—La primera gran expedición a Marte —dijo el profesor de historia—, la que siguió a la exploración preliminar de naves tripuladas por un solo hombre, y que aspiraba a establecer una colonia permanente, hizo que surgieran una gran cantidad de problemas. Uno de los más complicados fue: ¿Cuántos hombre® y cuántas mujeres debían formar parte de las treinta personas que compondrían el personal de la expedición?

»Existían tres líneas de pensamiento sobre la cuestión.

»Una de ellas afirmaba que la nave debía ser tripulada por quince hombres y quince mujeres, muchos de los cuales encontrarían, sin duda alguna, compañeros adecuados entre los demás, lo que contribuiría a que la colonia iniciara rápidamente su progreso.

»Otra idea era la de que la nave debía llevar a veinticinco hombres y a cinco mujeres, siempre y cuando todos estuvieran dispuestos a renunciar a sus inclinaciones monógamas, sobre la base de que cinco mujeres podrían satisfacer fácilmente las necesidades sexuales de veinticinco hombres, haciéndoles felices, mientras que veinticinco hombres podrían hacer mucho más felices aún a cinco mujeres.

»La tercera línea de pensamiento era la de que la expedición debía estar compuesta por treinta hombres, sobre la base de que, en tales circunstancias, los hombres podrían concentrarse mucho mejor en su trabajo. Y se argumentó que, como al cabo de un año aproximadamente a la primera nave le seguiría una segunda expedición, y puesto que ésta estaría compuesta en su mayor parte por mujeres, a los hombres de la primera no les sería demasiado duro mantenerse célibes durante ese tiempo. Sobre todo, teniendo en cuenta que ya estaban acostumbrados a ello. Las dos escuelas para cadetes del espacio, una para hombres y otra para mujeres, segregaban rígidamente los sexos.

»El director del programa de Viajes Espaciales solucionó la discusión con un recurso bien simple. El… ¿Sí, señorita Ambrose?

Una de las chicas de la clase había levantado la mano.

—Profesor, esa expedición a la que se refiere, ¿fue la dirigida por el capitán Maxon? ¿El que todos llamaban Maxon el Poderoso? ¿Podría decirnos cómo es que le pusieron ese apodo?

—A eso voy, señorita Ambrose. En las escuelas de grado inferior se les ha contado a ustedes la historia, pero no en su totalidad. Ahora, ya tienen edad suficiente para escucharla.

»El director del programa de Viajes Espaciales solucionó la discusión y cortó el nudo gordiano al anunciar que el personal de la expedición sería elegido por sorteo, independientemente de su sexo, entre las escuelas de graduados de las dos academias espaciales. No cabe la menor duda de que, personalmente, él favorecía una composición a base de veinticinco hombres y cinco mujeres… porque en las clases de graduados de los hombres había quinientos, mientras que en las de las mujeres sólo había unas cien. Por la ley de probabilidades, el índice de ganadores debía haber sido aproximadamente de cinco hombres por cada mujer.

»Sin embargo, la ley de probabilidades no siempre funciona en una serie particular de elementos. Y así ocurrió que, en este caso particular, veintinueve mujeres ganaron un puesto en el sorteo, mientras que sólo un hombre ganó.

»Casi todo el mundo protestó enérgicamente, excepto, claro está, los ganadores; pero el director se mantuvo en sus trece: el sorteo había sido honrado y se negó a cambiar la situación de cualquiera de las ganadoras. Su única concesión, con objeto de calmar el ego masculino, fue nombrar a Maxon, el único hombre, capitán de la expedición. La nave despegó y realizó un viaje excelente.

»Más tarde, cuando desembarcó la segunda expedición, sus componentes se encontraron con que la población original se había duplicado. Exactamente duplicado… Cada mujer miembro de la expedición había tenido un niño, y una de ellas tuvo mellizos, con lo que había exactamente treinta niños.

»Sí, señorita Ambrose, ya veo su mano, pero permítame terminar. No, no hay nada de espectacular en lo que acabo de contarles. Aunque muchas personas puedan pensar que en todo este asunto hubo un notable relajamiento de la moral, para un hombre, y disponiendo del tiempo suficiente, no es ninguna hazaña dejar embarazadas a veintinueve mujeres.

»Lo que le ganó su apodo al capitán Maxon fue el hecho de que, gracias a su capacidad de trabajo y a las informaciones enviadas, los preparativos de la segunda nave se llevaron a cabo con mucha mayor rapidez, y la segunda expedición no llegó al cabo de un año, sino nueve meses y dos días después de la primera.

»¿Contesta eso su pregunta, señorita Ambrose?