CAPÍTULO XIII
El verano trajo consigo una tregua en la guerra, que se extendió hacia el largo y suave otoño. Shant reparó los daños sufridos, lloró a sus hombres muertos y la suerte de sus mujeres raptadas, y aumentó poderosamente su ejército. Los Valerosos Hombres Libres aumentaron en número y organización, se dividieron en grupos regionales, con la milicia cantonal cumpliendo funciones de ayuda y suministros. Las armas se fabricaban en grandes cantidades en los talleres de montaje; las cimitarras de los roguskhoi, fundidas y moldeadas de nuevo, sirvieron como lastre.
Los planeadores continuaron fabricándose en Whearn: eran de ala doble y tan ligeros como mariposas. Un cuerpo especial surgido del seno de los Valerosos Hombres Libres formó el núcleo de los Voladores de Shant. Al principio, su entrenamiento fue improvisado y despiadado; pero los que sobrevivieron instruyeron a los otros. Por pura necesidad, los Voladores se transformaron en una fuerza muy capaz y cohesionada y, como consecuencia de ello, sus miembros empezaron a realizar orgullosas demostraciones de desconsiderado atrevimiento.
Con objeto de armar los planeadores, los técnicos crearon una nueva y furiosa arma, una versión simplificada de la escopeta halcoide, pero sin necesidad de lastre. El proyectil estaba compuesto por halcoide y metal, y el cañón estaba abierto en ambos extremos. Cuando se disparaba, el halcoide era impulsado hacia adelante y el metal hacia atrás; en consecuencia, el arma actuaba en ambas direcciones, eliminando además el retroceso y la necesidad de lastre. Cuando era disparada desde el planeador, el misil eyectado solía consumirse de modo inofensivo en el aire; en el suelo, estas armas eran intolerablemente peligrosas.
Antes de enviar a los planeadores contra los roguskhoi, Finnerack adiestró a los Voladores en tácticas de combate, en técnicas de segundad con respecto a las armas de halcoide y en arrojar bombas con buena puntería.
Desde el principio, Finnerack quedó fascinado con los planeadores; aprendió a volar y después, ante la sorpresa de Etzwane, renunció a su mando sobre los Valerosos Hombres Libres para poder asumir el control de los Voladores.
A mediados de otoño, los ejércitos de tierra comenzaron a penetrar en el Hwan, presionando hacia el oeste desde Cansume, Haghead y Lor-Asphen, y recuperando los cantones de Surrume y Shkoriy. Una segunda fuerza se movió por el sur, a través de Bastern, Seamus y Bundoran, y penetró en las propias tierras salvajes. Otras compañías se abrieron paso por el este y el sur, desde Shade y Sable, penetrando en la región del monte Misk, donde los roguskhoi ofrecieron una terrible resistencia. Ahora, la suya era una causa perdida. Ahulphs bien entrenados espiaban sus concentraciones, que eran bombardeadas o sometidas al fuego de los cañones de halcoide, montados en grupos de seis.
En otras ocasiones, los roguskhoi eran atraídos hacia emboscadas mediante la utilización de esencia femenina, a la que eran intensamente sensibles. En otra ocasión, los planeadores desparramaron una solución de esencia sobre un campamento de roguskhoi con un terrible efecto. Los roguskhoi confundidos por los contradictorios estímulos del olor y la vista, parecieron convertirse en seres locamente irritables; al cabo de poco tiempo estaban luchando entre sí hasta que casi todos quedaron muertos. Inmediatamente, los planeadores cruzaron las tierras salvajes de una parte a otra, cargados no con dexax, sino con recipientes llenos de esencia femenina.
Los ahulphs, utilizados tardíamente para espiar los movimientos de los roguskhoi informaron que su ruta de aprovisionamiento iba desde el Gran Pantano de Sal hasta las marismas del cantón de Shker, seguía después hacia el norte, pasando por unos densos bosques, subía las montañas Moaning y se introducía en el interior del Hwan.
El mando militar envió a una fuerza para cortar la ruta a la salida del bosque. Finnerack quiso reaccionar con mayor contundencia.
—¿Es que esto no es una prueba? Los responsables son los palasedranos. El Pantano de Sal no es una barrera, ¿por qué no les damos a probar su propia medicina?
Los capitanes al mando consultaron sus mapas y les faltaron argumentos frente a unas convicciones expresadas con tanto entusiasmo. Finnerack, que de algún modo parecía haber escarmentado tras el chasco que se llevó con Aun Sharah, se había reanimado ahora con el nuevo papel que jugaba en los Voladores. Llevaba ahora un uniforme de volador, de elegante tela negra, cortado de un modo especial. Allí, pensó Etzwane, con los Voladores de Shant, se encontraba la función natural de Finnerack; nunca pareció tan enérgico y entusiasmado. El poder y la libertad del vuelo le habían exaltado. Andaba por el mundo como un ser aparte, superior en lo fundamental a los peatones normales que nunca conocerían los enormes atractivos de deslizarse suavemente y en silencio sobre las colinas, elevándose y descendiendo, trazando círculos, girando, descendiendo después como un halcón para destrozar a una columna de enemigos en marcha… Ya hacía tiempo que Etzwane había perdido el temor a que Finnerack volviera la fuerza de los Valerosos Hombres Libres contra el gobierno. Se habían instalado demasiados controles de seguridad. Considerando el pasado, Etzwane pensó que había sido demasiado cauteloso. Finnerack no mostraba ningún interés por las fuentes del poder; parecía sentirse satisfecho con destrozar a sus enemigos. Para Finnerack, un mundo sin enemigos sería un lugar muy aburrido, pensó Etzwane. Ahora, contestó a Finnerack con su tono de voz más razonable:
—No queremos castigar a los palasedranos por, al menos, tres razones. Primero, porque todavía no hemos terminado con los roguskhoi. Segundo, porque la responsabilidad de Palasedra en este asunto no está completamente demostrada. Y tercero, porque sería una pobre e innecesaria política embarcarnos ahora en una guerra contra los palasedranos. Son un pueblo muy fiero que pega el doble de lo que recibe, como muy bien se ha visto obligada a aprender Shant. Supón que los roguskhoi son el producto de un descuido, de un error. No podemos lanzar a Shant a una nueva guerra de un modo tan imprudente. Después de todo, ¿qué sabemos de Palasedra? Nada. Ese lugar es como un libro cerrado para nosotros.
—Sabemos lo bastante —dijo Finnerack—. Han engendrado una carnada de soldados-bestias, eso lo sabemos por los marineros de Caraz. Hemos descubierto que la ruta de aprovisionamiento de los roguskhoi conduce al Pantano de Sal, que es por donde se pasa a Palasedra. Eso son hechos.
—Cierto, pero no son todos los hechos. Necesitamos saber más. Enviaré a un emisario a Chemaoue.
Finnerack lanzó una risa amarga y casi saltó en su silla, haciendo oscilar el casco de los Voladores sobre sus rizos rubios.
—No necesitamos ser débiles ni truculentos —observó Etzwane—. No nos vemos obligados a hacer esa elección. Arrojaremos a los roguskhoi de nuestro territorio y, mientras tanto, debemos intentar enterarnos de cuáles son las intenciones de los palasedranos. Sólo un tonto actúa antes de pensar. Eso ya lo he aprendido muy bien.
Finnerack se volvió para mirar a Etzwane; los ojos azules mostraban un brillo frío, como el de la luz del sol reflejada desde un lejano canto de hielo. Después, se encogió de hombros y se volvió a arrellanar en su asiento, con la actitud del hombre que está en paz consigo mismo.
Los roguskhoi estaban en franca retirada. Las fuerzas de los Valerosos Hombres Libres que penetraban en el Hwan desde Shade, Sable, Seamus y Bastern de repente dejaron de encontrar resistencia. Las patrullas de planeadores y los globos libres de reconocimiento informaban lo mismo: los roguskhoi avanzaban hacia el sur en docenas de pequeñas columnas. La mayor parte de ellos se movía durante la noche, ocultándose todo lo que podía durante el día. Los planeadores les hostigaban continuamente, escupiendo halcoide y arrojando bombas de dexax. La esencia femenina había perdido su efecto inicial, pues aunque los roguskhoi se mostraban inquietos y agitados, ya no cometían paroxismos suicidas.
Los Voladores estaban en la cúspide de su gloria. Los uniformes azules y blancos despertaban un verdadero delirio de adulación; nada era demasiado bueno para un volador de Shant.
Del mismo modo, Finnerack había alcanzado el cenit de su fama. Observándole mientras trataba asuntos relacionados con los Voladores, a Etzwane le resultó difícil recordar al muchacho de rostro agradable que conociera en Angwin Junction. Para todos los propósitos prácticos, aquel muchacho había muerto en el Campo Tres… ¿Qué había ocurrido mientras tanto con el joven de rostro moreno y chupado que escapara de Angwin Junction? Mirándose en el espejo de humo de carbón, Etzwane vio un rostro de mejillas hundidas y cetrinas, con un rictus en la boca apretada. Desde luego, había llevado una vida de gran agitación, pensó. Si Finnerack se encontraba ahora en la cúspide de su carrera, Etzwane consideraba que ya había hecho su trabajo. Ansiaba abandonar todo aquello…, ¿para ser qué? ¿Una vez más un músico ambulante? De pronto, Shant le parecía demasiado pequeño y limitado. Palasedra era un territorio hostil y Caraz un vasto misterio. El nombre de Ifness surgió en su mente. Pensó entonces en el planeta Tierra.
Los roguskhoi dirigidos por sus vociferantes jefes, bajaron de las tierras salvajes, atravesaron el cantón de Shker y se dirigieron hacia el gran Pantano de Sal. Los Valerosos Hombres Libres, atacándoles por los flancos, les causaron una terrible mortandad, al igual que los Voladores, que proyectaban hacia ellos fogonazos de aire incandescente.
Las columnas quedaron diezmadas y finalmente desaparecieron. Los Valerosos Hombres Libres registraron todo el Hwan a lo largo y a lo ancho, y encontraron de vez en cuando a algún pequeño roguskhoi medio muerto de hambre o a grupos de mujeres, pero a ningún guerrero.
Shant había quedado libre de invasores. Los roguskhoi se habían retirado al gran Pantano de Sal, un lugar lleno de cieno negro, de estanques de color ocre, donde de vez en cuando surgía alguna isla llena de árboles de coral, mientras que otras islas estaban desnudas, llenas únicamente de arena, juncos de un color verde pálido, pequeñas briznas de hierba y hojas negras y flexibles.
En el Pantano de Sal, los roguskhoi parecieron sentirse seguros, como si estuvieran en su propio ambiente, y avanzaron por el cieno revolcándose sin ningún esfuerzo. Los Valerosos Hombres Libres les persiguieron hasta que el suelo se hizo demasiado blando; después, de mala gana, se retiraron. Los Voladores, en cambio, no estaban sujetos a tales límites. Los pantanos negros, los trozos de brillante arena blanca, los bosques de árboles de coral y los vientos que venían del océano Azul y del Púrpura creaban corrientes de aire ascensional y descendente que les permitían elevarse y bajar; los planeadores se movían casi a su entera voluntad, sin realizar ya una tarea de persecución, sino más bien de destructiva venganza.
Los roguskhoi se fueron introduciendo cada vez más profundamente en el interior del gran Pantano de Sal, acosados por los implacables planeadores. Etzwane creyó llegado el momento de aconsejar prudentemente a Finnerack.
—Pase lo que pase, no penetréis en territorio extranjero. Persigue a los roguskhoi como quieras, de un lado a otro del gran Pantano de Sal, pero no provoques a los palasedranos bajo ninguna circunstancia.
—¿Dónde están las fronteras? —preguntó Finnerack, mostrando una ceñuda sonrisa—. ¿En el centro del pantano? Indícame dónde se encuentran exactamente las líneas.
—Por lo que sé, no existen fronteras establecidas con exactitud. El Pantano de Sal es como un mar. Si avanzas demasiado hacia la costa del sur los palasedranos nos acusarán de invasión.
—El Pantano es el Pantano —dijo Finnerack—. Creo que los palasedranos están en desgracia y no les tengo ninguna compasión.
—Ése no es el caso —dijo Etzwane pacientemente—. Tus órdenes son no operar con tus planeadores a la vista de Palasedra.
Finnerack estaba frente a Etzwane como un animal en tensión. Etzwane sintió por primera vez el empuje del odio de Finnerack, hasta el punto de que tuvo una sensación de malestar físico. Finnerack odiaba a fondo. Cuando Etzwane se identificó ante él por primera vez, Finnerack admitió odiar al joven que había causado toda su desgracia, ¿pero acaso no se había equilibrado la balanza desde entonces? Etzwane suspiró profundamente. Las cosas estaban como estaban. Finnerack habló entonces con un tono de voz bajo y peligroso:
—¿Sigues dándome órdenes, Gastel Etzwane?
—Lo hago, con la autoridad de la Cámara Purpúrea. ¿Estás sirviendo a Shant o a tus pasiones personales?
Finnerack se quedó mirando a Etzwane durante diez segundos, después se volvió bruscamente y se marchó.
El enviado regresó de su misión a Chemaoue sin poder traer consigo noticias satisfactorias.
—No pude establecer ningún contacto directo con los duques-águila. Son personas orgullosas y difíciles de ver. No he podido descubrir cuáles son sus propósitos. He recibido un mensaje en el sentido de que no pueden tratar con esclavos. Si queremos negociar con ellos, debemos enviar al propio Anomo. Contesté diciendo que Shant ya no se encontraba bajo la autoridad del Anomo, que yo era un emisario de las Cámaras Purpúrea y Verde, pero no parecieron quedar convencidos.
Etzwane conferenció en privado con Aun Sharah quien, una vez más, ocupaba el antiguo despacho desde el que se veía la plaza de la Corporación.
—He estudiado en profundidad ambas series de circunstancias —dijo Aun Sharah—. En relación con las dos emboscadas, los hechos esenciales están claros. En cuanto a la operación de Thran, había cuatro personas informadas: tú, San-Sein, Finnerack y Brise. Tú y San-Sein conocíais también la emboscada de Kozan, que tuvo éxito; en consecuencia, vosotros dos quedáis eliminados. Sin duda alguna, Brise tuvo que haber deducido que la emboscada del valle del Mirk era falsa, por lo que pudo haber supuesto con facilidad la de los riscos de Kozan. Él también puede ser eliminado en relación con la emboscada del valle del Mirk. Por lo tanto, debemos considerar a Finnerack como el traidor.
Etzwane guardó silencio un momento. Después dijo:
—Yo he pensado más o menos lo mismo. La lógica parece consecuente. Pero la conclusión me resulta absurda. ¿Cómo puede ser un traidor el guerrero más entusiasta de Shant?
—No lo sé —contestó Aun Sharah—. He vuelto a este despacho y, como ves, he arreglado las cosas para acomodarme a mi gusto. Durante el proceso del cambio descubrí toda una serie de instrumentos de escucha. Me tomé la libertad de inspeccionar tu suite en el Hrindiana, donde también descubrí otra serie de instrumentos. Desde luego, creo que Finnerack tuvo una buena oportunidad para colocarlos.
—¡Es increíble! —musitó Etzwane—. ¿Has localizado hacia dónde transmite el sistema?
—Va a parar a un transmisor de radio que emite continuamente a bajo nivel.
—Los instrumentos, la radio… ¿han sido fabricados en Shant?
—Son accesorios de tipo standard de los discriminadores.
—Hummm… Por el momento nos limitaremos a esperar y a observar. No quiero volver a hacer ninguna acusación precipitada.
Aun Sharah sonrió pensativamente y dijo:
—En cuanto a la segunda investigación, he conseguido enterarme de poca cosa. Finnerack desapareció simplemente durante tres días. Sólo he podido saber que dos hombres del cantón de Parthe ocupaban una suite próxima a la de Finnerack. He conseguido descripciones detalladas y creo que no eran parthanos, independientemente del color de sus collares; no colocaban fetiches en las puertas e iban vestidos de azul con frecuencia.
»Como es natural, llevé a cabo algunas investigaciones en el Roseale Hrindiana. Dos hombres parecidos ocuparon la suite ubicada sobre la tuya inmediatamente antes de la experiencia que me contaste. Después, se marcharon sin notificarlo siquiera a los empleados del Hrindiana.
—Estoy confundido —dijo Etzwane—, y también siento un gran temor… Le pregunté a Finnerack si se sentía diferente y me contestó que no. Yo tampoco me siento diferente, después de aquella experiencia.
Aun Sharah observó a Etzwane con una mirada de curiosidad y después hizo uno de sus delicados gestos.
—No te puedo decir nada más. Naturalmente, estoy buscando a los parthanos, y Finnerack es mantenido bajo una discreta vigilancia. Es posible que consigamos descubrir algo sugestivo.
Los Voladores de Shant presionaron a los roguskhoi, obligándoles a adentrarse aún más en el Pantano, sin darles ningún respiro; por encima de los grandes cenagales el aire olía a carroña. Los roguskhoi seguían moviéndose continuamente hacia el sur. ¿Con qué finalidad? ¿Para poner la mayor distancia posible entre ellos y los Voladores de Shant? Nadie lo podía saber, pero en aquellos momentos, toda la zona norte del gran Pantano de Sal se encontraba tan libre de roguskhoi como la propia Shant.
Utilizando los brillantes colores de la victoria, los periódicos de Garwiy publicaron una declaración de las Cámaras Purpúrea y Verde:
«Ahora, la guerra debe ser considerada como finalizada, aunque los Voladores continúan haciendo pagar a los roguskhoi sus incontables atrocidades. Resulta imposible tener piedad de esos monstruos.
»Sin embargo, debemos terminar nuestra campaña. Los gloriosos actos heroicos de los Valerosos Hombres Libres y de los Voladores de Shant vivirán para siempre en la historia de la raza. Ahora, estos hombres nobles deben dedicar sus energías a la regeneración de Shant.
»LA GUERRA HA TERMINADO.»
Finnerack llegó tarde a la reunión de la Cámara Purpúrea. Al entrar en la sala, avanzó lentamente hacia su puesto, en la mesa de mármol. Etzwane estaba hablando.
—Nuestro gran esfuerzo ha sido realizado y creo que con ello ha terminado mi responsabilidad. Siendo así…
—Un momento —le interrumpió Finnerack—, al menos para que no presentes tu dimisión cuando parece haber un malentendido. Acabo de recibir noticias de Shker. Los Voladores de Shant que operan en la zona sur del gran Pantano de Sal se han encontrado esta mañana con una densa columna de roguskhoi que avanzaba a toda prisa hacia las costas de Palasedra. Les hemos atacado, aproximándonos a Palasedra. Nuestras maniobras estaban siendo estrechamente vigiladas y puede que los movimientos de los roguskhoi tuvieran como finalidad el situarnos en una condición de incursión técnica. —Finnerack se detuvo un momento y siguió diciendo—: Así ha ocurrido, en efecto. Nuestros planeadores han sido interceptados por planeadores de los Dragones Negros de Palasedra, manejados con una gran habilidad. Durante el transcurso del primer encuentro, han destruido cuatro de nuestros planeadores, sin perder ninguno. Durante el segundo encuentro, hemos alterado nuestra táctica y conseguido derribar dos planeadores del enemigo, perdiendo nosotros otros dos. No he recibido más informes al respecto.
Mialambre fue el primero en romper el silencio que se produjo.
—Sin embargo, tenías instrucciones de evitar un excesivo acercamiento a las costas de Palasedra.
—Nuestro propósito fundamental —dijo Finnerack— es destruir al enemigo. El lugar donde se encuentre no tiene ninguna importancia.
—Puede que tú opines así, pero yo no. ¿Acaso debemos entablar una nueva guerra contra Palasedra a causa de tu intratable actitud?
—En realidad, ya hemos estado luchando contra Palasedra —observó Finnerack—. Los roguskhoi no fueron generados de la nada.
—¡Ésa es tu opinión! ¿Quién te dio el derecho a actuar en nombre de todo Shant?
—Una persona hace lo que le dicta su conciencia —contestó Finnerack, volviendo la cabeza hacia Etzwane—. ¿Quién le da a él el derecho de arrogarse la autoridad del Anomo? No tiene más derecho que yo mismo.
—La diferencia es muy simple y muy real —replicó Mialambre—. Un hombre ve arder una casa. Despierta a sus habitantes y apaga el fuego. Otro, con objeto de castigar al culpable, incendia todo un pueblo. El primero es un héroe; el segundo un maníaco.
—Jerd Finnerack —dijo entonces San-Sein—, tu coraje está fuera de toda duda. Desgraciadamente, tu entusiasmo resulta excesivo. La imprudencia destruye nuestra libertad de acción. Envía inmediatamente la siguientes órdenes a los Voladores de Shant: ¡Regresad a las bases de partida! ¡No volváis a realizar ninguna incursión sobre el gran Pantano de Sal a menos que así se os ordene!
Finnerack se quitó el casco y lo dejó sobre el mármol.
—No puedo dar esas órdenes. No son realistas. Cuando los Voladores de Shant son atacados, combaten con extraordinaria ferocidad.
—¿Acaso debemos enviar a los Valerosos Hombres Libres para controlar a tus Voladores? —rugió San-Sein, poniéndose de pronto hecho una furia—. ¡Si vuelven a volar, les quitaremos los planeadores y les arrancaremos los uniformes! ¡Nosotros, las Cámaras Purpúrea y Verde de Shant, somos la autoridad!
En aquellos momentos entró un ujier en la sala.
—Se ha recibido un urgente mensaje de radio desde la ciudad de Chemaoue, en Palasedra: el canciller exige hablar con el Anomo.
Todo el consejo de patricios escuchó las palabras del canciller de Palasedra, pronunciadas con terrible acento y con una calidad de sonido algo alterada.
—Soy el canciller de los Cien Soberanos. Sólo hablaré con el Anomo de Shant.
—La época del Anomo ha terminado —contestó Etzwane—. Ahora te estás dirigiendo al consejo de patricios. Di lo que tengas que decir.
—Entonces, os pregunto: ¿por qué nos atacáis después de dos mil años de paz? ¿Es que cuatro guerras y cuatro derrotas no os han enseñado a ser prudentes?
—Los ataques iban dirigidos contra los roguskhoi. Les rechazamos cuando aparecieron.
La atmósfera crujió suavemente mientras el canciller resumía sus pensamientos. Después, dijo:
—Los roguskhoi no son nada nuestro. Les estáis empujando desde el Pantano hacia Palasedra; ¿acaso no es ésta una acción ofensiva? Habéis enviado planeadores a nuestro territorio; ¿acaso no es esto una invasión?
—No, si como estamos convencidos, fuisteis vosotros los que enviasteis a los roguskhoi contra nosotros.
—Nosotros no realizamos esa clase de actos. ¿Podéis creerlo? Enviad a vuestros emisarios a Palasedra; lo veréis vosotros mismos. Ésta es nuestra generosa oferta. Habéis actuado con irresponsabilidad. Si no queréis saber la verdad, os consideraremos como personas rencorosas y estúpidas, y morirán muchos hombres.
—No somos ni rencorosos ni estúpidos —replicó Etzwane—. Pero lo más lógico es que discutamos y eliminemos nuestras diferencias. Acogemos de buena gana la oportunidad de hacerlo así, especialmente si podéis demostrar que no habéis estado implicados en nuestros problemas.
—Enviad a los emisarios —dijo el canciller—. Que vuelen en un solo planeador hasta el puerto de Kaoime. No sufrirán ningún daño. Allí, nuestra escolta se encontrará con ellos y mantendrá la conducta adecuada.