efectividad que, en general, ha sido aplicado con indulgencia en Shant. Los Anomos han sido bastante competentes; han cumplido con todos sus compromisos: con los cantones, permitiendo que cada uno siguiera su estilo tradicional; con los patricios, no imponiéndoles controles arbitrarios; con la generalidad de la población, no planteando demandas exorbitantes. Las anteriores guerras y depredaciones cantonales ya casi han desaparecido de nuestra memoria y, en la actualidad, son inimaginables.
»Las mentes críticas pueden descubrir imperfecciones en el sistema. Sin embargo, cuando se sopesa todo, tenemos que admitir que hemos disfrutado de muchos siglos de placidez.
»Si el estudio de las interacciones humanas se llega a convertir alguna vez en una ciencia, sospecho que se descubrirá al respecto un axioma inviolable: Toda disposición social crea una disparidad de ventajas. Y más aún: Toda innovación destinada a corregir la disparidad, independientemente de lo altruista que pueda ser el concepto, sólo actúa para crear una nueva y diferente serie de disparidades.
»Hago esta observación porque el gran esfuerzo que ahora debe realizar Shant cambiará nuestras vidas, sin ningún género de dudas, de un modo que aún nos es inconcebible.»
Etzwane miró una vez más para comprobar quién había formulado todos aquellos pensamientos. Se trataba de Mialambre:Octagon, de Wale… En aquellos momentos, Finnerack le preguntó con cierto malhumor:
—¿Cuánto tiempo piensas estar leyendo en la calle?
Etzwane hizo entonces una seña a un vehículo que pasaba y dijo al conductor:
—Al palacio de Sershan.
—Nos están siguiendo —dijo Finnerack poco después.
—¿Estás seguro? —le preguntó Etzwane, sorprendido.
—Cuando te detuviste para comprar el periódico, un hombre que llevaba una capa azul se apartó a un lado. Mientras leías, nos dio la espalda. Pero en cuanto echamos a andar, nos siguió. Y ahora, nos sigue también otro vehículo.
—Muy interesante —se limitó a comentar Etzwane.
El vehículo giró a la izquierda, abandonando la avenida Kavalesko para penetrar en el paseo de Chama Reyans. El otro vehículo, que les seguía a escasa distancia, hizo lo propio.
—Muy interesante —volvió a comentar Etzwane.
Rodaron un rato por el paseo, después pasaron a Metempe, una avenida de mármol que comunicaba la zona central de Garwiy con las tres terrazas de Ushkadel. Los árboles de similax se elevaban hacia el cielo, arrojando una sombra plomiza sobre la pálida piedra. Continuaba siguiéndoles el otro vehículo.
Apareció un camino a su izquierda, bordeado también por árboles de similax, y Etzwane, dirigiéndose rápidamente al conductor, le ordenó:
—¡Gire aquí!
El vehículo giró rápidamente a la izquierda bajo unos árboles tan tupidos que sus ramas rozaban la parte superior.
—Pare —ordenó Etzwane; se bajó después con agilidad y ordenó—: Continúe, despacio.
El vehículo continuó y Etzwane echó a correr hacia el cruce. Silencio, excepto por el roce de las ramas. Después, escuchó aproximarse a otro vehículo. El sonido aumentó y el vehículo llegó al cruce y se detuvo. Un rostro de rasgos de halcón miró hacia el camino lateral… Etzwane se adelantó hacia él; el hombre le miró con estupefacción, después dio una orden rápida a su conductor y el vehículo continuó su camino por la avenida Metempe.
Etzwane se reunió con Finnerack, quien le observó con una mirada tortuosa en la que se expresaban toda una serie de emociones: disgusto, vindicación, diversión saturnina y, además, en una extraña combinación, curiosidad e indiferencia. Etzwane, que al principio se sentía inclinado a seguir su propio camino, decidió que, si deseaba poner en práctica sus planes, sería mejor informar lo más completamente posible a Finnerack.
—El discriminador jefe de Garwiy está dispuesto a intrigar. Eso es, al menos, lo que supongo. Si me asesinan, él debe ser el primer sospechoso.
Finnerack emitió un gruñido que no le comprometía a nada. Etzwane volvió a mirar hacia atrás, ya en la avenida de Metempe; nadie parecía seguirles ahora.
El vehículo se colocó en el carril central cuando se encendieron las lámparas verdes de la calle. Pasaron bajo el arco de entrada a Ushkadel y junto a los palacios de los estetas, y finalmente llegaron junto a la entrada del palacio de Sershan. Etzwane y Finnerack se bajaron y el vehículo se perdió poco después en la penumbra.
Etzwane cruzó el amplio vestíbulo, seguido a un paso casual por Finnerack. Etzwane se detuvo para escuchar; desde el interior le llegó un murmullo casi imperceptible, indicándole que la gente estaba ocupada en sus tareas rutinarias. ¿No era aquélla una situación bien extraña? El rostro de Etzwane formó una mueca; no sentía ninguna inclinación por la intriga, la coacción o los grandes proyectos. ¡Qué extraño que él, Gastel Etzwane, fuera el dueño de Shant! Sin embargo, era mejor él que Finnerack… o, al menos, algo se lo decía así desde lo más profundo de su mente.
Etzwane apartó de sí aquellos recelos. Llevó a Finnerack hasta la entrada y, en respuesta a su llamada, un sirviente les abrió la puerta.
Etzwane y Finnerack penetraron en la sala de recepción, rodeados por un mágico ambiente de paneles de vitran, donde unas ninfas retozaban en un paisaje arcádico. Aganthe se acercó lentamente a ellos. Parecía ojeroso, e incluso un poco desaseado, como si los acontecimientos hubiesen erosionado su moral. Les observó con un brillo de esperanza en sus ojos. Etzwane le preguntó:
—¿Han marchado bien las cosas?
—¡No muy bien! —contestó Aganthe, con un sonido metálico en su voz—. El antiguo palacio de Sershan nunca había sido tan mal utilizado. Los músicos tocan bailes y danzas en el Salón Perla; los niños se meten en las fuentes del jardín; los hombres han bajado sus vehículos a lo largo del Paseo Ancestral. Han colocado cordeles para tender la ropa entre los Árboles Nombrados. Arrojan las basuras por todas partes, sin remordimiento alguno. Lord Saja-rano… —Aganthe detuvo entonces el fluir de sus palabras.
—¿Y bien? —le urgió Etzwane—. ¿Qué ocurre con lord Sajarano?
—Le hablo con franqueza, puesto que eso es lo que usted pide. He especulado a menudo con la posibilidad de que lord Sajarano pudiera padecer alguna enfermedad nerviosa y he quedado asombrado por sus extrañas actividades; pero últimamente no le he visto y me temo que se haya producido alguna tragedia.
—Lléveme inmediatamente a donde se encuentre el músico Frolitz —pidió Etzwane.
—Ahora está en el Gran Salón.
Etzwane halló a Frolitz bebiendo un vino exquisito en una copa de plata de ceremonial y observando sombríamente a tres niños de su compañía que discutían sobre la posesión de un mapa geográfico iluminado de la zona occidental de Caraz. Al ver a Etzwane y a Finnerack, se pasó el dorso de la mano por la boca y se levantó.
—¿Dónde has estado tanto tiempo?
—He viajado mucho, recorriendo un amplio circuito por el sur —contestó Etzwane con la timidez propia de una larga costumbre—. Naturalmente, lo he hecho a toda prisa. Espero que hayas disfrutado de tu descanso.
—Esto no es disfrutar —espetó Frolitz—. La gente de la compañía es muy palurda.
—¿Qué me dices de Sajarano? —preguntó Etzwane—. ¿Te ha planteado alguna dificultad?
—Ninguna. En realidad, ha desaparecido. Nos hemos distraído hasta el aturdimiento.
Etzwane se dejó caer en una silla.
—¿Cómo y cuándo desapareció?
—Hace cinco días y de su torre. La salida de la escalera estaba cerrada. Su actitud no era más distraída de lo normal. Cuando se le llevó la cena se descubrió que la ventana estaba abierta. Había desaparecido como un eirmelrath[6].
Los tres se dirigieron hacia las habitaciones privadas de Sajarano. Etzwane miró por la ventana. Debajo de ella se veía musgo.
—¡Ni una señal! —declaró Frolitz—. ¡Ni un pájaro se ha posado sobre esa capa de musgo!
La torre estaba conectada con los pisos de abajo por una única y estrecha escalera.
—Y aquí, en estas mismas escaleras, estaba sentado Mielke, discutiendo sus asuntos con una camarera. Estamos de acuerdo en que ellos no prestaron atención a la posibilidad de que Sajarano saltara sobre sus cuerpos en su camino hacia la libertad. Sin embargo, esa posibilidad me parece muy remota.
—¿Había alguna cuerda en la habitación? ¿Pudo haber atado las cortinas, o las sábanas de su cama?
—Incluso disponiendo de una cuerda, tendría que haber dejado alguna señal en el musgo. En cuanto a lo demás, estaba todo intacto —Frolitz extendió los brazos, cruzando y abriendo los dedos, y preguntó, casi para sí mismo—: ¿Cómo se marchó? He conocido muchos misterios extraños, pero ninguno tan extraño como éste.
Sin decir una sola palabra, Etzwane sacó su emisor de impulsos. Descodificó los colores del collar de Sajarano y apretó el botón de «búsqueda». Inmediatamente, el instrumento le devolvió el ligero silbido de contacto. Hizo oscilar el mecanismo, trazando un arco; el silbido aumentó y después se debilitó, hasta desaparecer.
—Aunque ha escapado —observó Etzwane—, no parece haber salido de Ushkadel.
Seguido por Finnerack y Frolitz, Etzwane emprendió la búsqueda. Atravesaron el jardín y subieron por unas escaleras de alabastro, el camino iluminado gracias a la pálida luz blanca de Schiafarilla. Cruzaron un pabellón de suave vidrio blanco, donde se celebraban los espectáculos secretos de Sershan, y después avanzaron por un camino bordeado por árboles de similax, cipreses gigantes y árboles de ébano, que sólo terminó cuando subieron las escaleras del Camino Alto. El emisor de impulsos no sonó entonces ni a derecha ni a izquierda, sino hacia arriba, indicando el oscuro bosque situado sobre el Camino Alto. Frolitz empezó a gruñir.
—Por entrenamiento y por inclinación, soy un músico y no una persona que ronda los bosques, ni que busca a quien desea estar solo o en compañía.
—Yo no soy músico —comentó Finnerack, mirando hacia el bosque—. Sin embargo, me parece que lo más sensato es seguir sólo si vamos provistos de luces y armas.
Frolitz reaccionó con agudeza frente a la implicación latente en la observación de Finnerack.
—¡Un músico no tiene miedo a nada! Pero a veces hace caso de la realidad. ¿Es eso miedo? Habla usted como un hombre que tiene la cabeza en las nubes.
—Finnerack no es músico —dijo Etzwane—. Eso está claro. Sin embargo, será mejor que busquemos luces y armas.
Media hora más tarde, regresaron al Camino Alto con linternas de cristal y antiguas espadas de hierro forjado. Además, Etzwane llevaba la pistola de energía que le entregara Ifness.
Sajarano de Sershan no había abandonado su posición anterior. Unos trescientos metros más arriba del Ushkadel encontraron su cuerpo, amortajado por una capa de vegetación blanca y gris.
Los tres hicieron oscilar sus linternas; los rayos de luz se balancearon nerviosamente por entre las sombras y los rincones. Los tres al mismo tiempo, se volvieron hacia la sombra que hallaron a sus pies. Sajarano, que ya no parecía ni grande, ni imponente, semejaba un niño gnómico, con sus delgadas piernas estiradas, su espalda algo arqueada como en un gesto de dolor, con su exquisita frente de poeta hundida en la vegetación. La chaqueta de terciopelo violeta estaba descompuesta; al darle la vuelta, vieron que el pecho estaba vacío y mostraba una profunda herida.
Etzwane ya había visto una herida similar, en el cuerpo del benevolente Garstang, al día siguiente de su muerte.
—Esto no es nada agradable de ver —observó Frolitz.
Finnerack gruñó, como dando a entender que había visto cosas peores, mucho peores.
—Quizá los ahulphs han estado por aquí —musitó Etzwane—. Pueden volver —hizo oscilar su linterna por entre las sombras y añadió—: Será mejor que le enterremos.
Con las hojas de las espadas y con las manos cavaron un hoyo en el blando suelo; después, Sajarano de Sershan, antiguo Anomo de Shant, quedó enterrado.
Los tres bajaron el Camino Alto y, ya casi al final, como siguiendo el mandato de un impulso común, se volvieron hacia atrás para echar un último vistazo. Después, continuaron bajando, camino ya del palacio de Sershan.
Pero llegados al palacio, Frolitz no quiso atravesar las grandes puertas de cristal.
—Gastel Etzwane —empezó a decir—, no quiero nada más del palacio de Sershan. Hemos comido los mejores alimentos y bebido los más exquisitos licores; poseemos ahora los instrumentos más finos de todo Shant. Sin embargo, no debemos engañarnos a nosotros mismos. Nosotros somos músicos, no estetas, y ya es hora de que nos marchemos.
—Ya habéis hecho vuestro trabajo —admitió Etzwane—. Será mejor que volváis a vuestro antiguo modo de vida.
—¿Y qué será de ti? —preguntó Frolitz—. ¿Abandonas la compañía? ¿Dónde encontraré a alguien que te sustituya? ¿Debo tocar tu parte además de la mía?
—Yo estoy involucrado ahora en la cuestión de combatir contra los roguskhoi —dijo Etzwane—. Se trata de una situación mucho más urgente que mantener un buen equilibrio en la compañía.
—¿Es que no pueden encargarse otros de matar a los roguskhoi? —gruñó Frolitz—. ¿Por qué los músicos de Shant deben estar en primera línea?
—Cuando los roguskhoi hayan desaparecido, me volveré a unir a la compañía y tocaremos para hacer bajar a los ahulphs de las colinas. Mientras tanto…
—No quiero escuchar eso —dijo Frolitz—. Mata roguskhoi durante el día si quieres, pero por la noche, tu lugar está con nosotros, en la compañía.
Etzwane se echó a reír débilmente, medio convencido de que Frolitz había hecho su sugerencia muy en serio.
—Os marcháis a la posada de Fontenay, ¿verdad?
—En este mismo instante. ¿Qué te mantiene aquí?
Etzwane se quedó mirando el palacio, en el que la personalidad de Sajarano impregnaba cada una de las habitaciones.
—Vete a la posada de Fontenay —dijo finalmente Etzwane—. Finnerack y yo te seguiremos después.
—¡Eso es hablar como un hombre racional! —declaró Frolitz con un gesto de aprobación—. ¡Aún no es demasiado tarde para tocar algo!
A pesar de su anterior declaración, se dirigió al palacio para reunir a los miembros de su compañía. Cuando se hubo marchado, Finnerack habló con un tono seco:
—Un hombre que desaparece de una torre alta es encontrado después con un agujero en el pecho, como si un ahulph hubiera estado investigando el interior de su cuerpo. ¿Es así como transcurre la vida en Garwiy?
—Los acontecimientos están ahora por encima de toda comprensión —dijo Etzwane—, aunque ya antes había visto algo similar.
—Eso puede ser… Así es que ahora eres el Anomo, sin duda o cualificación.
Etzwane se quedó mirando fríamente a Finnerack.
—¿Por qué dices eso? Yo no soy el Anomo.
—Entonces —preguntó Finnerack lanzando una risita—, ¿por qué el Anomo no descubrió la muerte de Sajarano hace cinco días? Eso es una cuestión muy grave. ¿Por qué no te has comunicado todavía con el Anomo? Si existiera, no estarías pensando en otra cosa. Pero en lugar de eso, discutes con Frolitz y haces planes para tocar unas canciones. El que Gastel Etzwane sea Anomo ya es algo bastante extraño; pero que no lo sea, es algo que no puedo creer.
—Yo no soy el Anomo —replicó Etzwane—. Yo soy simplemente un hombre desesperado que lucha contra sus propias deficiencias. El Anomo está muerto; existe un vacío. Tengo que crear la ilusión de que todo se mantiene bien. Eso lo puedo hacer durante algún tiempo; los cantones se controlan a sí mismos. Pero el trabajo del Anomo se acumula: las peticiones dejan de ser contestadas; no se le quita la cabeza a nadie; los crímenes no son castigados; tarde o temprano, algún hombre inteligente como Aun Sharah se dará cuenta de la verdad. Mientras tanto, me veo obligado a movilizar lo mejor que pueda a todo Shant contra los roguskhoi.
—¿Y quién será entonces Anomo? —preguntó Finnerack con un gruñido de cinismo—. ¿El terrestre Ifness?
—Él ha regresado a la Tierra. Estoy pensando en dos hombres: en Dystar, el druitino, y en Mialambre:Octagon. Cualquiera de los dos puede tener suficientes cualidades.
—¿Y qué papel juego yo en tus esquemas?
—Tú tienes que guardarme las espaldas. No quiero morir como Sajarano.
—¿Quién le mató?
—No lo sé —contestó Etzwane, mirando hacia la oscuridad—. En Shant ocurren cosas muy extrañas.
—Yo tampoco quiero morir —observó Finnerack, mostrando sus dientes con una mueca—. Me estás pidiendo que comparta tus riesgos, que, evidentemente, son grandes.
—Cierto. ¿Pero acaso no tenemos ambos buenos motivos? Los dos queremos paz y justicia para Shant.
Finnerack volvió a lanzar un gruñido. Etzwane ya no tenía nada más que decir. Entraron en el palacio y llamaron a Aganthe, que acudió.
—El maestro Frolitz y su compañía abandonan el palacio —le dijo Etzwane—. Ya no volverán y tú podrás arreglar todo lo que esté mal.
—¡Eso sí que son buenas noticias! —exclamó Aganthe con una expresión de animación en el rostro—. ¿Pero qué ocurre con lord Sajarano? Él debe seguir en palacio y creo que eso será materia de preocupación.
—Lord Sajarano ha emprendido uno de sus viajes —dijo Etzwane—. Cierra el palacio a cal y canto. Asegúrate de que nadie pueda penetrar en él. Dentro de un día o dos te daré más instrucciones.
—Estoy a tus órdenes.
Cuando salieron del palacio, Frolitz y los miembros de su compañía ya se marchaban en medio de los gritos y un gran estruendo de ruedas.
Lentamente, Etzwane y Finnerack descendieron las Escaleras Koronskhe. La Schiafarilla se había ocultado tras el Ushkadel. Allá arriba, había salido Gorcula, el Pez-Dragón, con los dos ojos naranja Alasen y Diandas, que miraban hacia Durdane. Finnerack empezó a mirar hacia atrás por encima del hombro. Etzwane se sintió contagiado de sus recelos.
—¿Ves a alguien?
—No.
Etzwane apresuró el paso; llegaron a los pálidos espacios de la plaza Marmione. Allí se detuvieron, amparándose en las sombras situadas al lado de la fuente. Nadie apareció tras ellos. Sintiéndose algo más seguros, continuaron bajando por la avenida de las Galias y llegaron a la posada de Fontenay, junto a la ribera del río Jardeen.
Ya en la posada común, Etzwane y Finnerack bajaron a tomar una sopa de almejas cocidas, pan y cerveza. Al observar la tan recordada habitación, Etzwane se vio asaltado por los recuerdos. Habló de sus aventuras tras la huida de Angwin Junction. Describió el ataque de los roguskhoi contra Bashon y los acontecimientos que siguieron después; habló de su asociación con Ifness, el frío y competente miembro del Instituto Histórico. En aquella misma habitación, Etzwane se había encontrado con la encantadora Jurjin, que ahora estaba muerta, como Sajarano y Garstang.
—Todos estos acontecimientos están llenos de misterio. Me siento fascinado y desconcertado. También temo llegar a saber algo terrible.
—Yo sólo siento una pequeña parte de tu fascinación —comentó Finnerack—. Sin embargo, comparto todos los riesgos de la empresa.
Etzwane sintió una oleada de frustración.
—Ahora, ya conoces las circunstancias; ¿cuál es tu decisión?
Finnerack bebió su cerveza y dejó la jarra sobre la mesa con un golpe; el gesto más enfático que Etzwane le viera hacer jamás.
—Me uniré a ti y por esta razón: tanto mejor para perseguir mis propios propósitos.
—Antes de que sigamos adelante, quisiera saber cuáles son tus propósitos.
—Ya debes saberlos. En Garwiy, así como en otras muchas partes de Shant, hay hombres ricos que viven en palacios. Pero ellos logran su riqueza robándome a mí y a otros como yo. Nos quitan hasta la vida. Deben restituir lo que han robado. Eso les va a costar mucho, pero tendrán que pagar antes de que muera yo.
—Tus objetivos son comprensibles —dijo Etzwane con una voz sin acento—. Pero, por el momento, deben ser arrinconados, puesto que interfieren con cuestiones mucho más importantes.
—Los roguskhoi son los enemigos inminentes —dijo Finnerack—. Los arrojaremos de nuevo hacia Palasedra y después aplicaremos una justicia similar entre los magnates.
—No prometo nada tan amplio como lo que propones —le dijo Etzwane—. Restitución justa, sí; final de los abusos, sí; pero venganza, no.
—El pasado no puede ser borrado —dijo Finnerack inexpresivamente.
Etzwane prefirió dejar la cuestión tal como estaba. Para bien o para mal, debía unirse a Finnerack, al menos por el momento. ¿Y el futuro…? Si era necesario, sería implacable. Se metió la mano en el bolsillo.
—Te entrego ahora el instrumento que cogí al benevolente Garstang. Así es cómo se procede para descodificar el collar —Etzwane se lo demostró—. ¡Pon atención! Ésta es la operación crítica. Primero, tienes que apretar el botón gris para desarmar la célula de autodestrucción. El rojo es de búsqueda y el amarillo es para matar.
—¿Y yo tengo que conservar esto? —preguntó Finnerack, mirando la caja.
—Sí.
—¿Y qué ocurre si lo que ansío es el poder? —preguntó Finnerack volviendo el rostro hacia Etzwane, con una mueca—. Sólo necesito codificar tu color y apretar el botón amarillo. Entonces, Jerd Finnerack se habría convertido en el Anomo.
—Confío en tu lealtad —respondió Etzwane, encogiéndose de hombros.
No vio ninguna ventaja en explicarle que su collar, en lugar de dexax, llevaba un vibrador de advertencia. Finnerack se quedó mirando el emisor de impulsos.
—Al aceptar esto, yo mismo me ato a tus esquemas.
—Así es, en efecto.
—Por el momento —dijo Finnerack—, nuestras vidas siguen la misma dirección.
Etzwane se dio cuenta de que no podía esperar nada mejor.
—El hombre en quien menos confío —dijo— es el discriminador jefe. Únicamente él conocía el interés que sentía por el Campo Tres.
—¿Y qué me dices de los oficiales que trabajan en la empresa de globos? Ellos también lo sabrían.
—No es probable —observó Etzwane—. Los discriminadores deben hacer a menudo esa clase de preguntas, durante el transcurso de su trabajo rutinario. ¿Por qué la empresa de globos va a distinguir a Jerd Finnerack de cualquier otro? Únicamente Aun Sharah podía relacionarme contigo. Mañana reduciré sus atribuciones… Por fin, aquí llega Frolitz.
Frolitz les vio inmediatamente y se acercó a su mesa.
—Ya veo que, en efecto, has cambiado de idea. Después de todo, mis palabras fueron correctas.
—No quiero saber nada más del palacio de Sershan —dijo Etzwane—. En ese aspecto, pensamos lo mismo.
—¡Muy bien! Y aquí llega la compañía, desordenadamente, como cargadores de los muelles. Etzwane, a tu puesto.
Automáticamente, Etzwane se levantó al escuchar la orden familiar, pero después volvió a dejarse caer en la silla.
—Mis manos están agarrotadas como palos. No puedo tocar.
—Vamos, vamos —fanfarroneó Frolitz—. Yo sé mejor que tú lo que ocurre. Date masaje en los dedos con el guizol. Cune utilizará el tringoleto; yo tocaré el khitan.
—La verdad es que no tengo sensibilidad para la música —perseveró Etzwane—. Al menos, por esta noche.
Frolitz se volvió, disgustado.
—¡Escuchad entonces! Durante este último mes he alterado algunos pasajes. Prestad atención.
Etzwane se arrellanó en su asiento. Desde el estrado, le llegó el rumor de los instrumentos al ser colocados; después, escuchó las instrucciones de Frolitz y una o dos respuestas apenas musitadas. Frolitz hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, elevó el codo y una vez más se produjo el milagro con el que estaba tan familiarizado: del caos surgió la música.