02. UN HOMBRE DISTINTO ENTRA EN JUEGO

FECHA-HORA 01/31-06: 15 COPIA 01 DE INCENDIO SOVIÉTICO BC-Incendio soviético, Bjt, 1809.FL.

Se informa de desastroso incendio producido en el campo petrolífero soviético de Nizhnevartovsk.

EDS: Avance para «WEDNESDAY PMs. FL».

Por William Blake. FC.

AP Redactor de los Servicios de Información militares.

WASHINGTON (AP).

—«El más grave incendio producido en un campo petrolífero desde el desastre de Ciudad de México de 1984 o el incendio de Texas City en 1947», sumió en la oscuridad a la región central de la Unión Soviética en el día de hoy de acuerdo con fuentes militares y de los servicios secretos de Washington.

El fuego fue detectado por los «Medios Técnicos Nacionales» norteamericanos, nombre generalmente referido a satélites de reconocimiento controlados por la Agencia Central de Inteligencia. Fuentes de la CIA se niegan a hacer comentarios sobre el incidente.

Fuentes del Pentágono confirmaron este informe, señalando que la energía liberada por el fuego era suficiente como para causar cierta inquietud en el Mando de la Defensa Aeroespacial norteamericana, al que le preocupaba que el fuego se tratara de un posible lanzamiento de misiles dirigidos a los Estados Unidos, o un intento de cegar los satélites de vigilancia norteamericanos mediante rayos láser u otros medios disponibles desde tierra.

La fuente señaló que en ningún momento se consideró oportuno incrementar los niveles de alerta estadounidenses, o en poner a las fuerzas nucleares norteamericanas a punto de ataque. «Todo había pasado en menos de treinta minutos», aseguró la fuente informativa.

No se ha recibido ninguna confirmación de la agencia de noticias soviética TASS, pero los soviéticos raras veces publican noticias sobre tales catástrofes.

El hecho de que las autoridades norteamericanas se refiriesen a dos accidentes industriales épicos indica que pueden derivarse muchas calamidades de este gran incendio. Fuentes de la Defensa se mostraban reacias a especular sobre la posibilidad de pérdidas humanas civiles. La ciudad de Nizhnevartovsk se halla junto al complejo petrolífero.

La producción del campo petrolífero de Nizhnevartovsk alcanza casi al 31,3% de la totalidad del crudo soviético, según el Instituto Americano del Petróleo, y la recientemente construida refinería adyacente de Nizbnevartovsk produce el 17,3% del petróleo de ese país.

Donald Evans, un portavoz del mencionado Instituto, ha explicado: «Afortunadamente para ellos, el petróleo del subsuelo arde con mucha dificultad, y es de esperar que el fuego se extinga en unos pocos días». Sin embargo, la refinería, según su grado de destrucción, puede constituir una gran pérdida. «Cuando pasan estas cosas, por lo general son catastróficas —dijo Evans—. Pero los rusos poseen una gran capacidad de refinado como para superar el golpe, especialmente después de todo el trabajo que han hecho en su complejo de Moscú».

Evans se mostró incapaz de especular acerca de la naturaleza del incendio, y manifestó: «El tiempo atmosférico pudo tener algo que ver con esto. Nosotros tuvimos algunos problemas con los campos de Alaska, y costó bastante resolverlos. Por lo demás, cualquier refinería es terreno perfectamente abonado para los incendios, y son precisos unos equipos de hombres inteligentes, cuidadosos y bien entrenados para cuidarlos».

Este es el último de una serie de fracasos de La industria petrolífera soviética. En el pleno del Comité Central del Partido Comunista celebrado el pasado otoño, se admitió finalmente que los planes de producción tanto en los campos de Siberia como en los occidentales «no habían colmado las esperanzas iniciales».

En los círculos occidentales se interpreta esta prudente declaración como una implícita acusación contra la gestión del ministro de la Industria petrolífera, Zatyzhin, remplazado por Mikhail Sergetov, antiguo jefe del aparato del partido en Leningrado, considerado como un valor en alza dentro de la cúpula del Partido. Se trata de un tecnócrata que se ha dedicado previamente a la ingeniería además de realizar política de partido. La labor de Sergetov para reorganizar la industria petrolífera soviética se considera un trabajo que puede durar años.

AP-BA-01-31 0501EST. FL.

**FIN DE LA NOTICIA**

MOSCÚ, RFSSR

Mikhail Eduardovich Sergetov no había tenido oportunidad de leer el informe telegráfico. Avisado en su dacha oficial situada en los bosques de abedules que rodean Moscú, voló en seguida hacia Nizhnevartovsk y permaneció allí sólo diez horas antes de que lo llamaran para que fuese a informar a Moscú. «Tres meses en el cargo, ¡y tenía que suceder esto!», pensó mientras estaba sentado en la cabina delantera vacía del aparato «IL-86».

Sus dos principales ayudantes, un par de jóvenes ingenieros altamente cualificados, se habían quedado en el lugar del siniestro a fin de aclarar las razones de aquel caos y salvar lo que se pudiese salvar. Entretanto, Sergetov repasaba sus notas para la reunión del Politburó que se celebraría a última hora de aquel día. Se sabía que, combatiendo el fuego, habían muerto trescientos hombres y, milagrosamente, menos de doscientos ciudadanos en la población de Nizhnevartovsk. Aquello era muy lamentable, pero nada excesivamente grave, con excepción del hecho de que aquellos obreros especializados que habían muerto deberían ser remplazados por otros hombres igualmente bien entrenados procedentes de las plantillas de otras grandes refinerías.

La planta de destilación estaba destruida casi por completo. Para su reconstrucción se necesitarían como mínimo dos o tres años, y requeriría un considerable porcentaje de la producción nacional de tuberías de acero, más todos los elementos especiales para instalaciones de ese tipo. Quince mil millones de rublos. ¿Y qué parte del equipo tendría que ser adquirida en el extranjero? ¿Cuánto oro y cuántas preciosas divisas fuertes habría que gastar?

Y esas eran las buenas noticias.

Las malas: el fuego que se había tragado el campo de producción también había destruido por completo las torres de los pozos. Tiempo para remplazarlas: ¡por lo menos treinta y seis meses!

«Treinta y seis meses —reflexionaba Sergetov desolado—, si es que podemos traer de otra parte los equipos y el personal de perforación para volver a abrir todos esos malditos pozos y al mismo tiempo reconstruir los sistemas EOR[4]. Durante dieciocho meses como mínimo, la Unión Soviética tendrá un enorme déficit en la producción de petróleo. Y es probable que sean treinta meses. ¿Qué pasará con nuestra economía?».

De su cartera portafolio sacó una agenda de hojas rayadas y empezó a hacer algunos cálculos. Era un vuelo de tres horas, y Sergetov no se dio cuenta de que habían llegado hasta que el piloto se le acercó para comunicarle que estaban en tierra.

Miró con ojos entrecerrados las tierras cubiertas de nieve de «Vnukovo-2», el único aeropuerto VIP en las afueras de Moscú, y caminó solo bajando la escalerilla hasta la limusina «ZIL» que lo esperaba. El automóvil partió de inmediato a gran velocidad, sin detenerse en ninguno de los puestos de control de seguridad. Los oficiales de la milicia, ateridos de frío, golpearon los talones tomando la posición militar cuando pasó el «ZIL», después volvieron a la tarea de mantenerse calientes en aquellas temperaturas bajo cero. El sol brillaba y el cielo estaba claro, excepto por algunas altas y finas nubes. Sergetov miraba distraído por la ventanilla, con su mente ocupada por cifras y más cifras que había controlado ya media docena de veces. El Politburó lo estaba esperando, le dijo su conductor de la KGB.

Hacía sólo seis meses que Sergetov era «candidato» (miembro sin voto) del Politburó, lo que significaba que, junto con sus otros ocho colegas jóvenes, asesoraban a los trece únicos hombres que tomaban las decisiones trascendentes en la Unión Soviética. Su cartera ministerial se refería a la producción y distribución de energía. Tenía ese cargo desde setiembre, y sólo estaba comenzando a establecer su plan para una reorganización total de los siete Ministerios de todos los gremios y regiones que ejercían funciones relacionadas con la energía, los cuales, como era de prever, pasaban la mayor parte del tiempo peleando unos con otros, en un solo departamento general que dependiera directamente del Politburó y Secretariado del Partido, en vez de tener que trabajar a través de la burocracia del Consejo de Ministros. Cerró un instante los ojos para agradecer a Dios (tal vez hubiera uno, pensó) que su primera recomendación, entregada sólo un mes antes, se hubiera referido a la seguridad y la responsabilidad política en muchos de los campos. Había propuesto específicamente una mayor «rusificación» de la fuerza laboral, en gran parte «extranjera». Por ese motivo, no temía en cuanto a su propia carrera, que hasta ahora estaba jalonada por una serie ininterrumpida de éxitos. Se encogió de hombros. En todo caso, sería la tarea que estaba a punto de iniciar la que decidiría su futuro. Y quizás el de su país.

El «ZIL» avanzó por Leningradsky Prospekt, que daba vueltas hacia Gorkogo; la limusina aceleraba a lo largo del carril central que la Policía mantenía libre de tránsito para uso exclusivo del vlasti. Pasaron por el «Intourist Hotel», entraron en la Plaza Roja y finalmente se aproximaron a los portones del Kremlin. Allí el conductor se detuvo para los controles de seguridad que fueron tres, realizados por soldados de la KGB y de la Guardia Taman. Cinco minutos después la limusina se detuvo frente a la entrada del Consejo de Ministros, única estructura moderna en la fortaleza. Los guardias que la custodiaban conocían de vista a Sergetov y le hicieron un rígido saludo mientras mantenían abierta la puerta para que la exposición a la helada temperatura no durara más que unos segundos.

Hacia sólo un mes que el Politburó estaba realizando sus reuniones en esa sala del cuarto piso mientras efectuaba una detenida renovación en sus habituales salones del viejo edificio Arsenal. Los hombres más viejos se quejaban por la pérdida de las antiguas comodidades zaristas, pero Sergetov prefería la modernidad. Ya era hora, pensaba, de que los miembros del partido se rodearan de productos del socialismo en lugar del mohoso boato de los Romanov.

La sala estaba mortalmente silenciosa cuando él entró. De haber sido esto en el Arsenal, reflexionó el tecnócrata de cincuenta y cuatro años, la atmósfera habría parecido la de un verdadero funeral…, que ya se habían realizado muchos. Lentamente, el partido iba desprendiéndose de los hombres más ancianos que habían sobrevivido al terror de Stalin, y la actual cosecha, todos ellos hombres «jóvenes» de cincuenta o sesenta años, empezaba por fin a hacerse oír. Se estaba cambiando la guardia. Demasiado lentamente…, con una maldita lentitud, para Sergetov y su generación de líderes del partido, a pesar del secretario general. El hombre ya era abuelo. A Sergetov le parecía a veces que, cuando todos esos viejos se fueran, él mismo sería uno de ellos. Pero por ahora, mirando alrededor en esa sala, se sintió suficientemente joven.

—Buenos días, camaradas —saludó Sergetov, entregando su abrigo a un ayudante, el cual se retiró de inmediato y cerró la puerta. Los demás se dirigieron en el acto a sus asientos. Sergetov ocupó el suyo, en la mitad del lado derecho.

El secretario general del partido llamó al orden en la reunión. Su voz sonó grave y controlada.

—Camarada Sergetov, puede iniciar su informe. Primero queremos oír su explicación sobre lo que sucedió exactamente.

—Camaradas, ayer a las veintitrés, aproximadamente, hora de Moscú, tres hombres armados entraron en la sala central de control del complejo petrolífero de Nizhnevartovsk y cometieron un complicadísimo acto de sabotaje.

—¿Quiénes eran? —preguntó en tono cortante el ministro de Defensa.

—Sólo tenemos la identificación de dos de ellos. Uno de los bandidos era un electricista del propio personal. El tercero. —Sergetov sacó de su bolsillo la tarjeta de identidad y la arrojó sobre la mesa— era el ingeniero jefe I. M. Tolkaze. Es evidente que utilizó su detallado conocimiento de los sistemas de control para iniciar el incendio masivo que se extendió rápidamente debido a los fuertes vientos. Un equipo de seguridad de diez guardias de frontera de la KGB respondió de inmediato a la alarma. Uno de los traidores, el que aún no está identificado, mató e hirió a cinco de ellos con un fusil arrebatado al guardia del edificio, al que también mataron. Después de entrevistar al sargento de la KGB, pues el teniente murió al frente de sus hombres, debo decir que los guardias de frontera respondieron rápido y bien. Mataron a los traidores en pocos minutos, pero no pudieron impedir la completa destrucción de las instalaciones, tanto de la destilería como de los campos de producción.

—Y si los guardias respondieron con tanta rapidez, ¿cómo no pudieron impedir este acto? —preguntó enfurecido el ministro de Defensa examinando la fotografía del pase con un odio palpable reflejado en sus ojos—, y, ante todo, ¿qué estaba haciendo allí este musulmán culo negro?

—Camarada, el trabajo en los campos de Siberia es muy penoso, y hemos tenido serias dificultades para llenar los puestos que hay allá. Mi predecesor decidió incorporar trabajadores con experiencia en campos petrolíferos procedentes de la región de Bakú y llevados a Siberia. Fue una locura. Ustedes recordarán que mi primera recomendación, el año pasado, se refirió a cambiar esa política.

—Lo sabemos, Mikhail Eduardovich —dijo el presidente de la reunión—. Continúe.

—El puesto de guardia graba todo el tráfico telefónico y de radio. El equipo de emergencia se puso en movimiento antes de dos minutos. Desgraciadamente, el puesto de guardia se halla situado junto al antiguo edificio de control. El actual fue construido a tres kilómetros de distancia, cuando hace dos años se adquirió en Occidente el nuevo equipo de control computarizado. Habría sido necesario construir también un nuevo puesto de guardia, y se obtuvieron los materiales necesarios para hacerlo. Al parecer, esos materiales de construcción fueron malversados por el director del complejo y el secretario local del partido, con el objeto de edificar dachas sobre el río, a pocos kilómetros de allí. Estos dos hombres han sido arrestados por orden mía, por crímenes cometidos contra el Estado —informó Sergetov con la mayor naturalidad, y no hubo reacción alguna alrededor de la mesa; por mudo consenso aquellos dos hombres estaban sentenciados a muerte; las formalidades serían cumplidas por los Ministerios correspondientes; Sergetov continuó—: Ya he ordenado un considerable aumento de la seguridad en todos los emplazamientos petroleros. También por orden mía, las familias de los dos traidores identificados han sido arrestadas en sus casas en las afueras de Bakú y están siendo rigurosamente interrogadas por Seguridad del Estado, junto con cuantos los conocían o trabajaban con ellos.

—Antes de que los guardias de frontera pudieran matar a los traidores, estos lograron sabotear los sistemas de control del campo petrolífero de manera tal que consiguieron crear una tremenda conflagración. También lograron destrozar el equipo de control, de modo que, aunque los soldados de la guardia hubieran podido llamar a un equipo de ingenieros para que restableciera el funcionamiento, es muy poco probable que se hubiese podido salvar algo. Los soldados de la KGB se vieron forzados a evacuar el edificio, que poco después quedó consumido por las llamas. Ellos no podrían haber hecho nada más. —Sergetov recordaba la cara gravemente quemada del sargento, y las lágrimas que le corrían sobre las ampollas mientras relataba lo sucedido.

—¿Y la brigada de incendios? —preguntó el secretario general.

—Más de la mitad murió combatiendo el fuego —replicó Sergetov—. Junto con más de cien ciudadanos que se unieron a la batalla para salvar el complejo. Realmente no hay aquí culpas que atribuir a nadie, camarada. Cuando este bastardo Tolkaze comenzó su trabajo diabólico…, habría sido más fácil controlar un terremoto. En su mayor parte el incendio está ahora apagado, debido al hecho de que casi todos los combustibles almacenados en la destilería se consumieron en unas cinco horas; también por la destrucción de las cabezas de pozo en el campo de petróleo.

—¿Pero cómo ha sido posible esta catástrofe? —preguntó uno de los miembros titulares.

Sergetov se hallaba sorprendido por la calma que observaba en la sala. ¿Se habían reunido antes y discutido ya el asunto?

—Mi informe del 20 de diciembre describí a los peligros que había allí. Esa sala literalmente controlaba las bombas y válvulas en más de cien kilómetros cuadrados. Lo mismo es válido para todos nuestros grandes complejos petrolíferos. Desde ese centro nervioso, un hombre familiarizado con los procedimientos de control podía manipular a voluntad los diversos sistemas en todo el campo, logrando, con gran facilidad, que el complejo íntegro se autodestruyera. Tolkaze tenía esa capacidad. Era un nativo de Azerbaiján elegido para tratamiento especial por su inteligencia y supuesta lealtad; estudiante de honor en la Universidad de Moscú, y miembro en buena posición del partido local. Parecería además que era un fanático religioso capaz de una increíble traición. Todas las personas asesinadas en la sala de control eran amigos suyos, o por lo menos así lo creían. Después de quince años en el partido, un buen salario, el respeto profesional de sus camaradas, hasta su propio automóvil, sus últimas palabras fueron una estridente invocación a Alá. —Sergetov añadió secamente—: No se puede predecir con exactitud la fiabilidad de las personas de esa región, camaradas.

El ministro de Defensa volvió a asentir con un movimiento de cabeza.

—Entonces, ¿qué efecto tendrá esto en la producción petrolera?

La mitad de los hombres que se hallaban junto a la mesa se inclinaron hacia delante para escuchar la respuesta de Sergetov:

—Camaradas, hemos perdido el treinta y cuatro por ciento de nuestra producción total de petróleo crudo por un período de al menos un año, y es posible que llegue a ser hasta de tres. —Levantó la vista de sus notas para observar cómo se arrugaban las caras, hasta ese momento impasibles; parecían haber recibido una bofetada—. Sería necesario volver a perforar todos los pozos productivos y reconstruir los conductos de distribución, desde los campos hasta la destilería y otros lugares. La pérdida de la destilería es grave, pero no una preocupación inmediata. Dado que puede volver a levantarse y, en último caso, representa menos de una séptima parte de nuestra capacidad total de destilación. El daño mayor a nuestra economía resultará de la pérdida de nuestra producción de petróleo crudo.

—En términos reales, debido a la composición química del petróleo de Nizhnevartovsk, la pérdida neta total de la producción puede motivar una infravaloración del verdadero efecto sobre nuestra economía. El petróleo de Siberia es «liviano, suave» en su estado crudo, lo que significa que contiene cantidades desproporcionadamente grandes de las fracciones más valiosas: las que se emplean para obtener gasolina, queroseno y combustible diesel, por ejemplo. La pérdida neta en estas áreas en particular son las siguientes: cuarenta y cuatro por ciento de nuestra producción de gasolina; cuarenta y ocho por ciento de queroseno, y cincuenta por ciento de diesel. Tales cifras son cálculos aproximados que he realizado en el vuelo de regreso, pero deben de estar ajustadas con un error, no mayor del dos por ciento. Mi personal tendrá listas las cifras exactas en uno o dos días.

—¿La mitad? —preguntó rápidamente el secretario general.

—Exacto, camarada —respondió Sergetov.

—¿Y cuánto tiempo se necesita para restablecer la producción?

—Camarada secretario general, si traemos todos los equipos de perforación y les hacemos operar durante las veinticuatro horas, mi estimación aproximada es que podremos empezar a restablecer la producción en un año. Limpiar de ruinas el lugar llevará por lo menos tres meses, y otros tres se necesitarán para reinstalar nuestro equipo y comenzar las operaciones de perforación. Como tenemos información exacta sobre la situación y profundidad de los pozos, el acostumbrado factor de incertidumbre no forma parte de la ecuación. Dentro del año, seis meses después de que comencemos las nuevas perforaciones, empezaremos a obtener petróleo de los pozos productivos, y la recuperación total se logrará en dos años más. Mientras esté sucediendo todo esto, necesitaremos también remplazar el equipo EOR…

—¿Y qué representaría eso? —preguntó el ministro de Defensa.

—Sistemas de recuperación forzada de petróleo, camarada ministro. Si los pozos hubieran sido relativamente nuevos, presurizados por el gas subterráneo, los incendios podrían haber durado varias semanas. Como ustedes saben, camaradas, de estos pozos ya se ha extraído gran cantidad de petróleo. Para aumentar la producción hemos estado bombeando agua hacia el interior, lo que produce el efecto de forzar la salida de más crudo. Puede haber producido también el efecto de dañar el estrato que contiene el petróleo. Esto es algo que nuestros geólogos todavía están tratando de evaluar. Con lo ocurrido, cuando se interrumpió la energía eléctrica cesó la presión enviada desde la superficie para extraer el petróleo, y los incendios de los campos de producción empezaron a quedarse sin combustible. La mayor parte de ellos se estaban extinguiendo cuando partí en mi avión hacia Moscú.

—¿De manera que ni siquiera habrá seguridad de que la producción esté completamente restablecida dentro de tres años? —preguntó el ministro del Interior.

—Así es, camarada ministro. No existe ninguna base científica para hacer una estimación de la producción total. La situación que tenemos aquí nunca se ha producido, ni en Occidente ni en el Este. En los próximos dos o tres meses podremos perforar algunos pozos de prueba que nos den ciertas indicaciones. El equipo de ingenieros que quedó allá está haciendo los arreglos necesarios para iniciar el proceso con la mayor rapidez posible, utilizando materiales que ya se encuentran en el lugar.

—Muy bien —asintió el secretario general—. La siguiente pregunta es cuánto tiempo puede operar el país sobre esa base.

Sergetov volvió a consultar sus notas.

—Camaradas, no se puede negar que este es un desastre sin precedentes en nuestra economía. El invierno ha hecho descender nuestras existencias de petróleo pesado más de lo normal. Algunos consumos de energía deben permanecer relativamente intactos. Por ejemplo, el año pasado, la generación de energía eléctrica requirió el treinta y ocho por ciento de nuestros productos del petróleo, mucho más de lo planificado, debido a las sobreestimaciones en la producción de carbón y gas, que habíamos esperado que redujeran las demandas de petróleo. La industria del carbón necesitará por lo menos cinco años para recuperarse, a causa de fallos en la modernización. Y las operaciones de perforación para gas están actualmente demoradas por condiciones ambientales. Ciertas razones técnicas hacen que sea dificilísimo operar ese equipo con tiempo excesivamente frío.

—¡Entonces hay que hacer trabajar más duro a esos perezosos bastardos de los equipos de perforación! —sugirió el jefe del partido de Moscú.

—No se trata de los trabajadores, camarada —suspiró Sergetov—. Son las máquinas. La temperatura muy fría afecta más al metal que a los hombres. Las herramientas y equipos se rompen simplemente porque se vuelven quebradizos por el frío. Las condiciones del tiempo dificultan más el reabastecimiento de repuestos hacia los campos petroleros. El marxismo-leninismo no puede ordenar el estado del tiempo.

—¿Será muy difícil ocultar las operaciones de perforación? —preguntó el ministro de Defensa.

Sergetov se mostró sorprendido.

—¿Difícil? No, camarada ministro, difícil no, es imposible. ¿Cómo se pueden ocultar varios cientos de aparejos de perforación, cada uno de los cuales mide de veinte a cuarenta metros de altura? Sería tan difícil como intentar ocultar los complejos de lanzamiento de los misiles de Plesetsk.

Sergetov advirtió por primera vez las miradas de reojo que intercambiaban el ministro de Defensa y el secretario general.

—Entonces tendremos que reducir el consumo de petróleo por parte de la industria eléctrica —se pronunció el secretario general.

—Camaradas, permítanme que les dé algunas cifras aproximadas sobre la forma en que consumimos nuestros productos del petróleo. Por favor, comprendan que lo hago de memoria, ya que el informe anual que hace el departamento se halla en proceso de elaboración.

—El año pasado nuestra producción fue de quinientos ochenta y nueve millones de toneladas de petróleo crudo. El déficit con respecto a la producción planificada era de treinta y dos millones de toneladas, y la cantidad que se obtuvo sólo resultó posible gracias a las medidas artificiales que ya les expliqué. Aproximadamente la mitad de esa producción fue semirrefinada para obtener mazut, o fuel-oil pesado, para ser usado en plantas de energía eléctrica, calderas de fábricas y cosas semejantes. La mayor parte de este petróleo sencillamente no se puede utilizar de otra manera, ya que sólo tenemos tres…, perdón, ahora sólo dos, destilerías con las complicadas cámaras de cracking catalítico necesarias para refinar el petróleo pesado y obtener productos destilados ligeros.

—Los combustibles que producimos sirven a nuestra economía de diversas formas. Como ya hemos visto, un treinta y ocho por ciento se emplea en la generación de energía eléctrica y de otras clases; y, afortunadamente, mucho de ello es mazut. De los combustibles más livianos, diesel, gasolina y queroseno, más de la mitad de la producción fue absorbida el año pasado por la actividad agrícola y la industria de la alimentación, transporte de mercaderías y artículos de intercambio, el traslado de pasajeros y el consumo público y, finalmente, los usos militares. En otras palabras, camaradas, con la pérdida del campo de Nizhnevartovsk, los usuarios que acabo de mencionar requerirán más de lo que podemos producir, sin dejar nada para la metalurgia, la maquinaria pesada y los usos químicos y de la construcción; sin mencionar lo que habitualmente exportamos a nuestros fraternales aliados socialistas en Europa Oriental y en todo el mundo.

—Para responder a su pregunta específica, camarada secretario general, tal vez logremos hacer una modesta reducción en el uso de petróleos livianos en la generación de energía eléctrica, pero ya en este momento tenemos un serio déficit en ese campo, lo que da lugar a ocasionales caídas de tensión y hasta completos apagones. Nuevos cortes de fluido afectarían de manera adversa a algunas actividades cruciales del Estado. Usted recordará que hace tres años hicimos experimentos alterando el voltaje de la energía generada para conservar combustibles, y esto determinó daños en los motores eléctricos en toda la zona industrial del Donets.

—¿Qué hay del carbón y el gas?

—Camarada secretario general, la producción de carbón ya está un dieciséis por ciento por debajo de la obtención planificada, y empeorando, lo que ha motivado la conversión al petróleo de muchas calderas alimentadas por carbón. Además, la reconversión de esas instalaciones nuevamente del petróleo al carbón es muy costosa y lleva tiempo. Una alternativa más atractiva y menos cara es la conversión a gas, y la hemos estado propiciando con todo nuestro esfuerzo. La producción de gas también está por debajo de lo previsto, pero va mejorando. Habíamos esperado superar las metas planificadas hacia finales de este año. Aquí debemos también tener en cuenta que mucho de nuestro gas se envía a Europa Occidental. Y de allí es de donde obtenemos divisas occidentales con las que podemos comprar petróleo extranjero y, por supuesto, granos en el exterior.

El miembro del Politburó responsable de la agricultura frunció el ceño ante esa referencia. ¿Cuántos hombres, preguntó Sergetov, habían sido destituidos por su incapacidad para hacer rendir la industria agrícola soviética?, el actual secretario general, por supuesto, que de alguna manera se las había arreglado para avanzar, a pesar de sus fracasos en esa materia. Pero se suponía que los marxistas no necesitaban creer en milagros. Su promoción a la presidencia titular del Politburó había tenido su propio precio, que Sergetov apenas estaba empezando a comprender.

—Entonces, ¿cuál es su solución, Mikhail Eduardovich? —preguntó el ministro de Defensa con inquietante ansiedad.

—Camaradas, debemos llevar esta carga de la mejor forma posible, mejorando la eficiencia en todos los niveles de nuestra economía. —No se molestó en hablar sobre el aumento de las importaciones de petróleo; el déficit, como ya había explicado, determinaría un aumento equivalente a treinta veces las actuales importaciones, y las reservas de divisas fuertes apenas permitirían duplicar las adquisiciones de petróleo extranjero—. Necesitaremos incrementar la producción y el control de calidad en la fábrica de equipos de perforación «Barricade», en Volgogrado, y comprar más equipos de perforación en Occidente, de manera que podamos expandir la exploración y explotación de yacimientos conocidos. Y necesitamos aumentar nuestras construcciones de plantas de reactores nucleares. Para conservar la producción que definitivamente obtengamos, podemos restringir el abastecimiento de que disponen los camiones y automóviles; hay mucho derroche en ese sector, como todos sabemos, tal vez un tercio del consumo total. Cabe reducir por un tiempo la cantidad de combustible asignada a usos militares y tal vez desviar también parte de la producción de maquinaria pesada de los arsenales militares a las áreas industriales necesarias. Estamos frente a tres años muy duros…, pero sólo tres —sintetizó Sergetov poniendo una nota de aliento.

—Camarada, su experiencia en asuntos exteriores y de defensa es escasa, ¿verdad? —planteó el ministro de Defensa.

—Nunca he pretendido lo contrario, camarada ministro —contestó cauteloso Sergetov.

—Entonces le diré por qué esta situación es inaceptable. Si hacemos lo que usted sugiere, Occidente se enterará de nuestra crisis. Un aumento en las compras de petróleo y de equipos de producción, y las señales inocultables de actividad en Nizhnevartovsk, les mostrarán con demasiada claridad lo que está ocurriendo aquí, lo cual nos hará vulnerables ante sus ojos. Y esa vulnerabilidad será explotada. Y, al mismo tiempo —dijo dando fuertes golpes con el puño sobre la pesada mesa de roble—, ¡usted propone reducir el suministro de combustible a las fuerzas que nos defienden del Occidente!

—Camarada ministro de Defensa, yo soy ingeniero, no soldado. Usted me pidió una evaluación técnica, y yo se la he dado. —Sergetov mantuvo su voz razonablemente calma—. Esta situación es muy grave, pero no afecta, por ejemplo, a nuestras Fuerzas de Misiles Estratégicos. ¿No pueden ellos solos protegernos de los imperialistas durante nuestro período de recuperación?

¿Para qué otra cosa los habían construido?, se preguntó Sergetov. Todo ese dinero sepultado en agujeros improductivos. ¿No era suficiente ser capaz de aniquilar a Occidente más de diez veces? ¿Por qué veinte? ¿Y ahora eso no bastaba?

—¿Y no se le ha ocurrido a usted que Occidente no nos permitirá comprar lo que necesitamos? —preguntó el teórico del partido.

—¿Cuándo se han negado los capitalistas a vendernos…?

—¿Cuándo han dispuesto los capitalistas de semejante arma para usarla contra nosotros? —observó el secretario general—. Por primera vez Occidente tiene la posibilidad de estrangularnos en un solo año. ¿Y qué ocurrirá ahora si también nos impiden nuestras compras de cereales?

Sergetov no había considerado eso. Al cabo de otro año de desalentadoras cosechas de grano, el séptimo en los últimos once, la Unión Soviética necesitaba hacer enormes adquisiciones de trigo. Y este año, los Estados Unidos y Canadá eran los únicos proveedores seguros. El mal tiempo en el hemisferio sur había malogrado la cosecha de la Argentina, y algo menos la de Australia, mientras que los Estados Unidos y Canadá seguían obteniendo habituales cosechas récord. Precisamente en esos momentos estaban haciendo negociaciones en Washington y en Otawa para lograr las compras; y los norteamericanos no presentaban objeciones, excepto que el alto valor del dólar hacía que sus granos fueran desproporcionadamente caros. Pero el embarque de esos cereales llevaría meses. ¡Que fácil sería —pensó Sergetov— que por «dificultades técnicas» en los puertos cerealeros de Nueva Orleans y Baltimore se demorara, e incluso se paralizaran, los embarques en un momento tan crucial!

Miró alrededor de la mesa. Veintidós hombres, de los cuales sólo trece decidían realmente los temas, y uno de ellos faltaba, se encontraban allí en silencio contemplando la perspectiva de más de doscientos cincuenta millones de trabajadores y campesinos soviéticos, todos ellos hambrientos y en la oscuridad, al mismo tiempo que las tropas del Ejército Rojo, el Ministerio del Interior y la KGB tenían serias dificultades en sus abastecimientos de combustible y, por tanto, en su entrenamiento y movilidad.

Los hombres del Politburó se hallaban entre los más poderosos del mundo, mucho más que cualquiera de sus contrapartes occidentales. No rendían cuentas a nadie, ni al Comité Central del Partido Comunista, ni al Soviet Supremo ni, por supuesto, tampoco al pueblo de su nación. Hacía años que estos hombres no caminaban por las calles de Moscú; sólo se desplazaban velozmente, llevados por sus chóferes en automóviles construidos a mano, hacia y desde sus lujosos apartamentos dentro de la ciudad o hasta sus dachas oficiales en las afueras de la capital. Efectuaban sus compras, si es que las hacían, en tiendas custodiadas y reservadas sólo para la élite, y los atendían ciertos médicos en clínicas establecidas exclusivamente para esa élite. Por todo ello, estos hombres se consideraban a sí mismos como dueños de su destino.

Y sólo ahora comenzaba a sacudirlos la idea de que, como al resto de los humanos, también ellos estaban sujetos a un destino que su inmenso poder personal no haría otra cosa que tornarlo por demás insufrible.

Se hallaban inmersos en un país cuyos ciudadanos vivían mal alimentados y pobremente alojados; en el que los únicos artículos abundantes eran los carteles pintados y los lemas que alababan el progreso y la solidaridad soviéticos. Sergetov sabía muy bien que algunos de los hombres que rodeaban esa mesa creían fervientemente en esos lemas. A veces, también él tenía fe en ellos, sobre todo en homenaje a su juventud idealista. Pero el progreso soviético no había alimentado a su país. ¿Y cuánto tiempo duraría la solidaridad soviética en los corazones de un pueblo hambriento, con frío y en la oscuridad? ¿Se mostrarían entonces orgullosos de los misiles de los bosques de Siberia? ¿De los miles de tanques y cañones que producían todos los años? ¿Mirarían hacia el cielo donde flotaba una estación espacial «Salyut» y se sentirían inspirados…, o se preguntarían qué clase de alimentos estaba comiendo esa élite? Todavía no había pasado un año desde que Sergetov fue caudillo en el partido regional, y en Leningrado había podido escuchar con interés las descripciones de su propio personal dependiente, sobre las bromas y quejas en las colas que soportaba la gente para conseguir dos trozos de pan, un tubo de dentífrico o unos zapatos. Aislado aún entonces de las más duras realidades de la vida en la Unión Soviética, se había preguntado a menudo si algún día las cargas del trabajador común no llegarían a ser demasiado pesadas para aguantarlas. ¿Cómo se enteraría él entonces? ¿Cómo podría conocerlo ahora? ¿Alguna vez lo sabrían esos hombres más viejos que estaban allí?

Narod, le llamaban. Un nombre masculino que no obstante era forzado y violado en todo sentido: las masas, la colección de hombres y mujeres sin cara que se afanaban diariamente, en Moscú. Y en toda la nación, en fábricas y en granjas colectivas, con sus pensamientos ocultos bajo máscaras de amargura. Los miembros del Politburó se autoconvencían de que esos obreros y campesinos envidiaban a sus líderes los lujos que acompañaban a la responsabilidad. Después de todo, la vida en el campo había mejorado en considerable medida. Eso era lo convenido, Pero el convenio estaba a punto de romperse. ¿Qué podía ocurrir entonces? Nicolás II no lo había sabido. Pero estos hombres si.

El ministro de Defensa rompió el silencio:

—Debemos obtener más petróleo. Así de simple. La alternativa es una economía contrahecha, ciudadanos hambrientos y una reducida capacidad de defensa. Las consecuencias de todo ello no son aceptables.

—No podemos comprar petróleo —argumentó uno de los miembros candidatos.

—Entonces debemos tomarlo.

FUERTE MEADE, MARYLAND

Bob Toland frunció el ceño frente a su tarta de canela. No debería comer postre, se recordó a sí mismo el analista de Inteligencia. Pero en el comedor de la Agencia Nacional de Seguridad sólo la servían una vez por semana. La tarta de canela era su favorita y no contenía más que unas doscientas calorías. Eso era todo. Tendría que hacer otros cinco minutos de ejercicio en la bicicleta cuando llegase a su casa.

—¿Qué piensas de ese artículo en el periódico, Bob? —preguntó un compañero de trabajo.

—¿El asunto del campo petrolífero? —Toland observó una vez más el distintivo de Seguridad que llevaba el hombre; no estaba autorizado para conocer temas de Inteligencia satelitaria—. Parece que han tenido un incendio tremendo.

—¿No has visto nada oficial sobre el caso?

—Digamos que la noticia que se filtró a los periódicos salió de un nivel de autorización en Inteligencia más alto que el mío.

—¿Periodismo…, ultrasecreto?

Ambos hombres rieron.

—Algo así. El artículo tenía información que yo no he visto —dijo Toland, expresando la verdad, en su mayor parte; el incendio se había apagado, y la gente de su departamento estuvo especulando sobre lo que habría hecho Iván para extinguirlo tan pronto—. Pienso que no debería haberles causado mucho daño. Quiero decir que ellos no tienen millones de personas transitando por los caminos en las vacaciones de verano, ¿no es cierto?

—Naturalmente que no. ¿Cómo está la tarta?

—No está mal.

Toland sonrió, dudando ya si necesitaría ese tiempo extra en la bicicleta.

MOSCÚ, URSS

El Politburó volvió a reunirse a las nueve y media de la mañana siguiente. Por las ventanas de cristales dobles se veía un cielo gris y se apreciaba una cortina de espesa nieve que comenzaba a caer de nuevo, para agregarse al medio metro que ya cubría el suelo. Esa noche se verían los trineos en las colinas del parque Gorky, pensó Sergetov. Y tal vez barrieran la nieve sobre los dos lagos helados para poder patinar bajo las luces con la música de Chaikovski y Prokofiev. Los moscovitas reirían, beberían su vodka y aprovecharían el frío, felices e ignorantes de lo que estaba por decirse allí, y de los vuelcos que darían las vidas de todos ellos.

El cuerpo principal del Politburó se había reunido la tarde anterior a las cuatro de la tarde, y luego los cinco hombres que constituían el Consejo de Defensa volvieron a reunirse solos. Ni siquiera los restantes miembros del Politburó completo tenían acceso a ese cuerpo resolutivo.

Los vigilaba desde el fondo del salón un retrato de cuerpo entero de Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, el santo revolucionario del comunismo soviético, con la abovedada frente echada hacia atrás como si estuviera disfrutando de una fresca brisa, y sus ojos penetrantes mirando al infinito hacia el glorioso futuro que proclamaba confiado con expresión austera, futuro que la «ciencia» del marxismo-leninismo llamaba determinismo histórico. Glorioso futuro. «¿Qué futuro? —se preguntaba Sergetov—. ¿Qué ha sido de nuestra Revolución? ¿Qué ha sido de nuestro partido? ¿Quería realmente el camarada Ilich que todo fuera así?».

Sergetov miró al secretario general, el hombre «joven» que Occidente suponía que se hallaba a cargo de todo, el hombre que aun en esos momentos estaba cambiando las cosas. Su acceso al puesto más alto en el partido había sido una sorpresa para algunos, Sergetov entre ellos. Occidente todavía lo miraba con tanta esperanza como lo hicimos nosotros mismos, pensó Sergetov. Su propia llegada a Moscú había cambiado su forma de pensar con bastante rapidez. Un sueño más que se rompía. El hombre que había mantenido una cara feliz durante años de fracasos agrícolas, ahora aplicaba su encanto superficial en un marco mucho mayor. Estaba trabajando intensamente (cualquiera de los que estaba junto a esa mesa lo admitiría), pero la suya era una tarea imposible. Para llegar allí se había visto obligado a hacer demasiadas promesas, a establecer demasiados acuerdos con la vieja guardia. Incluso los hombres «jóvenes», de cincuenta y sesenta, que él había agregado al Politburó tenían sus propias ataduras con los regímenes anteriores. Nada había cambiado realmente.

Occidente pareció no comprender nunca la idea. Después de Kruschev, ningún hombre solo había tenido el dominio total. El gobierno de un solo individuo significaba peligros que las generaciones más viejas del partido recordaban perfectamente. Las gentes de menor edad habían oído los relatos de las grandes purgas de Stalin las veces suficientes como para aprender la lección de memoria, y el Ejército tenía su propio recuerdo institucional de lo que había hecho Kruschev a su jerarquía. En el Politburó, como en la selva, lo único que mandaba era la necesidad de supervivencia, y la seguridad colectiva dependía en un todo del gobierno colectivo. Por este motivo, los hombres elegidos para el puesto titular de secretario general no lo eran tanto por su dinamismo personal como por su experiencia en el partido…, una organización que no recompensaba a su gente por destacarse demasiado de la masa. Como Brezhnev, Andropov y Chernenko, el actual jefe del partido carecía del poder de su personalidad para dominar esa sala con su simple voluntad. Había tenido que aceptar compromisos para ocupar ese sillón, y tendría que seguir haciéndolo para mantenerse allí. Los verdaderos centros de poder eran cosas amorfas, relaciones entre hombres y lealtades que cambiaban con las circunstancias y sólo sabían de conveniencias. El verdadero poder estaba en el partido mismo.

El partido gobernaba todo, pero el partido ya no era la expresión de un solo personaje. Se había transformado en una colección de intereses representados allí por otros doce miembros. Defensa tenía su interés y la KGB y la industria pesada y hasta agricultura. Cada interés poseía su propia parte de poder y el jefe de cada uno se aliaba individualmente con otros a fin de asegurarse en su puesto. El secretario general, tratando de cambiar eso, había nombrado gradualmente hombres leales a él en los puestos que quedaban vacantes por fallecimiento. ¿Habría aprendido luego, como sus antecesores, que la lealtad moría muy fácilmente alrededor de esa mesa? Porque ahora él todavía sobrellevaba la carga de sus propios compromisos. Sin tener todavía colocados a todos sus hombres en sus sitios, el secretario general sólo era el miembro principal de un grupo que podría apartarlo de su puesto con tanta facilidad como lo había hecho con Kruschev. ¿Qué diría Occidente si supiera que el «dinámico» secretario general sólo servía de ejecutor de las decisiones de otros? Ni siquiera ahora fue él quien habló primero.

—Camaradas —empezó el ministro de Defensa—. La Unión Soviética debe tener petróleo, por lo menos doscientos millones de toneladas más de las que podemos producir. Ese petróleo existe, a sólo unos pocos cientos de kilómetros de nuestras fronteras, en el golfo Pérsico…, más petróleo del que jamás necesitaremos. Tenemos capacidad para tomarlo, por supuesto. En menos de dos semanas podemos reunir suficientes aviones y tropas aerotransportadas como para lanzarlas sobre esos campos petrolíferos y apoderarnos de ellos.

—Desgraciadamente, es inevitable que haya una violenta respuesta de Occidente. Esos mismos campos abastecen a Europa Occidental, Japón y, en menor proporción, a los Estados Unidos. Los países de la OTAN [5] carecen de capacidad para defender esos campos con medios convencionales. Los norteamericanos tienen su fuerza de rápido despliegue, una cáscara hueca de cuarteles y jefaturas y unas pocas tropas ligeras. Ni siquiera con su equipo predispuesto en Diego García pueden esperar detener a nuestros paracaidistas y tropas mecanizadas. Y en caso de intentarlo, y lo intentarán, sus huestes de élite serán superadas y aniquiladas en pocos días…, lo cual haría que se enfrentaran a una única alternativa: armas nucleares. Este es un riesgo verdadero que no podemos desatender. Sabemos con seguridad que los planes de guerra norteamericanos consideran el uso de armas nucleares en este caso. Esas armas están almacenadas en cantidad en Diego García, y podemos tener la certeza de que serán usadas.

—Por lo tanto, antes de tratar de tomar el golfo Pérsico, hemos de hacer otra cosa. Debemos eliminar a la OTAN como fuerza política y militar.

Sergetov se hallaba tieso en su sillón de cuero. ¿Qué era eso? ¿Qué estaba diciendo? Hizo un esfuerzo para mantener el rostro impasible mientras el ministro de Defensa continuaba:

—Si primero eliminamos del tablero a la OTAN, los Estados Unidos quedarán en una posición muy curiosa. Podrán satisfacer sus propias necesidades de energía desde fuentes del hemisferio occidental, dejando así de lado la necesidad de defender a los Estados Árabes que, en ultimo caso, no son demasiado populares ante la comunidad judía sionista norteamericana.

¿Creían ellos realmente eso?, se preguntó Sergetov. ¿Podían creer de verdad que los Estados Unidos se iban a quedar sentados? ¿Qué sucedió en la última reunión de ayer?

Por lo menos una persona compartía su preocupación.

—Entonces, ¿lo único que tenemos que hacer es conquistar Europa Occidental, camarada? —preguntó un miembro candidato—. ¿No son estos los países contra cuyas fuerzas convencionales usted nos advierte todos los años? Siempre nos habla usted de la amenaza que representan para nosotros los ejércitos en masa de la OTAN…, ¿y ahora dice con toda naturalidad que debemos conquistarlos? Discúlpeme, camarada ministro de Defensa, pero ¿no tienen Francia e Inglaterra sus propios arsenales nucleares? ¿Y por qué no habrían de cumplir los Estados Unidos la promesa de su tratado en el sentido de usar armas nucleares para defender a la OTAN?

Sergetov se sorprendió ante el hecho de que uno de los miembros jóvenes hubiera puesto tan rápidamente las cartas sobre la mesa. Y más se sorprendió al ver que era el ministro de Asuntos Exteriores quien respondía. Pues bien, otra pieza del rompecabezas. Pero ¿qué pensaba de todo esto la KGB? ¿Por qué no se encontraba representada allí? El titular se estaba recuperando de una operación quirúrgica, pero tenía que haber ido alguien en su lugar…, a menos que eso se hubiera resuelto la noche anterior.

—Nuestros objetivos deben ser limitados, y en forma evidente, lo cual nos obliga a realizar diversas tareas políticas. Primero, hemos de producir una sensación de seguridad en los Estados Unidos, para hacerles bajar la guardia hasta que sea demasiado tarde para que puedan reaccionar con todas sus fuerzas. Segundo, debemos intentar desenlazar la alianza de la OTAN, en sentido político. —El ministro de Asuntos Exteriores aventuró una extraña sonrisa—. Como ustedes saben, la KGB ha estado trabajando en ese plan desde hace varios años. Ahora se encuentra en su fase final. Se la explicaré.

Así lo hizo, y Sergetov asintió con un movimiento de cabeza ante su audacia y, además, con una nueva comprensión del equilibrio de poder dentro de esa sala. De modo que se trataba de la KGB. Debió haberlo sabido. ¿Pero estaría de acuerdo el resto del Politburó? El ministro continuó:

—Ustedes ven cómo ocurrirían las cosas. Una pieza tras otra iría cayendo en su lugar. Dadas estas condiciones previas, con las aguas tan exhaustivamente enturbiadas, y el hecho de que proclamaríamos nuestra falta de intención de amenazar directamente, apreciamos que el riesgo nuclear, si bien existe, es menor que el riesgo ante el que se halla nuestra economía.

Sergetov se echó hacia atrás en su sillón de cuero. Bueno, allí está: la guerra fría ofrecía menos riesgos que una paz de hielo y de hambre. Ya lo habían decidido. ¿O no? ¿Podría ocurrir que alguna combinación de otros miembros del Politburó tuviera el poder o el prestigio que hacía falta para que se reconsiderara esa decisión? ¿Podría atreverse él a hablar en contra de esa locura? Tal vez una prudente pregunta antes:

—¿Tenemos la capacidad necesaria para derrotar a la OTAN?

Quedó helado ante la petulante e irresponsable respuesta:

—Por supuesto —contestó la Defensa—. ¿Para qué cree usted que poseemos un Ejército? Ya lo hemos consultado con nuestros comandantes más antiguos.

Y cuando usted nos pidió el mes pasado más acero para nuestros tanques, camarada ministro de Defensa, ¿acaso fue su fundamento que la OTAN era demasiado débil?, se preguntó Sergetov indignado. ¿Qué maquinaciones se habían estado realizando? ¿Habían hablado ya con sus asesores militares, o el ministro de Defensa explotaba su tan cacareada experiencia personal? ¿Se estaba dejando intimidar el secretario general por el ministro de Defensa? ¿Y por el ministro de Asuntos Exteriores? ¿Habrá objetado, por lo menos? ¿Era así como se tomaban las decisiones para jugar el destino de las naciones? ¿Qué habría pensado de todo esto Vladimir Ilich?

—Camaradas, ¡esto es una locura! —dijo Piotr Bromkovski, el más viejo entre todos ellos, frágil y de más de ochenta años, y cuya conversación a menudo divagaba sobre las épocas de idealismo, mucho tiempo atrás, cuando los miembros del Partido Comunista realmente creían ser Precursores en los vaivenes de la Historia; pero las purgas de Yezhovschina habían terminado con eso—. Si, es verdad que se nos plantea un grave peligro económico. Sí, nos hallamos ante un grave peligro para la seguridad del Estado, pero ¿vamos a cambiarlo por un peligro aún mayor? ¿Considere lo que puede suceder…, camarada ministro de Defensa, antes de que usted pueda iniciar su conquista de la OTAN? ¿Cuánto tiempo precisaría para ello?

—Estoy seguro de que, en cuatro meses, podemos tener nuestro Ejército completamente listo para operaciones de combate.

—Cuatro meses. Supongo que dentro de cuatro meses vamos a tener combustible…, ¡combustible suficiente como para iniciar una guerra! —Petia era viejo, y nada tonto.

—Camarada Sergetov.

El secretario general hizo un gesto hacia la mesa, evadiendo una vez más su responsabilidad.

¿Qué partido tomar? El joven miembro candidato adoptó una rápida decisión.

—La reserva de combustibles ligeros, es decir, gasolina, diesel, etc., es alta en estos momentos —tuvo que admitir Sergetov—. Siempre aprovechamos los meses de tiempo frío, cuando el consumo es bajo, para aumentar nuestras existencias, y a esto hay que agregar nuestros depósitos para defensa estratégica, suficientes para cuarenta y cinco…

—¡Sesenta! —insistió el ministro de Defensa.

—Cuarenta y cinco días es una cifra más realista, camarada. —Sergetov mantuvo su posición—. Mi departamento ha estudiado el consumo por las unidades militares como parte de un programa para incrementar las reservas estratégicas de combustible, algo que se descuidó en años pasados. Ahorrando en otras cosas y con ciertos sacrificios industriales, podemos aumentar la previsión a sesenta días de existencia de guerra, y tal vez hasta setenta, además de darle a usted otras cantidades para expandir los entrenamientos militares. Los costes económicos a corto plazo no serán importantes; pero a mediados del verano la situación cambiará rápidamente. —Hizo una pausa, bastante inquieto por la facilidad con que había acompañado la decisión no expresada. He vendido mi alma… ¿O he actuado como un patriota? ¿Me he convertido en uno más de los hombres que se hallan en torno a esta mesa, o he dicho simplemente la verdad? ¿Y qué es verdad? De lo único que podía estar seguro, se dijo, es de que había sobrevivido. Por ahora—. Tenemos realmente una capacidad limitada, como les dije ayer, para reorganizar nuestra producción de destilados. En este caso, mi personal considera que un nueve por ciento de aumento en los combustibles de importancia militar se puede lograr…, basado en nuestra reducida producción. Debo prevenir, sin embargo, que los analistas de mi personal opinan que todas las estimaciones existentes de consumo de combustible en condiciones de combate son groseramente optimistas.

Por fin, había realizado un débil intento de protesta.

—Entréguenos el combustible, Mikhail Eduardovich —sonrió fríamente el ministro de Defensa—, y nosotros nos ocuparemos de que sea utilizado de manera adecuada. Mis analistas estiman que podemos alcanzar nuestros objetivos en dos semanas, quizá menos…, pero voy a concederle el poder de las fuerzas de la OTAN, y duplicaré nuestras apreciaciones a treinta días. Aun así tendremos más que suficiente.

—¿Y qué sucederá si la OTAN descubre nuestras intenciones? —preguntó el viejo Petia.

—No lo harán. Ya estamos preparando nuestra maskirova, nuestras trampas. La OTAN no es una alianza fuerte. No puede serlo. Los ministros riñen por la contribución de cada país a la defensa. Sus pueblos están divididos y son débiles. No pueden estandarizar sus armas, y por esa razón su situación de abastecimiento es un caos total. Su miembro más importante y poderoso está separado de Europa por cinco mil kilómetros de océano. La Unión Soviética se halla a sólo una noche de viaje en tren hasta la frontera alemana. Pero, Petia, mi viejo amigo, responderé a su pregunta. Si todo fracasa y se descubren nuestras intenciones, siempre podremos detenernos, decir que estamos realizando unas maniobras, y volver a las condiciones de tiempo de paz… las cosas no serán peores que si no hacemos nada. Solamente golpearemos si todo está listo. En cualquier momento podremos retroceder.

Todos los que estaban alrededor de la mesa sabían que eso era una mentira, aunque hábil, y nadie tuvo el coraje de denunciarla como tal. ¿Qué ejército había sido movilizado alguna vez tan sólo para ser retirado luego? No habló nadie más para oponerse al ministro de Defensa. Bromkovski continuó divagando unos minutos más, citando censuras de Lenin con respecto a poner en peligro la cuna del socialismo mundial; pero ni siquiera eso motivó respuesta alguna. El peligro para el Estado, concretamente para el Politburó y el partido, era manifiesto. No podía agravarse más. La alternativa era la guerra.

Diez minutos después, el Politburó votó. Sergetov y sus ocho compañeros candidatos eran meros espectadores. El resultado de la votación fue de once a dos a favor de la guerra. El proceso había comenzado.

FECHA-HORA 02/03 17:15 COPIA 01 DE 01 DE INFORME SOVIÉTICO.

BC-Informe Soviético, Jit, 2310.FL.

TASS Confirma Fuego en Campo Petrolífero. FL.

EDS: Presentado en avance para SATURDAY PMs. FL.

Por: Patrick Flynn. FL.

Corresponsal de AP en Moscú.

MOSCÚ (AP). TASS, la agencia de noticias soviética, ha confirmado hoy que «un tremendo incendio» se ha declarado en la región siberiana occidental de la Unión Soviética.

Un artículo de última página en Pravda, el órgano oficial del Partido Comunista, daba cuenta del incendio, comentando que «el heroico cuerpo de bomberos» ha salvado innumerables vidas merced a su habilidad y entrega al deber, «evitando también mayores daños a las cercanas instalaciones petrolíferas».

Según se ha informado, el fuego se inició a causa «de un fallo técnico» en los sistemas automáticos de control de la refinería, y se extendió rápidamente, aunque fue sofocado en seguida «no sin pérdida de vidas entre los hombres valientes destinados a atacar el incendio, y los heroicos obreros que se apresuraron a acudir junto a sus camaradas».

Aunque hay algunas diferencias con los informes occidentales, el fuego en esa zona se extinguió más rápidamente de lo esperado. Las autoridades occidentales están especulando ahora acerca de la existencia de un sistema altamente sofisticado para combatir incendios construidos en la planta de Nizhnevartovsk que permitió a los soviéticos extinguir el fuego.

AB-BA-2-3 16: 01 EST. FL.

**FIN DEL RELATO**