17

Aunque en el Palacio Real reinaba la tranquilidad, Dakon detectaba señales de actividad por doquier. De vez en cuando llegaban hasta sus oídos sonidos débiles de pisadas, o voces que hablaban en susurros apagados. Los criados aparecían y se perdían de vista rápidamente.

Cuanto más se internaba en el palacio, acompañado por su guía, más evidentes eran los signos de actividad. Al oír los golpes repetidos de un cuchillo contra una tabla y percibir unos aromas deliciosos, supuso que se encontraban cerca de la cocina. Luego, el relincho de un caballo le indicó que las cuadras estaban a su derecha. Finalmente, el entrechocar del metal contra el metal y unas órdenes proferidas a gritos le advirtieron que se hallaba cerca del campo de entrenamiento.

Dakon, siguiendo al guía, dejó el camino adoquinado que discurría entre dos edificios y salió a un espacio extenso y cubierto de grava. Dos hombres estaban allí de pie, situados a unos cuantos pasos el uno del otro. Dakon los reconoció a ambos al instante: eran el mago Sabin y el rey Errik. En torno a ellos, a una distancia segura de varios pasos, había un puñado de hombres que observaban a los combatientes.

Dos de ellos eran guardias uniformados, cuya función parecía ser la de sujetar las armas. Otros dos eran criados; uno llevaba una jofaina y toallas, y el otro sostenía en equilibrio una bandeja con una jarra y varias copas. A los otros dos hombres Dakon los había conocido la noche anterior: eran amigos del rey, ambos pertenecientes a familias influyentes.

El guía le indicó que se colocara junto a este último y acto seguido se marchó. Dakon intercambió una inclinación cortés de la cabeza con los hombres, pero cuando ellos se volvieron de nuevo hacia el rey sin hablar, él captó la indirecta y guardó silencio.

Primero el rey, y luego Sabin, pronunciaron con voz ronca una palabra que Dakon no entendió, y empezaron a avanzar el uno hacia el otro. Aunque ambos sudaban ya, ninguno de los dos estaba sin resuello o cansado. Mientras los contemplaba, Dakon pensó en la reunión de la víspera.

«Sin contar algunos intentos de cortejo fallidos, tiene que haber sido la noche más frustrante de mi vida», se dijo. El rey había hecho caso omiso de ellos, y en cierto momento incluso dio la impresión de que hacía todo lo posible por evitarlos. Algunos detractores del Círculo lo habían interpretado como un indicio de que Dakon y su anfitrión habían perdido su apoyo. Se habían cebado en ellos como aves de rapiña, formulando meticulosamente sus burlas con el lenguaje más exquisito. Everran, aparentemente estimulado por el reto, había replicado con malicia e ingenio equivalentes. Dakon, que sabía que no tenía la menor posibilidad de ganar ese juego, se había quedado callado, tomando nota mentalmente de la posición que parecía ocupar cada uno de sus adversarios e intentando adivinar si hablaban en serio o si estaban representando un papel por intereses políticos.

Lord Hakkin, el cabecilla, era quien más había intrigado a Dakon. Aunque sus comentarios eran los más incisivos con diferencia, no los soltaba con tanta convicción como los demás. En ocasiones incluso parecía desdeñar las pullas de sus partidarios y las repetía adornándolas como si no resultaran lo bastante ocurrentes o hirientes.

Más tarde, mientras subía al carruaje con los demás para regresar a la casa de Everran, Dakon estaba exhausto, abatido y enfadado.

Cuando Avaria le había señalado a Tessia que era un momento prudente para transmitirle el mensaje del rey, Dakon apenas la había escuchado. La pobre Tessia había tenido que repetírselo dos veces para que él se diera por enterado.

«El campo de entrenamiento. Una hora después del mediodía. —O sea que el rey Errik sí quería entrevistarse con él, pero no delante de varios cientos de testigos—. Y Jayan debe de alegrarse de ello», pensó. Durante la reunión, el aprendiz había mantenido una actitud circunspecta y nerviosa muy impropia de él. Al final —quizá con demasiada lentitud—, Dakon había deducido por qué. Entre los detractores figuraba un hombre a quien Dakon no había visto desde hacía años: Karvelan de la familia Drayn, el padre de Jayan.

Jayan no le había comentado nada de su visita a su padre, y Dakon había supuesto que esto se debía simplemente a que no habían tratado ningún asunto de interés. Ahora comprendía el conflicto al que se enfrentaba el joven. Se debatía entre la lealtad a su maestro y los deseos de su familia poderosa y pudiente. Dakon sabía lo poco que Jayan tenía en cuenta a su familia, y estaba bastante seguro de que contaba con el respeto e incluso el afecto de su aprendiz, pero estas cosas no siempre prevalecían sobre el dinero y la política.

«Apuesto a que el viejo Karvelan desea que yo exima a su hijo de todo compromiso conmigo cuanto antes. —Dakon arrugó el entrecejo—. Me pregunto si Jayan también lo desea. Entonces sería libre de decidir a quién debe su lealtad. Por otro lado, quizá prefiere tener una excusa para no tomar esa decisión todavía».

Un gruñido de contrariedad atrajo su atención de nuevo hacia los contendientes. Sabin y Errik estaban apartándose el uno del otro.

—Has vuelto a ganar —reconoció el rey en un tono animado para disimular su irritación.

Sabin hizo una reverencia. Riendo entre dientes, el rey entregó su espada a uno de los guardias, llenó una copa con el agua cristalina de la jarra y la apuró de un tirón. A continuación cogió una toalla y se acercó a Dakon, enjugándose la frente.

—Lord Dakon de la familia Aylendin. ¿Qué os ha parecido?

—¿Os referís al combate, majestad? —Dakon intentó dar con una respuesta adecuada. No sabía nada sobre el manejo de la espada—. Me ha parecido enérgico.

—¿Os gustaría probar un asalto? —propuso Errik.

—¿A mí? —Dakon pestañeó, sorprendido—. Esto… Me temo que no sería un buen adversario.

—Tenéis la esgrima un poco oxidada, ¿no?

—No. Es que… esto… nunca he empuñado una espada en mi vida —admitió Dakon.

El rey arqueó las cejas.

—¿Nunca? ¿Qué haríais en una guerra de verdad si se os agotara la magia?

Dakon meditó sobre ello por un instante y decidió que prefería no hacerlo.

—¿Hacer trampas?

Errik se rio.

—¡Eso no es muy honorable!

Dakon se encogió de hombros.

—Por lo que he oído, la guerra no es una actividad particularmente honorable.

—No. —La sonrisa se desvaneció de los labios del rey. Se volvió hacia los demás e hizo un ademán con la mano. Todos le dedicaron una reverencia y se marcharon. Los guardias se llevaron las armas, seguidos por Sabin. Los cortesanos desaparecieron por una puerta, mientras que los criados se apostaron junto a otra entrada, sosteniendo sus respectivas cargas, pero lo bastante lejos para no oír la conversación. Al cabo de unos momentos, Dakon se había quedado prácticamente a solas con el rey—. En fin, lord Dakon —dijo Errik—. Queréis saber qué haré si los magos sachakanos revoltosos y rebeldes que tanta irritación están causando al emperador vecino deciden lanzar una pequeña ofensiva sobre Kyralia.

Dakon miró al rey a los ojos y asintió. Sabin le había advertido que al monarca no le gustaba andarse por las ramas. Errik esbozó una sonrisa irónica antes de ponerse serio de nuevo.

—No sois el único. A todos les digo exactamente lo mismo que os diré ahora: cualquier invasión o ataque contra un señorío es una invasión o un ataque contra Kyralia. No pienso tolerarlo.

—Me alegra oír eso —dijo Dakon—. Sin embargo, tengo la impresión de que otros no se alegrarán tanto.

Los ojos del rey relampaguearon.

—El problema de que unos kyralianos se unan en apoyo de una causa es que otros kyralianos se creen obligados a unirse para oponerse a dicha causa. No estoy insinuando que hicisteis mal al fundar vuestro Círculo. —Se encogió de hombros, aunque mantuvo una expresión severa—. Solo digo que las consecuencias eran inevitables.

—¿Seguirían oponiéndose si apareciera un enemigo más poderoso? —preguntó Dakon.

—Sí, si la oposición contra ellos es demasiado fuerte. Es algo que ha ocurrido más de una vez a lo largo de nuestra historia.

—O sea que no podéis apoyar abiertamente a uno de los bandos, pues de lo contrario no unirían sus fuerzas cuando llegara el momento. —Dakon asintió al comprender el dilema del rey.

La mirada del monarca reflejó su aprobación.

—Estoy asegurándome de que pueda defender mi reino cuando surja la necesidad, en caso de que surja.

Dakon reprimió una sonrisa.

—¿Son vuestros planes demasiado secretos para compartirlos con un humilde mago rural?

—¿Humilde? —Errik puso los ojos en blanco y miró a Dakon con serenidad—. No demasiado secretos. Os expondré algunos de ellos, para que me digáis si veis algún fallo en ello.

—Haré lo posible, majestad.

—Bien. Si unos sachakanos planean lanzar una ofensiva, querrán cerciorarse de ser lo bastante numerosos para ganar. Sin embargo, no establecen alianzas con facilidad. Es probable que al principio sean pocos, por lo que es probable que elijan un objetivo pequeño. Por desgracia, contamos con muchos objetivos pequeños: las aldeas de los señoríos fronterizos, protegidos por uno o dos magos, demasiado alejadas unas de otras para poder ayudarse entre sí.

»La evacuación es la única opción para aquellos señoríos —prosiguió—. En cuanto caiga un señorío, debemos reconquistarlo de inmediato. Los sachakanos cuentan con que las noticias de sus victorias les sirvan para conseguir más aliados. Debemos contrarrestar esto con noticias de sus fracasos, lo más rápidamente posible.

Dakon asintió, complacido por el razonamiento del rey.

—¿Cómo pienso hacer esto? —Planteó Errik—. La rapidez será importante, por lo que ordenaré a los magos más próximos al señorío que intervengan. Pero al mismo tiempo enviaré hacia allí a algunos magos urbanos, por si el primer contraataque resulta insuficiente.

Errik se interrumpió y miró a Dakon con las cejas enarcadas.

—¿Alguna pregunta?

—¿Por qué no apostáis magos en las fronteras ahora? —preguntó Dakon—. Podríais disuadir a los sachakanos de que nos atacaran y evitar así que conquisten los señoríos exteriores de entrada.

—A los magos —dijo el rey, con la voz cargada de ironía— no les gusta que les digan lo que deben hacer. Si sois capaz de convencer a algunos de vuestros seguidores de la ciudad de que se vayan con vos, no dudéis en hacerlo. Pero no os sorprendáis si están demasiado ocupados vigilando a sus adversarios de aquí como para marcharse. Ordenar a algunos que se dirijan a las fronteras podría ocasionarme problemas si no se produce ataque alguno que lo justifique y ellos sufren algún contratiempo.

Dakon no pudo evitar fruncir el ceño. El rey asintió.

—Es una actitud mezquina, lo sé. Tened por seguro que si tiene lugar una invasión, ningún mago osará negarse a defender su país. Vuestra nueva aprendiz, no obstante —añadió, entornando los párpados—, consiguió arrancarme anoche una promesa que me siento obligado a cumplir.

—¿Tessia? —Dakon frunció el ceño, consternado—. ¿Os exigió una promesa?

Errik soltó una risita.

—No. Debo reconocer que la culpa es mía. Quise ponerla a prueba, y en cambio cometí un desliz.

La alarma de Dakon iba en aumento. «¿Qué le habrá dicho ella? —Intentó leer la expresión de Errik—. Bueno, el rey no parece demasiado disgustado. Tal vez consigo mismo, en todo caso».

—Mencioné la amenaza, de la que ella evidentemente no tenía noticia —explicó Errik—, y acabé por prometerle que su aldea estaría a salvo.

—Oh. Os pido disculpas por ello —dijo Dakon—. He intentado evitar que se entere de la amenaza sachakana, para que la preocupación no estropeara su primer viaje a Imardin.

Errik sonrió con cinismo.

—Eso ha sido muy considerado por vuestra parte. Me temo que no me queda más remedio que mantener mi palabra, así que pediré a mis amigos magos más leales que os acompañen a vuestro señorío. —Se volvió hacia el edificio en el que habían entrado los cortesanos y agitó el brazo.

Uno de los hombres salió y echó a andar hacia ellos.

—Es lord Werrin. Vivirá con vos por el momento, oficialmente para inspeccionar las defensas de Kyralia, pero también, según el rumor que haremos circular convenientemente, para mantener en su sitio a los magos de campo. De ese modo cumpliré lo que todo el mundo espera de mí, espero.

El hombre, de baja estatura y delgado, tenía el cabello entrecano pero el rostro tan terso como el del rey, por lo que resultaba imposible determinar su edad. Se detuvo junto a Errik mirando fijamente a Dakon con sus ojos negros y astutos pero una cara desprovista de toda expresión.

—Estaré encantado de ser vuestro anfitrión, lord Werrin —afirmó Dakon.

—Y será un placer para mí explorar los señoríos del campo en primavera, lord Dakon —respondió el hombre con una sonrisa.

Por un momento, el pánico y la inquietud se apoderaron de Dakon. ¿El rey creía que necesitaba mantener vigilados a Dakon y sus vecinos? Apartó esta sensación de su mente. No tenía nada que ocultar. Además, contar con un mago adicional en Mandryn ayudaría en gran medida a proteger la aldea y el señorío en caso de invasión.

Entonces sintió compasión por Werrin. El hombre tendría poca cosa que hacer aparte de recorrer los señoríos fronterizos por caminos accidentados, sin ninguno de los entretenimientos o comodidades de la ciudad. «Tengo que averiguar qué tipos de libros le gustan y hacer una buena provisión de ellos —pensó Dakon—. Y también preguntarle qué clase de…».

¡HEMOS SIDO ATACADOS! ¡HAN ATACADO MANDRYN!

Por un momento, Dakon, Werrin y el rey se miraron unos a otros, parpadeando sorprendidos. Entonces Werrin posó la mano en el hombro del rey como para evitar que perdiera el equilibrio y no la retiró. Era un gesto notablemente personal que denotaba lo unidos que estaban.

—Era lord Narvelan —dijo Werrin. Miró a Dakon—. ¿Estoy en lo cierto?

Dakon asintió. Se le había hecho un nudo en el estómago al oír la voz y la noticia. Mandryn. Su hogar. Atacado. Se sintió mareado cuando cobró auténtica conciencia de lo que ocurría.

¿Quién ha lanzado el ataque?, preguntó el rey.

Son sachakanos, respondió Narvelan. Uno de los vecinos ha reconocido al mago, que ha pasado por aquí hace un rato.

—Takado —siseó Dakon, y el terror cedió el paso a la rabia.

¿Cuántos supervivientes hay?, preguntó.

No muchos. Todavía estamos contan…

Interrumpid la comunicación, ordenó el rey con firmeza.

Se volvió hacia Dakon.

—Si la ley prohíbe comunicarse mentalmente es por una buena razón —dijo—. ¿Queréis que más sachakanos se enteren del éxito de la ofensiva lanzada por el que fuera vuestro invitado? —Dakon sacudió la cabeza. Errik fijó la vista en lord Werrin, que dejó caer la mano desde el hombro del rey—. Dudo que Narvelan tuviera la intención de revelar que está ahí ahora, seguramente solo e indefenso. —Hizo una mueca y miró a Dakon—. Imagino que querréis regresar lo antes posible. ¿Os marcharéis esta misma noche? —Dakon asintió—. Lord Werrin se irá con vos. Se reunirá con vos en casa de lord Everran dentro de una hora. —Errik clavó la mirada en su amigo, que asintió, y luego se dirigió a Dakon—. Convocaré a otros magos para que os sigan en cuanto pueda ocuparme de ello. Marchaos… y tened cuidado. Y… por favor, transmitidle mis disculpas a la aprendiz Tessia, así como mi esperanza de que su familia se encuentre entre los supervivientes.

Tanto el rostro como la voz del joven monarca expresaban una preocupación auténtica. Dakon hizo una reverencia.

—Así lo haré. Gracias, majestad —dijo.

Se alejó a toda prisa, incapaz de detener el flujo de imágenes de muerte y destrucción que le venían a la cabeza. ¿Cuántos habían muerto? ¿Quiénes? No lo sabría hasta que llegara a su tierra. Y su tierra estaba a tres o cuatro jornadas de allí, por lo menos, si cambiaba de montura y cabalgaba de noche y el camino no se encontraba en peor estado…

Entonces se acordó de la última comunicación de Narvelan. El rey había dicho que Narvelan estaba en Mandryn. «Todavía estamos contan…». La última palabra era «contando», sin duda. Contando a los muertos. Dakon se estremeció.

Sin embargo, aquello significaba también que Takado —si el aldeano que había reconocido al atacante estaba en lo cierto— se había marchado después del ataque. Era algo imprevisto. El Círculo siempre había dado por sentado que los sachakanos no atacarían a menos que tuvieran la intención de tomar una aldea o un señorío.

Aquello era muy extraño, y Dakon dispondría de mucho tiempo para reflexionar sobre ello durante el viaje de regreso, aunque no encontraría respuestas hasta que llegara a su destino.

—¿Qué ocurre, Tessia?

La joven dio un respingo y paseó la vista por los rostros de las mujeres, que la miraban fijamente. Ella titubeó, temerosa de que si les contaba lo que había ocurrido la tomarían por loca.

Sin embargo, el contenido del mensaje que había captado era demasiado espantoso. Tenía que decir algo.

—Acabo… acabo de oír hablar a alguien —explicó—. En mi cabeza.

Las cejas de Kendaria se elevaron.

—Mal asunto. La comunicación mental está prohibida por ley. Los magos solo pueden valerse de ella si el rey los autoriza o se lo ordena. ¿Has reconocido al emisor?

—Era… —Tessia arrugó el entrecejo—. No lo ha dicho, pero me ha parecido que era lord Narvelan. Y lord Dakon ha contestado. Y luego otro hombre… ¿el rey? Creo que era su voz. —Sacudió la cabeza—. Narvelan ha dicho que Takado, el sachakano que nos visitó hace unos meses, había atacado Mandryn. —Contempló a las mujeres, que intercambiaron miradas horrorizadas. Era evidente que creían lo que les decía—. ¿O sea que todo esto es real?

—Sí. —Kendaria posó la vista en Avaria—. ¿Es este el principio?

Avaria se encogió de hombros.

—No me atrevo a hacer conjeturas. —Miraba a Tessia con expresión de intranquilidad—. Supongo que lord Dakon no te ha enseñado a hablar con la mente, pues en teoría es algo que no se debe hacer. Pero si lord Narvelan ha utilizado esta técnica, es porque debía de tener una necesidad imperiosa. Más vale que volvamos a casa.

Las demás murmuraron unas palabras cordiales de despedida y Kendaria, su anfitriona de aquel día, les ofreció su carruaje para que no tuvieran que mandar a buscar el de Avaria. Aturdida, Tessia, siguiendo a Avaria, salió de la casa y subió al vehículo.

—¿De modo que han atacado Mandryn? —preguntó cuando el carruaje empezó a moverse.

—Sí —respondió Avaria con expresión grave.

«¿Cuántos supervivientes hay?», había preguntado Dakon. «No muchos», había contestado Narvelan. La recorrió una oleada de frío y terror. «¿Y mis padres? ¿Estarán vivos?».

Le vino a la memoria la imagen fugaz del rostro lascivo de Takado y ella sintió un escalofrío. «Ha regresado. —¿Había vuelto para castigarla por haberlo humillado al repelerlo con magia? Entonces se acordó de Hanara—. ¿Habrá regresado para reclamar lo que le pertenece?».

—Tessia, tengo que decirte algo.

Alzó la vista hacia Avaria y el miedo se adueñó de ella. ¿Sabía algo aquella mujer? ¿Se había enterado de que los padres de Tessia habían muerto? ¿Cómo lo había averiguado?

No era tan descabellado. Todo parecía tan irreal, que daba la sensación de que cualquier cosa era posible.

—Lord Dakon no ha venido a Imardin solo para ocuparse de asuntos comerciales y para ver a sus amistades —le dijo Avaria—. Pertenece a un grupo conocido como el Círculo de Amigos, integrado por magos rurales y los magos de ciudad que los apoyan. Todos estamos preocupados por una posible invasión de Kyralia por parte de magos sachakanos. Vino para pedir garantías al rey de que si uno de los señoríos exteriores sufría una invasión, los magos urbanos ayudarían a recuperarlo.

Tessia asintió en señal de que entendía. Descubrió que aquella noticia no la sorprendía. Explicaba la conversación que el rey había mantenido con ella la noche anterior, así como por qué la habían excluido de las reuniones a las que habían asistido Dakon y Jayan. Dakon sin duda quería que el menor número de personas posible estuviera al tanto de la amenaza. Había intentado evitar que ella se preocupara por la seguridad de Mandryn y de sus padres mientras estuviera en Imardin sin poder hacer nada al respecto.

«Mis padres. Tal vez debería haberme preocupado. Tal vez no debería haberme marchado…».

¿Estaba su padre tratando a los aldeanos heridos en aquel momento, o estaba él mismo herido… o muerto? «No». Lo imaginaba decidido y agotado, trabajando sin descanso. Se aferró a esa imagen. Sería cierta hasta que se demostrara lo contrario.

—Nadie de nosotros creía que se produciría un ataque tan pronto —continuó Avaria, mirando al exterior por una abertura en el toldo del vehículo. Entonces soltó una maldición—. El rey debe de estar preguntándose si se trata de un montaje urdido por nosotros.

Tessia permaneció callada. Cada palabra que pronunciaba Avaria reforzaba aquella nueva realidad. Le confería sentido. Tessia no quería que fuera real. Quería regresar a la casa de Kendaria, sentarse en el mismo sitio, retroceder a ese momento y empezar otra vez desde ese punto.

«Pero no puedo».

De pronto, le daba igual si no volvía a ver jamás a Kendaria, a Avaria o a cualquiera de las mujeres que la habían acogido y con quienes había trabado amistad. Le daba igual no volver a presenciar una disección. Solo quería regresar a casa. Volver a toda prisa a Mandryn y conocer la verdad, ya fuera buena o terrible.

«Y Dakon también querrá volver cuanto antes —pensó de pronto—. Seguramente partiremos esta noche. Será un viaje rápido y extenuante. Seguramente a caballo y no en carruaje».

Cuando el vehículo se detuvo al fin, ella tuvo que contener el impulso de saltar por encima de Avaria y correr al interior de la casa en busca de Dakon. Con los dientes apretados, se apeó decorosamente. Una vez dentro, Avaria se dirigió con paso resuelto hacia la sala maestra. Dakon, Jayan y Everran estaban allí, hablando.

—… voluntarios —decía Everran—. No les llevaréis más de un día de ventaja.

Levantaron la mirada cuando aparecieron Avaria y Tessia. Dakon abrió la boca.

—Tranquilo, Dakon —dijo Avaria—. Le he contado a Tessia el motivo real por el que has venido a Imardin. Supongo que os marcharéis lo antes posible.

—Sí. —Dakon miró a Tessia, con una expresión llena de inquietud y arrepentimiento—. Lo siento, Tessia. No sé si tus padres están vivos o no. Así lo espero.

Ella asintió, habiéndose quedado sin habla de repente.

—Jayan y yo partiremos en cuanto llegue lord Werrin, el mago a quien el rey ha pedido que nos acompañe. Tú te quedarás aquí.

Ella se disponía a protestar, pero él alzó la mano para atajarla.

—Será un viaje muy pesado, Tessia. Tenemos permiso para utilizar los caballos de los mensajeros reales, así que cabalgaremos todos los días desde el alba hasta que esté demasiado oscuro para continuar. Cuando lleguemos allí, no sabemos si Takado y sus aliados estarán esperándonos. Será peligroso, especialmente para una aprendiz principiante.

—No soy una mujer blanda de ciudad —replicó ella—. Puedo ir a caballo durante muchas horas, si hace falta. Y vos me enseñasteis que los aprendices, principiantes o no, no deben apartarse de su maestro en tiempos convulsos. Necesitaréis la fuerza adicional de un segundo aprendiz.

Dakon permaneció en silencio por un momento, luego frunció el entrecejo y comenzó a hablar, pero Avaria lo interrumpió.

—Llévate a la chica contigo, necio. Tiene conocimientos de sanación. Aunque esperamos que no resulten necesarios, no podemos saberlo.

Tessia hizo un gesto de dolor. Si resultaran necesarios sería porque su padre… No, no debía pensar en ello. No debía perder la esperanza.

Dakon clavó la vista en Avaria antes de volverse hacia Everran y Jayan. Los dos asintieron. El mago suspiró y encorvó la espalda.

—Muy bien, de acuerdo. Te esperan unos días muy duros, Tessia. Si en algún momento te ves incapaz de soportarlo, avísame y ya me encargaré de… de solucionarlo de alguna manera.

—No será tan duro como lo que acaba de pasarles a los habitantes de Mandryn —repuso ella en voz baja.

Cuando él la miró a los ojos, Tessia vio en su expresión el mismo desasosiego que ella sentía, y de pronto el corazón se le inundó de afecto hacia aquel hombre. Se preocupaba de verdad por su pueblo, y ella había aprendido a apreciar lo poco común que era eso.

Solo esperaba que todavía quedara alguien con vida por quien preocuparse.