10. OREJAS DE ÓPALO: EL VIAJE AL NORTE

Viajando al sur por el río Fraiburne, uno acaba por encontrarse con la alta presa de Barsifor. Esta maravillosa estructura, junto con las compuertas de Gibery los canales radiales que permiten el acceso a toda la llanura agrícola de más allá, despiertan verdaderamente la admiración por los pueblos kastúricos, que no sólo diseñaron el edificio sino que además lo construyeron. Si no fuera por los talentos kastúricos para la construcción, las inundaciones que antiguamente asolaban esta hermosa llanura acabarían con nosotros una vez más...

Este pueblo diligente y recio, siempre productivamente ocupado, ha sido desde hace tiempo la inspiración de fabulistas...

Los pueblos de la Tierra

Su Excelencia, el emperador Faros VII

Palmia, el país del príncipe Izakar, queda dividido en dos mitades, norte y sur, por el río Fraiburne. El río tiene en su fuente el arroyo Pangloss, que fluye al sur desde el Mar Reptante a través de ese conveniente barranco en la cordillera Sharbak conocido como el Tajo, el único acceso fácil entre las tierras situadas al norte y el sur de las grandes montañas. Para cuando el arroyo alcanza Isher, ha ido engrosándose con los afluentes, y allí se convierte en un caudal mucho mayor por su confluencia con el río Scruj (que atraviesa las Marcas Suaves), y que ya ha incorporado el caudal del río Roq, que fluye hacia el norte desde el valle de Wycos.

Así, el arroyo que fluye hacia el mar atravesando Palmia es ancho y venturoso, un conjunto de aguas de muchas montañas, incluidas aquellas que se encuentran al sur y al este del Mar Reptante. Mucho tráfico fluvial surca este río hasta el lago Barsifor y más allá, atravesando las compuertas kastúricas de Giber. Mucho tráfico terrestre sigue su curso, por carreteras bien conservadas por el bien del comercio.

Todo esto lo aprendí del príncipe Izakar, que estaba tan bien informado sobre el tema de la geografía como de cualquier otro asunto que yo pudiera mencionar... o no. Era bastante capaz de mantener largas disquisiciones sobre temas de los que nadie más que él sabía.

Después de pasar sólo una noche en Palmody, nuestra tropa dejó la ciudad para cabalgar hacia el este siguiendo el Fraiburne, acompañada ahora por Izzy (así nos pidió que lo llamáramos), dos animales de carga adicionales (burros, dijo Izzy), un sirviente llamado Osvald Orbin, y dos guardaespaldas, Oyk e Irk, quienes, al estilo de los kánnicos, viajaban a pie siguiendo a Flinch. Ambos eran personas grandes con ojos agudos y muchas cicatrices de batalla, capaces, según decía Izzy, de cuidar de él en cualquiera de las peleas habituales.

—No suelen añadir inteligencia a nuestras discusiones de cada noche alrededor del fuego —comenté despreciativa.

—No —respondió Izzy—. Los kánnicos tienden a ser lacónicos y poco introspectivos. Sin embargo, cuando algún matón decide hacerme pedazos por algún motivo indiscernible, descubro que mi habitual preferencia por los discursos da paso a la admiración por el músculo mudo. Sus cicatrices hablan por ellos.

Comprendí a qué se refería.

—Algunos de los guardias que trabajaban para el sultán eran del otro tipo, mucho ladrar y poco morder, llenos de arrogancia estúpida. En las historias que cuento, nunca incluyo esos matones tan simples. En mis historias, todo amor es verdadero, todo servicio honorable, todos los nobles fieles a su señor... además de guapos y bien hablados. Excepto los grandes villanos, naturalmente, y ésos están muy por encima de los simples matones. Les permito brillar oscuramente mientras seducen, halagan o traicionan.

—Si una cosa he aprendido, sin duda —repuso Izzy—, es que la vida no es un cuento.

—Creía que eso creen los ghotianos —dijo Sahir, acercándose y azuzando su umminha (una alta bestia blanca con crin amarilla y expresión feroz) para que cabalgara a nuestro paso—. ¿No es vuestro mundo simplemente una historia contada por Ghoti para divertirse?

Lo dijo de manera desagradable, a propósito, como para provocar a Izzy. Aunque Sahir era a veces hospitalario, en otras ocasiones parecía disfrutar siendo desagradable con el príncipe Izakar, por algún motivo que yo no comprendía.

Izzy no se dio por aludido.

—Los obispos no lo dirían de ese modo, aunque en esencia tienes razón. Personalmente, no obstante, nunca he aceptado la doctrina. Si un dios es todo imaginación, como se dice que es Ghoti, entonces ¿por qué desearía imaginar un lugar donde la belleza y la mugre están tan inseparablemente mezcladas? Si yo fuera a inventar un mundo para mi placer, cubriría los cubos de basura y ocultaría el estiércol. De hecho, probablemente haría que los cubos de la basura y el estiércol fueran innecesarios. Por otro lado, si el mundo es real, entonces se comprende la necesidad de la mugre. Se comprende que aunque Ghoti, o cualquier otro dios, puedan haberlo creado, no es una fabricación arbitraria, pero sí sometida a esas implacables leyes naturales que exigen un arriba para cada abajo.

—¿Qué leyes naturales? —dijo el príncipe Sahir, aburrido—. ¿No las crearía también el creador?

—Prefiero considerar que son intrínsecas al tiempo y al espacio —dijo Izzy, con voz seria—. En este universo, uno y uno siempre son dos. No dos y medio. No tres, sino dos. En este universo, las cosas caen... ah, hacia abajo. No hacia arriba. No de lado.

—¿Te refieres a este mundo? —pregunté, confusa por toda aquella charla de universos.

—Por supuesto —dijo Izzy rápidamente—. Eso es lo que quiero decir. Ésta es la naturaleza de la cual el... mundo está hecha.

Insistí, tratando de comprender.

—Pero si la deidad hubiera hecho el mundo de otra materia, entonces podrían pasar otras cosas.

Posiblemente, pero serían otras cosas consistentes. Como, por ejemplo, que las cosas caerían hacia arriba, y uno y uno, siempre, serían dos y tres cuartos. No importa cómo se haga un mundo, o de qué esté hecho, cada mundo debe ser consecuente con sus propias leyes. Para mí, ésa es la principal dificultad del burbujismo. Se supone que el mundo es creado sólo en la mente de Ghoti, donde, presumiblemente, cualquier cosa puede ser imaginada, pero de hecho no es así; sólo lo son algunas cosas, las que son consistentes. Uno y uno, de hecho, siempre son dos.

—Ghoti puede haber creado las leyes primero, como los niños crean las reglas de los juegos que practican —argumenté—. Permitiendo excepciones para sí mismo, por supuesto.

—Es posible, pero insignificante si es cierto. Prefiero pensar que las leyes son una consecuencia de la materialidad, que puede ser en sí misma consecuencia de la naturaleza del espacio y el tiempo. Un universo inmaterial... un... mundo, podría no tener leyes. Éste, sin embargo, las tiene, lo que me lleva de vuelta al primer argumento. Esto no es un cuento. Como no es un cuento, es improbable que haya en él sólo personas honradas, y es por tanto perfectamente posible que encontremos al menos unas cuantas personas desagradables que intentarán acabar con nosotros por cualquier motivo o sin ningún otro motivo más que un desprecio rutinario por las criaturas que no sean ellos mismos.

—Nosotros te protegeremos —dijo Sahir con tono burlón—. No tengas miedo.

Izzy sonrió mostrando su agradecimiento. Lo hizo dulcemente, con bastante sinceridad, aunque seguro de que pensaba que el propio Sahir no parecía capaz de proteger gran cosa. Los guardias montados, sin embargo, eran otro cantar. Formaban un grupo fornido que bien podría protegerlo, sobre todo Soaz, con sus barbas en punta y sus ojos casi ámbar, que daban la impresión de violencia apenas contenida. Incluso entre una raza que era conocida por su tamaño, Soaz sería considerado grande. Y luego estaban los umminhi, que luchaban violentamente cuando se los atacaba, según era sabido. Y Oyk, por supuesto. E Irk.

—Éste es un país muy bonito —dije, tratando de cambiar de tema.

Aunque me agradaba mucho el príncipe Izakar, tenía la costumbre de ponerse a hablar de cosas que no tenían sentido. Hablaba de matemáticas. Hablaba de ciencia. ¡Y lo cuestionaba todo, todo el tiempo, sin dejar títere con cabeza! Aunque no nos llevábamos mucha edad, me hacía sentirme muy joven y estúpida. Era mucho mejor no haber aprendido si eso hacía que todo fuera incierto. Ahora tendría que preocuparme de que nos atacara alguien a quien no gustara otro tipo de gente. Aunque, bien pensado, casi todos los tipos de personas estaban representados en la tropa. Izzy y yo éramos pónjicos, y el príncipe Sahir scuínico. La mayoría de los guardianes eran feledas, mientras que el sirviente de Izzy era masio y los cuidadores kápricos. ¿Qué tipo de persona quedaba para atacarnos? ¿Nos iban a asaltar los kasturi? ¿O los armakfatidi?

¡Imposible! ¡Los armakfatidi estaban demasiado preocupados por la comodidad y la elegancia para ponerse a atacar a nadie!

Izzy me había estado observando.

—Lo siento —murmuró con una sonrisa de compasión—. No pretendía que te sintieras incómodo. Aunque no creo en el burbujismo, he sido influido por él. Los ghotianos tienden a discutir las posibilidades más descabelladas sin preocuparse, porque no creen que vaya a suceder nada que no haya sido ya ordenado.

—Bueno, hablar de tales posibilidades por anticipado es preocupante —repliqué—. Si me van a atacar mañana, prefiero no pensar en eso ahora.

—Cuando la ignorancia es una bendición... —dijo Izzy, y luego tuvo que explicar la sentencia, que ni Sahir ni yo habíamos oído nunca. No sabíamos nada de los seguros de vida.

Por tanto, nos pusimos a hablar del paisaje. Había balsas de troncos bajando por el Fraiburne, cada una con su complemento de tribeños de los bosques. La gente del bosque proporcionaba madera para los edificios y como combustible, además de levantar algunas construcciones. Eran principalmente kasturi, conocidos como gente diligente y trabajadora; nos saludaron desde las balsas, disfrutando de una rara oportunidad de relajarse.

Las granjas del camino eran casi todas psítidas. Algunos psítidos son menos charlatanes que otros, y los de más talla tienden a las artes agrícolas. Vi varios en los campos, arrancando matojos mientras sus largas piernas se alzaban sobre los sembrados.

—Mirad allí —rugió Soaz montado en su semental, a la cabeza de la columna—. ¡La unión de los ríos!

—Las nieves se han fundido —explicó Izzy—. Los ríos rebasan sus orillas. Debemos permanecer a este lado hasta que lleguemos al barranco de Bannock, y crucemos la corriente por el puente. Luego, volveremos al otro lado de Isher, que se encuentra más allá de toda esa agua.

—¿Eres señor de Isher? —preguntó Sahir.

—Sólo es un modo de hablar —respondió Izzy—. Puede que lo sea, algún día. Antes de partir, mi tío Goffio me dio unas cartas de presentación para los gobernantes de Isher y Fan-Kyu Cyndly, e imagino que podemos confiar en su hospitalidad durante nuestro viaje.

Pensé para mis adentros que, si la hospitalidad se extendía a los baños, preferiblemente calientes, estaría muy bien. Tanto viajar daba picores, y los baños de Palmia sólo tenían agua fría.

—¿Después de Fan-Kyu Cyndly está Estafan?

—Fan-Kyu se encuentra tierra dentro —repuso Izzy—. Los países ribereños son de alta tundra, habitada, cuando lo está, por gente amante del agua que danza en la corriente como nosotros lo hacemos sobre el suelo. Se llaman onchiki y son gobernados, si se puede llamar así, por los Onchik-Dau, una casta supervisora de gran antigüedad. Básicamente son pescadores, aunque también crían rebaños de vibles que pastan en la zona baja cercana al mar.

—¡No sabía que los vibles se pudieran pastorear! —exclamé. Mi abuelo tenía un par de vibles en la granja, y vivían en un corral.

—Sólo son capaces de hacerlo los onchiki —me respondió Izzy—. Parecen comprender a los vibles como ningún otro pueblo.

—¿Saben hablar esos onchiki? ¿O son como los armakfatidi, siempre regañándote?

Izzy se encogió de hombros.

—Ya que me ha costado bastante trabajo aprender lo que parece ser su lengua, espero que hablen.

Llegamos a la confluencia de los ríos y continuamos más allá, siguiendo la corriente del río Scruj. Muy lejos, a nuestra derecha, podíamos ver una gran cascada que caía desde las alturas del valle de Wycos: el río Roq fluía entre las Grandes Piedras y las Pequeñas. Entre nosotros y esta catarata, un alto puente cruzaba el río desde un pináculo rocoso a otro; la alborotada corriente rugía debajo. En el lado cercano del puente divisamos un amasijo que, al acercarnos, resultó estar formado por un montón de carretas y personas y bestias, todas esperando para cruzar.

Atravesamos la multitud. Los umminhi enseñaban los dientes y coceaban con sus patas delanteras para abrirse paso, Oyk e Irk gruñían maldiciones guturales, Flinch nos seguía nervioso detrás. Cuando alcanzamos el puente, nuestra compañía tenía abierto un camino considerable.

Izzy se adelantó.

—¿Está cerrado el puente? —preguntó con suavidad.

La persona encargada, sin dejar de lanzar miradas nerviosas al umminhi, murmuró:

—Sólo aviso a la gente, es todo.

—¿Avisas de qué? —preguntó Sahir.

El guardia se rebulló y sacudió la cabeza de un lado a otro.

—Todos los árboles están revueltos —murmuró. Fue sustituido de inmediato por otro guardia.

—Propósito de vuestro viaje —preguntó éste.

—Soy Izakar, príncipe de Palmia —se anunció Izzy, altanero—. Viajo a Isher y Fan-Kyu Cyndly para familiarizarme con las necesidades de sus habitantes antes de ocupar el trono.

El guardia se quedó boquiabierto. Un murmullo recorrió la multitud.

—¡Es el príncipe, Izakar! Ése, el pónjico. Ya sabes, Izzy. ¡A su padre le cortaron la cabeza! Mira su cabello. Es rojo.

El guardia cerró la boca de golpe.

—¿Esos son sus... sus acompañantes, Alteza? —indicó a nuestra tropa.

—Claro que son mis acompañantes —replicó Izzy, altivo—. ¿Habría viajado con los acompañantes de otro?

Sahir iba a decir algo, pero se limitó a esbozar una sonrisa. El guardia abrió la barrera y nos indicó que pasáramos. Se detuvo a un par de pasos de Flinch.

Tenga cuidado con ellos, Alteza, señor. ¿Con quién?

Con los árboles y los que los han molestado. Izzy le dijo al guardia que tendría cuidado con la gente que molestaba a los árboles, pero ¿qué árboles habían sido molestados?

—Los árboles esos, ya los verá. —Hizo un gesto que era una reverencia a medias, y nos dejó pasar con el ceño fruncido.

Oímos la barrera cerrarse detrás de nosotros. Las patas de los caballos, los umminhi y los pies de Oyk e Irk resonaron sobre el puente. La estructura se estremecía bajo nosotros al ritmo de la corriente de debajo, roja como la artesa de un constructor de ladrillos. Recorrimos el arco elevado, muy por encima del río, mirando al frente, donde el puente desembocaba en el camino. A lo largo de la carretera había árboles en grupos que llenaban el terreno situado entre ésta y el curso fluvial.

—Los árboles me parecen bastante normales —dijo Izzy, a nadie en particular.

—Ya había pasado por aquí —dijo Soaz—, aunque hace muchos, muchos años. Me parece que había campos de heno. Naturalmente, los bosques pueden haber crecido desde entonces.

Nos internamos en el bosque, en un mundo de luz verdidorada, una sombra aleteante, un revuelo de oro fundido entrevisto bajo una capa de manchas. Capullos de luz ardían en la hierba, se desvanecían, sólo para reaparecer una vez más como estrellas parpadeantes. Tomé nota. Aquél era un lugar excelente para una historia. Podría utilizarlo en un relato o dos. La carretera bajaba, paralela al río Scruj, y no habíamos recorrido una gran distancia cuando vimos la gran extensión de aguas turbias ante nosotros, allí donde el camino se perdía hacia el norte a lo largo del límite que era normalmente el arroyo Pangloss.

Junto al agua se alzaba un campamento desordenado: tiendas de pieles y klona y un círculo de piedras chamuscadas en torno a una hoguera. En la orilla, los pescadores lanzaban sus redes mientras, en el agua, los pequeños botes se mecían de un lado a otro, luchando contra el viento.

—Oigo los amplios acentos del habla isheriana —dijo Izzy, y avanzó para entablar una conversación con alguien.

Regresó poco después para informar que los árboles del camino, aunque de crecimiento reciente, eran perfectamente normales, que no estaban revolucionados y que nadie les ponía ninguna objeción. Esos árboles, según el pescador, eran muy buenos, si la gente guardaba sus modales. Aquellos árboles eran otra cuestión, pero se encontraban más al norte, y los señores de Isher y Fan-Kyu Cyndly habían cerrado el puente como una especie de cuarentena, para impedir que tales árboles se extendieran hacia el sur.

—Dice que los reconoceremos cuando los veamos —recalcó Izzy.

Continuamos cabalgando, hacia el norte, y subimos una larga pendiente en dirección a una grieta en la pared del acantilado: el cañón donde el Pangloss, en alguna antigua encarnación, se había abierto paso a través de la cordillera Sharbak o se había esperado mientras la cordillera se extendía a ambos lados. O eso dijo Izzy al menos, aunque no detecté ningún movimiento en las montañas. Los árboles siguieron junto a nosotros todo el camino, desde la corriente al pie de los acantilados y por las pendientes. Aquí y allá, en las altas murallas de roca, asomaban los mismos indómitos brotes verdes.

A mediodía nos detuvimos para comer y refrescarnos junto a las aguas. El suelo estaba alfombrado de ramas secas. Mientras el caballo y los umminhi bebían del arroyo, mientras Oyk e Irk chapaleaban ruidosamente junto a los arrodillados umminhi, el sirviente de Izzy, Osvald, encendió un fuego y puso a hervir un gran cazo de té. Izzy se sentó sobre una piedra, jugueteando con algunas de las ramas secas que cubrían por completo el suelo.

—Estos árboles tienen una extraña forma de crecer —dijo Izzy—. ¿Os habéis dado cuenta?

Alzamos la mirada, sin ver por un instante lo que quería decir.

El apoyó la mano en el tronco más cercano, donde un puñado de hojas brotaban de una cicatriz redonda y lisa. Por encima de las hojas, otra rama se había secado, y cuando Izzy la cogió se rompió limpiamente, dejando una cicatriz redonda y sin savia en el árbol. Izzy alzó el palo.

—Un árbol leñero. He leído cosas sobre ellos, pero son los primeros que veo.

No todos lo son —puntualicé—. Mira, algunos están cubiertos de hojas hasta abajo.

Flich había notado lo mismo y estaba mordisqueando las hojas del árbol más cercano; hojas jóvenes y suculentas, muy distintas a las brillantes y casi negras de más arriba.

¿Qué pasa si tratas de romper una rama verde? —preguntó Sahir, interesado.

Izzy abrió la boca, pero antes de que dijera nada Soaz se puso en pie y trató de romper una rama verde. Soltó un grito agónico. Cuando extendió las manos, tenía los dedos llenos de sangre.

—Espinas —susurró, casi para sí mismo—. No he visto ninguna...

—No he sido lo bastante rápido para advertirte —dijo Izzy—. ¿Es muy doloroso?

—Tanto que no lo volveré a hacer —repuso, con los ojos encogidos y los dientes apretados.

Me puse a ayudar a Soaz, tras coger ungüentos y vendas de una de las cajas.

—Izzy dice que cada mundo tiene sus propias leyes, y evidentemente tú has quebrantado una de ellas. Si es un árbol leñero, debemos coger la leña y dejar al árbol en paz. ¡Si es un árbol de hierba, es para el ganado!

—¿Desde cuándo decide un árbol cuándo haremos o no con él lo que nos plazca? —Preguntó Sahir—. Si estuviéramos en Tavor, habría ordenado que lo talaran por presuntuoso.

Una ligera brisa sacudió las ramas por encima de nosotros, seguida de un silencio tan profundo que todos contuvimos la respiración. El silencio continuó, fue haciéndose más amplio y más profundo, un abismo de silencio.

—No lo decía en serio —aseguró Izzy, lanzando una andanada verbal hacia las profundidades—. Estaba bromeando. No le había hablado todavía de los árboles leñeros, así que se ha quedado un poco sorprendido...

El silencio continuó. Sahir se aclaró la garganta.

—Claro que estaba bromeando. Ha sido un mal chiste. Yo no... talaría jamás un árbol.

La brisa cesó y dejó tras de sí los sonidos normales del bosque.

En completo silencio, como de común acuerdo, empaquetamos nuestras cosas y volvimos al camino, mirando ansiosamente hacia arriba para atisbar el cielo. Sahir iba a decir algo pero Soaz le puso una mano en el hombro y sacudió la cabeza. Aunque los tavorianos son históricamente un pueblo del desierto, han vivido lo suficiente en los bosques para saber algo sobre los árboles. Pensé que el comentario del príncipe Sahir era pura petulancia y arrogancia, sobre todo viniendo de alguien que sostenía ser korésano.

Ninguno de nosotros habló hasta que recorrimos varios circums, en el momento en que la carretera se separó del río y ascendió hacia un promontorio desde el que pudimos ver la montañosa Isher y, más allá, los verdes prados de Fan-Kyu, donde el río brillaba plateado.

—Ya había estado aquí —musitó Soaz—. Había estado aquí antes. He atravesado Isher y Finial y Sworp. Incluso he viajado a las Marcas Extrañas, al este del mar. Cuando era jovencito, en Isfoin, ansiaba viajar y, cuando fui lo bastante mayor, viajé. No siempre he sido eunuco del sultán. ¡He sido otras cosas en otros momentos! ¡Y cuando era otra cosa, no había árboles como esos que escuchaban!

—Entonces su especie debe de haber aparecido recientemente —comentó Izzy, tan tranquilo—. Las cosas suceden. Como se produce el viento, o una gran ola. Siempre hemos tenido árboles frutales que se inclinaban para ser recolectados, y árboles floridos que se agachaban para que se los pudiera oler, y árboles que se levantan y se cambian de sitio si no reciben suficiente agua. De eso a un árbol que entienda el idioma no hay un gran paso. En realidad, estos árboles no son tan diferentes.

Estos tal vez no —replicó Soaz—. ¡Todavía no hemos visto los otros!