16: El final de la partida
16
El final de la partida
Rikus y sus tres compañeros se encontraban en el callejón que iba a salir frente al gran estadio de Tyr, escuchando cómo el clamor del público resonaba por encima de las altas paredes. Dos templarios montaban guardia en cada una de las salidas del edificio, la alabarda bien sujeta en una mano y la corta espada colgando sobre la cadera. En el exterior, cientos de hombres y mujeres, vencidos por la bebida, el calor o la excitación, estaban sentados en las calles, agitando abanicos ante sus rostros o con la cabeza hundida entre las manos. Habría sido mejor para ellos regresar a sus hogares, pero el mul sospechaba que esperaban recuperarse a tiempo de presenciar el gran final de la jornada. Rikus los consideró unos locos… y no precisamente la clase de personas por las que quería morir.
El mul se volvió a sus extenuados compañeros. Después de cuatro agotadores días de trayecto, habían conseguido llegar a Tyr la noche anterior, para encontrarse con que el zigurat estaba acabado y los juegos programados para iniciarse por la mañana.
—Esto no saldrá bien —dijo Rikus, mirando a los guardas del estadio.
—¿Tienes alguna idea mejor? —inquinó Sadira.
La semielfa iba vestida como si fuera una mujer de la nobleza, con un aro de plata ciñendo los ambarinos cabellos y un manto de seda sobre los hombros. En los dedos lucía anillos de plata, oro y cobre, y las tiras de sus sandalias estaban tachonadas de turmalinas. Según el plan que habían preparado, la joven tenía que buscar un buen lugar en las graderías de los nobles desde el que pudiera ver tanto a Rikus como el palco real. Justo antes de que el mul arrojase la Lanza de Corazón de Árbol, ella utilizaría el bastón de Ktandeo para destruir el escudo mágico que daban por sentado protegería a Kalak.
—No se me ha ocurrido nada mejor… todavía —admitió Rikus de mala gana.
—No tenemos mucho tiempo, Rikus —recordó Agis, que se sentía nervioso e incómodo vestido con la sotana de un templario—. Podrían cerrar el estadio en cualquier momento.
—¡Que lo hagan! Tithian jamás se nos unirá. —Rikus inclinó la lanza en dirección al estadio—. Si atravesamos esas puertas, nos matarán a todos antes de que podamos asesinar a nadie.
—No necesitamos que Tithian se nos una —replicó Agis—. Todo lo que necesitamos es que nos deje tranquilos. Eso al menos ya nos lo ha prometido. Gracias a los esfuerzos de Sadira, averiguó dónde se escondían los amuletos. Hasta ahora, ha mantenido su palabra.
Rikus se vio forzado a admitir que era cierto. La noche anterior, Agis y Sadira se habían dedicado a preguntar por ahí si la gente todavía esperaba que el mul y su compañera combatieran en el estadio. Ante su sorpresa, todo el mundo daba por sentado que Rikus y Neeva formarían parte del gran final. Al parecer, Tithian había cumplido su promesa y mantenido en secreto la huida de sus dos mejores gladiadores.
No obstante, el mul no se sentía demasiado entusiasmado por el papel tan crucial que el sumo templario tenía en sus planes.
—Agis, pides de Tithian que te permita atacar a Kalak desde la tribuna de los sumos templarios. Si eso no es ayudar, no sé lo que es.
—Tienes razón —asintió el noble—, eso es ayudar. De todos modos no importa. Tithian cooperará. Dejádmelo a mí.
Rikus sacudió la cabeza, tozudo.
—No se puede confiar en él, no importa lo íntimos amigos que fuerais de niños. Tiene que existir alguna otra forma.
Esta parte del plan era lo que ponía más nervioso al mul. Cuando Rikus tirara la lanza, Agis atacaría al mismo tiempo a Kalak con una andanada de poderes paranormales. Desgraciadamente, para poder realizar este ataque, el noble necesitaba ver el rostro del rey, y el único lugar desde donde podía hacerlo era la tribuna de los sumos templarios. Por este motivo, Agis se había vestido con una sotana de templario. Su intención era convencer a Tithian de que lo dejara pasar por un funcionario menor y le permitiera presenciar el combate desde la tribuna.
Neeva sentía los mismos temores que Rikus.
—Agis, si te equivocas con respecto a Tithian, en cuanto Rikus y yo salgamos a la arena, nos hará matar… y Kalak sobrevivirá. Me sentiría mejor si supiera por qué estás tan seguro de que el Sumo Templario de los Juegos va a cooperar.
—Porque Tithian no quiere morir —explicó Agis con una sonrisa—. Cuando se entere de que Kalak quiere convertirse en un dragón, y lo que eso significará para Tyr, el sumo templario comprenderá que su mejor posibilidad de supervivencia sólo está en nuestro éxito.
—¿Cómo sabes que Tithian te creerá? —argumentó Neeva—. ¿O que no pensará que Kalak lo va a dejar a él con vida?
—No necesitamos convencer a Tithian de nada —replicó Agis—. Ya se asustó cuando el rey le ordenó que cerrase el estadio. Se sentirá mucho más aterrorizado cuando le cuente el motivo.
Antes de que abandonaran el bosque, Nok les había revelado todo lo que sabía sobre dragones. Una de las cosas que mencionó fue que la incubación de Kalak precisaría de la energía vital de decenas de personas. Desde luego, enseguida habían comprendido que ése era el motivo por el que el rey quería que el estadio quedase sellado.
—Además —continuó Agis—, existen otras dos buenas razones para que yo me encuentre cerca de Tithian. Primero, si intenta dar la alarma cuando tú y Rikus entréis en la arena, lo mataré. Incluso si nos traiciona, eso puede daros tiempo suficiente para acabar con Kalak.
—Antes de que los templarios nos maten —añadió Rikus—. Sigue sin gustarme este plan. Estoy aquí para ayudar a Sadira y Neeva. No me importan en absoluto toda una multitud de ciudadanos que están aquí porque disfrutan viendo cómo unos esclavos se despedazan entre ellos. Por lo que a mí concierne, esta chusma se merece lo que sea que Kalak les vaya a hacer.
—¿Y qué sucede con el resto de Tyr? —inquirió Neeva—. Ya oíste a Nok. En cuanto Kalak se transforme en un dragón, no va a detenerse una vez que abandone el estadio. Aniquilará Tyr y probablemente también todo el valle.
—No salvaremos ninguna vida si morimos antes de tener una oportunidad de atacar al rey —repuso Rikus—. Por otra parte, seguro que salvaríamos miles de vidas si nos pasamos la tarde advirtiendo a aquellos que no han ido a presenciar los juegos.
—Rikus, se trata de algo más que de salvar vidas —le recordó Agis—. Se trata de libertad…
—Nosotros ya tenemos nuestra libertad —contestó el mul—. Eso es lo importante para mí.
—Esto tampoco tiene que ver con la libertad —interrumpió Sadira—. Tiene que ver con las fuerzas del mal. Si alguien hubiera detenido a los reyes-hechiceros hace miles de años, Athas no sería el lugar terrible que es hoy en día. Si no detenemos a Kalak ahora, ¿quién sabe qué clase de mundo vamos a encontrar mañana?
—Eso lo comprendo —respondió Rikus—, pero tú y Neeva… e incluso Agis, supongo, sois más importantes para mí que todo Tyr. Os ayudaré a luchar contra Kalak, pero no quiero parte alguna en hacer que maten a cualquiera de vosotros.
—A lo mejor eso no llegará a suceder —dijo Agis—. Esa es la otra razón por la que quiero estar cerca de Tithian cuando ataquemos. Si alguien puede salvarnos después de muerto Kalak, ése es él.
—Resulta una idea agradable, pero no veo por qué tendría que hacerlo —intervino Neeva, meneando la cabeza—. Una vez muerto Kalak, puede que Tithian desee ocultar su colaboración en el asesinato. Irá en su propio interés asegurarse de que muera toda aquel que esté enterado de su participación.
—Motivo por el cual yo estaré cerca —replicó Agis—. La amenaza de una muerte inmediata y dolorosa convencerá a Tithian de dejarnos escapar. Eso al menos lo puedo asegurar.
—Es mejor que cualquiera de las cosas que se me han ocurrido —admitió Rikus.
—Bien —concluyó Sadira—. Ahora que todos nos sentimos felices, pongámonos en marcha. —Echó a andar hacia el estadio antes de que nadie pudiera seguir discutiendo la cuestión.
—Yo no dije que estuviera contento —refunfuñó Rikus, apoyando la lanza sobre su hombro y poniéndose en marcha tras ella.
Agis se colocó a su lado.
—Os ayudaré a Neeva y a ti a entrar en el estadio —ofreció—. Co…, como esclavos podéis tener dificultades…
—Me parece que somos bastante conocidos aquí —contestó el mul con una sonrisa de orgullo.
El mul hizo una señal a Neeva, y cruzó la calle en dirección a la entrada más cercana. Cuando la pareja de famosos gladiadores penetraron en el oscuro pasillo, los guardas se hicieron a un lado e inclinaron las armas en señal de saludo.
* * * * *
* * *
Rikus y Neeva penetraron en la arena. Al verlos, el clamor de la multitud sacudió incluso los cimientos de granito del gigantesco coliseo de Tyr. Los dos gladiadores se detuvieron bajo el arco de la entrada para dejar que sus ojos se adaptaran a la brillante luz. La muchedumbre rugió con más fuerza. A los pocos momentos, la pareja se dirigió al centro de la arena de combate, dejando a su espalda el rancio olor a vino y sudor que flotaba junto a las tribunas.
Como de costumbre, ambos gladiadores lucían protecciones ligeras, pues consideraban que la movilidad era tan importante en la lucha como la fuerza. Vestían los atavíos de combate de color verde esmeralda que Neeva había escogido antes de ir al estadio. Rikus no llevaba más que un taparrabos, una coraza de cuero, un casquete de hueso, y protectores claveteados en rodillas y codos. Como arma, empuñaba la Lanza de Corazón de Árbol.
Neeva iba armada con el trikal de hoja metálica que Agis le había dado. Además del taparrabos y el peto, llevaba un yelmo de cuernos de marfil y un par de hombreras de las que colgaba una capa en forma de ala. Se cubría los antebrazos con unos largos guanteletes, y un par de grebas con protectores claveteados le protegían las espinillas.
Al llegar al centro de la inmensa arena, los dos gladiadores se detuvieron y agradecieron la ovación levantando las armas en dirección al público. El estadio estaba más lleno de lo que nunca lo había visto Rikus. En las graderías, la gente estaba sentada en cualquier espacio disponible, ocupando pasillos y escaleras e impidiendo el paso. Las tribunas superiores estaban aún más llenas si cabe, pues los espectadores se habían sentado incluso en los bordes, aferrándose a los pasamanos de cuerda para no ser empujados fuera de sus precarias posiciones.
A Rikus le pareció como si cada uno de los presentes en las gradas aullara, gritara o golpeara las palmas de las manos contra los asientos de piedra. Oyó gritar su nombre en mil lugares a la vez, y se preguntó si alguno de aquellos que ahora lo abrumaban con su adulación intentaría ayudarlos a él o a Neeva cuando arrojara la lanza contra el corazón de Kalak.
Tras agradecer el aplauso de la muchedumbre, los gladiadores se inclinaron ante el zigurat que se alzaba sobre el extremo oriental de la arena. Hecho esto, se volvieron a la tribuna de los sumos templarios, un pequeño palco con asientos que sobresalía de la tribuna de una de las gradas. La parte posterior y los costados estaban cubiertos para que los que se sentaban en las gradas no pudieran ver a sus ocupantes, y un dosel amarillo colgaba sobre la parte superior para proporcionar sombra. Aunque la penumbra resultante impidió a Rikus ver en el interior del palco, confió en que una de las figuras que lo observaban desde la oscuridad perteneciera a Agis.
* * *
—Dime por quién debería apostar, ¿Rikus o Kalak? —preguntó Tithian, inclinándose hacia Agis para hacerse oír por encima del estruendo del estadio.
—Por Rikus, desde luego —respondió Agis. Miró en dirección a la tribuna real, donde podía verse el rostro arrugado de Kalak sobresaliendo apenas por encima de la barandilla—. Si apuestas por Kalak, perderás… de un modo u otro.
El sumo templario enarcó una ceja.
—¿Es cierto eso?
Agis asintió, y luego se inclinó sobre el oído de Tithian. Hablando en el tono justo para hacerse oír, el noble relató lo que les había contado Nok. Existía, desde luego, un ligero riesgo de que Kalak estuviera escuchando su conversación gracias a sus poderes mágicos, pero Agis sospechaba que el rey tendría la mente ocupada en otras cosas en aquellos instantes.
El rostro de Tithian palideció, y el sumo templario se dejó caer sobre su bien acolchada silla.
—Supongo que tendría que considerar todo esto demasiado increíble para ser verdad.
—¿Lo consideras así? —inquirió el noble.
El sumo templario negó con la cabeza.
—¿Entonces estás con nosotros? —lo apremió Agis, susurrando la pregunta casi al oído de Tithian.
Por simple rutina, habían registrado al senador antes de permitirle entrar en el palco y en esos momentos se encontraba desarmado. Sin embargo, eso no lo preocupaba, pues su dominio del Sendero lo acompañaba siempre. Si no recibía una respuesta satisfactoria de su viejo amigo, Agis estaba dispuesto a matar al sumo templario.
—Jamás dije que ayudaría, sólo que no sería un obstáculo —contestó Tithian—. He mantenido mi palabra, como resulta evidente por el hecho de que tú estés aquí y mis gladiadores ahí abajo. —Señaló al centro de la arena, donde Rikus y Neeva todavía aguardaban su respuesta al saludo.
—No puede haber espectadores en esto —declaró Agis—. O estás con nosotros o estás en contra nuestra.
Tithian sostuvo sin inmutarse la amenazadora mirada de su amigo.
—Quiero algo a cambio.
—¿Qué?
El templario se encogió de hombros.
—Depende de lo que quieras que yo haga.
—Lo que necesitamos debería ser algo muy fácil para alguien con tu autoridad —repuso Agis—. Simplemente sácanos de aquí cuando Rikus haya arrojado la lanza.
Tithian cerró los ojos y dejó que un suspiro cargado de ironía escapase de sus labios.
—Agis, yo no estoy a cargo de las fuerzas de seguridad —anunció—. Kalak ha asignado esa responsabilidad a Larkyn.
* * *
En el centro del campo, Rikus empezaba a temer haber estado en lo cierto al no confiar en Tithian. En cualquier momento, esperaba ver aparecer en la arena un destacamento de semigigantes, o que un par de rayos mágicos surgieran de la tribuna para destruirlos a él y a Neeva.
Aguardó. Nada sucedió, excepto que el clamor de las gradas se convirtió en un enfebrecido frenesí. Los dos gladiadores permanecían inmóviles bajo el sofocante calor de la tarde, con el olor rancio de la sangre y la muerte de la mañana flotando todavía sobre el suelo de arena.
Finalmente Tithian apareció en la barandilla del palco, donde Rikus y Neeva pudieran verlo. El templario aceptó su saludo agitando un pañuelo negro.
—Ya era hora —gruñó Rikus, girando sobre los talones para mirar al extremo occidental de la arena.
—No te quejes —lo regañó Neeva, volviéndose también—. Parece que Agis tenía razón con respecto a Tithian.
Esta vez, los dos gladiadores miraron en dirección a la Torre Dorada, cuya tribuna real daba sobre el extremo del campo de combate. Un único par de guardas semigigantes montaba guardia a cada lado de la tribuna, custodiando un enorme trono de jade situado en la parte delantera del pequeño palco. La calva coronilla de Kalak, su diadema de oro, y sus ojos oscuros apenas resultaban visibles por encima de la pared frontal de la tribuna.
—Espero que se ponga de pie cuando yo esté listo para arrojar la lanza —dijo Rikus, inclinando el arma ante el rey en señal de saludo—. Incluso a esta corta distancia, su cabeza no es un blanco demasiado bueno.
Kalak no los tuvo esperando tanto tiempo como Tithian. Tras la formalidad de una espera de dos segundos, uno de los guardaespaldas les indicó que se colocaran en una esquina de la arena. Mientras se dirigían a sus posiciones de salida, Rikus estudió a los otros gladiadores presentes en el terreno de combate.
A cada lado de la arena se encontraban seis parejas mixtas de luchadores. Algunos eran humanos por completo o semielfos, hombres y mujeres de aspecto rudo vendidos a los fosos de gladiadores para pagar sus deudas o como castigo por algún delito. También había algunos representantes de razas más exóticas, incluido un grupo de gigantescos baazrags, dos nikaals de escamas púrpura y una pareja de encorvados giths.
Rikus sólo reconoció a unos cuantos de los otros luchadores. En la esquina opuesta se encontraban Chilo y Felorn, una muy diestra pareja de tareks. Como los muls, los tareks eran fornidos, musculosos y sin pelo. Sus cabezas, sin embargo, eran cuadradas, con frentes prominentes y enormes arcos superciliares. Sus narices eran planas con amplios orificios y tenían un hocico redondeado lleno de afilados dientes. Ninguno de los dos tareks llevaba armadura de ninguna clase, y cada uno llevaba dos armas: una horca pequeña de metal que podía servir indistintamente como arma defensiva o como arma ofensiva, y un pico doble de hueso, un arma parecida a un martillo con un pico serrado en la parte delantera y una cabeza plana y gruesa en la trasera.
A la derecha de Rikus había un peludo semigigante que empuñaba un hacha de obsidiana con una hoja tan grande como un enano. Su compañera era una mujer de sangre elfa armada con un látigo de hueso y cuero. El mul no conocía a la elfa, pero el semigigante era un antiguo guarda llamado Gaanon, al que había herido en una competición el año anterior. Como armadura, Gaanon llevaba una cota de mallas de cuero que un hombre de tamaño normal habría podido utilizar como tienda de campaña. La elfa llevaba una hombrera de bronce en el hombro izquierdo y un guantelete de púas en el brazo derecho.
Al darse cuenta de que la estudiaban, elfa dedicó a Rikus una sonrisa torcida. El mul no supo decir si el gesto indicaba una especie de saludo o era una amenaza, pero le hizo pensar que la mujer esperaba con ansia el combate. Se encogió de hombros y volvió la cabeza, devolviendo su atención a la propia compañera.
—¿Alguna señal de Sadira en las gradas de los nobles?
—No que yo haya visto —respondió Neeva—. ¿No confías en que sus encantos le sirvan para colocarse en el lugar convenido?
—Confío en sus encantos —dijo Rikus, obsequiando a su compañera con una cálida sonrisa—. Pero me parece que no tanto como confío en tu trikal.
—Espero que lo recuerdes cuando esto termine —replicó ella, dedicándole una significativa mirada.
Un sonoro crujido resonó por todo el estadio, atrayendo la atención de gladiadores y espectadores hacia el centro de la arena. Un enorme bulto se formó en el suelo de arena a medida que un inmenso par de puertas empezaban a abrirse. Excitados murmullos de curiosidad recorrieron la muchedumbre, ya que estas puertas enormes cubrían un subterráneo lleno de plataformas donde Tithian guardaba decorados del tamaño de edificios. Casi nunca se abrían a menos que se utilizaran para subir a la arena alguna atracción especial.
Ese día no fue una excepción. Cuando las puertas quedaron totalmente abiertas, un familiar caparazón rosado surgió desde el interior del foso. Un par de mandíbulas dentadas del tamaño de un brazo sobresalían de la parte inferior de uno de los extremos del caparazón.
* * *
—¡El gaj! —musitó Sadira, contemplando cómo la bestia surgía de la zona donde se guardaban los decorados.
La semielfa se encontraba en la terraza situada encima de las gradas de los nobles, después de haber pasado las últimas dos horas intentando en vano abrirse paso hasta el lugar que debía ocupar. Desgraciadamente, debido a que el estadio estaba tan lleno, muchos espectadores pertenecientes a las capas bajas habían intentado colarse en las gradas inferiores desde primeras horas de la mañana. Los nobles se habían quejado con insistencia, y ahora los guardas semigigantes situados en la parte superior de cada hilera no dejaban bajar a nadie por las escaleras a menos que alguien de la gradería respondiera del recién llegado.
Mientras observaba la salida del gaj del foso, Sadira no tardó en darse cuenta de que la criatura estaba colocada sobre la pirámide de obsidiana de Kalak. Esperando que el espectacular objeto le facilitaría la distracción que necesitaba, empezó a descender por la terraza hasta que encontró a un guarda que parecía más interesado en la arena que en su trabajo. La hechicera aspiró con fuerza y rodeó decidida la cadera del gigante.
Una mano enorme descendió frente a ella.
—¿Adónde vas? —inquirió una voz profunda. El semigigante ni siquiera bajó los ojos para ver a quién se dirigía.
Sadira clavó la mirada en el único espacio vacío que se veía entre la multitud situada allá abajo, y golpeó los nudillos del guarda con el puño de su bastón.
—¡A mi asiento!
—¡Uhhh!
El semigigante retiró la mano de inmediato y bajó los ojos, sorprendido.
Sadira hizo intención de seguir adelante.
—Lo siento —se disculpó el semigigante, fijando los abultados ojos en el rostro de la joven—. Te recuerdo de…
El guarda arrugó la frente, y Sadira comprendió al momento que tenía problemas.
—¡Pegen! —exclamó el semigigante; la mano cayó sobre su hombro—. ¡Tú eres la que me hizo parecer un estúpido en las puertas de la ciudad! ¡Tú mataste a Pegen!
—En el nombre de… —siseó Sadira, maldiciendo su mala suerte.
Giró en redondo y golpeó al guarda con el bastón en la ingle, lugar que en un semigigante quedaba perfectamente a su altura. Con un gemido, el guarda soltó su hombro y alargó la mano para coger el garrote de hueso que había dejado apoyado en la pared de la terraza.
Sadira resistió la tentación de utilizar magia, ya que se encontraba a la vista de casi todo el estadio. En lugar de ello, se deslizó por detrás del guarda y corrió en busca de un túnel de salida. El semigigante la siguió, gritándole que se detuviera y amenazando con terribles consecuencias si no obedecía. La escena provocó algunas risitas divertidas por parte de los que se encontraban más cerca, pero el sonido de la voz de Tithian, aumentada gracias a la magia, devolvió rápidamente su atención a la pirámide de obsidiana.
—Las reglas del juego son sencillas: la última pareja de gladiadores que se mantenga en la parte superior de la pirámide ganará la prueba.
Aunque Sadira se sentía intrigada por lo que sucedía en la arena, no se atrevió a detenerse a mirar. El semigigante se encontraba a sólo pocos pasos de ella.
Por todo el estadio empezaron a sonar unos vibrantes golpes procedentes de los pasillos de acceso a medida que las puertas caían con estrépito sobre el suelo cerrando el paso. Comprendiendo que estaba a punto de verse aislada de las calles, la hechicera se introdujo en la primera salida que encontró. El rechinar de las cadenas resonó en la arcada de roca, y los templarios situados al otro lado saltaron a la calle. Una puerta enorme descendió con un fuerte ruido hasta el suelo y cerró el corto pasadizo. Sadira estaba atrapada.
* * *
Kalak se levantó y avanzó hasta el borde de su tribuna.
—¡Que empiece el juego!
Los otros gladiadores se lanzaron en dirección a la pirámide, que un grupo de templarios había hecho levitar hasta colocarla en posición frente a la tribuna de Kalak. Neeva hizo intención de seguirlos, pero Rikus la sujetó por el hombro.
—Deja que los demás luchen un poco. El gaj les impedirá reclamar el premio demasiado pronto —dijo, señalando a la parte superior de la cristalina pirámide, donde seguía instalada la asesina criatura—. Además, si Kalak se queda al borde del balcón, puede que podamos alcanzarlo desde aquí abajo.
—¿Qué hay de Agis y Sadira? —preguntó Neeva—. No puedes atacar si ellos no están preparados.
—Pues lo mejor será que estén ojo avizor —respondió Rikus.
Delante de ellos, Gaanon fue el primero en iniciar el combate al dirigir un malintencionado golpe de su arma contra un estúpido baazrag. La peluda criatura detuvo el golpe con su tridente, mientras sus hundidos ojos reflejaban su confusión al verse atacado. El hacha del semigigante partió el arma en dos como si se tratara de una ramita, y luego cortó el enorme torso del baazrag en dos pedazos justo bajo la línea del pecho. Un atronador rugido resonó en las gradas.
La hembra baazrag montó en cólera, y arrojó su hacha de doble hoja contra la pierna de Gaanon, quien se tambaleó y estuvo a punto de caer. La baazrag levantó los poderosos brazos, abrió la boca mostrando los amarillentos colmillos y se lanzó sobre el semigigante. La compañera elfa de éste desapareció de improviso del lado de Gaanon, para reaparecer detrás de la enfurecida baazrag.
—La elfa puede transportarse de un punto a otro —observó Rikus.
Neeva gruñó para informarle que lo había oído pero, aparte de esto, no pareció muy impresionada.
La elfa hizo chasquear su látigo alrededor de las piernas de la hembra baazrag. La peluda mujer cayó a los pies de Gaanon, quien la decapitó en un santiamén con otro rápido mandoble de su hacha.
—Veamos si podemos abrirnos paso hacia Kalak —dijo Rikus, conduciendo a su compañera hacia la zona en que se desarrollaba la lucha general.
El aparente caos de la refriega estaba compuesto en realidad de muchos combates más reducidos entre grupos de luchadores. Rikus se abrió paso cuidadosamente por entre estas pequeñas peleas en dirección al centro del terreno.
A unos pocos metros de la pirámide, dos giths se adelantaron para cortar el paso al mul y a su compañera. Con los protuberantes ojos fijos en Rikus y Neeva, los jorobados reptiles avanzaron con un paso encorvado que no podía definirse ni como carrera ni como zancada. Cada una de las escuálidas criaturas llevaba un yelmo cubierto de plumas sobre la huesuda cabeza triangular; unas láminas de caparazón de mekillot protegían las vulnerables espinas de sus espaldas.
—No perdamos demasiado tiempo con estos dos —indicó Rikus, colocando la lanza en posición defensiva. No añadió una advertencia sobre estar alerta por si utilizaban trucos paranormales, porque Neeva y él ya habían luchado con giths antes. Ella conocía sus habilidades innatas tan bien como él.
—¡No malgastes el tiempo hablando! —le espetó Neeva, colocándose a su lado—. Limítate a matarlos.
El gith de menor tamaño inició el ataque, corriendo hacia Rikus con una serie de desgarbados saltos. El mul hizo detener a la criatura en seco amenazándola con la punta de su lanza. El demacrado reptil levantó de mala gana la claveteada maza para intercambiar golpes. Rikus sabía muy bien que esta maniobra no tardaría en significar la muerte de su contrincante.
El otro gith se detuvo a unos cuantos metros de Neeva y estudió el trikal de la gladiadora con sus ojos protuberantes y sin párpados. Al cabo de un instante, el arma de Neeva se retorció con vida propia en sus manos.
—¡Esta maldita cosa ha dado vida a mi trikal!
Sin apartar la mirada de su contrincante, Rikus sacudió la cabeza.
—No deberías haber hecho esto —comentó en voz alta, dirigiéndose al atacante de Neeva—. No consigue más que enloquecerla.
* * *
Un fornido templario de rostro correoso y arrugado penetró violentamente en la tribuna. El hombre se detuvo directamente frente a la silla de Agis, impidiendo que el noble pudiera ver el combate entre sus amigos y los dos giths.
—¿Qué significa esto? —bramó el recién llegado, haciendo caso omiso de Agis y fijando su atención en Tithian.
—¿Qué significa qué, Larkyn? —preguntó a su vez Tithian.
—¡Has cerrado las puertas demasiado pronto! —protestó Larkyn—. La mitad de mis templarios han quedado aislados fuera, y el público ya se está poniendo nervioso.
—¿Es cierto eso? —inquirió Tithian, imperturbable. Dirigió a Agis una mirada de complicidad.
Larkyn miró al senador y frunció el entrecejo, pero no demostró la menor señal de haberlo reconocido. Esto no sorprendió al noble, pues los sumos templarios evitaban al senado con la misma solicitud con que los senadores evitaban pasar por los departamentos de Estado. Aunque era seguro que se conocían de nombre, Agis dudaba de que se hubieran encontrado nunca a menos de treinta metros el uno del otro antes de ese día.
Como el noble no hizo el menor movimiento para alzarse, Larkyn carraspeó con voz sonora.
Una sonrisa maliciosa apareció durante unos segundos en los delgados labios de Tithian; luego éste abofeteó a Agis con el dorso de la mano.
—¡Cómo te atreves a permanecer sentado cuando un sumo templario está de pie!
Agis se puso en pie de un salto con la misma expresión contrariada de un templario que ha olvidado su puesto.
—Por favor, perdonadme, gran señor —se disculpó con toda humildad, inclinándose ante Larkyn—. Estaba absorto en el combate.
Larkyn lo despidió con un gesto de la mano y se sentó en el asiento que acababa de dejar libre el noble. Agis se colocó en la parte posterior del palco y echó una mirada por la escalera. Al pie de ella había un corrillo de dos docenas de templarios de rango inferior. Era imposible distinguir a los hombres de Tithian de los de Larkyn, pero Agis se dio cuenta de que un grupo cerraba el acceso a la tribuna al otro.
Admirando la astucia con que Tithian había conseguido colocar a Larkyn en la silla, Agis se situó justo detrás de modo que nadie pudiera ver lo que hacía. Buscó en el interior de su túnica y sacó el estilete que Tithian le había entregado antes de la llegada de Larkyn; como era natural, el sumo templario no se veía obligado a pasar ningún registro. Aunque el noble habría preferido utilizar el Sendero dejando a Larkyn vivo pero incapacitado, su antiguo amigo había insistido en la daga clavada en la espalda.
En el mismo instante en que Agis atravesaba con el cuchillo el blando respaldo de la silla, una luz blanca centelleó en la salida por la que había huido Sadira. No fue una luz particularmente brillante, ni duró mucho tiempo; tampoco provocó el menor estruendo. Sin embargo, resultó muy visible, y muchos espectadores curiosos vieron su atención dividida entre el combate en la arena y los misteriosos fuegos artificiales de las gradas.
* * *
—¿Viste eso? —preguntó Rikus, apartando los ojos del relámpago que acababa de ver en las gradas.
A los pies del mul yacían los dos giths, eliminados sin contratiempos y sin que ni él ni Neeva hubieran recibido ni un rasguño. En la tribuna situada sobre sus cabezas, Kalak permanecía encaramado en el borde del trono, observando la lucha sin dar la menor indicación de que se sintiera preocupado por el destello de luz. El mul se dijo que debía de haber sido un templario eliminando a un espectador indisciplinado.
—¡Rikus, ten cuidado! —gritó Neeva—. ¡Los tareks!
El mul giró en redondo. El poderoso tarek macho se encontraba tan cerca que su olor almizcleño embargó las narices de Rikus. La hembra plantaba cara ya a Neeva, y las dos mujeres intercambiaban golpes veloces como el rayo, llenando el estadio con el estruendo de aquéllos mientras se atacaban y defendían.
Chilo lanzó su pico contra Rikus, apuntando al brazo del mul, pero éste utilizó la lanza para detener el ataque. Se escuchó un sonoro crujido, y el pico pasó silbando junto a Rikus. Abriendo el hocico, el tarek mostró los blancos dientes e intentó acuchillar el estómago del mul con su horca corta. Rikus dio un salto atrás. Mientras las afiladas cuchillas de la horca arañaban su ligera coraza, el mul dirigió una patada lateral al poderoso pecho de Chilo. El golpe dio en el blanco, pero el tarek se limitó a hinchar los cavernosos orificios de su nariz, sin demostrar ninguna otra reacción. Rikus retrocedió, intentando dejar un poco de espacio entre él y el enorme cuerpo de Chilo.
Felorn se colocó entonces entre el mul y su compañera, y, para no verse separado de Neeva, Rikus volvió a retroceder. Los negros ojos de Chilo centellearon bajo el huesudo entrecejo. Rikus comprendió que estaba haciendo lo que su oponente esperaba, de modo que se interrumpió en mitad de un paso y volvió a colocar el pie en el suelo. Chilo arremetió contra él, balanceando ambas armas con los brazos bien extendidos.
El mul levantó la punta de la lanza.
—Intentar intimidarme ha sido tu último error —dijo, dando un paso al frente.
Las armas de Chilo cortaron el aire detrás de Rikus, y el mul hundió la lanza en el corazón de su adversario. La afilada punta penetró sin problemas en el musculoso pecho del tarek. La boca de Chilo se abrió, sus ojos se vidriaron, y su carrera se interrumpió… pero no cayó al suelo ni soltó sus armas. Se limitó a apartarse del mul y a retirar su cuerpo de la lanza.
—¡Odio a los tareks más que al vino de Asticles! —gruñó Rikus.
No dudaba haber asestado a Chilo un golpe mortal, pero, por desgracia, los tareks a menudo seguían luchando después de muertos.
Rikus aprovechó el momentáneo estado de confusión de Chilo para echar una mirada por encima del hombro. Felorn seguía colocada entre él y Neeva. El mul dio un paso atrás y hundió el extremo opuesto de su arma en las costillas de la mujer. Aullando de dolor, la tarek intentó en vano arrancarse la lanza.
Mientras Rikus volvía la cabeza para vigilar a Chilo, Felorn dejó caer sus armas, y empezó a debatirse con tal violencia que el mul a duras penas podía sujetar la Lanza de Corazón de Árbol.
Chilo volvió a avanzar tambaleante y levantó el pico para golpear al mul. Rikus alzó la mano por la parte interior de la curva del pico e impidió el ataque inmovilizando la muñeca del tarek. El filo aserrado del pico centelleó sobre su hombro, y el mul se encontró cara a cara con los ojos sin vida de Chilo. Sin desviar la mirada, pateó a Felorn hacia atrás, como si fuera un caballo, y la mujer se escurrió fuera de la lanza. Chilo dejó caer el pico. El cuerpo sin vida del tarek agarró a Rikus por el hombro al tiempo que levantaba la horca.
Una de las cosas que hacía que Neeva y Rikus formaran una pareja de luchadores de primer orden era su habilidad para reconocer cuándo necesitaban ayuda. Este era uno de esos momentos.
—¡Neeva! —gritó Rikus sin perder la calma.
La pequeña horca empezó a descender. El trikal de Neeva centelleó junto a la cabeza de Rikus. El mul escuchó un fuerte golpe, y la mano que empuñaba la horca cayó al suelo. El muñón de la ensangrentada muñeca de Chilo golpeó el rostro del mul y le produjo un largo corte en la mejilla.
Rikus reaccionó con rapidez, golpeando la boca de Chilo con el claveteado protector del codo. El cuerpo sin vida del tarek se desplomó sobre el suelo y no hizo ningún movimiento para levantarse. Rikus se dio la vuelta para ir en ayuda de su compañera.
Pero, en aquel momento en particular, Neeva no necesitaba su ayuda. La gladiadora asestó un tremendo golpe al cuello de Felorn con su trikal, que le separó la cabeza de los hombros. El cuerpo del tarek hembra no hizo intención de querer seguir luchando.
Rikus levantó los ojos hacia el palco real. Kalak permanecía detrás de la barandilla, los hundidos ojos negros clavados en los dos tareks muertos. El mul se sintió tentado de arrojar la lanza en ese momento, pero el cuerpo del anciano rey no ofrecía un blanco claro.
Neeva le sujetó el brazo.
—Todavía no —dijo—. Tenemos que estar seguros de que Agis y Sadira se dan cuenta de lo que piensas hacer.
—Tienes razón, como de costumbre —respondió Rikus, desviando la mirada de nuevo hacia la pirámide de obsidiana.
En aquellos momentos, en el terreno de juego sólo quedaban tres grupos de gladiadores: Rikus y Neeva; el semigigante, Gaanon, y su compañera elfa, y una pareja de humanos. Los humanos se habían quitado las sandalias para subir por la cristalina pirámide y estaban ya a punto de llegar a la cima. Gaanon y su compañera iban tras ellos, ascendiendo por la arista que formaban dos de las paredes de la estructura al juntarse.
—Vayamos a ganar esta competición —indicó Rikus, recuperando la horca de Chilo de la mano cortada que todavía la sujetaba—. Desde la parte superior de la pirámide, Kalak resultará un blanco más fácil, y Sadira y Agis podrán ver perfectamente lo que hago.
El mul cortó las tiras que sujetaban sus sandalias. Neeva se quitó las suyas con un golpecito del filo de su trikal. Antes de que Rikus y su compañera iniciaran su ascensión, los dos humanos alcanzaron la cúspide de la pirámide. En cuanto la mujer coronó la cima, el gaj extendió la cabeza con la rapidez del rayo y la sujetó entre las pinzas al tiempo que arrollaba sus tentáculos alrededor de su frente y brazos. La mujer soltó sus armas y gritó de dolor.
Cuando su compañero intentó ayudarla, el gaj lo golpeó con las mandíbulas, lanzándolo pirámide abajo. Al pasar junto a Gaanon, el semigigante levantó la enorme hacha y le cortó un brazo.
Neeva empezó a subir por la arista opuesta a la de Gaanon y la elfa, comentando:
—La cosa está entre nosotros y el semigigante.
—Y el gaj —añadió Rikus, siguiéndola; la obsidiana ardía de tal manera por efecto del sol que apenas si podía resistir apoyar en ella el pie el tiempo suficiente para dar el siguiente paso.
Rikus y Neeva llevaban recorridas tres cuartas partes del camino cuando el gaj soltó por fin el cadáver de la mujer. La bestia se volvió para mirar a Gaanon y la elfa.
—Bien —observó Rikus—. Que el semigigante se ocupe de él.
¡Rikus!, dijo en su mente una voz que le era muy familiar. He estado esperando poder oír tus pensamientos. Temía que hubieses muerto ahí abajo.
Todavía no me han vencido, respondió el mul, repitiendo las últimas palabras que el gaj le había dicho. ¿Cómo conseguiste sobrevivir? Creía que una lanza clavada en la cabeza podía matarlo todo.
El amo Tithian envió a un hombre a cuidarme. Sin sus pensamientos, quizás habría estado demasiado débil para recuperarme.
¿Atacaste a la persona que te curaba?, exclamó Rikus.
Soy como Yarig. Tengo que seguir el objetivo marcado, repuso el gaj con sencillez. De la misma forma en que tú has venido aquí a seguir el tuyo.
Rikus levantó la cabeza a tiempo de ver cómo la elfa desaparecía de la arista por la que ella y Gaanon ascendían. La mujer reapareció detrás del gaj. Por desgracia, su látigo y pinchos no servían de nada contra el grueso caparazón del animal, de modo que se quedó inmóvil contemplando a la criatura. El divertido público empezó a lanzarle agudos silbidos.
Mientras Gaanon se acercaba a la cima, Rikus se dio cuenta de que la estrategia de la elfa era acertada. La mujer azotó con el látigo el caparazón anaranjado, atrayendo la atención del gaj. La criatura giró despacio hacia ella y arrolló un tentáculo alrededor de su brazo. La elfa lanzó un grito de dolor, y el gaj cerró entonces sus pinzas alrededor de su cintura.
Gaanon penetró en la plataforma detrás de la criatura.
—¡Ahora, Raffaela! —tronó.
La elfa se teletransportó fuera de allí, dejando un espacio vacío entre las pinzas. El gaj lanzó un chillido, pues el tentáculo arrollado al brazo de la mujer había desaparecido también con ella. Raffaela volvió a aparecer al pie de la pirámide, retorciéndose de dolor mientras se arrancaba el tentáculo del brazo.
Gaanon se inclinó y agarró la parte posterior del caparazón del gaj. El semigigante empezó a levantar a la criatura, cuyas patas en forma de bastones salieron disparadas hacia la plataforma y empezaron a arañar la resbaladiza superficie en un intento por mantenerse adheridas a ella.
—¡Esto es por la herida que me causaste el año pasado, Rikus! —rugió Gaanon.
El mul vio cómo la cabeza y las pinzas del gaj eran empujadas fuera de la plataforma directamente por encima de donde él y Neeva se encontraban. El rostro idiotizado de Gaanon sobresalía por arriba de la parte superior del caparazón anaranjado de la criatura. Él semigigante contemplaba al mul con rencor, torciendo la boca en una desdentada mueca.
Un débil siseo surgió de debajo del gaj cuando éste soltó una ráfaga de gas defensivo. Por un momento pareció como si Gaanon fuera a empezar a vomitar, pero a pesar de ello siguió empujando al animal hacia adelante. De improviso el gaj resbaló por la vítrea pirámide y se convirtió en algo parecido a un rayo de color naranja que fue a chocar contra Neeva. Rikus se apartó de un salto, pero al aterrizar sobre la inclinada superficie perdió pie y cayó patas arriba sobre la arena.
La cruel carcajada de Gaanon resonó por todo el estadio. Rikus se incorporó al instante, lanza en mano y escupiendo arena. La expresión idiota del semigigante se transformó en una de temor al verse apuntado por el arma, pero Rikus reprimió el impulso de atravesarlo con ella. Sin duda alguna, Raffaela ya se habría recobrado en esos momentos; si tiraba la lanza, ella se teletransportaría a su lado y lo atacaría antes de que pudiera conseguir otra arma con que defenderse.
En lugar de atacar a Gaanon, Rikus miró al lugar donde había aterrizado el gaj. La bestia yacía sobre el suelo, sin moverse. Las patas encogidas bajo el caparazón, y la cabeza vuelta de espaldas a él. El mul escuchó un grito ahogado y vio que el trikal de Neeva sobresalía por debajo del cuerpo del gaj. Sin siquiera un momento de vacilación, saltó sobre el caparazón de la bestia.
—¡Suéltala! —exigió.
Neeva se encontraba justo debajo del gaj, intentando frenéticamente golpearle la cabeza. Los tentáculos de la criatura permanecían arrollados a su yelmo tratando por todos los medios de sacárselo.
¡Suéltala!, repitió Rikus, esta vez utilizando la comunicación mental.
No, fue la respuesta. Deja que sea mía o contaré al rey el auténtico motivo por el que luchas hoy.
—¡Entonces díselo! —rugió Rikus, hundiendo profundamente la lanza en la cabeza del monstruo.
El gaj se estremeció y aulló de dolor, pero la herida no le impidió arrancarle a Neeva el yelmo.
Ya deberías saber que no puedes matarme, dijo. ¡Vete, o se lo diré al rey!
—¡Rikus, sácamelo de encima! —aulló Neeva.
El gaj intentó enrollar un tentáculo a su cabeza, pero ella se lo impidió con el antebrazo. La antena abrazó su muñeca y le arrancó un grito de dolor.
—¡Su cuerpo! —chilló la mujer—. Ataca su cuerpo…
El gaj lanzó el tentáculo libre a su cabeza, y la gladiadora calló. Sin embargo, de un modo u otro, Neeva encontró energías suficientes para agarrarlo y tirar de él. El mul sabía por propia experiencia que ni siquiera Neeva duraría mucho tiempo una vez que la criatura penetrara en su mente.
Rikus arrancó la Lanza de Corazón de Árbol de la cabeza de la bestia y empezó a clavarla en la joroba. La punta del arma atravesó el caparazón con la misma facilidad con que había atravesado los cuerpos de los tareks. Un agudo chillido ensordecedor brotó de la cabeza del gaj, que empezó a dar sacudidas como enloquecido. Rikus hundió aún más la lanza, retorciendo el asta como si se tratara de un batidor de mantequilla.
El gaj dejó de debatirse, y el hedor de su gas defensivo inundó el aire. Rikus sacó la lanza y saltó lejos de la bestia.
—¿A qué esperas? —jadeó Neeva, la voz débil y ronca—. No puedo respirar.
Conteniendo la respiración para no verse afectado por el gas del animal, Rikus hizo girar el cuerpo sin vida de la criatura hasta colocarlo patas arriba. Luego, utilizando la lanza, retiró los tentáculos de la cabeza y brazo de Neeva. Enormes ronchas y ampollas se habían formado ya en los lugares que la criatura había tocado.
La multitud prorrumpió en un terrible rugido. Rikus se apartó del gaj, aspirando con fuerza. Vio que la compañera elfa de Gaanon había regresado a la cima de la pirámide, y tanto el semigigante como ella los contemplaban desde el borde de la plataforma con un aire de altanero desprecio.
Rikus volvió la cabeza hacia Neeva.
—¿Puedes luchar?
—Todavía estoy viva, ¿no es así? —respondió ella, aunque no se había puesto en pie aún.
El público de las gradas empezó a gritar el nombre de Rikus, instándolo a que abandonara a su compañera y atacara la pirámide. El mul recogió la lanza y miró en dirección al palco real. Kalak seguía junto a la barandilla. El rey se inclinó por encima del borde, contemplando al mul y a su compañera, su boca torciéndose en una mueca sádica.
Neeva empuñó su trikal e intentó ponerse en pie, pero las rodillas se le doblaron a mitad de camino.
—Estoy demasiado débil, Rikus —anunció—. Tendrás que intentarlo sin mí.
—No —replicó el mul—. Estamos juntos en esto.
Alzó la lanza como dispuesto a arrojarla, dirigiendo la punta hacia Gaanon. El semigigante dio un paso atrás. Un clamor atronador estalló en las gradas, con millares de voces exhortando al mul a matar a su rival.
Rikus dejó que el clamor fuera en aumento; luego bajó la mirada hacia su compañera de lucha, que permanecía en el suelo dando boqueadas.
—Por ti y por Sadira —musitó.
Neeva sacudió la cabeza.
—Por la libertad y por Athas —lo corrigió.
Tras esto, Rikus giró en redondo en dirección al palco real. Los ojos de Kalak se abrieron desmesuradamente.
En ese mismo instante, una explosión ensordecedora sacudió todo el estadio. Un poderoso rayo plateado y dorado surgió de las gradas inferiores, lugar desde el que Sadira lanzaba su ataque. La brillante llamarada impregnó el aire de un olor peculiar que a Rikus le recordó el del cobre al derretirse. El rayo golpeó una barrera invisible situada en el borde del palco, y explotó allí en una brillante cascada de chispas rojas y azules. El mul vislumbró una pared mágica de reluciente energía, pero ésta se desvaneció en medio de un estruendo de sonoros chisporroteos y potentes estallidos.
Rikus se adelantó. Kalak apartó los ojos del mul, su mirada atraída de repente por Agis de Asticles que se encontraba en la tribuna de los sumos templarios, y el mul aprovechó el momento para arrojar la lanza con todas sus fuerzas. Mientras la mágica arma surcaba el aire en dirección a su blanco, una imagen surgida de la retorcida mente de Kalak, aumentada por su dominio del Sendero, apareció sobre todo el estadio: un dragón, feroz y terrible, se alzó tan alto como el zigurat.
La imagen del dragón se irguió sobre sus patas traseras, lista para atacar.
Fue en ese mismo instante cuando la Lanza de Corazón de Árbol se hundió en el pecho de Kalak, rey-hechicero de Tyr, y le atravesó limpiamente el cuerpo. Los alaridos del rey resonaron por todo el estadio, y luego por toda la ciudad. Los sobrenaturales gritos no dejaron de sonar mientras los semigigantes agarraban a su señor y lo arrastraban al interior de su palacio de oro.