16. ÚLTIMAS ACCIONES. PRIMERAS ACCIONES

USS NIMITZ

Hacía dos horas que comunicaron por los megáfonos la puesta del sol; pero Bob había tenido que terminar su trabajo. Las puestas de sol en el mar, lejos del aire contaminado de la ciudad, con un limpio y definido horizonte donde el sol se ocultaba, eran algo que a él siempre le gustaba contemplar. Lo que veía en ese momento era casi tan bueno como aquello. Estaba de pie con las manos apoyadas en la barandilla; miró primero hacia abajo, la espuma que se formaba junto al pulido casco del portaaviones; después, tras un breve momento de preparación, hacia arriba. Nacido y criado en Boston, Toland no había sabido qué era la Vía Láctea hasta que ingresó en la Marina; y el descubrimiento de esa amplia y brillante faja de estrellas allá arriba había sido siempre motivo para que se sintiera maravillado. Estaban allí las estrellas con las que él había aprendido a navegar, con sextante y tablas trigonométricas, remplazadas ahora en gran parte por las ayudas electrónicas como el Omega y el Lorán; pero seguían siendo hermosas para admirarlas. Arturo, Vega y Altair, todas parecían guiñarle a él, con sus propios colores, sus características únicas que las convertían en puntos de referencia en el cielo nocturno.

Se abrió una puerta y salió un marinero vestido con lo que daba la impresión de ser la camisa púrpura de los abastecedores de combustible a los aviones, y se le unió en la pasarela de la cubierta de vuelo.

—Hay oscurecimiento en el buque, marinero. Yo arrojaría ese cigarrillo —dijo Toland bruscamente, molesto por ver destruida su preciosa soledad.

—Lo siento, señor. —La colilla voló sobre la borda. El hombre permaneció unos minutos en silencio y luego miró a Toland—. ¿Usted conoce las estrellas, señor?

—¿Qué quiere decir?

—Esta es mi primera navegación, señor, y yo crecí en Nueva York. Nunca vi así las estrellas, pero no sé siquiera cuáles son…, los nombres, quiero decir. Ustedes los oficiales saben todas esas cosas, ¿verdad?

Toland rio discretamente.

—Comprendo lo que quiere decir. Me pasó lo mismo la primera vez que salí. Es hermoso, ¿verdad?

—Sí, señor. ¿Cuál es esa?

La voz del muchacho sonaba cansada. No era de extrañar, pensó Toland, después de todas las operaciones de vuelo que han tenido que atender hoy. El chico estaba señalando el punto más brillante en el cielo del Este, y Bob tuvo que pensar durante unos pocos segundos.

—Ese es Júpiter. Es un planeta, no una estrella. Con el anteojo del suboficial de guardia puede alcanzar a ver sus lunas…, por lo menos algunas de ellas.

Luego, continuó señalando algunas de las estrellas que él había utilizado para navegar.

—¿Cómo las usa, señor? —preguntó el marinero.

—Usted toma un sextante y mide su altura sobre el horizonte… Suena más difícil de lo que es, pero sólo requiere un poco de práctica… Y luego se busca ese dato en un libro de posiciones de estrellas.

—¿Y quién lo hace, señor?

—¿El libro? Es una cosa muy común. Supongo que el que nosotros tenemos viene del Observatorio Naval de Washington D.C, pero la gente ha estado midiendo la trayectoria de las estrellas y los planetas desde hace tres o cuatro mil años, mucho antes de que inventaran el telescopio. Entonces, si usted sabe la hora exacta y dónde está una estrella en particular, puede marcar en el globo dónde se encuentra, con bastante exactitud; pueden ser pocos cientos de metros si conoce bien el oficio. Lo mismo se hace con el sol y la luna. Tales conocimientos se han dominado desde hace cientos de años. Lo más difícil fue inventar un reloj que marcara muy bien la hora. Eso se consiguió hace unos doscientos años.

—Yo creía que usaban satélites y cosas de esas.

—Lo hacemos ahora, pero las estrellas siguen siendo igualmente bonitas.

—Sí.

El marinero se sentó, con la cabeza echada hacia atrás para observar la cortina de puntos blancos. Debajo de ellos, el buque batía el agua convirtiéndola en espuma con el ruido constante de las olas que se rompían. De alguna manera el cielo y el rumor del agua hacían perfecto juego.

—Bueno, por lo menos aprendí algo sobre las estrellas. ¿Cuándo va a empezar todo, señor?

Toland levantó la vista para mirar la constelación de Sagitario. Detrás de ella estaba el centro de la galaxia. Algunos físicos astrónomos decían que allí había un agujero negro. La fuerza más destructiva conocida por esos científicos, que hacía parecer insignificantes a las fuerzas controladas por los hombres. Pero destruir a los hombres era mucho más fácil.

—Pronto.

USS CHICAGO

El submarino estaba ahora lejos de la costa, al oeste de las fuerzas soviéticas submarinas y de superficie, que iban apareciendo. Aún no habían oído ninguna explosión, pero no podía faltar mucho. El buque soviético más cercano se encontraba unas treinta millas hacia el Este y, además, habían localizado otros doce. Todos seguían castigando el mar con sus sonares activos.

McCafferty quedó sorprendido por su orden operativa FLASH. El Chicago debía abandonar el mar de Barents y ocupar un área de patrullaje en el mar de Noruega. Misión: interceptar los submarinos soviéticos que se esperaba pondrían rumbo al Sur hacia el Atlántico Norte. Se había tomado una decisión política: no debía parecer que la OTAN estaba forzando a los soviéticos para entrar en guerra. En un solo golpe se había desechado la estrategia de preguerra que consistía en enfrentar a la Flota Soviética en su propio patio trasero. Como todos los planes de batalla de preguerra de este siglo, reflexionó el comandante del submarino, también este se dejaba de lado, porque el enemigo no iba a cooperar haciendo lo que nosotros habíamos pensado que iba a hacer. Por supuesto. Estaba poniendo en el Atlántico muchos más submarinos de lo que se había calculado… y lo que era peor, ¡nosotros le estábamos facilitando las cosas! McCafferty se preguntó qué otras sorpresas irían apareciendo. Los torpedos y misiles del submarino ya estaban completamente armados, los sistemas de control de fuego tenían asignado personal permanente, y toda la tripulación se encontraba en la Condición-3, con procedimientos de guardias de tiempo de guerra. Pero por el momento las órdenes que tenían eran de escapar. El comandante lanzó para sí mismo un juramento, enojado con quien hubiese tomado esa resolución, aunque esperando todavía, en un recóndito lugar de su mente, que de alguna manera pudieran detener la guerra.

BRUSELAS, BÉLGICA

—Tiene que suceder pronto —observó el comandante aéreo de Europa Central—. Mierda, tienen lista sus tropas como yo jamás había visto. No pueden esperar hasta que nuestras unidades de la reserva estén totalmente situadas. Tienen que golpearnos pronto.

—Yo sé lo que estás diciendo, Charlie, pero no podemos movernos primero.

—¿Alguna noticia de nuestros visitantes?

El general de la fuerza aérea se refería al equipo de comandos Spetznaz del mayor Chernyavin.

—Todavía los tienen apretados.

Una unidad de los guardias de frontera alemanes, la élite, GSG-9, tenía bajo constante vigilancia la casa de seguridad, y había un segundo equipo inglés de emboscada entre ellos y su blanco supuesto en Lammersdorf. Formaban parte del equipo de vigilancia oficiales de inteligencia de la mayor parte de los países de la OTAN, y cada uno tenía una línea directa con su gobierno. ¿Y qué pasará si son un anzuelo para tratar de que nosotros ataquemos primero?

—Yo sé que no podemos hacer eso, general. Lo que quiero es la luz verde para iniciar Dreamland [26] en cuanto sepamos que ya todo se ha hecho realidad. Tendremos que movernos muy rápido, jefe.

SACEUR se echó hacia atrás. Atrapado por sus obligaciones en el puesto de comando subterráneo, hacía diez días que no iba a su residencia oficial. Se preguntaba si algún oficial de la jerarquía de general, en el mundo entero, habría podido dormir en las dos últimas semanas.

—Cuando des las órdenes, ¿cuánto puede tardar la reacción?

—Ya tengo todos los aviones cargados y listos. Los tripulantes han cumplido las reuniones de instrucciones previas. En cuanto les dé la orden de alistarse, puedo poner en marcha Dreamland treinta minutos después de tu señal.

—Muy bien, Charlie. El Presidente me ha dado autoridad para reaccionar ante cualquier ataque. Ordena a tu gente que se prepare.

—De acuerdo.

El teléfono de SACEUR empezó a llamar. Levantó el auricular, escuchó brevemente y levantó la vista.

—Nuestros visitantes se están moviendo —dijo el comandante aéreo, y se dirigió a su oficial de operaciones—: La palabra código es Firelight.

Las fuerzas de la OTAN entraban ahora en situación de alerta máxima.

AACHEN, REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA

El grupo Spetznaz salió de la casa de seguridad y partió en dos pequeños furgones; se dirigió hacia el Sur por el camino de Lammersdorf. Muerto su líder en un accidente de tráfico, el segundo en el mando, un capitán, recibió copias de los papeles que su jefe había conseguido cuando murió, y pudo instruir perfectamente a sus hombres. Iban silenciosos y tensos. El oficial se había esforzado hasta el cansancio para explicarles que su escape estaba cuidadosamente planeado; que una vez alejados del blanco irían a otra casa de seguridad y allí esperarían que llegaran sus camaradas del Ejército Rojo cinco días después. Ellos eran la crema del Ejército Rojo, les dijo, magníficamente entrenados para llevar a cabo peligrosas misiones detrás de las líneas enemigas y valiosas para el Estado. Cada uno de esos hombres tenía experiencia de combate luchando en las montañas de Afganistán, les recordó. Se hallaban bien instruidos, y estaban listos.

Ellos aceptaron su discurso como lo hacen habitualmente las tropas de élite, en total silencio. Elegidos casi todos por su inteligencia, cada uno sabía que el discurso no era más que eso. La misión dependía en gran parte de la suerte, y su suerte ya había empezado a fallarles. Todos deseaban que el mayor Chernyavin hubiera estado allí, y se preguntaban si de alguna manera podían haber descubierto la misión. Uno por uno, fueron echando a un lado estos pensamientos. Pronto empezaron a repasar su parte en la misión de destruir Lammersdorf.

Los chóferes eran agentes de la KGB bien experimentados en el trabajo en países extranjeros, y se preguntaban exactamente las mismas cosas. Ambos vehículos se mantenían juntos, transitando en forma prudente y vigilando con recelo a los coches que les seguían. Cada uno tenía una radio provista de antena direccional y sintonizada en las frecuencias de la Policía local, y otro equipo para comunicarse entre sí. Los oficiales de la KGB habían tratado esa misión una hora antes. El Centro de Moscú les informó que la OTAN todavía no se hallaba del todo alertada. El chófer que iba delante, cuyo habitual trabajo simulado era el de conducir un taxi, se preguntó si una «total» alerta de la OTAN significaría un desfile por la Plaza Roja.

—Doblando a la derecha ahora. Auto tres, acérquese. Auto uno, doble a la izquierda en la próxima intersección y adelánteseles.

El coronel Weber hablaba por una radio táctica de las que emplean las unidades FIST (equipos de apoyo en fuego). Hacía varios días que estaba preparada la emboscada, y tan pronto como sus blancos abandonaron la casa de seguridad, la información circuló por toda la República Federal en forma urgente. Las unidades de la OTAN, que ya estaban en alerta, pasaron de inmediato a la situación de listos para el combate. Esto podía ser el movimiento de apertura en una guerra imprevisible… a menos, admitió Weber para sus adentros, que estuvieran simplemente trasladándose de una casa de seguridad a otra para seguir esperando allí. No sabía qué camino podían tomar las cosas, aunque con seguridad todo tenía que comenzar pronto. ¿No era así?

Los dos pequeños camiones estaban en un sector rural de Alemania Occidental, circulando hacia el Sureste a través del Parque Natural germanobelga, una ruta escénica transitada a menudo por los turistas y admiradores del paisaje. Habían elegido ese camino secundario para evitar el tráfico militar de las autopistas importantes, pero cuando atravesaron Mularstshutte, el chófer del primer vehículo frunció el ceño al ver un convoy militar de tanques cargados sobre trailers de baja altura. Resultaba extraño que los tanques estuvieran cargados al revés, con sus imponentes cañones dirigidos hacia atrás. Eran tanques británicos, pudo ver, los nuevos «Challenger». Bueno, él no había esperado ver tanques alemanes «Leopard» sobre la frontera con Bélgica. En ningún momento existió la posibilidad de impedir una movilización de Alemania, pero él trató de convencerse a sí mismo de que el resto de los países de la OTAN no se habían movido tan rápido como pudieron haberlo hecho. Ah, si esta misión tuviera éxito, las comunicaciones de la OTAN quedarían seriamente interferidas y, a lo mejor, las puntas de lanza de los blindados llegaban realmente a rescatarlos. El convoy disminuyó la velocidad. El chófer de la KGB consideró la posibilidad de sobrepasarlo, pero tenía órdenes de no llamar la atención.

—¿Todos listos? —preguntó Weber desde su vehículo de caza.

—Listos.

¡Qué operación condenadamente compleja, esta!, pensó el coronel Armstrong. Tanquistas, SAS [27], y alemanes, trabajando todos juntos. Pero vale la pena, para embolsar una banda de Spetznaz. El convoy siguió disminuyendo la velocidad y se paró del todo en un espacio abierto que se usaba para picnics. Weber detuvo su vehículo a cien metros de distancia. Ahora todo quedaba en manos del grupo de emboscada inglés.

Hubo una erupción de bengalas alrededor de los dos pequeños furgones.

El chófer de la KGB se encogió al encontrarse en el centro de tanta luz. Después miró hacia delante y vio que el tubo del cañón del tanque situado a menos de cincuenta metros empezaba a levantarse de su posición de descanso para transporte y quedaba directamente apuntado al centro de su propio parabrisas.

—Atención —gritó una voz en ruso por un megáfono—. Soldados Spetznaz, atención. Están rodeados por una compañía de tropas mecanizadas. Salgan de uno en uno de sus vehículos, y sin armas. Si abren fuego, los matarán en segundos.

Se oyó otra voz que empezaba a hablar:

—Salgan, camaradas, les habla el mayor Chernyavin. No pueden hacer nada.

Los comandos intercambiaron miradas de horror. En el vehículo de delante, el capitán comenzó a quitar el anillo de una granada. Un sargento saltó sobre él y tomó en sus manos las del capitán.

—¡No podemos dejar que nos atrapen con vida! ¡Esas son nuestras órdenes! —gritaba el capitán.

—¡Por la madre del diablo que no podemos…! —gritó el sargento—. De uno en uno, camaradas…, salgan con las manos en alto. ¡Y tengan cuidado!

Por la puerta trasera del furgón apareció un soldado, avanzando lentamente.

—Dirígete hacia donde estás oyendo mi voz, Ivanov —ordenó Chernyavin desde un sillón de ruedas.

El mayor había dicho muchas cosas para ganar el derecho de salvar a su destacamento. Había trabajado durante dos años con esos hombres, Y no podía dejar que los mataran sin propósito alguno. Una cosa era ser leal al Estado, y otra ser leal a los hombres que él había conducido en operaciones de combate.

—Nadie les hará daño —dijo—. Si tienen armas, arrójenlas ahora. Yo sé que tú llevas un cuchillo, soldado Ivanov. Muy bien, Ahora el que sigue.

Todo fue muy rápido. Un grupo conjunto de comandos del Servicio Aéreo Especial y del GSG-9 reunieron a sus contrapartes soviéticas, les colocaron esposas y les vendaron los ojos. Pronto quedaron solamente dos. Pero la granada hacía difíciles las cosas. Ya en esos momentos el capitán había comprendido la inutilidad de su acción, pero le resultaba imposible encontrar el anillo para quitar el seguro. El sargento gritó una advertencia a Chernyavin, que quiso adelantarse personalmente, pero no podía. El capitán fue el último en salir. Quería arrojar la granada al oficial que, según creía él, había traicionado a su país, pero sólo vio un hombre que tenía ambas piernas enyesadas.

Chernyavin pudo ver la mirada en la cara del hombre.

—Andrey Ilych, ¿preferirías que tu vida terminara para nada? —preguntó el mayor—. Estos bastardos me drogaron y supieron lo suficiente para matarlos a todos ustedes. No pude dejar que lo hicieran.

—¡Esta granada va a explotar! —gritó con fuerza el capitán—. Voy a arrojarla al camión.

Y lo hizo antes de que nadie pudiera gritar para detenerlo. Un momento después el camión explotó, destruyendo los mapas del grupo y los planes de escape. Por primera vez en una semana, la cara de Chernyavin se iluminó con una amplia sonrisa.

—¡Bien hecho, Andrushka!

Otros dos grupos Spetznaz fueron menos afortunados y, cuando estaban a la vista de sus blancos, los interceptaron ciertas unidades alemanas secretamente enteradas de la captura de Chernyavin. Pero había veinte grupos más en la República Federal, y no todas las dependencias de la OTAN habían recibido a tiempo la alarma. Sobre ambas márgenes del Rin hubo una veintena de sangrientas escaramuzas. Una guerra que habría de envolver a millones de personas comenzó con encuentros de secciones y pelotones que pelearon desesperadamente en la oscuridad.