CAPÍTULO VIII
En la noche de Garwiy, coloreada de ciruela, Etzwane y Finnerack emprendieron el camino hacia la posada de Fontenay. En una mesa algo retirada, Frolitz y los miembros de la compañía de músicos tomaban una cena de judías grandes y queso, a la que se unieron Etzwane y Finnerack. Frolitz se encontraba de mal humor.
—Las manos de Gastel Etzwane están cansadas y parecen inútiles. Como tus actividades exteriores parecen ser más importantes que el bienestar de la compañía, no te pediré que toques un instrumento. Si así lo deseas, puedes golpear los tambores o dar de vez en cuando algún otro chasquido con los dedos.
Etzwane se contuvo y no dijo nada. Después de la cena, cuando los músicos sacaron sus instrumentos, Etzwane se les unió en el estrado. Frolitz adoptó una actitud de asombro.
—¿Qué es esto? ¿El gran Gastel Etzwane nos favorece con su presencia? Nos sentimos profundamente agradecidos. ¿Serías tan amable de tomar tu cuerno de madera? Esta noche, yo mismo tocaré el khitan.
Etzwane sopló en la familiar y vieja boquilla y pulsó los botones de plata de los que antes se sintiera tan orgulloso. ¡Qué extraño! ¡Ahora se sentía tan diferente! Las manos eran las mismas; los dedos seguían sus órdenes, moviéndose arriba y abajo, apretando los botones, pero la posición parecía más elevada y la perspectiva mucho mayor, y tocó con un casi imperceptible alargamiento de la tensión.
Durante un descanso, Frolitz se acercó a los músicos en un estado de gran excitación.
—Fijaos en el hombre que está en aquella esquina alejada… ¿Sabéis quién está sentado allí, en silencio, sin su instrumento? ¡El druitino Dystar!
Todos los músicos volvieron sus miradas hacia la austera silueta, preguntándose cada uno de ellos cómo habría sonado su música en los oídos del gran druitino.
—Le he preguntado por qué ha venido aquí —dijo Frolitz—, y me ha contestado que ha venido por voluntad del Anomo. Le pregunté también si quería tocar música con nosotros y me contestó que sí, que sería un placer, que nuestro trabajo le había puesto de buen humor. De modo que ahora va a venir a unirse a nosotros. Etzwane, al gastaing. Yo tocaré el cuerno de madera.
—Por fin tocas al lado de tu padre —le dijo Fordyce en voz baja, al lado de Etzwane—. ¿Sigue él sin saberlo?
—Aún no lo sabe —dijo Etzwane, cogiendo el gastaing.
Era un instrumento de un tono más profundo que el khitan, con una resonancia plañidera que debía permanecer bajo el control de la sordina si no se quería superar la armonía. Al contrario de lo que les sucedía a muchos músicos, a Etzwane le gustaba el gastaing, así como las sutilidades que podía conseguir un experto, pulsando y dejando ir la sordina.
Los músicos cogieron sus instrumentos y esperaron de pie; era la señal de respeto convencional dirigida a un músico de la categoría de Dystar. Frolitz abandonó el estrado y se dirigió hacia Aun Sharah, habló con él un momento y los dos regresaron juntos. Dystar se inclinó ante los músicos y su mirada se detuvo por un instante, pensativa, sobre Etzwane. Después, cogió el khitan de Frolitz, pulsó una cuerda, inclinó la cabeza y comprobó el estado de la caja. De acuerdo con sus prerrogativas, inició una tonada, una agradable melodía, decepcionantemente simple.
Frolitz y Mielke, en el toque de trompeta, tocaron notas bajas, llevando mucho cuidado de mantener la misma armonía, mientras el guizol y el gastaing arrancaban modestos acentos. La música siguió sonando y la primera tonada terminó: no había sido más que un ejercicio en el que cada participante se había limitado a explorar el ambiente musical… Dystar relajó su posición y bebió un ligero trago de vino de la copa que le habían dejado a un lado. Hizo un gesto de asentimiento hacia Frolitz que ahora, en compensación, hizo sonar un tema en su cuerno de madera… Una afirmación sardónica, áspera y entrecortada, muy lejos de la fluida claridad del instrumento, que Dystar hizo resaltar con duras y lentas pulsaciones de la caja, y la música continuó y se expandió: una melancólica y deliberada polifonía, en la que se podía escuchar con toda claridad cada uno de los instrumentos. Dystar tocaba con tranquilidad, abriendo a cada instante, con su imaginación, nuevas perspectivas a la música… La melodía se rompió y se desplegó, de un modo ya anticipado por todos; Dystar interpretó entonces un asombroso ejercicio que empezó con los registros superiores y fue bajando a través de una extraordinaria combinación de cuerdas, acompañado únicamente por alguna resonancia ocasional del gastaing, que le servía como apoyo; siguió bajando por los registros centrales y superiores, hacia atrás y hacia adelante, como si fuera una hoja cayendo de un árbol; llegó a los tonos más bajos para terminar con un sonido profundo y casi gutural de la caja. En el cuerpo de madera, Frolitz tocó una corchea un intervalo por debajo, que quedó oscilando y murió en la resonancia final del gastaing.
Tal y como exigían los convencionalismos, Dystar dejó su instrumento y se dirigió a una mesa situada a un lado de la sala. Los músicos permanecieron quietos por un instante. Frolitz se quedó un momento pensativo. Después, con una maliciosa sonrisa en los labios, tendió el khitan a Etzwane.
—Tocaremos ahora algo lento y tranquilo. ¿Cuál es esa pieza nocturna del viejo Morningshore? Zitrinilla… tercer modo. Sed todos muy cuidadosos con el descanso del segundo compás. Etzwane marcará el tiempo y el comienzo.
Etzwane torció el instrumento y ajustó la caja. Sabía muy bien que el malicioso Frolitz le había empujado a una situación ante la que retrocedería el hombre más sensible: tocar el khitan después de que lo hubiera hecho Dystar, y tras sus brillantes improvisaciones. Etzwane se detuvo un momento para pensar el camino que seguiría a través de la tonada. Pulsó una cuerda y tocó la introducción a un ritmo algo más lento de lo usual.
La tonada siguió su curso, triste y melancólica, hasta que llegó a su fin. Frolitz tocó entonces una frase para señalar una variación a un ritmo diferente. Etzwane se encontró entonces tocando solo, precisamente la situación que había esperado evitar; ahora, tenía que esforzarse para no desmerecer frente a Dystar. Tocó lentamente las cuerdas, introduciendo rápidamente la sordina, creando así un modelo de sonido y silencio que le pareció interesante y que volvió a interpretar a la inversa. Resistiendo la tentación de adornar el pasaje, tocó una música más bien majestuosa. Los demás músicos le acompañaron entonces con notas bajas que no tardaron en convertirse en un amplio tema que subía como una ola sobre el khitan, desvaneciéndose después. Etzwane tocó a continuación una serie de acordes desarmónicos y una suave resolución final, con la que terminó la interpretación. Dystar se levantó e hizo una señal a todos los músicos para que se acercaran a su mesa.
—Sin ninguna duda —dijo Dystar—, he aquí a la primera compañía de músicos de Shant. Todos son fuertes, todos utilizan la sensibilidad de la fortaleza. Gastel Etzwane toca como yo no podía haber esperado tocar a su edad; por lo visto, ha tenido mucha experiencia de la vida.
—Es un hombre obstinado —dijo Frolitz—. Tiene un importante futuro en la compañía, pero en lugar de continuar se mezcla con estetas y se ocupa de otras cuestiones que no le conciernen. Y mis consejos no sirven para nada.
—Frolitz se refiere a la guerra contra los roguskhoi —dijo Etzwane con un suave tono de voz—, que ahora ocupa una buena parte de mi atención.
Frolitz extendió los brazos, en un gesto de justificación.
—Acabas de escuchar las palabras de su boca.
—Tienes un importante motivo de preocupación —asintió gravemente Dystar; después, volviéndose a Etzwane, dijo—: En Maschein hablé contigo y con tu amigo, que está sentado allí. Inmediatamente después, recibí órdenes del Anomo de venir aquí. ¿Acaso están relacionadas ambas cosas?
Frolitz miró acusadoramente a Etzwane.
—¿Dystar también? ¿Es que todos los músicos de Shant tienen que lanzarse contra los salvajes antes de que quedes satisfecho? Les pegamos con nuestros tringoletos, les arrojamos los guizols… todo esto es absurdo.
Hizo una señal a los músicos y se volvió hacia el estrado.
—Las observaciones de Frolitz son inoportunas —comentó Etzwane—. De hecho, estoy involucrado en la lucha contra los roguskhoi pero sobre la base siguiente —y a continuación explicó su situación en los mismos términos empleados anteriormente con Finnerack—. Necesito el apoyo de las personas más sabias de Shant y ésa es la razón por la que te he pedido que vengas aquí.
Dystar parecía sentirse suavemente divertido, antes que asombrado o enojado.
—Muy bien, aquí estoy.
Una figura extendió su sombra sobre la mesa. Etzwane levantó la mirada para ver el rostro crudo de Mialambre:Octagon.
—Me siento muy intrigado por tu política —empezó a decir—. Me pides que me reúna contigo en una taberna para discutir cuestiones de política y te encuentro bebiendo licores y tocando con los músicos de la taberna. ¿Es que todo esto no es más que un burdo engaño?
—De ningún modo —afirmó Etzwane—. Éste es Dystar, un druitino eminente y, al igual que tú, un sabio. Dystar, ante ti se encuentra Mialambre:Octagon, que no es músico, sino jurista y filósofo, y cuya ayuda he solicitado.
Mialambre tomó asiento con cierta rigidez. Etzwane se quedó mirando a uno y a otro. Dystar mantenía una actitud imparcial y reservada, siendo antes un observador que un participante; Mialambre, en cambio, parecía astuto, exacto, de la clase de personas que relacionan cada uno de los hechos de la existencia con otro, mediante un sistema basado en la ética de Wale. «Los dos no tienen nada en común —pensó Etzwane—, excepto su integridad; cada uno de ellos puede pensar que el otro es incomprensible; sin embargo, si uno de ellos se convierte en Anomo, tendrá que mandar al otro.» ¿Cuál de ellos? ¿Ninguno…? Etzwane, mirando por encima del hombro, divisó a Finnerack, que se había quedado de pie apoyado en la pared, no lejos de ellos.
Finnerack se había cambiado de ropa, poniéndose una tela cruzada de color negro, apretada en los puños y en los tobillos. Se acercó a la mesa sin cambiar su expresión.
—A pesar de su expresión triste —dijo Etzwane refiriéndose a Finnerack—, es un hombre de gran probidad y competencia. Se llama Jerd Finnerack. Muestra tendencia a emprender acciones enérgicas. Somos un grupo dispar, pero nuestros problemas también se plantean a diversos niveles y, en consecuencia, requieren talentos dispares.
—Todo eso está muy bien; o así lo supongo —dijo Mialambre—, pero sigo pensando que la situación es irregular y que este ambiente es incongruente. Estás tratando todo lo concerniente a Shant con una informalidad mayor de la que utilizaban nuestros mayores para controlar los negocios de nuestro pueblo.
—¿Por qué no? —preguntó Etzwane—. El gobierno de Shant ha sido y es un solo hombre: el Anomo. ¿Qué otra cosa puede ser menos formal? El gobierno viaja con el Anomo. Si él estuviera aquí esta noche, aquí mismo estaría el gobierno.
—El sistema es flexible —admitió Mialambre—. En cuanto a cómo funcione en momentos de tensión, es algo que aún está por ver.
—El sistema depende de los hombres que lo dirigen —dijo Etzwane—, que es como decir nosotros mismos. Hay una gran cantidad de trabajo ante nosotros. Os diré lo que se ha hecho hasta ahora: hemos movilizado las milicias en sesenta y dos cantones.
—Las que no han sido vencidas —observó Finnerack.
—Los técnicos de Garwiy están trabajando en la tarea de concebir armas; al fin, el pueblo de Shant se da cuenta de que los roguskhoi tienen que ser y serán vencidos. La otra cara de la moneda es que no existe ninguna organización para coordinar tanto esfuerzo. Shant es como una bestia extendida, dotada de sesenta y dos brazos, pero sin cabeza. La bestia está desamparada; se mueve y se esfuerza en sesenta y dos direcciones, pero no es ningún gran poder, ni siquiera para los ahulphs que roen su cuerpo.
En el estrado, Frolitz y sus músicos estaban interpretando una suave melodía nocturna, que éste tocaba únicamente cuando se sentía aislado.
—Nuestras deficiencias son reales —dijo Mialambre—. Dos mil años han introducido muchos cambios. Viana Paizafiume rechazó a los de Palasedra con un ejército valiente e incluso feroz. No llevaban collares en aquel entonces; la disciplina tuvo que ser un problema muy grave. A pesar de todo, infligieron terribles pérdidas al enemigo.
—En aquellos tiempos sí que eran hombres —comentó Finnerack—. Vivían como hombres, luchaban como hombres y si era necesario morían como hombres. No seguían «tácticas flexibles», como se llama ahora a las retiradas.
—No los encontraremos iguales en el Shant actual —observó Mialambre, mostrándose de acuerdo con un gesto de asentimiento.
—Y, sin embargo —musitó Etzwane—, eran hombres, ni más ni menos que nosotros mismos.
—Eso no es cierto —insistió Mialambre—. Los hombres de antes eran duros y voluntariosos, responsables únicamente ante sí mismos. En consecuencia eran seres independientes y ahí radicaba su mayor ventaja. Al pueblo actual no se le permiten tales ejercicios; confían más en la justicia del Anomo que en el efecto de su propia fuerza. Son obedientes y leales. En ese sentido, el pueblo antiguo lo era menos. De este modo, hemos perdido y hemos ganado algo.
—Las ganancias no tienen ningún significado si los roguskhoi acaban por destruir Shant —indicó Finnerack.
—Eso no llegará a suceder —declaró Etzwane—. Nuestras milicias tienen que rechazarles y lo harán.
—¿Y cómo pueden hacer eso las milicias? —preguntó Finnerack lanzando su risa dura—. ¿Es que los niños pueden luchar contra los ogros? Shant está habitado por un solo hombre: el Anomo. Él no puede luchar; tiene que ordenar a sus hijos que avancen al campo de batalla. Pero los hijos tienen miedo; se escudan tras el único hombre y el resultado ya está predeterminado: ¡derrota!, ¡desastre!, ¡muerte!
Se produjo un silencio, suavizado únicamente por la lenta música de la pieza nocturna.
—Tengo la impresión de que estás sobrevalorando la cuestión —dijo Mialambre con un prudente tono de voz—. Indudablemente, Shant no puede estar completamente desprovisto de guerreros; en alguna parte vivirán hombres valientes, dispuestos a defender sus hogares.
—Yo me he encontrado con unos pocos —dijo Finnerack—. Al igual que yo, trabajaban en el Campo Tres. No temían al dolor, a la muerte, ni al Hombre sin Rostro. ¿Qué cosa podían hacer peor que lo que ya estaban haciendo? ¡Allí eran verdaderos guerreros! ¡Hombres que no tenían miedo alguno a los collares! Aquellos hombres eran libres. ¿Lo puedes creer? Pon a mi mando una milicia de valerosos hombres libres y destrozaré a los roguskhoi.
—Desgraciadamente —observó Etzwane—, el Campo Tres ya no existe. Difícilmente podemos atormentar a los hombres hasta hacerles perder el miedo a la muerte.
—¿Es que no existe otra forma mejor para conseguir que un hombre sea libre? —casi gritó Finnerack con una voz brutal—. ¡En este mismo instante te puedo decir una forma mejor!
La expresión de Mialambre era de intriga; la de Dystar de admiración; únicamente Etzwane sabía a lo que Finnerack se estaba refiriendo. Sin duda alguna a su collar, que él consideraba como el instrumento de su dolor.
El grupo quedó sentado, tranquilamente, reflexionando sobre las palabras de Finnerack. Después con una voz de profunda reflexión, Etzwane preguntó:
—Suponed que se os quita a todos los collares que llevamos en el cuello. ¿Qué sucedería entonces?
El rostro de Finnerack era pétreo; no se dignó contestar.
—Sin mi collar, me volvería loco de alegría —dijo Dystar.
Mialambre parecía estupefacto, tanto por el concepto, como por la respuesta de Dystar.
—¿Cómo puede ser eso? El collar es la representación de cada cual, la señal de nuestra responsabilidad para con la sociedad.
—Yo no reconozco tal responsabilidad —observó Dystar—. La responsabilidad es la deuda de la gente que la toma. Pero yo no la tomo, la entrego. A partir de ahí, mi responsabilidad acaba con este collar.
—No es así —exclamó Mialambre—. Eso no es más que una falacia egoísta. Toda persona viva debe mucho a millones de otras personas… al pueblo que le rodea y que proporciona un ambiente humano; a los héroes muertos que entregaron sus pensamientos, su lenguaje, su música; a los técnicos que construyeron las naves espaciales que trajeron a nuestros antepasados a Durdane. El pasado es como un tapiz precioso; cada hombre es un nuevo hilo en el tejido continuo; un hilo por sí solo, no tiene ningún significado, ningún valor.
—Lo que dices es cierto —admitió Dystar generosamente—. Me he equivocado. A pesar de todo, no llevo mi collar a gusto; me coacciona en la vida. Preferiría vivir según mi libre voluntad.
—Imagina que fueras el Anomo —dijo Etzwane—. ¿Cuál sería tu política en ese aspecto?
—No habría más collares. La gente viviría sin temor, con libertad.
—¿Libertad? —preguntó Mialambre con un fervor desacostumbrado—. ¡Soy tan libre como puede serlo un ser humano! Hago lo que me place, siempre dentro de las leyes. A los ladrones y a los asesinos les falta libertad; no deben robar ni matar. El collar del hombre honrado es su protección contra esa clase de «libertad».
Dystar volvió a admitir el argumento del jurista.
—Sin embargo —añadió—, yo nací sin collar. Cuando el maestro del Sanhredin me colocó la abrazadera alrededor del cuello, se instaló sobre mi espíritu un peso que aún no lo ha abandonado.
—Ese peso es real —dijo Mialambre—. ¿Cuál es la alternativa? Ilegalidad y desafío. ¿Cómo se podrían poner en práctica entonces nuestras leyes? ¿Mediante un cuerpo represivo? ¿Con espías? ¿Con prisiones? ¿Torturas? ¿Hipnotismo? ¿Drogas? Los hombres sin freno son como ahulphs. Declaro que la imperfección no consiste en el collar, sino en la disposición humana que lo hace necesario.
—La corrección de tus observaciones se basa en una suposición —dijo Finnerack.
—¿En cuál?
—Das por sentado el altruismo y el buen juicio del Anomo.
—¡Cierto! —exclamó Mialambre—. Durante dos mil años hemos podido disfrutar de esa condición general.
—Los magnates estarán de acuerdo con eso. Pero en el Campo Tres pensábamos todo lo contrario. Y nosotros tenemos razón, no tú. ¿Qué hombre realmente justo puede permitir la existencia de un Campo Tres?
Mialambre no se amilanó por esta pregunta.
—El Campo Tres no era más que un grano bajo la alfombra; una pequeña mota de polvo. Ningún sistema es perfecto. Por otra parte, el Anomo únicamente aplica la ley cantonal; él no emite leyes propias. Las costumbres del cantón de Glaiy rayan con la insensibilidad; quizá fue por eso por lo que el Campo Tres fue situado en Glaiy. Si yo fuera el Anomo, ¿podría obligar al cantón de Glaiy a aceptar nuevas leyes? Ése es un verdadero dilema para toda persona reflexiva.
—La discusión se está saliendo de cauce —dijo Etzwane—, al menos por el momento. Los roguskhoi están a punto de destruirnos. No habrá más collares, ni más Anomo, ni más hombres, a menos que luchemos con efectividad. Nuestros logros hasta el momento no han sido muy buenos.
—El Anomo es el único hombre libre de Shant —dijo Finnerack—. Como hombre libre, yo también lucharía. Un ejército de hombres libres sería capaz de derrotar a los roguskhoi.
—La idea es irrealista en más de un sentido —observó Mialambre—. En primer lugar, a los niños que aún no llevan el collar les faltan varios años para alcanzar la edad adulta.
—¿Y por qué esperar? —preguntó Finnerack—. Sólo necesitamos quitarles los collares a nuestros guerreros.
—No es posible —dijo Mialambre, echándose a reír tranquilamente—. Por suerte, creo. En tal caso, habríamos padecido inútilmente la Guerra de los Cien Años. Una guerra que no habría servido absolutamente para nada. Los collares son los que han mantenido la paz hasta ahora. La coacción del collar es lo mejor; para probarlo, te puedo citar el caos que reina en Caraz.
—¿Aunque ello signifique la pérdida de la humanidad? —preguntó Finnerack—. ¿Crees en un futuro de paz infinita? El péndulo tiene que oscilar. Los collares deben ser eliminados.
—¿Cómo se puede hacer eso? —preguntó Dystar.
—Un terrestre le enseñó a hacerlo —dijo Finnerack, señalando a Etzwane—. Él es un hombre libre. Él puede hacer lo que quiera.
—Entonces, Gastel Etzwane —pidió Dystar—, quítame este collar de mi cuello.
La decisión llegó a la mente de Etzwane a través de un proceso indirecto y emocional.
—Os quitaré los collares. Seréis hombres libres como yo. Finnerack controlará un ejército de valerosos hombres libres. No se colocará el collar a más niños… aunque sólo sea por esta razón: los fabricantes de collares están construyendo ahora aparatos de radio para la milicia.
—Para bien o para mal —dijo Mialambre tristemente—, Shant inicia una nueva época de convulsiones.
—Para bien o para mal —dijo Etzwane—, la primera convulsión ya la tenemos encima. La fuerza del Anomo está en decadencia y ahora ya no puede controlar los espasmos. Mialambre y Dystar, vosotros dos debéis trabajar unidos. Mialambre, junto con el personal que él mismo seleccione, deberá recorrer Shant para corregir las peores imperfecciones: instalaciones como la del Campo Tres, los templos de Bashon, liberar a los que están bajo contrato, el mismo sistema de contratos. No podrá evitar el conflicto, ni la controversia; ambas cosas serán inevitables. Dystar, sólo un gran músico como tú puede hacer lo que ahora te voy a pedir. Solo, o con las personas que tú mismo escojas, recorrerás Shant para hablarle al pueblo, de palabras y a través de la fuerza de la música común, acerca de la unidad que debemos alcanzar si no queremos que los roguskhoi nos lancen al mar. Los detalles de estas operaciones —corregir y unificar, proporcionar justicia y un propósito común—, deben ser elaborados por vosotros mismos. Y ahora, subamos a mis habitaciones, donde os convertiréis en hombres libres como yo mismo.