08. NUEVAS OBSERVACIONES
GRASSAU, REPÚBLICA DEMOCRÁTICA ALEMANA
El personal técnico del informativo de televisión se divertía en grande. Hacía años que no se les permitía filmar una unidad militar soviética en acción, y el valor como entretenimiento Y de los errores que estaban presenciando daba un especial atractivo al comentario que aparecía en el noticiario nocturno de la «NBC». Mientras seguían observando, un batallón de tanques se hallaba atascado en un cruce de carreteras sobre la autopista 101, cincuenta kilómetros al sur de Berlín. Habían doblado erróneamente en alguna parte, y el comandante del batallón estaba gritando enfurecido a sus subordinados. Después de dos minutos de hacerlo, un capitán dio un paso al frente y señaló repetidas veces el mapa. Un mayor fue obligado a retirarse de la escena cuando, aparentemente, el oficial más joven resolvió el problema. La cámara siguió al oficial expulsado hasta un automóvil de servicio que partió hacia el Norte por la carretera principal. A los cinco minutos, el batallón se encontraba de nuevo en marcha. El equipo técnico del noticiero se tomó unos minutos para cargar los materiales en el tráiler especial, y el jefe de los periodistas aprovechó el tiempo para acercarse caminando a un oficial francés que había observado también el procedimiento.
El francés era miembro del grupo militar conjunto de enlace, un conveniente organismo procedente de la Segunda Guerra Mundial, que permitía a ambos bandos espiar al otro. Era un hombre delgado de rostro imperturbable, que llevaba puesto un emblema de paracaidista y fumaba «Gauloises». Naturalmente, era un oficial de Inteligencia.
—¿Qué opina de esto, mayor? —preguntó el periodista de la «NBC».
—Se equivocaron cuatro kilómetros atrás. Tendrían que haber doblado a la izquierda, pero no lo hicieron.
Y se encogió de hombros al estilo galo.
—Una actuación no muy brillante para los rusos, ¿no? —rio el periodista.
El francés estaba más pensativo.
—¿Se ha dado cuenta de que llevaban un oficial alemán con ellos?
El periodista había notado un uniforme distinto, pero no comprendió su significado.
—¡Ah! ¿Era eso? ¿Por qué no le pidieron ayuda a él?
—Sí —contestó el mayor francés. No dijo que esa era la cuarta vez que veía a un oficial soviético contenerse de pedir ayuda a su guía de Alemania del Este… y tan sólo en los dos últimos días. Que las unidades soviéticas se perdieran era una vieja historia. Los rusos usaban un alfabeto distinto, además del idioma distinto. Eso determinaba que se cometieran fácilmente errores en los traslados, y los soviéticos siempre llevaban oficiales de la República Democrática Alemana para que les ayudaran a orientarse. Hasta ahora. El francés lanzó su cigarrillo al camino:
—¿Qué otra cosa le llamó la atención, Monsieur?
—El coronel estaba muy enojado con ese mayor. Después, un capitán, creo, les mostró el error, me parece, y cómo corregirlo.
—¿Cuánto tardó?
—Menos de cinco minutos después de que se detuvieron.
—Muy bien.
El francés sonrió. El mayor estaba en camino de regreso a Berlín, y ese batallón tenía ahora un nuevo oficial de operaciones. La sonrisa desapareció.
—Parece bastante estúpido haberse perdido así, ¿no?
El francés volvió a su automóvil para seguir a los rusos.
—¿Usted se ha perdido alguna vez en un país extranjero, Monsieur?
—Sí, ¿y quién no?
—Pero ellos descubrieron su error con mucha rapidez, ¿no?
El mayor hizo seña a su chófer para que partiera. Y una vez ellos solos, pensó: «Intéresant…».
El periodista de televisión se encogió de hombros Y caminó en dirección a su propio vehículo. Siguió al último tanque de la columna, molesto porque no superaban los treinta kilómetros por hora en su avance. Se dirigieron hacia el Noroeste a esa velocidad hasta que llegaron a la autopista 187, donde milagrosamente se unieron a otra unidad soviética y, volviendo a su velocidad normal de veinte kilómetros por hora, reanudaron el avance hacia el Oeste, en dirección a la zona de ejercicio.
NORFOLK, VIRGINIA
Era impresionante. En el programa de noticias de la televisión de Moscú, que estaban observando, un regimiento completo de tanques se desplazaba atravesando una llanura. Su objetivo quedó convertido en una extensa nube de polvo cuando el ataque de la artillería batió las posiciones del enemigo simulado. Los cazabombarderos cruzaban el cielo Y los helicópteros efectuaban su propia danza de la muerte. La voz del comentarista proclamaba la extraordinaria preparación del Ejército soviético para enfrentarse a cualquier amenaza extranjera. Y en realidad daba la impresión de que era así.
El siguiente bloque de cinco minutos se refería a las conversaciones sobre armamento en Viena. Se oyeron las acostumbradas quejas por la forma en que los Estados Unidos se oponían a determinados aspectos de la propuesta original soviética, claramente generosa…, pero el locutor siguió adelante para explicar que se estaba haciendo un verdadero progreso a pesar de la intransigencia norteamericana y que, para finales del verano, era posible que se lograra un amplio acuerdo. Toland se sintió intrigado por la forma en que los soviéticos describían las negociaciones. Hasta entonces, nunca había prestado mucha atención a esta clase de retórica, y le parecían curiosas las descripciones buen tipo o mal tipo.
—Todo esto es muy normal —dijo Lowe respondiendo a una pregunta suya—. Sabrás que el acuerdo está próximo a lograrse cuando empiecen a desaparecer las quejas, Entonces hablan de lo ilustrado que es nuestro presidente para ser un enemigo de clase. Y cuando llega el momento de firmar Pueden llegar a ponerse verdaderamente eufóricos. En realidad, esto de hoy es bastante suave. Piensa un momento. ¿Qué lenguaje usan habitualmente cuando hablan de nosotros?
—El ejercicio parecía normal, ¿no?
—Es normal, por supuesto. ¿Alguna vez pensaste qué divertido debe de ser enfrentarse a cien tanques? ¿Notaste que todos tienen cañones de doce centímetros? Después piensa en el apoyo de artillería que poseen. Acuérdate también de los aviones. Los rusos creen fervientemente en esta cuestión de operaciones con armas combinadas. Cuando vienen hacia ti…, traen todo el inventario. Lo han aprendido bien.
—¿Cómo lo contrarrestamos?
—Tú tomas la iniciativa. Si dejas que el otro tenga todo listo para hacer la batalla a su manera, hijo, puedes darte por perdido.
—Lo mismo ocurre en el mar.
—Ah…
KIEV, UCRANIA
En una actitud nada común, Alekseyev, antes de acercarse al escritorio de su comandante, se sirvió una taza de té de la mesa del rincón. Mientras caminaba, su sonrisa tenía un metro de ancho.
—Camarada general, el Progreso marcha muy bien.
—Ya lo veo, Pavel Leonidovich.
—Nunca lo habría creído. Es extraordinario cómo ha mejorado nuestro cuerpo de oficiales. Los inútiles han sido eliminados, y los hombres que hemos ascendido a los nuevos puestos son capaces y están ansiosos.
—¿De modo que el fusilamiento de los cuatro coroneles dio resultado? —observó con sarcasmo el comandante en jefe del Teatro Sudoeste.
Había dirigido los dos primeros días del ejercicio desde el asiento de su comando, anhelando poder ir al campo, donde estaba la verdadera acción. Pero esa no era la misión de un comandante de teatro. Alekseyev era su mejor par de ojos para lo que estaba ocurriendo realmente.
—Una elección dura, pero buena. Los resultados hablan por si mismos.
Alekseyev había perdido parte de su entusiasmo. Su conciencia todavía recordaba aquello. Hubo de aprender que el problema de las decisiones duras no era tomarlas, sino poder vivir con las consecuencias, por más necesarias que hubieran sido. Hizo a un lado sus pensamientos una vez más, y concluyó:
—Con otras dos semanas de entrenamiento intensivo el Ejército Rojo estará listo. Podemos hacerlo. Podemos derrotar a la OTAN.
—Nosotros no tenemos que pelear con la OTAN, Pasha.
—Entonces, ¡que Alá proteja a los árabes! —exclamó Alekseyev.
—Que Alá nos proteja a nosotros. Al comandante del Oeste le han dado otra de nuestras divisiones de tanques. —El general mantuvo en alto un radiograma—. Precisa mente la misma que tuvo hoy usted. Me pregunto cómo lo está haciendo.
—Mis espías me lo han dicho: muy bien.
—¿Y usted ha ingresado en la KGB, Pasha?
—Un compañero mío de clase pertenece al estado mayor del comandante en jefe del Teatro Oeste. Ellos también han adoptado una política de eliminar incompetentes. Y yo he visto los beneficios. Un hombre nuevo en un puesto tiene un incentivo mucho mayor para cumplir correctamente su trabajo que otro para quien ya todo se ha hecho rutina.
—Excepto en la cumbre, naturalmente.
—El comandante en jefe del Oeste es un hombre a quien nunca esperé defender, pero todo lo que me han dicho hace pensar que alista sus fuerzas tan bien como nosotros.
—Las cosas verdaderamente deben de estar mejorando si usted es tan magnánimo.
—Lo están, camarada. Otra división blindada perdida para Alemania. Bueno, él la necesita más que nosotros. Le diré una cosa: vamos a barrer a un lado a los árabes como el polvo en un brillante piso de baldosas. En realidad, siempre pudimos hacerlo. No son tantos, y si estos árabes se parecen a los libios que vi hace tres años…, ahora no tienen montañas donde ocultarse. Esto no es Afganistán. Nuestra misión es conquistar, no pacificar. Y eso creo que podemos hacerlo en dos semanas. El único problema que preveo es la destrucción de los campos petrolíferos. Pueden usar la defensa de la tierra arrasada tal como lo hemos hecho nosotros, y será difícil que podamos impedirlo, incluso usando paracaidistas. Con todo, nuestro objetivo es factible de lograr. Nuestros hombres estarán listos.