14: Cantarina
14
Cantarina
Una peculiar serenata de dulces gorjeos, subrayada por el suave repiqueteo de una mansa lluvia, despertó a Agis. Sin abrir los ojos, el noble se giró en su lecho de hongos-nube —el nombre que habían dado al manto de abultados y blandos hongos que cubría el suelo del bosque— y bostezó. Con gesto lánguido extendió los brazos para abrazar a Sadira, pero, en lugar de su suave piel, tocó algo regordete y caliente, cubierto de ásperas cerdas. El gorjeo se tornó más suave y melodioso.
—¿Quién está ahí? —preguntó Agis. A medida que se iba despejando, recordó que, para reducir en el grupo la tensión producida por los celos, todos habían estado de acuerdo en dormir solos.
El noble abrió los ojos y, a la pálida luz del alba, se encontró con una hilera de seis ojos de color zafiro que lo contemplaban. Bajo los relucientes globos, un par de colmillos flexibles se encontraban ocupados en arrancar un puñado de hongos-nube del suelo e introducirlos en una boca peluda. Mientras comía, la criatura frotaba entre sí dos pares de relucientes patas delanteras, produciendo la serenata que lo había despertado. Otras cuatro patas sostenían el cuerpo en forma de bidón sobre el que descansaba su mano, y un enorme abdomen de color amarillo limón colgaba de sus cuartos traseros.
Con una ahogada exclamación de sorpresa, Agis apartó la mano y desenvainó la espada. La enorme araña reaccionó ascendiendo rápidamente por una cuerda de seda que salía de su abdomen hasta una blanca telaraña suspendida en lo alto. Permaneció allí, colgando cabeza abajo y frotando las patas delanteras para producir una música dulce y tranquilizadora.
El noble se sentó, sin dejar de observar con gran atención a la cantarina araña. Lo asombró descubrir que, mientras dormía, la criatura había tejido en lo alto una sólida telaraña en forma de tienda de campaña, sujetándola a los troncos articulados de cuatro coníferas danzantes. Aunque la telaraña se balanceaba y ondulaba a medida que el viento daba formas diferentes a los árboles, Agis no podía quejarse del refugio ofrecido por la obra de la araña. Fuera de la especie de tienda caía una llovizna persistente, pero él estaba tan seco como si hubiera estado durmiendo bajo el techo de su propia mansión.
Se veían una docena de baldaquines semejantes en la zona. Debajo de cada uno, una araña gorjeante se dedicaba a alimentarse de hongos-nube. Tanto Sadira como Neeva y Rikus se encontraban protegidos por una de aquellas telarañas; sólo Anezka yacía expuesta a la lluvia, hecha un ovillo empapado y temblando de frío. Al parecer, la halfling se había dormido durante la guardia, pues estaba tumbada en el suelo a cierta distancia de su cama.
La araña colgada sobre la cabeza de Agis lanzó un gorjeo vacilante y estiró dos patas en dirección al suelo. Riendo entre dientes de su instintiva aversión por la criatura, el noble guardó la espada. Ante su sorpresa, la araña descendió por una gruesa hebra de seda y aterrizó a su lado. El animal reemprendió el interrumpido desayuno, trinando en un tono satisfecho que hizo apreciar a Agis lo pacífica que era la mañana en el bosque. En contraste con los llameantes amaneceres del valle de Tyr, aquí la luz del amanecer era suave, con el cruel sol oculto tras una espesa niebla matinal.
Meditabundo, el noble contempló a sus dormidos compañeros. Sus cuerpos estaban tensos e inquietos, como si incluso en sueños se encogieran bajo el látigo… o, lo más probable, como si soñaran con el día en que matarían a aquellos que los mantenían esclavos.
—¿Qué es lo que hago aquí, Cantarina? —inquirió Agis, dando un nombre al arácnido. De improviso se sentía muy consciente de las grandes diferencias que lo separaban de sus acompañantes—. Mis antepasados me considerarían un loco por arriesgar las tierras de los Asticles y su nombre por unos esclavos.
La araña lanzó unas cuantas notas festivas y, acercándose más a Agis, restregó el erizado cuerpo contra su pierna. El noble adivinó que la criatura quería que le frotase la espalda, pero le era imposible volver a tocarla. No dejaba de contrariarlo el que la apariencia de la araña lo intimidara, pero, por muy amistoso que fuera el animal, seguía resultando repugnante.
En lugar de tocarla, Agis siguió hablando.
—De todos modos, sabemos qué es lo correcto, ¿no es así? Si mis antepasados hubieran actuado siguiendo sus principios en lugar de su miedo, quizá no tendríamos que preocuparnos de lo que Kalak esté planeando para los juegos.
Mientras Agis hablaba, una cortina de musgo se hizo a un lado al otro extremo del campamento, y apareció una pareja de halflings que se acercaron sigilosamente a la tienda de telaraña más cercana, sus pasos ahogados por el repiqueteo de la lluvia. Se parecían a Anezka en tamaño y aspecto, excepto que los dos eran hombres y se cubrían sólo con unos peludos taparrabos. La lluvia dejaba largos chorretones de negro barro sobre sus cuerpos al arrastrar con ella parte de la mugre que los cubría. Ambos hombres empuñaban lanzas de punta de pedernal, y de sus cinturones colgaban cortos cuchillos de afilado hueso.
El noble iba a despertar a sus amigos cuando los dos halflings depositaron con sumo cuidado las lanzas sobre el suelo y se precipitaron hacia la araña a la que se habían estado aproximando. No quebraron ni una rama ni produjeron ningún ruido que Agis pudiera percibir, y ni siquiera su víctima parecía haberse percatado de su presencia.
Tomando su espada, el noble se arrastró hacia la abertura de su tienda. Cantarina giró sobre sí misma para mirar en la dirección a la que él se dirigía; gorjeó lo que parecía una nota inquisitiva y lo siguió, pero ni ella ni los demás miembros de su especie prestaron la menor atención a la presencia de los halflings. Agis se detuvo, preguntándose por qué la araña que lo acompañaba no parecía asustada. O bien no podía ver a tanta distancia, o los de su especie eran algo así como una mascota o ganado de los halflings.
No tardó en obtener una respuesta. La criatura a la que se dirigían los halflings giró en redondo para enfrentarse a sus atacantes. Los gorjeos del animal se transformaron en un único chillido de alarma; luego se quedó silencioso e intentó desesperadamente subir hasta su tela. Al mismo tiempo, Cantarina y todas las demás arañas ascendieron precipitadamente a las respectivas telas, sin dejar de trinar excitadas.
La presa de los halflings no fue lo bastante rápida en alcanzar su tela y sus atacantes la agarraron. Mientras los hombrecillos luchaban con el animal para inmovilizarlo en el suelo, Agis salió a la fría lluvia y preguntó a gritos:
—¿Qué estáis haciendo?
Los halflings, que habían sacado ya las dagas de afilado hueso, miraron en dirección a Agis. El noble señaló el morral que colgaba a su espalda.
—Si tenéis hambre, tenemos comida suficiente para compartirla.
Aunque Agis se dirigió a ellos en tono amistoso, los halflings tomaron sin duda las palabras del extranjero por una amenaza y salieron huyendo por la abertura trasera de la tienda de su presa. Desaparecieron en el interior del bosque tan silenciosa y rápidamente como habían llegado, dejando las lanzas abandonadas en su huida.
Detrás de Agis, Rikus lanzó un juramento, y se oyó una exclamación de Neeva.
—¡Apártate, bestia peluda!
Sadira fue al parecer la última en despertar y ver las arañas. Lanzó un agudo chillido para luego preguntar:
—¿De dónde han salido estas cosas?
Agis no contestó, ocupado todavía en intentar localizar a los halflings. Por desgracia, no parecía que fuera a ser muy fácil. Ni una rama se movía para marcar el lugar por el que habían pasado. La única señal de su estancia en el campamento era la araña a la que habían atacado, que había ascendido a su tela y trinaba enojada desde allí. Las otras arañas se tranquilizaron y empezaron a frotar las patas entre sí entonando alegres y animadas canciones.
Rikus fue el primero en llegar junto al noble.
—¿A qué viene todo ese ruido, Agis? —quiso saber, el hacha doble de hueso en una mano y la bolsa en la otra—. ¿No estarás asustado de una pequeña araña? —Señaló con la mano en dirección a una tienda cercana, en la que la araña había vuelto a deslizarse al suelo mediante su hilo de seda.
—Las arañas y yo nos llevamos muy bien, en especial porque me gusta dormir seco —respondió Agis, extendiendo una mano con la palma hacia arriba en medio de la helada lluvia que lo empapaba ahora—. He hecho huir a un par de halflings.
—¿Halflings? —inquirió Neeva, llegando junto a ellos.
Antes de que Agis pudiera contestar, Sadira se les unió, el morral colgado ya del hombro y el bastón de Ktandeo en una mano; con la mano libre intentaba alisarse los cabellos y limpiarse los hombros.
—Puedes dejar de acicalarte —le indicó Neeva—. Después de unos minutos bajo esta llovizna, vas a tener tan mal aspecto como todos nosotros.
Sadira los contempló a todos con un aire de animosidad.
—Lo soportaré, supongo. No tengo ninguna telaraña encima, ¿verdad? —preguntó—. No soporto las telarañas.
Neeva puso los ojos en blanco, pero hizo girar a la semielfa para poder inspeccionarle los hombros.
—No hay telarañas.
—Estupendo —dijo Sadira con un suspiro de alivio—. Bien, ¿qué es eso de unos halflings?
—Estaban ahí —explicó Agis—. Los ahuyenté, pero quizá podamos convencerlos para que regresen.
—Los halflings son demasiado asustadizos para eso —gruñó Rikus—. Anezka tendrá una mejor…
El mul se vio interrumpido por otro chillido de araña, esta vez procedente del lugar donde había dormido Agis. Éste se volvió y vio a Anezka debajo de su baldaquín de seda, luchando con Cantarina.
—¡Anezka, no! —gritó Agis, corriendo en dirección a la diminuta mujer.
Llegó demasiado tarde. La mujer levantó la daga de acero que él le había dado y la hundió en el abdomen de la araña. Cantarina dejó de luchar, pero siguió frotando las patas emitiendo unas notas quejumbrosas y agonizantes.
Cuando Agis se acercó, vio que la araña estaba tumbada de espaldas, con Anezka sentada a horcajadas sobre su tórax, después de haberle abierto una profunda herida en su abdomen. Cantarina intentaba sacarse de encima a la halfling empujándola con las cuatro patas más próximas a ella, mientras seguía gorjeando su agonía.
Anezka hundió el brazo en el tajo abierto en el abdomen de la araña, rebuscó en su interior por unos instantes y, dando un brusco tirón, sacó un puñado de huevos cubiertos de espuma. Las patas de Cantarina se movieron con renovado frenesí, llenando el aire con un sonoro aullido. También las otras arañas respondieron con entristecidas melodías.
Agis agarró a la halfling por los hombros.
—¿Qué estás haciendo?
Los brazos de Anezka estaban cubiertos de un limo verde procedente del abdomen de la araña. La halfling le dedicó una mueca amenazadora y, a modo de explicación, empezó a comer los huevos.
Esto era más de lo que el noble podía soportar. Agarró a la halfling de nuevo y la arrojó al suelo tan lejos como le permitieron las fuerzas, sin preocuparse de adónde fuera a aterrizar. Después, se volvió hacia la araña que entonaba ahora una afligida melodía. Dispuesto a acabar con el sufrimiento de Cantarina, desenvainó la espada… pero advirtió que no tenía ni idea de cómo matar a la araña de forma rápida e indolora.
—¡Agis, a tu espalda! —gritó Rikus.
El noble giró en redondo y vio cómo Anezka levantaba su daga para arrojársela. Rikus saltó junto a la halfling y le golpeó el brazo en el mismo instante en que lanzaba el arma. El cuchillo fue a hundirse en el suelo a los pies de Agis.
El noble paseó la mirada de la daga a Rikus.
—Gracias.
—Sólo te devuelvo lo que hiciste por mí en las montañas. Ahora estamos en paz —contestó el mul con brusquedad, al tiempo que sujetaba a la halfling para evitar que intentara un nuevo ataque. La mujer gruñó incoherentemente y se debatió para soltarse de Rikus.
—No es muy elegante arrojar por los aires a nuestra guía —dijo Neeva, clavando los ojos en el rostro de Agis—. Además, ¿qué es lo que te molesta tanto? No es más que una araña.
—Arañas o no, son criaturas amistosas —respondió Agis, señalando los baldaquines suspendidos sobre sus cabezas—. Les habría resultado igual de fácil tejer sus telas en otro sitio, y entonces habríamos pasado una noche húmeda y fría.
—Supongo que sí —concedió Sadira, reuniéndose con ellos—. Pero lo que menos necesitamos son nuevos motivos de resentimiento en este grupo. Si Anezka quiere comer araña, déjala. Después de todo se trata de su bosque.
Agis se dio cuenta, una vez más, de las diferencias existentes entre él y sus cuatro compañeros. Los gladiadores habían pasado toda su vida luchando para divertir a otros, de modo que para ellos la agonía de la araña debía de parecer una nimiedad. Sin duda, incluso Sadira había visto —o incluso sufrido— cosas mucho peores en la hacienda de Tithian. No era extraño, pues, que contemplaran el dolor del animal con indiferencia, mientras que el noble, que había evitado deliberadamente siempre tener que enfrentarse a cosas tan desagradables, lo viera con horror y repulsión.
Pero, incluso considerando las diferentes educaciones recibidas, Agis se sentía irritado por la crueldad de la halfling. Tener a alguien en su grupo que se comportase de una forma tan insensible lo hacía sentir de la misma forma en que pensaba se sentía Tithian: haciendo simplemente lo que era necesario para sobrevivir. Si iba a arriesgar vida, propiedades y nombre, el noble estaba decidido a hacerlo por principios, no por un espíritu práctico.
—No me importa si Anezka es nuestro guía —declaró—. No permitiré la tortura innecesaria, ni a ella ni a nadie.
—Si te hace sentir mejor, pídele que mate su desayuno antes de devorarlo, pero no inicies una pelea por ello —aconsejó Neeva; luego, señalando al centro del cuerpo de Cantarina, indicó—: Si quieres que esta araña deje de sufrir, húndela aquí… hasta el fondo.
Agis hizo lo que le sugería. En cuanto la espada se hundió en el cuerpo de la araña, ésta dejó de retorcer las patas y murió al momento.
—Gracias —dijo, limpiando la espada en los hongos-nube—. ¿Cómo sabías dónde debía hundirla?
—En el estadio hemos luchado a menudo con arañas de una clase u otra —explicó ella, volviéndose hacia el lugar donde había dejado su morral—. Sigamos nuestro camino.
Agis recogió la daga que le había arrojado Anezka y fue hasta donde Rikus seguía sujetando a la halfling.
—Estando conmigo, agradecería que fueses más selectiva sobre lo que comes y cómo —dijo a la menuda mujer.
Rikus hizo una mueca burlona.
—Sólo un noble sería tan blando como para preocuparse porque alguien se come una araña.
—Puede —respondió Agis, sin apartar los ojos de Anezka—. Pero lo he dicho en serio.
El noble guardó la daga de la halfling en su morral. Su intención había sido devolvérsela a Anezka como señal de buena fe, pero por la forma en que ella lo había mirado supo que la halfling la habría utilizado para atacarlo en cuanto le volviera la espalda.
En cuanto Agis volvió a colgarse el morral al hombro, Rikus soltó a la halfling. Anezka recogió sus cosas furiosa, y luego condujo al grupo montaña abajo, moviéndose por el bosque con tanta facilidad y silencio como si anduviera por un terreno seco y llano. Detrás de ella, Rikus y Neeva se abrían paso por entre los árboles con toda la gracia de un par de rocas rodando por la ladera de una colina. Sadira seguía a los gladiadores, sosteniendo el bastón de Ktandeo en una mano y agarrándose al follaje de los árboles con la otra, mientras intentaba no perder el equilibrio. Agis cerraba la marcha, sopesando cuidadosamente dónde ponía el pie, pero maldiciendo en voz baja al resbalar cada cinco o seis pasos que daba.
Descendieron por la cima de la fangosa cadena durante más de una hora antes de que el camino quedara cortado por un abrupto precipicio. Sin detenerse, Anezka se limitó a cambiar de dirección para evitar la sima. Tras escoger uno de los lados de la montaña, descendió por las empinadas laderas con la gracia de un leopardo de las montañas. Los demás la siguieron con más trabajo, acompañando el blando tamborileo de la lluvia con los ruidos de su marcha: ramitas rotas, rocas desprendidas y algún que otro grito asustado cuando resbalaban y caían al suelo.
Al cabo de un rato, escucharon un débil siseo procedente del barranco que se abría al pie de la cordillera. Rikus y Neeva empuñaron las armas y las sujetaron en posición de ataque. Agis desenvainó la espada, y Sadira se dedicó a considerar en silencio todos los conjuros que le acudieron a la memoria en aquel momento.
Anezka se rio de ellos y siguió montaña abajo. El siseo aumentó en intensidad, cambiando a un continuado y sonoro chisporroteo que resonaba en los árboles. Agis intentó imaginar qué clase de criatura podría hacer tal ruido, pero jamás había oído nada como aquello y no se le ocurrió ninguna posibilidad.
Por fin llegaron a un claro entre la maleza. Rikus y Neeva se detuvieron en seco. Sadira y Agis se desviaron rápidamente cada uno a un lado de los dos gladiadores y también se detuvieron, los ojos casi a punto de salírseles de las órbitas.
Una faja de agua de seis metros de anchura les cortaba el paso, lanzando destellos plateados y blancos mientras corría por un estrecho canal rocoso. Agis se acercó a la orilla del río, escuchando cómo rugía y borboteaba mientras seguía su embrollado curso. Anezka penetró en el agua y empezó a beber.
—¿De dónde sale todo esto? —preguntó Rikus, quitándose el morral para poder sacar su odre y llenarlo.
—De la lluvia —contestó Agis, sacando también su odre.
—Hay demasiada agua para eso —intervino Neeva—. Tendría que llover cada día para mantener lleno este barranco.
—¿Qué te hace pensar que no es así? —inquirió Sadira, indicando con ambas manos el espeso bosque que los rodeaba—. Las plantas necesitan agua. Toda esta cantidad de plantas debe de necesitar mucha agua.
—¿Lluvia cada día? —se burló Rikus—. Eso es imposible. He visto cinco tormentas en toda mi vida, y eso es mucho para alguien de mi edad.
—Puede que la lluvia sea atraída por medio de magia —sugirió Agis mientras su mente luchaba por encontrar una respuesta al problema de cómo podía existir algo tan maravilloso como un bosque—. Si los hechiceros extraen su magia de las plantas, quizá las plantas puedan hacer magia que produzca la lluvia.
—No hay duda que hay algo de mágico en todo esto —asintió Sadira—. Pero, ¿quién puede decir el qué? Podría ser el mismo bosque, o alguna otra cosa. No estoy segura de que lo lleguemos a comprender… y a lo mejor tampoco tendríamos que hacerlo.
—No, en eso te equivocas —replicó Agis—. Si el bosque puede existir en las montañas, entonces también puede existir en otras partes de Athas. Para que eso suceda, primero tenemos que averiguar qué es lo que hace que crezca.
Rikus terminó de llenar su odre.
—El noble tiene la cabeza tan mal como el cuerpo —farfulló el mul.
—No sé qué decir —terció Neeva—. ¿Viste sus plantaciones de pharo? Si alguien puede hacer crecer un bosque, creo que esa persona es Agis.
—Gracias, Neeva —dijo Agis, animado por su apoyo—. Si pudiera vivir en el bosque durante un año…
—Lo que sea que Kalak planea para Tyr estará hecho y olvidado —lo interrumpió Sadira—. Quizá podremos reverdecer Athas con árboles algún día, pero no ahora. —Señaló con la mano río abajo. Anezka los había dejado y les llevaba ya mucha delantera, avanzando en silencio por la orilla—. Intentemos no perderla. Me temo que no volvería a buscarnos.
Tras cerrar rápidamente los odres de agua, echaron a correr por el barranco en pos de la halfling. Finalmente, la hondonada los condujo al interior de un profundo cañón de paredes casi verticales, y la corriente se transformó en las efervescentes aguas de un tumultuoso río. Todo el cañón se estremecía bajo la fuerza de la poderosa corriente de agua, y el tronar de sus torrentes ahogaba cualquier otro sonido en el interior del valle.
Aunque la llovizna había cesado por fin y el sol achicharraba la rocosa orilla, Anezka seguía adelante sin permitir que el grupo se detuviera para admirar el río. La halfling los condujo orilla adelante, y al fin llegaron a un sendero sobre el que pendían ramas de árboles cubiertas de musgo.
Nada más penetrar en el sendero, Agis observó por el rabillo del ojo una rama que se agitaba, y entrevió la silueta de un halfling oculta detrás del mismo árbol. El halfling apuntaba un pequeño arco a la espalda de Rikus.
—¡Rikus, al suelo! —gritó Agis.
El mul obedeció justo antes de que se escuchara un sonoro chasquido procedente del escondite del hombrecillo. Una pequeña flecha de treinta centímetros de longitud pasó volando por encima de la cabeza de Rikus y fue a clavarse en el bulboso tronco de un árbol de frondoso ramaje. Cuando Agis volvió a mirar al lugar donde había descubierto al atacante, el halfling ya no estaba allí. Neeva y Sadira giraron en redondo con las armas en la mano. En el momento en que Agis desenvainaba la espada, Anezka desapareció entre los árboles del otro lado del sendero.
—¿Dónde están? —exclamó Rikus, volviendo a ponerse en pie.
—Sólo vi a uno y desapareció —informó Agis.
—¿Lo perdiste? —le espetó el mul, enojado.
—Tú ni siquiera lo viste —hizo notar Agis, sus ojos escudriñando todavía los árboles.
Neeva arrancó la flecha de la blanca corteza del árbol.
—No van a hacer mucho daño con esto.
Rikus le arrebató la flecha de la mano y estudió la punta.
—Estaba cubierta con algo —observó—. Todavía se ven restos en el extremo.
Los tres llegaron a la misma conclusión a la vez:
—¡Veneno!
Un nuevo chasquido sonó desde el borde del camino. Esta vez, la flecha acertó a Neeva en el muslo. La mujer lanzó un grito de temor y se la arrancó de la pierna de una palmada. Con la otra mano, apuntó su trikal a un grupo de temblorosas ramas de conífera.
—Ahí está —dijo, avanzando en la dirección que indicaba.
Las rodillas se le doblaron al dar el segundo paso, y cayó de bruces al suelo. Sadira se arrodilló a su lado. Rikus lanzó un grito de cólera y saltó por encima de las dos mujeres. Sin hacer caso de los frenéticos gritos de Agis y Sadira para que tuviera cuidado, el mul desapareció entre las sombras del bosque.
Agis hizo intención de seguirlo, pero casi al momento Rikus aulló:
—¡Ya he pescado al pequeño bastardo!
Se escuchó un fuerte golpe, y el mul apareció en el sendero sujetando con una mano el cuerpo de un halfling inconsciente.
—A lo mejor un rehén los desanimará…
Un nuevo chasquido surgió del otro lado del sendero, y una flecha se alojó en el pecho desnudo del mul. Rikus se la quitó con un rápido movimiento de la mano, y luego arrojó al inconsciente halfling contra su atacante. Cargó contra la maleza una vez más, maldiciendo y lanzando juramentos, pero se desplomó antes de abandonar el sendero.
Sadira apuntó su bastón por encima de la cabeza del mul, pero Agis le gritó:
—¡No!
Sin dar más explicaciones, dirigió una mano a cada lado del sendero y cerró los ojos. Tras abrir una brecha de energía desde su nexo a ambos brazos, el noble imaginó una cuerda invisible que corría desde lo más profundo de su ser hasta la punta de sus dedos. Al cabo de un instante, sintió en las manos el hormigueo del poder paranormal.
Como recordaba la predilección de los halflings por las arañas gigantes, Agis decidió utilizar un par de creaciones mentales para buscar venganza en nombre de Cantarina. Imaginó que cada una de sus manos tomaba la forma de una araña gigantesca, pero no del tipo cantarín que a Anezka y a sus compatriotas les gustaba comer; éstas eran negras y brillantes, con enormes cuerpos bulbosos y caparazones tan duros como la piedra.
Estas arañas carecían de existencia física, pues no vivían más que en la mente del noble. No obstante, en cuanto los halflings volvieran su atención a Agis, las arañas parecerían tan reales a los pequeños guerreros como cualquier otro elemento del bosque.
Dando por sentado que en aquellos momentos los guerreros lo contemplaban ya, Agis visualizó las falsas arañas saltando de los extremos de sus brazos. Cuando aterrizaron sobre el suelo, cada una era ya tan grande como Rikus. Las dos criaturas corrieron al interior del bosque sobre ocho gruesas patas equipadas con zarpas tan afiladas como las uñas de un leopardo de las montañas y tan largas como un cuchillo.
Al fijar su atención en Agis, los halflings habían creado un débil contacto mental entre ellos y el noble; las enormes arañas localizaron uno de estos tenues hilos y lo siguieron como si se tratara de hebras de una telaraña hasta su punto de origen. A través de los ojos de sus arañas, el noble vio alzar los arcos a los dos halflings que lo vigilaban. Cada uno ajustó una flecha de punta negra en la cuerda del arco.
Justo en el momento en que apuntaban, los cazadores de Agis penetraron en sus mentes; los dos halflings lanzaron un grito de terror y soltaron las cuerdas de sus arcos, con lo que las pequeñas flechas fueron a clavarse en el suelo. Dejando caer los arcos, echaron mano a las dagas, totalmente convencidos de que las criaturas eran reales. Agis visualizó los colmillos de las arañas que goteaban veneno, e hizo que las dos bestias atacaran. Los desconcertados halflings gritaron y se aferraron a los enormes colmillos que creían estaban atravesando sus cuerpos. Se debatieron unos instantes, agitando los brazos con frenesí mientras intentaban liberarse. Finalmente, los guerreros quedaron como aletargados y callaron, convencidos de que los habían matado.
Agis sabía que esa creencia no duraría, ya que no había penetrado en las mentes de sus víctimas tan profundamente como para persuadirlas de que estaban realmente muertas. Hacerlo habría requerido un tiempo y una energía muy valiosos. Además, matar a los pequeños guerreros no habría sido muy sensato, teniendo en cuenta que los halflings poseían la lanza que él y sus amigos necesitaban.
Cuando los dos halflings dejaron de debatirse, el noble permitió a sus cazadores que deambularan por el bosque un poco más, esperando a que otros emboscados concentraran sus pensamientos en él. Al cabo de unos momentos, se sintió bastante seguro de haber eliminado a todos los emboscados que quedaban.
Tras cortar el flujo de energía que alimentaba las arañas, Agis posó las manos sobre las rodillas y respiro con fuerza. El ataque había sido uno de los más potentes que conocía, y había supuesto una tensión considerable para su cuerpo.
—Estamos a salvo… por ahora —resopló.
Sadira lo contempló dudosa.
—¿Qué quieres decir?
—El Sendero —se limitó a explicar Agis—. ¿Cómo están Neeva y Rikus?
—Todavía respiran. No parecen estar en peligro de morir.
—¿Puedes despertarlos?
Sadira lo intentó sacudiéndolos, pegándoles y gritándoles, pero nada funcionó.
—Tendremos que esperar hasta que recobren el conocimiento.
—No podemos —repuso Agis, meneando la cabeza—. Los halflings se recuperarán dentro de una hora más o menos.
Sadira observó a los dos gladiadores.
—¿Por qué no nos habrá sucedido esto a nosotros en lugar de a ellos? —se quejó—. Jamás los moveremos.
—¿No puedes hacer nada? —preguntó Agis, recuperando por fin la respiración.
Sadira negó con la cabeza.
—No conozco ningún conjuro para transportar gente.
—¿De qué sirve la magia? —suspiró Agis, acercándose al cuerpo inerte de Rikus—. A ver si puedes encontrar a Anezka.
—No vale la pena intentarlo —respondió Sadira—. La vi corriendo sendero abajo cuando Rikus cayó.
Agis cerró los ojos y soltó un largo suspiro de desilusión.
—¿Qué vamos a hacer ahora?
Sadira se encogió de hombros e indicó el sendero.
—Debe de conducir a alguna parte. Tenemos las mismas posibilidades de encontrar a Nok ahí que en cualquier otro sitio.
Con la ayuda de Sadira, Agis hizo rodar a los inconscientes gladiadores sobre sus espaldas hasta colocarlos uno al lado del otro, y sujetó sus armas bajo sus cinturones. Agarró a cada uno por una muñeca y cerró los ojos; luego abrió un sendero desde su centro de poder al interior de sus cuerpos. Los imaginó convirtiéndose en nubes y alzándose del suelo por sí mismos.
En cuanto los gladiadores empezaron a flotar en el aire, Agis se incorporó. Con mucho cuidado de no perder el contacto con sus cuerpos, bajó los ojos hacia el camino y anunció:
—Pongámonos en marcha, y deprisa. No creo que pueda mantenerlos así más de unas cuantas horas. Además, debemos estar lo más lejos posible de aquí cuando despierten los halflings.
Con Sadira a la cabeza, anduvieron hasta media tarde sin incidentes. Finalmente el valle se ensanchó para convertirse en una amplia cuenca y el sendero dejó de discurrir junto al tumultuoso río.
La semielfa se detuvo de improviso y miró a sus pies.
—Es hora de que descansemos —jadeó Agis, agradecido—. Estoy tan cansado que apenas puedo distinguir el sendero del bosque.
—No me detuve para descansar —replicó Sadira, indicando una pequeña tira de cordel marrón que cruzaba el sendero—. Nuestros amigos nos han preparado una sorpresa.
Hizo intención de pasar por encima del cordel, pero Agis la contuvo.
—¡Espera! —Señaló con la cabeza en dirección al trikal de Neeva—. Comprueba el suelo al otro lado. Esta cuerda resulta demasiado evidente.
La semielfa enarcó una ceja.
—Vaya, eres muy desconfiado, ¿no?
No obstante, tomó el trikal e hizo lo que le sugería Agis. Una alfombra de ramas entretejidas, cubiertas por una fina capa de tierra, se hundió y fue a caer al fondo de un profundo pozo con un ruido ahogado.
Sadira tragó saliva y se volvió hacia Agis.
—Ya no parece seguro seguir por este camino.
Agis estaba a punto de contestar cuando un halfling apareció en el sendero detrás de Sadira.
—¡Cuidado! —gritó.
El noble soltó las muñecas de los gladiadores y tiró de Sadira. Mientras la echaba a un lado, escuchó el chasquido de la cuerda de un arco y algo punzante se le incrustó en el cuello.
En ese mismo instante, la aturdida hechicera tropezó con la cuerda tendida sobre el sendero. Sonó un fuerte crujido sobre sus cabezas y al instante un tronco cayó de los árboles y se abalanzó sobre ellos.
El noble dio un paso al frente, intentando empujar a Sadira fuera de la zona de peligro, pero las rodillas se le doblaron. Mientras caía, se giró y vio cómo el tronco golpeaba a la joven en la cabeza. Extendió una mano, pero se encontró cayendo de espaldas muy despacio, casi como si el aire se hubiera espesado. Agis comprendió que el veneno le había afectado el cerebro y que estaba cayendo en el pozo que habían descubierto. Lo último que vio antes de desaparecer bajo tierra fue el cuerpo inanimado de Sadira cayendo sobre la maleza.