33

El número de magos, aprendices y criados que iban en persecución de los invasores sachakanos se había multiplicado. Los más de setenta magos, otros tantos aprendices y criados reclutados como fuentes, la servidumbre, los carros y los animales que llevaban consigo para cubrir las necesidades del ejército ofrecían un espectáculo imponente.

«Ahora parecemos un ejército de verdad», pensó Tessia. Como Dakon era uno de los asesores militares, ella cabalgaba cerca de quienes encabezaban la marcha. Delante de ella avanzaban Werrin, Sabin, Narvelan y algunos magos de ciudad. Cuando volvió la vista atrás, un mar de magos y aprendices recubría el camino. Solo alcanzaba a ver a los criados y las carretas cargadas con provisiones cuando llegaban a una curva en el camino.

Sabía que tanto Sabin como Werrin opinaban que desplegar así las tropas era más arriesgado que avanzar en una formación más compacta, pero con frecuencia el camino discurría entre muretes de piedra que cercaban los campos. Había habido problemas con algunos de los magos más jóvenes, que se habían alejado para robar en un huerto y luego, desoyendo las explicaciones de Sabin sobre el peligro, habían arrancado a galopar por los campos saltando vallas y echándose carreras.

«Yo pensaba que habían escarmentado al ver a las víctimas de Takado y sus aliados, pero me parece que muchos siguen creyendo que esto es una aventura emocionante».

A media mañana, el nuevo ejército encontró las primeras señales de destrucción. Los sachakanos habían dejado una estela de aldeas y casas arrasadas a través del señorío, pero se habían apartado de la carretera principal para no toparse con los refuerzos kyralianos. Según los informes de los exploradores, Takado se había dirigido hacia el este desde la carretera principal, cruzando el señorío de Noven —los dominios de lord Gilar— hasta el siguiente camino importante. Era el mismo que Dakon había enfilado para viajar a Imardin, pero el enemigo había avanzado en la dirección contraria hasta llegar a una aldea y se había instalado allí, dejando un rastro de granjas, graneros y cadáveres quemados a su paso.

—¡Tessia!

Era una voz femenina procedente de atrás. Al volverse, Tessia vio que lady Avaria cabalgaba hacia ella. Otros habían mirado también hacia la maga, pues el bulto que acunaba en un brazo había soltado un berrido. La criada y fuente de Avaria, una joven con sentido práctico que había caído bien a Tessia desde el primer momento, la seguía de cerca.

—¿Podrías echarle un vistazo? —preguntó Avaria cuando alcanzó a Tessia—. Se lo he pedido a los sanadores, pero uno se ha negado y el otro me ha dicho que lo más humano sería asfixiarlo.

Tessia vio una carita enrojecida y crispada, con la boca de la que salían los berridos abierta de par en par, cuando Avaria inclinó el bulto hacia ella. Con delicadeza, Tessia cogió al bebé y lo examinó. Tenía una mancha amoratada en la cabeza.

—Se ha dado un golpe, pero no se ha roto nada —dijo ella—. Debe de tener un dolor de cabeza terrible. ¿Dónde lo has encontrado?

—No lo he encontrado yo, sino uno de los demás, que ha decidido que, como soy mujer, estoy capacitada para cuidar de él mientras cabalgo hacia la batalla. —Aunque la voz de Avaria se había teñido de irritación, seguía prevaleciendo la inquietud—. Chisss —siseó para tranquilizar a la criatura, que Tessia le había devuelto—. Pobrecillo. Lo encontraron atado a la espalda de su madre muerta. Supongo que eso desmiente el rumor de que los sachakanos devoran bebés. Y no es que me lo creyera —se apresuró a añadir.

Tessia sintió que algo se le retorcía por dentro.

—¿Es menos cruel dejar que muera de hambre?

—No. Chitón —dijo Avaria, y puso los ojos en blanco cuando el niño rompió a llorar con más fuerza.

—Debe de estar hambriento —señaló Tessia—. Y, a juzgar por cómo huele, yo diría que hace un buen rato que necesita que lo cambien.

Avaria suspiró.

—Ya. No podemos quedarnos con él. Le pediría a Sennia que lo llevara de vuelta a Calia si pudiera prescindir de ella, pero no puedo.

—¿No puede llevarlo algún otro de los criados? —preguntó Tessia.

Una mueca de desagrado asomó al rostro de Avaria.

—Sennia ha sugerido que se lo demos a las innombrables.

—¿Las «innombrables»? —Tessia frunció el entrecejo y luego reprimió una carcajada—. ¿Las mujeres que siguen al ejército? Supongo que alguna se haría cargo de él… a cambio de una suma adecuada. —Contempló al niño, reflexionando—. Prueba primero con las criadas. También es posible que encontremos a supervivientes dispuestos a cuidar de él. —De pronto, los berridos del bebé aumentaron de volumen—. Pero no durará mucho si no te encargas de que alguien le dé de comer.

Avaria asintió.

—Gracias. —Dirigió la vista a Sennia—. ¿Podrías pedirle a…?

La criada sonrió, hizo que su caballo diera media vuelta y se alejó hacia la parte de atrás de la fila. Avaria miró al frente y su expresión pasó de la inquietud y la irritación al espanto.

—¿Qué…?

Tessia siguió la dirección de la mirada de Avaria hacia un punto situado delante de los magos, y se le hizo un nudo en el estómago. Había cadáveres diseminados sobre el camino. No uno ni dos, sino docenas, quizá incluso cientos. Cuando se encontraban más cerca, ella vio que las víctimas eran hombres y mujeres de todas las edades. También había niños. Oyó exclamaciones y maldiciones a su alrededor.

—Debían de estar desplazándose hacia el sur —dijo Jayan en voz baja—, haciendo lo que se les había pedido: desalojar su pueblo. Y todo para acabar cruzándose en el camino de los sachakanos.

Dakon emitió un gruñido.

—Mirad. —Señaló unos muebles rotos a un lado del camino—. Seguramente se han llevado los carros de esta gente y han tirado lo que no necesitaban.

Avaria siseó.

—No les está costando mucho reponer las energías que utilizan para quemar y destruir nuestros pueblos y aldeas.

—No —convino Dakon, con la mirada ensombrecida por la preocupación.

De pronto, una cabeza asomó por encima del muro bajo de piedra que bordeaba el camino. Acto seguido, una niña pequeña saltó al otro lado y corrió hacia el jefe del ejército. Werrin frenó a su caballo, y todos los demás se detuvieron.

—¡Socorro! ¿Puede ayudarme alguien? Papá está herido. —La niña señaló el muro.

Werrin habló con uno de los criados que viajaban con los líderes del ejército. El hombre corrió a lo largo de la columna, mirando brevemente a Tessia antes de desviar la vista. Tessia sintió una leve punzada de dolor. Durante meses era a ella a quien recurrían cuando necesitaban curar a alguien. Ahora que había sanadores formados por el gremio en el ejército, ella volvía a ser una mera aprendiz.

«Aun así, él ha pensado en mí —se dijo—. No han olvidado o pasado por alto que tengo cierta capacidad».

Werrin espoleó a su caballo para que siguiera caminando, y los demás echaron a andar tras él. Jayan se volvió hacia ella.

—Esperemos a ver qué pasa.

Sorprendida y complacida, siguió su ejemplo y dirigió a su montura a un lado para dejar pasar al ejército. Dakon miró hacia atrás y asintió en señal de aprobación. Ella se sintió agradecida y llena de afecto hacia él. No había hecho falta que ella le pidiera permiso. Él entendía e incluso apoyaba su interés por la sanación.

«Tengo suerte de que sea mi maestro», pensó.

Esperaron a los sanadores durante un rato que le pareció interminable, y comprendió por qué cuando, mucho después de que pasara el último mago, los dos hombres se separaron de la columna.

Indignada, se dio cuenta de que no se habían molestado en apartarse de la columna para adelantarse. La niña apuntó con el dedo por encima del murete, y los hombres desmontaron de mala gana. Un criado se detuvo para sujetar la cabeza de los caballos. Tessia y Jayan se apearon y entregaron también las riendas al criado. Tessia desenganchó la bolsa de su padre, y los dos atravesaron un campo siguiendo a la muchacha y los sanadores.

No fue difícil encontrar a su padre. Una franja de vegetación ennegrecida conducía hasta él y continuaba más allá. La ropa del hombre también estaba chamuscada. Él yacía boca abajo en un surco, inconsciente, aunque todavía respiraba.

Los dos sanadores se inclinaron para examinarlo y sacudieron la cabeza.

—Tiene quemaduras muy graves —le dijo uno de ellos a la niña, en un tono suave pero firme—. No pasará de esta noche.

Los ojos de la muchacha se arrasaron en lágrimas.

—¿Puede hacer que deje de dolerle? —preguntó con un hilillo de voz.

El sanador negó con la cabeza.

—Báñalo en agua fresca. Si tienes una bebida fuerte, dásela.

Cuando los sanadores se cruzaron con Tessia y Jayan, el que no había hablado con la niña miró a la aprendiz.

—No malgastes tus remedios —le aconsejó.

Jayan maldijo entre dientes mientras los dos se alejaban con paso decidido. Se volvió hacia Tessia.

—¿Quieres echarle una ojeada más de cerca?

—Claro.

Tessia se acercó al hombre y se arrodilló en el suelo. Horrorizada, descubrió que lo que había visto sobre la espalda del hombre no era ropa ennegrecida. Era su piel.

—Cuando llegaron los extranjeros, echamos a correr —dijo la niña.

El hombre tenía la respiración entrecortada. Los sanadores estaban en lo cierto. No sobreviviría.

—Cuando lanzaron el fuego, él se echó encima de mí —prosiguió la niña—. Por eso no me quemé.

Venciendo su aprensión, Tessia colocó las manos bajo la cabeza del hombre, tocándole la piel intacta de la frente, y cerró los ojos. Tal como había hecho muchas veces en el pasado, se concentró en los latidos y ritmos del cuerpo que tenía bajo las manos. Proyectó la mente con suavidad hacia el interior del hombre. Sin embargo, en esta ocasión no había huesos rotos ni piel desgarrada que manipular. El daño era más sutil. Su padre le había explicado cómo reaccionaba el corazón a una quemadura grave, así como otros cambios que se producían en el cuerpo. Ella intentó encontrar un sentido en aquellos cambios.

De pronto, podía sentir el dolor del hombre.

Era terrible. Ella retrocedió. Abrió los párpados y se percató de que se le había escapado un grito.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jayan, alarmado.

—Será mejor que empieces a preparar el remedio contra el dolor cuanto antes —le dijo ella e hizo un esfuerzo por cerrar los ojos y proyectar su mente de nuevo.

«¡Nunca antes había percibido nada parecido!». Sabiendo que si vacilaba le faltaría valor para soportar ese dolor otra vez, volvió a ahondar en su percepción del cuerpo del hombre. Se debatía entre la determinación y la renuencia, y tardó un rato largo en notar que el dolor la invadía de nuevo. Esta vez se obligó a aguantarlo, para examinar y explorar aquel cuerpo con delicadeza.

Al cabo de unos momentos, había descubierto dónde debía aplicar magia para bloquear el dolor. Pero vaciló antes de hacerlo.

«¿Es conveniente? Papá siempre decía que el dolor era lo que impulsaba a una persona a quedarse quieta y sanar. Este hombre morirá de todos modos, pero ¿no sería espeluznante para su hija que se levantara y comenzara a andar, todo quemado, solo para desplomarse y morir poco después?».

Tal vez si ella pudiese mitigar el dolor… Invocó energía con cautela y obstruyó algunas de las vías. El cuerpo se relajó ligeramente bajo su mano. No muy segura de si se había excedido o se había quedado corta, se apartó y abrió los ojos.

El padre de la niña estaba despierto. No intentó ponerse de pie. Ella cayó en la cuenta de que estaba agotado y seguramente no tendría fuerzas para levantarse.

—Ya está —dijo, mirando a la muchacha y a Jayan—. Eso lo ha aliviado un poco. —Fijó la vista en Jayan, que había vertido una medida de polvo en una jarra para mezclas—. No hace falta que sigas con eso. He encontrado una manera de bloquear el dolor por medio de la magia.

Él la contempló con los ojos muy abiertos de asombro. Luego sacudió la cabeza y empezó a guardar el material en la bolsa del padre de Tessia.

—¿Quiénes sois? —gimió una voz ronca.

Los dos dieron un respingo y bajaron la vista hacia el quemado.

—Somos magos —respondió Jayan—. Y Tessia tiene conocimientos de sanación.

El hombre la miró.

—Magos que son sanadores. Nunca había oído cosa parecida.

Tessia sonrió.

—Yo tampoco.

—¿Así que vais a la guerra?

Ella notó que la sonrisa se esfumaba.

—Sí.

—Bien. Pues ya podéis marcharos.

—Pero… —empezó a replicar Tessia. «Ni siquiera he intentado sanarlo todavía…».

—No os preocupéis por mí. Lo mejor que podéis hacer es matar a esos desgraciados antes de que le hagan lo mismo a otro. Vamos, marchaos. —Levantó ligeramente la cabeza y dirigió la mirada a lo lejos—. Vuestras tropas os están dejando atrás.

Jayan se volvió hacia el camino y arrugó el entrecejo.

«Tiene razón —pensó Tessia—. No puedo salvarlo, y no deberíamos alejarnos demasiado de Dakon». El hombre pronunció un nombre, y su hija se le acercó.

—Irás a casa de tu tía Tanna, ¿de acuerdo? Ya conoces el camino.

Cuando la muchacha se disponía a protestar, Tessia se levantó, y Jayan siguió su ejemplo. Ella exhaló un suspiro profundo y se obligó a andar de regreso hacia el camino.

—¿No has intentado sanarlo? —preguntó Jayan.

—No. Habría sido inútil. No podía salvarlo.

—Nunca es inútil intentarlo. Aunque no consigas salvar a alguien, puedes aprender algo, como has hecho ahora. Has eliminado el dolor con magia.

Ella hizo un mohín.

—Aún no he logrado utilizar la magia para sanar a nadie.

—Pero has logrado algo nuevo, algo que ningún mago o sanador había hecho antes.

Tessia frunció el entrecejo.

—Y no tengo idea de si puedo deshacerlo. ¿Qué habría pasado si hubiera bloqueado el dolor para realizar una intervención menor, y después no hubiera podido desbloquearlo? ¿Habría dejado a la persona insensible para siempre?

Él se encogió de hombros.

—Ya descubrirás la manera. De eso estoy seguro.

Ella suspiró y lo miró.

—No habría podido hacerlo sin ti, Jayan, sin tu ayuda.

Él abrió mucho los ojos y apartó la vista rápidamente.

—Solo lo hago porque sé que si no te vigilara te irías corriendo sola por ahí, a pesar de lo que ha dicho Dakon. —Pasó por encima del murete y se dirigió hacia donde estaban sus caballos—. Más vale que alcancemos a los demás.

Tessia lo observó divertida mientras él enganchaba con rudeza la bolsa de su padre a la silla de montar y, sin mirarla, subía sobre su caballo de un salto. No esperó a que Tessia montara y se alejó a un paso más rápido del que ella habría querido, pues las sacudidas eran excesivas para el contenido de la bolsa. Cuando se encontraban por la mitad de la columna, él espoleó de pronto a su cabalgadura para avanzar a un trote rápido, sin volverse siquiera para comprobar si ella lo seguía.

«Pero ¿qué he dicho? —se preguntó Tessia, quedándose atrás. Entonces reparó en que una de las chicas aprendices clavaba en él los ojos mientras pasaba junto a ella. Él le dedicó una mirada fugaz y sonrió—. Ah. ¿Así que de eso se trata? ¿Nuestra pequeña charla de ayer lo ha hecho cambiar de opinión sobre las magas? Mostrarse abiertamente atento conmigo podría perjudicar sus posibilidades de conquistarlas.

»Qué pena —pensó—. Ahora que empezábamos a llevarnos tan bien…».

Con expresión neutra, Stara entró en el dormitorio de Kachiro. «O, para ser más exactos, mi dormitorio». Vora se levantó de inmediato del taburete bajo en que estaba sentada y se postró ante ella. Stara se sentó en el borde de la cama, pensando en diferentes formas de enfocar lo que había ocurrido para describirlo, pero era incapaz de decidirse por una.

—¿Puedo levantarme, ama?

—¡Ah! Perdona. Claro. —Stara notó que se ruborizaba. «¿Me acostumbraré algún día a tener esclavos? Aunque supongo que haberme olvidado de su presencia es una buena señal de que empiezo a acostumbrarme. O una mala señal».

Vora regresó al taburete y la miró con expectación.

—¿Y bien? —preguntó. Stara sacudió la cabeza. La esclava encorvó la espalda—. ¿Qué ha salido mal esta vez?

—Tu plan, no —le aseguró Stara—. He ido a los baños, como me propusiste. Me he encontrado con él allí. No estaba enfadado conmigo, sino… Supongo que se imaginaba que yo intentaría algo así, aunque tal vez no tan pronto. —«Es curioso: a mí me sorprendió que no me sedujera la noche de bodas, y en cambio a él le sorprende que yo solo haya tardado una semana. Me pregunto cuánto se suponía que debía esperar».

—¿Y entonces? —inquirió Vora con expresión ceñuda.

—He… he hecho lo que me has sugerido… —Stara sacudió la cabeza—. Y nada.

—¿Nada de nada? Tal vez estaba fingiendo.

Stara esbozó una sonrisa irónica.

—No tengo motivos para dudar. Él no llevaba nada de ropa. Ni yo tampoco.

—Ah. —Vora apartó la mirada, y la arruga en su entrecejo se hizo más profunda—. ¿Y luego qué ha pasado?

—Me ha dicho que nunca ha podido acostarse con una mujer, que ni siquiera ha tenido ganas. Parecía muy compungido por ello. Le he preguntado por qué se casó conmigo y ha respondido que tenía la esperanza de que las cosas fueran distintas con una mujer tan hermosa como yo.

Vora soltó un leve resoplido.

—Eso me cuesta creerlo. ¿Qué ocurrió después?

—Le dije que quería tener hijos. Me contestó que no me preocupara, que ya encontraríamos otra manera. Me hizo prometer que no se lo contaría a nadie. Luego me pidió que me vistiera de nuevo y me marchara.

—Interesante —comentó la esclava arqueando las cejas.

Stara frunció el ceño.

—¿Crees que mi padre sabía que Kachiro no…?

—¿Que te casó con un hombre que él sabía que no podía engendrar un hijo?

—O tal vez porque no puedo matarlo acostándome con él.

Vora la miró, parpadeando.

—No se me había ocurrido esa posibilidad. No sería muy beneficioso para la reputación del ashaki Sokara que su hija adquiriese la costumbre de matar maridos. Pero creo que el primer motivo es el más probable. A vuestro padre le preocupa mucho lo que suceda con su fortuna y sus tierras cuando muera. Yo había supuesto que prefería que las heredara un hombre que le resulta antipático a que cayeran en poder del emperador, más que nada porque Kachiro tiene la misma edad que Ikaro y es improbable que viva muchos más años que él, por lo que todo pasaría pronto a manos de vuestro hijo o hija. Pero tal vez estaba equivocada. Quizá las cosas sean más complicadas. —Se quedó pensativa.

—Kachiro ha dicho que encontraríamos la forma de tener un hijo. ¿Estaba mintiendo?

Vora negó con la cabeza y sonrió.

—Hay otras formas de «cocer el ave en su propio jugo», como dice el dicho.

Stara hizo una mueca.

—¿Por qué son tan soeces los dichos sachakanos?

La esclava se encogió de hombros.

—Seguramente es una frase acuñada por esclavos. Nadie habla de los procesos de la vida con tanta franqueza como nosotros.

—Entonces…, si existen otras maneras de quedarme embarazada de Kachiro, todavía cabe la posibilidad de que los descendientes de mi esposo reciban los bienes de mi padre.

—Sí. —Vora se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación—. Si vuestro padre no quiere que tengáis un hijo, debe de ser consciente de que podéis quedaros embarazada por otros medios. Sin duda sabe que si impugna la paternidad de cualquier hijo que tengáis, se saldrá con la suya. O hay más personas enteradas de la incapacidad de Kachiro de las que él cree, o vuestro padre dispone de otras pruebas. Tal vez conoce a alguien dispuesto a corroborar su versión, o a alguien que no está dispuesto pero que no puede hacer nada por evitar que le lean la mente. —La voz de Vora se fue apagando. Dejó de caminar y se quedó absorta en sus pensamientos.

Stara se puso de pie y relevó a Vora en sus idas y venidas por la habitación.

—Entonces, si mi padre no quiere que yo tenga hijos o pretende impugnar su legitimidad, ¿quién quiere que herede sus bienes? —El corazón le dio un brinco—. ¡Sigue teniendo intención de matar a Nachira!

Vora alzó la vista y su expresión se tornó grave.

—Ah.

Una oleada de frustración y rabia recorrió a Stara.

—¡Accedí a casarme por nada! Lo que él quería era quitarme de en medio. ¡Arrgh! ¡Esto es de locos! —Se paró en seco y se volvió hacia Vora—. ¿Por qué no quiere mi padre que yo le dé un nieto para que sea el heredero de su fortuna? Kachiro no podría quedarse con nada antes de que muriese Ikaro.

Vora se encogió de hombros.

—En parte, por orgullo. La herencia por vía directa y masculina se considera lo ideal, y vuestro padre es ante todo un tradicionalista. Además, su negocio es para él como otro hijo. Quiere asegurarse de que siga siendo próspero en manos de quienes lo hereden.

—¿Y esto justifica que mate a Nachira?

—Sí. —La esclava suspiró.

Stara se sentó, embargada por una súbita sensación de impotencia.

—Me gustaría sacar a Nachira de allí clandestinamente y enviarla a un lugar seguro.

—A mí también —dijo Vora con tristeza—. Pero ya no estoy en posición de ayudarla. —Entornó los ojos, meditabunda—. Aunque tal vez pueda hacerle llegar una advertencia a Ikaro, si no se ha marchado.

—¿Marchado? Ah, a la guerra en Kyralia. —Stara sacudió la cabeza—. Si mi padre está tan empeñado en que su hijo le dé un heredero, ¿por qué habría de enviar a Ikaro a la guerra?

Vora torció el gesto.

—También por orgullo. Cualquier ashaki que se niegue a luchar perderá el respeto de los demás y su posición social. Lo más probable es que él también se haya incorporado a filas.

—Deben de estar muy seguros de que ganarán… y sobrevivirán.

Stara arrugó el entrecejo. «¿Estará mi madre al corriente de algo de esto? Es imposible que sepa que su esposo planea matar a su nuera, aunque debe de extrañarle que no le haya dado nietos todavía. ¿La habrán informado de que su hijo se va a Kyralia a combatir? ¿Cómo estará afectando al comercio en Elyne la guerra entre Sachaka y Kyralia? Quizá ella no reciba tintes de allí, pero siga cerrando tratos a nivel local. La guerra terminará tarde o temprano, y la vida volverá a la normalidad. Entonces se enterará de que me he casado…».

—¿De verdad pondría en peligro el negocio de mi padre que yo tuviera un hijo? —preguntó.

Vora contempló a Stara, pestañeando, pues la pregunta la había arrancado de sus reflexiones.

—Bueno… Si Kachiro se gana una mala reputación que disuada a la gente de comerciar con él o con sus hijos… Es posible, sí. Por otro lado, si vuestro padre hubiera estado al tanto de esto, no os habría casado con él. De hecho, si el acuerdo lo perjudicaba tanto, ¿por qué no os encerró simplemente para el resto de vuestra vida?

Stara juntó las cejas.

—Porque habría abierto un boquete en la pared con magia y me habría escapado.

—Y os habrían capturado y arrastrado de vuelta hacia aquí. No les resultaría difícil, ya que no tenéis un esclavo fuente con el que fortaleceros. —Vora frunció los labios por un momento—. ¿Sabéis qué? Habría sido mucho más fácil para vuestro padre mandaros matar. Su sentido familiar debe de ser lo bastante intenso para impedírselo. Ha corrido un riesgo considerable al casaros con Kachiro.

Stara se estremeció.

—Razón de más para preguntar: ¿tener hijos supone un peligro tan grande que debería plantearme no hacerlo?

Vora se disponía a sacudir la cabeza, pero se quedó inmóvil y su expresión habitual de cavilación profunda se apoderó de sus facciones.

—Tal vez. Pero le habéis dicho a Kachiro que queréis tenerlos. Le parecerá extraño que no lo intentéis. —La preocupación asomó a su rostro—. Esperemos que acceda de verdad a ser el padre, por los medios que haga falta, pues sería un poco incómodo que os propusiera tener un amante.

Stara suspiró.

—¿Cómo podría empeorar esta situación? —se preguntó en voz alta e hizo un gesto de dolor—. Supongo que podría morir asesinada por ser estéril. —Exhaló y se tumbó boca arriba—. ¿Por qué, mamá? ¿Por qué me dejaste volver a este país de locos de remate?

«Porque era lo que querías —se imaginó que respondía ella—. Estabas ansiosa por volver con tu padre».

Por lo menos el hombre con el que se había casado era amable y decente, aunque tenía uno o dos secretos que ocultar. «Espero que solo sea uno —pensó—. Y supongo que no debería quejarme, teniendo en cuenta todos los secretos que guardo yo. Ni siquiera sé si mi padre le ha dicho que sé utilizar la magia. Empiezo a sospechar que no».

Por el momento, mientras no tuviera claro cómo reaccionaría él, o a menos que se encontrara en una situación de vida o muerte, iba a fingir que no sabía.