CAPÍTULO XII
—He seguido tus instrucciones —le dijo Brise a Etzwane—. Aun Sharah conoce la emboscada de Mirk. No es un trabajo para el que me considere muy adecuado.
—Yo tampoco. Pero el trabajo tenía que ser hecho. Ahora, esperaremos los acontecimientos.
Los informes llegaban cada hora al despacho de Etzwane. Una columna de roguskhoi formada por cuatro grupos que comprendían todas las fuerzas que habían tratado de someter la zona nordoriental de Shant, marchaba hacia el sur por el valle del Mirk, acompañada por un número desconocido de mujeres cautivas. Los Valerosos Hombres Libres, montados a caballo, hostigaban a los roguskhoi por los flancos y por la retaguardia, y ellos mismos sufrieron bajas como consecuencia de los contraataques de los roguskhoi; el camino seguido por la columna quedaba marcado por una línea de cuerpos abandonados.
La horda se aproximó a Bashon, donde el templo, desierto y abandonado, ya estaba experimentando las primeras fases del desmoronamiento.
La columna se detuvo en el Rhododendron Way. Seis jefes, que se distinguían por los petos de metal que colgaban de su pecho, conferenciaron y decidieron avanzar por el valle del Mirk hacia el Hwan. Sin embargo, no se produjo ninguna indecisión entre ellos; giraron hacia el este, a lo largo del Rhododendron Way, pasando bajo los grandes árboles oscuros. Al escuchar estas noticias, Etzwane recordó a un urquino llamado Mur que tocaba su instrumento en el polvo blanco, bajo aquellos mismos árboles. Al final del Rhododendron Way, cuando se encontraron con el campo abierto ante ellos, los jefes se detuvieron de nuevo a conferenciar. Se pasó una orden a lo largo de toda la columna. Un grupo de guerreros salió del camino, introduciéndose en la maleza que lo bordeaba. La amenaza de sus cimitarras impedía una persecución demasiado estrecha por parte de la caballería, que ahora se tuvo que retirar, esperándolos hacia el norte o hacia el sur del camino.
Los roguskhoi abandonaron el camino principal y se deslizaron por el sur hacia las primeras colinas del Hwan. Sobre ellos se elevaban los riscos de Kozan, una sierra de piedra caliza gris, agujereada por antiguas cavernas y túneles.
Los roguskhoi se aproximaron a los riscos. Desde el oeste se les acercó una compañía de Valerosos Hombres Libres; desde el este avanzaba la caballería que había estado hostigando su retaguardia. Los roguskhoi se lanzaron hacia el Hwan pasando muy cerca de los riscos de Kozan. Desde el interior de las cuevas y túneles surgieron de pronto los resplandores de las armas de fuego. Desde el este siguió aproximándose la caballería de los Valerosos Hombres Libres; y lo mismo sucedía por el oeste.
Unos carteles de colores púrpura, verde, azul pálido y blanco anunciaban la formación del nuevo gobierno de Shant:
«Los Valerosos Hombres Libres han liberado nuestro país. Nos regocijamos por ello y celebramos la unidad de Shant. Graciosamente, el Anomo ha dado paso a un gobierno abierto y responsable, compuesto por una Cámara Purpúrea de Patricios, y una Cámara Verde de los Cantones. Ya se han proclamado tres manifiestos:
»No habrá más collares.
»El programa de contratos va a ser reformado en profundidad.
»Los sistemas religiosos no podrán cometer más crímenes.
»Los patricios purpúreos incluyen a las siguientes personas.»
A continuación se citaban los nombres de los directores y sus funciones. Gastel Etzwane, director general, fue nombrado director ejecutivo. El segundo director general era Jerd Finnerack. San-Sein fue nombrado director de Asuntos Militares.
Aun Sharah ocupaba el piso superior de una antigua estructura de cristal azul y blanco situada tras la plaza de la Corporación, casi debajo de Ushkadel. Su despacho era muy grande, aunque estaba casi excéntricamente desprovisto de muebles. La elevada pared norte estaba compuesta exclusivamente por claros paneles de cristal. La mesa de trabajo se encontraba en el centro del despacho. Aun Sharah estaba sentado mirando hacia el norte, a través de las grandes vidrieras. Cuando Etzwane y Finnerack penetraron en el despacho, hizo una cortés inclinación de cabeza hacia ellos y se levantó. Durante cinco segundos reinó un tenso silencio; los tres permanecieron en pie, cada uno manteniendo su actitud, en la gran habitación casi vacía. Etzwane fue el primero en hablar y lo hizo solemnemente:
—Aun Sharah, nos hemos visto obligados a llegar a la conclusión de que estás trabajando en contra de los intereses de Shant.
Aun Sharah sonrió, como si Etzwane hubiese dicho un cumplido.
—Resulta difícil agradar a todo el mundo.
Finnerack avanzó un paso con lentitud, pero después volvió a retirarse, sin decir nada.
Etzwane, algo perplejo por la actitud de Aun Sharah, dijo:
—Hemos podido comprobar los hechos. Sin embargo, nos sentimos intrigados por conocer tus motivaciones. Al favorecer la causa de los roguskhoi ¿qué ganabas? ¿De qué te servía?
—¿Han quedado demostrados los hechos? —preguntó Aun Sharah, que seguía sonriendo de un modo muy peculiar, según pensó Etzwane.
—Por completo. Tus pasos han sido estrechamente vigilados desde hace varios meses. Avisaste a Shirge Hillen del Campo Tres, para que me asesinara; después, utilizaste espías para que siguieran mis movimientos. Como supervisor para Materiales y Suministros has disminuido sustancialmente y en varias ocasiones nuestros esfuerzos de guerra, dirigiéndolos hacia proyectos no esenciales. La emboscada que planeaste contra los Valerosos Hombres Libres en el desembarco de Thran sólo falló por simple casualidad. Pero ha sido en la acción de los riscos de Kozan donde hemos obtenido las pruebas decisivas. Fuiste informado de que el desfiladero de Mirk estaría guardado, con lo que los roguskhoi se apartaron a un lado y fueron así destruidos. Se ha podido establecer de ese modo tu culpabilidad. Sin embargo, tus motivaciones son causa de perplejidad.
Los tres volvieron a quedar en silencio, en el centro de la enorme habitación.
—Sentaos, por favor —invitó Aun Sharah con un gesto agradable—. Habéis dicho tal cantidad de estupideces, que mi mente está confundida y mis rodillas se sienten débiles —Etzwane y Finnerack permanecieron en pie; Aun Sharah se sentó y tomó pluma y papel—. Por favor, repite tus acusaciones, si no te importa.
Así lo hizo Etzwane, y Aun Sharah las fue anotando.
—Cinco en total. Y ninguna de ellas tiene consistencia alguna. Muchos hombres han sido destruidos por mucho menos.
—Entonces, ¿te atreves a negar los cargos? —preguntó Etzwane, perplejo.
—Permíteme preguntarte más bien si puedes probar alguna de esas acusaciones —dijo Aun Sharah, manteniendo su curiosa sonrisa.
—Claro que podemos —contestó Finnerack.
—Muy bien —dijo Aun Sharah—. Las iremos considerando una tras otra, pero llamemos antes al jurista Mialambre:Octagon para sopesar las pruebas, así como al director de Transportes.
—No veo ningún inconveniente en que se haga así —admitió Etzwane—. Vayamos todos a mi despacho.
Una vez reunidos en el antiguo despacho, Aun Sharah invitó a todos a sentarse como si les hubiera convocado para celebrar una conferencia. Después, dirigiéndose a Mialambre, dijo:
—Hace apenas media hora, Gastel Etzwane y Jerd Finnerack entraron en mi despacho y me lanzaron cinco acusaciones distintas, cada una de ellas tan importante que sospeché de su sano juicio. Las acusaciones son las siguientes —Aun Sharah leyó a continuación la lista que él mismo había escrito—. La primera acusación en el sentido de que avisé a Shirge Hillen de la llegada de Etzwane no es más que una sospecha infundada, y lo peor de ella es que Etzwane no intentó encontrar una solución alternativa. Yo le sugerí que investigara las oficinas de la empresa de globos, pero él no quiso hacerlo. Por mi parte, hice unas pocas preguntas y al cabo de veinte minutos sabía que un tal Parway Harth había enviado un mensaje algo ambiguo e intempestivo que Shirge Hillen pudo haber entendido como una orden de matar a Gastel Etzwane. Puedo demostrarlo de tres modos distintos: a través de Parway Harth, a través del subordinado que llevó el mensaje al despacho de radio de la empresa de globos y a través de los ficheros de la propia oficina de la empresa.
»En cuanto a la segunda acusación, la de que ordené que espiaran a Gastel Etzwane, seguramente se está refiriendo a una vigilancia realizada por uno de mis hombres. Se trató simplemente de un acto de interés casual. No niego esa acusación; simplemente afirmo que es algo demasiado trivial como para tener algún significado.
»La tercera acusación afirma que, como supervisor de Materiales y Suministros, he disminuido en varias ocasiones el esfuerzo de guerra. En otros cientos de ocasiones he aumentado ese mismo esfuerzo de guerra. Me quejé a Gastel Etzwane, diciéndole que mi capacidad no se encontraba precisamente en esa dirección, a peor de lo cual, él se limitó a ignorar mi afirmación. Si el esfuerzo de guerra sufrió por algo, la responsabilidad es suya. En cuanto a mí, hice todo lo que pude.
»Veamos ahora las acusaciones cuarta y quinta, en el sentido de que organicé la emboscada de los roguskhoi en Thran y de que intenté traicionar un plan que se pensaba llevar a cabo en el valle del Mirk. Hace unos días pasé por el despacho del director Brise. De una forma muy peculiar y desconcertante me hizo una extraña insinuación sobre una emboscada en el valle del Mirk. Yo soy, por naturaleza, una persona que, habituada a la intriga, sospecho con facilidad. Detecté inmediatamente un complot y así se lo dije a Brise; insistí, además, en que no me dejara solo ni un instante, ni de día ni de noche; debía asegurarse por completo de que yo no había transmitido ninguna información. Le convencí de que ése era su deber para con Shant, y de que, si era cierto que la emboscada iba a ser traicionada, debíamos descubrir al culpable. Para hacerlo así, teníamos que ser capaces de demostrar mi inocencia, fuera de toda duda. Él es un hombre razonable y honorable, y se mostró de acuerdo con mi análisis de la situación. Y ahora te pregunto a ti, Brise. Durante el período en cuestión, ¿informé a alguien, en cualquier momento, de cualquier cosa?
—No lo hizo —contestó Brise—. Estuvo sentado en mi despacho, en mi compañía y en la de mis ayudantes, durante dos días completos. No se comunicó con nadie, ni informó a nadie sobre la emboscada.
—Recibimos noticias del transcurso de la batalla de Kozan —siguió diciendo Aun Sharah—. Entonces, Brise me confesó que se culpaba a sí mismo por el hecho de que se hubiera llegado a sospechar de mí. Y me informó de la conversación mantenida con Gastel Etzwane.
»Ahora comprendo que se me ha relacionado con la emboscada de Thran por una simple pregunta y una sencilla respuesta. Le pedí a Brise que enviara naves a Oswiy y me contestó que no, que yo debía enviar mis mercancías a Maurmouth. Sobre esta base tan débil se ha llegado a suponer mi culpabilidad en relación con la emboscada de Thran. La idea es inverosímil, aunque remotamente posible, excepto por un hecho secundario que, una vez más, Gastel Etzwane no tuvo en cuenta. Esa pregunta y esa respuesta, con mil variaciones, se ha convertido en una especie de broma muy usual entre Brise y yo cuando nos encontramos para coordinar nuestras funciones. Yo le pedía transporte para un lugar; él me contestaba que era imposible y que fuera a buscar el transporte a otro sitio diferente. ¿No era así, Brise?
—Así es, en efecto —contestó Brise con un tono de voz molesto—. Puede que en un mismo día la pregunta y la respuesta se repitieran cinco veces. Aun Sharah no podría haber deducido nada significativo de las observaciones concernientes a Oswiy y Thran. Informé de la cuestión a Gastel Etzwane porque así me lo pidió él, aunque por mi parte fui incapaz de relacionarlas con nada.
—¿Tienes alguna otra acusación que hacerme? —preguntó Aun Sharah, dirigiéndose a Etzwane.
—Ninguna —contestó Etzwane con una risa forzada—. Soy claramente incapaz de hacer un juicio racional sobre cualquier persona o cosa. Te pido disculpas y haré los mejores arreglos que pueda. A partir de ahora, tengo que considerar muy seriamente la posibilidad de dimitir de mi cargo en la Cámara Purpúrea.
—Vamos —dijo Mialambre:Octagon con un gruñido—, esta cuestión no tiene por qué ir más lejos de lo que ha ido. Ahora no tenemos tiempo para actos extravagantes.
—Excepto en esta única cuestión —dijo Aun Sharah—: Me has hablado de arreglos. Si estás hablando en serio, devuélveme a mi propio trabajo; devuélveme la dirección de los discriminadores.
—Por lo que a mí respecta —dijo Etzwane— son tuyos, al menos los que quedan, porque Finnerack ha vuelto el lugar del revés.
Los roguskhoi ya habían sido rechazados a las tierras salvajes y la guerra pareció detenerse durante un período. Finnerack presentó a Etzwane su informe sobre la situación.
—Están como en una fortaleza inexpugnable. Nuestro radio de penetración es de unos treinta kilómetros; más allá de esa línea, los roguskhoi se rearman, se reagrupan y probablemente reconsideran su estrategia.
—Hemos capturado miles de cimitarras —musitó Etzwane—; son de una aleación desconocida para Shant. ¿Cuál es la fuente de suministros? ¿Es que disponen de fundiciones en lo más intrincado del Hwan? Es un gran misterio.
—Ahora nuestra estrategia es evidente —dijo Finnerack con un indiferente asentimiento de cabeza ante las observaciones de Etzwane—. Tenemos que organizar toda nuestra capacidad de combate para ocupar gradualmente el Hwan. Se trata de una tarea monótona y complicada, pero ¿acaso existe otro método?
—Probablemente no —contestó Etzwane.
—Entonces, arrojemos a esos brutos hacia Palasedra. ¡Y que sean los palasedranos los que se encarguen de conjurar el peligro!
—Suponiendo que los palasedranos sean los responsables, y eso todavía está por probar.
Finnerack se le quedó mirando, lleno de asombro.
—¿Quiénes pueden ser los responsables de todo, sino los palasedranos?
—¿Quién sino Aun Sharah? Ya he aprendido mi lección.