17: El dragón

17

El dragón

El estadio permaneció tenso, pero en calma. La mayoría del público siguió en sus asientos, demasiado asustado o demasiado aturdido para moverse, llenando el aire con el ininterrumpido murmullo de sus consternadas voces. Grupos de nobles encolerizados se encararon con templarios impasibles, intentando en vano convencerlos para que abrieran las selladas puertas. Semigigantes de mirada llameante empezaron a recorrer terrazas y pasillos, los enormes garrotes apoyados sobre el hombro y los enrojecidos ojos escudriñando al público.

No era la reacción esperada por Agis. El noble había imaginado un tumulto atronador, el amotinamiento del público, la enloquecida muchedumbre saltando al terreno. Nada de esto sucedía. Los espectadores estaban demasiado aturdidos para reaccionar como el noble había esperado, y los semigigantes de Larkyn eran demasiado eficientes para permitírselo.

La reacción del público no era la única cosa que no había salido como imaginó Agis. La coordinación del ataque había sido perfecta, pero en aquel punto había finalizado su éxito. A pesar de lo poderoso y preciso que había sido el lanzamiento de Rikus, la lanza no había matado al rey. Desde la tribuna de los sumos templarios, el noble había visto a Kalak gesticulando enfurecido mientras sus semigigantes lo ayudaban a abandonar el palco real y entrar en la Torre Dorada.

Agis devolvió su atención a la arena, donde un enjambre de templarios y semigigantes rodeaban a Rikus y Neeva. Los dos gladiadores no oponían ninguna resistencia a ser conducidos a la tribuna de Tithian. Agis sospechó que su mansedumbre se debía a su fe en su influencia sobre el sumo templario, pues sabía que Rikus y Neeva habrían preferido morir luchando que sufrir la afrenta de una ejecución.

Cuando el revoltijo de guardas se detuvo bajo la tribuna, Tithian se acercó al borde del palco y contempló a la pareja con una mirada malévola. Rikus y Neeva le respondieron con la misma mirada y una expresión de desconfianza y odio al sumo templario reflejada en el rostro. Agis se adelantó, de modo que ya no quedara oculto entre las sombras creadas por el dosel. Las apretadas mandíbulas de Neeva se aflojaron, pero la expresión de Rikus se limitó a pasar del odio al desafío.

—Trae a tus prisioneros a la tribuna —ordenó Tithian, dirigiéndose al hombre que había asumido el mando del grupo.

El hombre pareció inquieto.

—Estamos asignados directamente a las órdenes del Sumo Templario para la Seguridad del Rey —replicó—. Larkyn nos ha ordenado no aceptar más órdenes que las suyas.

Tithian dirigió una rápida mirada al asiento donde se encontraba el cuerpo desplomado de Larkyn. Aunque los ojos del hombre estaban cerrados y no se movía en absoluto, ésas eran las únicas señales visibles de su muerte. Si alguno de los ocupantes de las gradas podía ver más allá de las sombras que rodeaban la tribuna, Agis esperaba que esta persona tuviera la impresión de que el sumo templario estaba simplemente dormido en su silla.

—Me temo que el ataque efectuado contra nuestro rey ha dejado a Larkyn algo indispuesto —dijo Tithian, volviendo de nuevo la cabeza en dirección a la arena—. Tráele los prisioneros aquí, y se ocupará de ellos desde su asiento.

El templario siguió sin mostrarse muy complacido, pero asintió con la cabeza y empujó a los dos prisioneros en dirección al extremo de la arena.

Tithian retrocedió a las sombras del dosel.

—¿Ahora qué? —inquirió el sumo templario, mirando al palco del rey—. Kalak tiene mil años. Dudo que nos haga la merced de morir a causa de su herida.

Agis no pudo hacer otra cosa que encogerse de hombros. Empezaba a pensar que Rikus había estado en lo cierto al no querer atacar sin un plan mejor.

Un mensajero introdujo la cabeza en el palco.

—Gran señor, una mujer de la nobleza insiste en veros.

—¿Qué quiere? —preguntó Tithian. Miró detrás del guarda y contempló ceñudo la partición que separaba el palco de la tribuna de gradas situada detrás de él—. ¿Quién es?

—Se llama Sadira de Asticles —respondió el mensajero—. De…

—Hazla subir —lo interrumpió Tithian. Se volvió a Agis y repitió con una mueca burlona—: ¿Sadira de Asticles?

Agis sintió que la sangre se le agolpaba en las mejillas.

—No… de una manera oficial, amigo mío —repuso, pensando en las implicaciones del título elegido por la hechicera.

Al cabo de un momento, Sadira penetró en el palco, con la respiración visiblemente alterada. Su capa de seda estaba hecha jirones y sucia, y había perdido el aro de plata que le adornaba la cabeza. Agis fue junto a ella y la tomó del brazo.

—¿Qué sucede? ¿Estás herida?

—La muchedumbre empieza a ponerse desagradable —explicó ella sin aliento. Se detuvo justo debajo del dosel, apoyándose en el bastón de Ktandeo.

Agis miró por la parte frontal del palco. Al otro lado del terreno de lucha, la multitud inundaba ya los pasillos en dirección a las puertas. En más de una docena de lugares se habían iniciado peleas, la mayoría de las disputas estaban relacionadas con espectadores que intentaban abrirse paso a través de los obstruidos pasillos de salida. Fuera de la tribuna de los sumos templarios, cientos de voces exigían la apertura de las puertas y la liberación de Rikus y Neeva.

Sin hacer caso del tumulto que empezaba a estallar en las gradas, Tithian se colocó junto a Agis. Con una sonrisa sarcástica, tomó la mano de Sadira y saludó:

Lady Asticles, no sé cómo deciros lo que me agrada volver a veros.

Hizo intención de besarle la mano, pero Sadira la retiró con brusquedad.

—Doy por sentado que estás con nosotros —le espetó—. Agis ya te habría matado si hubieras apoyado a Kalak.

Tithian dedicó a Agis una melodramática mirada dolida, pero no pareció sorprendido ni enojado. Luego se volvió a Sadira.

—En este momento, chica, no estoy en contra tuya —aseguró.

—Abre las puertas —exigió Sadira.

Con la mano señaló a las graderías situadas al otro lado de la arena, donde los semigigantes de Larkyn intentaban limpiar las salidas por el procedimiento de aplastar a los espectadores con sus pesados garrotes de hueso.

—No podemos levantar las puertas de nuevo —contestó Tithian—. Kalak hizo cortar las cadenas.

Antes de que Sadira pudiera responder, Rikus y Neeva aparecieron en la escalera. Los seguían dos de los templarios de Larkyn que mantenían las puntas de sus cortas espadas apretadas contra las espaldas de los gladiadores. Pese a que Neeva avanzaba despacio y con cuidado, parecía haber recobrado ya gran parte de las energías perdidas en el combate con el gaj.

Agis se inclinó sobre Sadira y musitó:

—Ten la daga dispuesta y sigue mis indicaciones.

Aunque pareció algo confundida, la hechicera introdujo una mano debajo de su capa y asintió.

Tithian condujo a los dos gladiadores y a sus guardianes a la parte delantera del palco. Agis y Sadira los siguieron, teniendo buen cuidado de colocarse detrás de los hombres de Larkyn.

El templario que parecía el jefe miró por encima del hombro de Rikus al derrumbado cuerpo de su comandante.

—¿Gran señor?

—Está muerto —le informó Tithian.

Manteniendo las dagas ocultas bajo sus ropas por si alguien de fuera de la umbría tribuna podía ver lo que sucedía en el interior, Agis y Sadira se colocaron justo detrás de los dos templarios y apretaron las puntas de sus armas contra sus espaldas.

—Tenéis una elección muy simple: permanecer en silencio y seguir viviendo, o dar la alarma y morir —dijo Tithian.

—El rey os…

—Probablemente nos matará a todos —lo interrumpió Tithian—. Eso no tiene nada que ver con vuestra elección. Tirad las armas o moriréis. —Cuando ambos templarios dejaron que sus armas chocaran contra el suelo, el sumo templario añadió—: Una decisión sensata. Por si cambiáis de opinión, recordad que acabo de dar a Rikus y a Neeva su libertad. Si hacéis un solo movimiento, os matarán en un abrir y cerrar de ojos, y, teniendo en cuenta el caos que reina en las gradas, dudo que nadie se dé cuenta.

Tithian indicó con la mano a los dos templarios que se colocaran junto a la barandilla del palco, donde se los podía vigilar con facilidad. Una vez que los templarios hubieron obedecido, Neeva preguntó:

—Agis, ¿qué es todo esto de Larkyn? Pensaba que era Tithian el encargado de la organización de los juegos.

Agis explicó la complicación acaecida cuando pidió a Tithian que asegurase su huida, y relató cómo habían improvisado una solución atrayendo a Larkyn al interior del palco y asesinándolo.

—En estos momentos —dijo Tithian cuando el noble terminó de hablar—, Larkyn no es precisamente el problema. ¿Qué vais a hacer con Kalak? Dudo que vuestro leve pinchazo le impida seguir adelante con sus planes.

—Tendremos que localizarlo y acabar con él —declaró Rikus con frialdad.

Neeva contempló al mul, sorprendida.

—¿Es éste el mismo hombre que declaró que no quería tomar parte en nada que condujera a la muerte a sus amigos?

—Siempre termino lo que empiezo. Ya lo sabes —contestó Rikus—. Además, si no destruimos a Kalak ahora, él no descansará hasta matarnos. Vamos.

—La Torre Dorada es un edificio muy grande —dijo Tithian—. Quizás ayudaría si sabéis dónde encontrar al rey antes de que entréis.

—Claro que sí —coincidió Agis—. ¿Quiere eso decir que nos vas a ayudar?

El sumo templario asintió.

—Querré algo a cambio.

—¿No es suficiente seguir viviendo? —le espetó Sadira—. Ayúdanos o muere, es así de sencillo.

Tithian le dedicó una sonrisa afectada.

—Nada es nunca así de sencillo.

—Sí lo es en esta ocasión —intervino Rikus, avanzando hacia el sumo templario—. Ninguna oruga de color púrpura impedirá ahora que te mate.

Agis se colocó entre el mul y Tithian.

—Escuchémoslo.

Rikus sacudió la cabeza y empezó a girar en torno al noble, pero Neeva lo detuvo posándole la mano sobre el pecho.

—¿Qué es lo que quieres, Tithian? —preguntó la mujer, sin dejar de vigilar a los hombres de Larkyn por el rabillo del ojo.

—No voy a pedir mucho —repuso, sonriente, el sumo templario—, pero se me ocurre que, después de que matéis a Kalak, Tyr necesitará un nuevo rey.

—¡Jamás! —exclamó Sadira.

Rikus y Neeva añadieron sus protestas en forma de enojados gruñidos. Cuando callaron, Agis preguntó:

—¿Por qué íbamos a cambiar un tirano por otro?

—Porque, sin un rey, Tyr se sumirá en el caos —aseguró el sumo templario, sin dejarse amedrentar por las objeciones—. Alguien tendrá que gobernar la ciudad. De lo contrario se convertirá en una ruina igual que si Kalak se convierte en un dragón. ¿Quién mejor que asumir el cargo que un templario? Llevamos gobernando la ciudad desde hace mil años…

—¡Y todos sabemos en qué la habéis convertido! —protestó Agis.

—Entonces ayudadme a mejorarla —instó Tithian. Sus palabras casi parecieron sinceras.

De improviso, Agis sintió el familiar hormigueo que indicaba que se extraía energía vital de su cuerpo. Volvió los ojos a Sadira.

—Yo también lo siento —dijo ella—. Algo está absorbiendo nuestra energía.

Un griterío de pánico estalló en el estadio. Agis fue hacia la parte posterior del palco y apartó a un lado una de las pesadas cortinas que ocultaban el palco de las gradas.

En diferentes lugares, hombres y mujeres de edad se llevaban las manos al pecho y caían al suelo jadeando. Otros espectadores más fuertes gritaban enfurecidos, atacando a los semigigantes y templarios con piedras o asientos arrancados de las terrazas. Estos hombres y mujeres intentaban abrirse paso a empellones hasta los túneles de salida, tratando en vano de derribar las puertas, pero todo lo que conseguía la muchedumbre enloquecida era aplastar a aquellos que ya habían entrado en los túneles. En muchos sitios, los guardas de Larkyn habían organizado contraataques contra la multitud, y los templarios lanzaban rayos mortíferos mientras los semigigantes aplastaban con sus garrotes a todo el que se les ponía por delante.

En medio de toda esta confusión, unas cuantas manos se elevaron en el aire señalando la parte superior del zigurat. Un pequeño géiser de llamas de color borgoña surgía como un chorro de la cima de la estructura. Al cabo de un momento, una gruesa nube de humo amarillo sustituyó a la columna de fuego.

—¿Qué sucede? —inquirieron al unísono Rikus y Neeva.

—Kalak ha iniciado la incubación —explicó Sadira, indicando en dirección a la pirámide de obsidiana—. Está absorbiendo la vida de los espectadores.

Agis miró en la dirección indicada por la hechicera. El aire alrededor de la pirámide relucía con una aureola de energía, y olas de luz blanquecina centelleaban por encima de la vítrea superficie de la estructura. En lo más profundo de la negra construcción brillaba una uniforme luz dorada que fue aumentando su fulgor mientras el senador la contemplaba.

—¿Bien? —inquirió Tithian—. Cuanto más lo pospongamos, más nos debilitamos y más fuerte se vuelve Kalak.

Tendrás que convertir a Tyr en un lugar mejor —declaró Agis—. La primera cosa será libertar a los esclavos.

—Desde luego —asintió Tithian—. Tenéis mi palabra.

* * * * *

La Torre Dorada era tan grande como parecía desde fuera, y su distribución interior tan enrevesada como las enmarañadas ramas de un árbol de pharo, con vestíbulos poco iluminados dispuestos en espiral, habitaciones sombrías de formas torcidas, y rincones oscuros que no parecían servir a ningún propósito concreto excepto hacer que los que pasaban junto a ellos se preguntaran qué acecharía en su interior.

No obstante, el grupo no tuvo demasiados problemas para seguir a Kalak. Un reguero de un líquido humeante y negro que Agis supuso que debía de ser sangre los conducía más y más al interior del palacio. Cada vez que doblaban una esquina, el noble se ponía en guardia, esperando encontrarse con alguna bestia horrible que Kalak tuviera para proteger su hogar. Tithian, sin embargo, se movía con la seguridad del que sabe qué sorpresas contenía o no el palacio.

Por fin, después de descender hasta los cimientos de la antigua torre, llegaron a un cavernoso sótano circular. Lo iluminaba un panel de alabastro situado en el techo en el interior de un enrejado de vigas recubiertas de cobre. En los sombreados ángulos formados por las vigas se veían relieves de animales y razas que Agis no había visto nunca. En los extremos del techo, estriadas columnas de granito, coronadas por esculturas de hojas y flores de formas extrañas, se alzaban desde el suelo para sostener las vigas. Entre estas columnas discurrían docenas de hileras de estantes, vacíos a excepción de algunas antiguas armas de metal.

Tithian se llevó un dedo a los labios, y luego condujo a los cuatro camaradas al otro extremo de la habitación. En medio de las sombras que rodeaban la pared, descansaban los enormes cuerpos de los dos semigigantes de Kalak. Los restos desmenuzados de una bola de obsidiana estaban esparcidos por toda aquella zona, mientras que otras dos bolas, todavía intactas, descansaban sobre el suelo no muy lejos.

Cuando se detuvieron para inspeccionar los cadáveres, se escuchó una voz que decía:

—Sacha, ¿no es ése tu digno descendiente, Tithian de Mericles?

Agis y los otros colocaron de inmediato las armas en posición defensiva.

—Así es, Wyan —respondió otra voz—. Lo es. Y un tipo tan apuesto, además. Puede que tenga la bondad de abrir una vena en esos dos semigigantes y alimentarnos.

Asombrado, Agis descubrió que las voces procedían de un par de cabezas que descansaban sobre una estantería medio en sombras. Agarró una de las espadas de metal de las estanterías y empezó a aproximarse a aquellas abominaciones, pero Tithian lo detuvo posando una mano sobre su hombro.

—¿Qué son? —preguntó Agis.

—Los amigos de Kalak —explicó el sumo templario—. La última vez que estuve aquí me llamaron gorgojo con cara de serpiente.

—¡Fue Sacha! —protestó Wyan—. Y no te culparía si lo dejaras morir de hambre.

—No les hagas caso. Son inofensivos, mientras no te acerques demasiado a ellos. —Tithian se valió de la punta del pie para apartar el momificado cuerpo de uno de los semigigantes, y el cadáver se desmoronó como un nido de avispas—. ¿Qué ha provocado esto?

Sadira señaló una de las esferas de obsidiana.

—Kalak absorbió toda su energía vital —dijo.

Los ojos de Tithian se iluminaron, y recogió una de las negras bolas.

—Muéstrame cómo utilizarla, y yo…

—Ni en cien años…, ni aunque fuera así como funciona la magia de los dragones —replicó Sadira.

—¿La magia de los dragones? —inquirió el templario arrugando el entrecejo.

—La obsidiana no es mágica, es simplemente una herramienta. Al igual que cualquier herramienta, sólo es tan poderosa como la persona que la utiliza —explicó la hechicera, repitiendo las palabras que Nok había empleado para describir las propiedades de la cristalina roca—. Para un cazador, no es más que un cuchillo o la punta de una flecha. Para un dragón, es una lente que convierte la energía vital en magia. Pero no la utilizarás jamás para eso.

—¿Por qué no? —inquirió Tithian, señalando el bastón de Sadira—. Tú lo haces.

La semielfa negó con la cabeza.

—Los conjuros están dentro del bastón. Absorbe la energía a través del puño, no de mí —dijo, con un cierto tono de pesar en la voz—. La magia de los dragones se basa en los poderes paranormales y la hechicería al mismo tiempo. Para utilizarla, debes dominar el arte de extraer energía de tu cuerpo y ser además un genio para darle la forma de hechizos. Es la clase más complicada de magia, pero también la más poderosa.

—Y cuanto más tiempo pasemos aquí, más poderoso se vuelve Kalak —intervino Agis, sacando la funda a la vieja espada que había tomado del estante—. Sugiero que sigamos adelante.

Neeva seleccionó una enorme hacha de hoja de acero de entre las armas almacenadas en las estanterías del sótano.

—Yo estoy lista.

Señalando al agujero del suelo, Tithian observó:

—Esto conduce a un túnel recubierto de obsidiana. El túnel da a la sala inferior del zigurat. Sospecho que es allí donde encontraréis a Kalak.

—Querrás decir «encontraremos» —lo corrigió Rikus, categórico, cogiendo una espada curva de uno de los estantes y entregándosela a Tithian—. Si vas a ser un rey, empieza a actuar como tal.

—Los reyes no arriesgan sus vidas…

—Serás una nueva clase de rey —afirmó Agis, empujando al sumo templario para que fuera delante.

Rikus agarró con fuerza la Lanza de Corazón de Árbol; habían encontrado la lanza en el palco real, donde la habían arrojado los semigigantes en sus prisas por llevar a Kalak al interior del palacio.

—Yo iré delante. Nok dijo que la lanza nos protegería contra la magia y el Sendero. Colocaos detrás de mí, y yo seré vuestro escudo.

Neeva se colocó tras él; la siguió Tithian, luego Agis, con Sadira cerrando la marcha. Una vez que se encontró en el interior del agujero, el senador dejó escapar una exclamación ahogada ante el hermoso e irreal espectáculo que tenían ante ellos. Se encontraban en un túnel en sombras recubierto por ladrillos de obsidiana, pero, media docena de pasos más allá, un centelleante río de energía dorada fluía desde lo alto de una abertura y discurría pasillo abajo con un siseo. En el otro extremo, la luz subía para perderse a través de otra trampilla. De aquella abertura surgía un resplandor bermellón en el que se entremezclaban delgados jirones de neblina escarlata. Un rugido horrible y gutural surgió de la habitación situada allá arriba y vibró por todo el túnel.

Empuñando la Lanza de Corazón de Árbol con ambas manos, Rikus los condujo hasta el otro extremo del pasadizo. Ni siquiera se detuvo para considerarlo antes de penetrar en el torrente de dorado resplandor, acción que Agis consideró algo temeraria.

Un agradable cosquilleo empezó a recorrer los cuerpos de Agis y los demás en cuanto penetraron en el río de luz siguiendo a Rikus. La larga trenza castaña de Tithian se elevó en el aire y empezó a retorcerse en una especie de danza macabra. También el noble sintió cómo sus sueltas guedejas se movían en forma parecida, pero, aparte de esto, no sufrieron ningún efecto nocivo. Agis incluso se sintió en cierto modo fortalecido.

Llevaban recorrido ya casi todo el túnel, cuando Rikus gritó:

—¡Cuidado! —Cambió inmediatamente la lanza de posición para sujetarla en diagonal sobre el pecho.

Una garra tan grande como un semigigante colgaba de la abierta trampilla situada al otro extremo del pasadizo. Los retorcidos dedos realizaron una serie de contorsiones y señalaron al grupo. Sin previo aviso, una bola de fuego verde crepitó pasadizo abajo. Neeva y Tithian se ocultaron detrás de Rikus, y Agis se acurrucó tan cerca de ellos como pudo, con Sadira pegada a su espalda.

Cuando la bola de fuego pasó sobre él, en el campo de visión de Agis todo se tornó verde y deformado como si se encontrara bajo el agua. Por un momento, pareció como si todos ellos estuvieran atrapados en una esmeralda fundida. Luego el pecho de Agis se quedó sin aire, y empezó a ahogarse. Allí donde el cuerpo de otra persona no lo protegía, el noble sentía como si su carne se abrasara en un lecho de carbones encendidos. Por fin, casi en contra de su voluntad, aspiró con fuerza, y los pulmones le estallaron con un dolor lacerante. El llameante aire contenía unos terribles humos cáusticos que le llenaban los ojos de lágrimas y quemaban su estómago con la misma virulencia que abrasaban sus pulmones.

A los pocos instantes, la bola de fuego desapareció. La mano, colgando todavía por la abertura, volvió a gesticular preparándose para un nuevo conjuro. Rikus levantó la lanza para atacar, pero se detuvo cuando Sadira pronunció el nombre de Nok y activó el bastón.

Agis se agachó, tirando a Tithian al suelo junto a él. Los demás tuvieron el suficiente sentido común para agacharse sin que mediara advertencia alguna.

—¡Rayo de la montaña! —gritó Sadira.

Un trueno ensordecedor sacudió el túnel, y un relámpago de color zafiro centelleó por encima de la cabeza de Agis. El rayo fue a dar en la mano y explotó en un deslumbrante chorro de chispas de un azul blanquecino. Jirones de carne y pedazos de hueso salieron volando en todas direcciones, y un alarido inhumano resonó túnel abajo.

Rikus saltó hacia adelante a la carrera, dejando a los demás inmóviles a su espalda, estupefactos ante su osadía. Cuando el mul llegó al final del pasadizo, Kalak sacaba ya la otra mano para agarrar la puerta de la trampilla. La mano resplandecía con una brillante luz roja, y estaba cubierta por unas escamas blandas y húmedas.

Antes de que el rey pudiera cerrar la puerta, Rikus arrojó la lanza y atravesó la mano. Un nuevo alarido, no tan lleno de dolor como el anterior, resonó por el pasadizo. La mano retrocedió al interior, goteando negra sangre, y Kalak envió una nube de gas amarillo a través de la abertura. El mul regresó tambaleante junto a sus amigos, tosiendo y respirando con dificultad. La nube no llegó a alcanzar a los otros, ya que se vio arrastrada de nuevo hacia el rey por el dorado río de energía que penetraba por el pozo que estaba situado detrás de Sadira.

—Una reacción rápida, Rikus —lo felicitó Agis, jadeando todavía por los efectos de la bola de fuego verde—. No sé qué habríamos hecho si Kalak hubiera cerrado la puerta.

El mul aceptó el cumplido con un bufido y preguntó:

—¿Hay alguien herido? No parecéis en muy buenas condiciones.

Agis se dio cuenta de que la bola de fuego había consumido parte de sus ropas en brazos y piernas. La carne que se veía estaba enrojecida, con blancas ampollas formándose en varios lugares. Tithian se encontraba en una situación parecida, al igual que las dos mujeres.

—Estamos perfectamente, Rikus —fue la respuesta de Neeva—. Sigue adelante.

El mul los condujo hasta el final del pasillo y, una vez allí, levantó los ojos en dirección a la estrecha abertura.

—No podemos subir todos a la vez.

—Yo iré delante —ofreció Agis, colocándose delante de Tithian y Neeva—. Con las dos manos dañadas, Kalak no podrá lanzar muchos hechizos ni luchar con armas. Eso sólo deja el Sendero, mi área de competencia.

—Tienes razón —asintió Rikus, y le tendió la lanza—. Toma esto.

Agis sacudió la cabeza.

—No podemos arriesgarnos a que la pierda —respondió—. Puedo contenerlo el tiempo suficiente para que entre el siguiente, incluso sin la lanza.

—Eso tiene sentido, pero…

—Puedo hacerlo, Rikus —insistió Agis.

El mul contempló a Agis por unos instantes.

—Si tú lo dices… —aceptó al fin y, apoyándose la lanza en el hombro, formó un estribo con ambas manos.

Antes de que Agis pudiera subir a él, una cálida mano se posó en su hombro.

—Ten cuidado —le recomendó Sadira.

Con una sonrisa, el noble entregó a Sadira la espada que había cogido en la sala del tesoro de Kalak. Rikus dio un empujón a Agis, y éste se alzó en el aire hasta penetrar en la cámara secreta.

La habitación parecía un horno. Aunque la intensidad del calor no podía equipararse a la bola de fuego lanzada por Kalak, los pulmones de Agis parecían a punto de estallar cada vez que respiraba, y el calor le chamuscaba la piel, en especial allí donde ya estaba quemada. La sala era muy grande, construida por completo con ladrillos barnizados y llena de espirales de translúcida energía dorada que fluía al interior desde la abertura. Docenas de pinturas decoraban paredes y techos, mostrando a un dragón gigantesco que asolaba haciendas, caravanas e incluso ciudades enteras.

El suelo estaba cubierto de tal cantidad de sangre oscura que Agis se maravilló de que Kalak siguiera vivo. Los negros charcos borboteaban y humeaban, enviando volutas de aceitoso vapor marrón que giraban por el techo hasta alcanzar el centro de la habitación, donde una especie de conducto se elevaba hacia el lejano cielo como una inmensa chimenea.

El suelo estaba cubierto de docenas de esferas de obsidiana. Sus tamaños eran muy diferentes, desde el de una pequeña fruta del pharo hasta el de un enorme melón. Esparcidas entre las vítreas bolas se veían media docena de cáscaras vacías, en forma de grueso cuerpo de gusano y hechas de suaves escamas rosáceas. La más pequeña de las vainas tenía algo más de metro y medio de largo, y la mayor, más de tres.

Kalak en persona yacía en el extremo opuesto de la habitación. Su cuerpo de reptil, ahora de casi cuatro metros de longitud, estaba cubierto de relucientes escamas que iluminaban toda la habitación con su encendido brillo. El rey no prestó atención a Agis, pues en aquellos momentos se debatía y revolvía, intentando liberarse de la última de sus mudas.

Dándose cuenta de que habían cogido a Kalak en un momento en el que resultaba especialmente vulnerable, Agis se inclinó a través de la abertura del suelo e hizo señales a los otros para que subieran. Sadira le entregó la espada, y, mientras los otros ascendían a la sala, el senador se acercó al rey.

Apenas si pudo reconocer a Kalak en la grotesca larva que se retorcía en el suelo. El rostro del anciano se había achatado hasta convertirse en un óvalo que recordaba al de una serpiente, y las orejas habían desaparecido por completo. La arrugada cabeza estaba ahora cubierta de escamas de reptil, y la diadema de oro, emblema de la monarquía de Tyr, yacía abandonada en el suelo junto a él. Mientras que el cuello le había crecido largo y sinuoso, los brazos y piernas casi habían desaparecido por completo. En aquellos momentos, no parecían más que unos resecos e inútiles miembros rudimentarios. Un hirviente líquido negro rezumaba de la herida de lanza en el pecho de la larva de dragón, del muñón en que terminaba el brazo derecho, y del agujero en la mano izquierda.

Mientras Agis se acercaba, la larva siguió sin prestarle atención. Parecía sufrir atrozmente, tanto a causa de sus heridas como por el proceso de mudar de piel. La criatura abrió la boca despacio, mostrando dos hileras de afilados dientes; la repulsiva bestia colocó la boca sobre una cercana bola de obsidiana tan grande como su propia cabeza y, ante el asombro del noble, se tragó la negra esfera. Un bulto de forma esférica empezó a descender por el largo cuello del animal.

Rikus y los otros avanzaron con cuidado hasta quedar detrás de Agis, y estudiaron a la espantosa bestia durante unos segundos.

—Matémoslo mientras podamos —decidió Sadira y, levantando el bastón, empezó a avanzar.

La larva interrumpió sus contorsiones y volvió rápidamente la cabeza para mirarlos, los negros pozos de sus ojos llameando de cólera.

—¿Matarme a mí, chica estúpida? —se burló, lanzando bocanadas de vapor negro por la boca—. Hace quinientos años puede que sí, pero no ahora.

Clavó la odiosa mirada en la hechicera, y Agis comprendió al instante que el rey-dragón estaba a punto de atacar. Les había permitido acercarse tanto únicamente porque pensaba utilizar el Sendero y acabar con todos a la vez.

Cinco arietes, cada uno esculpido a imagen y semejanza de una cabeza de dragón cornudo, aparecieron frente a la larva. Agis tardó unos segundos en darse cuenta de que eran creaciones mentales y no físicas, pues la gran cantidad de energía de la habitación las había dotado de una apariencia de objeto material.

El noble se sabía poseedor de las habilidades necesarias para resistir el arrollador ataque directo que el rey pensaba efectuar, pero, si quería que sobrevivieran sus amigos, tendría que intentar algo desesperado. Agis visualizó mentalmente una duna de arena y abrió un sendero desde su nexo de poder a la habitación en sí.

Los arietes de Kalak salieron despedidos al frente. En ese mismo momento, toda la habitación pareció llenarse de arena. Tres de los ataques del rey se paralizaron al instante. El ariete situado frente a Rikus simplemente desapareció al acercarse a la Lanza de Corazón de Árbol. Sólo el que iba dirigido contra Sadira se abrió paso por entre la arena creada por Agis y dio en el blanco. La hechicera fue lanzada al otro lado de la sala y se estrelló contra la pared, para derrumbarse luego sobre el suelo hecha un ovillo.

Una oleada terrible de vértigo y cansancio se apoderó de Agis. Las rodillas se le doblaron, y bajó las defensas. Al desplomarse en el suelo, momentos más tarde, aterrizó sobre uno de los hirvientes charcos de sangre del rey.

Rikus se lanzó contra la larva de dragón, seguido de cerca por Neeva y Tithian. Utilizando la mano libre para protegerse el rostro del calor que desprendía el cuerpo de la bestia, el mul se dirigió directamente a la cabeza. Con un gesto indicó al sumo templario que se colocara en la parte central del cuerpo y a Neeva que se ocupara de la cola.

Kalak dejó que el trío se acercara sin moverse, al parecer tan exhausto por el combate paranormal como Agis. Pero, cuando Rikus alzó la lanza, la larva alzó también la cabeza.

—No creerás que dejaré que me ataques…

—¡No creo que puedas detenernos! —gritó Neeva, asestando un golpe con su hacha.

La gladiadora seccionó un pedazo de cola de casi un metro, que salió disparado al otro lado de la sala. Kalak lanzó un rugido de dolor, que Rikus aprovechó para clavar la lanza en el cuello de la criatura. El rey-dragón dejó caer la cabeza con fuerza sobre el costado del mul y le hizo perder el equilibrio. Antes de que Rikus se recuperara, el animal hundió los afilados dientes en el grueso torso del luchador y lo levantó del suelo. Con un chillido, el mul soltó la lanza y golpeó la cabeza cubierta de escamas del rey con los puños desnudos.

Neeva levantó el hacha para volver a golpear, pero esta vez la larva estaba preparada y la azotó en el rostro con los restos de su poderosa cola. El golpe le hizo añicos la nariz y la envió rodando por la habitación, inconsciente y ensangrentada.

El rostro de Tithian palideció hasta adquirir el color del alabastro. Sin asestar el menor golpe, el sumo templario dejó caer la curvada espada y retrocedió.

—¡Cobarde! —gritó Agis, intentando en vano ponerse en pie.

—Si ni Rikus ni Neeva pueden matarlo, ¿qué esperas que pueda hacer yo? —replicó el sumo templario, acercándose al cuerpo caído de Neeva.

Agis aspiró con fuerza varias veces y se concentró en obtener todo el potencial que le fuese posible mediante su nexo de energía. Con un esfuerzo, consiguió ponerse de rodillas.

Al mismo tiempo, Tithian recogió del suelo el hacha de Neeva. La gladiadora yacía inconsciente en medio de un charco de su propia sangre, el pecho ascendiendo y descendiendo con una respiración rápida y superficial. Empuñando la antigua arma, más por miedo que por valentía, el sumo templario fue hasta donde se encontraba Sadira. Ésta gimió y se sentó, sujetándose la cabeza.

Tithian paseó la mirada de un rebelde herido a otro, mientras los alaridos de Rikus rebotaban en las paredes de barnizados ladrillos, ensordeciéndolo. Parecía como si hubiera un centenar de muls en la habitación, cada uno muriendo de una muerte particularmente horrible y dolorosa.

Por fin, el sumo templario levantó la pesada arma de Neeva. Ante la sorpresa de Agis, Tithian corrió al frente y abatió la hoja contra una bola de obsidiana. Ésta se hizo trizas. El sumo templario avanzó hasta la siguiente y también la hizo pedazos.

—¿Qué haces? —exclamó el senador con voz débil.

—Existe más de una forma de luchar —respondió Tithian, apartándose del noble; se dirigió al rincón más apartado del dragón y destrozó otro negro globo.

La perplejidad de Agis tan sólo duró unos instantes más, pues Kalak arrojó a un lado el cuerpo lacerado del mul y gritó:

—¡Detente! ¡Te lo ordeno!

Tithian aplastó una nueva bola.

—¿Por qué debería hacerlo? —chilló—. ¿Me dejaréis con vida? ¿Me daréis el control de Tyr cuando os hayáis ido?

El rey se arrastró despacio pero sin detenerse hacia donde se encontraba el sumo templario.

—Sabes muy bien que no —siseó—. Pero puedo prometerte una muerte indolora.

Tithian destrozó otra esfera y corrió a otro rincón de la sala.

—¡Eres un sumo templario! —gritó el rey—. ¡Debes obedecer las órdenes de tu rey! —La criatura cambió de dirección y siguió a Tithian, dando la espalda a Agis.

Los brazos del sumo templario empezaron a temblar con tanta fuerza que Agis pudo apreciar cómo oscilaba el hacha. No obstante, Tithian dejó caer la pesada arma sobre una nueva bola de obsidiana; de pie, en medio de un montón de negros fragmentos, Tithian no hizo ya el menor movimiento para abandonar su rincón.

Agis se incorporó con gran esfuerzo, con los ojos clavados en la Lanza de Corazón de Árbol. Avanzó tambaleante hacia ella, musitándose una y otra vez que no estaba cansado, que le quedaba aún muchísima energía. Recogió del suelo el pedazo de madera. Éste le pareció terriblemente pesado, al menos para sus músculos todavía sin fuerzas por los efectos del agotamiento paranormal.

La larva alcanzó por fin el lugar donde se encontraba Tithian. Alzándose en toda su longitud, el rey-dragón abrió las fauces. El sumo templario lanzó un grito de terror y dejó que el hacha de Neeva se le escapara de las manos; agotadas sus energías, se dejó caer al suelo y se acurrucó sobre sí mismo.

Agis agarró la lanza con ambas manos y cargó justo cuando la criatura que era ahora Kalak se aprestaba a bajar la cabeza para morder a Tithian. El agotado noble lanzó un feroz grito de guerra y hundió la Lanza de Corazón de Árbol en la parte posterior de la cabeza del dragón. El asta de roble se deslizó suave y fácilmente hasta el interior del pesado cráneo, sin requerir apenas esfuerzo. Agis dio dos pasos más al frente, hundiendo la punta todo lo que le fue posible en el cerebro del rey-dragón.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo del reptil. Kalak lanzó un único y atronador rugido que sacudió la habitación hasta sus cimientos e hizo caer del techo una cascada de ladrillos sueltos. La cabeza de la bestia fue a estrellarse contra el suelo a los pies de Tithian, con uno de los extremos de la lanza sobresaliendo de su boca.

Agis cayó de rodillas, temblando y casi sin aliento. Tithian apartó las manos del rostro y contempló los ojos muertos de Kalak. Al cabo de unos instantes, cuando la idea de que el rey-dragón estaba muerto empezó a arraigar en su mente, el temor desapareció del rostro del sumo templario y éste volvió a tomar el hacha de Neeva. Sin demasiada confianza, golpeó la cabeza de la larva con la hoja; al ver que ésta no se movía, levantó más el hacha y la descargó con más fuerza sobre el cuello de la criatura. El golpe abrió una pequeña herida, pero el dragón no dio la menor señal de vida.

—El rey ha muerto —anunció, dejando caer el hacha.

Agis asintió y también se puso en pie.

—Tyr es libre.

Tithian pasó junto al noble. Agis se volvió para seguirlo y vio a Sadira arrodillada junto a Neeva. La hechicera tanteaba con suavidad la destrozada nariz de la inconsciente gladiadora al tiempo que mantenía abierta la boca de la mujer para que pudiera respirar.

Rikus se encontraba unos metros más allá, haciendo muecas de dolor y aturdido todavía por el maltrato de Kalak. El fornido pecho mostraba más de una docena de heridas, todas ellas rezumando roja sangre. En algunos lugares, incluso se entreveía el blanco de las costillas. El mul estudió estoicamente sus heridas y, haciendo jirones sus ropas, empezó a vendárselas lo mejor que pudo.

Tithian pasó a menos de medio metro del mul pero no le prestó la menor atención. En lugar de ello, el sumo templario se dirigió a la pared donde Kalak había estado mudando de piel; una vez allí se arrodilló y empezó a rebuscar por entre los humeantes charcos de negra sangre que cubrían el suelo.

Maldiciendo en silencio la insensibilidad del sumo templario, Agis se dirigió hacia el gladiador. El noble empezó a romper pedazos de sus propias ropas y luego ayudó al mul a vendar sus múltiples heridas.

—Mataste a Kalak —jadeó Rikus; apretó la mano del noble—. Bien hecho.

—No, nosotros matamos a Kalak —lo corrigió Agis, devolviendo el apretón de manos del mul con calor. Volvió la cabeza en dirección a Sadira y Neeva, y después añadió—: No podríamos haberlo conseguido los unos sin los otros.

Cerca de la pared, Tithian se incorporó, con una sonrisa de complacencia adornándole el rostro. En las manos sostenía la diadema de oro que Kalak había ceñido durante mil años. Tanto la corona como sus dedos estaban manchados de sangre negra.

—¡Larga vida al rey! —musitó, colocándose la diadema sobre la cabeza.