Petrificado de terror

SHAHIN y yo llevamos unas tres horas sentados bajo la luz de neón del WebWorld, callados. Cada tantos minutos uno de los dos interrumpe el tenso silencio con una propuesta razonablemente meditada. Curiosamente, todas las propuestas empiezan con un «¿Y si...?», y terminan con «también es verdad».

—¿Y si lo emborrachamos y luego le pegamos de arriba abajo parches de nicotina? Una vez leí que se puede morir de eso.

—Genial, Shahin. ¡Entonces estaría muerto, y sería asesinato!

—También es verdad.

Luego se suceden varios minutos de silencio concentrado, en el que cogemos por turnos los dos fajos de dinero del cliente de Dom Real State, para al cabo de unos segundos dejarlos en la pringosa mesa de plástico, con el entrecejo fruncido. Me imagino como dentro de una serie mala de criminales de producción barata, con la única diferencia de que no sale publicidad ni a tiros. Para ser suaves, Shahin y yo estamos completamente abrumados. Tampoco ayuda mucho la undécima taza de té que sujeta mi socio persa. Una cosa siempre tendremos clara: la violencia no entra en nuestra ecuación. Ni por todo el oro del mundo. Al fin y al cabo, mañana queremos seguir pudiendo mirarnos en el espejo sin vomitar luego de golpe. Tiene que haber una solución de la que todos los implicados saquen beneficio.

Shahin se levanta y se restriega los ojos.

—¿Y si nos quedamos el dinero y no hacemos nada?

—...seguro que esos tipos de la inmobiliaria nos dan bien por el culo.

—Pero nuestras condiciones comerciales...

—¡Nuestras condiciones comerciales te las puedes fumar en tu pipa de mierda! Ni siquiera los engominados regalan cincuenta mil euros sin más.

—También es verdad.

Agotado, Shahin se vuelve hacia su ordenador y teclea algo.

—¡Algo se nos ocurrirá, juntos!

Aparece una página principal escrita en árabe. Sacudo la cabeza.

—¡No, Shahin, no vamos a hacer saltar por los aires al tipo por un puñado de chicas necesitadas!

Noto una mirada profundamente ofendida.

—Es una página de deportes persa, idiota. Solo quiero distraerme un momento para que se me ocurran ideas nuevas.

—Oh, lo siento, no quería ofenderte.

—No pasa nada.

—¿Y?

—Persépolis ha ganado 5.3 contra Barq después de los penaltis. Pero el jugador del día ha sido un sirio.

—Me refería a las ideas nuevas.

De brazos cruzados, Shahin gira la silla hacia mí.

—Muy bien, Simon. En realidad, por dentro he sabido todo el tiempo lo que vamos a hacer.

—¿Y? ¿Qué es?

Shahin se levanta con ímpetu y empuja su silla debajo de la mesa.

—¡Nada! No vamos a hacer nada. ¿Sabes? Esta mañana ya me ha parecido bastante raro romper esos trocitos de losa en esa guardería. O la pobre mujer que perseguimos. Para mí ese es el límite. Con el número de la construcción hemos llegado demasiado lejos. Y también con esta maldita página.

—Podrías comprarte la tienda con la pasta, en vez de alquilarla. Y luego puedes hacer lo que quieras. Un bonito salón persa, un garito de juego o una distribuidora de alfombras.

—Ya sé lo que voy a hacer, no te preocupes.

—¡Vaya! ¿Y qué es?

—No te lo voy a decir.

Shahin vuelve a sentarse. Lo miro con los ojos desorbitados.

—O sea... ¿devolvemos el dinero?

—Sí. ¿Sabes? Los demás encargos tampoco están mal. Quién sabe, a lo mejor en unos meses también reunimos un millón, sin esos encargos de la mafia y sin matar a nadie.

Le doy un sorbo al té y miro hacia fuera. La línea 9, muy iluminada, pasa por delante. No hay casi nadie dentro.

—¿Sabes lo que eso significa, verdad Shahin?

Shahin asiente.

—Significa que no puedo comprar el edificio. Y que tú no puedes hacer tus cosas, sea lo que sea.

—No soy tonto, ¿vale?

—De acuerdo.

Shahin le da una profunda calada a la pipa de agua. Yo me muerdo el labio inferior y cierro los ojos.

—¿Y si hacemos como si hubiéramos solucionado el problema? O sea, solo fingirlo...

—¿Cómo lo haríamos?

—Ya, ni idea. Podríamos darle al tipo una parte del dinero si, no sé... deja que se lo lleven en una ambulancia. Si el chico de DRE nos está observando, quedará bien y por lo menos nos quedaremos con el adelanto. Al fin y al cabo son cincuenta mil euros. Veinticinco mil para cada uno.

Después de pensarlo un poco, llega la respuesta de Shahin.

—O sea, diez para él, veinte para mí y veinte para ti.

Al cabo de unos minutos creo distinguir un leve gesto de aprobación por parte de Shahin. Finalmente, dice:

—De acuerdo, pero tú te apañas con la construcción. Yo me quedo con la guardería.

Digo que sí. No estoy contento. Quedan cuatro días para que venza el plazo de reserva.