7
A la mañana siguiente, después de abrir los ojos, Tessia se pasó un rato largo tumbada en la cama, contemplando la habitación en que había dormido.
Le costaba creer que fuera suya.
Las paredes estaban pintadas del color del cielo de verano. Un postigo de madera de noche cubría la enorme ventana. Los arcones, los armarios, el escritorio, la silla y la cama eran de la misma madera poco común y cara. El cubrecama, acolchado, estaba confeccionado con la tela más suave que ella jamás había tocado, y el colchón era ligeramente mullido y de superficie regular.
Había cuadros enmarcados en las paredes. Todos eran paisajes, y ella los reconoció casi todos, pues representaban lugares de la zona. Había un jarrón pequeño con hierbas del campo cuyo aroma vivificante perfumaba el aire.
El hogar era tan grande como el de la cocina de su casa.
«Ahora, esta es mi casa. —Que tuviera que recordárselo a sí misma le pareció terriblemente previsible, pero increíble a la vez—. Seguro que tendré que repetírmelo muchas, muchas mañanas más antes de que empiece a sentirme como en casa aquí».
Se incorporó en la cama. Nadie le había explicado cuál sería su rutina ni qué debía esperar. Lord Dakon ni siquiera le había dicho cuándo debía presentarse para su primera clase.
Como no estaba acostumbrada a holgazanear en la cama, se levantó y se paseó por la habitación en camisón, examinó la decoración y sacó algunas de sus pertenencias de su baúl. Uno de los arcones de la habitación contenía libros, una carpeta de pergamino y utensilios de escritura. Entre los volúmenes había libros de historia, textos de magia e incluso algunas de las novelas que servían como distracción y que su padre le había descrito alguna vez.
Veran no tenía muy buena opinión de este tipo de libros. Ella nunca había leído uno, así que abrió el primero y comenzó a leer.
Cuando oyó los golpes en la puerta, se percató de que ya iba por la cuarta parte del libro. Si bien era tan frívolo como su padre le había dicho, estaba disfrutándolo. Aunque las aventuras de los personajes eran inverosímiles, la descripción detallada de la vida en la ciudad de Imardin le pareció fascinante. El bienestar de aquellos hombres y mujeres no dependía del éxito de la cosecha o de la salud del ganado, sino de alianzas provechosas con hombres y mujeres honorables, del favor del rey y de un buen matrimonio.
Tras guardar el libro en el arcón, Tessia se puso de pie y se dirigió hacia la puerta. La entreabrió lo justo para ver quién estaba al otro lado. Una doncella joven de busto voluminoso le sonrió y entró en la habitación cuando Tessia abrió la puerta del todo.
—Que tenga usted buenos días, aprendiz Tessia —la saludó—. Me llamo Malia. Llevo unos cuantos años cuidando de su nuevo amigo, el del otro extremo del pasillo, así que conozco bien las costumbres y necesidades de los aprendices jóvenes. Le traigo agua para su aseo. —Malia llevaba una jarra grande en una mano y una jofaina ancha en la otra, además de un lío de ropa sujeto bajo el brazo. Lo depositó todo encima de uno de los arcones—. Enseguida le traigo el desayuno —continuó—. ¿Desea usted algo en especial?
—¿Qué hay habitualmente?
Tessia eligió algo sencillo de una larga lista de alimentos, algunos de los cuales no había oído nunca que se comieran a primera hora de la mañana, y la doncella se marchó. Tessia se lavó, se vistió y a continuación se peinó y se trenzó el cabello.
—Lord Dakon la recibirá en la biblioteca cuando haya terminado —le informó Malia cuando volvió con una bandeja cargada de comida—. No hay prisa. Se pasa las mañanas ahí, leyendo.
Al pensar en esa reunión inminente, tal vez su primera clase, Tessia perdió el apetito, pero se obligó a comer lo que la doncella le había llevado, pues sabía que de lo contrario se sentiría culpable por desperdiciarlo. Cogió la bandeja y, cuando salió con ella de la habitación, se topó con Malia en el pasillo.
—Oh, debería haberla dejado ahí —exclamó la doncella—. Llevarla abajo es mi obligación. —Cogió la bandeja de manos de Tessia.
—¿Dónde está…? —empezó a decir esta.
—Baje las escaleras hasta la planta principal, y gire a la derecha —respondió Malia—. No tiene pérdida.
Tessia siguió las instrucciones de la criada, llegó frente a una puerta abierta y se quedó atónita. Al otro lado había una estancia el doble de grande que el comedor de la Residencia, que era casi del mismo tamaño que la casa entera de su padre. Las paredes de la estancia estaban recubiertas de estanterías atestadas de libros. Lord Dakon estaba sentado en un sillón grande y acolchado, pasando la mirada por las páginas de un pesado tomo encuadernado en piel. Alzó la vista hacia ella y sonrió.
—Buenos días, Tessia —dijo—. Pasa. Esta es mi biblioteca.
—Ya lo veo, lord Dakon —murmuró ella, recorriendo la habitación con la vista mientras entraba.
—He pensado que podríamos empezar hoy con tus ejercicios de control —dijo él—. Cuanto antes alcances ese control, antes podremos evitar otras manifestaciones de magia no deseadas, y concentrarnos en asuntos más interesantes. Trabajaremos por las mañanas, y te daré libros para que leas por las tardes.
Ella se sintió como si tuviera mariposas en el estómago.
—Sí, lord Dakon.
Él señaló con un movimiento de la cabeza el sillón más próximo al suyo.
—Toma asiento. Aprender siempre resulta más fácil cuando uno está cómodo y relajado. —Hizo una pausa—. Bueno, lo más relajado que uno puede estar cuando se enfrenta a algo nuevo y extraño.
Ella se acercó al sillón, se sentó y respiró hondo para tranquilizarse. Lord Dakon dejó su libro a un lado y la miró, pensativo.
—Nunca he instruido a un nato —le confesó—, pero nada de lo que he leído u oído indica que deba impartir las clases de forma distinta, lo que me lleva a pensar que si nos encontramos con algo fuera de lo normal, será un obstáculo pequeño y fácil de superar. ¿Estás lista?
Ella se encogió de hombros.
—No lo sé. No sé qué significa estar listo cuando se trata de la magia. Pero digamos que no me siento «no-lista».
—Me conformo con eso —dijo él con una risita—. Y ahora, reclínate en tu asiento, cierra los ojos y respira despacio.
Ella siguió sus indicaciones. El ancho respaldo del sillón estaba ligeramente inclinado hacia atrás, lo que invitaba a recostarse en él. Apoyó las manos en los brazos del sillón, y los pies en el suelo.
—Deja vagar tus pensamientos —murmuró Dakon—. No estés demasiado ansiosa por que la lección salga bien. Ocurrirá cuando llegue el momento oportuno. Dentro de una, dos o tal vez tres semanas, y entonces estarás preparada para aprender a utilizar la magia. —Siguió hablando, con voz suave y pausada—. Ahora voy a poner la mano sobre la tuya. Esto permitirá que mi mente se comunique con la tuya con menos esfuerzo.
Ella notó que unos dedos se posaban encima de los suyos. No estaban fríos ni calientes, y el contacto no era demasiado firme ni demasiado leve. Era una sensación un poco extraña e íntima que el mago del señorío le tocara la mano de ese modo. Por un momento, el recuerdo fugaz de un rostro sachakano de mirada lasciva le vino a la mente. Ella lo arrinconó, irritada. «Esto no tiene nada que ver. Lord Dakon no es en absoluto como Takado».
Entonces se acordó de su sospecha de que su madre pretendía casarla con lord Dakon. Le parecía inconcebible que él pudiera considerarla una esposa potencial. Sin duda preferiría desposarse con alguien más importante que con una plebeya como ella. Tampoco poseía una belleza que compensara su baja posición social. Daba igual lo que pensara su madre; ella no intentaría seducir al mago. Para empezar, no tenía idea de cómo. Y, lo que era aún más importante, ni siquiera sabía si…
—Piensa en lo que ves —le pidió Dakon en un tono sereno—. No ves nada, ¿verdad? No hay más que oscuridad detrás de tus párpados. Imagina que estás en un sitio sin paredes, suelo o techo. Aunque esté oscuro, es un lugar cómodo. Tú estás de pie dentro de él.
Entonces ella notó algo. Una sensación que no era física. Una intuición de una personalidad…, de la personalidad de lord Dakon. Le infundía tranquilidad y aliento, pero no irradiaba el menor interés romántico. A Tessia le sorprendió el alivio que sintió. No necesitaba distracciones de ese tipo cuando estaba intentando aprender algo tan importante.
—Estoy detrás de ti. Vuélvete.
No estaba segura de si ella había dado media vuelta o de si aquel lugar oscuro en su imaginación había girado a su alrededor, pero lord Dakon estaba allí, a unos pasos de distancia. La imagen era borrosa, hasta que Tessia fijó la vista en él: su rostro, sus pies, sus manos. Su sonrisa.
Bien hecho, Tessia.
Ella comprendió que lord Dakon le había hablado a través de la mente. ¿Podría responderle de la misma manera?
¿Lord Dakon?
Sí. Lo estás haciendo bien.
Oh, bueno. ¿Y ahora qué?
¿Ves lo que llevo? Es una caja.
Levantó los brazos, y Tessia vio que sostenía algo entre las manos. Cuando pronunció la palabra «caja», el objeto adquirió de inmediato la forma de un pequeño cofre de madera de noche con cantoneras y cierre de oro.
Sí.
Esto contiene mi magia. Si quieres utilizarla, abriré la caja. El resto del tiempo la mantendré cerrada. Tú también tienes una caja. Mira tus manos y deja que la caja cobre forma.
Al bajar la mirada, ella advirtió que podía verse las manos. Las colocó con la palma hacia arriba y pensó en la palabra «caja».
Un estuche delgado y plano apareció. Era viejo y sin adornos, y estaba un poco polvoriento. Era idéntico a la caja en que su madre guardaba su collar.
Ábrelo, le indicó Dakon.
Ella abrió el cierre y levantó la tapa. Dentro estaba el collar, que relucía débilmente bajo la luz mortecina. Por algún motivo, esto le causó una honda decepción. Alzó la vista hacia él, desconcertada.
¿El collar de mi madre es mi magia?
El mago frunció el ceño.
Lo dudo, dijo él lentamente. Lo más probable es que el recuerdo de esta caja esté fresco en tu memoria. Déjalo atrás. Intentémoslo de nuevo.
Ella obedeció, depositando la caja en el suelo invisible, detrás de sí. Se enderezó y bajó de nuevo la mirada hacia sus manos.
Intenta imaginar una caja digna de la magia. De tu magia.
La magia era especial. Traía consigo poder e influencia. Y fortuna. Era magnífica. Una caja grande se materializó. Era toda ella de oro y despedía un brillo intenso. Las paredes eran gruesas, y su peso, considerable. Ella miró a Dakon, que parecía divertido.
Mejor. Dudo que ninguno de nosotros confunda eso con algo que no sea una caja de magia, aseveró. Y ahora, ábrela.
Temblando de expectación y temor, descorrió el pestillo de la tapa. ¿Qué encontraría dentro? ¿Energía? Una energía descontrolada, con toda seguridad. Cuando la tapa se levantó sobre sus bisagras, una luz blanca deslumbrante castigó sus ojos.
Era demasiado fuerte. Tessia sintió que una fuerza se derramaba, haciendo que la caja se le cayera de las manos. Un estrépito hizo que cobrara conciencia bruscamente de su entorno real, y ella abrió los ojos. Parpadeó mientras buscaba con la vista el origen del ruido. Entonces vio los trozos de vidrio que cubrían una mesa cercana.
—Oh.
Lord Dakon se removió, abrió los párpados y dirigió la mirada hacia el objeto roto, fuera lo que fuese.
—Lo siento —dijo ella.
Él arrugó el entrecejo.
—Creo que tal vez deberíamos dar estas clases en un lugar menos… delicado.
—Lo siento mucho —repitió ella.
—No te disculpes —dijo él con firmeza—. Debería haber pensado que existía la posibilidad de que se desatara magia mal dirigida. Supongo que lo pensé, pero no lo tomé lo bastante en serio. Nunca había entrenado a un nato. ¿Qué te parece si…?
Alguien llamó a la puerta. Lord Dakon se volvió hacia allí. Al seguir su mirada, Tessia vio que Keron asomaba la cabeza por la abertura.
—Lord Dakon —anunció el criado—. Lord Narvelan del señorío de Loran está aquí.
Dakon arqueó las cejas, sorprendido, y se puso de pie.
—Es suficiente por hoy —le dijo a Tessia—. Siempre que puedas, practica el entrar en ese estado mental, y la visualización de la caja, pero no la abras.
Ella sonrió.
—No hay ningún peligro de eso.
—He dejado unos libros en aquella mesa, junto a la puerta, para que los leas —señaló—. Si hay algo que no entiendas, no dudes en consultarme.
Tessia asintió.
Lord Dakon giró sobre sus talones y salió de la biblioteca con aire decidido. Al fijarse en la prisa que tenía, Tessia no pudo evitar sentir una gran curiosidad. ¿Era un hábito de lord Narvelan presentarse en casa de lord Dakon sin avisar? Ella había visto muy pocas veces al mago del señorío vecino, y siempre desde lejos. Se comentaba en la aldea que era un hombre apuesto. Tal vez se quedaría a cenar aquella noche.
«Algo me dice que si mantengo los ojos bien abiertos y los oídos atentos, tal vez aprenda aquí algo más que a hacer magia. Quizá aprenda mucho más sobre el mundo de los magos y de las personas acomodadas e influyentes».
En cierto modo, eso era algo con lo que ya contaba, aunque no esperaba empezar a aprender tan pronto.
Dakon envidiaba la juventud del hombre que caminaba de un lado a otro de la biblioteca. Tras recibir el mensaje de Dakon en el que le comunicaba que Takado se había marchado el día anterior, lord Narvelan había cabalgado durante toda la noche hasta Mandryn, y sin embargo estaba alerta e inquieto. Por otro lado, la política siempre vigorizaba al mago. Si Dakon no hubiera estado bien informado, habría atribuido el interés de Narvelan por el sachakano al aburrimiento que le provocaba el hecho de ser un joven que vivía en un lugar tan relativamente poco estimulante como el campo. Pero estaba bien informado.
Tres años atrás, a Dakon lo había divertido y sorprendido que su vecino quisiera «reclutarlo». Narvelan y varios otros propietarios de señoríos, así como unos cuantos lords de la ciudad que simpatizaban con su causa, habían acordado reunirse unas veces al año para tratar asuntos que afectaban a los señoríos. Todo había empezado como un arreglo informal, con el fin tanto de fortalecer las relaciones entre los magos que vivían en sus señoríos aislados como de firmar pactos vinculantes. Se hacían llamar el Círculo de Amigos.
Como las reuniones eran informales y no del todo secretas, habían llegado a conocimiento del rey Errik al cabo de unos meses. Narvelan se encontraba entre los miembros que habían viajado a la ciudad para convencer al monarca de que sus intenciones no entraban en conflicto con los intereses de la corona. Dakon no sabía qué se había discutido ni qué decisiones se habían tomado. A veces Narvelan se refería en broma al grupo como «los cotillas de campo favoritos del rey».
Sin embargo, tanto el grupo como su finalidad habían evolucionado hasta convertirse en otra cosa cuando habían oído rumores de que los magos jóvenes de Sachaka querían reconquistar Kyralia. Dakon no compartía sus preocupaciones hasta que había recibido la orden del rey, unas semanas antes, de que intentara sonsacar al ashaki Takado el motivo de su visita a Kyralia si pasaba por Mandryn. Narvelan había recibido instrucciones parecidas.
Por desgracia, el joven mago se había pasado la noche cabalgando en vano. Dakon no tenía información que transmitirle, como había dejado claro en su mensaje.
—Lo sé, lo sé —dijo Narvelan cuando Dakon se lo recordó—. Quiero que me lo cuentes todo sobre él, de cualquier modo. ¿Ha sobrevivido el esclavo?
—Sí… y ya no es un esclavo —declaró Dakon—. Takado me pidió que concediera la libertad a Hanara en cuanto él se marchara del país.
—¿Le has leído la mente?
—No. No sería una introducción a la libertad demasiado convincente.
El mago más joven apartó la vista de la ventana y miró a Dakon con expresión ceñuda.
—No te fiarás de él, ¿verdad?
Dakon se encogió de hombros.
—Tanto como de cualquier hombre que no conozco.
—Es más que eso. Más que un mero desconocido. Es sachakano y un antiguo esclavo. Lo criaron para ser leal, si no a su amo, a su país.
—No voy a encerrarlo ni leerle la mente sin una buena razón para ello.
Narvelan frunció los labios y asintió.
—Ya me lo imagino, pero yo en tu lugar no le quitaría ojo, para que no se haga daño a sí mismo ni a otros. No creo que adaptarse a la vida como hombre libre después de haber sido un esclavo fuente resulte fácil.
—No pienso echarlo de mi casa antes de que esté preparado —le aseguró Dakon—, pero no sería apropiado que se quedara aquí para siempre en calidad de invitado. Le buscaré un empleo en algún sitio donde pueda mantenerlo vigilado.
El otro mago asintió.
—¿Crees que Takado tenía algún motivo aparte de la curiosidad para visitar Kyralia?
—No estoy seguro. —Dakon hizo una mueca—. No sé si algo en su comportamiento lo delató, o si simplemente su actitud equívoca me causó una impresión errónea, pero me cuesta no sospechar que albergaba malas intenciones. ¿Recibiremos una confirmación cuando él haya salido del país?
—No lo sé. —Narvelan arrugó el entrecejo y sacudió la cabeza—. El rey debe de haber apostado a unos cuantos guardias en la frontera para controlar quién entra y quién sale.
—Por si sirve de consuelo, dudo que Takado quiera pasar un día más de lo imprescindible sin un esclavo a su servicio. —Dakon se rio entre dientes y luego se puso serio—. Sin embargo, sí que intentó cometer una fechoría antes de marcharse. Trató de forzar a una mujer, pero le pararon los pies antes de que pudiera hacer otra cosa aparte de asustarla.
La expresión de Narvelan se ensombreció.
—¿Por eso se marchó?
Dakon sacudió la cabeza.
—No, aquello sucedió después de que decidiera marcharse. Creo que quería recordarnos que los sachakanos ejercieron ese poder sobre nosotros en otra época…, como si no nos lo hubiera recordado ya al propinar una paliza a su esclavo que estuvo a punto de matarlo.
—No sé por qué los dejamos entrar en el país —farfulló Narvelan. Soltó un suspiro y se sentó—. No, sí que entiendo por qué. En aras de la diplomacia y el buen entendimiento, el comercio y todo eso. Solo desearía que no tuviéramos que hacerlo. Sobre todo cuando… —Miró a Dakon, con su rostro juvenil repentinamente surcado por las arrugas de un hombre mayor—. Supongo que debería contarte el chisme de una vez.
—Por favor, cuéntamelo —pidió Dakon con una sonrisa irónica.
Narvelan descansó los codos sobre los brazos del sillón y juntó las puntas de los dedos de ambas manos.
—¿Por dónde empezar? Por la historia de lord Ruskel, creo. Ruskel había oído varios testimonios de personas que aseguraban haber visto extranjeros en el extremo sur de la cordillera. Por lo general se trataba de grupos pequeños de jóvenes. Investigó un poco y descubrió una partida formada por tres sachakanos y sus esclavos acampados en nuestro lado de la frontera. Ellos aseguraron que se habían perdido en las montañas.
Dakon no pudo evitar que un escalofrío le bajara por la espalda. Encontrarse solo frente a tres magos sachakanos no debía de ser agradable para ningún mago de Kyralia, si no tramaban nada bueno.
—Se disculparon y se marcharon por donde habían venido —prosiguió Narvelan—. Lord Ruskel fue a pedir la ayuda de algunos vecinos y salió en pos de ellos unos días después. Encontró un sendero que en un principio era natural y seguramente utilizado por cazadores, pero a medida que se adentraban en las montañas, se hacía más evidente que se habían realizado actos mágicos para prolongar el camino. Cosas tan obvias como excavar una cavidad en la pared de un precipicio o mover rocas enormes para construir un puente.
—Es decir, un camino para no-magos. O para magos que no quieren consumir demasiada energía —dijo Dakon.
—Sí. Varios cazadores con sus familias se acercaron también a lord Ruskel y a sus acompañantes para hablarles de la desaparición de hombres que habían cazado durante décadas en las montañas, en días de buen tiempo.
—¿Han sido vistos los sachakanos desde entonces?
—No, y tampoco ha habido más denuncias sobre personas desaparecidas. Tal vez a los jóvenes sangretambor se les han quitado las ganas de seguir con sus incursiones. —Narvelan sonrió con aire lúgubre—. Lo que me lleva al tema siguiente: lo que está sucediendo en Sachaka. El amigo que tenemos allí ha conseguido contactar con nosotros de nuevo.
A Dakon se le escapó una sonrisa. No tenía idea de si dicho «amigo» era kyraliano o sachakano, pero Narvelan respondía de la honestidad del hombre —o la mujer— y de la veracidad de sus informes.
—Nuestro amigo dice que se está produciendo un distanciamiento entre los magos sachakanos jóvenes y mayores. Hay demasiados magos jóvenes sin tierra, que dependen del hermano a quien su padre nombró heredero para que los mantenga. El número de magos sin patrimonio ha aumentado lentamente desde hace años, pero es ahora cuando han empezado a unirse y a causar problemas. Da la impresión de que la situación se le está yendo de las manos al emperador Vochira.
»Se sabe de magos sin tierra que han torturado y matado esclavos que no les pertenecían. Esto por sí solo no tiene nada de raro, así que deben de estar causando muchos daños económicos con sus actos para levantar tantas protestas. Algunos se han convertido en ladrones, y en algún caso han llegado a atacar y a robar a otros magos. Otros han allanado casas de magos terratenientes, agredido a sus familias y asesinado a sus esclavos.
»Los peores delincuentes han sido desterrados y declarados “ichani”, es decir, forajidos. A algunos les dieron caza y los mataron, pero fueron demasiado pocos como para que cambiara la situación, porque el emperador necesita ayuda para reducir a los delincuentes, y son escasos los magos mayores que pueden correr el riesgo de romper su alianza con las familias a las que pertenecen los malhechores. —Narvelan suspiró y sacudió la cabeza—. Me produce cierta satisfacción saber que a los sachakanos les está costando tanto como a nosotros conseguir que los magos se unan y se apoyen mutuamente.
Dakon se rio, pues sabía que el joven se refería a la costumbre de algunos magos de guardarse sus conocimientos de magia para sí. Lord Jilden, por ejemplo, había descubierto una manera de endurecer la piedra por medio de la magia, pero se negaba a compartir ese conocimiento con nadie. Alegaba que solo resultaba útil para las esculturas pequeñas —exquisitas y frágiles— que él creaba, y que, al igual que la mayoría de los artesanos, no tenía por qué divulgar sus métodos. El rey Errik no se atrevía a ordenar a lord Jilden que revelara su secreto, pues la mayoría de los magos no lo respaldaría. Aunque les interesaba adquirir aquel conocimiento, su libertad para hacer lo que quisieran, siempre y cuando no perjudicaran a su país, era mucho más valiosa para ellos. El rey solo podía forzar a lord Jilden a desvelar su secreto si conseguía demostrar que no darlo a conocer suponía un peligro.
—Nuestro amigo sachakano dice que los magos más jóvenes hablan del pasado —añadió Narvelan—. Glorifican la época en que el Imperio sachakano se extendía de costa a costa y explotaba las riquezas de otras tierras. Tienen la sensación de que el imperio está en decadencia y creen que pueden devolverle el esplendor si reconquistan los territorios perdidos.
Dakon frunció el ceño.
—Eso no suena muy prometedor.
—Ah —continuó Narvelan, sonriendo—, pero los magos mayores tildan a los jóvenes de insensatos e ilusos. Recuerdan que el imperio renunció a Elyne y Kyralia porque ninguno de los dos territorios le proporcionaba tantas riquezas como antes. Es lo que suele ocurrir cuando se expolia un país —añadió Narvelan crípticamente—. También dicen que conquistar Kyralia ahora resultaría muy costoso y no valdría la pena.
—Pero los magos jóvenes quieren tierras —conjeturó Dakon—. El hecho de no tenerlas los impulsa a ver Kyralia como un objetivo más valioso de lo que es en realidad. Su intención no es saquear y marcharse, sino quedarse y gobernar.
El mago joven adoptó una expresión meditabunda.
—Temo que estés en lo cierto. La pregunta es si los magos mayores conseguirán convencer y controlar a sus adversarios jóvenes, o si dejarán que invadan Kyralia.
—Siempre parece más fácil cruzarse de brazos cuando los problemas están lejos —dijo Dakon—. Ellos saben que sus jóvenes aprenderán la lección y regresarán a casa con el rabo entre las piernas, o morirán y dejarán de ser un motivo de preocupación… o bien triunfarán. Lo peor que podría ocurrir es que se produjera un contratiempo diplomático sin mayor trascendencia histórica.
—¿Tienen razón los jóvenes? —preguntó Narvelan, más para sí que para Dakon—. ¿Somos tan débiles como ellos creen? ¿Ganaríamos o perderíamos una guerra así?
Dakon reflexionó.
—Los maestros de la guerra del rey deben de saberlo mejor que nosotros. —Miró al joven—. Pero tus amigos ya estarán intentando averiguarlo por sí mismos, ¿verdad?
Narvelan sonrió de oreja a oreja.
—Lo intentan. Pero hay otra incógnita, tan importante como las otras dos.
—¿Sí?
—¿Nos uniríamos nosotros para hacerles frente?
—Por supuesto. Lo hicimos hace unos siglos, para obligar al emperador a concedernos la independencia.
—Pero ¿cuánto tiempo nos llevaría? ¿Cuál sería el precio? ¿Cuántas tierras conseguirían invadir los sachakanos antes de que los magos de ciudad decidieran actuar? ¿Un señorío? ¿Dos o tres?
—Solo si los sachakanos lanzaran un ataque fulminante.
Narvelan sacudió la cabeza.
—No conoces a los magos de ciudad tan bien como yo. Su miedo al conflicto es mucho mayor que su interés por el destino de unos señoríos remotos de la zona fronteriza. —Dirigió la mirada a la ventana y arrugó el entrecejo—. Estamos cerca del paso principal, tú más que yo. Aunque tuvieras razón, nuestra tierra y nuestra gente serían las primeras en caer.
A Dakon se le erizó la piel, como si estuviera sentado al aire libre y una nube acabara de tapar el sol. No tenía argumentos para refutar lo que decía Narvelan. Solo le quedaba esperar que los sachakanos nunca llegaran a convencerse de que valía la pena invadir Kyralia, o bien que sus intentos de organizarse y establecer alianzas fracasaran.
«Y si mis esperanzas se ven frustradas, ojalá consiga evacuar las aldeas del señorío de Aylen a tiempo y poner a mi gente a salvo. Estoy seguro de que Narvelan se equivoca respecto a los magos de ciudad. Además, estas decisiones no les corresponden a ellos».
—El rey no permitiría que los magos de ciudad demorasen la defensa del país —afirmó, sintiéndose más animado por unos instantes—. No querrá que un trozo de su territorio, y menos aún unos cuantos señoríos, acaben en manos sachakanas.
Narvelan lo miró y asintió con la cabeza.
—Espero que tengas razón. Creo…, al igual que nuestro círculo de amigos…, que podemos mejorar nuestras posibilidades. Es más probable que el rey actúe con rapidez si se reúne antes con nosotros y nos asegura que lo hará. Debería conocer a las personas que correrían más peligro si se produjera dicha crisis. Personas como tú. Es mucho más difícil dejar que muera gente si la conoces, la aprecias y le has prometido tu ayuda.
—¿Quieres que pida audiencia al rey? —exclamó Dakon, con una carcajada—. ¿Por qué iba a concedérmela? Dudo que lo hiciera solo para que me quedara más tranquilo. Seguramente pensaría que soy un rasuk que salta ante el menor atisbo de peligro y que la mitad de las amenazas son inventadas.
—No pensará eso —replicó Narvelan con un encogimiento de hombros y un brillo de picardía en los ojos—, sobre todo dada tu reputación. Además, en cuanto te conozca, sabrá que no te asustas con facilidad.
—¿Reputación? —Dakon clavó la vista en el joven—. ¿Qué reputación?
Narvelan comenzó a pasear la mirada por la habitación.
—¿Tú crees que es demasiado temprano para tomar un poco de vino?
—Solo para quien menciona la reputación de un hombre y después se niega a dar detalles.
El joven desplegó una gran sonrisa.
—¿Eso es un soborno o un castigo?
—Depende totalmente de cómo afecte a mi reputación.
Narvelan se rio.
—De acuerdo. Nos hemos asegurado de que se te conozca como un hombre perseverante a quien no le impresionan las frivolidades. Por eso no tienes esposa, o al menos esa es la conclusión a la que ha llegado el conjunto variopinto de esposas e hijas de nuestros amigos.
Dakon abrió la boca y la cerró enseguida.
—Desde luego espero que esta reputación que me habéis labrado no me impida casarme algún día.
—Estoy seguro de que no —dijo el mago joven con una sonrisa. De pronto, abrió mucho los ojos y se le escapó una risotada—. Puedes decirle a la gente que tu motivo para visitar la ciudad es que quieres encontrar una esposa. Esto desviaría mucho la atención de…
—No —dijo Dakon con firmeza.
—¿Por qué no? Los magos solemos casarnos a una edad tardía, aunque tú lo estás dejando para un poco más tarde que la mayoría.
—No es que lo esté dejando para más tarde —repuso Dakon, encogiéndose de hombros—, ni que no haya conocido a la mujer adecuada. Aunque he tratado con algunas mujeres con las que me habría gustado casarme (y en más de una ocasión el sentimiento era recíproco), aún no he conocido a ninguna a quien la idea la seduzca lo suficiente para dejar la ciudad, a sus amigos y familiares, para trasladarse a Mandryn. Tú no has tenido que descubrir esto por ti mismo, pues te casaste antes de venir a vivir aquí. Las mujeres jóvenes del campo están desesperadas por mudarse a la ciudad, y las de la ciudad no se mueren de ganas por abandonarla. Dudo mucho que tu idea sirva para distraer la atención. Lo más probable es que se pongan de acuerdo para ignorarme.
—Ah. —Narvelan pareció decepcionado—. Ahora que lo mencionas, Celia se queja a menudo de lo mucho que se aburre en el campo.
—Viajo a la ciudad cada año para visitar amigos y ocuparme de asuntos mercantiles. No hay necesidad de hacer creer a nadie que tengo otras intenciones.
Narvelan asintió.
—En fin, ¿cuándo piensas partir?
—No antes de unas semanas. —Al ver que el mago joven se disponía a protestar, Dakon alzó la mano para atajarlo—. La semana pasada ocurrió algo más. Tengo un nuevo aprendiz.
—Ah. Un aprendiz. Supongo que tendré que empezar a pensar en conseguir uno pronto. ¿Debo sondear a una familia que me parezca apropiada? ¿Es así como has conseguido tú al tuyo?
—No, es un caso especial. Se trata de una persona nata.
La expresión del mago demostró que entendía la magnitud de lo que acababa de oír.
—¡Un nato! ¡Qué emocionante!
—En efecto, así ha sido.
Narvelan hizo un gesto de afirmación.
—Estás obligado a quedarte aquí. No puedes dejarlo sin haberlo entrenado antes, y llevarlo contigo sería injusto para quienes te hospeden. Bueno, ¿y me lo vas a presentar?
—Ya la conocerás a la hora de la cena, si decides quedarte.
—¿Una mujer? —Narvelan enarcó las cejas.
—Sí. Es la hija de mi sanador.
—Entonces me quedo a cenar, definitivamente.
—Espero que sea su encantadora personalidad y no un estallido accidental de magia lo que nos entretenga. No me importa tener que arreglar y redecorar uno de los salones, pero hacerlo con el comedor me saldría un poco caro.
Narvelan puso los ojos como platos.
—¿Arreglar uno de los salones?
—Sí. Las huellas de su primer uso de la magia no pasan inadvertidas.
—¿Puedes enseñármelas, o ya han arreglado los desperfectos?
Dakon sonrió.
—No del todo. Todavía resultan bastante impresionantes. Te las enseñaré esta noche.