24
Mientras se trenzaba de nuevo el cabello recién peinado, Tessia se percató de que las voces de los magos y aprendices en el exterior de la tienda de campaña habían pasado de murmurar algún que otro comentario a confundirse en una discusión enconada. Después de atarse la trenza, salió a gatas de la tienda y se puso de pie.
El sol de la mañana se filtraba por entre el follaje del bosque, proyectando sombras rayadas sobre el pequeño trozo de tierra abandonado en el que habían acampado. Un puñado de magos se había reunido entre las tiendas, con los aprendices revoloteando cerca. Los rostros de todos reflejaban preocupación o enojo. Al ver a Jayan, se encaminó hacia él.
—¿Qué está pasando?
—Lord Sudin se ha marchado, llevándose a Aken consigo.
—¿Alguien sabe por qué?
—No, pero lord Hakkin ha reconocido que anoche estuvo discutiendo con lord Sudin estrategias para empujar a los sachakanos a revelar su posición, o la posibilidad de salir a reconocer el terreno ellos mismos. Cree que tal vez Sudin haya ido a poner a prueba una de sus propias ideas.
—Nos estamos acercando al señorío de Sudin —agregó Mikken, situándose al otro lado de Tessia.
Cuando esta se volvió para mirarlo, él le dedicó una sonrisa fugaz. Ella no pudo evitar reparar, y no por primera vez, en que era bastante apuesto. «Y simpático también —añadió—. Algo descarado delante de los otros aprendices, pero nunca con mala fe».
—¿Cuándo se ha marchado? —le preguntó.
—No estamos seguros, pero probablemente no hace mucho —respondió Jayan.
Cuando Tessia posó la vista en él, advirtió que tenía el ceño fruncido. Supuso que lo irritaba que un mago desobedeciera de forma tan insensata a lord Werrin. Al ver que ella lo observaba, adoptó rápidamente una expresión neutra.
El pequeño grupo de magos se disolvió.
—Levantad el campamento —ordenó Werrin—. Y daos prisa.
De inmediato, el lugar se convirtió en un hervidero de actividad y ruido mientras todos se afanaban por desmantelar las tiendas y meter sus pertenencias en las alforjas de los caballos de carga. Cuando todos estuvieron listos y montados en sus cabalgaduras, el grupo se alejó siguiendo a un explorador que no despegaba los ojos del suelo. Los magos y los aprendices iban unos pasos por detrás de él, con Werrin a la cabeza. Los criados, nerviosos, cerraban la marcha, pero Werrin se resistía a separar a los magos para mantener a los sirvientes protegidos entre ellos, sobre todo porque el terreno los obligaba con frecuencia a avanzar en fila de a uno, y un grupo de criados en el medio estaría en una posición tan vulnerable si se producía un ataque sorpresa como un grupo situado al final.
Tessia oyó que a Jayan le hacían ruido las tripas y sonrió con tristeza. Dudaba que fueran a comer pronto. Al menos de ese modo sus reservas de comida durarían un poco más. Las provisiones frescas que lord Hakkin y los otros recién llegados habían traído consigo se habían acabado al cabo de solo cinco días, y puesto que ahora había más bocas que alimentar y gran parte de la zona había sido saqueada por los sachakanos, a los magos les costaba cada vez más reunir comida suficiente para las personas y los caballos. Werrin había enviado un explorador al sur para que solicitara que se organizaran envíos regulares de provisiones. Dakon había expresado a Tessia y Jayan su temor de que, si no los preparaban con cuidado y no iban custodiados por magos, esos envíos acabarían alimentando a los sachakanos.
El estado de ánimo del grupo había cambiado con la llegada de las nuevas incorporaciones. Los debates entre magos se habían vuelto más acalorados. Aunque Dakon no había divulgado la naturaleza de los desacuerdos, tras observarlos con atención Tessia había llegado a la conclusión de que estaba librándose una especie de batalla entre Hakkin y Narvelan, y los demás magos habían tomado partido o estaban indecisos.
Fuera cual fuese el conflicto, a ella no le sorprendió enterarse de que tal vez había provocado que Sudin dejara el grupo. «¿Se ha ido para volver a casa, o planea lanzar una ofensiva de algún tipo contra los sachakanos? La opción más lógica es la primera, pues sería una locura que se enfrentara él solo al enemigo». Pero pronto quedó patente que las pisadas de los caballos de Sudin y Aken no se dirigían hacia el sur, sino hacia el nordeste, de modo que se alejaban de la ciudad.
Sin embargo, tal vez no era un enfrentamiento lo que Sudin buscaba. Quizá había decidido reconocer la zona por sí mismo, llegar hasta el paso fronterizo, del que no había vuelto un solo explorador. O tal vez pretendía localizar un punto elevado desde donde pudiera avistar a los sachakanos, para guiar hasta ellos al resto del grupo mediante instrucciones mentales. Sería peligroso, pues los sachakanos podrían recibir las mismas comunicaciones y enviar a alguien a detenerlo.
La montura de Jayan se situó al lado de la de Tessia. Ella lo miró por unos instantes, preguntándose qué estaba pensando. Tenía el entrecejo arrugado. ¿Había deducido qué se traía Sudin entre manos? No podía preguntárselo. No debían hablar durante los desplazamientos, a menos que fuera estrictamente necesario.
Al dirigir la vista al frente, advirtió que estaban entrando en una cañada angosta, y los caballos, una vez más, tuvieron que formar una fila. Se había establecido una nueva jerarquía para incluir a los recién llegados, y Tessia sonrió con ironía cuando vio que algunos magos titubeaban o apretaban el paso para abrirse paso entre los demás y ocupar su lugar en un orden que solo ellos entendían.
Las paredes del valle se encontraban cada vez más cerca una de otra, y a Tessia su proximidad le resultaba opresiva. Comprobó el estado de su escudo para cerciorarse de que fuera lo bastante fuerte. Pasaban los minutos, y el camino ascendía sin cesar. Subían y subían por un terreno cada vez más empinado, hasta que ella empezó a temer que tuvieran que descabalgar y conducir a los caballos a pie.
Finalmente, la parte de la hilera de jinetes que ella alcanzaba a ver ante sí comenzó a acortarse a medida que los que iban en cabeza llegaban a una especie de cumbre y desaparecían tras ella. Cuando su caballo coronó aquella cima, Tessia suspiró aliviada. Ahora avanzaban por una cresta. Entre los espaciados árboles que allí crecían, ella alcanzó a ver la ladera de unas montañas más altas. Cayó en la cuenta de que seguramente ellos resultaban igual de visibles bajo aquella cubierta tan rala.
¡Lord Werrin!
Tessia dio un respingo. Era la voz mental de Sudin, y su tono dejaba traslucir su pánico. Al mirar alrededor, ella vio que magos y aprendices volvían la cabeza en una y otra dirección, recorriendo el bosque con la mirada como si hubieran percibido la llamada con los oídos y no con la mente.
¿Lord Sudin?, respondió Werrin. ¿Dónde est…?
¡Demasiado tarde! Estamos…
Siguió un silencio.
¡Socorro! ¡Socorroooo!
Tessia se estremeció al oír en su mente la voz de Aken y el eco de su espanto. Sin darse cuenta clavó los ojos en Jayan, que le devolvió la mirada, horrorizado.
Hemos enfilado el sendero que va al nordeste, dijo Sudin atropelladamente. Hemos cruzado la cresta y nos hemos dirigido a la izquierda hasta… hasta… un… valle. Dos… sacha…
A través del bosque les llegó un grito débil y apagado. Tessia tardó un instante en percatarse de que lo habían captado sus oídos, y no su mente. Algo apareció fugazmente ante el ojo de su mente. Una impresión. De sangre. Mucha sangre.
—¡A la izquierda! —exclamó Werrin. El explorador ya estaba retrocediendo a toda prisa a lo largo de la columna, con el semblante rígido de vergüenza. Werrin espoleó a su caballo para seguirlo. Al cabo de un momento se detuvo y gritó—: Que vengan cuatro conmigo. Los demás quedaos.
Los demás eran cinco magos y sus aprendices respectivos. Tessia sintió una mezcla de decepción y alivio cuando vio que Dakon salía del camino, lo que significaba que tanto ella como Jayan debían apartarse también. Narvelan, Hakkin, Prinan y Ardalen, con sus aprendices, siguieron velozmente a Werrin.
«Quiero ayudar —pensó—. Pero ¿y si se trata de una trampa?».
El golpeteo de los cascos de los caballos no tardó en perderse en la distancia. Los demás permanecieron inmóviles y callados durante un largo rato. Entonces Dakon recorrió la fila y, al advertir que los criados seguían en el camino empinado, los hizo subir a la cima para que esperaran junto a los magos que quedaban.
Aunque la espera no fue muy larga, resultó interminable, tensa, cargada de miedo. Cada sonido procedente del bosque los sobresaltaba o los hacía escrutar los árboles, aterrados. Cada mirada estaba preñada de preguntas mudas. Tessia cayó en la cuenta de que ya no tenía hambre. De hecho, se sentía un poco mareada. Comprobó su escudo de nuevo.
Cuando oyó el sonido de pisadas de caballos que se acercaban, Tessia contuvo el aliento. Dakon se dirigió a su encuentro. Jayan espoleó a su montura tras él, y Tessia aguijó con suavidad a la suya. Con el corazón desbocado, dirigió la vista camino abajo.
En ese momento divisó a Narvelan y exhaló un suspiro de alivio. Sin embargo, al estudiar su rostro, el estómago se le contrajo. El joven mago estaba pálido y muy serio. Cuando apareció Werrin, su expresión de furia la asustó. A continuación llegó Hakkin, con la cabeza gacha y el semblante demudado y sombrío.
Narvelan alzó la mirada hacia los que aguardaban.
—Están muertos —les informó.
Durante un largo rato, nadie dijo una palabra. No se oía otro sonido que el que hacían los caballos al reincorporarse al grupo.
—¿Los dos? —preguntó alguien, con un hilillo de voz. Al volverse, Tessia vio que era Leoran quien había hablado.
—Sí —respondió Werrin.
—Entonces, ¿los habéis enterrado? —inquirió Bolvin.
Werrin y Narvelan se miraron.
—Sí.
Tessia sintió que un escalofrío le bajaba por la espalda. Intuía que eso no había sido todo. La mirada que habían intercambiado los dos magos parecía indicar que había ocurrido algo muy grave, algo que consideraban que más valía no mencionar. Contempló a los otros magos y a sus aprendices. Lord Ardalen parecía enfermo. Había angustia en los ojos de lord Prinan, pero la posición de su mandíbula reflejaba determinación. Los aprendices… estaban pálidos y tenían los ojos desorbitados. Miraban hacia atrás una y otra vez. Mikken posó la vista en ella antes de bajarla al suelo.
—Esto cambia las cosas —dijo Werrin, dirigiéndose a todos—. Han matado a un mago kyraliano. Incluso según el criterio de ellos, una represalia estaría justificada. Debemos acampar, discutir nuestro siguiente paso e informar al rey de la muerte de lord Sudin. Y del aprendiz Aken. —Sacudió la cabeza.
—Debo asumir la responsabilidad de lo ocurrido —dijo lord Hakkin—. Yo animé a Sudin a plantearse la acción que ha emprendido hoy. Ahora me doy cuenta de que no vale la pena correr esos riesgos. Nadie debería volver a correrlos nunca. Yo… lo siento. —Inclinó la cabeza.
—Hasta ahora solo intentábamos adivinar el grado de peligro al que nos enfrentamos y hacíamos equilibrios entre la prudencia y el coraje —dijo Narvelan—, pero hemos descubierto la verdad, y ha sido una lección dura y amarga para todos. Tanto magos como aprendices sabemos qué nos jugamos.
—He estado pensando en ello —dijo lord Bolvin—. Puesto que los aprendices están expuestos a los mismos riesgos que nosotros, ¿deberíamos incluirlos en las conversaciones? Tal vez no tengan la experiencia necesaria para hacer propuestas u ofrecer información valiosa, pero merecen saber contra qué están luchando y de qué manera.
Para sorpresa de Tessia, todos los magos asintieron.
—Entonces alejémonos de aquí y volvamos a un lugar menos descubierto y más resguardado —dijo Ardalen.
Sin más palabras, los magos guiaron al grupo de regreso al valle.
Jayan pensaba que había ciertas verdades que uno no necesitaba saber pero tenía que saber. Lo único que él necesitaba saber era que lord Sudin y Aken habían muerto a manos de los sachakanos. Sin embargo, algo en su interior deseaba conocer los detalles, saber exactamente el grado de sadismo que los sachakanos podían alcanzar. Tal vez esa parte de él necesitaba los pormenores para confirmar que lo que había oído era verdad y no un invento para incitar a todo el grupo a colaborar, o para justificar una voluntad de matar a los invasores.
O simplemente le costaba creer que nunca volvería a hablar con Aken ni a tomarle el pelo. Ni a jugar al Kyrima contra él. El joven al que apenas había llegado a conocer jamás sería un mago superior con poder y autoridad. Nunca tendría un aprendiz propio.
Así pues, cuando se le presentó la primera oportunidad, mientras montaban el campamento, se acercó disimuladamente a Mikken y se lo preguntó.
El joven miró a Jayan con incredulidad y después con irritación, pero al final adoptó una expresión pensativa y asintió, en señal de comprensión.
—Estaban hechos pedazos —dijo, y a continuación describió lo que debía de ser el resultado de una sesión de tortura planeada y minuciosa.
A partir de entonces, cada vez que Jayan pensaba en lo que le había contado Mikken, sentía un frío que le calaba hasta los huesos. Cayó en la cuenta de que, durante gran parte de su vida, había imaginado que los magos sachakanos no eran muy distintos de los kyralianos. Tenían esclavos en vez de plebeyos a los que imponerse. Vivían de sus tierras y del comercio, al igual que los lords de Kyralia.
Había supuesto que los invasores no eran más que jóvenes aburridos y con ambiciones desmedidas, como muchos de los jóvenes kyralianos, aunque ninguno de ellos ambicionaba conquistar otro país. Pero ahora Jayan había comprendido que estaba equivocado. Sabía que eran unos salvajes. Ningún joven kyraliano ambicioso habría matado a nadie con aquella crueldad deliberada y gratuita, a menos que quisiera vengar un acto verdaderamente atroz. E incluso en ese caso… Jayan tenía que reconocer que si algún conocido suyo hubiera demostrado ser capaz de cometer una brutalidad semejante, él lo habría mirado con repugnancia y recelo en adelante.
Lo que los sachakanos les habían hecho a Sudin y Aken requería planificación. Y práctica. Esto es lo que más enfurecía y asustaba a Jayan.
—No se lo digas a Tessia —pidió Mikken.
Aunque Jayan agradecía a Mikken que tuviera en consideración la tranquilidad de Tessia, no pensaba ocultarle nada solo porque aquel joven se sintiera atraído por ella. Además, Tessia, como ayudante de sanador, había presenciado muchas escenas truculentas. Cuando el campamento estuvo montado y Tessia se acercó a Jayan para saber qué había averiguado, él se planteó la posibilidad de contárselo todo, pero de inmediato decidió no hacerlo. Ella empezaría a preguntarse si les habrían hecho cosas parecidas a los habitantes de Mandryn o a sus padres. Además, ella era más confiada que él. Seguramente no se le ocurriría siquiera dudar que le hubieran contado toda la verdad.
Así que obvió los detalles y se limitó a explicar que habían matado primero a Aken y que habían dejado los cadáveres en un estado concebido para horrorizar y asustar a quien los encontrara. Luego los magos convocaron a todos a su reunión, con lo que salvaron a Jayan de tener que responder a más preguntas.
La decisión de dejar que los aprendices participaran en la reunión había sorprendido a Jayan, que ahora sintió una punzada de emoción. Los magos se sentaron en un círculo amplio, y sus aprendices se acomodaron junto a ellos. Los sonidos del bosque que los rodeaba se apagaron cuando Werrin erigió un escudo para evitar que alguien ajeno al grupo pudiera oír sus palabras. Jayan dirigió la vista al otro lado, donde los exploradores y los criados montaban guardia, sujetando faroles con los que debían hacerles señas si veían u oían algo sospechoso.
Jayan miró a Dakon, que le sonrió con complicidad.
—No digas nada a menos que te inviten a hablar —murmuró.
Jayan asintió, conteniendo su irritación momentánea. Normalmente tenía ocasión de hablar con su maestro antes de que los magos se reunieran. Dakon siempre le preguntaba si tenía algo que proponer o comentar. Sin embargo, aquel día no había habido tiempo para ello.
Lord Werrin empezó por repasar los sucesos del día, omitiendo los detalles más siniestros, como había hecho Jayan al hablar con Tessia. Lord Hakkin admitió de nuevo su parte de culpa por alentar a lord Sudin a marcharse solo, y después todos intentaron en vano adivinar cuáles eran las intenciones del mago.
Una vez discutidas las razones y consecuencias posibles, Werrin suspiró y enderezó la espalda.
—La muerte de Sudin cambia muchas cosas. Han matado a un mago. Esto nos deja las manos libres para considerar estrategias que puedan resultar en la muerte de algunos sachakanos. Pero primero debemos consultar al rey.
—No irá a prohibirnos que los matemos, después de lo ocurrido —dijo Prinan.
—Lo dudo, pero seguirá esperando de nosotros cierto grado de comedimiento —repuso Werrin—. Todo sachakano que matemos tendrá una familia que tal vez se sentirá obligada a buscar venganza o una compensación, con independencia de si la ejecución está justificada o no. Cuantos más sachakanos matemos, más familias sachakanas se verán empujadas a lanzar un contraataque conjunto. Si se unen… esto podría degenerar en una guerra.
—Pero no podemos cruzarnos de brazos por miedo a la guerra y dejar que los invasores maten y saqueen a su antojo —protestó lord Ardalen.
—Si la alternativa está entre acabar sometidos de nuevo por esa gente o entrar en guerra, escojo la guerra con los ojos cerrados —aseveró lord Bolvin.
—Pero ¿tendríamos posibilidades de ganar? —preguntó Narvelan.
Los magos se miraron con el entrecejo fruncido. A Jayan se le encogió el corazón. «No están seguros. —Se estremeció—. Nosotros contra el poder del Imperio sachakano. ¿Tiene Kyralia la menor esperanza de seguir existiendo dentro de unos pocos años?».
—¿Nos ayudarían los elyneos? —inquirió Prinan.
Hakkin hizo una mueca.
—No querrían convertirse en un objetivo.
—Pero se les podría hacer entender que si Sachaka conquistara Kyralia, después le tocaría el turno a Elyne —dijo el mago Genfel—, y que si Sachaka tuviera que luchar contra ambos países, sería más probable que saliese derrotada.
—Lo mejor sería no llegar al extremo de tener que pedírselo —señaló Bolvin—. Debemos detener esta invasión cuanto antes. Expulsar a los sachakanos. Dejarles claro que no les será fácil subyugarnos otra vez. Cuando lo hagamos, podemos intentar no matar a demasiados, pero es más importante poner de manifiesto que no toleraremos más incursiones. Ni asesinatos.
Los demás asintieron, y Jayan sintió la misma determinación que reflejaban todos los rostros.
—No obstante —dijo Genfel—, si esperamos demasiado a pedir ayuda, esta quizá no llegue a tiempo. Alguien tiene que arrancarles al menos la promesa de que nos ayudarán. —Hizo una pausa—. Tengo amigos en otros países que tal vez podrían persuadir a los magos de su localidad para que se unieran a nosotros si no consiguiéramos echar a los invasores por nuestros propios medios.
—Si Takado descubre que otros países están dispuestos a apoyarnos, tal vez cambie de planes —dijo Narvelan, meditabundo— y quizá otros sachakanos decidan no unirse a él.
Werrin miró a Genfel.
—Necesitaréis la aprobación del rey.
Genfel se encogió de hombros.
—Naturalmente.
—¿Puedo decir algo? —Hakkin posó la vista en Werrin, que asintió con aire divertido. Luego se volvió hacia los otros magos—. Perseguir a los sachakanos con un grupo tan reducido es ridículo. Necesitamos más magos, y los necesitamos ya. Si contáramos con efectivos suficientes, podríamos abrirnos en abanico y barrerlos como la basura inmunda que son.
—Con todo respeto, lord Hakkin —terció Dakon, en lo que Jayan advirtió que era su primera intervención—, la zona de la que habláis es extensa y montañosa. Necesitaríamos más magos de los que hay en Kyralia para desplegarnos por todo el territorio como vos sugerís, e incluso si lo hiciéramos, estaríamos tan dispersos que a los sachakanos no les costaría el menor esfuerzo penetrar en nuestras defensas.
Hakkin contempló a Dakon, pensativo, y para sorpresa de Jayan, movió la cabeza afirmativamente.
—Tenéis razón, desde luego. No estoy lo bastante familiarizado con esta región de Kyralia, y apenas empiezo a entender las dificultades que trae consigo moverse en esta clase de terreno.
—Como propusisteis antes, lord Hakkin, deberíamos recuperar el control del paso fronterizo —dijo Narvelan.
«¿Hakkin reconociendo su ignorancia? ¿Narvelan apoyando a Hakkin? —Jayan reprimió una sonrisa irónica—. Ojalá no hubiera hecho falta la muerte horrible de un mago y su aprendiz para que estos hombres se avinieran a colaborar entre sí».
—Estoy de acuerdo —dijo Werrin—. Sospecho que el plan de los sachakanos se basa en gran parte en que la noticia de su presencia continuada aquí, y ahora la muerte de uno de los nuestros, anime a sus compatriotas a unirse a ellos. Debemos dificultar al máximo la difusión de esas noticias. Pero controlar el paso tiene que ser una misión aparte de la nuestra.
—Entonces me ofrezco voluntario para reunir las fuerzas necesarias —dijo lord Ardalen—, así como para conducirlas hasta allí y mantener la posición en la medida de lo posible.
Varias cejas se arquearon, pero a continuación todos asintieron. Werrin sonrió.
—Como siempre, tendremos que pedir al rey su aprobación, pero le recomendaré también que no dude en otorgarle la responsabilidad a alguien tan competente como vos.
Ardalen se sonrojó.
—Gracias —dijo con un mohín—. Creo.
—Enviaré a un mensajero al sur. Deberíamos recibir respuesta dentro de cuatro o cinco días. Le sugeriré que responda por medio de la comunicación mental, empleando palabras en clave para indicar su conformidad o su desaprobación, como propuso lord Olleran hace unos días.
—Si bloqueamos el acceso al paso fronterizo —dijo Prinan en voz baja—, supongo que los sachakanos decididos a entrar en Kyralia intentarán hacerlo por el nuevo paso que está en el señorío de mi padre. Habría que avisarlo y… y tomar medidas para evitar el acceso por allí.
—Sí —convino Werrin—. Seguramente tenéis razón. —Hizo una pausa y frunció el ceño, en un gesto reflexivo—. También se lo propondré al rey. —Recorrió al grupo con la mirada—. No nos vendría mal que alguien que haya presenciado el crimen de hoy con sus propios ojos hable de ello a quienes aún no son conscientes de la situación en la que nos encontramos ni del futuro que nos espera si perdemos.
—Mientras tanto, somos demasiado pocos y demasiado débiles —dijo Bolvin—. ¿Existe alguna manera más eficiente de fortalecernos?
—No podemos acelerar o incrementar el ritmo al que acumulamos la magia —dijo Narvelan, extendiendo las manos—. Aunque nos estuviera permitido absorber energía de los plebeyos, la mayoría de los que vivían en esta zona han huido o están muertos.
—El rey no puede autorizarnos el uso de la energía de los plebeyos, por muy voluntariamente que nos la ofrezcan, mientras no estemos en guerra oficialmente —declaró Werrin—. Pero… sé que ha estado planteándose la posibilidad de hacer excepciones en algunos casos.
—No solo está la fuerza; también son importantes los conocimientos y la destreza —dijo Dakon—. Por el momento, podemos pulir nuestras habilidades y desarrollar nuestras capacidades, si estamos dispuestos a compartir lo que sabemos y a ejercitarnos en trabajar juntos.
—Pero de ese modo gastaríamos magia que podríamos necesitar para enfrentarnos al enemigo —objetó Werrin.
—No hace falta que utilicemos azotes de máxima potencia —dijo Dakon—, solo rayos de luz. Además, sería bastante más seguro. En cuanto a otras aplicaciones mágicas…, estoy seguro de que se nos ocurrirán formas de enseñarnos y hacernos demostraciones mutuamente sin reducir demasiado nuestras reservas.
Werrin miró a los otros magos.
—¿Qué opináis?
Unos se encogieron de hombros, otros asintieron.
—Creo que no tengo nada nuevo que añadir —dijo Prinan con sarcasmo—. No guardo grandes secretos de magia.
—Tal vez yo tenga algo que ofrecer —dijo Ardalen con una sonrisa cómplice—. Un pequeño truco que mi maestro me enseñó y que podría resultar útil. Lo compartiré gustosamente con vosotros si con ello ayudo a proteger Kyralia.
—Creo que ese debe ser el criterio con que debemos valorar cualquier conocimiento mágico que poseamos —afirmó Werrin—. Los secretos quizá se pierdan para siempre si salimos derrotados. Y tened por seguro que ningún señor sachakano pagará a un solo mago kyraliano por su talento excepcional…, si sobrevivimos a la conquista.
—Dudo que sobreviva un solo mago kyraliano si los sachakanos se adueñan del país —murmuró Narvelan con expresión sombría.
Se impuso un largo silencio, y Werrin paseó de nuevo la vista por el círculo, esta vez mirando a los aprendices a los ojos.
—Bien. ¿Tienen nuestros jóvenes protegidos alguna sugerencia o pregunta?
Los magos se volvieron hacia sus aprendices, que negaron con la cabeza o se encogieron de hombros. Jayan se mordió el labio. Advirtió que Dakon lo miraba, con una ceja enarcada de forma inquisitiva. Cuando Werrin abrió la boca para dar por finalizada la reunión, Jayan carraspeó.
—Yo tengo una sugerencia —anunció.
Todos los ojos se posaron en él, provocándole un nerviosismo repentino que tuvo que dejar a un lado.
—¿Sí, aprendiz Jayan? —dijo Werrin.
—Sé que esta propuesta se ha discutido en otras ocasiones y ha sido rechazada —empezó Jayan, eligiendo cada palabra con cuidado. Miró a Tessia para atraer brevemente la atención de los demás hacia ella—. La aprendiz Tessia y yo apenas hemos recibido clases de nuestro maestro desde que salimos de Imardin. Para mí esto no supone una pérdida tan grande, pues llevo muchos años de entrenamiento sobre mis espaldas. En cambio, Tessia, al igual que muchos de los aprendices aquí presentes, prácticamente no han recibido adiestramiento; en todo caso una instrucción muy básica para defenderse. —Hizo una pausa para tomar aliento—. ¿Podríamos empezar a entrenarnos unos a otros?
Werrin ya había arrugado el entrecejo en señal de desaprobación, anticipándose a la petición de Jayan. Miró a sus compañeros magos, a la mayoría de los cuales la idea parecía convencerles tan poco como a él.
—¿Puedo hacer una propuesta distinta? —preguntó Dakon.
Jayan dirigió la mirada a su maestro, sorprendido y considerablemente decepcionado. Esperaba que él le ofreciera su apoyo, no una alternativa.
—Estoy seguro de que todos somos conscientes de cuán desafortunado es que tengamos que descuidar el entrenamiento que estamos obligados a dar a nuestros aprendices a cambio de energía —dijo Dakon.
—Una energía que ellos no deberían gastar inútilmente —intervino Ardalen.
—Cierto —convino Dakon—. No deberían tener que protegerse a menos que se encontraran en una situación inusual o desesperada. En ese caso, más valdría tener un aprendiz debilitado que uno muerto, ¿no os parece?
Ardalen asintió, alzando los hombros.
—Sin embargo, los aprendices no instruyen a los aprendices —prosiguió Dakon—. Es una regla que data de tiempos inmemoriales. No nos sobra tiempo para dedicar a la enseñanza, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo les llevaría a siete magos impartir la misma lección a siete aprendices? ¿El mismo que le llevaría a un solo mago impartir la lección a siete aprendices? Creo que no. —Sonrió—. Si nos ponemos de acuerdo respecto a lo que hay que enseñar, ¿qué problema habría en que uno de nosotros adiestrara a un grupo de aprendices, compartiendo tal vez esta responsabilidad con otros magos que se turnarían para dar clases en función de las circunstancias?
Por un momento, ninguno de los magos habló. Abstraídos en sus pensamientos, desplazaron la mirada a lo largo del círculo para clavarla finalmente en Werrin.
—Es una propuesta que tal vez debamos tener en consideración —empezó a decir.
—No —lo interrumpió Hakkin—. Creo que podemos tomar una decisión al respecto ahora mismo. Estoy a favor de estas clases, siempre y cuando no nos roben tiempo ni energía necesarios para tareas más urgentes e importantes, y lleguemos a un consenso respecto a su contenido. Creo que nos levantarían el ánimo. Como mínimo nos darían la sensación de estar consiguiendo algo.
—Muy bien. —Werrin miró a los magos, uno tras otro—. ¿Alguien tiene alguna objeción?
Nadie respondió. Jayan sintió que su corazón entonaba una especie de canto triunfal. Esta decisión no era la que él esperaba. Era mejor, ya que temía que, por ser el aprendiz con más experiencia, le correspondiera impartir casi todas las lecciones si los magos aceptaban su propuesta.
—Entonces iniciaremos clases en grupo —decidió Werrin—. Antes de discutir los asuntos que se tratarán en dichas clases y seleccionar a los profesores, ocupémonos del asunto de la comida. Si no me equivoco, la cena está lista.
Al seguir la dirección de la mirada de Werrin, Jayan vio que algunos de los criados removían el contenido de tres grandes calderos colocados sobre una piedra lisa que uno de los magos había calentado con magia para no encender una hoguera que desprendiera humo.
«Otra vez sopa —pensó Jayan, soltando un quejido suave—. No sería tan terrible si los ingredientes no fueran principalmente verduras resecas y algún que otro trozo de carne correosa con demasiada sal».
Sin embargo, dudaba que nadie fuera a quejarse. Y sabía que él tendría demasiada hambre para que le importara.