CAPÍTULO IX

Transcurrieron los días. Etzwane alquiló una suite en el cuarto piso del Roseale Hrindiana, en la parte oriental de la plaza de la Corporación, a tres minutos a pie del edificio del Jurisdiccionario. Finnerack se trasladó con él, pero dos días más tarde alquiló una suite algo menos lujosa en las Torres Paganas, al otro lado de la plaza. Los placeres de la riqueza no ejercían ninguna clase de fascinación sobre Finnerack; sus comidas eran espartanas; no bebía vino ni licores; todo su guardarropa consistía en cuatro vestidos relativamente sencillos, en cada uno de los cuales predominaba el color negro. En cuanto a Frolitz, llevó a su compañía, sin ninguna ceremonia, a la posada Púrpura. Mialambre:Octagon reunió a un equipo de asesores, aunque no había superado aún todos sus recelos sobre los cambios que tendría que introducir en Shant.

—Nuestro objetivo no es la uniformidad —decía Etzwane—. Sólo reprimiremos aquellas instituciones que convierten en víctimas a los desamparados; a las teologías grotescas; al sistema de contratos forzados; a las antiguas casas de Cape. Si antes el Anomo obligaba a cumplir la ley, ahora se convertirá en una fuente de recursos.

—En cuanto dejen de utilizarse los collares, la función del Anomo tendrá que cambiar necesariamente —indicó Mialambre con un tono de voz seco—. El futuro es impredecible.

Dystar había emprendido su propio camino, sin decir nada a nadie.

¿Mialambre:Octagon o Dystar el druitino? Cualquiera de ellos podría ocupar el puesto del Anomo; a cada uno de ellos le faltaba la fortaleza del otro… Etzwane hubiese deseado poder tomar una decisión rápida y dejar de preocuparse; en cuanto a él, no le gustaba tener tanta autoridad.

Mientras tanto, Finnerack reorganizó a los discriminadores con un entusiasmo brutal. Desaparecieron las modas y antiguas rutinas; quienes perdían el tiempo, perdieron también su empleo, incluyendo a Thiruble Archenway; los departamentos y despachos se consolidaron. La nueva Agencia de Información atrajo especialmente el interés de Finnerack, dando lugar a una situación que a veces provocaba los recelos de Etzwane. Mientras conferenciaba con Finnerack en su despacho, Etzwane estudio su forma enjuta, el rostro nudoso, la boca con un rictus hacia abajo, los grandes ojos azules, y se preguntó cómo sería el futuro. Ahora, Finnerack no llevaba collar. La autoridad de Etzwane sólo llegaba hasta el punto en que el propio Finnerack quisiera admitirla.

Dashan de Szandales entró en el despacho con una bandeja de refrescos. Finnerack, recordando de pronto una de sus citas, le hizo una pregunta:

—¿Han venido ya los hombres que pedí?

—Sí, están aquí —contestó Dashan con un tono de voz lacónico; no le gustaban las órdenes bruscas.

—Hazles pasar al despacho de atrás. Estaremos allí dentro de cinco minutos.

Dashan abandonó el despacho. Etzwane la observó con una maliciosa media sonrisa mientras salía. Finnerack sería un hombre difícil de controlar. Sería perder el tiempo discutir con él para que mostrara una mayor delicadeza.

—¿A qué hombres te refieres? —preguntó Etzwane.

—Son los últimos del fichero. Ya has visto a todos los demás.

Etzwane casi se había olvidado de Aun Sharah, quien, en su puesto actual, se encontraba sin duda alguna lejos de los resortes del poder.

Los dos se dirigieron hacia el despacho de atrás. Allí esperaban catorce hombres: los seguidores y espías del fichero informal de Aun Sharah. Etzwane pasó de uno a otro, tratando de recordar las facciones exactas del rostro que viera por la ventanilla del vehículo que les siguió: una nariz recta y dura, una mandíbula cuadrada, unos ojos grandes y de mirar duro.

Frente a él se encontraba un hombre con aquellas características. Etzwane le preguntó:

—¿Cuál es tu nombre, por favor?

—Soy Ian Carle.

—Gracias —dijo Etzwane, dirigiéndose al resto—, no necesito nada más de vosotros —después añadió—: Carle, ven a mi despacho, por favor.

Avanzó él primero, seguido de Carle y de Finnerack, que cerró la puerta tras él. Etzwane indicó un sofá a Carle y éste obedeció, sentándose en silencio.

—¿Has estado alguna vez en este despacho con anterioridad? —le preguntó Etzwane.

Durante unos segundos, Carle miró con fijeza a Etzwane; finalmente contestó:

—Sí.

—Quisiera saber algo del trabajo que realizabas antes —dijo Etzwane—. Mi autoridad para hacerte estas preguntas procede directamente del Anomo. Te puedo mostrar la autorización si lo deseas. No se pone en tela de juicio tu propia conducta.

Ian Carle hizo un gesto de asentimiento, sin expresar ninguna emoción.

—Hace poco tiempo —siguió diciendo Etzwane—, se te ordenó que esperaras el globo Aramaad, en la estación de Garwiy; que identificaras allí a cierta persona, de hecho yo mismo, y que la siguieras hasta su destino. ¿No es cierto?

—Así es, en efecto —contestó Carle tras una breve duda de sólo un par de segundos.

—¿Quién te dio esas instrucciones?

—El entonces discriminador jefe, Aun Sharah —contestó Carle inexpresivamente.

—¿Te indicó los motivos o alguna razón para realizar dicha tarea?

—No. No solía hacerlo.

—¿Cuáles fueron exactamente sus instrucciones?

—Tenía que seguir al hombre designado, observar con quién se encontraba; si en alguna parte me encontraba con el hombre alto de pelo blanco, tenía órdenes de abandonar a Gastel Etzwane y seguir al hombre del pelo blanco. Naturalmente, también debía recoger todo tipo de información suplementaria.

—¿Cuál fue tu informe?

—Informé que el sujeto en cuestión, que evidentemente sospechaba, no tuvo ninguna dificultad en descubrirme, intentando incluso establecer contacto físico conmigo, lo que evité con rapidez.

—¿Qué otras instrucciones te dio Aun Sharah?

—Me ordenó que me situara cerca del palacio de Sershan, que fuera discreto en todo momento y que ignorara al sujeto anterior, observando si acudía el hombre de pelo blanco.

Etzwane tomó asiento entonces en el sofá y se quedó mirando a Finnerack, quien cruzados los brazos se había mantenido tras él con la mirada fija en el rostro de Ian Carle. Etzwane se sentía intrigado. Habían conseguido la información, con lo que las actividades de Aun Sharah quedaban al descubierto. ¿Había alguna cosa que Finnerack hubiera visto o percibido y él no?

—¿Presentaste algún otro informe a Aun Sharah? —preguntó Etzwane.

—Ningún otro. Cuando acudí con mi información, Aun Sharah ya no era discriminador jefe.

—¿Con tu información? —preguntó Etzwane—. ¿Qué información traías en ese caso?

—Era de naturaleza general. Vi a un hombre de pelo gris y de estatura mediana abandonar el palacio de Sershan y supuse que podría ser la persona en cuestión. Le seguí hasta la posada de Fontenay, donde le identifiqué como Frolitz, un músico. Volví después por la avenida de las Gallas, donde me crucé contigo y con este caballero, cerca de la fuente. Cuando giré por el Camino Medio, me encontré con un hombre alto, de pelo blanco que caminaba hacia el este. Tomó un vehículo y pidió que le llevaran al Esplendor de Gebractya. Le seguí todo lo rápidamente que pude, pero ya no conseguí volver a encontrarle.

—¿Has vuelto a ver desde entonces al hombre del pelo blanco o a Aun Sharah?

—No, a ninguno de los dos.

Etzwane pensó que Aun Sharah había conseguido una descripción de Ifness, por quien, evidentemente, sentía un gran interés. Ifness había regresado a la Tierra; el hombre del pelo blanco a quien siguió Ian Carle probablemente era un esteta.

—¿Qué ropas llevaba puestas el hombre alto del pelo blanco? —preguntó Etzwane.

—Una capa gris, y un manto también gris y suelto.

Aquéllas eran las ropas preferidas de Ifness.

—¿Era un esteta? —preguntó Etzwane.

—Creo que no. Se comportaba como un hombre que procediera de otro cantón.

Etzwane trató de recordar algunas características peculiares por las que Ifness pudiera ser reconocido.

—¿Puedes describirme su rostro? —preguntó.

—No en detalle.

—Si le vuelves a ver, comunícamelo inmediatamente.

—Como quieras.

Ian Carle se marchó y Finnerack habló con un tono de voz cortante.

—Aquí tenemos a Aun Sharah, alto supervisor para Materiales y Suministros. Propongo ahogarle esta misma noche en el Sualle.

Uno de los peores defectos de Finnerack, reflexionó Etzwane, era su intemperancia y sus reacciones excesivas, lo que hacía que tratar con él fuese una constante lucha por moderar su temperamento.

—Él se limitó a hacer lo que tú o yo mismo habríamos hecho en su lugar —observó Etzwane secamente—: Reunir información.

—¡Oh! ¿Y qué me dices del mensaje enviado a Shirge Hillen, en el Campo Tres?

—No se ha demostrado que lo enviara él.

—¡Bah! Cuando era niño, trabajé en el pequeño terreno de mi padre. Cuando encontraba una mala hierba, la apartaba. No la miraba, ni esperaba a que pudiese convertirse en una planta. Me desembarazaba de ella inmediatamente.

—Primero tenías que asegurarte de que era una mala hierba —observó Etzwane.

Finnerack se encogió de hombros y se dispuso a abandonar el despacho, en el que poco después entró Dashan de Szandales. Miró temblorosamente las espaldas de Finnerack, que ya se alejaba.

—Ese hombre me atemoriza. ¿Va siempre vestido de negro?

—Es un hombre para quien parece que se inventó la persistencia y la fatalidad del color negro.

Etzwane sentó a la muchacha sobre sus piernas y ella se quedó allí un instante, para ponerse después de pie.

—Eres un terrible mujeriego. ¿Qué diría mi madre si supiera cómo van las cosas?

—A mí sólo me interesa saber lo que dice la hija.

—La hija dice que un hombre de las tierras salvajes ha traído una jaula con animales salvajes y que esas bestias esperan en la rampa de descarga.

El superintendente de la estación de Conceil Siding había traído a los diablillos roguskhoi a Garwiy.

—Ha pasado un mes desde que nos vimos en las tierras salvajes —dijo—. Tuviste entonces ocasión de ver a mis pequeñas bestias. ¿Qué te parecen ahora?

Los pequeños diablos que Etzwane viera en Conceil Siding habían crecido poco más de treinta centímetros. Ahora, le miraban fijamente desde detrás de las rejas de la jaula.

—No eran precisamente ángeles de placer —observó el superintendente—. Ahora, están en camino de convertirse en verdaderos amigos. A la derecha está Musel; a la izquierda Erxter.

Las dos criaturas miraban fijamente a Etzwane con un nada disimulado antagonismo.

—Pon el dedo entre los barrotes y te lo arrancarán de un mordisco —dijo el superintendente con entusiamo—. Son seres inferiores, como el pecado, y no hay que darle más vueltas al asunto. Al principio pensé en tratarles bien y ganármelos. Los alimenté con tidbits; los trasladé a un lugar limpio; les silbé pequeñas melodías. Traté de enseñarles a decir algo y pensé recompensar el buen comportamiento con cerveza. De nada sirvió. Cada uno de ellos me atacaba con uñas y dientes en cuanto se le presentaba la oportunidad. Así que entonces creí haber descubierto el truco de la cuestión. Les separé y seguí favoreciendo y cuidando a Erxter. En cuanto al otro, el pobre Musel, le traté como a una vaca. Cuando me hacía algo, le pegaba una buena bofetada. Cuando intentaba morderme la mano, le pegaba con un palo. ¡Son muchas las palizas que se ha ganado y que ha recibido! Mientras tanto, Erxter comía de lo mejor y dormía a la sombra. ¿Y crees que al final del experimento se pudo apreciar alguna diferencia en su estado salvaje? Absolutamente ninguna. Todo seguía estando como al principio.

—Hummm —Etzwane se hizo atrás cuando los dos salvajes se acercaron a las rejas—. ¿Hablan? ¿Pronuncian alguna palabra?

—Ninguna. Si me comprenden, no dan señal alguna de hacerlo. No cooperarán, ni realizarán siquiera la tarea más pequeña, ni por amor, ni por hambre. Se zampan todo lo que les echo, pero preferirían morirse de hambre antes que levantar un solo dedo para conseguir carne. ¡Son unos demonios! —pasó rápidamente los dedos por los barrotes de la jaula—. ¿No os gustaría comerme la mano? —después, volviéndose a Etzwane añadió—: Los bribones ya conocen la diferencia entre hombre y mujer. Deberías verles menearse en cuanto pasa una mujer, y eso que son muy jóvenes. Son una desgracia.

—¿Cómo reconocen a una mujer? —preguntó Etzwane.

—¿Cómo se reconoce a una mujer? —volvió a preguntar el superintendente, intrigado.

—Si, por ejemplo, pasara ante ellos un hombre vestido con ropas de mujer o una mujer vestida con ropas de hombre, ¿qué pasaría?

El superintendente sacudió la cabeza, admirado ante la sutileza de Etzwane.

—No sé absolutamente nada de eso.

—Es algo que tendremos que saber —dijo Etzwane.

Los carteles aparecieron por todo Shant, en azul oscuro, escarlata y blanco.

«Para luchar contra los roguskhoi se ha formado un cuerpo especial:

»LOS VALEROSOS HOMBRES LIBRES.

»No llevan collares.

»Si eres valiente.

»Si quieres desembarazarte de tu collar.

»Si quieres luchar por Shant.

»Estás invitado a unirte a los Valerosos.

»Hombres Libres. Un cuerpo de élite.

»Preséntate en la agencia de la ciudad de Garwiy.»