15: El puente animado
15
El puente animado
A Sadira le martilleaba la cabeza como si tuviera una docena de tamborileros en su interior, todos ellos tocando la misma melodía primitiva. Le zumbaban los oídos, sentía punzadas en las sienes, e incluso le dolían los dientes. Tenía los ojos demasiado doloridos para abrirlos, y sentía una especie de nudo en el estómago. Se encontraba tan mareada que no creyó que debiera ponerse en pie todavía; sin embargo, ante su sorpresa, eso era exactamente lo que al parecer estaba haciendo: estar de pie.
La hechicera intentó llevarse una mano a la dolorida cabeza y descubrió que le era imposible. Por alguna razón que no comprendía, no podía mover el brazo derecho. Lo intentó con la izquierda y descubrió que también este brazo estaba inmovilizado. Sentía un terrible dolor punzante en ambas muñecas.
Temiendo estar paralizada, Sadira abrió los ojos. A medida que su visión se aclaraba, descubrió que el ruido de tambores provenía de fuera de su cabeza, no de dentro. Ante ella se extendía un pequeño prado cubierto de blando musgo, teñido de rosa por la luz del sol de la tarde. En los extremos del claro había una docena de hombres halflings ataviados con calzones, los ojos bien abiertos y vidriosos mientras tocaban un ritmo salvaje sobre unos altos tambores.
Un montículo se alzaba hacia el cielo en medio del prado. Sadira echó una ojeada a la estructura y, a pesar de su turbia visión, vio que la habían construido totalmente de enormes bloques de piedra gris. Una escalinata empinada ascendía por su parte central, pero aparte de esto la estructura era perfectamente lisa, con sólo unas diminutas rendijas allí donde encajaban los bloques.
Sobre el montículo había una pequeña casa de mármol blanco, con un humeante brasero de cobre frente a la puerta. Junto al brasero estaban depositadas las armas y los morrales que Sadira y sus amigos habían llevado consigo al bosque. Frente al montón se encontraba Anezka y un hombre halfling de mirada salvaje. El hombre estaba cubierto de pintura verde, y una corona de ramas tejidas le rodeaba la enmarañada melena; en las diminutas manos, el hombre sostenía el bastón de Ktandeo.
A Sadira se le cayó el alma a los pies. Después de utilizar el bastón en la hacienda de Agis, había comprendido que era mucho más peligroso de lo que había sospechado. Con todo, no le hacía ninguna gracia verlo en manos de un salvaje del bosque; ella y sus compañeros lo necesitarían para combatir a Kalak.
Al mirar a la base del montículo, descubrió que allí crecía un solitario roble. El majestuoso árbol parecía extrañamente fuera de lugar en un prado rodeado de danzarinas coníferas, pero su aislamiento no le había impedido crecer recto y fuerte.
Distribuidos alrededor del tronco del roble se veían docenas de hombres y mujeres halflings, todos ellos sosteniendo cuencos de madera. Algunos se habían adornado los brazos o piernas con plumas de brillantes colores, pero aparte de eso ninguno de ellos llevaba encima otra cosa que escuetos taparrabos. Todos miraban con aire expectante en dirección a la parte superior del montículo.
—Estás despierta. —La voz sonó a la izquierda de Sadira.
—Me siento como si estuviera muerta —respondió Sadira con voz temblorosa, volviendo la dolorida cabeza hacia Agis.
El noble estaba colgado unos pocos metros más allá de una losa de piedra colocada verticalmente sobre el suelo. Sus manos y pies estaban sujetos por unas tiras de cuero pasadas por unos agujeros especiales. Al pie de la losa había una especie de sumidero, teñido de sangre seca.
—¿Qué sucedió? —inquirió Sadira. La cabeza se le había despejado al fin, y se dio cuenta de que colgaba de una piedra similar. El dolor de las muñecas lo causaban las ataduras.
Agis le relató su captura y le explicó cómo ella había tropezado con la cuerda cuando él intentaba salvarla de la flecha envenenada.
—Lamento el golpe en la cabeza —concluyó.
—Está viva y consciente —dijo una voz femenina—. Ninguno de vosotros tiene la culpa de esto.
Sadira volvió dolorida la cabeza a su derecha y vio a Rikus y a Neeva colgados también de losas de piedra.
—Fue Anezka quien nos condujo a la emboscada, no Agis —estuvo de acuerdo Rikus—. A lo mejor lo hizo por lo de la araña…
—Y a lo mejor no —interrumpió Neeva—. Dudo que lo lleguemos a averiguar, pero ahora no es el momento de preocuparse por eso. —Inclinó la barbilla en dirección al montículo de granito—. Creo que por fin vamos a conocer al que nos ha capturado.
Sadira miró en la dirección indicada por Neeva. El halfling pintado de verde dio un paso fuera del montículo y quedó suspendido en el aire. Pero, en lugar de caer, empezó a flotar lentamente hacia el suelo en dirección a la hechicera y sus amigos. Sostenía el bastón de Ktandeo entre ambas manos, de la misma forma en que un hombre de tamaño normal empuñaría un garrote de combate.
Detrás de él, Anezka descendió del montículo por la empinada escalinata. Al llegar abajo se le unieron media docena de halflings con brazaletes de plumas alrededor de los brazos. Uno de ellos le entregó un cuenco de madera, y luego se dirigieron hacia Sadira y los otros.
Cuando el flotante halfling se posó en el suelo frente a Sadira, la esclava vio que llevaba un enorme aro de oro colgado de la aguileña nariz. Tiras de plata batida le rodeaban las orejas, y una gran bola de obsidiana colgaba de una cadena alrededor de su cuello.
El halfling contempló a Sadira con aire indignado.
—¿Dónde conseguiste este bastón? —inquirió.
—¿Quién quiere saberlo? —respondió Sadira.
El halfling la miró amenazador, evidentemente sorprendido de que se atreviera a desafiar su autoridad. Cuando Sadira le sostuvo la mirada sin parpadear, contestó:
—Soy el Árbol Universal, cuyas raíces producen fruto para que mi pueblo pueda comer. Soy el Pájaro de la Lluvia, cuyas alas riegan la tierra de agua para que mi pueblo pueda beber. Soy la Serpiente del Tiempo, cuya cola es el pasado y cuya cabeza es el futuro, de modo que mi pueblo pueda vivir para siempre. Soy Nok, el bosque.
Nok levantó el bastón.
—Ahora, dime cómo has conseguido este bastón.
—Un hombre llamado Ktandeo me lo entregó.
Nok entrecerró los ojos.
—Yo lo hice para Ktandeo. No se lo habría entregado a una joven insolente.
—Lo hizo antes de morir —respondió Sadira, contemplando al halfling bajo una nueva perspectiva. Cualquiera capaz de crear algo así no era un salvaje corriente—. Me dio el bastón para que tú supieras que veníamos en su nombre.
La actitud del halfling se tornó menos amenazadora, y éste cerró los ojos.
—Ahora ya sé por qué las lunas han estado llorando. Ktandeo era un valioso amigo del bosque —dijo. Soltó el bastón y se llevó una mano al aro de oro de la nariz y la otra a una de las bandas de plata que le rodeaban las orejas—. Siempre trajo buenas ofrendas.
Anezka llegó en aquel momento con los seis halflings que llevaban los brazaletes de plumas. Se colocaron detrás de Nok, sosteniendo pacientemente los cuencos en ambas manos. Rikus y Neeva dirigieron una mirada furiosa a Anezka, pero no dijeron nada. Agis también permaneció en silencio, estudiando a Nok con expresión pensativa.
—Ktandeo nos envió en busca de la lanza mágica —explicó Sadira.
—He estado cultivando una lanza —repuso el halfling, clavando en los ojos de Sadira una mirada más afectuosa—. No puedo dárosla.
—¿Por qué no? —preguntó la hechicera—. ¿No está lista?
Nok miró por encima del hombro al roble.
—Está lista… pero no eres digna de ella.
Pensando que se refería a que ella no era lo bastante fuerte para lanzarla, Sadira indicó con la barbilla en dirección a Rikus.
—Él es quien utilizará la lanza, no yo.
Nok contempló al mul con ojo crítico, pero sacudió la cabeza.
—Se necesita más que fuerza para arrojar la lanza —declaró—. El tiro debe ser certero, el corazón sincero. Sin Ktandeo para guiar su mano, la criatura sin pelo errará el tiro.
—¿Qué quieres decir? —se encolerizó Rikus—. No se ha construido todavía la lanza que yo no pueda manejar.
—¡No puedes empuñar ésta! —le espetó Nok.
—No lo has visto luchar. ¿Cómo puedes saberlo? —protestó Sadira.
—Porque colgáis de las Piedras de la Celebración —contestó el halfling, recogiendo el bastón y golpeando ligeramente con él el sumidero a los pies de Sadira—. Si fuerais dignos de la Lanza de Corazón de Árbol, no estaríais aquí. Vuestra sangre no ansiaría llenar estos depósitos.
—¡Piedras de la Celebración! —exclamó Rikus, tirando de sus ligaduras.
—Hemos venido como amigos —protestó Agis.
—Os convertiréis en parte del bosque. ¿Qué mejor regalo para un amigo? —inquirió Nok, con una sincera sonrisa.
—¡Anezka no nos trajo aquí para que nos comieran! —rugió Neeva.
—Claro que sí —replicó Nok—. Sois su ofrenda.
—¡Ofrenda! —gritó Rikus, mirando a Anezka—. No es para eso para lo que nos trajiste aquí, ¿verdad?
Anezka asintió, dedicando al mul una tranquilizadora sonrisa.
—Nok, mis amigos y yo… nos sentiríamos muy honrados de pasar a formar parte de Vuestro bosque —mintió la hechicera—. Por desgracia, Ktandeo nos envió en busca de la lanza porque la necesidad en Tyr es muy grande.
—¿Qué necesidad?
—Kalak tiene una pequeña pirámide hecha de obsidiana —explicó Agis, los ojos clavados en el colgante del halfling—. También tiene muchas bolas de obsidiana, y un túnel recubierto de ladrillos de obsidiana. ¿Sabes lo que eso significa?
Nok abrió desmesuradamente los ojos.
—Es demasiado pronto —repuso, sacudiendo la cabeza con tristeza.
Agis pasó entonces a contarle los recuerdos que había visto en la mente de Tithian y los planes del rey de sellar el estadio durante los juegos de los gladiadores.
Cuando el noble terminó, Sadira volvió a preguntar:
—¿Nos darás ahora la lanza?
Nok sacudió la cabeza.
—No pudisteis llegar hasta mí sin que os capturaran —dijo—. ¿Cómo pensáis detener a un dragón?
—¡Dragón! —profirió Sadira. Sus compañeros se hicieron también eco de su sorpresa—. Hablamos de Kalak, no del… —Se interrumpió, al sentir la implicación de la pregunta de Nok con la fuerza del garrote de un semigigante—. ¿Kalak es el dragón? —jadeó.
—No. Existen muchos dragones por el mundo —respondió el halfling—. Kalak no es todavía uno de ellos.
—Pero está a punto de convertirse en uno —insistió Sadira, su cerebro trabajando febril al empezar a comprender la perversa naturaleza del plan de Kalak—. Para eso es el zigurat.
—Sí —asintió Nok—. Lo necesita para su transformación.
—¡El momento de atacar es antes de que se transforme! —exclamó Neeva—. ¡Danos la lanza antes de que sea demasiado tarde!
Nok contempló a la mujer pensativo.
—No puedo confiar la Lanza de Corazón de Árbol a alguien que no sea digno.
—¡Nosotros somos dignos de ella! —rugió Rikus—. He ganado más de cien combates.
Nok permaneció inconmovible. Sadira buscó en vano en su cerebro alguna otra forma de abordar la cuestión que obligara al halfling a escuchar. Cuanto más averiguaba sobre Kalak, más aterrorizada se sentía y más decidida estaba a detenerlo.
—Si estabas dispuesto a ayudar a Ktandeo a acabar con el rey-hechicero de Tyr —intervino Agis—, debía de ser porque temías por tu bosque.
El halfling asintió.
—Un dragón…, ese al que vosotros llamáis estúpidamente el dragón, como si sólo existiera uno…, reclama ya para sí la ciudad de Tyr, de igual modo que reclama todo lo que se encuentra desde Urik a Balic. Cuando haga su aparición otro dragón, uno de los dos se verá forzado a cruzar las Montañas Resonantes.
—¿Y qué significa eso para el bosque? —inquirió Agis.
—Lo mismo que para Tyr: la aniquilación —respondió Nok—. El dragón que pase por estas montañas devorará todo lo que encuentre a su paso: plantas, animales, personas. No permitirá que nada se le escape.
—¿Por qué? —quiso saber Sadira.
—Los dragones se vuelven más poderosos cuando matan. Y los dragones ambicionan el poder por encima de cualquier otra cosa, o no serían dragones.
Los cuatro camaradas permanecieron silenciosos durante unos instantes. Nok también permaneció en silencio, estudiándolos pacientemente como esperando que realizaran algún acostumbrado acto de obediencia. Por fin, Agis miró en dirección a la parte superior del montículo, donde estaban amontonadas las propiedades del grupo, y dijo:
—Pedimos disculpas si nuestros anteriores regalos no eran dignos, y te rogamos que nos los devuelvas. A cambio de ellos, ofrecemos nuestras vidas en defensa del bosque.
—Detendremos a Kalak antes de que cruce las montañas —añadió Sadira.
Nok meditó el ofrecimiento antes de hablar.
—Sigo sin estar seguro de que vuestra ofrenda es digna de la Lanza de Corazón de Árbol, pero lo comprobaremos.
Se volvió hacia los halflings que aguardaban detrás de él y les dijo unas pocas palabras en su propia lengua. Con expresiones alicaídas, las menudas criaturas depositaron los cuencos de madera sobre el suelo y se colocaron detrás de las Piedras de la Celebración para desatar las ligaduras.
En cuanto los cuatro camaradas quedaron libres, Nok los condujo a todos hasta el montículo de granito. Los halflings allí situados se hicieron a un lado para dejarlos pasar, farfullando entre ellos con unas peculiares palabras nasales intercaladas con chillidos y graznidos parecidos a los de un ave. Nok no les prestó atención hasta que se encontró junto al árbol, pero una vez allí los hizo callar a todos con una áspera orden.
Cuando todo el prado quedó en silencio, Nok apoyó el bastón de Ktandeo en uno de sus brazos y alargó la mano del otro para tocar el roble, al tiempo que pronunciaba unas cuantas frases en su lengua. El árbol se estremeció, y los dedos de Nok se fundieron con la corteza. Muy despacio hundió la mano en el interior, hasta que desapareció también el brazo hasta la altura del hombro.
Nok cerró los ojos y permaneció junto al roble en silencio con los labios apretados y las comisuras dobladas hacia abajo, lo que le confería una expresión estoica y ligeramente arrepentida. No se movía en absoluto, y Sadira se preguntó si no habría cambiado de opinión. Por fin, el jefe de los halflings abrió los ojos, miró al árbol y se dirigió a él en tono conciliador.
Un nuevo estremecimiento recorrió las ramas del roble, y un crujido terrible y sonoro surgió de sus profundidades. Una lluvia de hojas cayó sobre los reunidos, y Sadira tuvo la impresión de que la corteza del árbol palidecía hasta adoptar un leve tono grisáceo. Nok se apartó poco a poco, sacando el brazo del árbol a medida que retrocedía.
La mano del halfling sostenía una gruesa lanza de un profundo color borgoña. El asta tenía ambas puntas afiladas, con una textura tan fina que apenas si era visible. En un principio, Sadira pensó que el arma vibraba llena de energía mágica, pero, cuando la miró con más atención, esa impresión se desvaneció. No parecía más que una lanza normal, primorosamente tallada.
Nok se alejó del roble y envió a unos cuantos halflings en busca de las pertenencias del grupo. Haciendo una indicación a sus prisioneros para que lo siguieran, los condujo a un pequeño sendero que serpenteaba hasta las oscuras profundidades del bosque. A medida que recorrían el camino, Sadira se dio cuenta de que los halflings los habían transportado a una distancia considerable del lugar donde había caído Agis. Además de las danzarinas coníferas y las frondas de troncos bulbosos, el sendero estaba bordeado de inmensos e inclinados árboles de madera dura. Estos árboles tenían hojas cerosas de color rubí y frutos maduros en forma de dagas de olor dulzón y color zafiro. El zumbido constante de los insectos se sumaba a los agudos silbidos y gorjeos de las aves del bosque, y las sombras eran tan espesas que, por momentos, Sadira tenía la impresión de andar por la Tyr subterránea. Al cabo, el fragor de un río cercano empezó a ahogar el bullicio de insectos y aves.
Por fin, salieron del bosque. Ante ellos, un estrecho puente colgante cruzaba una garganta rocosa tan ancha que Rikus no habría conseguido lanzar su hacha al otro lado. El puente estaba hecho de enredaderas en flor entretejidas de modo que formaran un túnel en forma de uve. Una tupida cuerda trenzada hecha de la misma planta leñosa servía de pasarela, dos cuerdas más finas de pasamanos, y una plétora de enredaderas cubiertas de flores formaban una red que hacía las veces de paredes. Una roca enorme y redonda cerraba el paso al otro lado, de modo que era imposible saber si el sendero continuaba al otro lado del cañón. Toda la escena estaba iluminada por una fantasmagórica luz rojiza, pues el sol poniente quedaba en línea con el desfiladero y lo bañaba con sus llameantes rayos.
Nok se detuvo a la entrada del puente. Sin dejar de sostener el bastón de Ktandeo, levantó la Lanza de Corazón de Árbol y la lanzó. Un grito de inquietud escapó de los labios de Sadira, pero la lanza cruzó la quebrada como transportada por un cojín de aire, para clavarse hasta más de la mitad del asta; en un árbol de hojas de color rubí que crecía detrás de la roca, al otro extremo del puente.
Nok se volvió hacia los cuatro camaradas y utilizó el bastón de Ktandeo para señalar al otro lado del barranco.
—Ahí está la lanza que buscáis. Para demostrar que sois dignos de ella, debéis arrancarla del árbol.
—Esta cosa no me parece muy resistente —opinó Rikus tras estudiar el puente con suma atención—. Quizá deberíamos cruzarlo de uno en uno.
—No lo veo así —disintió Agis—. Esta prueba es algo más que cruzar un puente con cuidado. Kalak está rodeado por guardas tan fuertes como tú. No me sorprendería que él o algunos de sus hombres fueran maestros en el arte del Sendero y de la hechicería. Para derrotarlo, tendremos que trabajar juntos.
—Cuatro personas no pueden arrojar una lanza —objetó Rikus.
—Cierto —intervino Sadira—. Pero la lanza no dará en el blanco a menos que coordinemos nuestros esfuerzos para vencer las defensas de Kalak. Creo que Agis tiene razón: Nok quiere poner a prueba nuestra capacidad para trabajar en equipo.
El mul contempló el puente de enredaderas con desconfianza; luego hizo un gesto de asentimiento y bajó los ojos hacia el jefe halfling.
—Necesitamos nuestras armas y algo de cuerda —dijo, señalando a los guerreros que habían transportado sus cosas.
—Os daré cuerda —repuso Nok—. No necesitaréis armas.
Rikus no pareció muy convencido, pero aceptó la cuerda sin protestar.
—Yo iré delante —anunció, atándose un extremo de la cuerda alrededor de la cintura y pasando el otro a Sadira—. Sadira y Agis irán detrás, y Neeva cerrará la marcha.
—Rikus, yo soy poco vulnerable, y puede que sea mejor tener mis habilidades delante —replicó Agis, dando un paso al frente—. Yo iré primero.
Sadira sujetó al noble del brazo, temerosa de que la discusión terminara en una pelea.
—Rikus tiene razón. Si estás en el centro, nos puedes proteger a todos. Si vas delante, te sería imposible protegernos de un ataque por la retaguardia.
De mala gana, Agis asintió y retrocedió hasta su lugar. En cuanto los cuatro se hubieron atado en fila, Rikus inició la marcha hasta el puente. Sadira lo seguía, con Agis y Neeva detrás. Avanzaron despacio y con cuidado, sujetándose a las cuerdas que hacían de pasamanos y con los ojos puestos en las enredaderas bajo sus pies. Aunque el puente oscilaba y temblaba a cada paso que daban, no mostraba la menor señal de ir a ceder bajo su peso.
Llevaban recorrido un tercio del camino cuando Rikus se detuvo de improviso. Clavó los ojos en la pasarela, sujetando las cuerdas laterales con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron.
—¿Qué sucede?
No bien había efectuado Agis la pregunta, todos pudieron ver por qué se había detenido Rikus. Las enredaderas se retorcían a sus pies y se reorganizaban formando un dibujo diferente. El puente no se desmoronaba; se reformaba dividiéndose en dos plataformas, cada una de las cuales conducía en una dirección ligeramente distinta.
Sin soltar el pasamanos, Rikus tanteó con un pie; éste se hundió a través de la convulsionada masa de enredaderas. Sólo la fuerza con que se aferraba al pasamanos lo salvó de precipitarse al río que serpenteaba como una línea plateada en el fondo del barranco.
—¡No te muevas! —gritó Agis—. ¡El puente no está cambiando! Es una ilusión producto de fuerzas paranormales.
—¿De dónde viene? —inquirió Sadira, mirando por encima del hombro.
No necesitó una respuesta, pues el noble se había vuelto ya para mirar a Nok. Los dos hombres habían entrecruzado las miradas y se contemplaban el uno al otro como gladiadores en una lucha a muerte. Agis se aferró al pasamanos con los puños fuertemente apretados, pero sus piernas temblaban y el sudor le corría por el rostro hasta el cuello. Al otro lado del noble, Neeva contemplaba el suelo con creciente horror.
Sadira bajó la mirada. Ahora había ya tres puentes diferentes bajo sus pies.
—No te des la vuelta, Rikus —indicó la semielfa—. Neeva, cuando te lo diga, tapa los ojos de Agis y cierra los tuyos.
La hechicera arrancó un puñado de capullos de las enredaderas que formaban la pared, y dirigió la mano al bosque situado detrás de Nok para obtener la energía que necesitaba para el hechizo. Apenas había abierto la mano cuando sintió cómo el increíble poder de los árboles se precipitaba al interior de su cuerpo. Por primera vez en su vida, se vio obligada a cerrar la mano y cortar el flujo de energía antes de que éste acabara con ella.
Recuperándose de su sobresalto, exclamó:
—¡Ahora, Neeva!
La gladiadora cubrió el rostro de Agis con una mano y cerró los ojos. Sadira arrojó los capullos a Nok y pronunció el conjuro que daría forma a su hechizo.
Los capullos se desvanecieron en el aire, y una lluvia de brillantes colores apareció ante los ojos del halfling. Se trataba del mismo hechizo que había utilizado para salvar a Rikus del gaj, pero, con la energía del bosque, los efectos resultaron mucho más espectaculares. Los fuertes y deslumbrantes colores competían entre sí en esplendor e hipnotizaban con su resplandor. Los ojos de Nok se vidriaron, y, a pesar de que Sadira no había dirigido el ataque a los halflings situados detrás del jefe, incluso éstos parecieron afectados.
El hechizo se desvaneció casi de inmediato, pero Nok y los otros halflings continuaron aturdidos. Tardarían al menos unos instantes en recuperarse de sus efectos.
En el mismo momento en que su mente se vio liberada del combate, las rodillas de Agis se doblaron. Neeva abrió los ojos y lo sujetó.
—¿Estás bien? —preguntó.
Agis sujetó con fuerza la cuerda que les servía de barandilla y asintió.
—Gracias a Sadira. ¡Jamás me había enfrentado a una mente tan poderosa!
—La de Kalak aún lo será más —advirtió Neeva.
Desde la cabeza de la fila, Rikus gritó:
—¡Vuelvo a ver sólo un puente! ¡Sigamos!
Siguieron adelante, más deprisa que antes, pero también con más aprensión. A cada paso, Sadira esperaba que Nok se recobrase y volviera a actuar, pero, cuando llegaron a la mitad del puente sin ser atacados, decidió echar una mirada por encima del hombro. El jefe halfling se encontraba de pie al otro extremo. Su mirada volvía a estar clara, y estudiaba al grupo con aire de despreocupado interés.
—¡Preparaos! —aulló Rikus entonces—. ¡Tenemos problemas!
Sadira volvió la cabeza al frente. El peso del grupo había creado tal presión sobre el puente que éste se hundía por el centro creando una empinada pendiente entre éste y los extremos. A causa de esta inclinación, la bola de granito del extremo opuesto del puente había abandonado su lugar, y rodaba ahora por el pasillo, ganando velocidad a medida que corría. Rikus se preparó para recogerla.
—¡Al suelo, Rikus! —gritó Agis.
El mul le dedicó una furiosa mirada por encima del hombro.
—¿Estás loco?
—¡Hazlo! —instó Sadira.
Rikus volvió a mirar la roca. Corría por el pasillo a una velocidad estremecedora. Tragando saliva con fuerza, se dejó caer sobre el estómago y rodeó con sus brazos la pasarela. Sadira hizo lo mismo, estirando el cuello para observar a Agis.
El noble cerró los ojos y extendió un brazo como si pensara dejar que la roca subiera por él. Ahuecando la palma, la hizo girar hacia un lado del puente.
La hechicera volvió a mirar al frente. La bola estaba casi sobre ellos. Rikus se encogió aterrado y hundió el rostro en las enredaderas, chillando:
—¡No hay que confiar jamás en un noble!
La bola se elevó por los aires y pasó justo por encima de la calva del mul, para seguir elevándose. Describió un amplio arco antes de saltar por encima del pasamanos y precipitarse al fondo del barranco.
Durante unos instantes, Sadira permaneció completamente inmóvil, intentando dominar los violentos latidos de su corazón.
—¿Qué decías sobre confiar en los nobles, Rikus? —preguntó Agis. Aunque su voz era débil a causa del agotamiento, su rostro mostraba una mueca burlona.
Rikus volvió la cabeza por encima del hombro.
—Te tomaste tu tiempo para…
Se interrumpió a mitad de la frase. Sadira escuchó el aleteo de unas poderosas alas en el aire, y entonces el mul gritó:
—¡Agachaos!
Dos libélulas gigantescas pasaron en vuelo rasante por encima de sus cabezas, las engaritadas patas acuchillando el aire. La hechicera se arrodilló y atisbó por encima del pasamanos. Los dos insectos ya se habían alejado, pero de todos modos pudo ver que detrás de los brillantes ojos compuestos de cada animal se sentaba un halfling. Los jinetes hicieron girar casi en redondo a sus monturas.
—¡Gatea, Rikus! —aulló Agis.
El mul empezó a avanzar obediente sobre rodillas y manos. Los demás lo siguieron de cerca, manteniendo las cabezas por debajo de la altura del pasamanos. Los dos insectos volvieron a pasar rozándolos, con las semitransparentes alas reluciendo bajo la roja luz del atardecer.
Sadira obligó a todos a detenerse mientras atisbaba por un lado del puente. Los halflings volvían a hacer girar sus monturas, pero, por desgracia, esta vez los jinetes extendían las palmas en dirección al bosque, absorbiendo la energía necesaria para lanzar un hechizo.
—¡Magia! —siseó la muchacha.
Reanudaron la marcha, arrastrándose tan deprisa como les fue posible.
—¡Los oigo a mis espaldas! —gritó Neeva, mirando atemorizada por encima del hombro.
Sin embargo, no se veía a las libélulas ni a sus jinetes por ninguna parte. Al cabo de unos instantes, Sadira escuchó el batir de alas detrás de ellos.
—¡Oh, no! —exclamó la hechicera—. ¡Se han vuelto invisibles!
Una de las libélulas apareció encima de Neeva, el hechizo que la ocultaba a la vista cancelado por la brusquedad de su ataque. El halfling que montaba la criatura gritó una serie de órdenes estridentes, a las que la bestia contestó cayendo sobre la mujer y cerrando las seis patas alrededor de su cuerpo.
—¡Ayudadme! —gritó Neeva, luchando para darse la vuelta de modo que Agis pudiera atacar al insecto gigante o a su jinete.
Tras formar un corto lazo con el flojo pedazo de cuerda que lo unía a Neeva, el noble se arrastró detrás de la larga cola de la libélula, y arrojó el lazo sobre la cabeza del jinete. Derribado de su montura, el halfling aterrizó en el pasamanos entre chillidos de pánico, y Agis lo arrojó al abismo de un empujón.
La libélula agitó entonces las cuatro alas y consiguió derribar al noble, para luego elevarse por los aires con Neeva todavía bien sujeta entre sus garras. La mujer se debatió ferozmente intentando liberarse.
—¡Ayudadla! —aulló Rikus.
Agis agarró las piernas de la gladiadora y sujetó sus propios pies entre las enredaderas que formaban el pasamanos para no salir volando.
Sadira rebuscó en un bolsillo y sacó un pedazo de seda. Extendiendo la mano libre en dirección a los árboles, arrojó el retal al insecto al tiempo que recitaba su conjuro. El pedacito desapareció, y una tela de araña pegajosa se materializó sobre las alas del animal. La libélula intentó romper la tela con un violento aleteo, pero no le sirvió de nada. La criatura y Neeva se precipitaron al fondo.
Sujetándose con fuerza al pasamanos, Agis se preparó para frenar la caída de la mujer. Neeva cayó todo lo que daba de sí la cuerda que la unía a Agis y la violencia del tirón arrancó un gemido de dolor al noble.
Sadira se dejó caer sobre la pasarela y se agarró a las enredaderas con brazos y piernas. La gruesa maraña de hojas del suelo no le permitía ver lo que sucedía entre Neeva y el insecto gigante, pero no quería verse arrastrada al abismo.
Rikus pasó sobre su cuerpo, extendiendo los brazos para sujetar al noble. Fue en ese preciso momento cuando hizo su aparición la segunda libélula, justo encima de la cabeza de Agis. Su jinete se inclinó para lanzar un hechizo. Sadira dio un grito de advertencia, pero llegó demasiado tarde. La cabeza de Agis cayó hacia atrás, y el noble quedó prendido en un sopor mágico.
Perdida la fuerza para sujetarse al puente, Agis cayó por encima del borde y se precipitó tras Neeva. La cuerda que lo unía a Sadira se hundió profundamente en la carne de ésta al tensarse. Una terrible punzada de dolor atravesó el abdomen de la muchacha, y, aunque el impacto amenazó con arrancarla también a ella del puente, la hechicera se aferró con todas sus fuerzas a la pasarela de enredaderas y rezó para tener las fuerzas necesarias para mantenerse así.
Rikus agarró a la libélula que flotaba sobre sus cabezas por una de las alas. Se escuchó un sonoro crujido seguido de un sonido parecido al de un pedazo de tela al desgarrarse. El mul arrancó el ala del cuerpo de la criatura y la arrojó por encima del puente.
Mientras el insecto chillaba de dolor, el jinete desenvainó su daga para atacar, pero Rikus lo dejó inconsciente de un simple puñetazo, que le hizo trizas la nariz. La libélula arañó el pecho del gladiador con las garras, pero el mul se limitó a apretar los dientes con rabia y le arrancó otra ala.
Tras lanzar a jinete y montura por encima del puente, Rikus agarró la cuerda y subió a Agis. Pasó el noble, todavía bajo los efectos del hechizo del halfling, a Sadira. La hechicera depositó la cabeza de Agis sobre su regazo y empezó a gritarle. Cuando esto no funcionó, lo azotó con fuerza en ambas mejillas. Agis siguió dormido.
—Típico de un noble —refunfuñó Rikus.
Subió a Neeva, quien apareció cubierta de una sustancia negra de la cabeza a los pies. En la mano sujetaba una cabeza de libélula. No se veía ni rastro del cuerpo.
—¿Estás herida? —preguntó Sadira.
La gladiadora se limpió la sangre del insecto de los ojos.
—No; sólo unos cuantos arañazos —respondió.
Rikus ayudó a Neeva a ponerse en pie, y luego tomó a Agis de los brazos de Sadira.
—Estupendo. Tú llevarás al noble —dijo, colocando al dormido Agis en los brazos de la luchadora.
El mul se colocó delante de Sadira y empezó a andar con cuidado. Aunque no dejaron de estar ojo avizor por si Nok volvía a enviarles otra de sus pruebas, llegaron al otro lado del puente sin nuevos incidentes. Rikus se dirigió de inmediato al árbol y extendió la mano para coger la lanza.
—Espera —lo detuvo Neeva, dejando caer el cuerpo de Agis al suelo—. Viene Nok.
Sadira y el mul se dieron la vuelta para mirar al otro lado de la garganta. El jefe halfling cruzaba el bamboleante puente como si avanzara por un sendero en tierra firme, sin molestarse siquiera en sujetarse al pasamanos. Detrás de él, avanzando con algo más de cautela, iban dos docenas de guerreros halflings. Ninguno de ellos parecía muy alegre.
—Ya hemos pasado demasiadas pruebas —gruñó Rikus.
El mul dio un fuerte tirón a la lanza, pero ésta se deslizó fuera del árbol con tanta facilidad, que el gladiador dio un traspié y estuvo a punto de caer al suelo. Se quedó de pie inmóvil con el arma en la mano, contemplando su simetría y forma con admiración.
—Siento su poder —dijo al fin—. ¡Hay un hormigueo en mis manos!
Nok abandonó el puente, con el bastón de Ktandeo reposando en sus brazos, y observó al mul con expresión de desprecio, como si Rikus lo hubiera ofendido. El gladiador le pagó con la misma moneda.
—La Lanza de Corazón de Árbol atravesará cualquier armadura —declaró Nok—. Os defenderá de las energías del cuerpo y de las del mundo, del Sendero de lo Invisible y de la magia. Ahora que poseéis esta arma maravillosa, ¿qué haréis con ella?
—Matar a Kalak —contestó Neeva, tomando la lanza de las manos del mul.
Los halflings situados detrás de Nok empuñaron sus dagas significativamente. Sintiendo que ni ella ni sus compañeros habían pasado aún la prueba más importante de Nok, Sadira tomó la Lanza de Corazón de Árbol de las manos de Neeva.
—Juramos ofrecer nuestros cuerpos y espíritus al bosque —prometió, volviéndose hacia el jefe halfling—. No somos nosotros quienes debemos decidir lo que debe hacerse para defenderlo. —Entregó la lanza a Nok, añadiendo—: Por favor, acepta esta ofrenda.
El halfling sonrió y tocó la lanza con una mano.
—Ahora sí que sois dignos de la Lanza de Corazón de Árbol —manifestó—. Es vuestra para que la utilicéis en servicio del bosque.
Sadira pasó la lanza a Rikus, y luego clavó los ojos en el bastón que Nok acunaba en el brazo.
—Si somos dignos de la lanza, quizá también seamos dignos del bastón de Ktandeo.
—Fuiste tú quien dijo que se necesitaría algo más que fuerza para arrojar la lanza —añadió rápidamente Rikus.
—Si es un arma que podemos utilizar para derrotar a Kalak y defender el bosque, dánosla por favor —rogó Neeva—. Hemos pasado tu prueba, pero seguimos necesitando toda la ayuda que nos puedas proporcionar para acabar con el rey-hechicero.
Nok contempló pensativo a los dos gladiadores. Al cabo de un momento, entregó el bastón a Sadira.
—Confío esto a tu cuidado para que puedas proteger el bosque tal y como has jurado —dijo—. Matad a Kalak. Hecho esto, debéis devolverme estas armas.
—No fracasaremos —aseguró Sadira, cogiendo el bastón—. Lo prometo.