9: Puertas de estaño

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Puertas de estaño

Sadira se encontraba bajo un pórtico situado al otro lado de la calle que conducía a la arena de los gladiadores de Tyr. Las altas paredes del inmenso edificio se apoyaban sobre cuatro pisos de arcadas de mármol, de las cuales las situadas a nivel de la calle servían de acceso a unos cortos túneles que conducían al interior del estadio. Aunque apenas hacía unos minutos que el rojo sol había hecho su aparición por la línea del horizonte, estas entradas estaban ya inundadas de esclavos dedicados a la limpieza de las losas como preparación a los próximos juegos que no tardarían en celebrarse. Del interior de los pasadizos surgía el eco del crujir de las poleas y el incesante estruendo de un martilleo estrepitoso, agudo y penetrante.

—¿Puedes decirme al menos por qué hago esto? —inquirió Agis, que se encontraba junto a Sadira acompañado por su criado Caro—. No me gustaría pensar que arriesgo mi vida por una estúpida prueba.

La hechicera sacudió la cabeza, dejando que la rosada luz del amanecer jugueteara sobre sus cabellos.

—No es ésa la forma en que actuamos —respondió con severidad.

Aunque su afirmación era técnicamente cierta, no lo era lo que daba a entender. La Alianza no la había autorizado a tener tratos con el aristócrata; pedir ayuda a Agis había sido idea de Sadira.

—Si no puedes convencer a Tithian para que haga lo que le pides, será mejor que no sepas demasiado.

—¿Mejor para quién? —preguntó Caro en nombre de su amo.

—Mejor para la Alianza del Velo —replicó Sadira—. Si lord Tithian se da cuenta de que Agis intenta influirle mediante la utilización del Sendero de lo Invisible, nada podrá salvar a tu amo.

El arrugado enano levantó los ojos hacia Agis y frunció la pelada frente, deslumbrado por los rojos rayos del sol matutino.

—Merecéis saber por qué arriesgáis la vida —opinó Caro, dedicando una cáustica mirada a Sadira—. Se está aprovechando de vos.

—Agis dijo que quería ayudar a la rebelión —contestó la semielfa—. Aquí tiene su oportunidad.

—Deberías decirnos el motivo… —insistió el enano meneando la cabeza.

—Ya es suficiente, Caro —interrumpió Agis—. Soy yo quien se arriesga. Si yo no tengo por qué saber el motivo, tampoco tú tienes por qué saberlo.

Caro dirigió a Agis una mirada feroz, pero no volvió a insistir sobre la cuestión.

—Ten cuidado —dijo Sadira, tomando la mano del noble y estrechándola con calor—. Cuando regreses, no te detengas a hablar con nosotros. Sigue calle abajo seis manzanas, y espéranos allí. En cuanto esté segura de que no te han seguido, nos reuniremos allí contigo.

—Eres muy cautelosa, ¿no? —comentó Agis, sonriente, y cruzó la calle sin esperar su respuesta.

Sadira lo observó alejarse, deseando con todas sus fuerzas no estar cometiendo un terrible error. Cuando dos días atrás Agis la había dejado en libertad, la joven había temido que la generosidad del noble fuera en realidad un complot de los templarios para localizar la Alianza. Así pues, en lugar de intentar encontrarse con su contacto, había alquilado una habitación y pasado la noche en blanco esperando que los guardas del rey-hechicero derribaran la puerta en cualquier momento.

El día siguiente, Sadira lo había pasado intentando parecer sospechosa, iniciando conversaciones con completos desconocidos y deslizándose por las puertas traseras de una vertiginosa variedad de tiendas y tabernas. Durante todo este tiempo, no había dejado de estar alerta en busca de la presencia de templarios o de cualquiera que parecía seguirla, pero no había visto a nadie. Finalmente, había llegado a la conclusión de que la oferta de Agis era sincera.

Fue entonces cuando la hechicera tomó su decisión más difícil: no regresaría junto a la Alianza del Velo. Ktandeo la habría hecho salir de la ciudad al momento, dejando totalmente de lado a Rikus y desechando cualquier intento de convencer al mul para que matara a Kalak, de modo que Sadira decidió aceptar la oferta de ayuda del senador.

La hechicera se había puesto en contacto con el noble en nombre de la Alianza, con la esperanza de que éste pudiera utilizar su elevada posición para conseguir que la joven se entrevistase con Rikus sin correr peligro. Por desgracia, enseguida se dio cuenta de que Agis no podía organizar un encuentro sin que Tithian se enterase. No obstante, Sadira le rogó que lo intentase. A menos que consiguiera hablar con Rikus, el plan de la Alianza para asesinar a Kalak jamás llegaría a realizarse.

Una vez en el otro lado de la calle, Agis se detuvo ante la entrada del estadio. Un templario de rostro avinagrado salió al encuentro del noble en la puerta de acceso, con un grueso espadón de acero en las manos.

—No se permite la entrada —declaró, categórico.

—Soy Agis de Asticles —replicó el noble.

—¿Y?

—Tithian…, ejem…, el Sumo Templario de las Obras del Rey… me pidió que me reuniera con él aquí esta mañana.

El guarda arrugó aún más la frente.

—¿Por qué no lo has dicho? —exclamó, echándose a un lado; juego volvió la cabeza y gritó por encima del hombro—: Es éste.

Otro templario, esta vez una mujer de unos treinta años, surgió de entre las sombras.

—Por aquí —ordenó, indicándole con la mano que se adelantara.

Agis penetró bajo la arcada y quedó temporalmente cegado por el severo contraste entre la luz de la mañana y las sombras del estadio. En el aire se percibía con fuerza el olor del carbón quemado, y el ruido de los martillos resonaba por los pasadizos de piedra que se abrían a ambos lados del corredor.

—He dicho por aquí —repitió la mujer templario, agarrando a Agis por el brazo y tirando de él sin contemplaciones.

Salieron a una terraza de adoquines que recorría todo un lado del estadio. Más abajo de la terraza podía verse un enorme terreno cubierto de arena que incluso un mul habría tardado medio minuto en recorrer corriendo a toda velocidad. En uno de los extremos del campo se alzaba el inmenso palacio de Kalak, con el gran balcón que daba sobre la arena; en el otro se elevaba el zigurat multicolor, oculto todavía bajo una telaraña de cuerdas e inundado por todo un ejército de esclavos.

De debajo de la terraza partía una hilera tras otra de bancos que descendían hasta la arena, y detrás de Agis se alzaban aún más tribunas, coronadas con un balcón inmenso. A pesar de que al senador no le gustaba demasiado el tipo de deporte practicado allí, tuvo que admitir que la construcción en sí era una impresionante hazaña arquitectónica.

La acompañante de Agis lo condujo terraza adelante, rodeando varios braseros gigantes llenos de carbones encendidos. Herreros bañados en sudor se dedicaban a calentar lingotes de estaño sobre los carbones mientras otros obreros situados a su lado golpeaban las piezas calientes con sus martillos para convertir el ligero metal en finas láminas.

Nada más dejar atrás a los herreros, la mujer templario se detuvo e indicó a Agis que entrara en una de las aberturas que volvía a conducir a la calle.

—El sumo templario se reunirá contigo aquí.

Agis penetró en el oscuro pasillo. Aunque la luz que penetraba desde la calle perfilaba la silueta de un guarda templario, no se veía ni rastro de Tithian. A ambos lados del pequeño túnel, había una escalerilla de piedra que ascendía a las secciones interiores del estadio ocultas bajo las tribunas. Por aquellas escaleras descendía tal estruendo de golpes de martillo y restallar de látigos que los oídos empezaron a zumbarle.

Agis se encaminó hacia el guarda, pensando que quizá sabría dónde podía encontrarse Tithian.

Antes de que pudiera llegar junto a él, el ruido de los martillos cesó, se escuchó una orden ahogada por la distancia en la escalera de la izquierda, y luego un estrépito de cadenas resonó por toda la estructura. El templario situado al final del pasillo saltó a la calle, justo a tiempo de evitar verse aplastado por una puerta que descendió del techo y fue a estrellarse sobre el suelo con ensordecedor estruendo, y Agis se encontró cara a cara con un desfigurado reflejo plateado de sí mismo. Se acercó a la puerta. Era tan maciza como un muro, y toda su superficie estaba cubierta de estaño. Las láminas estaban unidas con tanta meticulosidad que le habría sido imposible deslizar la punta de su puñal en el interior de cualquiera de sus junturas.

Se escucharon entonces pasos en la escalera que tenía a su espalda, y Agis se volvió a tiempo de ver a Tithian que salía al túnel acompañado de un grupo de templarios. Los ojillos del sumo templario brillaban de satisfacción, y sus huesudas facciones parecían extrañamente animadas.

Al ver a Agis, Tithian le dedicó una amplia sonrisa y extendió los brazos en señal de bienvenida.

—¡Amigo mío!

El sumo templario se acercó a Agis y lo agarró con fuerza por los hombros, pero, en lugar de abrazarlo, Tithian lo obligó a girar sobre sí mismo para mirar la puerta forrada de estaño.

—¿Qué te parece? —preguntó—. Eso impedirá que puedan arder, ¿no crees?

—Supongo que sí —asintió Agis—. ¿A quién intentas mantener fuera?

—Dentro —lo corrigió Tithian. Detrás del sumo templario, varios de sus subordinados abrieron la boca estupefactos—. Si intentáramos mantener a alguien fuera, ¿no pondríamos acaso el estaño por la parte exterior?

—¡Gran señor! —se atrevió a decir uno de los templarios subalternos—. ¿Es prudente contarle esto a un noble?

Tithian se volvió hacia el hombre, con expresión feroz.

—Yo decido lo que es prudente y lo que no, Orel —gruñó, pasando el brazo sobre los hombros de Agis—. Mi amigo es tan leal al rey como yo.

Agis no pudo por menos que sonreír ante la ironía de esta afirmación.

Tithian hizo un gesto a sus templarios para que volvieran a subir la escalera.

—Id a decirles que vuelvan a subir esta puerta. Agis y yo queremos conversar.

Una vez que los templarios se hubieron marchado, Agis dijo:

—Gracias por recibirme, Tithian.

—Es un placer, viejo amigo —respondió el sumo templario, conduciéndolo hacia la terraza—. ¿Qué puedo hacer por ti? Nuestro último encuentro no resultó muy agradable, y me gustaría compensarte.

Agis se obligó a seguir sonriendo, a pesar de que el recuerdo de la pérdida de sus esclavos lo llenaba de cólera. Decidió entonces pensar en otra cosa y se concentró en la imagen de dos muchachos —él y Tithian treinta años atrás— deslizándose por la plantación de pharo de su padre en una calurosa tarde. Clavó los ojos en su interlocutor y envió ese pensamiento a su mente, sondeando con suavidad para encontrar una abertura que le permitiera penetrar en el subconsciente de Tithian sin que el sumo templario se diera cuenta.

El noble había escogido con cuidado el método de ataque, dándole la forma de un recuerdo agradable que tanto él como Tithian compartían. Esperaba que le sirviera de pantalla, ocultando su presencia mientras conducía los pensamientos del sumo templario en la dirección deseada.

Una leve sonrisa se formó en los labios de Tithian, y Agis supo que había establecido contacto, de modo que dejó de hurgar con la sonda mental para dar tiempo a los pensamientos del sumo templario a adaptarse a su presencia.

—Con todos tus múltiples deberes, debe de resultarte difícil ocuparte de tus tierras —comentó Agis como sin darle importancia.

—Resulta difícil a veces —repuso Tithian.

—Quizá pueda ayudarte.

—¿Cómo? —preguntó Tithian enarcando una ceja.

Dentro de la mente de Tithian, el subconsciente del sumo templario se percató de la presencia del recuerdo que Agis había colocado allí y empezó a facilitar sus propios detalles. Los cabellos castaños del joven Tithian aparecieron de improviso sujetos en una corta cola de caballo, pues acababa de cumplir doce años y obtenido el derecho a acicalarse como más le gustase, mientras que la negra cabellera de Agis estaba rapada casi al ras, mucho más corta de lo que jamás la había lucido, con lo que sus orejas sobresalían de una forma singularmente cómica.

El dulce perfume de las flores del pharo embriagaba el olfato de ambos muchachos; había llovido aquel año y cada una de las espinosas plantas lucía al menos una de las enormes flores rojas. Los dos jóvenes llevaban unas espadas cortas de obsidiana sujetas a las caderas y empuñaban sendas ballestas. Se encontraban cazando varis cerca de la cima de la suave colina que separaba los campos del estanque de irrigación.

Agis contuvo un escalofrío al recordarlo. Sin darse cuenta de lo importantes que eran aquellas babosas cubiertas de escamas para la salud de las plantaciones, su padre lo había enviado a destruir todas las que pudiera encontrar. Resultaba un milagro que quedaran todavía árboles cuando la hacienda pasó a manos de Agis.

El joven Tithian, de pie cerca de la cima de la colina, se dejó caer de repente sobre el estómago e hizo una señal a Agis para que lo imitara.

Para los hombres que se hallaban en el estadio de los gladiadores, todo esto ocurrió en décimas de segundo. Era el momento que Agis había estado aguardando.

—Deja que me ocupe de tus terrenos —dijo el noble a su viejo amigo—. Los volveré tan fértiles como los míos.

Al mismo tiempo, desde detrás de la pantalla que había erigido en la mente de Tithian, envió un único y apremiante mensaje: «Es una buena sugerencia».

El subconsciente de Tithian siguió desarrollando el recuerdo. El joven Agis le preguntó qué era lo que sucedía. Tithian indicó a su amigo que guardara silencio llevándose un dedo a los labios, y miró por encima de la colina en dirección al estanque de regadío.

En este punto, la memoria de Tithian discrepaba ampliamente de lo que Agis recordaba. El noble volvió a verse tendido sobre el vientre en medio del polvo con el ardiente sol cayendo sobre su espalda durante lo que le pareció una eternidad. Había oído un leve movimiento entre las plantas de pharo situadas más allá, pero no había podido ver qué lo había ocasionado; preparó la ballesta para disparar y esperó, preguntándose qué peligro había descubierto su amigo acechando en los campos que tenían delante.

El recuerdo de Tithian era muy diferente. En la mente del sumo templario, éste se veía a sí mismo mirando al otro lado de la colina. Los ojos fijos en la curvilínea hermana de Agis, Tierney, que se bañaba desnuda en el estanque.

El aristócrata no supo si sentirse furioso o divertido ante el recuerdo que descubría en la mente de su amigo. En todos los años transcurridos desde entonces, Tithian jamás le reveló lo que había estado mirando al otro lado de la colina.

En el estadio, el Tithian actual preguntó:

—¿Y qué obtendrás tú a cambio de ocuparte de mis campos?

El tono de la pregunta era amistoso, pero cauteloso. Desde luego, Agis no tenía intención de revelar al sumo templario lo que realmente quería, que era la oportunidad de arreglar una entrevista entre Rikus y Sadira.

—Poder utilizar a tus gladiadores unos días cada semana —respondió—. Aunque fuiste muy amable al dejarme a las mujeres y los niños, éstos no pueden mantener alejados a los carroñeros de mis terrenos. En un día o dos de cada semana, unos cuantos de tus gladiadores podrían matar suficientes ladrones como para eliminar la necesidad de las patrullas, y además resultaría un buen entrenamiento para ellos.

Regresando a la mente de Tithian, el recuerdo se volvió más familiar aunque seguían existiendo discrepancias con lo que Agis recordaba. De repente, tres esqueléticos giths echaron a correr por entre el pharo; cada uno sujetaba con fuerza un saco lleno de agujas robadas en una de sus manos de cuatro dedos, mientras que la otra empuñaba una enorme lanza. A través de la memoria de Tithian, Agis se vio ponerse en pie de un salto, disparar su ballesta y matar al cabecilla del grupo. El joven Tithian reaccionó más despacio, pues su atención había estado totalmente absorta en la contemplación de la hermosa mujer hasta el mismo instante en que oyó a los carroñeros.

Mientras Tithian luchaba con su ballesta para cargarla, Agis desenvainó la espada y cargó contra el segundo gith que acababa de soltar su saco de agujas. En ese mismo instante, la ballesta de Tithian se disparó sin querer y el dardo voló directamente a la cabeza de su amigo. Entretanto, Agis había alcanzado de lleno a su presa y le había separado la cabeza del cuello de un solo tajo; luego perdió pie por culpa del impulso que llevaba y la saeta de Tithian pasó a toda velocidad por encima de su cabeza. El dardo fue a incrustarse en uno de los saltones ojos del tercer gith.

El recuerdo que el sumo templario guardaba del suceso sorprendió a Agis. Durante los últimos veinticinco años, el senador había creído que debía la vida a un disparo certero y oportuno. No obstante, Agis era lo bastante experto en la utilización del Sendero como para no dejar que las discrepancias interfirieran sus planes. El noble envió el mensaje que había venido a colocar en la cabeza de Tithian: «Di que sí. Presta Rikus y Neeva a Agis».

Antes de que su amigo pronunciara las palabras que el noble esperaba escuchar, una mujer templario se acercó a Tithian con un mensaje. Mientras lo susurraba al oído de su superior, Agis intentó escuchar desde detrás de la pantalla de recuerdos. Oyó el débil eco de la voz de la mujer diciendo algo sobre un mensaje urgente. El pensamiento pasó demasiado aprisa para que pudiera captarlo por completo, pero no envió una sonda tras él. Cuanto más activo se mostrara, más posibilidades existían de que Tithian detectara su presencia.

—Tendrás que excusarme un instante, amigo —dijo Tithian, alejándose unos pasos por la terraza. Dialogó con la mujer durante algunos instantes, deteniéndose sólo en una ocasión para mirar a su amigo y hacer un gesto a modo de disculpa.

Agis aguardó pacientemente, manteniendo su presencia en la mente del sumo templario mediante la lenta adición de más recuerdos. Tierney apareciendo en lo alto de la colina, vestida ahora con una túnica de lana y proclamando a los dos muchachos sus salvadores; el joven Agis contándole cómo Tithian había descubierto a los giths desde la cima de la colina, y describiendo cómo su increíble puntería le había salvado la vida.

La mensajera siguió hablando con el sumo templario unos segundos más. La expresión de Tithian adoptó un aire preocupado, pero Agis resistió la tentación de extender su presencia en la mente de su viejo amigo. Era demasiado arriesgado.

Al regresar por fin a su lado, Tithian respondió a la pregunta formulada por su amigo antes de que los interrumpieran.

—Gracias por tu oferta, Agis, pero el encargado de mi granja ha estado conmigo desde que heredé las tierras de los Mericles. No es tan bueno como tú, claro, pero no tengo necesidad de aumentar los beneficios que obtengo de mis campos. Estoy seguro de que lo comprendes. Resultaría una vergüenza echar a un servidor leal.

En el interior de la mente de Tithian, Agis encontró su pantalla de recuerdos aislada por una inmensa planicie de silencioso y blanco vacío. Cualquiera que hubiese sido el mensaje de la mujer, había puesto en alerta al sumo templario, y éste se dedicaba ahora a suprimir con todo cuidado los recuerdos. Por un momento, el noble temió que Tithian hubiera detectado de alguna forma su presencia, pero comprendió que no podía ser. De ser así, docenas de templarios se habrían precipitado ya sobre él para arrestarlo.

—No era mi intención dar a entender que ocuparía el lugar de tu encargado —respondió Agis—. Mi propósito era enseñarle cómo hacer mejor…

Tithian alzó una mano para silenciarlo.

—Es bastante susceptible con respecto a su habilidad —dijo el templario, tomando a Agis del brazo y conduciéndolo en dirección al zigurat—. Haré que envíen a un joven gladiador a tu hacienda como regalo. Él conseguirá mantener a los carroñeros fuera de tus tierras.

Agis clavó los ojos en los del sumo templario.

—Esto no tiene nada que ver con el capataz de tu granja —declaró, variando el planteamiento—. Lo que sucede es que no confías en mí.

Mientras hablaba, envió una negra serpiente de culpabilidad que se deslizó a través de la vacía llanura alrededor de su sonda. Muy pronto, el noble divisó una forma enorme que se alzaba en el horizonte. Se trataba de una pirámide cuya parte superior era plana, con paredes tan negras como la noche y tan lisas como el hielo. Con un sobresalto, Agis se dio cuenta de que la pirámide era algo que Tithian había visto hacía poco tiempo, algo que pesaba con gran fuerza en sus pensamientos.

Unas bolas negras de un material cristalino empezaron a rodar pirámide abajo, amenazando con aplastar la sonda serpiente. Con una mueca de desagrado ante la cantidad de energía que ello requería, Agis agregó alas a la serpiente, y ésta se alzó por encima de la blanca llanura. Durante unos segundos se preguntó si la avalancha no habría sido un contraataque de Tithian, pero, cuando las bolas llegaron al pie de la pirámide, siguieron rodando sin tener en cuenta que habían errado el blanco. Un pozo totalmente negro se abrió de improviso en la planicie, y las bolas rodaron a su interior. Agis hizo descender a la alada serpiente para verlo más de cerca y descubrió que el agujero estaba revestido de ladrillos de obsidiana.

Un recuerdo en forma de masa hirviente salió disparado del pozo, y Agis se encontró cara a cara con los hundidos ojos negros de un hombre pequeño y demacrado que llevaba una diadema de oro: Kalak. Temiendo que Tithian lo hubiera conducido a una trampa, Agis hizo dar media vuelta a la sonda y la obligó a batir alas con todas las energías que le quedaban.

La serpiente empezó a conducirlo fuera de la mente de Tithian, pero el noble se detuvo al escuchar la voz de Kalak que parecía conversar con alguien.

—¿Viste el pozo de mi túnel?

Agis volvió la sonda en dirección a la pirámide. Allí vio la apergaminada figura del rey de pie junto a la estructura de obsidiana; Kalak acariciaba la brillante superficie con sus nudosos dedos, los ojos fijos en Tithian, que se encontraba ahora frente a él. No se trataba de una trampa, sino de otro recuerdo.

—Sí, mi señor —asintió Tithian.

—Bien. Durante los juegos que conmemorarán la finalización del zigurat, debes colocar esta pirámide de obsidiana sobre el pozo por el que pasaste, pero sólo cuando dé comienzo la última competición del día —dijo Kalak—. Haz que parezca parte de la competición.

—¿Y el trono y las bolas? —preguntó Tithian—. ¿Debo colocarlos también en la arena, poderoso señor?

—¡No! —siseó Kalak, con tal expresión de ferocidad que parecía como si fuera a matar al sumo templario—. No toques nada más. ¡Los globos y el trono se quedan aquí conmigo!

—Como ordenéis —respondió Tithian—. Perdonad mi pregunta: ¿hay alguna otra cosa?

Kalak asintió.

—Cuando se inicie la última competición, quiero que cierres todas las puertas de mi estadio.

—¿Hasta cuándo?

—No te preocupes de cuándo se volverán a abrir…

En el recuerdo, la figura de Kalak dejó de hablar en mitad de la frase y se desvaneció. Tithian se volvió hacia la serpiente voladora de Agis, al tiempo que la negra pirámide se alzaba del blanco suelo y se dirigía hacia él. Totalmente seguro, ahora, de que el sumo templario había descubierto su presencia, Agis transformó la serpiente en una flecha y abandonó la mente de Tithian como un rayo.

Al cabo de unos instantes, rompió todo contacto mental con el templario.

—Una persona en mi posición no puede confiar en nadie, ni siquiera en sus amigos —dijo Tithian, retomando la conversación allí donde la había interrumpido unos momentos antes.

Agis no se encontraba en condiciones de contestarle, agotadas como estaban sus energías después de su estancia en la mente del sumo templario. El noble dio un traspié y estuvo a punto de caer; entonces sintió la poderosa mano de su amigo que lo sujetaba para evitar que cayera sobre las gradas situadas más abajo.

—Cuidado —advirtió Tithian—. No me gustaría que te cayeras.

Agis parpadeó repetidamente.

—Gracias por tu preocupación —dijo, con un ligero tono de sarcasmo; pero, cuando miró a derecha e izquierda, no vio la menor señal de los guardas que había esperado que el sumo templario llamara.

—¿Por qué no me arrestas? —inquirió Agis, apoyado todavía contra la pared que circundaba la terraza.

—¿Por qué tendría que hacerlo? —inquinó a su vez Tithian, dedicando a su amigo una sonrisa indulgente. Luego tiró del noble para apartarlo de la pared, y lo hizo girar con cuidado hasta colocarlo de cara al zigurat—. Dime, Agis, ¿por qué crees que Kalak construye esa cosa?

—Tú eres quien lo construye —repuso Agis con amargura, al recordar a todos sus esclavos confiscados por el sumo templario—. Dímelo tú.

—Si lo supiera, lo haría —aseguró Tithian, encogiéndose de hombros—. El rey ni siquiera me ha dicho para qué es. Te he mostrado todo lo que sé, y la verdad es que me asusta.

Agis puso en blanco los cansados ojos.

—Guarda tu teatro para cualquier otro —dijo—. Te conozco muy bien. La única vida que te preocupa es la tuya propia.

—Incluso para mí, las posibilidades de lo que puede significar el plan de Kalak resultan aterradoras. ¿Para qué quiere a cuarenta mil personas encerradas en el estadio? —replicó Tithian—. Desde luego, si yo no fuera a ser uno de los cuarenta mil, podría resultar menos aterrador, pero eso no tiene mucha importancia ahora. Estoy en esto junto con todos los demás.

—¿Qué intentas decir? —Agis frunció el entrecejo.

Tithian enarcó las cejas con expresión irónica.

—Te considero lo bastante inteligente como para imaginarlo… y si no tú, desde luego que podrán hacerlo esos amigos tuyos a quienes no les gusta mostrar el rostro en público.

Aunque lo conmocionó descubrir que Tithian estaba enterado de su asociación provisional con la Alianza del Velo, intentó no demostrar sorpresa.

—Suponiendo que pudiera conocer a alguien que estuviera interesado en los planes de Kalak, ¿por qué me mostraste la pirámide, y por qué quieres que los enemigos del rey se enteren de su existencia?

Tithian tomó a Agis del brazo.

—Quiero sobrevivir —declaró el sumo templario, conduciendo al noble en dirección a una salida—. Para conseguir esto, deben suceder dos cosas. Primero, Aquellos que Llevan el Velo deben decirme dónde escondieron sus amuletos. Si no encuentro el último pronto, Kalak me matará. Segundo, tienen que impedir lo que sea que el rey ha planeado para los juegos. Yo también voy a estar allí. No veo ningún motivo para pensar que vaya a tener piedad de sus sumos templarios.

—¿Y qué ofreces a cambio?

—Cualquier cosa que me sea posible sin poner en peligro mi vida —contestó Tithian—. Para empezar, permitiré que Sadira hable con mi esclavo, Rikus…, pero sólo después de que yo haya recuperado los amuletos.

Agis trastabilló. Aunque le costó un gran esfuerzo, se abstuvo de preguntar cómo sabía su amigo lo de Sadira. Era evidente que el sumo templario tenía un espía, o bien cerca de él o entre las altas jerarquías de la Alianza del Velo.

—Al parecer todavía estás fatigado por el ejercicio de tus poderes —comentó el sumo templario, lanzando una risita ante la torpeza de Agis. Se detuvo en la puerta por la que había entrado el noble en el estadio—. ¿Quieres utilizar mi litera para el viaje de regreso a casa?

—No es mi intención ofenderte —replicó Agis—, pero antes me arrastraría a cuatro patas.

Cuando el noble iba a penetrar en el túnel de salida, Tithian lo sujetó por el brazo.

—A propósito —le advirtió—, hay algo que debes saber sobre mi propuesta.

—¿Qué?

—No es una tregua —contestó Tithian, soltándolo—. Ten cuidado.