33. LAS RAÍCES DEL ÁRBOL

Al principio Dora no entendió lo que decía Nassif. Lo consideró simple histeria, aunque sólo durante un momento, pues los demás se lo tomaron más que seriamente.

—¿Koré? —exclamó Soaz—. ¿Koré te ha hablado?

—¿Cory? —preguntó Dora—. ¿Cory quién?

—Está hablando de la diosa —dijo Izzy—. La encarnación de la vida. Doncella, madre y sabia, la diosa tripartita: nacimiento y crecimiento, madurez y reproducción, vejez y muerte. Koré es la representación de la fecundación. La mayoría de la gente de nuestro tiempo la adora, aunque en secreto. Yo soy korésano. Faros VII es korésano...

—La mayoría de nosotros lo somos, al menos filosóficamente —intervino la condesa—. Nassif, por favor, cálmate y cuéntanoslo con más claridad...

Nassif repitió su relato varias veces, mientras el grupo congregado mostraba diversos grados de asombro.

—Tenía que decírselo a Dora —concluyó—. Y al hechicero.

—¿Qué significa para ti eso de «a la sombra del árbol», Dora? —preguntó la condesa.

Dora sacudió la cabeza, tratando de pensar.

—Me recuerda lo que decía antes. Los Dionne tienen un árbol. Lo llaman un árbol familiar, uno que plantan allá donde van. No sé de qué clase es. Harry Dionne no lo sabe tampoco, pero me dijo que su padre probablemente sí. Ese árbol proyecta una sombra muy grande, así que me temo que todo el que vive en este barrio está a la sombra de ese árbol.

—Pero —dijo Abby—, ya que plantan ese árbol allá donde van, podría tratarse de cualquier otro, en cualquier otra parte.

Dora se movió de un lado a otro, nerviosa.

—Vorn Dionne va a venir. ¿No puede esperar esto hasta que llegue? Me preocupan más los... las personas que todavía quedan en el laboratorio, la verdad. Eso es lo que tenemos que hacer primero, sacar a los animales de esos corrales. Están perdidos si no los sacamos de allí.

—Pero Koré dijo que se lo dijera al hechicero —se quejó Nassif—. Debe de haber algún motivo para...

—Para averiguar algo sobre los árboles, por supuesto —dijo Izzy—. Puesto que nadie sabe de dónde vinieron o por qué, ese hecho es evidentemente importante.

—Posiblemente importante, sí—reconoció Dora, reluctante—. ¡Pero no es prioritario ahora mismo!

—Ya que sabes dónde está uno de esos árboles —insistió la condesa—, y ya que Koré te envió su mensaje, Dora, ¿no es razonable suponer que la sombra que menciona sea la del árbol que ya conoces? ¡Cualquier otra interpretación sería innecesariamente complicada! —Miró a Abby mientras decía esto, ladeando la cabeza. Abby sonrió, y dijo admirado:

—Bien razonado. Dejaré de discutir. ¿Queréis ver el árbol? Es impresionante.

Todos estaban ansiosos por hacerlo, menos Dora, que se mostraba inexplicablemente reacia.

—No quieres acercarte a la casa de Jared —dijo Abby.

—Es verdad —exclamó ella, con una risita que amenazaba con convertirse en histérica—. Temo que tenga al buitre allí. Si es que se trata de eso.

—¿Buitre? —preguntó él, cogiéndola por los hombros para impedir que temblara—. Dora, ¿qué buitre?

Las lágrimas asomaron a sus ojos y Dora se llevó la mano a la cara, casi avergonzada.

—El día que estuvo aquí, me arrancó un mechón de pelo. Y esa noche vino una cosa. Apestaba. Se posó en el tejado...

Izzy soltó el libro que estaba mirando y se acercó a ella, tirándole de la mano hasta que Dora se sentó a su lado. Le preguntó cómo era la criatura, a qué olía, cómo sonaba.

—¿Ha venido más de una vez?

—Sí. Pero cuando oye a Abby, se marcha...

—¿Por qué no me lo habías dicho? —exclamó Abby.

—Era una locura —dijo ella—. Era... una locura.

—No —dijo Izzy—. No es una locura. Es brujería. En nuestra época, la brujería existe. Un brujo de nuestra época ha venido aquí. Ahora aquí hay brujería. Así que, debemos preguntar, ¿qué persona crees que te está acosando?

Dora se atropello con las palabras mientras les hablaba de Jared, de cómo, no sabía por qué, se casó con él, de cómo limpió la casa cuando lo dejó.

—... y aparte de tener una cocinera y una limpiadora, nunca supe por qué se casó conmigo —concluyó.

—Está muy claro por qué se casó contigo —dijo Izzy, palmeándole la mano y hablando con gran solemnidad—. Si es un creador de magia maligna, eras un ingrediente necesario. Alguna magia poderosa requiere una vir... —Se detuvo, frunció el ceño, miró de reojo a Abby—. Una persona femenina, su presencia, su sangre, a veces su vida. Él no es una persona por la que normalmente te sentirías atraída, así que no tengo duda de que te hizo un encantamiento para que te casaras con él.

—¡Venga ya! —dijo Abby—. ¿Podría hacer eso?

Izzy asintió.

—Fue sólo una relación superficial, y es fácil producir pequeños cambios. Por lo que dice Dora, su vida cambió muy poco, su rutina casi nada. Yo podría haber hecho un encantamiento semejante, aunque somos de tribus diferentes. —Se rió al ver la expresión de la cara de Dora—. Yo no lo haría, pero podría hacerlo. Tu falsa pareja te quería para algo, Dora. Sería interesante saber para qué. Quizás lo averiguaremos aunque hayas escapado de él.

—Pero ¿por qué esa... cosa? —preguntó Abby.

—Está furioso —repuso Izzy—. Así que la persigue.

—¡No podéis estar hablando de Jared! —dijo Dora—. ¡Es un hombre tan... corriente! Es ingeniero. Diseña máquinas. Él... ¿cómo aprendió a practicar brujería? Izzy la miró con incredulidad.

—Creía que entendías lo que te estaba diciendo. ¡Él es el Woput! ¡Tiene que serlo!

—¡Jared! —ella sacudió la cabeza, incrédula—. ¿Jared?

Él extendió la mano para palmear la suya.

—Escúchate hablar. Dices que es un hombre furioso. Los weelianos dijeron que el Woput era una persona furiosa. Jared te arrancó el pelo. ¿Para qué iba a utilizarlo sino para brujería? Los weelianos nos dijeron que el Woput practicaba brujería. Y sobre todo, encontramos contigüidad. Jared está aquí, en este lugar, donde vino también el Woput.

—Si le hizo un hechizo, ¿cómo es que Dora se escapó de él? —preguntó Abby, dirigiéndole una mirada preocupada. Izzy se encogió de hombros.

—Era un hechizo de costumbre, y ésos se rompen fácilmente. Cualquier cambio en la rutina de Dora lo debilitaría. Cualquier acontecimiento desacostumbrado.

—Como ser envenenado —sugirió Abby. —Sí. Ser envenenado, o expulsado de la casa, o cualquier cosa parecida. Dora, deberías... ¡Dora!

No estaba escuchando: perdida, la boca abierta, totalmente incapaz de creer lo que estaba oyendo. Ya era bastante malo haberse casado con Jared, pero ¿haber estado casada con un Woput? Era algo espantosamente horrible o terriblemente gracioso. Una cosa o la otra. No podía decidir cuál. Izzy le dio un apretón en el hombro y le dirigió una mirada sorprendida.

—Tendrías que haberme hablado de ese envío hediondo —dijo con firmeza—. Puedo poner protecciones en este lugar, y no tienes que temer acercarte a la casa del Woput. El envío hediondo no tiene ninguna entidad cuando no se está manifestando. Se hace para que venga aquí, solamente, no para habitar en ningún otro sitio. Reluctante, aunque todavía bastante sorprendida e incrédula, ella accedió a acompañarlos a casa de Jared. En el coche de Abby no cabían todos y el de Dora estaba todavía atrapado entre los árboles, así que al final decidieron que Izzy, Elianne, Soaz y Nassif los acompañarían. Empezaba a oscurecer, así que nadie llegaría a ver ni a preguntarse por un felino grande, dos monos y un cerdo que viajaran en coche. Blanche se quedó a cargo de los onchiki y de la casa. Dzilobommo gruñó que tendría preparada la cena a su regreso.

Mientras los visitantes atravesaban el bosque en dirección a la avenida, Dora y Abby se detuvieron un momento en el coche de ella para recoger la llave de la casa de Jared y la linterna que siempre guardaba en el maletero.

—Me dejé el saco de dormir en el garaje —dijo ella—. Con todos los... invitados, apenas hay sitio para dormir, y si tenemos nuevos visitantes, voy a necesitar más espacio. —Estaba furiosa consigo misma por sentir temor. Estaba aún más furiosa por haber cedido y accedido a ir a un lugar donde sentía que el peligro acechaba. Tonta. Los policías aprendían a no ser así de tontos, no si podían evitarlo.

Abby la rodeó con el brazo, acercándola.

—Yo también traeré el mío —dijo con voz preocupada—. Ya estamos bastante apretujados, ¡pero creo que me quedaré a partir de ahora, no importa cuántos seamos!

Abby subió la capota del coche. El trayecto fue tranquilo, se mantuvieron prácticamente en silencio y, cuando llegaron, casi había oscurecido. La casa de Jared no tenía luz, aunque en algunas de las otras casas de la manzana se veía un brillo ambarino en las ventanas. Aparcaron lo más cerca de la curva posible y dejaron las luces encendidas. El bosque había ocupado toda la calle y rodeado las casas. Los seis se abrieron paso entre los árboles más pequeños hacia el gigante que acechaba con su propia sombra densa.

Izzy y la condesa se apoyaron contra él, Izzy murmurando frases repetitivas que la condesa interpretó como encantamientos. Ignorando estos intentos de brujería, Soaz se encaramó al árbol, hasta su rama más grande, muy por encima de la tierra, y lo olisqueó y frotó la cara contra él. Nassif, simplemente, se quedó mirando el árbol, con los pelos de la nuca erizados, como si sintiera un escalofrío.

—Alguien —dijo—. Hay alguien aquí.

—¿Quién, Nassif? —preguntó Izzy, que no tenía suerte y no conseguía obtener ninguna información a través de la magia.

—Es como la voz del bosque —susurró ella—, sólo que más grande, más fuerte.

Cuando todos hubieron mirado el árbol el tiempo suficiente para comprender que no iba a dar explicaciones, recorrieron lo que antaño fuera el camino que conducía al garaje de Jared. Entraron usando la llave de Dora, que enfocó las vigas con su linterna. El saco de dormir seguía allí colgado, un bulto polvoriento, pero cuando avanzaba hacia él tropezó y cayó sobre una pila de cartones. La luz reveló entonces pedazos de cemento levantados y deformados desde abajo; el suelo del garaje estaba agrietado y cubierto de raíces que brotaban del suelo como serpientes gigantescas que parecían moverse con la luz titilante.

Nassif se estremeció, sintiendo ahora la presencia a su alrededor, tocándola. Las palabras que había escuchado antes acudieron a ella, libremente, y las repitió para los demás.

—Koré habla por los árboles. Desde el lugar donde fue enterrada, habla. Desde el lugar donde fue escondida, bajo piedra...

—¡Cory! —exclamó Dora—. Cory era la chica con la que Jared se casó. La chica que se escapó a alguna parte... —Guardó silencio, recordando lo que le había dicho Harry Dionne—. Jared estaba excavando los cimientos de este garaje cuando conoció a Cory...

—Cuéntanos —dijo la condesa—. Cuéntanos esta historia.

Dora agitó una mano. —Aquí no. Por favor. En el coche. No quiero quedarme aquí.

—Tiene razón —murmuró Izzy—. Aquí está pasando algo con lo que hay que tener cuidado.

Abby recuperó el saco de dormir y volvieron al coche. Durante el camino de regreso a casa, Dora contó la historia, primero tal como la había contado la madre de Jared, luego como se la había contado Harry Dionne.

—Harry dijo que Jared no tenía ni idea de con qué había conectado...

—¡Pero quizás el Woput sí! —susurró la condesa—. ¿Y si vino aquí sabiendo que Koré estaría en esta calle? Hay korésanos en nuestra época. Hay archivos, una orden sacerdotal, una grande, el Templo Juncorrojo, junto a las compuertas de Giber en Isfoin...

—¿Por qué iban a importarle a Woput los korésanos? —preguntó Abby—. ¿Creía que los korésanos tenían algo que ver con la extinción humana?

—Los korésanos tienen que ver con la conservación de la naturaleza, y así es como vivieron una vez nuestras tribus. No fuimos siempre habitantes de ciudad. No podríamos haber vivido sin bosques y ríos y llanuras. El Woput lo sabía.

—Entonces —dijo la condesa—, ¿y si el Woput encontró un antiguo archivo referido a los korésanos y escogió a una persona del mismo vecindario para meterse en...?

—¿Cómo vamos a saberlo? —objetó Soaz—. Con tres mil años de diferencia, ¿cómo supo en qué vecindario? ¿Encontrasteis algún archivo que pudiera haber leído, allá en San Weel?

—No —dijo Izzy—. No hay archivos antiguos de los korésanos. No en la biblioteca de San Weel, ni en la mía tampoco. Eran... son unas personas muy dadas al secretismo. Pero, como nos ha recordado Dora, los weelianos son magos. El Woput podría haber utilizado la magia para localizar su presa.

—¿Funcionaría la magia en San Weel? —preguntó Soaz—. ¿Con esa enorme espiral del tiempo tan cerca?

—Si fue creada a través de la tecnología, posiblemente no. Si es una cosa natural, probablemente sí. Sea como fuere, el Woput podría haberse internado en tierras salvajes y allí haber utilizado la brujería para mirar en el tiempo, para encontrar a una persona en esta época cuya vida se entrecruzara con la de Koré... —¿Qué clase de brujería? —preguntó Abby. —Cualquiera, de diversos tipos —dijo Izzy—. Me enseñaron varios encantamientos para descubrir conexiones: cánticos de enlace para personas, cánticos simultáneos para los acontecimientos, cánticos de cruce para los lugares...

—¡Pero creía que nos habíais dicho que el Woput llegó al mismo lugar que todos, al bosque que está al oeste de la casa de Dora! —dijo Abby.

—Lo hizo —exclamó la condesa—. ¡Pero es ilógico suponer que fuera a ese sitio solitario por pura casualidad! Debemos entender que lo eligió por un motivo. Izzy, ¿no sería más sencillo entrar en un blanco específico cuanta menos gente hubiera alrededor? Izzy asintió.

—Como nunca lo he hecho, no puedo asegurarlo pero, desde luego, tiene sentido. Si el Woput estaba preparado para hacer su intento en un momento, si vigilaba constantemente su presa a través de la magia, sólo tuvo que fijar el control para ese mismo lugar y entrar en la rueda.

—¿Jared? —gimió Dora, la voz rota—. Seguimos hablando de Jared, ¿verdad?

—Yo hablo del Woput —dijo Izzy—. Que también es Jared.

—Y yo hablo de Jared, que se casó con Cory —dijo ella—. Su madre dice que se casó con ella, pero no creo que lo hiciera. Porque Jared estuvo vertiendo cemento, aquí, en esa época, y Nassif oye a Koré... a Cory, decir que fue enterrada aquí. Tiene que ser él...

—No te precipites —dijo la condesa—. No nos obsesionemos con esa idea, perdiéndonos en el proceso. Primero, necesitamos pruebas...

—¿Como cuáles? —quiso saber Dora. Abby asintió y empezó a llevar la cuenta con los dedos. —Tenemos que saber si Jared estaba allí. Tenemos que saber si resultó... cambiado en esa época.

—¡No sé si resultó cambiado, pero sí que estuvo allí! —exclamó Dora—. Su madre dijo que estaba allí con un grupo del colegio, y que fue alcanzado por un rayo.

Izzy asintió, riendo enloquecido. Todo encajaba, cobraba sentido. Dora, por su parte, creía que iba a derrumbarse de un momento a otro, y Abby estaba preocupado por el estado mental de Dora, estado que traicionaban sus labios, el rostro que le revelaban las luces de las farolas, los ojos, la tensión de su cuerpo.

Recorrieron el resto del camino prácticamente en silencio, con Soaz gruñendo, Izzy sonriendo y la condesa calmándolos a todos diciendo que la mañana vendría casi con toda seguridad porque siempre lo había hecho hasta entonces.