CUARENTA Y UNO
Lunes, 19.10, Washington, D.C.
—¡Lo conseguí!
Hood estaba disfrutando de una breve siesta en el sofá, feliz de dejar algunas de las obligaciones rutinarias a Curt Hardaway y el personal de noche, cuando Lowell Coffey entró en su despacho exultante como un colegial.
—Firmado, sellado y... ¡ta tal... entregado.
Hood se sentó y sonrió.
—¿El CIC dijo que sí?
—Han dicho que sí, aunque no tiene nada que ver conmigo. Los propios rusos lo han hecho por nosotros enviando cien mil soldados a Ucrania.
—Comprendo. ¿Se lo has dicho a Mike?
—Acabo de verle. Ahora viene.
Hood miró el documento con la firma del senador Fox, justo en la parte superior, donde los buenos conservadores desearían verlo. Aunque él también se alegraba de verlo. Mientras descansaba allí tumbado, había decidido apoyar a Rodgers en lo de la misión de Striker. Las comprobaciones y los balances no estaban mal, pero a veces era mejor decidirse por la acción firme.
Cuando Lowell se fue para informar a Martha Mackall, Hood se reclinó en el sofá, llamó por correo electrónico a Hardaway, luego se restregó los ojos y se acordó exactamente de por qué quería dirigir Op-Center.
Hood y todos cuantos conocía —incluido el presidente, con quien con frecuencia discrepaba— hacían lo que hacían, porque no les bastaba con saludar la bandera con la mano en el corazón. Necesitaban ofrecer sus vidas y todo su compromiso. Rodgers le había dado la placa de bronce que descansaba en su escritorio, algo que había escrito Thomas Jefferson: «El árbol de la libertad debe ser alimentado de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos.» Desde que estaba en la universidad, quiso formar parte de ese proceso.
«Ese sagrado proceso», se corrigió.
Entonces llegaron Rodgers y Bob Herbert y después de estrecharse la mano, los hombres se abrazaron.
—Gracias, Paul —manifestó Rodgers—. Charlie está ansioso de hacerlo.
Hood no lo dijo, pero sabía que ambos pensaban lo mismo: por fin tenían lo que querían, por fin sus plegarias habían sido atendidas.
Hood se dejó caer en la silla detrás del escritorio.
—Y ahora que pueden ir, ¿qué vamos a hacer para sacarlos?
—Como los del CIC lo han aprobado, mis amigos del Pentágono nos han dado el Mosquito —le explicó Rodgers.
—¿Qué es eso?
—Un helicóptero de alto secreto, variedad Stealth, indetectable por cualquier radar, prácticamente invisible. El Pentágono aún no ha terminado de probarlo y lo han enviado a Seúl porque creían que podía ser útil en una contingencia durante la crisis de Corea, pero es el único modo de entrar y salir de Rusia sin ser vistos, oídos u olidos, así que en realidad no tenemos otra opción.
—¿Charlie está de acuerdo con esto? —preguntó Hood.
—Es un niño con un juguete nuevo —rió Rodgers—. Dale un pedazo de material de alta tecnología grande y nuevo y lo harás feliz.
—¿Qué hora se ha fijado?
—El Mosquito aterrizará en Japón alrededor de las diez, hora local. El traslado del 76T tendrá lugar en otros cuarenta y cinco minutos y esperarán hasta que les dé la orden.
Hood preguntó tranquilamente:
—¿Y si el Mosquito es derribado?
Rodgers respiró hondo:
—Tendrá que ser destruido lo más completamente posible. Existe un botón de autodestrucción para eso y es muy concienzudo. Si la tripulación no puede destruirlo por el motivo que sea, lo tendrá que hacer Striker. El Mosquito no puede caer en manos enemigas.
—¿Cuál es el sustituto si el Mosquito fracasa?
—Striker tendrá más de seis horas de oscuridad para cruzar veinte kilómetros hasta el 76T —explicó Rodgers—. El terreno es abrupto pero practicable. Incluso en las peores condiciones, con temperaturas inferiores a los cinco grados bajo cero; tienen ropas térmicas y gafas de visión nocturna. Podrán hacerlo.
—¿Cómo se elevará el 76T? —preguntó Hood.
—Es un pájaro de invierno —dijo Herbert—. Nada haría que se congelase a menos que se llegara a los diez grados bajo cero, lo cual no ocurrirá.
—¿Y si ocurre?
—Si la temperatura empieza a descender, despegaremos, se lo notificaremos a Striker y tendrán que esconderse hasta que podamos evacuarlos. Tienen el entrenamiento de supervivencia. No les pasará nada. Según los estudios geográficos de Katzen, hay abundante caza menor al oeste de la siena Sijote-Alin y en las colinas existen numerosas cuevas para guarecerse o esconderse.
—Así que hasta aquí vamos bien. ¿De qué contingentes disponemos si los rusos identifican el 76T y se dan cuenta de que no es de los suyos?
—No es probable que ocurra —afirmó Rodgers—. Conseguimos hacernos con un emisor de identificación IFF de uno de los 76T que perdieron en Afganistán. Los rusos no han cambiado su tecnología de identificación Amigo o Enemigo desde hace años, así que en eso estamos bien. No es como nuestros aviones, que emiten señales de microondas milimétricas para identificarse ante los transmisores-receptores de otros aparatos y estaciones de control.
—¿Y las comunicaciones con el 76T?
—Nuestro único contacto con el avión ha sido en código —aclaró Rodgers—. Los rusos están acostumbrados a que mandemos falsas comunicaciones para bloquear sus recursos y tienden a ignorar los comunicados que llegan desde el exterior a sus propios aviones. Durante las próximas horas nos comunicaremos con más aviones rusos para asegurarnos de que se lo tragan... que les estamos molestando debido a su movimiento de tropas. Entretanto, el 76T mantendrá silencio radiofónico como la mayoría de los transportes rusos. Si la defensa aérea rusa empieza a ponerse nerviosa, hablaremos con ellos. La coartada que daremos al piloto es que está transportando un pedido de piezas de recambio de una máquina desde Berlín y bidones de combustible de goma desde Helsinki. En estos momentos hay escasez de goma en Rusia. Si por alguna razón los rusos descubrieran al 76T, eso explicaría por qué había estado en Alemania y Finlandia.
—Me gusta mucho. ¿Supongo que están dando un largo rodeo alrededor de Rusia para no entrar en las rutas aéreas ni sobrevolar poblaciones rusas?
Rodgers asintió.
—Ahora mismo esos cielos están muy transitados. Si el 76T se ve obligado a hablar a los rusos, se lo tragarán, pues lo que supuestamente estamos transportando no es tan crucial como tropas, raciones y armas.
—¿Y si su coartada queda invalidada por algún motivo? —preguntó Hood—. ¿Qué SCP usaremos?
—Si tenemos que ejecutar una Súbita Conclusión de Proyecto sobre el espacio ruso —puntualizó Herbert—, nuestra radio enmudecerá y nos iremos todos a la mierda. Además, tenemos unos cuantos trucos a los cuales recurrir mientras nos retiramos. No nos dispararán a menos que estén absolutamente seguros de que no somos de los suyos, y no lo estarán.
—Suena bien. Dile a la sesión de Táctica y Estrategia y al resto de tu equipo que ha hecho un trabajo increíble.
—Gracias, se lo diré —replicó Rodgers, y levantó el pisapapeles redondo y empezó a darle vueltas en su mano—. Paul, hay algo más. Es otra de las razones por las que el Pentágono quería hacer una pequeña exhibición con el Mosquito.
Hood levantó la cabeza hacia Rodgers.
—¿Una exhibición?
Rodgers asintió.
—Dos de las cuatro divisiones motorizadas rusas del frente del Turkestán han sido retiradas y enviadas a Ucrania. Kosigan ha retirado una división de tanques del Noveno Ejército del frente Transbaikal y una brigada aerotransportada del frente del Lejano Oriente. Si estalla el conflicto con Polonia y retiran más fuerzas de la frontera china, cabe la posibilidad de que Pekín aproveche la situación para crear problemas. Los chinos han puesto recientemente al general Wu De al mando del Undécimo Ejército de Lanzhou. Si lees el informe de Liz, sabrás que ese tipo es un demente.
—Lo he leído —respondió Hood—. Era un astronauta de su abortado programa espacial.
—Exacto. Ahora bien, hemos realizado simulaciones de guerra a lo largo de esas líneas, pues no es tan descabellado. De hecho, el presidente simplemente ha pedido al Pentágono enviarlos. Si los chinos ponen sus cinco divisiones de guardias de fronteras en estado de alerta para amenazar a Rusia con un segundo frente, los rusos no se retirarán. Nunca lo han hecho y nunca lo harán. Estallarán escaramuzas y se desatará una guerra a menos que prevalezca una cabeza fría, en este caso, Zhanin. Nuestra política en esta situación es respaldar a los pacifistas, pero hacerlo significaría tener que aliarnos con Zhanin y quizás incluso apoyarlo militarmente...
—Rompiendo nuestro acuerdo con Grozni. ¡Fea situación! Nosotros ayudaríamos a separar a Pekín de Moscú y nuestros esfuerzos se verían recompensados con atentados terroristas.
—Es una posibilidad real —sostuvo Rodgers—. Por eso la «incursión sorpresa» aérea de otro aparato Stealth es tan importante. Cuanto más tiempo podamos inmiscuirnos en la situación sin que Grozni lo descubra, mejor nos irá.
Sonó el teléfono. Hood miró el código digital en la pantallita de la base. Era Stephen Viens, de la ONR.
Hood levantó el auricular.
—¿Qué pasa, Stephen?
—¿Paul? Creía que estabas de vacaciones.
—He vuelto. Además ¿qué tipo de organización de inteligencia diriges?
—Muy gracioso —comentó Viens—. Bob quiere que vigilemos ese tren Transiberiano y ha habido un cambio.
—¿De qué tipo?
—No es bueno; echa un vistazo a tu monitor; te enviaré la imagen.