15
El carruaje de Dakon se detuvo frente al imponente edificio de piedra gris, hogar de la familia Drayn desde hacía cuatro siglos. Jayan suspiró e hizo un esfuerzo para levantarse de su asiento. Como ocurría siempre que visitaba la casa en que había pasado su infancia, lo asaltaban sentimientos encontrados al posar los ojos en ella. Le venían a la memoria recuerdos de los juegos infantiles que inventaba con su hermano, las bromas que gastaba a sus hermanas menores, el cariño y el olor de su madre, las celebraciones tanto formales como informales. Provocaban en él una añoranza teñida de afecto, seguida inevitablemente de un rencor profundo y el regusto que le habían dejado el miedo, el dolor y el resentimiento causados por los castigos que aún le parecían demasiado severos, la terrible sensación de pérdida y de estar perdido y solo tras la muerte de su madre, el amargo momento en que descubrió lo que significaba ser el segundón.
La magia le había ofrecido una vía de escape en más de un sentido. Lo había alejado de un hogar que se había tornado sofocante y humillante para él y le había proporcionado medios para independizarse de la fortuna familiar, en caso necesario.
«¿Fortuna? ¿O más bien caridad?».
A pesar de todo, no era tonto. No había roto todos los lazos con ellos. Quizá el carácter de su padre nunca se suavizaría, pero con la debilidad de los años se había convertido en un arma sin filo. La arrogancia de su hermano en su juventud también se había atenuado un poco con la madurez, quizá porque sabía que Jayan como mago no sería el hermano menor dependiente y sumiso que había confiado en manejar durante el resto de su vida, o quizá porque había descubierto que a otras personas —personas a quienes deseaba impresionar— les repelía su malicia.
El ujier hizo una reverencia y abrió la puerta. Después de entrar, Jayan paseó la vista por el recibidor. Nada había cambiado. Los mismos cuadros colgaban en las paredes. Los mismos marcos bordeaban las ventanas. Otro criado acudió a recibirlo y lo guio hacia el otro extremo de la casa. Jayan asimiló las imágenes y aspiró el olor de la familiaridad. Era como polvo rociado con perfume rancio.
Finalmente llegaron a una habitación pequeña amueblada con dos sillas viejas. Era la sala preferida de su padre, a la que solía retirarse «a pensar». Era un sitio vedado para los niños pequeños, donde se propinaban reprimendas y castigos a los niños mayores, y se impartían órdenes a los hijos adultos. Jayan comprendió el simbolismo que había detrás de la elección de aquella sala. Su padre albergaba la intención de imponerle su voluntad. Jayan tendría que andarse con cuidado.
Sin embargo, lord Karvelan, cabeza de la familia Drayn, estaba más encogido y arrugado de lo que Jayan recordaba, como si se hubiera ajado ligeramente desde la última vez que su hijo lo había visto, hacía un año. Aun así, la postura de sus hombros y su mirada penetrante aún rezumaban fuerza. Jayan sostuvo aquella mirada, sonrió cortésmente y esperó a que su padre hablara. Todo el mundo esperaba a que lord Karvelan hablara. Era su prerrogativa, y él exigía que se respetara.
—Bienvenido a casa, aprendiz Jayan —dijo Karvelan.
—Gracias, padre —respondió Jayan—. ¿Recibiste mi mensaje?
Karvelan asintió.
—Creo que nuestras misivas se cruzaron.
—Eso parece —respondió Jayan, sosteniendo en alto la severa citación que había recibido aquella mañana, no mucho después de haber enviado una nota para informar a su padre de su presencia en la ciudad y para preguntarle si debía visitarlo.
—Siéntate —dijo Karvelan, señalando la otra silla con un movimiento de la cabeza.
Jayan obedeció. Karvelan guardó silencio por unos instantes con expresión pensativa. «Es curioso, pero no lo llamo “padre” en mi mente, sino siempre “Karvelan”. En cambio, mi madre siempre fue “madre”».
—¿Cómo va tu entrenamiento? —preguntó Karvelan al fin.
—Bien.
—¿Ya te falta menos para terminar?
—Sí, pero no sé cuánto. Solo lord Dakon puede responder a esa pregunta.
—Casi habías terminado cuando viniste la última vez. —Karvelan frunció el entrecejo—. ¿Es verdad que ha tomado otra aprendiz?
—Lo es —asintió Jayan.
La arruga en el entrecejo se hizo más profunda.
—Esto sin duda retrasará tu entrenamiento. Él debería haber esperado a que concluyera el tuyo.
—No tenía elección. Ella es una nata y representaría un peligro si no recibiese entrenamiento. La ley lo obliga a entrenarla.
Su padre entornó los ojos, y Jayan casi temió que le echara una regañina. En cambio, el viejo hizo una mueca.
—Entonces debería haberla enviado a otro lugar.
Jayan se encogió de hombros.
—Seguramente lo habría hecho si yo no hubiera estado a punto de emanciparme. En todo caso, no acostumbro a poner en tela de juicio las decisiones de mi maestro. Suele saber qué es lo más conveniente.
La expresión de Karvelan pasó de reflejar su aprobación por la obediencia de Jayan a mostrar su disgusto.
—¿Ah, sí? ¿Y qué me dices de ese grupo al que se ha unido, ese «Círculo de Amigos»? ¿No te parece una equivocación? Huele a rebelión.
Jayan clavó los ojos en su padre, sorprendido, y al darse cuenta de que lo estaba mirando descaradamente, apartó la vista.
—No sabías que yo lo sabía, ¿verdad? —Había un deje de satisfacción en la voz de Karvelan.
—Oh, lo del grupo no es ningún secreto.
—Entonces, ¿qué?
—Que alguien… Esta idea de que… —Jayan se interrumpió y sacudió la cabeza. No era prudente expresar las cosas de manera que pudieran interpretarse como una crítica de la opinión de su padre—. «Rebelión» es una palabra demasiado fuerte. Te aseguro que el grupo cuenta con el beneplácito y el apoyo del rey. ¿O es que tal vez… te refieres a una rebelión contra otra persona?
Una mirada sombría había asomado a los ojos de su padre; una mirada que Jayan conocía demasiado bien. Era la expresión que Karvelan adoptaba cada vez que tenía motivos para estar molesto con su hijo menor.
—Una rebelión contra la ciudad es una rebelión contra el rey —gruñó. Se removió en su asiento y se quedó con la mirada perdida por un instante fugaz—. No quiero que tengas tratos con ese Círculo —declaró—. La relación con esa gente daría mala imagen a tu familia.
Jayan abrió la boca para protestar, pero se contuvo. Tenía ganas de explicarle a su padre que al Círculo de Amigos solo le interesaba la defensa del país —de todo el país— y que su conciencia no le permitía oponerse a la defensa de su patria. Sin embargo, habría sido inútil discutir.
—Mientras no sea un mago superior, debo obedecer a lord Dakon. Si se relaciona con el Círculo, no me queda más remedio que imitarlo. Pero… haré lo posible por mantenerme al margen, como un mero observador.
—Deberías buscarte un maestro nuevo —dijo Karvelan, sin demasiada convicción. Sabía que la decisión estaba de nuevo en manos de su hijo. Jayan prefirió no poner a prueba su paciencia subrayando este punto.
—Haré lo que pueda —repitió.
—Termina tu entrenamiento —dijo su padre—. No dejes que esa chica acapare toda la atención de lord Dakon. No tiene una reputación ni alianzas que perder. —Sacudió la cabeza—. Es una irresponsabilidad por parte de tu maestro arrastrarte a esto.
Jayan permaneció callado. El silencio se impuso entre ellos, y cuando le pareció que había transcurrido el tiempo suficiente para cambiar de tema, preguntó cómo le iban las cosas a su hermano. Mientras su padre describía con orgullo las conquistas de Velan en el comercio y entre mujeres que podían ser candidatas aceptables al matrimonio, Jayan se sorprendió a sí mismo pensando en Tessia.
«¿Que no tiene una reputación que perder? —reflexionó—. No tiene engorrosos compromisos familiares de los que zafarse, más bien. En cuanto a las alianzas…, por el modo en que conversaba con Avaria anoche, después de la fiesta, me da la impresión de que no le está costando mucho hacer amistades aquí, y con mujeres especialmente poderosas de la ciudad, por si fuera poco».
Y pensar que le había preocupado que ella no se integrara…
De pronto, entendió la atracción que Tessia podía ejercer sobre los miembros de la alta sociedad urbana. Al cultivar su amistad no ponían en peligro alianza alguna. Por su condición de hija de un sanador rural, era lo bastante culta para resultar una compañía aceptable, y lo bastante distinta para proporcionarles diversión. Incluso entendía que el interés de Tessia por la sanación, y su determinación por dedicarse a ello, la convirtieran en una persona fascinante y digna de contemplación y admiración por parte de personas distinguidas.
Aunque fracasara, seguiría siendo una fuente de entretenimiento para los ricos y aburridos. Y, como en el caso de Jayan, su magia garantizaba al menos que su caída no sería demasiado dura o irreversible.
«Tenemos más en común de lo que yo creía —pensó con ironía. Le gustaba la idea de que si uno de los dos caía en desgracia, el otro estaría allí para ofrecer su apoyo—. Siempre resulta más fácil hacerte amigo de alguien con quien tienes algo en común. Solo espero que no sea necesario que ella sufra un descalabro social para que se plantee la posibilidad de tenerme como amigo».
La universidad de sanadores era tal y como Tessia la había imaginado. Su padre la había descrito como «un edificio antiguo pero extraño que ha ido incorporando y anexionándose las casas circundantes conforme las circunstancias y los fondos se lo permitían». Parecía algo confuso e intrigante, y lo era.
Aunque consistía en un batiburrillo de edificios interconectados, todos estaban construidos al estilo kyraliano, lo que confería cierto aspecto uniforme al exterior. Recorrerlo por dentro era como caminar por la casa de alguien sin encontrar jamás la puerta trasera. Unos pasillos estrechos desembocaban en otros pasillos estrechos. Prácticamente todas las puertas que los flanqueaban estaban cerradas, por lo que había muy poca luz natural en los corredores. En cambio, estaban iluminados por el suave resplandor de unas lámparas de aceite. Las pocas habitaciones a las que Tessia conseguía echar un vistazo no eran más grandes que la cocina en la casa de sus padres y estaban amuebladas de forma parecida, con estantes en las paredes, una mesa en el centro y una chimenea al fondo.
Kendaria estaba llevándola a la sala de disecciones. Tessia no pudo evitar preguntarse si los sanadores habían encontrado en aquel lugar una habitación lo bastante grande para dar cabida a un público tan numeroso como el que su amiga le había descrito, además de a una mesa de disección.
Entonces cruzaron una puerta y llegaron a un espacio extraño. Era como la parte de abajo de una escalera de madera muy ancha. Oía pasos y voces procedentes de arriba.
Más adelante, una abertura estrecha entre las «escaleras» les permitió pasar al otro lado, y Kendaria la guio en aquella dirección. Salieron a una sala espaciosa. Al mirar en torno a sí, Tessia se percató de que las escaleras anchas eran en realidad asientos escalonados que ascendían hasta unas sencillas paredes de ladrillo, algunas de ellas con ventanas tapiadas. Varios jóvenes estaban sentados ya en los escalones. Contemplaron a Tessia y a Kendaria con interés.
«Las paredes parecen fachadas de casas —pensó Tessia. Alzó la vista. Unas vigas de madera y un techo de tejas se extendían encima de su cabeza—. Esto debía de ser antes una calle pequeña o un jardín. Simplemente construyeron los asientos y una cubierta». Lo cual explicaba por qué hacía tanto frío.
En medio de la sala había un banco de piedra de tamaño considerable. Al ver los surcos que había grabados en él para conducir los fluidos hasta unos cubos, dedujo que se trataba de la mesa de disección. Sobre una mesa más pequeña situada cerca de la otra había dispuestos varios instrumentos. Tessia los identificó casi todos y se preguntó si los que no conocía eran especiales para disecciones.
—No tenemos que quedarnos si te están entrando dudas —murmuró Kendaria.
Al comprender que la mujer seguramente la había visto mirar los instrumentos, Tessia sonrió.
—No, estoy deseando que empiece. ¿Dónde nos sentamos?
—Primero tengo que presentarte al sanador Orran. No creo que suponga un problema que te haya traído aquí, sobre todo teniendo en cuenta que tu padre es sanador y tú has sido su ayudante, y que hemos pagado por asistir. De todos modos, la buena educación exige que se lo pregunte y que te lo presente.
Guio a Tessia hasta donde se encontraban dos hombres que tenían aproximadamente la misma edad que su padre. Por lo que Tessia alcanzó a entender, estaban hablando del embarazo de la esposa de un colega. No era más que una charla insustancial, pero aunque ambos miraron a Kendaria y a Tessia cuando se acercaron, continuaron con su conversación como si ellas no estuvieran presentes.
Kendaria aguardó, sin apartar la vista del hombre más alto, con una expresión que denotaba paciencia y determinación. Los dos hombres siguieron cotilleando, que es lo que Tessia concluyó que estaban haciendo cuando quedó claro que no había nada en aquel embarazo que revistiera un interés profesional para los sanadores. Repetían lo mismo una y otra vez, formulándolo con frases distintas.
¿Al hacer caso omiso de Kendaria por aquel parloteo sin sentido estaban siendo deliberadamente descorteses? Cuanto más prolongada y absurda se tornaba la conversación, más convencida estaba Tessia de ello. No obstante, la mujer permanecía tranquila y expectante, con los ojos clavados en el rostro del sanador Orran. Ante aquel trato, Tessia pasó del desconcierto a la rabia y luego a la fascinación. Saltaba a la vista que allí se estaba jugando una partida social, y ella no podía evitar preguntarse por qué y en qué consistían las reglas.
Finalmente el diálogo entre los dos hombres se volvió tan inane que fue apagándose hasta dar paso a un silencio incómodo. El más alto de los dos suspiró y se volvió hacia Kendaria con una sonrisa fría.
—Ah, veo que has decidido unirte hoy a la multitud, Kendaria de Foden —observó.
Tessia reprimió una carcajada. No había una multitud allí cuando llegaron, pero ahora resonaban en la sala las voces de mucha más gente.
—En efecto, sanador Orran —respondió ella, y señaló a Tessia con un gesto de la cabeza—. He traído a una nueva amiga de fuera de la ciudad: la aprendiz Tessia, del señorío de Aylen. Su padre es el sanador de lord Dakon, y ella ha trabajado como ayudante suya durante los últimos años. —Sonrió—. Hasta que, hace poco tiempo, lord Dakon la tomó como aprendiz.
Ambos sanadores arquearon las cejas.
—Una maga con conocimientos elementales de sanación —comentó el sanador Orran—. Qué interesante. ¿Quién es tu padre?
—El sanador Veran —contestó Tessia.
Los dos hombres arrugaron el entrecejo, pensativos.
—No lo había oído nombrar —dijo el otro sanador.
—No tiene por qué —le dijo Tessia—. No estudió aquí, aunque de vez en cuando viene de visita. Su abuelo era miembro del gremio. Era el sanador Berin, aunque trabajó aquí hace tanto tiempo que supongo que usted no…
Las bocas de ambos hombres se abrieron, formando círculos idénticos.
—Aah —dijeron a coro.
El sanador Orran soltó una risita.
—Ahora encaja todo. El bueno del sanador Berin. Causó todo un revuelo en el gremio y luego desapareció en el campo.
—Estamos un poco en deuda con tu abuelo por poner de relieve nuestra confianza excesiva en el código de estrellas y encarrilarnos de nuevo hacia la observación racional —dijo el otro sanador—. Conque la nieta de Berin, ¿eh? —Su mirada se deslizó por encima del hombro de Tessia, y sus ojos se iluminaron—. ¡Ah! ¡He aquí nuestro cadáver!
Al volverse, Tessia vio entrar a unas personas que portaban una camilla sobre la que yacía una figura pálida. Sintió un escalofrío de emoción. Casi todos los cadáveres que había visto eran de ancianos. Aquel era de un varón joven, con la piel blanca del pecho desgarrada por una herida.
—¿Has presenciado una disección alguna vez, aprendiz Tessia? —preguntó el sanador Orran.
—No, pero he visto unos cuantos cadáveres, y más cuerpos abiertos que la mayoría de la gente —respondió—. Estoy segura de que esto será muy interesante —se apresuró a añadir.
Oyó que Kendaria reía entre dientes.
—Muy bien —dijo el sanador Orran—. Entonces más vale que busquéis un lugar donde sentaros. Casi todos los asientos están ocupados, y si os quedáis de pie al fondo os podéis marear. ¡Eh, vosotros! —Agitó el brazo en dirección a dos jóvenes sentados en la primera fila—. Tened un mínimo de educación y dejad sitio a las señoras.
Se oyeron risas generalizadas mientras los dos jóvenes abandonaban sus asientos a regañadientes y se dirigían con resignación al fondo de las gradas. Kendaria sonrió y le guiñó un ojo a Tessia mientras se sentaban.
—Creo que le has caído bien. Siempre que quieras asistir a una disección, avísame.
Unas personas entraron en la sala con sábanas que repartieron entre quienes se encontraban en la primera fila. Kendaria enseñó a Tessia cómo ponerse la suya atravesada sobre los hombros y encima de las rodillas.
—A veces salpica un poco —susurró.
Levantaron ligeramente el cadáver y lo hicieron rodar de la camilla a la mesa. El sanador Orran se acercó al instrumental y alzó la vista hacia el público.
—Hoy examinaremos el corazón y los pulmones…
Cuando comenzó a explicar el objetivo de la disección y a indicar a los asistentes en qué debían fijarse, Tessia suspiró, satisfecha. «A papá esto le habría encantado. ¿Qué dirá cuando se entere de que he estado aquí? ¡Le asombrará saber que aún recuerdan al abuelo con gratitud! —Su entusiasmo se enfrió—. ¿Podré contarle algo que le resulte útil? No lo sé… Más vale que preste mucha atención».