35
Cuando el ejército se detuvo para acampar por la noche, el agotamiento de Jayan era casi más grande que su curiosidad por saber qué había ocurrido cuando los magos se habían enfrentado a los invasores sachakanos. Dakon solo había dicho que el enemigo había demostrado ser más fuerte que las tropas kyralianas. Sabin había ordenado la retirada. Los sachakanos no los habían perseguido, pero no había que descartar la posibilidad de que estuvieran siguiéndolos de lejos. El ejército kyraliano necesitaba alejarse lo suficiente del enemigo para tener la oportunidad de reponer su energía mágica antes del siguiente enfrentamiento.
Era increíble que, a pesar de que habían perdido la batalla, nadie había muerto. Sin embargo, por la inquietud y la prisa de los magos, Jayan supuso que esto se había debido a la suerte o la ignorancia del enemigo.
Durante todo el día, mientras cabalgaban, Jayan había visto los destellos de los cuchillos y manos que se unían brevemente en un trasvase de magia. Aunque los aprendices y los criados habían donado su energía aquella misma mañana, y por tanto no les quedaba mucha que ofrecer, los magos temían que se produjera una ofensiva en cualquier momento y querían estar lo mejor preparados posible.
Dakon, no obstante, sacudió la cabeza cuando Jayan le propuso que siguieran su ejemplo.
—Estoy bien —aseguró—. Es la ventaja de contar con dos aprendices. Prefiero que Tessia y tú tengáis la posibilidad de defenderos si nos atacan. Además, es posible que tengas que hacerte cargo de los aprendices otra vez, si entablamos combate con el enemigo.
El ejército se había apartado del camino principal hacía un rato, en un débil intento de burlar a los posibles perseguidores, y habían avanzado por un sendero llano hasta un pliegue entre dos colinas. Aunque estaban ocultos a la vista de cualquiera que circulara por el camino principal, Jayan se temía que habían dejado un rastro tan visible que hasta el explorador más inexperto podría localizarlos.
El sendero serpenteaba entre lomas bajas y valles poco profundos, y parcelados en campos. La penumbra del atardecer lo envolvió todo como un manto de niebla, y poco después quedaron sumidos en la oscuridad. Los exploradores que llegaron a galope por el camino informaron de que nadie los perseguía. Los sachakanos habían regresado a la aldea de Lonner y al parecer estaban preparándose para pasar la noche.
Más tarde, a altas horas de la noche, unos edificios con paredes de un blanco fantasmal aparecieron ante ellos. Varios de ellos eran almacenes, uno tenía muchas puertas, por lo que Jayan supuso que era el alojamiento de los criados, y la mansión de dos plantas era claramente la residencia del propietario.
—¿Dónde estamos? —le preguntó a Dakon.
—La finca vinícola de lord Franner.
—Ah. —Jayan hizo una mueca.
Dakon soltó una risita.
—Tal vez su vino no sea especialmente bueno, pero tiene mucha comida que ofrecernos. Tal como dice él, más vale que nos la comamos nosotros a que se la lleven los sachakanos.
—¿Hay otro paso por donde salir de este valle?
—Sí. —Dakon sonrió, satisfecho de que su aprendiz le hiciera esta pregunta—. Sabin se ha asegurado de ello. No nos quedaremos acorralados aquí.
Mientras el ejército se concentraba entre los edificios, Jayan vio que Werrin se volvía en su silla de montar, buscando a alguien entre la multitud. Sus ojos se clavaron en Dakon y le hizo señas para que se acercara.
—Ah, la reunión inevitable —murmuró Dakon. Miró a Tessia, que había estado callada toda la tarde, y luego a Jayan—. ¿Estaréis bien si os dejo solos a los dos?
Jayan sonrió de oreja a oreja.
—Por supuesto. Y no estaremos precisamente solos. —Señaló con un gesto a las tropas que los rodeaban.
Dakon asintió y condujo a su caballo hacia Werrin y el pequeño grupo de magos que se había formado alrededor de él. Jayan dirigió la vista hacia Tessia y se encogió de hombros.
—¿Te apetece explorar este sitio?
Ella negó con la cabeza.
—Avaria me ha pedido que me reúna con ella.
Jayan hizo un esfuerzo por ocultar su desilusión.
—Entonces nos vemos a la hora de la cena, sea cual sea. —Alzó la mirada hacia las estrellas—. Me cercioraré de que nuestros colegas aprendices se estén portando como es debido.
Tessia puso los ojos en blanco.
—Ya no estás al mando, Jayan.
—¿Tan difícil de creer es que disfruto con la compañía de otros aprendices? —preguntó él.
Ella enarcó las cejas.
—Es más importante saber si ellos disfrutan con la tuya.
Hizo girar a su caballo y se marchó al trote antes de que él pudiera pensar una respuesta. La observó alejarse por un momento, ahuyentó la melancolía que amenazaba con apoderarse de él y empezó a buscar entre la multitud los rostros de los aprendices que conocía. Estaba deseando irse a dormir, pero tenía hambre y el descanso podía esperar hasta después de la cena.
Refan estaba de pie con otros cuatro aprendices junto a una de las bodegas grandes, así que Jayan se encaminó hacia él. Uno de los jóvenes le resultaba familiar. Cuando Jayan se acercó, el recién llegado alzó la vista y sonrió. Jayan lo reconoció, sorprendido.
—¡Mikken! —exclamó Jayan, bajando del caballo. Echó un vistazo alrededor y llamó la atención de un criado, que se aproximó para coger las riendas. Acto seguido, Jayan corrió hacia Mikken y le aferró el brazo a modo de saludo—. ¿Cuándo has llegado?
Mikken le devolvió el gesto.
—Hace unas horas. Antes de que el ejército se desviara del camino, por suerte, pues de lo contrario habría cabalgado directo hacia las filas sachakanas.
—¿Cómo has eludido a los sachakanos en el paso? No, espera. Seguro que es una historia larga.
—Larga pero no particularmente interesante. —Mikken se encogió de hombros—. A menos que las historias sobre buscar comida entre los desechos o esconderse en cuevas y casas abandonadas te parezcan interesantes.
Jayan desplegó una gran sonrisa.
—Puedes contarlas esta noche, cuando estemos intentando dormir.
—No me provoques, o eso es justo lo que haré. ¿Cómo está Tessia?
Jayan sintió una punzada traicionera de celos, pero la dejó a un lado.
—Sigue sanando a todo aquel que consigue que se quede quieto durante el tiempo suficiente.
—Me imagino que son unos cuantos. —La angustia asomó a los ojos de Mikken—. En el camino de vuelta empecé a preguntarme si los sachakanos habían dejado a alguien con vida. No me sorprendería que Tessia tuviera numerosos pacientes que atender.
—Ha tenido muchos —le aseguró Jayan. Pensó en el quemado y se estremeció. Decidió cambiar de tema y levantó la mirada hacia la bodega—. Por lo visto esto es una finca vinícola.
—Sí —respondió Refan—, pero no solo se elabora vino aquí.
—¿Qué más se elabora? —preguntó otro aprendiz.
—Bol.
Jayan hizo una mueca y vio una expresión similar en todos los rostros excepto el de Refan, que estaba pensativo.
—¿Sabéis qué? Para cuando todos los magos hayan recibido su porción de vino de lord Franner, seguramente no quedará ni una gota para los aprendices. Apuesto a que en una de estas bodegas podríamos encontrar un par de barriles de bol solo para nosotros. Tal vez el bol sea una bebida para pobres —sonrió Refan—, pero es mucho más fuerte que el vino, así que no tendríamos que beber tanto.
«¿Tanto como qué?», se preguntó Jayan. Observó contrariado que los otros aprendices parecían interesados.
—¿Dónde crees que lo guardan?
Refan miró en torno a sí, pensando con los ojos entornados.
—Echemos un vistazo por aquí. —Echó a andar a lo largo de la bodega junto a la que se encontraban.
Cuando el grupo empezó a seguirlo, Jayan estuvo tentado de dejarlos y desentenderse del asunto. «Pero debería asegurarme de que no se metan en líos. Por su bien y por el mío. Dakon se lo pensará dos veces antes de elevarme a mago superior si dejo que estos chicos cometan alguna tontería». Salió tras ellos a toda prisa.
Cuando llegó al final de la bodega, Refan dobló la esquina y avanzó junto a la pared siguiente. Se detuvo frente a dos puertas enormes y robustas sujetas entre sí por una cerradura de hierro grande. Jayan vio divertido que el chico olfateaba el resquicio que había entre ellas.
—Vino —dijo, y se encogió de hombros antes de girar sobre sus talones y encaminarse a través de campo abierto hacia otra bodega.
Realizó la misma inspección de otras dos bodegas y llegó a la misma conclusión. La cuarta estaba tan lejos del grueso de los magos que sus voces se oían como un murmullo lejano y el grupo tuvo que iluminar su camino con globos de luz pequeños.
El olfateo de Refan frente a las puertas hizo sonreír a Jayan.
—¡Ajá! Aquí hay bol, sin duda alguna.
Un olor distinto flotaba en el aire en torno a la bodega, pero la cerradura parecía igual de grande y sólida que las otras. Refan lanzó una mirada furtiva a los magos reunidos como si se dispusiera a hacer una travesura, y puso las manos contra la cerradura. Jayan notó que crecía su sensación de alarma.
—¿Qué estás…? No pensarás forzarla para entrar a robar, ¿verdad? —preguntó uno de los aprendices más jóvenes, nervioso.
—Qué va. —Refan se rio—. No voy a romper nada, ni a llevarme nada que no nos hayan ofrecido ya.
Fijó la vista en la cerradura y, con un chasquido, el mecanismo se abrió. «A pesar de su razonamiento, esto está mal —pensó Jayan—. Debería pararle los pies». Una de las puertas se abrió hacia fuera, y Refan entró sigilosamente. Antes de que Jayan decidiera qué debía decir, los otros aprendices habían entrado tras él.
Se oyó una exclamación de desilusión, seguida de un tintineo y un rumor de voces, y los aprendices salieron de la bodega. Refan sujetaba una botella.
—No es bol. Es aguablanca. Para limpiar cosas. Oled. —Tendió la botella a cada uno de ellos. Todos torcieron el gesto al olisquear la boca destapada. Jayan reconoció un olor que asociaba con la servidumbre y los muebles de madera. De pronto, Refan sonrió de oreja a oreja—. Fijaos en esto.
Tras echar otra mirada en dirección a los magos, rodeó rápidamente la parte trasera de la bodega. Se alejó unos cien pasos largos y estampó la botella contra el suelo. Cuando los demás alcanzaron a Refan, él lanzó un azote de fuego diminuto hacia los restos.
Una ola de calor los golpeó y una llamarada se elevó en el aire. El fuego se extinguió con la misma rapidez, dejando unas llamas pequeñas que crepitaban en la parte del suelo duro y seco en que había hierbas.
—¡Ha sido increíble! —jadeó uno de los aprendices más jóvenes—. ¡Hagámoslo otra vez!
—Esperad. —Mikken estaba contemplando el suelo humeante—. Tengo una idea.
Todos lo miraron, pero él guardó silencio, con la vista fija en el suelo.
—¿Y bien? —preguntó alguien.
Mikken sacudió la cabeza.
—¿Oís eso?
Sorprendidos, todos se quedaron muy quietos y aguzaron el oído. Jayan percibió un golpeteo rítmico, leve pero claramente causado por algún animal de cuatro patas. Por más de uno, tal vez. Fueran lo que fuesen, se estaban acercando. Al volverse hacia el sonido, Jayan vio las siluetas oscuras de unos árboles que se encontraban a unos cientos de pasos de distancia.
Lentamente, tres caballos surgieron de las sombras, cada uno montado por un jinete. Abrigos, empuñaduras de cuchillos y ojos exóticos reflejaban la luz lejana.
—¡Sachakanos! —susurró Refan.
—¡Corred! —chilló Mikken.
—¡No os separéis! —gritó Jayan, generando un escudo y corriendo tras ellos.
Soltó una maldición cuando el primer azote estuvo a punto de hacer añicos su barrera. La reforzó. «¿Cuánto tiempo resistiré el ataque de tres magos superiores que seguramente poseen la energía de miles de esclavos fuente? —Hizo un gesto de dolor cuando otro azote impactó en el escudo—. O quizá no. Si nos han seguido, probablemente no han tenido mucho tiempo para reponer sus energías después de la batalla».
Refan, que casi había llegado a la bodega, se hallaba demasiado lejos como para que Jayan estuviera seguro de que el escudo lo protegía también a él. Se detuvo con un patinazo frente a la puerta, la agarró y la abrió de un tirón. Entonces entró con una velocidad sobrehumana.
—¡Allí no! —gritó Jayan—. Si utilizan un azote de fuego…
Pero Refan había desaparecido en el interior y los demás lo seguían a toda velocidad. Jayan suspiró y entró tras ellos. En la oscuridad alguien tropezó, se oyó el ruido de vidrio que se rompía, y el olor a aguablanca impregnó el aire. De pronto, se materializó un globo de luz. Jayan echó una ojeada en torno a sí y se fijó en los botelleros que recubrían las paredes de aquel enorme espacio, en los aprendices, que resollaban y se miraban, conscientes al fin de lo peligroso que era ese lugar para una pelea…, y en la figura que gimoteaba en el suelo.
—¿Refan? —Jayan se acercó al chico y se arrodilló a su lado.
—Duele —jadeó Refan—. La espalda. Me duele. No puedo… no puedo mover las piernas.
Jayan profirió una palabrota cuando comprendió que Refan no se había arrojado al interior de la bodega, sino que un azote de fuerza lo había lanzado hacia dentro.
Se oyó el sonido de cascos de caballos al otro lado de las puertas. Cesó, y un momento después sonaron pasos. Jayan dirigió la mirada alrededor, a las botellas, y luego al fondo de la bodega. «Estamos atrapados. Una minúscula chispa de energía bastaría para incendiar este edificio. En cambio, hará falta mucha para protegernos.
»¿Para protegernos… o para que se protejan ellos?». El germen de una idea hizo que el corazón se le acelerara de emoción.
—Deprisa —musitó a los demás—. Arrastrarlo al fondo y esperad…, y procurad ser delicados. Cuando yo diga «ahora», atravesad la pared.
Refan prorrumpió en gritos de dolor cuando empezaron a trasladarlo. Lo soltaron como si les ardieran las manos. Jayan vio movimiento en la puerta.
—¡Recogedlo y lleváoslo fuera! —rugió casi sin darse cuenta.
Ellos abrieron mucho los ojos, sorprendidos y conmocionados. Asieron a Refan y, haciendo caso omiso de sus gritos, lo alejaron de allí. Jayan los siguió, caminando hacia atrás y sin apartar la vista de los tres sachakanos que entraban en la bodega. Erigió un escudo para proteger a los aprendices que tenía detrás y a sí mismo.
«Dos hombres y una mujer —advirtió—. Uno de ellos me resulta conocido… No es posible… No puede tratarse de Takado. ¿Cómo iba a abandonar a su ejército y a correr el riesgo de merodear por aquí sin más apoyo que el de dos magos?».
Los sachakanos lo miraron fijamente. Sonrieron. Se acercaron a paso tranquilo, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Jayan oyó que los aprendices se alejaban. Los alaridos de Refan se habían reducido a gemidos. O sollozos.
—Hemos llegado al fondo —anunció Mikken.
En ese momento, los sachakanos se detuvieron. Jayan vio que volvían la cabeza para intercambiar una mirada y acordar en silencio que había llegado el momento de atacar.
—¡Salid de aquí! ¡Ahora! —bramó Jayan.
Al mismo tiempo, fortaleció su escudo y lanzó varios azotes de fuego a derecha e izquierda.
Una luz blanca inundó el espacio que tenía delante. Sintió un calor abrasador, y el suelo chocó contra su espalda. Algo lo agarró del cuello de la camisa y lo arrastró hacia atrás. Descubrió que estaba deslizándose sobre el suelo hasta atravesar un boquete en la pared de la bodega. De pronto, la pared se vino abajo y el calor lo envolvió de nuevo, aunque con menor intensidad.
Ya no estaba deslizándose. Cuando alzó la vista, vio que Mikken lo miraba con una amplia sonrisa, la respiración agitada y el rostro congestionado por el esfuerzo. Mikken le soltó el cuello de la camisa.
—Pesas mucho —le comentó el joven y sonrió de nuevo—. Y creo que ha dado resultado.
Jayan se levantó y comprobó rápidamente que los demás aprendices se encontraban allí, de pie junto a un Refan tumbado y callado, y a continuación volvió los ojos hacia la bodega. Ardía con unas llamas más naturales, ahora que el fuego se alimentaba con madera y no con aguablanca.
Entonces vio que algo se movía. Tres figuras corrían hacia los árboles. «O sea que no están muertos. —No se sintió tan decepcionado como habría esperado—. En realidad no me había hecho ilusiones de que eso los matara, pero deben de haber gastado mucha energía para protegerse. —Centró su atención en sí mismo y notó un nuevo tipo de agotamiento que iba más allá del cansancio físico—. Al igual que yo».
—Sus caballos deben de haber escapado —dijo Mikken. Se dio la vuelta—. Aquí llegan los magos. Tendremos mucho que explicarles.
Jayan se volvió hacia la multitud que se acercaba a toda prisa y asintió con la cabeza.
—Así es. Será mejor que no les contemos por qué Refan tenía tantas ganas de explorar, ¿de acuerdo?
—Si tú no dices nada, nosotros tampoco. Y ya me encargaré de que los demás mantengan la boca cerrada.
Mientras se alejaba, Jayan sonrió. Entonces se acordó del precio que había pagado Refan por su pequeña aventura, y de repente toda su satisfacción por haber debilitado a los sachakanos se esfumó.
«Tendría que haberlo protegido mejor. Para empezar, no debería haber dejado que nos apartara de la protección del ejército. Todo esto ha sucedido por culpa mía. —Vio que Dakon se dirigía velozmente hacia él, y se le cayó el alma a los pies—. Ahora no querrá elevarme a la categoría de mago superior. Y no se lo reprocho».
La explosión que atronó el aire parecía una respuesta a los deseos no expresados pero sinceros de Tessia.
Avaria la había llevado a conocer a otras dos magas: Jialia y lady Viria. Las dos mujeres habían estado interrogando a Tessia sin tregua.
—¿De verdad has estado viajando con los magos en persecución de los sachakanos desde el principio? —preguntó Viria.
—Sí —respondió Tessia, reprimiendo un suspiro. ¿Acaso la mujer creía que se lo estaba inventando todo?
—¿Han sido amables contigo los otros aprendices? ¿Te han hecho alguna proposición indecorosa? —Jialia hizo una pausa y se inclinó hacia delante—. No te habrá intentado forzar alguno de ellos, ¿verdad?
—No, se han portado muy bien —les aseguró Tessia—. De lo contrario, lord Dakon habría tomado cartas en el asunto.
Las dos mujeres se miraron. Viria escrutó el rostro de Tessia con el ceño fruncido.
—Lord Dakon no ha… esto… hecho alguna insinuación inapropiada, ¿verdad?
Tessia clavó la vista en ella, horrorizada.
—¡No! —contestó con firmeza.
Viria extendió las manos a los lados.
—No sería la primera vez que un maestro seduce a su aprendiz femenina… o viceversa. Cuando yo era joven conocí a una chica que se había casado con su maestro después de que él la dejara encinta. Creíamos que se había aprovechado de ella, pero resultó que había ocurrido lo contrario, aunque me imagino que él no había opuesto demasiada resistencia. No es infrecuente que las aprendices jóvenes se enamoren de sus maestros.
«¡Esto es peor que hablar con mi madre! —se dijo Tessia. De inmediato sintió una punzada de culpabilidad por concebir semejantes pensamientos sobre su madre—. Además, a ella no le habría parecido mal que yo me enamorara de Dakon y me casara con él».
Dirigió la vista hacia donde se encontraba su maestro, sentado con los otros líderes y asesores militares, y meditó sobre sus sentimientos hacia él. En muchas ocasiones había sentido afecto. Y admiración. Pero lo que despertaba estos dos sentimientos en ella era su bondad. No había algo más profundo, ni un deseo físico.
—No digas tonterías, Viria —la reprendió Jialia—. Las jóvenes prefieren a hombres de edades más próximas a la suya. Si Tessia estuviera encaprichada con alguien, probablemente ese alguien sería el joven Jayan de Drayn. —Adoptó una expresión reflexiva—. Espero que lord Dakon te haya enseñado cómo evitar quedarte embarazada.
Tessia sacudió la cabeza y suspiró. «Si conocieras a Jayan, sabrías lo improbable que es eso —pensó—. Aunque ha mejorado. Sería injusto afirmar que ha sido absolutamente odioso».
—Jialia —terció Avaria—. Dudo que los magos varones enseñen esas cosas a sus aprendices mujeres.
Viria asintió, y miró alternadamente a Avaria y a Tessia.
—Entonces, ¿se lo enseñarás tú misma a Tessia?
—Si… si ella quiere.
Tessia decidió no decir nada. Estaba haciendo un enorme esfuerzo de voluntad para no rechinar los dientes. «Por favor, que venga alguien y me aparte de estas dementes», pensó.
En ese momento, el sonido de una explosión, procedente de detrás de Tessia, llegó hasta sus oídos. Avaria y ella se pusieron en pie de un salto y se dieron la vuelta.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Avaria.
Los magos empezaron a avanzar hacia el ruido, con el rostro tenso de miedo y determinación. Tessia se apartó un paso de las mujeres.
—¡No! Quédate aquí —dijo Jialia con una nota de autoridad en la voz, pese a que la tenía trémula por el terror. Tessia se volvió y vio que las dos seguían sentadas sobre sus mantas—. No te metas donde no te llaman.
Un sentimiento de rebeldía estaba a punto de imponerse sobre el sentido común y su costumbre de obedecer. Tessia miró a Avaria. «Si ella me pide que me quede, lo haré».
Avaria posó la vista en Tessia, arrugó el entrecejo y se sentó de mala gana.
—Sí, deberíamos esperar órdenes. —Con los ojos entornados, observó a los magos desaparecer detrás de las bodegas.
Tessia se sentó, pero colocada de tal manera que daba la espalda a las mujeres y podía seguir mirando a los magos. El tiempo transcurría con suma lentitud. Las mujeres intentaron reanudar la conversación, y esta vez eligieron a Avaria como blanco de sus preguntas.
—Bueno, si se tratara de un ataque, ya nos habrían ordenado que lucháramos o huyéramos —aseveró una de ellas. Se volvió hacia Avaria—. En fin, ¿cuándo le darás a Everran unos hijos varones a los que mimar?
Tessia vio que Avaria crispaba el rostro y contuvo una sonrisa.
—Cuando las probabilidades de que los sachakanos los devoren antes de que tengan edad para hablar no sean tan altas —contestó Avaria.
—Vaya —dijo la mujer enarcando las cejas.
—Yo creía que eso no era más que un rumor —murmuró la otra.
Tessia no oyó lo que dijeron a continuación. El criado de lord Werrin había salido de detrás de una bodega y se dirigía a ellas apresuradamente. Tal vez Avaria le preguntaría por lo ocurrido cuando pasara. Pero cuando se hallaba más cerca, Tessia se percató de que la miraba a ella.
—Aprendiz Tessia —la llamó.
—¿Sí? —preguntó ella levantándose.
—Se requieren sus servicios.
Ella recogió la bolsa de su padre y echó a andar a paso veloz. El criado la guio hacia la parte posterior de la bodega.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Tessia.
—Un ataque de los sachakanos —dijo él, respirando trabajosamente—. Solo eran tres, pero ya se han ido. Han arremetido por sorpresa contra un grupo de aprendices que exploraba la finca. —Cuando ella dobló la esquina tras el criado, estuvo a punto de detenerse a causa de la impresión. Uno de los enormes edificios se había derrumbado, y los restos estaban en llamas.
—¿Hay algún herido? —preguntó.
«Claro que lo hay. ¿Por qué si no me han mandado a buscar? A menos… a menos que yo lo conozca. —Notó que el temor le atenazaba las entrañas—. ¿Jayan? No. Seguro que no se trata de Jayan. Es demasiado irritante para morir. Además, el criado ha dicho que se requieren mis “servicios”. Eso solo puede significar que alguien necesita que lo sanen».
—Los aprendices los han engañado para que entraran —prosiguió el criado—. La bodega estaba repleta de aguablanca. El aprendiz Jayan le ha prendido fuego. —Miró hacia atrás, sonriendo—. Deben de haber gastado un montón de energía para protegerse de eso.
—Pero han sobrevivido.
El criado asintió.
—Se han alejado en la oscuridad. Unos magos han salido tras ellos.
Aunque ella se refería a los aprendices, se alegró de oír esta noticia. El hombre la estaba guiando hacia un grupo de magos y criados que formaban un círculo en torno a algo. Cuando reconoció a los dos sanadores del gremio, a Tessia se le hizo un nudo en el estómago. Alguien advirtió que se acercaba, y todos clavaron la vista en ella. Entonces Tessia vio a lord Dakon y a Jayan.
«Jayan parece ileso. —El alivio que la invadió era más grande de lo que ella habría imaginado—. Entonces, ¿de quién se trata…? Ah, de Refan».
El joven yacía boca abajo en el suelo, soltando quejidos de dolor. Cuando ella se unió al grupo de magos, lord Dakon se situó a su lado.
—Es la espalda —le informó en voz baja—. Lo ha alcanzado un azote de fuerza. No siente las piernas. Según los sanadores, las vías que conducen a esas partes del cuerpo han quedado seccionadas. Vivirá durante un tiempo, dolorido, hasta que esas partes mueran y envenenen el resto de su organismo.
Ella asintió. La rotura de espalda era una herida terrible. Los sanadores tenían razón, aunque todo dependía de dónde estaba la fractura y de si el paciente recibía cuidados constantes y específicos. Algunos, los más afortunados, vivían algunos años.
Sin embargo, aunque Refan tuviera tanta suerte, no podría cabalgar ni, seguramente, viajar en carro. Los bandazos agravarían su lesión. Si se quedaba allí, los sachakanos lo matarían. Tessia miró a lord Dakon.
—¿Por qué me habéis hecho venir a mí?
Él esbozó una sonrisa.
—Ha sido idea de Jayan. Dice que has encontrado la manera de utilizar la magia para acabar con el dolor.
—Ah. —Se fijó en los magos y en los sanadores. Sus expresiones eran sobre todo de curiosidad. Algunos parecían escépticos—. No puedo prometer nada, pero siempre vale la pena intentarlo.
Se acercó a Refan, se arrodilló junto a él y posó la mano en un lado de su cuello. Tenía la piel caliente. Ella cerró los ojos y por un momento pugnó por olvidar que todas las miradas estaban puestas en ella.
«Concéntrate. Dirige la vista hacia dentro. Hacia el interior». La conciencia del cuerpo de Refan apareció en su mente. Ella exploró con cuidado bajo la piel, dejándose guiar por las señales y los ritmos. Al extender su conciencia por la columna vertebral del muchacho, encontró el origen de la alarma del cuerpo.
Los huesos estaban desalineados. Las zonas hinchadas que tenían alrededor irradiaban calor y dolor. En cuanto fue consciente de ese dolor, esta sensación embargó sus sentidos. Notó que se ponía rígida, como los músculos de Refan, tensos a causa de aquel tormento, y sintió la misma necesidad de poner fin a ese dolor que debía de sentir él. Sin embargo, la necesidad de Tessia no estaba teñida de desesperación. Podía hacer algo para remediarlo. Cuando encontró el punto preciso, esforzó su voluntad y apretó.
El dolor desapareció.
Aliviada, ella hizo una pausa para descansar y recuperar la conciencia de sí misma. Entonces comprendió algo acerca de la lesión. Las zonas inflamadas estaban actuando como obstrucciones. Estaban constriñendo la cuerda que unía entre sí los huesos, así como algunas de las vías que partían de ella.
Entonces cayó en la cuenta de que ninguna de esas vías había sido seccionada. Luego, al examinar con más detenimiento los huesos, descubrió que ninguno de ellos estaba roto o astillado.
«El golpe no debe de haber sido muy fuerte, o lo ha tocado oblicuamente. Los azotes de fuerza por lo general causan estragos mucho peores. Aun así, si los sachakanos hubieran querido prolongar su agonía, no habrían podido elegir una mejor manera de inmovilizarlo y torturarlo. En cuanto al dolor…».
De pronto, se percató de que el dolor reaparecía. Devolvió su atención a la vía que había oprimido y vio que estaba recuperándose.
«Está sanando».
Tessia se maravilló por unos instantes de los esfuerzos inútiles pero insistentes que su organismo estaba haciendo para intentar curarse. Entonces notó un picor en la piel. «Nunca había sentido cosa parecida. Jamás había visto un cuerpo sanar tan rápidamente que yo pudiera percibirlo». Llena de curiosidad, se fijó más atentamente, intentando entender el mecanismo que impulsaba aquella sanación anormalmente rápida.
Entonces captó magia.
El significado de esto le vino bruscamente a la cabeza. Dakon le había dicho que los magos eran más resistentes que las personas con un poder latente escaso o nulo. Incluso aquellos que tenían dotes mágicas pero nunca habían aprendido magia tendían a sanar más deprisa y a enfermar con menos facilidad. Así pues, tenía sentido suponer que la magia era la razón, literalmente.
«¿Soy la primera persona que ha presenciado este proceso?», se preguntó.
Por desgracia, estaba minando sus esfuerzos. El dolor de la lesión se reavivaba conforme la vía oprimida se recuperaba, y cuando Tessia se concentró en la lesión en sí, vio que la sanación acelerada no iba a completarse. Los huesos se quedarían en la posición en que estaban como consecuencia del golpe. Refan no volvería a caminar, e incluso era posible que sus órganos internos no funcionaran correctamente.
«Pero eso puedo arreglarlo», advirtió ella.
Respiró hondo y siguió mentalmente todos los pasos de la intervención. Primero debía oprimir de nuevo la vía del dolor. Luego tendría que expulsar con delicadeza el exceso de humedad de las zonas hinchadas. Por último, cuando dispusiera de suficiente espacio, debía empujar los huesos lenta y cuidadosamente hasta recolocarlos en su posición original. Entonces todos los tejidos que los interconectaban volverían a su sitio por sí solos.
Después de repasar el proceso mentalmente unas cuantas veces y decidir qué debía mover primero, acometió el trabajo.
Fue una intervención lenta. Mientras oprimía, apretaba y empujaba, se preguntó en qué estaban pensando los magos y sanadores que la observaban. ¿Les parecía que estaba tardando demasiado en realizar una tarea tan sencilla como la de bloquear el dolor? ¿Alcanzaban a apreciar alguno de los cambios que ella estaba haciendo? ¿O se habían aburrido y se habían marchado? Después de todo, la muy esperada cena de altas horas de la noche que todos ansiaban comer ya debía de estar preparada.
Por fin, todo volvía a estar en su lugar. Tessia reparó en que el cuerpo de Refan ahora estaba utilizando la magia para sanarlo de maneras mucho más eficaces. «Sobrevivirá —comprendió—. Tal vez ni siquiera quede lisiado. —Una oleada de orgullo la recorrió, pero ella lo reprimió de inmediato—. Todavía es posible que esto no salga bien. Es la primera vez que lo hago, tal vez la primera vez que alguien lo hace, y no puedo estar segura del resultado. Además, tardará días o semanas en sanar del todo, y representará una carga para el ejército».
Después de efectuar una última comprobación y de oprimir una vez más la vía del dolor para retrasar lo que sería una reagravación desagradable a pesar de todos sus esfuerzos, atrajo su conciencia de nuevo hacia su interior y abrió los párpados.
Al echar un vistazo en torno a sí, vio que todos los magos continuaban allí, al igual que los sanadores. La miraban fijamente, algunos con una expresión de desconcierto. Entonces Refan soltó un gruñido, y toda la atención se centró de nuevo en él.
—¿Qué… qué ha pasado? —preguntó—. Ya no me duele…, pero sigo sin sentir las piernas.
—Pronto las sentirás —le aseguró Tessia—, y no te va a gustar. —Alzó la vista hacia lord Dakon—. No tenía la espalda rota, pero se le había movido todo de su sitio, y las vías estaban aplastadas.
Él sonrió, con los ojos brillantes.
—¿Se pondrá bien?
—Si dispone de tiempo suficiente, sí. —Hizo una mueca—. Si se le da el tiempo que necesita, incluso volverá a andar.
La expresión de Dakon se tornó sombría, y sus ojos se posaron en lord Werrin. El mago del rey frunció el entrecejo y asintió.
—Veré qué puedo hacer.
Como si esto fuera una señal, los presentes empezaron a marcharse. Tessia indicó a unos criados que se acercaran y les dio instrucciones para que consiguieran una tabla alargada, sobre la que tender a Refan, todavía boca abajo y sin doblarle demasiado la espalda, para transportarlo a un lugar que no estuviera a la intemperie. Mientras los criados se alejaban a toda prisa, Dakon y Jayan se dirigieron hacia Tessia.
—Has hecho un buen trabajo. Estoy muy impresionado —comentó Dakon.
—Gracias. —Notó que le ardían las mejillas y ahuyentó otra oleada de orgullo.
Dakon miró a Jayan.
—Esta noche mis dos aprendices me han hecho sentir orgulloso de ser su maestro —dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Tessia advirtió que Jayan no parecía muy convencido—. Los dos sois demasiado inteligentes para un humilde mago de campo como yo.
Ella protestó y oyó que Jayan hacía lo mismo.
—Pero si es verdad —insistió Dakon—. Por eso he decidido que, en cuanto tenga la oportunidad, enseñaré magia superior a Jayan y lo dejaré libre para que vea mundo y sea su propio maestro.
Tessia ahogó una carcajada ante la expresión boquiabierta de Jayan. «No me equivocaba. Es obvio que no me creyó».
De pronto la asaltó una sensación inesperada de tristeza. «Creo que incluso voy a echarlo de menos. —Arrugó la nariz—. Bueno, durante unas horas. Entonces me percataré de que nadie me ha dicho ninguna impertinencia desde hace un rato y caeré en la cuenta de lo contenta que estoy por haberme librado de él».