15. OREJAS DE ÓPALO: ASOCIACIONES MÁGICAS

Izzy nos condujo por el camino, con Oyk e Irk detrás, y yo tras ellos, impulsada en parte por la curiosidad y en parte por el deseo de que no tuviera que enfrentarse a los árboles él solo. El resto de nuestro grupo parecía inclinado a dejarle que se encargara de todo. Desde luego, la fuerza de las armas no nos serviría contra un bosque semejante. Cuando llegamos a unos cuantos palmos del primero de los árboles, Izzy detuvo a Flinch y desmontó; levantando el polvo del camino se acercó todavía más.

Hubo un rumor ominoso entre las hojas.

—¿Qué queréis? —preguntó Izzy, en el idioma ukluk de los países costeros. Yo lo comprendí, como antes.

Un rumor, un bostezo de ramas al frotar unas contra otras, un temblor de hojas, nada que yo pudiera entender aunque, evidentemente, él consideraba que era un problema que la magia podría resolver. De la alforja de Flinch sacó una bolsa, la colocó sobre una piedra y luego se puso a buscar algo con lo que encender un fuego. Tras encontrar algunas ramas dispersas por el camino, las hizo pedacitos para que le sirvieran de leña y dispuso un montoncito de palos en forma de tienda sobre ellas. Lo roció todo con un polvillo de un frasco etiquetado como «Sorc-a-Powr».

Al ver que lo miraba, Izzy comentó:

Para encantamientos generales, el mago del castillo siempre jura por Sorc-a-Powr. Es de Isfoin y cuesta el doble que cualquier otro agente de poder; pero nuestro mago consideraba que merecía la Pena.

—Um —dije yo, incapaz de añadir nada.

—Escatimar los ingredientes es signo seguro de magia menor y de segunda fila —sentenció Izzy.

—¿Qué vas a hacer?

Él murmuró, en parte para sí, en parte para mí.

—Un árbol, al menos, tiene que tener boca y cuerdas vocales. O eso, o tendré que modificarme para entenderlos cuando hablen.

—¿Sería más fácil?

—No —respondió convencido—. Me criaron con historias de hechiceros que se encantaron a sí mismos por algún motivo y luego fueron incapaces de lograr el desencantamiento. Muchos de ellos todavía continúan, presumiblemente, deambulando por el mundo en forma de cisne, o ciervo blanco, o rana.

Me estremecí. Nunca me habían gustado las ranas. Tan frías, y tan resbaladizas.

Cuando todo estuvo preparado, él encendió el fuego tras chasquear los dedos y habló con tono imperativo al humo. Había pronunciado el hechizo en ukluk, y ahora lo murmuró tres veces hundiendo el bastón en el fuego y luego apuntando hacia el árbol más cercano. Una luz verde brotó del fuego hacia el árbol, que se estremeció; su tronco se llenó de grietas y bultos que acabaron por convertirse en rasgos, incluida una boca ancha y furiosa.

—Oh, enemigo —aulló el árbol en el lenguaje del comercio, agitando beligerante sus ramas.

Flinch retrocedió, piafó, echó atrás las orejas y huyó a toda velocidad colina arriba, donde Soaz lo detuvo con cierta dificultad. Izzy se sacudió el polvo de cuando Flinch lo derribó. Lo ayudé a limpiarse mientras maldecía en voz baja.

—Queremos ayudar—le dijo al frenético árbol, hablando también en el lenguaje del comercio—. ¡Pero no tenemos ni idea de lo que os pasa!

—¡Fin de bosques! ¡Fin de árboles! ¡Muerte de retoños! ¡Muerte de semillas! ¡Todo es como nunca fue, así que todo es enemigo! Si no desucede, nunca sucederemos.

—¿Quién? —preguntó Izzy después de descifrar este último clamor—. ¿Quién está acabando con el bosque?

—El viajero, el fijador, el caminante de estaciones, el cambiante. La criatura maligna. El ser del hacha. El que camina con pies de fuego.

—¿Quién es? ¿Dónde está?

El bosque se sacudió, agitando las ramas. El árbol parlante murmuró y gimió.

—En todas partes, en ninguna. Va a matarlo todo. Bosque. Criaturas. ¡Personas! Todos a morir. Todas sus raíces serán cortadas.

—¿Todo va a morir?

Un largo silencio que terminó en un rumor agitado.

—Las zanahorias sobrevivirán, tal vez —concedió apenado el árbol—. Tal vez el perejil, tal vez el heno.

No me gustó el sonido de eso. Izzy se agachó, sacudiendo la cabeza.

—¿Dónde os enterasteis de esto? —preguntó.

Un sonido ventoso, una preocupada sacudida de hojas, como si una pregunta fuera formulada en un lugar y pasara luego de árbol en árbol y la ola de la agitación se moviera de aquí para allá, a alguna parte, y luego regresara.

—Árboles dicen norte, cerca del mar.

—¿En San Weel?

Otra larga consulta, de la cual dedujimos que los árboles no tenían nombres para los lugares. Había lugares de río y lugares de mar, y altos y bajos, de roca y de tierra, y el lugar donde habían oído aquello era un alto lugar rocoso al este, junto a un río que corría hacia el mar donde florecía la flor gervatch.

—Escuchad —exclamó Izzy, que no tenía más idea que yo de lo que podía ser una flor gervatch—. Me hicieron una profecía. Me dijeron que debía resolver el Gran Enigma o el mundo se acabaría. ¿Estamos hablando de lo mismo?

—Quién sabe —gimió el árbol, mientras un temblor de ansiedad recorrió por el bosquecillo que lo rodeaba.

A la izquierda de Izzy, un árbol golpeó a otro, que devolvió el golpe. El árbol parlante dejó de hablar y se volvió hacia el tumulto, golpeando a otro en el proceso. El golpeado extendió una rama larga y chocó con otro más. El desorden se extendió, degenerando casi de inmediato en una batalla de ramas sacudidas y troncos golpeados entre diversas facciones. Izzy recogió sus cosas, me tomó de la mano y regresamos a la colina donde los demás se habían quedado observando. Cuando llegamos y miramos atrás, vimos que la refriega había degenerado en numerosas batallas pequeñas que rompían la sólida falange. El camino estaba despejado.

—Muy astuto —dijo Soaz.

—No he sido yo —murmuró Izzy—. Aunque sugiero que aprovechemos la confusión antes de que se reconcilien y empiecen a decir que el enemigo soy yo otra vez.

Así lo hicimos, e Izzy sólo se detuvo lo suficiente para apagar el fuego y poner fin al hechizo. Postergamos cualquier discusión sobre lo que les había sucedido a los árboles hasta encontrarnos a cierta distancia.

—¿Y no han dicho quién? —preguntó Sahir por tercera o cuarta vez.

—No saben quién —replicó Izzy—. Alguien. Alguna entidad. Supongo que podría ser una persona o un conjunto. Y algunos árboles opinan que tal vez mi acertijo forme parte de lo que está pasando. Me refiero al asunto del Enigma.

—Y otros no lo creen así—dijo Lucy Baja. —Pero están de acuerdo en que está sucediendo —recalqué yo.

—Y avanzas en la dirección correcta —comentó Soaz, perezosamente.

—Eso sí—dijo Izzy, palmeando el cuello de Flinch—. Está sucediendo, y yo, al menos, avanzo en la dirección correcta.