34. OREJAS DE ÓPALO: NASSIF REFLEXIONA
Tardé un rato en asimilar lo que habíamos descubierto, o creíamos haber descubierto. Jared era el umminhi que se había emparejado con Dora, sólo que en realidad no lo había hecho. Más bien la había esclavizado, pensé. Ella tenía la misma relación con él que yo con el sultán Granbarriga: era la cocinera, la asistenta, la zurcidora. Sólo que lo hacía por propia voluntad, no por obligación; o tal vez sí, pues el Woput podía haberle hecho un encantamiento.
Mientras cenábamos lo que Dzilobommo había preparado, Izzy y yo hablamos de cómo podía ser que el Woput entrara en ti. Dora decía que Jared había sido alcanzado por un rayo, y el Woput podía sentirse como algo así. Dora se preguntó en voz alta si quedaba algo de Jared después de que llegara el Woput, o si la persona era ahora todo Woput. ¿Sabía el Woput lo que sabía Jared? Izzy y Soaz se unieron a esta discusión, que no sirvió para nada porque nadie conocía las respuestas. Dora dijo que lo averiguaría, que quería saberlo, que se lo preguntaría a la madre de Jared.
La charla continuó, pero la condesa no se unió a ella. Dejó la mesa y se fue al dormitorio. A mí tampoco me apetecía discutir. Estaba cansada. Los onchiki habían vuelto a jugar con jabón y estaban cansados. Blanche y Dzilobommo habían estado discutiendo sobre la comida. Estaban cansados. Cuando terminamos de comer, los cansados nos fuimos a la otra habitación y entornamos la puerta. Todavía oíamos a Izzy y Soaz y los humanos, pero menos.
Por algún motivo, empecé a pensar en la tecnología. Izzy había dicho que la magia no funcionaba donde había tecnología. En la cama de Dora había un colchón maravilloso. Blando pero resistente, como el musgo del bosque pero sin ramitas. ¿Era aquel colchón tecnología? Me habría gustado tenerlo, aunque no pudiera hacer magia en él excepto la de cierto tipo, tal vez.
—Deja de reírte —dijo Lucy Baja, pegando la nariz a mi cuello y enroscándose con fuerza a mí alrededor.
En la habitación grande, las voces cesaron. Fuera, los árboles se movían y los pájaros nocturnos canturrearon. En aquel extraño mundo, en aquella extraña era, me sentía en casa y entre amigos en un colchón maravilloso. Pensé que hay cosas peores que la comodidad. En ese momento, todo lo demás podía esperar.